Hola, hola! Gracias por su apoyo y seguir leyendo mis historias. Había dicho en FB que tardaría mucho en actualizar debido al estado de salud de mi mamá, quien está muy enferma.
Pero quise publicar esta noche para poder responder a una chica con el cerebro vacío. Esto va para Iliana, quien piensa que lanzando ofensas en contra de mi manera de escribir, me voy a ofender, o a enojar, o peor aún, a entristecer. Pero nada más lejos de la realidad, en verdad Iliana, me morí de risa al leer tu vocabulario tan vulgar y como en esa cabecita donde estoy segura NO TIENES NADA de NADA, pensaste que me amedrentaría. Pero obviamente no es, ni será así, ¿Piensas que me ofendió que mencionaras a mi madre? En realidad, mi madre es y será toda una señora y me enseñó que a las locas y poca cosa hay que darles por su lado. Así que, chica, puedes seguir despotricando y haciendo corajes todo lo que quieras, me importa poco. Y yo seguiré eliminando tus reviews, a ver quién se cansa más pronto.
¡Ah, y por cierto, GRACIAS ILIANA POR LEER!
OoOoOoOoOoO
Lo que queda de mí
Capítulo 3
Por Lu de Andrew
OoOoOoOoOoO
Austin, Texas.
-Muy bien, señor Andrew, ha hecho usted un excelente negocio. Esas tierras que acaba de adquirir, están lo suficientemente bien para su negocio –. El abogado sentado frente a él lo miró con admiración.
En el tiempo que llevaba trabajando para William Albert Andrew, se había dado cuenta que era un hombre con una excelente visión en los negocios. Aunque era demasiado reservado, había ocasiones, como en ese preciso momento, que su mirada se perdía y con frecuencia se sumía en largos y melancólicos silencios. Nunca llegaría a comprender su temperamento, y mucho menos su olfato para hacer buenos negocios. Como las tierras que acababa de comprar en el pueblo recién descubierto, al menos para él, de Pony's Hill. Era un pueblo lejano, pero con perspectiva de gran crecimiento, y las tierras adquiridas eran de gran valor, y Andrew supo provecharlas, pues el banco tenía la hipoteca rezagada por más de diez años, y lo único que querían era deshacerse de ellas. Por ello las vendieron al mejor postor, casi malbaratándolas.
-Excelentes tierras para criar a mis caballos, lo sé, Smith. Y un regalo para mi padre que deseaba regresar a su tierra natal –. Albert se puso de pie y caminó hacia el abogado, clara señal de que era hora de retirarse.
-Sin duda alguna, señor – dijo este poniéndose de pie igualmente listo para despedirse, no sin antes entregarle las escrituras de la propiedad –. Revise los papeles con calma, y no dude en contactarme cuando desee que preparemos su viaje para instalarse en Pony's Hill.
Con el hermetismo que lo caracterizaba, Albert solo asintió y despidió a su empleado con un simple movimiento de mano. Regresó detrás de su escritorio para continuar con su trabajo y revisar los papeles de compra-venta que lo declaraban dueño de las tierras que en alguna ocasión pertenecieran a los Leagan.
Dos años después de que Candy lo abandonara, Richard Leagan había sufrido un infarto que lo condujo a la muerte. Lamentablemente, había malcriado tanto a su hijo que este, siendo un inútil bueno para nada, derrochó la fortuna y perdió sus propiedades en el juego dejando en la ruina a su madre y hermana. Era de esperarse algo así de Neal, Albert no se sorprendió cuando, años más tarde, los encontró en Virginia City, a ella trabajando de camarera en un restaurant, y a él, ocupándose de la limpieza de un hotel. Sara Leagan había muerto, según los médicos, de melancolía. No había soportado perder a su esposo, su fortuna, y darse cuenta al mismo tiempo la clase de hijo que tenía.
Así que, los hermanos Leagan vivían como pordioseros. Bueno, no tanto, pero en comparación de su calidad de vida que llevaban, sí; vivían como pordioseros. Tanto así que cuando los volvieron a encontrar, despertaron la compasión de su padre, y ahora, ellos trabajaban para él. Elisa en calidad de secretaría, y Neal... él ya estaba casado, y más que nada por esa joven esposa suya, trabajaba como mozo de establo.
Había veces en que su padre le preguntaba si la presencia de los hermanos no le traía malos recuerdos, refiriéndose principalmente a Candy, a la época que trabajó para la familia Leagan y ellos estaban por casarse. Pero Albert no permitía que unos simples recuerdos arruinaran su estabilidad mental, y emocional. Había sufrido mucho cuando Candy lo dejó, en esos días, si la muerte le hubiera visitado; habría sido bienvenida. Sin embargo, el paso del tiempo le mostró que debía agradecerle a Candy que tomara esa decisión antes de que su matrimonio estuviera lleno de sufrimientos y apuros económicos. Por ello, se olvidó de las mujeres, y todas las complicaciones que traían consigo. Se olvidó de las cursilerías obsoletas del llamado "amor", eso se lo dejó a los débiles y tontos que creían en las palabras vanas de una mujer. El dolor lo había transformado en un escéptico desprovisto de ilusiones.
De esa manera, enterró los sentimentalismos baratos debajo de un montón de ruinas del pasado, y se dedicó por entero a hacer realidad su sueño. Criar caballos. Pura sangre, para ser exactos. Al principio le costó vender la pequeña propiedad que tenía en su pueblo natal y, con la ayuda y apoyo de su padre; y el dinero que tenía guardado para hacer vida de casado, tuvo lo suficiente para emprender su negocio. Y fue demasiado difícil al comienzo, pero la perseverancia lo había llevado a; no solo ser el mejor criador de caballos en el país, sino también, ser el principal inversor en la línea del oeste del ferrocarril. Entre algunos otros.
-¡Oh, Albert! ¡Ya me enteré! ¡Compraste nuestra casa!
Elisa entró corriendo a la oficina de Albert y se colgó de su cuello en un abrazo asfixiante. Albert la alejó de él, molesto. Era lo mismo de siempre, Elisa a veces olvidaba que era una simple secretaria.
-No es "tu" casa, Elisa – le recordó, mirándola seriamente. Ella retrocedió ante su mirada –. Te recuerdo que gracias a tu hermano le ha pertenecido al banco hace más de diez años. Y no te emociones tanto, lo he comprado para complacer a mi padre de volver a su pueblo y porque el terreno es excelente para mis caballos, y mis planes futuros. ¿Tengo que recordarte que solo trabajas para mí?
-Lo siento mucho – murmuró cabizbaja –. Fue la emoción de volver a ver las tierras que le pertenecieron a mi padre.
-En adelante te agradecería que pensaras antes de actuar, no quiero ningún tipo de malentendido. Ahora, si estás dispuesta a ganar el dinero que te pago, toma nota de lo que quiero para los preparativos al mudarnos a Pony's Hill –tomó asiento de nuevo y comenzó a dictar desmedidamente, sin darle tiempo a Elisa para recuperarse, una vez más, de las palabras tan despectivas que no perdía ocasión de dirigirle.
Mientras ella tomaba nota, no pudo olvidar pensar que, a pesar de sus esfuerzos, no había logrado, ni siquiera seducir a Albert. Al principio solo lo había hecho para ganarse un buen futuro económico. Su plan era: hacer que Albert se enamorara de ella, que los sacara de la pobreza y casarse con él; convirtiéndose en dueña y señora del imperio Andrew. Pero todo había salido al revés, solo les había ofrecido empleo gracias a la caridad de su padre, y de ahí en adelante, no existía como mujer para él. Y lo que más le dolía, era que poco a poco, se había enamorado de él.
-¡Albert! Ya me dijo Smith que la compra de las tierras está hecha – dijo su padre con emoción, entrando de pronto a la oficina. Albert detuvo su dictado, poniéndose de pie y, como Elisa pudo comprobar, permitiéndose una sonrisa sincera. De esas que solo le dedicaba a su padre.
-Ya está hecho, papá. Tu sueño por fin se hará realidad, regresarás a esa tierra que tanto quieres.
-No tenías que hacerlo solo por mí, y lo sabes, ¿verdad?
-Bueno, seré sincero contigo. Sí, mi principal motivo fue cumplir tu sueño, pero sabes bien que esa tierra y su extensión es lo mejor que puede existir para criar caballos.
George Andrew observó a su hijo unos segundos, como si quisiera comprobar que el regreso a esa tierra no le haría daño. Miró a Elisa que seguía con la vista en la libreta de apuntes y la despidió. Lo que le diría a su hijo tendría que ser en privado.
-¿Estás seguro que quieres regresar al pueblo? – preguntó preocupado.
-Por supuesto, padre. Ya te dije que regresar no significa nada para mí.
-¿Y los recuerdos? – Por supuesto que habría recuerdos en ese lugar, en el pueblo, en la tierra que alguna vez perteneciera a los Leagan, hasta en los árboles que les rodeaban. Albert miró a su padre con impaciencia.
-No hay nada que recordar, ya te lo he dicho. Regresaré como dueño de esas tierras, me dedicaré a mi negocio y todos seremos felices. Por cierto, he decidido formalizar mi relación con Karen.
-¿Qué? Hijo, ¿de qué hablas?
-Mi imperio está creciendo, padre, lo sabes muy bien. Y necesitaré herederos para que sigan con mi legado, no permitiré que todo por lo que he trabajado se quede en el olvido. Y qué mejor formar una alianza estratégica con los Kleiss, el padre de Karen es un excelente aliado económico.
-¿Y el amor?
-El amor se lo dejo a los poetas y a los ilusos, y seamos realistas; el amor no alimenta a las personas, el dinero sí.
-Y ella, ¿sabe que piensas así?
-Claro, o eso espero. El caso es que nunca hemos hablado de amor, y sus padres se casaron para unir las fortunas familiares, no está acostumbrada a ver matrimonios por amor. Aunque por supuesto, le aclararé mis intenciones. No quiero que espere algo más de mí de lo que estoy dispuesto a dar.
A George le preocupaba que su hijo pensara así, le dolía que hubiera cerrado su corazón al amor, no todas las mujeres eran como Candice White, traicioneras. Había aquellas que sin dudar amarían a su hijo por el grandioso ser humano que era. Pero ya había hablado de eso muchas veces con Albert y siempre terminaban discutiendo, en esa ocasión ya no insistiría. Solo esperaba que algún día su hijo alcanzara la felicidad que se merecía.
-Tenemos la invitación a cenar en su casa esta noche, aprovecharé la ocasión para hablar con sus padres. ¿Me acompañarás?
-Sabes que cuentas conmigo, aunque no lo apruebe del todo.
Albert sonrió, palmeando la espalda de su padre. Decidió invitarlo a comer, y de paso contarle los planes para el rancho de crianza y donde se asentaría. Desde ese lugar manejaría sus negocios y se esforzaría por preparar la casa principal para cuando Karen llegara como su esposa. Formaría una familia, y por fin tendría todo lo que siempre había soñado.
"Pero una vez soñaste con envejecer junto a Candy, el amor de tu vida", recordó con amargura.
Sí. Pero lo sueños suelen volverse pesadillas y es cuando el amor solo sirve para destruir el corazón, y las ilusiones. Y él, nunca volvería a confiar y entregar su corazón a ninguna mujer.
.
Continuará...
