Disclaimmer: Los personajes de la siguiente historia pertenecen a Clamp, si no fuese así, Sak y Shao serían novios desde el primer capítulo. La historia es de mi propiedad.

Summary: Porque él tenía una palabra de la Z a la A para describirla.


P de peleadora

Movió su caballo dos casilleros hacia delante y uno hacia la izquierda, sin saber que aquel movimiento tan poco estratégico era la firma a su sentencia de muerte.

Jaque mate.

—¡Oye! ¡No es justo! —reprochó haciendo un mohín y cruzando sus brazos en el pecho—. Estoy segura que has hecho trampa.

—Es la quinta vez consecutiva que pierdes, Kinomoto —dije divertido al ver su expresión de furia—. Admítelo, eres una perdedora. Yo soy mejor que tú en todo.

—Jamás —sentenció para empezar a acomodar las piezas en sus respectivos casilleros.

Luego de una hora, y habiendo jugado otras tres veces, Kinomoto seguía sin ganar y sin querer rendirse en lo absoluto, por lo que me vi involucrado en una cuarta partida de ajedrez, obteniendo el mismo resultado de las ocho veces anteriores.

Su frustración era palpable. Sus orejas estaban enrojecidas y seguía sin quitar su tan gracioso mohín.

—Debe de existir algo en lo cual yo pueda vencerte, Shaoran.

—¿Cómo me has dicho? —pregunté con los ojos cual platos al haber escuchado por primera vez mi nombre siendo pronunciado por Kinomoto.

—¿Shaoran? —dijo como si aquello fuera de lo más normal, aunque quizás sí lo era.

Mi extraña relación amistosa con Kinomoto había empezado hacía unas pocas semanas, y ésta era la primera vez que ella me llamaba por mi nombre de pila, o al menos la primera vez en que yo la oía o le prestaba real atención. Si bien no me incomodaba, sí me resultaba extraño. La única persona en llamarme Shaoran, además de mi familia, era Eriol.

Aunque dicho por Kinomoto sonaba mucho mejor.

—¿Acaso te molesta que te diga Shaoran, Shaoran? —preguntó entre curiosa y divertida.

—N-no, no es eso —traté de decir, sintiendo nuevamente esa extrañeza, y dejándome totalmente evidenciado por el estúpido e inconsciente tartamudeo—. ¿Jugamos otra partida?

—¡Oh, Dios! —chilló tapando su boca con ambas manos—. ¡Te has ruborizado!

Quise negarlo a toda costa, pero mis mejillas ardieron antes de poder emitir palabra alguna, logrando que Kinomoto riera a todo pulmón, lo más probable, burlándose de mí.

—Madura, Kinomoto —dije tratando de mantener mi dignidad y orgullo en alto.

—Te has burlado de mí por todos los juegos de ajedrez que perdí, ¿tú crees qué, ahora que encontré con que molestarte, dejaré de hacerlo?

Su nueva carcajada me dio la respuesta a ello.

—Eres vengativa.

—Peleadora diría yo, Shaorancito.

—¿Shaoran…cito? —la miré incrédulo—. Oh, no. Esta vez sí que te has pasado.

Su sonrisa retadora me mostró que mis palabras poco le afectaron; la implícita amenaza en ellas poco pareció afectarle. En cambio, seguía observándome con mirada burlesca, como si mi propia persona se tratara del chiste más divertido de todos.

Y de pronto, temí por esa faceta suya que no había conocido hasta ahora.

Extrañamente, el resto de la tarde la pasó sin hacer mención de mi nombre, aquello que ella había encontrado tan divertido y algo que a mí solo lograba hacerme poner nervioso. En cambio permanecimos tranquilos, jugando un partido de futbol en la PlayStation, por propia elección de Kinomoto, quien se había decidido por eso luego de haber revuelto todo, en busca de nuevos horizontes en los cuales competir conmigo.

La risa estruendosa resonó por toda la estancia cuando el quinto gol fue marcado. Cinco a cero mostraba el contador en la pantalla, demostrando una vez más que en los videojuegos también era mejor.

—¿Por qué la cara larga, Kinomoto? —pregunté picándola, peleándola por el solo hecho de que enojada y gruñona se veía demasiado tierna e infantil.

—¿Juegas backgammon? —preguntó haciendo caso omiso a cualquier burla.

—¿Backgammon? —reflexioné—. No.

—He visto que lo tienes entre tantos otros juegos —dijo apuntando a la gran pila sobre la mesa—. Hemos jugado juegos en los que tú te manejas increíblemente bien. Ahora es mi turno de enseñarte.

—Ilumíname.

Aún sentados en el piso, nos acercamos a la pequeña mesa de té. Kinomoto tomó la caja con el tablero y las fichas; al primero lo abrió y luego empezó a repartir las piezas por grupos en los extraños picos que este tenía. Fichas blancas para mí, negras para ella. Y así comenzó la explicación.

Si bien al principio me encontré algo perdido, luego de, sin mucho más esfuerzo, prestar más atención, descubrí que en realidad era bastante simple; en forma rápida capté como era la metodología de aquel juego. Se basaba, al igual que el ajedrez, en la estrategia: tenía que lograr que todas mis fichas terminaran en la casilla final antes de que ella lograra lo mismo; evitar que capture mis fichas para atrasarme, y sobre todo tener suerte a la hora de tirar los dados.

—¿Entendiste? —preguntó con sonrisa burlona, retándome.

—¿Con quién crees que estás hablando? —respondí orgulloso de mi rapidez y buen entendimiento, ya preparado para empezar la primera partida.

Kinomoto me dio el absurdo honor de empezar primero, según ella por el hecho de que era principiante y no podía aprovecharse de esa desventaja que yo poseía. Su error lo tomaría como una ventaja para mí; perder no estaba en mis próximos planes para esa tarde.

De a una, y otras veces de a dos por turno, fuimos moviendo las fichas. Mientras que ella se detenía a pensar en sus movimientos con mirada fría y calculadora, yo actuaba rápido, pensando que en realidad no había mucha ciencia en el backgammon… lo cual luego lamenté. En menos de cinco minutos había perdido y Kinomoto se divertía a costa mía.

—Parece que el joven invencible no es tan invencible después de todo.

—Fue porque recién acabo de aprender —dije al contrario—. La primera partida fue solo de calentamiento. Juguemos otra —propuse, esta vez concientizándome de que debía esforzarme más en las jugadas.

Pero aún así y por más que me esforzara, ella era mucho mejor que yo en el juego. Llegado un punto, supe que si aceptaba otro reto, terminaría por perder la poca dignidad que me esforzaba por mantener.

—¿Qué ocurre? —preguntó—, ¿no será que acaso herí tu orgullo de macho, Shaorancito?

La miré como queriendo asesinarla.

—No empieces de nuevo, Kinomoto —dije entre dientes.

—Es extremadamente divertido pelearte —sonrió—. No sabía que podía reír y disfrutar tanto mofándome de ti.

Opté por permanecer en silencio. Ella, tomando aquello como mi rendición, rió a carcajada limpia mientras se jactaba de lo buena que era en el backgammon y en molestarme a mí. Festejaba cual triunfadora. Y me encontré riendo de lo absurda que era la situación; de lo absurdo de esa competitividad y de lo absurda pero a la vez adorable que se veía con esa cara de querer seguir peleando y compitiendo con tonterías como lo eran los juegos de mesa y las consolas de videojuegos.

Aunque lo que seguía sin resultarme adorable, era la forma en que ella había decidido apodarme.

—Oye, Kinomoto —llamé cuando se hubo tranquilizado—. Por favor no vuelvas a llamarme de la forma en que lo has hecho antes.

—¿Cómo, Shaorancito? —preguntó divertida.

—Exactamente como lo acabas de hacer.

—Con una sola condición —meditó—. Dejaré de decirte así, solo si tú dejas de decirme Kinomoto y, en cambio, empiezas a llamarme por mi nombre.

La miré atentamente, analizando sus gestos en busca de alguna trampa, de algún mínimo detalle que me demostrara que aquello tenía un truco, que no todo iba a resultar tan simple como estaba planteándomelo. Pero solo me encontré con la misma chica frente a mí, quien sonreía abiertamente.

—¿Sólo eso? —dudé.

—Sólo eso, Shaorancito.

Y habiendo escuchado nuevamente aquel diminutivo, supe que era mi única salida. Respiré profundo.

—Está bien, Sakura.

Era la primera vez que pronunciaba su nombre, y me supo extraño.

Jamás solía llamar a nadie de forma tan informal, mucho menos a una mujer. Si miraba en retrospectiva, ella era a la primera mujer ajena a mi familia a quien llamaba por su nombre de pila.

—Dilo otra vez.

La miré extrañado.

—¿El qué?

—Mi nombre.

Y a pesar de que aquello era extraño, accedí: —Sakura —pronuncié ésta vez más suavemente.

Miré atento su reacción; ella estaba con los ojos cerrados y con una sutil pero notable sonrisa pintada en sus labios. Podía asegurar que se veía igual a como me imaginaba que me veía yo cuando disfrutaba de una buena barra de chocolate. Placer puro. Pero lo que seguía sin entender era qué era lo que tanto placer podía causarle.

—Se oye bien mi nombre con tu voz —dijo como leyendo mis pensamientos; y un rubor subió a mis mejillas—. Pero creo que seguiré diciéndote Shaorancito por otro rato más.

—No tienes remedio —me resigné si querer comenzar a rogarle para que dejara de llamarme de esa forma que encontraba tan ridícula para mi persona.

—Es divertido pelearte, ya te lo he dicho —sonrió más ampliamente—. Y lo seguiré haciendo aún y cuando tú ya no quieras ser más mi amigo. Seguiré peleándote hasta el final de los tiempos.

Y fue una amenaza para no tomársela a la ligera.


N/A: Buenos días, tardes, noches.

Aquí Suzu reportándose tarde, como se le está haciendo costumbre. La verdad es que estoy teniendo unos días de espanto; mi familia está colmando mi paciencia :v Creo que mataré a alguien pronto. Pero lo importante es que volví a aparecer y mejor que nunca (ok, no)

Espero que hayan disfrutado del capítulo mis queridos… ya saben cómo es el protocolo: no duden en hacerme saber sus opiniones y críticas tanto por aquí, como por face, donde pueden llegar a armarse divertidos debates que suelen terminar algo subidos de tono (el honor a eso se los debo a Evy y Val)

Gracias por leer y por estar conmigo siempre. Tengo un grupo de lectores increíble, y nunca dejaré de hacérselos saber.

Besos sabor a arándanos,

LadySuzume-Chan.