Lo que queda de mí
Capítulo 2
Por Lu de Andrew
OoOoOoOoOoO
Chicago, Illinois.
Candy caminó con pasos apresurados, tenía que llegar a tiempo para entrar a trabajar. Desde hacía un par de años había tenido la oportunidad de poder trabajar como repostera en un hotel de la ciudad, no era el más lujoso, ni el más grande, pero le pagaba lo suficiente para poder pagar la renta y vivir día a día.
Al menos tenía ese oficio con el qué defenderse, pensó mientras entraba a la calurosa cocina y se disponía a hacer su famosa tarta de cerezas. Los padres de Annie, su mejor amiga, le habían ayudado cuando más lo necesitaba, pero en determinado momento supo que no podía seguir siendo una carga para ellos.
-Llega tarde señora Stevens, tendré que descontarlo de su paga – la voz de su jefe inmediato evitó que se sumiera en sus recuerdos, algo que cuando sucedía la desequilibraba mentalmente. Y aunque odiaba que ese hombre la reprendiera hasta porque una mosca volaba cerca, agradeció la interrupción.
El hombre se fue dándole la espalda sin darle tiempo de réplica. Era la primera vez en seis meses que llegaba tarde, pero la noche anterior había sufrido un ataque de ansiedad que la había mantenido despierta toda la noche. Eso le sucedía al menos una vez al año, y era por la fecha que se aproximaba.
Evitó la necesidad de recordar y hacerse más daño y se dedicó por entero a la preparación de sus postres, ese día, trabajaría horas extras para preparar el pastel favorito de Tom. Una sonrisa iluminó su rostro al pensar en él, se lo merecía después de haber domado el caballo tan arisco del hombre para quien trabajaba. Además, gracias a ello, con el bono en efectivo que había recibido Tom, sus ahorros aumentarían y pronto podrían comprar la casa en la que vivían, no era muy grande, pero, para ellos dos estaba más que bien. Desde que Tom comenzara a trabajar con ese hacendado en las afueras de la ciudad, les había cambiado su situación financiera, era un excelente trabajo, lo único que ella lamentaba era que casi no lo veía, solo los fines de semana que era cuando descansaba.
Cuando llegó la noche, estaba cansada y exhausta, pero tranquila pues había cumplido todos los encargos del negocio y con el pastel favorito de Tom; y el día siguiente también era su día de descanso. Así que, despidiéndose de todos sus compañeros, partió para su casa.
Al llegar, la madre de Annie, la esperaba en la puerta de su casa. A ella le extrañó verla, pues el día anterior cuando recibió carta de su amiga, quien seguía viviendo en Pony´s Hill, la señora Britter se la había llevado como de costumbre.
El padre de Annie era empleado del telégrafo en Pony´s Hill, pero lo habían transferido a la ciudad de Chicago. Eso había sucedido en la época en que Candy y Albert se casarían, por lo que habían pospuesto su partida del pueblo hasta después de la boda de Candy, pues Annie era su dama de honor.
En ese tiempo Annie era novia del hijo del dueño del hotel, Archie Cornwell, y cuando partieron a la ciudad, habían mantenido su relación por cinco años hasta que por fin contrajeron matrimonio. Ese fue el motivo por el que Annie se mudó de nuevo a su pueblo natal, solo que ahora como esposa del dueño del hotel, pues el padre de Archie había muerto un par de años atrás.
-Helen, ¿qué pasa?
-Annie mandó un telegrama, Candy. Es algo…urgente –. La madre de Annie la miró con preocupación, Candy tomó el telegrama que le extendía y se apresuró a leerlo. No era muy extenso, pero lo suficientemente claro para darle a conocer el motivo del mismo.
Helen Britter observó su palidez y tomándola del brazo abrió su puerta y la ayudó a llegar hasta la cocina. Candy se sentó en una silla y estrujó el papel entre sus manos. Ni siquiera se percató cuando Helen le quitó el pastel de las manos.
-¿Ya sabe lo que dice Annie? – preguntó cuándo se recuperó de la impresión.
-No. Mi esposo lo recibió y me pidió que te lo trajera inmediatamente. ¿Pasa algo grave?
-Es mii madre. Tuvo un ataque, ha quedado paralizada del lado izquierdo.
-¡Oh, por Dios! ¿Qué piensas hacer?
-Annie dice que necesita que alguien cuide de ella las veinticuatro horas. Las chicas del salón podrían hacerlo, pero no creo que el viejo Charlie se los permita.
El viejo Charlie era, obviamente el dueño del salón del pueblo. Sus padres, luego de que dejaran de trabajar con la familia Leagan, se habían instalado en una de las habitaciones que alquilaba Charlie, esperando por conseguir un trabajo que estuviera a su altura, según el señor White. Pero claramente ese trabajo nunca llegó, y mientras él se dedicaba a dilapidar los pocos ahorros que tenían; y mientras maldecía a medio mundo por su situación, su esposa trabajaba haciendo el aseo del lugar. De esa forma había sobrevivido todos esos años, aunque el trato que le daba su esposo lejos de mejorar, empeoraba día a día. Eso había ganado la simpatía de las chicas que trabajaban ahí mismo y cuando el señor White la abandonaba buscando algo mejor para él, ellas la habían "adoptado", cuidándola y ayudándola den todo lo necesario. Y el viejo Charlie se los permitía, siempre y cuando ninguna de las dos partes descuidaran su trabajo. Por eso mismo ahora Candy temía que la nueva condición de su madre cambiara su situación y Charlie decidiera echarla de su negocio, pues obviamente no trabajaría más.
Pero lo que más le preocupaba eran las palabras de Annie: "Ahora sí te necesita aquí, Candy".
Claro, eso era porque a pesar de que tenía noticias de su madre, nunca, ni una sola vez en esos casi dieciséis años, había vuelto a hablar con ella, ni si quiera por carta. Durante cinco años su mejor amiga la había animado a acercarse a ella, a unir los lazos que se habían roto aquella vez, incluso le había comentado que. dado que los Leagan ya no vivían más en el pueblo, y como este mismo ya había crecido y mejorado debido a que la línea del tren había escogido Pony´s Hill como su terminal, era un buen lugar para poner su tan preciado negocio. Hasta había investigado y el lugar donde antes era el telégrafo, donde la familia Britter había vivido, estaba en venta y seguramente le vendría bien pues estaba en un lugar céntrico. Pero… ¿cómo regresar a ese lugar lleno de recuerdos de ella y Albert, juntos y felices? ¿Cómo perdonar a su madre que le había dado la espalda cuando más la había necesitado?
La madre de Annie, observó que Candy ya estaba perdida en sus recuerdos, algo a lo que ya estaba acostumbrada, así que se dispuso a prepararle un té de jengibre que le ayudaba a los nervios.
Aunque sabía que cuando saliera de su mundo, regresaría más deprimida, porque seguramente estaba pensando en ese aciago día, cuando su vida dio un horrible giro de 360 grados…
Cuando después de varias horas inconsciente, despertó en plena madrugada, semidesnuda, golpeada, dolorida, ultrajada. Casi entumecida por estar a la intemperie. Aunque la pobre chica nunca les había descrito las atrocidades a las que la sometió Neal, Helen se imaginaba el dolor y esfuerzo que debió haber supuesto ponerse de pie, recomponerse un poco y caminar hasta su casa en donde, lejos de encontrar consuelo y apoyo, su padre, preso de un ataque de moralidad, la acusó de mujerzuela, tachándola de mentirosa, infiel y manipuladora. De esa forma, defendiendo el honor del joven Neal, la echó a la calle, sin darle oportunidad siquiera de recoger sus pertenencias.
Cuando salió a paso lento, pues el malvado hombre la había dejado desgarrada, le suplicó de rodillas a su madre, que le ayudara; porque ella tenía la posibilidad de hacerlo enviándola con su tía en Lakewood, la rechazó alegando que no podía llevarle la contraria a su padre. Y cuando le dijo que ni siquiera pensara en buscar a su tía, hermana de ella, porque si lo hacía, su padre la mataría pues le había prohibido darle cualquier tipo de ayuda.
Revivió como llegó hasta su casa, cerca de las seis de la mañana. El grito de horror que había dado Annie quien, al abrirle la puerta, notando el aspecto de su mejor amiga, no pudo evitar que ese sonido saliera de su garganta. Afortunadamente, al ser día de fiesta, por la boda de los rubios, sus padres estaban también despiertos, y al escuchar el grito de su hija su esposo corrió hacia ella y llegó a tiempo para evitar que Candy cayera al suelo, tomándola entre sus brazos pues el agotamiento, el dolor y el abuso cometido en su contra le robaron la vitalidad desvaneciéndose inmediatamente.
Fue así como, después de recobrar el conocimiento, asustada y desolada, tomó la decisión de no informarle a Albert lo sucedido, no lo arrastraría a su miseria, ni lo ensuciaría con la vergüenza de su ultraje. Y, conociendo a ese maravilloso hombre, tampoco permitiría que cometiera una locura en contra de Neal Leagan y terminara en la cárcel. Además, ¿qué podía ofrecerle ella, una mujer deshonrada, y sin nada puro qué ofrecerle?
Un sollozo escapó de su garganta cuando recordó la entereza al escribirle la carta que llevaría Annie:
Albert:
Lo siento, soy una cobarde al decirte esto así, pero, cuando leas esto, ya estaré lejos de aquí.
No puedo casarme contigo, me he dado cuenta que no podría seguir adelante.
Perdóname, no es necesario que me busques o intentes saber mi paradero.
Olvídame y sé feliz.
Cuando Albert no creyó lo que leía y la buscó desesperadamente, sufriendo no solo la burla de los vecinos por su boda no celebrada, sino por el mutismo de los señores White. Esperó dos meses por ella antes de darse por vencido. Aun cuando Candy y ellos habían salido del pueblo, pues habían decidido apoyarla y ayudarla hasta lo último, apresurando su partida una semana después, manteniéndola oculta mientras trataba de recuperarse del abuso… al menos físicamente. Porque su herida emocional no estaba segura de que ya hubiera cicatrizado.
Siempre se había preguntado cómo había sobrevivido a tanto dolor, al rechazo de sus padres y a perder el amor de su vida. Desde ese día, nunca volvieron a hablar o siquiera mencionar a Albert, o su vida en
Pony´s Hill, por eso comprendía lo difícil que sería para Candy regresar con esa mujer a la que no sabía si podía llamársele madre, pues una verdadera madre nunca escoge a un hombre antes que, a sus hijos, eso ella lo sabía.
Un sonido trajo a las dos mujeres a la realidad. Era la puerta del frente, había llegado Tom. Helen Britter, suspiró con cansancio, dándose cuenta que el agua para el té se había consumido, que Candy se secaba disimuladamente las lágrimas y se disponía a recibir con una sonrisa que no llegaría a sus ojos, pero que haría sentir bienvenido al recién llegado. Candy tenía que tomar una decisión, muy difícil, por cierto, así que anticipando la plática que tendrían; salió por la puerta trasera dejándolos solos.
-¿Qué pasa? – preguntó Tom cuando llegó hasta Candy. Se puso en cuclillas para quedar a la altura de la rubia, pues ella seguía sentada. Y aunque ella trató de secarse las lágrimas que había derramado, no borró la mirada brillosa y los ojos hinchados y enrojecidos –. Dime por qué lloras.
-Es mi madre. Annie dice que sufrió un ataque y que necesita cuidados continuos, imagino que las chicas del saloon, no podrán hacerse cargo de ella pues yo no puede trabajar.
-¿Y qué es lo piensas? ¿Quieres ir a verla?
-Sería lo más lógico, pero…si requiere cuidados permanentes no podré dejarla sola sin contratar a alguien que la cuide, así como alquilar un lugar donde viva. Y eso no podemos permitírnoslo.
-Están los ahorros…
-Que cuando se terminen ya no podremos seguirlo costeando, Tom.
-¿Y si la traemos con nosotros?
-¿En esta casa tan pequeña? Difícilmente podemos movernos cuando estamos juntos –. Candy ya estaba llegando a la desesperación, tenía la solución, pero no quería aceptarla ni decirla, Tom diría que sí al instante.
-Entonces me supongo que ya has pensado en algo – ella asintió no muy convencida –. ¿Qué es?
-Está la posibilidad de…aceptar lo que Annie me ha animado a hacer desde hace varios años. Sería más sencillo, y nos saldría más económico.
-¿Estás hablando de comprar la antigua casa de telégrafo e iniciar tu propio negocio?
-Sé que podríamos comprar esta casa y adecuarla para que podamos vivir los tres, pero si compramos en Pony´s Hill, nos sobraría dinero para aguantar hasta que el negocio repunte. Una casa en la ciudad es más costosa que en un pueblo, y tenemos dinero suficiente.
-Y yo podría conseguir empleo en un rancho cercano, hasta podría dormir diario en casa, sin necesidad de vernos solo los fines de semana -. Ella hizo una mueca –. No pongas esa cara, no puedo imaginarme haciendo pasteles y cosas por el estilo, ya sabes que me gusta trabajar con caballos y al aire libre. Es una excelente idea, es lo mejor que podemos hacer.
Ella lo miró dubitativa. Sabía que no se negaría ante su idea. Ella tenía años negándose a la idea, no quería regresar al lugar donde sus recuerdos eran agridulces, o enfrentarse a la poca gente que, según Annie ya era muy poca, haría preguntas y se querría averiguar de su vida.
Aunque la historia que contaba era demasiado honorable. Abandonó el pueblo con los Britter y en el camino conoció a un hombre con quien se casó y de ahí su apellido, solo que el murió meses después. Era una historia fácil y sencilla, la que había contado a todo el mundo desde hace casi dieciséis años, todos conocían esa historia de "amor a primera vista"… incluso Thomas.
-No te preocupes, mami. Todo saldrá bien, en tanto estemos juntos.
Ella sonrió con lágrimas en los ojos. Su hijo que solo contaba con quince años de edad, y que comportaba como un hombre adulto; el que la ayudaba con los gastos de la casa y que solo le decía mami cuando estaban a solas, era su mundo.
Al principio, cuando tres meses después de su horrible abuso, se enteró que estaba embarazada, quiso morirse. Intentó hacerse a la idea de que era mentira y aceptó la realidad hasta que su embarazo se hizo evidente. Pero fue hasta que el bebé comenzó a moverse dentro de su vientre, que ella notó que traería una vida al mundo y eso, a pesar de quién era su padre, era un milagro. Ella deseaba una niña, pero si era niño, se propuso criar y formar a un verdadero hombre, que respetara y honrara a las mujeres. Y cuando nació, agradeció al cielo que, su pequeño hubiese heredado los rasgos de su familia. Y conforme pasaba el tiempo se parecía más a su abuelo materno, cabello rubio cenizo, ojos verdes… sería un rompecorazones cuando creciera.
Él nunca sabría la verdad de su nacimiento, y mucho menos que "su padre", a quien le debía el apellido, había sido un ancianito dulce y empático que, al enterarse de su situación, pues era el médico que la había atendido al llegar a Chicago, ideó la historia. Solo para evitar que trataran a su hijo como un bastardo, pues la inocente criatura no había tenido la culpa de su concepción, ella aceptó. Y, por supuesto, el apellido había pertenecido al doctor, quien murió tres años después.
-Tienes razón, cariño. Saldremos adelante. Siempre juntos.
Buscaron a Helen por todas partes y rieron como locos cuando se dieron cuenta que ni siquiera se dieron cuenta de su partida. En la tranquila cena que compartieron, Candy olvidó un poco la congoja dentro de su corazón, al día siguiente ambos renunciarían a sus empleos y empezarían los preparativos de la mudanza. No sin antes enviar a Annie un telegrama para que iniciara en su nombre el papeleo y la compra de la casa en el pueblo.
Así que, sí, sabía que saldrían adelante, ¿qué podría pasar?
Continuará...
Gracias por su paciencia y espera.
Por fa, no olviden decirme qué les pareció el capítulo.
Las quiero harto!
