Lo que queda de mí.
Capítulo 4
Por Lu de Andrew
OoOoOoOoOoOoO
Candy tenía el estómago revuelto, la respiración agitada y sentía el corazón a punto de salirse por la garganta. Un mes había pasado desde que tomaran la decisión de abandonar su anterior vida y regresar al pueblo en el que la rubia tenía recuerdos agridulces. Annie había tomado las riendas de la compra-venta con el banco de la antigua residencia del telégrafo, a pesar de la reticencia de Archivald, su esposo. Una propiedad que serviría para los planes de Candy y montar su ansiado negocio, pues se encontraba en el lugar más céntrico del pueblo, cerca de la estación de ferrocarril, el banco, y el hotel más lujoso del lugar, perteneciente a la familia Cornwall Britter.
Ahora, a unos minutos de pisar nuevamente Pony´s Hill, Candy deseaba ser de esas damas frágiles, asustadizas y desmayarse, pero lamentablemente, no era así y tendría que soportar las miradas y cotilleos respecto a su presencia en el pueblo. Pero lo que más le preocupaba era que la gente
quisiera indagar demasiado en el nacimiento de Tom. A pesar de que Annie le había asegurado que varios miembros del pueblo que conocieron su historia habían emigrado lejos del ferrocarril, aún permanecían algunos de los más viejos habitantes.
De pronto, el silbato de llegada sonó de forma estrepitosa, al menos para ella, provocándole tal susto que brincó en su asiento, se aferró a este cuando la enorme bestia se detuvo en una sacudida. La campana repicó al tiempo que el motor se detenía creando un desasosiego siniestro en su corazón. Ahí estaba nuevamente, en el pueblo que le viera ser feliz y al mismo tiempo desgraciada, no podía sentirse más abatida.
-Ya llegamos, ma´. –Tom contrariamente, estaba exultante. Dejando a un lado la madurez que le caracterizaba, mostraba curiosidad mirando a través de la ventanilla. Candy estaba pegada a su asiento sin darse cuenta que Tom ya corría por el pasillo del vagón.
Retorciéndose las manos hasta dejárselas lastimadas, se puso de pie y caminó a paso lento hasta la salida del lugar. Afuera, logró divisar a su hijo haciéndose cargo del equipaje, y del otro lado, Annie estaba mirándole son una enorme sonrisa en los labios.
Candy descendió del vagón y fue casi corriendo hasta su amiga. Se fundieron en un fuerte abrazo y con lágrimas en los ojos, Annie le dio la bienvenida. La rubia sonrió de vuelta y secándose el rostro, escaneó con la mirada los alrededores. Era cierto, el pueblo había cambiado tanto que ya parecía una pequeña ciudad, pero lo mejor era que no veía ninguna cara conocida que tratara de meterse en lo que no le incumbía.
-Tía Annie –. Tom había llegado ante ellas y saludó efusivamente a la que consideraba su tía.
-¡Mira nada más! – exclamó sorprendida – La última vez que te vi eras más bajo que yo, y ahora tengo que verte hacia arriba.
-Es lo que yo le digo, no se vale que sea más alto que su madre – dijo Candy tomándolo por el brazo y siguiendo a Annie que ya había comenzado a caminar.
-Por ahora, se hospedarán unos días en mi casa, Candy – afirmó Annie –. Le faltan muchos arreglos a tu propiedad para que sea habitable.
-Preferiría hospedarnos en el hotel, Annie. No quiero causarte problemas – miró significativamente a su amiga. Candy sabía de la animadversión que sentía Archie por ella. Al ser uno de los mejores amigos de Albert, cuando se canceló la boda de los rubios fue Archie quien estuvo a su lado. Él fue testigo del sufrimiento de su amigo ante el abandono de Candy –. Tom, cariño, ¿harías favor de llevar el equipaje hasta el hotel? Regístrate y pide dos habitaciones.
-Está bien. – Tom las miró confundido, estaba claro que su madre lo había mandado lejos porque no quería que escuchara su conversación con su tía.
-Candy, no dejaré que vivan en el hotel, no tiene nada de hogareño. Además, Archie ya sabe lo que pienso al respecto, esa también es mi casa, y tú eres mi hermana, vivirás con nosotros mientras esté habitable tu casa. – A Candy le conmovió el cariño de su amiga, o como ella decía, su hermana. Pero por tal motivo no podía permitir que tuviera problemas por su causa.
-Annie, entiéndeme. No me sentiría cómoda sabiendo que mi presencia te causa problemas. Lo cierto es que, no sé cómo reaccione Archie ante la presencia de Tom, no quiero que nada ni nadie haga sentir mal a mi hijo. Además, Tom y yo estaremos mejor en un hotel, asumo que solo serán dos días, debo preparar la habitación de mamá. Es lo más urgente en estos momentos. –Eso le recordó a Annie lo que su amiga debía saber.
-El viejo Charlie les puso un ultimátum a sus chicas para que sacaran a tu mamá de la cantina. La llevaron con el doctor Martin, lleva viviendo ahí desde hace unos días.
-¿Lo ves? No tengo tiempo que perder…
-Pero Candy.
-…Por favor, Annie. Puedes ayudarme con la limpieza de la casa, entre más manos, terminaremos antes. – Annie la miró dubitativa. En realidad, en esos momentos ni siquiera se dirigían la palabra, Archie y ella. Habían mantenido una fuerte discusión acerca de darle alojamiento a Candy y a su hijo, discusión que sobra decir, Annie ganó pues se alojarían en su casa. Quería convencer a Candy para que se hospedara con ella, pero sabía que una vez que su amiga se decidía, nada la haría cambiar de opinión. Además, en parte comprendía a su esposo, pues él no sabía por el infierno por el que había pasado su amiga. Para él solo era una chica caprichosa más, que se burló de Albert destrozándole el corazón.
-Precisamente por ello quería que te quedaras en mi casa. ¡No quería trabajar limpiando! – dijo provocando una carcajada a Candy, que aligeró el ambiente.
Hicieron el amago de caminar hasta el hotel, Annie había claudicado, su amiga se hospedaría en el hotel, pero no les cobraría ni un solo dólar. Llegaron al hotel y vieron a Tom parado en la recepción, Annie se apresuró al sitio y habló con el encargado. Candy los observó de lejos y esperó hasta su regreso.
-Ma´, la tía Annie no me permitió pagar el hospedaje, dice que corre por su cuenta – dijo Tom en cuanto llegó hasta ella. Annie venía detrás de él.
-No digas nada – sentenció su amiga – no me permitiste alojarte en mi casa, y lo comprendo, pero déjame ayudarte al menos en esto. Vas a necesitar hasta el último centavo en reformar la casa y, además, convertirla en un negocio. Por no hablar de los cuidados de tu madre.
-Gracias, Annie – dijo Candy con lágrimas en los ojos –. No me opondré a ello…no sé qué haría sin ti.
-¿Iremos a ver a mi abuela, ma´? – preguntó Tom impaciente. Sabía que cuando su madre y su tía se ponían sentimentales podían pasar horas enteras hablando y, francamente, él se aburría mucho. Además, quería conocer el pueblo y de paso ver la posibilidad de encontrar trabajo.
-Ya vamos, no seas impaciente. Annie, ¿nos acompañas?
Su amiga asintió y salieron a la calle. Candy recorrió las calles conocidas y extrañas a la vez. Era cierto que el pueblo había cambiado, había nuevas tiendas, desde una chocolatería hasta calzado hecho a mano. Sin duda alguna el "pueblo", había dejado de serlo, se había convertido en una verdadera ciudad pequeña que poseía el mercado más importante del condado. Estaba rodeado de praderas y de riachuelos y los magníficos edificios que albergaban el mercado de trigo, el molino y la escuela, eran de una arquitectura moderna, con la llegada del ferrocarril, también había llegado la prosperidad y, sin duda, también nuevos habitantes. El ruido de las carretas ahogaba los latidos frenéticos de su corazón, estaba muy nerviosa ante la idea de ver a su madre.
Llegaron hasta una casa de dos plantas, cerca de las orillas del pueblo. La cerca que rodeaba la casa le daba un aspecto agradable, el césped bien cuidado atraía el aire fresco de la tarde. Candy tocó deseando que no le abrieran, sin embargo, la puerta se abrió sonoramente. Al parecer el doctor Martin seguía sin prestar atención al cuidado interior de su casa.
Apareció ante ellas la figura rechoncha y baja del doctor Martin. No había envejecido demasiado, solo tenía menos pelo, utilizaba lentes y finas líneas de expresión rodeaban sus ojos. su mirada seguía siendo bondadosa y confiada.
Su mirada recorrió a los tres visitantes con curiosidad al principio. Reconoció a Annie, pasó su vista curiosa por Tom, pero, cuando vio a Candy, su expresión cambió totalmente.
-¿Candy, de verdad eres tú? – preguntó atónito apresurándose para abrazarla.
Candy se puso tensa y con aprensión, esperó sentir la repulsión que le inspiraba el toque de cualquier otro hombre. Pero nada pasó. Asombrosamente, se sintió reconfortada y la inundó un sentimiento de seguridad, impeliéndola a corresponder al abrazo. Cerró los ojos sintiéndose como en casa, un profundo sentimiento se posó en su pecho, y lágrimas se agolparon en sus ojos, parpadeó rápidamente para ahuyentarlas, porque no quería ponerse a llorar.
-Por supuesto soy yo, doctor Martin – contestó con voz aguda sonriéndole cálidamente –. ¿Cómo está?
-Más viejo y gratamente sorprendido. Annie me dijo que vendrías un día de estos, pero no dijo cuándo sería.
-Creo que ni nosotros lo sabíamos, apenas ayer por la noche puse el telegrama avisándole.
-¿Nosotros? ¿Quién es el joven que te acompaña? – Al momento de ver a Tom, pensó que era un joven trabajador de la estación, pero finalmente comprendió, por las palabras de Candy, que él la acompañaba.
-Es mi hijo, Thomas. –La declaración hizo que el doctor abriera desmesuradamente los ojos. Examinó con renovado interés al muchacho.
-¿Cuántos años tienes, hijo?
-Casi dieciséis, doctor. –Ahora lo miró inquisitivamente, su mente comenzando a trabajar, elucubrando lo suficiente para comprender todo. Después de unos segundos, su mirada se dirigió a Candy, entendiendo la mirada aprensiva de ella.
-Pero pasen por favor, he olvidado mi hospitalidad.
Los orientó a través de la estancia que, obviamente era la sala de espera de su consulta. La planta baja de su casa siempre había alojado su consultorio y sala de operaciones, en una habitación más lejana, se encontraba la cocina. Un espacio muy reducido apto para un soltero que le daba más importancia a la asepsia que a las comidas bien preparadas. Subieron al primer piso que albergaba seis habitaciones. Una le pertenecía a él, las demás servían cuando necesitaba tener internado a algún paciente…una de ellas la había albergado después de su pesadilla, años atrás.
Era una gran casa, demasiado rústica, los muebles, todo ello, que, lamentablemente, cubría solo las necesidades básicas del doctor. Candy siempre se había preguntado porqué nunca se había casado, o si alguna vez había estado enamorado.
-Después de que tu madre viniera vivir aquí – dijo el doctor mientras los guiaba hasta la habitación de su madre –, comencé, por recomendación de un colega en la ciudad, unos ejercicios que le ayudan a fortalecer los músculos. Estos últimos días ha mejorado notablemente, aunque debo decirles que solo fue después de que recibiera la noticia de que volvías al pueblo, por ella.
Candy no contestó, porque no supo qué decir. Había vuelto al pueblo, sí, pero no especialmente por ella, sino como una obligación, un compromiso. Una responsabilidad que nunca hubiera pensado legarle a Annie, quien era la que estaba pendiente de su madre, junto a, obviamente, el doctor Martin.
-Antes de que la veas, quiero saber si entiendes la gravedad de la enfermedad de tu madre.
-Pues, en realidad, lo poco que Annie me ha comentado. Sé que no puede moverse bien y que está paralizada de un lado de su cuerpo.
-Es cierto, pero también tiene problemas de habla. Ha mejorado en estos días, como ya te mencioné, pero necesita cuidado constante. Necesita ayuda para realizar sus necesidades más básicas, pues tiene dificultad para coordinar sus movimientos voluntarios. Desde peinarse hasta para moverse. No hay tanto problema a la hora de comer, pues, su lado derecho no se afectó demasiado, pero de ahí en fuera… además, sus ejercicios dos veces al día, sin hablar de que debes escoger adecuadamente la habitación tenga, será muy difícil para ustedes subir y bajarla diariamente. Yo tengo la excusa de que trabajo todo el día, y tu madre no me permite que, "pierda el tiempo con ella", como insiste en decir. Sin embargo, la recomendación médica es que salga al aire libre, que tome baños de sol, junto con los cuidados adecuados. En ocasiones su lenguaje es un poco difícil de comprender, solo es con algunas palabras en las que hay que prestar especial atención.
Candy observó a sus acompañantes dándose cuenta de la enormidad de su encomienda. No solo tendría que arreglar la casa, su negocio, sus vidas y enfrentarse a su pasado, porque estaba segura de que, alguien, en algún momento dado; sacaría a relucir su "desaparición" del pueblo, y más aún, el haber dejado a Albert. Encima tenía que cuidar a su madre, prácticamente esclavizándola, no quería pensar así, pues seguramente su madre no se había enfermado a propósito, pero así se sentía. Tom se acercó a su madre y le pasó un brazo por los hombros.
-No te preocupes, mami –dijo mirándola atentamente –, vamos a poder con todo – le aseguró como leyendo su mente. Ella le sonrió agradecida.
-¿Quiere darme ánimos o desanimarme, doctor? – preguntó Candy relajándose un poco y hasta siendo un poco bromista.
-Quiero que, a pesar de todo, tengas paciencia con ella y no se desesperen. Puedo imaginar lo que sientes, después de…todos estos años, pero recuerda los buenos tiempos y, creo yo, eso te ayudará.
Era obvio a qué se refería el doctor. El, "después de", se trataba al después de su abuso y por consiguiente rechazo de parte de la familia. El doctor sabía que Candy no había tenido contacto con su madre en todos esos años y no era necesario imaginarse el porqué. Solo esperaba que su buen corazón no hubiera sufrido un revés olvidando como perdonar. Y apelaba a sus buenos sentimientos.
-No se preocupe – contestó Candy ante la mirada de incomprensión de parte de su hijo. Tom solo sabía que su madre y su abuela se habían distanciado cuando Candy había decidido irse a la ciudad, él no veía el gran problema, y por tanto no comprendía que su mamá pudiera actuar de manera contraria a sus principios. Ella siempre demostraba caridad a los desamparados, ¿por qué ser diferente con su propia madre?
-¿Amanda? Mira quien ha llegado.
El doctor entró a la habitación, después de tocar levemente. Candy se quedó parada en el umbral de la puerta observando una figura sentada en una silla de ruedas, estaba de espaldas a ellos, mirando por la ventana. Pudo ver con detenimiento el lugar. Había una cama matrimonial en el centro del cuarto, un edredón con flores amarillas bordadas lo adornaba, había dos mesitas de noche en las orillas de la cama, una tenía la lámpara de aceite y la otra un florero con flores silvestres. En el extremo opuesto, una cómoda, adornada también con flores frescas. Se notaba nuevamente la austeridad de las habitaciones, sin embargo, era acogedora y hasta, en cierta forma, alegre.
El doctor caminó hasta donde estaba Amanda para ayudarla a quedar de frente a su hija. Candy se sorprendió al ver el estado de la mujer que antaño fuera, a su modo de ver, la mujer más valiente, fuerte y hermosa que habitara el pueblo. Ahora se veía demasiado delgada y acabada, su veía demacrada. Su boca torcida hacia un lado y su parpado izquierdo parecía que no se abría por completo. Su mano izquierda estaba curvada ligeramente hacia su cuerpo, mientras su brazo se mantenía rígido, se imaginaba que así estaba su pierna.
Cuando la miró a los ojos, vio como la mirada de su madre se enturbiaba.
-¡C-andy! – la llamó con cierta dificultad.
-Hola madre, ¿cómo te encuentras?
Candy habló casi sin emoción, no se separó de la puerta a pesar de que su madre había extendido su brazo derecho hacia ella. Pero afortunadamente para Candy, Tom se adelantó y tomó la mano de su abuela.
-Tu eres mi abuela – afirmó con cierto júbilo en su voz. La mujer lo miró extasiada y al mismo tiempo con incertidumbre. Tom se acercó a ella besándola tiernamente en su arrugada mejilla.
-Es mi hijo, se llama Tom, madre –. Candy se acercó a ellos enlazando su brazo al de Tom. Su instinto materno la instaba a protegerlo, pero ¿de quién? ¿De una mujer inválida que los miraba con asombro y tristeza a la vez? Candy comprendió las palabras del doctor al apelar a los buenos recuerdos y se esforzó por ser menos aprensiva.
Amanda no dijo nada, pero comenzó a llorar, se llevó la mano buena a su rostro y ahogó sus sollozos. Tom se arrodilló frente a ella y la abrazó delicadamente.
-Eres igual a tu abuelo – su dificultad al hablar se hizo presente nuevamente, aunque todos entendieron sus palabras. Y Candy dio gracias por ello, porque al menos sí comprendía un poco a su madre y porque, a pesar de todo, Tom se parecía a su abuelo…y no a su padre.
Un tanto conmovida por la reacción de su madre, se acercó a ellos y los abrazó.
-Has vuelto – dijo su mamá con alivio.
-Sí, mamá. Ya no me iré de nuevo, Tom y yo compramos la antigua casa del telégrafo y la acondicionaremos para poner un salón de té, él ama a los caballos, sabe mucho de ellos y quiere seguir trabajando. Vivirás con nosotros y verás que te recuperarás y saldremos adelante, los tres juntos.
Amanda asintió, y mirando a Tom con amor le acarició la mejilla.
-Mi nieto – dijo con orgullo.
Después de platicar de su vida en la ciudad, Candy y Tom ayudaron y aprendieron cómo masajear y ejercitar los músculos rígidos de Amanda, posteriormente Candy le ayudó a tomar un baño y la acomodó en la cama con ayuda de Tom, para que tomara su cena. Terminaron muy cansados y se despidieron del doctor para ir a dormir al hotel. Al día siguiente acudirían nuevamente para la misma sesión de ejercicios. El doctor Martin le dijo que mientras no estuviera lista su casa no se preocupara por el cuidado de su madre, seguirían como hasta ese momento a lo que Candy agradeció infinitamente.
Y así se inició una rutina. Por las mañanas y noches, acudían a casa del doctor, desayunaban y cenaban, respectivamente, junto a Amanda e iniciaban la sesión. A mediodía, acudían a su casa, junto a Annie y algunos trabajadores del hotel a los que les pagaba por su ayuda, limpiaban, ordenaban, decoraban. Los muebles que Candy tenía en Chicago llegaron una semana después, lo que le ayudó a recortar gastos. Pero la remodelación de la habitación de su madre, que antes era un pequeño almacén en la planta baja, la construcción de baños con plomería interior, uno en el piso superior, donde había tres recamaras y un pequeño espacio que Candy convirtió en una pequeña sala de estar; y otro en la habitación de su mamá, fueron gastos no previstos.
Por lo que, cuando llegó el momento de arreglar lo que sería su salón de té, tuvo que hacer varios sacrificios. Tom, que hasta el momento no había conseguido trabajo, conoció al carpintero y al herrero del pueblo, Candy había mandado a hacer repisas, mesas, sillas un mostrador y todo lo necesario para amueblar el salón, así que su hijo, viendo que el presupuesto no alcanzaba, ayudaba a los oficiales para que solo cobraran la mitad de lo que habían pactado. Los hombres que habían llegado al pueblo tres años después de la partida de Candy no la conocían, por lo tanto, dejándose llevar por su belleza y buen corazón aceptaron el trato. Pero todavía faltaba la mantelería, la cubertería, los juegos de té, arreglar los aparadores…algo que Tom hacía cuando llegaba por las tardes, y trabajaba hasta bien entrada la noche. Afortunadamente su cocina ya estaba instalada y tenía todo lo necesario para comenzar a hornear... aunque no para empezar su negocio. Necesitaba una buena cantidad de dinero y, a no ser que acudiera al banco a hipotecar su recién adquirida propiedad, eso jamás sucedería.
Ella había empezado a hornear su mejor repostería y Annie se aseguraba de que sus creaciones se vendieran en el restaurant del hotel, los cuales se vendían muy bien. Así que al menos, cuando abriera su salón de té toda su pastelería ya sería conocida.
-¡Ma´, ma´! – La llamó Tom, entrando como tromba, ella se encontraba descansando un momento, en una silla afuera de la habitación de su madre. Ya tenía un mes que habían llegado al pueblo, y dos semanas de que habían podido mudarse a su casa. Su mamá dormía la siesta que tomaba después de comer. Ella se incorporó, asustada por la premura de su hijo.
-Tom, ¿qué pasa?
-¡Conseguí trabajo!
-¿Qué, dónde?
-El rancho que pertenecía a esa familia para la que los abuelos trabajaron, ¿recuerdas que te dije que estaban acondicionándolo para la crianza de caballos? El capataz fue con el herrero para que le arreglara las herraduras a su caballo, como yo lo hice en un santiamén y no molesté al caballo, me preguntó cómo es que sabía de caballos y le platiqué donde había trabajado. Lo mejor de todo fue que me ofreció trabajo temporal como caballerango, en lo que el dueño me aprobaba personalmente, y me dijo que, si demostraba que sabía entrenar caballos, tal y como afirmaba, se aseguraría que nunca me faltara trabajo.
-¡Vaya¡ ¿De verdad? Eso es estupendo, ¿Cuándo comienzas?
Candy se alegró, pero internamente sintió miedo. ¿Y si eran los Leagan quienes eran de nuevo los propietarios del rancho? Annie le había asegurado, categóricamente, que no era así, aunque Candy no sabía por qué aseguraba eso, sin embargo, esa idea no abandonaba su cabeza.
-Por fin podré demostrar lo que me enseñó, Águila dorada –dijo su hijo refiriéndose a su amigo Cheyenne que trabajaba con él en el rancho en Chicago –. Comenzaré el próximo lunes, pero no te preocupes, está tan cerca que podré ir y venir diariamente, y, además, el señor Stear me aseguró que mientras no termine con el trabajo que tengo aquí, me dejará trabajar mediodía. ¿No es genial? Trabajo, mediodía, me pagan y puedo terminar lo que falta para tu salón. Bueno, me tengo que ir, quiero acabar hoy el mostrador e ir a recoger a la mercantil los vidrios para que quede armada.
Y así como entró, salió. Candy quedó conmocionada, estaba orgullosa de su hijo y de su esfuerzo por ayudarla y salir adelante. No se asombraba de que hubiera conseguido trabajo, porque él era así, se esforzaba hasta conseguir lo que quería. Pero lo que le asombraba era que nombrado al señor Stear. ¿Stear? Alistear Cornwell, el hermano mayor de Archie, cinco años mayor que su hermano, había abandonado su hogar con tan solo dieciséis años, destrozando el corazón de su madre y las ilusiones de su padre al ser heredero del negocio familiar, que en ese entonces era un pequeño hotel, para seguir la fiebre del oro. Sus padres nunca se lo perdonaron, y Archie tomó el lugar que le perteneciera al primogénito, por lo que se vio obligado a aprender del negocio desde muy joven y, lo peor, compartir el desprecio que sus padres sentían por Stear. Finalmente, los señores Cornwell habían fallecido en un asalto a una diligencia, Archie había tomado las riendas del negocio, y Stear, había encontrado oro, haciéndose millonario, pero sin obtener el perdón de su familia.
Y ahora había regresado al pueblo, al igual que ella. ¿Eso significaba que regresarían todos los demás? ¿Los Leagan y los Andrew? Esperaba que solo fuera una tonta idea, porque eso significaría volver a ver a ese maldito hombre que le había arruinado la vida…pero también volvería a ver a Albert. El hombre al que ella le había arruinado la vida abandonándolo sin explicación alguna.
-¿Candy?
Su mamá la llamó desde su habitación, ella agradeció la interrupción de sus atribulados pensamientos.
-¿Qué pasa, mamá? ¿Quieres que te pase a la silla de ruedas? – Amanda White ya solo necesitaba ayuda para pasarse de la cama a la silla de ruedas, ahora ya hablaba mejor y hasta se bañaba sola sentada solo en una silla.
-No hija, no pude evitar escuchar hablar a Tom –. Amanda estaba orgullosa de su nieto y lo amaba con todo su corazón. Y el amor era recíproco, el chico era feliz de tener a alguien más aparte de mamá, por fin podía presumir que tenía una familia.
-Sí, estaba extasiado de tener trabajo, especialmente si hace lo que le gusta.
-Pero, además, él solo piensa en ayudarte.
-Sí, es un hijo excelente. No podría pedir nada más.
-Igual que tú.
-¿Cómo dices?
-Que Tommy es un excelente hijo, al igual que tú –. Candy no supo qué responder a eso. Si bien era cierto que la relación con su mamá había mejorado bastante, se le hizo raro escuchar algo así de parte de ella. Especialmente porque nunca se lo había dicho.
-Siempre lo he pensado, solo que, al creer estúpidamente que complacer a tu padre en todo, me daría la felicidad que solo existía en mi mente, descuidé lo más importante: tú, mi querida hija. Y quiero que sepas que estoy muy orgullosa de la mujer en que te has convertido, aunque yo no haya tenido nada que ver en ello…y te suplico, que me perdones por abandonarte cuando más lo necesitabas. ¡Perdóname!
Con evidente arrepentimiento cubrió su rostro y rompió a llorar, el llanto era tan profuso que, su recién recuperado cuerpo, se sacudía agitadamente. Candy la miró emocionada, nunca su madre le había expresado esos sentimientos, pero nunca imaginó que le pediría que le perdonara. Instintivamente se acercó a ella y la abrazó con todas sus fuerzas. Ya no importaba el pasado, comprendió, su madre había sufrido lo suficiente para comprender el daño que le había hecho esa relación destructiva, y ahora todavía estaban a tiempo de recuperar el tiempo perdido. Ella se iba a esforzar por ello, pues hasta el momento había mantenido de cierta forma distante con su madre, evitando crear un lazo emocional con ella. Contrario a Tom que se había encariñado demasiado con su abuela, y le agradaba saber que era algo reciproco.
-Todo está bien, mami – le dijo consolándola, y secando sus lágrimas, y las propias también. Su mamá la observó con los ojos empañados y sonrió levemente, al menos lo que su parálisis le permitió –. Olvidemos el pasado, y salgamos adelante los tres juntos. –Ya lo había dicho la vez que se volvieron a encontrar, solo que, en esta ocasión, fue sincera.
-Gracias, mi niña.
Se dieron un fuerte abrazo, y permanecieron así unos minutos, se separaron cuando Candy, olfateó, más de lo que recordó, que había dejado unos panecillos para la cena en el horno. Con presteza, salió corriendo hacia la cocina mientras su mamá sonreía tranquilamente. Aunque su sonrisa se desvaneció lentamente al recordar algo que últimamente le daba vueltas en su cabeza, y algo que había decidido no preguntar a su hija: la identidad del padre de Tom. Neal Leagan, el ser más aborrecible que pudiera existir sobre la tierra, era el padre de un chico maravilloso, que nada tenía que ver con la personalidad de ese hombre. Y admiraba aún más a su hija por amar de forma incondicional a su hijo, a pesar de la forma en que fue concebido. Tan solo al imaginar todo lo que su pobre Candy había pasado, le dolía el corazón. Sin querer recordar la desesperación y desconsuelo por el que había pasado Albert.
¿Cómo había sido tan egoísta con dos jóvenes que se amaban con el corazón? Si ella hubiera hecho caso del ruego de Candy, nada hubiera pasado. Sumamente arrepentida por algo que "no hizo", se prometió que, a partir de ese momento, ayudaría a su hija en todo lo posible. Y ya sabía por dónde empezar…
.
.
.
.
Un mes después, Tom y Candy acudieron a la estación de tren, tenían que recoger el último encargo con el que por fin pondría a trabajar su tan ansiado negocio. Su madre le había sorprendido al darle sus ahorros de años de trabajo que secretamente había guardado de su esposo. Eso y el dinero que, entre Candy y Tom también ahorraban, le había dado la oportunidad de salir adelante, sin la necesidad de acudir al banco.
-Tom, mientras sacas las cajas de la bodega y las acomodas en la carreta, yo me adelantaré a la oficina para traer la mantelería.
-¿Estás segura que puedes?
-Vamos, Tom, son solo manteles, y no son tantos como para que me rompa siquiera una uña –le dijo con diversión, y se alejó sonriendo.
Su vida no podía ir mejor. Su mamá iba mejorando cada día, Tom tenía un excelente trabajo, aunque nadie sabía nada acerca de la identidad del dueño del lugar, había decidido que eso no le preocuparía más. Y ella, estaba cumpliendo su sueño realidad, ¿qué más podía pedir?
Salió de la oficina aun más sonriente al tener entre sus manos su tan preciada mantelería que había mandado a hacer hasta Chicago. El tren procedente de Chicago estaba llegando en ese momento y el maquinista le aconsejó que se mantuviera un poco alejada pues estaba en el área de desembarque, ella, ansiosa por tener sus preciosos juegos de té entre sus manos y todo lo demás que había llegado, trató de ganar tiempo caminando entre cajas y estibadores. Con grandes esfuerzos logró llegar hasta el área de pasajeros, tenía que dar una gran vuelta hasta llegar donde Tom, pero no le importó.
Un gran hombre chocó con ella, la caja que llevaba en los brazos cayó al suelo, se inclinó para recogerlos, una mujer la empujó con sus maletas, Candy por poco cae al suelo. Sintiéndose torpe por estar en ese lugar, decidió quedarse quieta y esperar, en esa posición embarazosa, a que la estación se fuera despejando. Sintió incontrolables ganas de reír por la situación tan ridícula, pero una voz grave y odiosa llegó a sus oídos.
¡No podía ser cierto!
-Me duele la pierna de tanto estar sentado.
Refunfuñó esa voz. Candy se levantó ansiosa y corrió a ocultarse tras una gruesa columna. Él seguía quejándose de todo, mientras ella dejaba caer al suelo sin delicadeza su preciosa adquisición. Se cubrió la boca con ambas manos para ahogar el grito de terror que salió de su garganta. Gruesas lágrimas de dolor e incredulidad, ¿por qué? ¿Por qué? Se sintió entumecida sin dejar de hacerse la misma pregunta. Era un dolor tan profundo que no se dio cuenta a qué hora comenzó a despejarse la estación.
Después de lo que parecieron horas interminables, espió por la orilla de la columna para verificar si ya no había nadie. Pero se llevó una grave decepción, a unos metros se encontraba Neal Leagan de espaldas a ella, discutiendo con una mujer de mirada ausente frente a él. Estaba algo encorvado, pero solo podía recordar su espantosa voz:
"Por fin sabrás lo que significa estar con un hombre de verdad".
Solo una palabra definiría lo que sentía correr por su cuerpo: Pánico. Un profundo, doloroso y eminente pánico.
¿Qué haría a partir de ahora? Al parecer él pensaba quedarse en el pueblo, lo que pudo deducir al escuchar pedazos de la discusión que mantenía con quien, ahora sabía, era su esposa. Él le reclamaba por no ser más la mujer abnegada con la que se había casado y ella, con voz fría e impersonal le había contestado que él la había matado con sus desplantes, malos tratos y, lo llamó lisiado. Candy no se extrañó por esa acusación, todo lo que ese hombre tocaba lo destruía.
Con asombro, observó que ella se iba dejándole ahí parado. Pero más le asombró ver el porqué su esposa le había llamado lisiado. Recargado con un bastón gastado de madera, el cual no había visto por la posición en la que estaba, lo vio caminar arrastrando su pierna derecha con demasiada dificultad, en realidad estaba más encorvado de lo que en un principio supuso, y de lejos parecía un viejo decrépito.
Al verlo desaparecer, sintió que su corazón volvería a latir, pero un sinfín de preguntas se arremolinaron en su mente.
¿Por qué había decidido volver Neal a Pony´s Hill? ¿Cómo lo evitaría? El hombre que había provocado que ella sintiera repulsión hasta de un simple toque de cualquier hombre, viviría en el mismo pueblo y no se imaginaba siquiera respirar el mismo aire que él. Pero ¿cómo abandonar la maravillosa vida que ya se habían forjado? ¿Qué…?
-Asegúrate que los caballos se encuentren bien, Elisa. Y acompaña a tu hermano y a los hombres al rancho. Dile a Stear que les indique donde vivirán, incluyéndote. Archie me invitó a comer y conocer el hotel así que llegaré por la noche.
-Pero…
-¡Ahora!
El tono imperioso del hombre que caminaba orgulloso pasando a su lado sin verla, la hizo salir del trance en el que había entrado al escucharlo y verlo.
Albert, su gran amor, el único hombre al que amaría en su vida, se alejaba con paso majestuoso, digno de alguien que emanaba autoridad y riqueza. Dejó de prestar atención a su alrededor, sin percatarse de la joven hermosa que le acompañaba, tomándolo del brazo. Solo observando cómo se alejaba de ella, sin comprender que la vida los acercaba nuevamente.
-¿Ma´? – Le preguntó Tom preocupado al llegar junto a ella –. Te hemos estado buscando, casi hago que el sheriff retrase el tren por si te habías equivocado de lugar –dijo bromeando, se inclinó para tomar la caja del piso y comenzó a caminar. Se detuvo cuando notó que su mamá no le seguía. Estaba ahí, parada, pálida, con lágrimas derramadas, y una mirada perdida. Eso lo asustó y se acercó de prisa a ella, junto a los dos hombres que había contratado para ayudarle.
-¿Ma´? ¿Mami? ¿Qué te pasa? – Le preguntó muy asustado, tomándola de los brazos y la sacudió levemente. Al parecer eso ayudó porque ella le miró unos instantes… antes de caer entre sus brazos.
.
CONTINUARÁ...
.
Gracias por la espera. Espero les agrade el capítulo.
