Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus autoras Mizuki e Igarashi. Esta historia es de mi autoría como todas las que he escrito y lo hago sin fines de lucro, solo por entretención.
CAPITULO III
Un doloroso rencuentro
Días después, Candy ya se sentía mucho mejor de la fiebre que tenía, que decidió levantarse de la cama. Sin embargo, su corazón seguía muy herido por la traición de su novio Terry. Cada vez que lo recordaba se ponía a llorar, para sanar su dolor, un dolor que la ayudaría hacerse más fuerte de lo que siempre ha sido. Ahora su objetivo era regresar a América junto a su tía Pony, a la que extrañaba mucho. Ella y sus amigos del pueblo la ayudarían a superar aquella desilusión y así poder continuar con su sencilla vida.
—Señorita White, no debió levantarse –le dijo Dorothy entrando a la habitación con una bandeja en la mano.
—Ya me siento bien.
—Me alegra saberlo. Le traje su desayuno.
Dorothy llevó a la bandeja hasta una mesita de noche que estaba junto a la ventana.
—Venga a desayunar, señorita White.
—No tengo mucha hambre –contestó Candy desanimada.
—Tiene que comer o se volverá a enfermar.
—Está bien.
La rubia se acercó a la mesa donde se sentó.
—¿Quiere que le sirva café?
—No Dorothy, no te moleste yo puedo hacerlo –le respondió Candy echándose ella misma –. Me siento muy extraña que me traten como una señorita.
—Es que lo es...
—No Dorothy, yo soy igual que tú. Es más, dime solo Candy.
—¡No puedo hacer eso! –exclamó la sirvienta horrorizada.
—Claro que puedes, ya te dije que entre nosotras no hay diferencia. Yo en América soy como tú, tengo que trabajar para ganarme la vida.
—¿De verdad señorita White, bueno Candy?
—Si, trabajo en una frutería que hay en el pueblo donde vivo con mi tía Pony -le contó probando el café.
—Qué bueno.
—Sabes Dorothy se ve que eres una joven muy buena, desde que llegue aquí me has tratado con mucho cariño.
—Desde que te trajo el conde me simpatizaste, Candy.
—El conde –dijo Candy tomando un panecillo –. Él ha sido tan bueno conmigo desde que me conoció en el barco.
—Si conozco la historia, se la escuché el conde que se la contaba a la madame.
—¿Y quién es la madame acaso es su esposa? –preguntó Candy con curiosidad.
—No, es la tía del conde, se llama Elroy es una anciana muy orgullosa y estricta. El conde es soltero.
—¡Soltero! –repitió la rubia con sus ojos muy abiertos –. Pensé que un hombre como él ya estaba casado.
—Debería porque es muy bueno, aparte de lo atractivo que es –comentó Dorothy con una risita picara.
—Si es muy atractivo. ¿Y qué ha pasado por qué no se ha casado todavía?
—¿Por qué...?
En ese instante Elroy que estaba en su habitación toco la campanilla.
—Lo siento, pero tengo que ir a atender a la madame, después conversamos –dijo Dorothy saliendo apresurada de la habitación.
…
Más tarde Candy vestida con uno de sus sencillos vestido de tela barata en color azul, bajo al salón principal de la mansión, quedando muy impresionada con lo lujoso que era. Con sus bellos ojos verdes no dejaba de mirar el lugar. Las lámparas que estaba en el techo, las finas alfombras en el piso, los muebles, los altos sillones color burdeos, una mecedora de una fina madera, espejos y cuadros en las paredes con marcos de oro y plata. Y en los ventanales unas finas cortinas en color marfil y una inmensa chimenea donde está el cuadro de lady Shara, que le llamo mucho la atención a Candy por encontrarla una joven muy hermosa, rubia, de ojos pardos y piel blanca, lucía un fino vestido color marfil, descotado en los hombros y una amplia falda que la hacía verse como una princesa.
"Quien será esa mujer", pensó en ese momento cuando sintió unos pasos detrás de ella. La rubia volteo su cuerpo encontrándose con la presencia de Flammy que la miró muy seria de pies a cabeza.
—Buenos días –la saludó Candy con simpatía.
—Buenos días –le contestó Flammy con un tono seco –. ¿Tú debes ser la muchacha que trajo William anoche?
—Si me llamo Candy White. ¿Y usted quién es?
—Soy lady Flammy, prima del conde.
—Es un gusto conocerla, mi lady.
Ella la miró con indiferencia, viendo que la joven era de origen sencillo, pero muy bella.
—¿Y cuándo te vas de aquí? –le preguntó.
Candy se dio cuenta que aquella mujer no era nada agradable.
—Pronto. Tengo que regresar a América.
—Qué bueno porque a los Andrew no nos gusta tener intrusas.
—¡Yo no soy ninguna intrusa! -se defendió Candy con molestia –. El conde fue el que me trajo aquí.
—Eso es verdad Flammy –le confirmó Albert que llego en ese instante al salón.
La joven volteo su cuerpo.
—William, yo no quise decir eso –se defendió nerviosa con la situación.
—Te escuche muy bien, no me gusta que hagas ese tipo de comentarios. Pídele disculpa a la señorita White.
—No es necesario –intervino Candy –. Lo que paso no tiene importancia.
—Claro que la tiene. Flammy por favor...tu siempre has sido una joven muy correcta.
Flammy miró a Candy con ojos de odio, pensando que sería una gran humillación tener que pedirle disculpa a una joven tan insignificante como esa, pero no tenía otra alternativa que hacerlo ya que el mismo conde se lo estaba pidiendo y no podía quedar mal con él.
—Claro, primo William –dijo ella con una profunda rabia –. Candy discúlpame, no debí tratarte de intrusa.
—No se preocupe mi lady, está olvidado.
—Gracias. Yo me retiro, voy a ver a tía Elroy –se despidió Flammy saliendo del salón echando chispas por los ojos.
—No debió obligar a su prima a que me pidiera disculpa –le dijo Candy al conde –. Después de todo yo no soy nadie.
Albert le sonrió.
—Usted es mi invitada y no voy a permitir que nadie la insulte en mi mansión.
—Mi lord, ha sido muy gentil conmigo en ofrecerme su mansión, pero ya es tiempo de que me vaya.
—No tiene por qué irse todavía.
—Tengo que hacerlo.
—¿Me imagino que volverá al lado de su prometido?
Candy sintió que su corazón se volvía a romper con la pregunta del conde, sintiendo unas inmensas ganas de llorar, pero se contuvo…tenía que ser fuerte y salir adelante, después de todo no valía la pena sufrir por un canalla que solo le hiso falsas promesas.
—¡El ya no es mi prometido! –respondió Candy con dureza –. ¡Terry se casó con otra mujer!
Albert levanto la ceja, mirándola muy sorprendido.
—¿Cómo ocurrió? Usted era su prometida.
La rubia dio unos pasos antes de responder.
—Ni yo misma lo sé. Cuando fui a buscarlo a la mansión de su padre el duque de Granchester, este mismo me dijo que su hijo estaba en Paris con su esposa, una joven fina de alcurnia, no como yo que soy una plebeya.
—¿Como su prometido es hijo del duque de Granchester? –le preguntó el conde.
—Sí, es una larga historia que no deseo hablar.
—Entiendo, siento mucho lo que le pasó, señorita White –le dijo Albert con sinceridad –. Me imagino como debe sentirse.
—Usted no puede imaginar la decepción que siente mi corazón, del dolor de mi alma al darme cuenta que todo este tiempo estuve enamorada de un hombre que nunca me quiso de verdad. Me engañó al decirme que regresaría por mi América para casarnos y lo terminó haciendo con otra –dijo Candy conteniendo las lágrimas –. Pero yo lo sabía, cuándo Terry se vino a Londres yo presentí que podía perderlo, por eso vine a buscarlo antes de que eso ocurriera, pero llegué demasiado tarde.
—Aunque no lo crea comprendo su dolor. Es muy triste perder a la persona que uno ama, deja un vacío tan grande en el corazón que no se puede curar con nada.
Candy lo miro asombrada, al darse cuenta que los ojos del conde estaban iluminados por las lágrimas.
—¿A usted también lo engañaron? –le preguntó.
—No, en mi caso las cosas fueron diferente, mi prometida murió un mes antes de casarnos –respondió mirando el cuadro de lady Shara.
—¡Dios mío! –exclamó Candy asombrada con lo que le estaba contando el conde.
—Shara era una mujer maravillosa, tierna, buena, me amaba tanto como yo a ella. ¡Éramos tan felices!
—Es la joven del retrato, ¿verdad? –le preguntó Candy mirando el cuadro.
—Si, ella es Shara.
—Era muy hermosa, es una pena que haya muerto tan joven.
—Sí, pero bueno ya no hablemos de cosas tristes. ¿Cuándo se va de la mansión?
—Mañana.
—¡Tan pronto! –exclamó Albert con decepción.
—Sí, tengo que encontrar un trabajo, para ganar un poco de dinero y poder pagarme el pasaje en barco, no deseo viajar nuevamente como polizonte me di cuenta que es muy arriesgado.
—Tiene razón, pero si lo desea yo le puedo facilitar el dinero para qué...
—¡No, de ninguna manera! –lo interrumpió Candy –. Usted ya a echo mucho por mí, ahora sola tengo que arreglármela.
—Me doy cuenta que es una joven muy valiente y luchadora, que se enfrenta con mucha fuerza a la adversidad.
Candy le sonrió.
—Nosotros los pobres tenemos que ser fuertes, nuestra vida no es fácil, siempre estamos pasando por problemas y necesidades que tenemos que enfrentar cada día.
—Me imagino, pero no crea que solamente los pobres sufren, nosotros los ricos también.
—Sí, eso es verdad, usted perdió a la mujer que amaba. Y yo al hombre de mi vida, ambos somos de mundo muy diferentes y sin embargo hemos pasado por el mismo dolor de perder a la persona que se ama –dijo Candy con melancolía.
—Así es, señorita White.
—Bueno no lo molesto más, voy arreglar mi maleta. Permiso, mi lord.
—Adelante, señorita White –le contestó Albert viendo como la silueta de la rubia salía del salón.
…
Al día siguiente…
El viento comenzó a soplar con gran intensidad y algunas gotas de agua comenzaron a caer, todo indicaba que caería una fuerte tormenta.
"Tengo que irme pronto", pensó Candy caminando hasta su maleta donde saco una capa de color café que se colocó en él cuerpo.
Tomó la maleta con una de sus manos y rápidamente bajo al salón, donde Albert se encontraba mirando por unos de los ventanales de la mansión.
—Mi lord –lo nombró Candy.
El volteo su cuerpo.
—¿Ya se va, señorita White?
—Si...antes de que llegue la tormenta.
—Me permite que la acompañe hasta la ciudad.
—No es necesario...solo dígale a su cochero que me lleve.
—Es que así me quedare más tranquilo –insistió Albert.
—¿Cómo guste?
Minutos después, Candy y el conde iban viajando en un costoso carruaje por un largo camino de tierra, sintiendo las primeras gotas de lluvias que comenzaba a caer. Ambos iban en un profundo silencio sumergidos en sus propios pensamientos. Candy pegada a la ventana del coche iba pensando en Terry, en cómo iba ser para vivir sin él, Terry era todo para ella, su novio, amigo y la persona que siempre confió ciegamente, hasta hora que la traicionó de la peor manera, algo que nunca le iba poder perdonar. Cuánto se arrepentía en venir a Londres a buscar a un hombre que no la merecía.
Albert la observaba detenidamente, sintiendo unas inmensas ganas de protegerla al verla tan desamparada y frágil. No dejaba de llamarle la atención que a pesar era una joven sencilla, era muy hermosa y sus modales eran finos como toda una dama. Se parecía mucho a su prometida, sin embargo, Candy tenía algo diferente que lo cautivaba, pero que lamentablemente no lo podría descubrir.
El carruaje seguía su marcha, cuando la lluvia comenzó a caer intensamente y a través de ella Candy pudo darse cuenta que estaba pasando por la mansión del duque de Granchester. Se quedó mirándolo detenidamente recordando la primera vez que estuvo en aquel lugar, dándose cuenta que Terry el hombre con el que pensaba formar una familia, salía de la reja que envolvía la mansión, vestido muy elegante con un fino abrigo negro y un sombrero de copa.
—Terry –lo nombró Candy con un hilo de voz.
El conde la miró escuchando el murmuro de la rubia.
—¿Pasa algo, señorita White? –le preguntó.
—Si...detenga el coche por favor, necesito bajarme aquí.
Albert hiso lo que ella le pidió mirando por la ventana, en ese momento se dio cuenta que estaba frente a la mansión del duque de Granchester.
El carruaje se detuvo y Candy se bajó de inmediato sintiendo sus piernas templando, al rencontrarse con Terry el hombre que a pesar de todo seguía amando.
—¡Terry! –lo llamo con los ojos iluminados.
El al escuchar la voz de su ex novia volteo su cuerpo, sintiendo la fuerte lluvia que caía sobre su cabeza.
—¿Candy que haces aquí? –le preguntó como si estuviera viendo un fantasma.
—Vine a buscarte mi amor, para casarnos –respondió ella sin decirle que sabía toda la verdad.
Terry la miró con ojos de terror, como iba decirle que se había casado con otra mujer.
—Candy... hay algo que tienes que saber…
—¿Qué pasa, mi amor...?-le preguntó ella sabiendo lo que le iba a decir.
El dio unos pasos hacia ella.
—Candy yo...no sé cómo decirte que...
—¡Que te casaste con otra mujer! –lo interrumpió Candy viendo el rostro de asombro de Terry.
—¿Cómo te enteraste? –le preguntó el bajando la mirada.
La rubia sintió ganas de llorar, pero se contuvo.
—Me lo dijo tu padre hace un par de días cuando vine a buscarte. Que te habías casado con una hermosa dama que estaba a tu altura, a la altura del hijo de un duque.
—Candy lo siento tanto...que no sé qué decirte.
—¡No me digas nada, Terry...por qué lo que me hiciste no tiene nombre! –le gritó Candy llena de dolor –. Como pudiste engañar de esta manera tal cruel, hasta el último momento antes de que viajaras a Londres me prometiste en regresar por mí, cómo fuiste ser tan desgraciado en ilusionarme si desde que te fuiste del pueblo me sacaste de tu vida
El conde al escuchar la fuerte voz de Candy sintió ganas de bajarse a rescatarla de las garras de su ex prometido, pero miro por la ventana y vio que Terry estaba abrazando a la rubia.
—Perdóname pecosa...te juro que mi intención era casarme contigo, pero cuando llegue a Londres…
—¡Aléjate de mí Terry! –lo aparto de ella empujándolo –. ¡No te imaginas cuanto te desprecio!
—¡Candy no me digas eso, me lastimas!
—Fuiste tú el que lastimaste mi corazón, yo te amaba Terry, me sacrifique en venir a buscarte...para que, encontrarte casado con otra mujer, claro porque te diste cuenta que era poca cosa para ti, ¿verdad?
—Si...Candy –reconoció Terry –. Mi padre me hiso ver que no podía casarme con una joven de pueblo y que tenía que escoger una esposa que estuviera a la altura del hijo de un duque.
—Y tú te dejaste influenciar por tu padre, en vez de haber luchado por nuestro amor...Sabes Terry, me doy cuenta la clase de hombre que eres y me alegro de no haberme casado contigo. ¡No quiero volver a verte nunca más en mi vida!
Fueron las últimas palabras de Candy y se fue corriendo con el corazón destrozado hacia el carruaje, donde el conde la estaba esperando.
—Ese hombre era su prometido, ¿verdad? –le preguntó.
—Si, era Terry –respondió Candy echándose a llorar, desahogando todo el dolor que sentía.
Albert se sentó a su lado y la abrazo con mucha ternura para tratar de calmar su dolor, sintiendo que el cuerpo de la rubia estaba mojado y tembloroso.
—Tranquila señorita White, no vale la pena que sufra por ese desgraciado.
—¡Me siento tan herida!
—Ya va pasar...ahora es mejor que regresemos a mi mansión. Está muy mojada y tiene qué cambiarse de ropa o se terminara enfermando.
—No quiero darle más molestia –le dijo Candy apartándose de él.
—No diga eso...por favor regresamos a mi mansión.
—Está bien...
Esa noche Candy se quedó en la mansión Andrew, pero no podía dormir, se levantó de la cama y camino hasta la ventana de la habitación, donde se puso a mirar como caía la lluvia deseando que pronto parara. No dejaba de pensar en Terry en su recuentro con el...un rencuentro que solo quería olvidar, como si Terry nunca hubiera existido en su vida.
Te voy a olvidar Terry, eso lo prometo, penso secando las ultimas lagrimas que iba a derramar por él.
…
En la mansión Granchester, Terry se sentía muy deprimido, el rencuentro con Candy lo había dejado muy afectado, ya que a pesar que estaba casado con otra mujer la seguía amando, por más que quería olvidarla no podía sacarla de su cabeza y menos de su corazón. Durante la hora de comer en el comedor principal de la mansión, Terry apenan provocaba bocado, mientras pensaba en Candy en todo lo que la había hecho sufrir.
—Mi amor, ¿qué te parece que vamos a la ciudad a pasar unos días a casa de mis padres? –le sugirió lady Susana que estaba sentada a su lado.
Terry estaba tan concentrado en sus pensamientos que no la había escuchado.
—¿Hijo, que te pasa? ¿porque no le contesta a tu esposa? –le preguntó el duque que estaba sentado en la cabecera de la mesa.
—¿Que sucede, papá? –preguntó Terry volviendo a la realidad.
—Pregúntale a tu esposa.
—¿Mi amor, que me decías? –le preguntó Terry mirándola de lado.
Susana lo miró furiosa ,levantándose bruscamente de la mesa.
—Ya no importa lo que te estaba preguntando, veo que tu mente está en otro lugar. ¡No estarás pensando en otra mujer!
Terry trago seco.
—Claro que no, mi amor...
—¡Mucho cuidado Terry, si me llegaras a engañar jamás te lo perdonaría!
—Susana, mi hijo jamás te aria algo así –intervino el duque –. Por qué no te sientas para que termines de comer.
—¡Lo siento suegro, pero ya se me quito el hambre! –contesto Susana yéndose del comedor.
—Parece que tu esposa es bastante impulsiva -comento el duque comiendo un trozo de carne.
—Si papá, impulsiva y muy celosa –admitió Terry con desagrado.
—Lo que pasa que está muy enamorada de ti.
—Lo se papá, pero Susana es demasiado celosa, en la luna de miel tuvimos varias discusiones por culpa de eso –comentó Terry tomando una copa de vino –. Según ella yo miraba a todas las jóvenes que veíamos en los teatros o los restaurantes que asistíamos. Es tan diferente a Candy.
—¡Terry por favor, dijimos que no volveríamos a hablar de esa muchacha!
—Es que tengo que hacerlo papá...me la encontré en las afuera de la mansión.
El duque lo miró frunciendo el ceño.
—Supongo que te dijo que habló conmigo, ¿verdad?
—¡Si papá! ¿Porque no me lo contaste cuando llegue de mi luna de miel? –le reclamó Terry.
—Para qué hijo...a esa muchacha le deje muy en claro que tú te habías casado con otra joven y que no te volviera a buscar.
—Pobre Candy, estaba destrozada y con razón fui un canalla con ella –dijo Terry recriminándose de eso.
—¡Hijo por favor olvídate de esa pueblerina de una vez! –le exigió el duque –. Ahora tu estas casado con otra mujer, tienes una vida diferente o que prefieres regresar al pueblo con esa muchacha y seguir viviendo en la pobreza.
—¡Claro que no, papá...!
—Entonces Terry, preocúpate de tu matrimonio con Susana y saca a Candy de tu vida y de tu corazón para siempre.
—Si papá, te prometo que lo are –le dijo Terry sabiendo que le iba ser muy difícil cumplir con su promesa.
Continuará.
Hola mis lindas chicas.
Espero que se encuentren muy bien. Aquí les traigo otro capitúlo de este fic, con mucho cariño para cada una de ustedes, que me han dado todo su apoyo. Muchas gracias por eso.
Les mando un cariñoso abrazo a la distancia y miles de bendiciones.
