Disclaimmer: Los personajes de la siguiente historia pertenecen a Clamp, si no fuese así, Sak y Shao serían novios desde el primer capítulo. La historia es de mi propiedad.
Summary: Porque él tenía una palabra de la Z a la A para describirla.
T de tarde
Si había algo que realmente encontraba detestable en las personas, eso era la impuntualidad; en verdad no lograba entender cuál era el puto problema en la gente para llegar tarde a todos lados.
Por esa misma razón, yo me consideraba un desquiciado de la puntualidad: si tenía que cumplir un horario, lo cumplía al pie de la letra; incluso y hasta era de las personas que llegaban antes, con muchísimos minutos de anticipación, por si algún inconveniente me llegaba a atrasar durante el camino. Y si por alguna de esas casualidades llegaba tarde o sabía que eso ocurriría, me tomaba la molestia de llamar para avisar de tal hecho.
Siendo tan responsable con la hora, aún seguía sin entender cómo es que había terminado por relacionarme con Kinomoto, quien era totalmente opuesta a mí en ese sentido.
Iba a ser casi media hora desde que esperaba a la castaña, y la muy maldita ni siquiera se dignada a llamar para notificarme de su atraso. Mi paciencia tenía un límite y ella lo estaba rebosando.
Ésta iba a ser la primera vez oficial que salíamos juntos a algún sitio siendo, lo que ella denominaba como amigos, tal y como tanto había insistido. La que habría sido la primera vez, había sido un total fiasco. Por mi parte, como una persona firme a sus palabras, ese día había asistido puntual al café, pero ella me había dejado plantado: plantado por primera vez en mi vida… Al final la culpa no había sido totalmente de ella, más bien de un grupo de molestas y chismosas chiquillas con quienes ya había arreglado el asunto, pero aquello no quitaba el hecho de que hoy sintiera la molestia de quedar plantado por segunda vez; esta ocasión no se lo perdonaría.
Cuando miré el reloj, comprobando que ya iban a ser cuarenta y cinco minutos de atraso, pude divisar a lo lejos una alborotada castaña que corría de forma nada femenina ni prudente; no hizo falta mucho más, para darme cuenta de quien se trataba. Y aunque mi ceño estuviera fruncido más de lo común, eso no pareció afectarle, mucho menos notando que ella, aquel detalle, lo pasó inadvertido.
—Hasta que se te ocurre aparecer, Kinomoto.
—¡En verdad lo lamento, Li! —exclamó disculpándose de forma atropellada, algo típico en ella— Tuve una discusión con mi hermano, y aquello me atrasó. Además no pude evitar pasar por una tienda que vi por el camino —dijo enseñándome una pequeña caja que hasta entonces no había notado.
—¿Y eso que se supone que es? —pregunté sin querer evitar que me pique la curiosidad.
—Son unos pastelillos de chocolate que me parecieron por más deliciosos —respondió y automáticamente mi boca se hizo agua a la sola mención del chocolate—. Son en compensación por haberte hecho esperar.
Quedé perplejo al saber que los había comprado especialmente para mí, lo cual me lo confirmó el hecho de que me ofreciera la caja para que la tomase en mis manos. A pesar de que lo hice, le dije que los compartiríamos, a lo que ella se negó rotundamente, demostrándome lo terca y caprichosa que podía hacer.
—Kinomoto, me has hecho esperar casi una hora entera en esta esquina. La única manera para que considere perdonarte, será que compartas estos pastelillos conmigo. Además has comprado demasiados; no podré comerlos ni aunque muera por hacerlo.
Y con aquella especie de orden que le impuse, su cara de sorpresa apareció, y pocos segundos después yo también acabé sorprendido, recapacitando en las palabras que había pronunciado sin siquiera haberlas analizado demasiado antes de hacerlo. Nunca había sido muy caballero ni benevolente y eso había sonado justamente a aquellas virtudes de las cuales carecía.
Intentando cambiar rápidamente el tema de conversación, le cuestioné qué era lo que quería hacer aquella tarde, a lo que me respondió que prefería caminar, sin rumbo fijo, comiendo los pastelillos que teníamos, comprando algún refresco para acompañarlos, y conversando para conocernos más. Su última idea no me apetecía en lo más mínimo; odiaba hablar de mí con otras personas, pero contaba con la suerte de que Kinomoto era sumamente inocente y manipulable, con lo que fácilmente podía desviar los temas de conversación.
Varias calles y pastelillos después, los cuales la mayoría los había comido ella, ya sabía gran parte de su vida, y ella casi nada de la mía; mi plan había funcionado a la perfección.
Sabía que Kinomoto tenía un hermano mayor, con el cual vivía junto con su padre. Su madre había fallecido varios años atrás, sin embargo ella no se mostraba triste al recordarla; al contrario, se la notaba increíblemente feliz con su sola mención. Le gustaban las fresas, adoraba los deportes y le temía a cualquier cosa paranormal, algo que había descubierto tiempo atrás; le gustaba leer y el té de manzanilla; cocinar no era su pasatiempo favorito, sin embargo lo solía hacer muy seguido.
—Y dime, ¿siempre sueles tener problemas con la puntualidad? Aunque si mal no lo recuerdo, de chica en la primaria, solías llegar tarde a todas las clases —dije picándola.
—Es sumamente vergonzoso que recuerdes eso de mí —dijo con la cabeza gacha, aunque desde mi posición podía notar que hasta las orejas se le habían tornado rojas.
Y aquella había sido una verdad, quizás demasiado certera.
Si debía mencionar los nombres de todos aquellos que habían sido mis compañeros de salón durante la primaria, acabaría por mencionar cinco o seis nombres con suerte; en esa época era incluso mucho más asocial que ahora. Pero había un apellido que no olvidaría y que, cada vez que lo mencionaban, traía a mi memoria los recuerdos de esa época. A pesar de que durante la secundaria y casi toda la preparatoria, Kinomoto y yo no nos hubiésemos relacionado en lo más mínimo al no tener amigos o un salón en común, su apellido era una leyenda en todo el instituto, y lo había sido siempre, por lo cual ella me era en cierta forma conocida.
Todos bien sabían que aquella chica, era la que llegaba tarde a todos lados; todos la habían visto correr despavorida en algún momento de sus vidas; todos conocían el enorme listado de reportes y castigos que la chica tenía en su poder.
Sin embargo en aquellos años, pocas habían sido las veces que nos habíamos cruzado o siquiera mirado. Hasta cierto día, en donde, como en una especia de déjà vu, una chiquilla castaña de verdes ojos se acercó a mí intentando entablar cierto tipo de amistad.
Y aquí me encontraba ahora, en ese cierto tipo de amistad, con la chica con más historiales de tardanza en su corta vida.
—Sabes, mi padre siempre dice que me parezco mucho a mi madre en ese sentido. Al parecer ella también solía llegar tarde a todos lados… creo que es un mal de familia —agregó riendo.
—Tampoco es que fuera un pecado capital la impuntualidad. Simplemente deberías proponerte no holgazanear tanto para, así, llegar a horario.
—¡Oye! —exclamó golpeando mi brazo en un arrebato de confianza— ¡Yo no holgazaneo! —y con un tierno mohín, hizo que largara la carcajada.
La pequeña reunión de ambos terminó sin ningún contratiempo, quedando los dos de acuerdo en juntarnos nuevamente cuando se diera la ocasión… claro está, si es que ella traía consigo los mismos pastelillos de esa tarde.
Durante lo que fueron casi dos semanas, extrañamente no supe mucho de ella, hasta que un día, mi buen e insoportable amigo Eriol, apareció para contarme la última novedad… según Daidouji, su novia y la mejor amiga de Kinomoto, ésta había, milagrosamente, estado llegando a horario a todas sus clases en esas dos semanas que se habían sucedido.
Conociendo el historial de la castaña, aquello era un tanto difícil de creer, por lo que, no confiando en mi amigo, esa misma tarde cité a la chica en cuestión, para que nos reuniéramos en el parque, y así, entre conversación y conversación, poder confirmar o no aquel alocado rumor.
Siendo las cuatro y treinta y cinco de la tarde, Kinomoto apareció corriendo como siempre, hasta detenerse frente mío, habiendo llegado únicamente cinco minutos tarde.
—Me sorprendes, Kinomoto —dije mirando mi reloj aun sin poder creerlo—, cinco minutos no son nada comparado a tus usuales tardanzas.
—Lo sé —sonrió triunfante—. He hecho mi mejor esfuerzo para ser puntual desde aquella vez que nos juntamos. Esta vez tardé esos minutos de más porque había olvidado los pastelillos, y tuve que volver por ellos —dicho eso, me mostró la pequeña caja con los dichosos dulces de chocolate que tanto me habían gustado, y que tanto disfrutaría ese día.
Y sonreí, no solo por eso, sino por saber que, de una u otra forma, había ayudado inconscientemente a que Kinomoto fuera más puntual, no solo beneficiándola, sino también, beneficiándome a mí en el proceso.
Claro está que aquello no iba a durar mucho tiempo; pocos días después, la castaña volvía a llegar tarde a casi todas las clases. Pero quizás era mejor así… verla por los pasillos, agitada, despeinada, y con las mejillas sonrojadas, era en cierta manera nostálgico, normal y hasta encantador.
N/A: Buenos días, tardes, noches.
Una vez más, he aquí otro capítulo de esta pequeña y humilde historia, donde quise captar la tan clásica cualidad de Sakura, que es llegar tarde a todos lados jajaja.
Espero que hayan disfrutado de estas líneas. No olviden dejarme sus opiniones, ¡ya saben dónde encontrarme!
Gracias por leer *-*
Besos sabor a miel,
LadySuzume-Chan.
