Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus autoras Mizuki e Igarashi. Esta historia es de mi autoría como todas las que he escrito y lo hago sin fines de lucro, solo por entretención.
CAPITULO II
Sueños rotos
El resto del viaje Candy no volvió a ver al conde, así como había aparecido en su vida había desaparecido como si fuera un fantasma. Candy no dejaba de preguntarse quién sería realmente aquel hombre, que la ayudó y termino diciéndole que quería que fuera su esposa. ¿Acaso estaba loco? no lo parecía, pero ella siempre pensaba que los nobles eran un poco extraños y él era uno de ellos.
Era un bello atardecer cuando el barco arribo a uno de los puertos más grandes de Londres. Un lugar maravilloso que a Candy de inmediato la dejo cautivada. Mientras se bajaba del barco, sintiendo una leve brisa marina, miraba entre la gente al conde, quería agradecerle su generosidad de pagarle el pasaje en el barco en una de las mejores recamara, algo que le estaría eternamente agradecida, pero no lo veía por ningún lado. Desistiendo de encontrarlo con su maleta en la mano, Candy tomó un carruaje que la llevara donde estaba la mansión del padre de Terry, no sabía dónde quedaba, pero el cochero le dijo que la conocía muy bien.
Ella iba fascinada mirando por la ventana del carruaje, aquella hermosa capital de Inglaterra, que todos deseaban conocer. Su corazón palpitaba rápidamente, por fin estaba en Londres y muy pronto al lado del hombre que amaba. Pensaba con una sonrisa en los labios, la cara que pondría Terry cuando la viera llegar, ya que él pensaba en ir a buscarla América, pero ahora no tendría para que hacer ese viaje, ella estaba junto a él para casarse y por fin formar esa familia que ambos siempre han deseado.
—Ya llegamos, señorita –le dijo el cochero.
Candy se bajó del carruaje echándole una rápida mirada a la mansión del duque de Granchester.
—Gracias, señor -se despidió Candy pagándole.
—Adiós, señorita.
—Adiós.
Candy se quedó parada por unos minutos frente a la mansión, que era como un castillo medieval. Su pórtico era de estilo gótico y tenía altas ventanas cubiertas de finas cortinas blancas. Aquel lugar estaba rodeado de un inmenso parque, iguales a los castillos que había visto en los libros.
"Esto es maravilloso y yo viviré aquí junto a mi Terry" pensó con los ojos iluminados.
Dando un fuerte suspiro, Candy se acercó a la reja que envolvía la mansión, tocando una pequeña campana para que alguien acudiera en su llamado.
En ese momento un costoso carruaje con dos finos caballos ingleses llegaron a la mansión, donde bajo el mismo duque de Granchester, que de inmediato observó a la rubia.
—¿Que necesita, señorita? –le preguntó.
La rubia se acercó a él, sospechando que era el padre de su prometido, ya que se parecía mucho a Terry, tenía el mismo color de su cabello castaño y la misma expresión en sus ojos azules.
—Usted es el padre de Terry, ¿verdad?
—¡Sí! ¿Quién es usted? –le preguntó el duque.
—Soy Candy White, la novia de su hijo. He viajado desde América para reunirme con él.
El duque miró a Candy con cara de sorpresa, sacándose su sombrero de copa negro.
—Siento decirle que mi hijo no se encuentra en Londres.
—¿No me diga que viajo a América a buscarme? –le preguntó Candy confundida.
—No, él está en Paris, pasando su luna de miel con su esposa.
La rubia se quedó aturdida, como si un fuerte golpe le hubieran dado en la cabeza.
—¡Eso no es verdad!
—Lo es, señorita.
—¡No puede ser! ¡Terry iba a casarse conmigo!
—Lo siento, pero mi hijo contrajo matrimonio con otra joven, una hermosa dama que está a su altura –le aclaró el duque mirándola con indiferencia.
—¡No le creó…! ¡Terry no pudo haberme hecho algo así! –le gritó Candy descontrolada –. ¡El me ama solo a mí!
—La amaba, porque ahora está muy enamorado de su esposa. Así que es mejor que se vaya de aquí señorita y regrese a América, mi hijo ya no es parte de su vida.
Candy con sus mejillas llenas de lágrimas, tomó su maleta y se fue de la mansión del duque, sintiendo una profunda herida en su corazón por la traición del amor de su vida. Con paso lento se puso a caminar sin tener un rumbo fijo y sin saber a dónde dirigirse, pensando que iba ser ahora en un País que no conocía y sin dinero.
...
Para el conde William Albert Andrew, regresar a Londres significaba rencontrarse con su doloroso pasado, que a pesar de los años no ha logrado superar. Sin embargo, estaba consciente de que tenía que hacerlo, para poder comenzar una nueva vida y dejar definitivamente ese dolor para que pudiera ser feliz.
Fue el último en bajarse del barco y antes de irse a su mansión que quedaba en las afuera de Londres, paso a un conocido restaurante de la ciudad, en compañía de su amigo y mano derecha George Johnson, que había ido al puerto a buscarlo para darle la bienvenida.
—¿Cuéntame cómo estuvo el viaje, William? –le preguntó George acomodándose una servilleta de género en sus piernas.
—Este viaje tubo algo diferente –contestó Albert pensando en la bella rubia que había conocido en el barco.
—¿No me digas que conociste a una hermosa dama?
—Algo así, George. Conocía a una hermosa joven llamada Candy White. La pobrecita viajaba de polizonte y yo le terminé pagando el pasaje, para que no la mandaran a la cárcel.
—¡Vaya que historia! –exclamó George bebiendo un poco de vino –. Pero no debiste hacerlo, no es correcto que te involucres con esa clase de muchacha.
—No podía dejar que se la llevaran a la cárcel era tan parecida a...
—A tu prometida, ¿verdad? –lo interrumpió George.
—Sí, se parecía mucho a Shara, que hasta fui capaz de pedirle que fuera mi esposa.
—¡Que!
—¡Que le pedí que fuera mi esposa! –Repitió Albert –. Pero no te preocupes, está comprometida.
—¡Me nos mal! –exclamó George aliviado –. William estas actuando muy mal, un día de esto te vas a meter en problemas, ya es tiempo de que te olvides de tu prometida.
El conde sentía que las palabras de su amigo le rompían su corazón, olvidar a la mujer que tanto amo, era como si le arrancara la vida.
—Es mejor que cambiemos de tema. ¿George cómo van los negocios de la familia?
—Todo muy bien, desde que te fuiste de viaje he manejado las cosas de maravilla.
—Me cansé de viajar por el mundo –contestó Albert echándole vino a su copa –. Ya es hora de que tome mis obligaciones como conde, así que me quedare definitivamente en Londres.
—¿Estás seguro?
—Sí, ya tengo que olvidar el pasado y continuar con mi vida.
—¿Eso también significa casarte con alguna joven? –le preguntó George.
El conde dio un pesado suspiro.
—Para eso no me siento preparado, creo que me quedare soltero, no podría resistir pasar otra vez por lo mismo.
—No digas eso, eres muy joven, estoy seguro que te vas a volver a enamorar. Mírame a mí la edad que tengo y estoy completamente enamorado.
—¿De quién, amigo?
—Después te voy a contar -sonrió George -. Así que no pierdas las esperanza.
Albert se quedó pensativo tomando un sorbo de vino, mientras el rostro de Candy apareció en su memoria inconscientemente.
...
La noche llegó y Candy seguía caminando sin rumbo fijo, por un largo camino de tierra sin saber dónde se encontraba. Con la mirada perdida y pensando en solo en Terry, en cómo fue capaz de casarse con otra mujer, si ella era su prometida, la mujer que él amaba, o tal vez nunca la amo de verdad. Que tonta había sido en creer en sus palabras que regresaría a buscarla, si tal vez en el fondo de su corazón Terry nunca pensó en hacerlo. Ya cansada de caminar Candy decidió sentarse debajo de un árbol que estaba a la orilla del camino, sintiendo mucho frio, saco de su maleta una manta de lana y se la colocó en el cuerpo, hasta que se quedó profundamente dormida en medio de una oscura noche que provocaba miedo.
Al día siguiente, la rubia se despertó en una cómoda cama, con sabanas de sedas, igual a la cama que pasó las noches en el barco. Incorporo su cuerpo dándose cuenta que estaba en una hermosa habitación de paredes color marfil, rodeada de lujosos muebles estilo inglés, un alto ropero, un escritorio y juego de dos sofás color rosa y un el fondo un ventanal de cortinas de encajes, donde entraban unos escasos rayos del sol.
"Donde me encuentro", pensó Candy muy confundida.
La puerta de la habitación se abrió en ese instante, entrando una joven vestida de sirvienta con unas toallas en las manos.
—Buenos días, señorita –le dijo la sirvienta al ver que la rubia estaba despierta.
Candy la miró extrañada.
—¿Quién es usted? –le preguntó.
—Mi nombre es Dorothy y soy una de las sirvientas de esta mansión.
—¿Dónde estoy? ¿Cómo llegue aquí? –preguntó Candy un poco angustiada por encontrarse en un lugar que no conocía.
—Cálmese.
—¡No me voy a calmar hasta que me responda la pregunta que le hice!
Dorothy se acercó a la cama.
—Se encuentra en la mansión Andrew y el mismo conde de Andrew la trajo hasta aquí.
Candy se quedó pensativa por unos minutos, el conde de Andrew, no podía ser el mismo hombre que había conocido en el barco.
—¿Cómo es el nombre del conde?
—William Albert Andrew.
La rubia se quedó helada con la respuesta de la sirvienta.
—¡No comprendo nada! ¡Necesito hablar con él! –dijo Candy levantándose de la cama, pero la sirvienta la detuvo.
—No se levante...anoche cuando la trajeron tenía mucha fiebre, es mejor que se quede en cama.
—¡Pero, tengo que hablar..!
—Tranquila –la interrumpió Dorothy –. Yo voy a buscar al conde para que venga hablar con usted.
Minutos después, Albert llegó a la habitación donde estaba Candy, cuando la vio acostada en la cama con su cabello rubio suelto y el rostro pálido, no dejo en recordar a su prometida.
—¿Dorothy me dijo que desea hablar conmigo? –le preguntó colocándose a los pies de la cama.
—¿Quiero que me explique cómo llegue a su mansión?
—Me la encontré anoche dormida debajo de un árbol, yo iba en mi carruaje cuando la vi a la orilla del camino. De inmediato la reconocí y la traje hasta aquí.
—Se lo agradezco. No sé cómo me quede dormida en ese lugar.
—Tenía mucha fiebre –le contó el conde –. Me gustaría saber qué hacía sola a esas horas de la noche. ¿Que no se iba a encontrar con su prometido?
Candy desvió su mirada, recordando en ese momento todo lo que había pasado con el padre de Terry, sintiendo un gran dolor en su corazón.
—¡No quiero hablar de el! –le pidió con los ojos llorosos.
Albert de inmediato se dio cuenta que algo malo le había pasado a la rubia.
—Comprendo, no le are más preguntas.
—Gracias…
—Bueno, la dejo para que descanse.
—No quiero causarle molestia es mejor que me vaya de aquí, mi lord –le dijo Candy apenada.
—No dejare que lo haga, hasta que se recupere.
—Pero...
—Pero nada, señorita White –la interrumpió el conde -. Puede quedarse todo el tiempo que quiera en mi mansión.
—Gracias... usted ha sido muy amable conmigo, me ayudo en el barco y ahora aquí.
—Estoy para servirla señorita White, así que ahora siga descansando, queda en su casa –le dijo caballerosamente marchándose de la habitación.
…
Cuando el conde bajo al salón principal de su hermosa mansión, se encontró a su tía madan Elroy. Una mujer estricta y conservadora que ha sido como una madre para él, ya que su madre murió cuando solo era un adolescente. Elroy estaba sentada en una mecedora bordando un mantel.
—Buenos días, tía –la saludó.
—Bueno días, querido.
—Me alegra que hayas bajado al salón.
—Estaba cansada de estar encerrada en mi habitación, ya me siento mucho mejor.
—¿Y mi prima Flammy? –le preguntó Albert sentándose en un elegante sofá.
—Está en su habitación. ¿Por qué?
—Es que quedo en ayudarme a ordenar unos documentos.
—Me alegra que le des responsabilidades a Flammy.
—Si, es una joven muy capaz.
—¿Como esta la muchacha que trajiste anoche? -le preguntó Elroy.
—Anoche tenía fiebre y esta mañana la encontré muy pálida.
—William, no te preocupes tanto por esa muchacha, es una desconocida. Cuando se sienta mejor se ira de aquí.
—Lo se tía, es que...
—Te recuerda a Shara, ¿verdad? –le preguntó Elroy con un tono de preocupación.
—Así es tía, se parece mucho a ella.
—De una vez por toda tienes que olvidarte de tu prometida, lamentablemente ella ya murió.
El conde desvió su mirada hacia un cuadro de su novia que estaba en el salón.
—Es lo mismo que me dice, George.
—Lo vez William, tienes que olvidar el pasado y rehacer tu vida con otra joven. No olvides que eres un conde y tienes que darle descendencia a la familia –le recordó Elroy echándole unas puntadas a su bordado.
—Estoy consciente de eso tía, pero no me siento preparado para enamorarme nuevamente –admitió levantándose del sofá.
—William, algún día tendrás que superar tus miedos –le dijo Elroy mirando a su sobrino con mucha tristeza, ya que mejor que nadie sabía cuánto su sobrino había sufrido por la muerte de la mujer que iba ser su esposa.
—Bueno tía, te dejo, voy a trabajar a la biblioteca –dijo Albert pensativo. -Si ves a Flammy dile que vaya a la biblioteca.
—De acuerdo, sobrino.
…
Flammy era la sobrina de madam Elroy por parte de su difunto marido. Cuando los padres de Flammy murieron la anciana se hiso cargo de ella cuidándola como a una verdadera hija. Flammy es una joven con una doble personalidad, finge ser una mujer seria y recatada, que no desea casarse, pero en el fondo siempre ha estado enamorada del conde de Andrew, a pesar que sabe que este la ve como a una prima. Su sueño es casarse con él y convertirse en la condesa de Andrew, por lo que está dispuesta a todo para conseguirlo.
Tiene de amante a Tom Stevens, un joven que trabaja en la mansión como cochero, este le sabe muchos secretos por lo que se aprovecha de eso para sacarle dinero.
—Tom, es mejor que te vayas -le pidió Flammy saliendo de la cama envuelta con una bata de seda.
—La estoy pasando muy bien aquí -contestó el joven desde la cama.
—Tenemos que ser cuidadoso, alguien te puede ver en mi cuarto.
—Siempre vengo y nunca ha pasado nada. Soy muy hábil para escaparme por el balcón.
—Ahora es diferente, William está de regreso.
—¿Y tú crees que ahora él se va fijar en ti?
—Si -se volteo hacia él -. Esta vez William se va a enamorar de mí.
—¿Como puedes estar tan segura de eso?
—Por qué voy hacer todo para conquistarlo.
—Y si se enamora de otra.
Flammy frunció el ceño.
—Eso no va ocurrir -dijo con seguridad -. William no tendrá ojos para otra mujer que no sea yo. Y la que se atreva a conquistarlo la saco del camino como lo hice con Shara.
Tom se levantó de la cama y se acercó a ella.
—Eres perversa Flammy, ¿cómo fuiste capaz de asesinar a lady Shara?
—No tuve otra alternativa, esa estúpida me quería quitar a William y eso no lo podía permitir.
—Piensas asesinarle a todas las mujeres que quiera el conde.
—Si, a todas. Él tiene que ser mío, solo mío -contestó con una mirada inundada de maldad.
Continuará...
Hola mis lindas chicas
Espero que se encuentren muy bien. Aquí les dejo el segundo capitúlo de este fic, que gracias a ustedes ha gustado mucho. Espero que lo sigan leyendo y me manden sus lindos comentarios.
Gracias a Karysthel por hacerme dos correcciones en la historia que yo nos sabía de esa época, las voy a tomar en cuenta.
Gracias chicas por su apoyo y si Dios quiere nos leeremos pronto.
