Lo que queda de mi.

Capítulo 5

CONFESIONES

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-¿Quieres un té?

Candy miró a su amiga de toda la vida. Había llegado al hotel a primera hora de la mañana y la había sorprendido aún dormida, pero supo que el evitar mirarla a los ojos no era por estar recién levantada sino porque sabía que era culpable de omisión.

El día anterior había sido una montaña rusa de emociones. Su desmayo lo había achacado al calor y a los nervios, Tom le creyó, aunque solo después de asegurarse que la revisara el doctor Martin. Aunque su mamá y el propio doctor, no le habían creído en absoluto así que ellos sí sabían toda la verdad. Ni siquiera recordaba cómo les había explicado todo, pero sí recordaba las palabras de consuelo y apoyo, así como los abrazos reconfortantes de su madre. Eso le había dado las fuerzas necesarias para soportar el resto del día y sonreír fingidamente frente a su hijo.

Y ahora estaba ahí, delante de su amiga a las seis de la mañana, para que le explicara por qué no le había hablado del regreso de Albert al pueblo. Porque mientras revivía una y otra vez lo sucedido en la estación, recordó haber escuchado a Albert decir que iría a comer con Archie, lo cual también implicaba que comería con Annie.

-¿Por qué no me dijiste que Albert regresaría al pueblo?

Annie dejó de intentar evitarle la mirada. La observó con cautela y Candy notó que su amiga estaba ojerosa y se veía cansada.

-Lo siento, Candy. No supe cómo decírtelo. Me enteré que Albert había comprado el rancho de los Leagan solo unos días después de que se iniciaran las negociaciones de la compra de tu casa. No quise decírtelo en ese momento porque supuse que Albert solo lo compraría y seguiría residiendo en Texas, pero resultó que compro el lugar para cumplir el sueño de su papá y regresar a su pueblo natal. Ya era demasiado tarde para decírtelo y no pensé… lo siento tanto.

Annie comenzó a llorar y se abrazó a su amiga, Candy supo que no lloraba por lo que no le dijo, porque no era para tanto.

-¿Qué pasa, Annie? – Preguntó abrazando y consolando a su amiga. – Estoy segura que no estás llorando por haberme ocultado lo de Albert, no es para tanto. Confieso que al principio me sentí un poco dolida y hasta cierto punto traicionada, pero después de pensarlo toda la noche, llegué a la conclusión que no era tan importante, solo vine para que me dijeras lo que te había motivado a…omitirme esa información.

-Perdóname – dijo separándose de ella y secándose las lágrimas. – No supe cómo sobrellevar la información y, egoístamente, tampoco te lo dije porque no quise volver a perderte. Ahora que están Tom y tu aquí, me siento como si estuviera con mi familia. Especialmente ahora que tengo tantos problemas con Archie.

-¿Tienes problemas con Archie? Es por mi culpa, ¿verdad?

-No. Bueno es una pequeña parte, en realidad tengo problemas con Archie desde hace varios meses. Se está comportando como un troglodita, me prohíbe desde menear un dedo en el hotel, hasta hablarle a su hermano. Los problemas aumentaron más cuando le dije que quería tener un bebé y me dijo que ni lo pensara, no está preparado para ser padre, además, casi no está conmigo y… Al menos, impuse mi voluntad al apoyarte, pero ya no sé qué hacer.

Annie siguió llorando desconsoladamente. En esos momentos sintió que sus problemas eran nada en comparación con los de su amiga. Ella solo tenía que sacar el carácter y valor que había desarrollado durante todos esos años y enfrentarse a Albert y a Neal, como le dijo su mamá, ella podía hacerlo. Ya había superado lo peor ahora debía caminar con la cara en alto y afrontar la situación. Pero Annie, ella sí que tenía verdaderos problemas y Candy se sintió egoísta porque desde que llegó a la ciudad solo había pensado en ella y sacar adelante su vida personal y su negocio. ¿Cómo nunca se había puesto a pensar en las miradas ausentes y sonrisas forzadas que luego captaba en Annie?

-¿Qué puedo hacer? – Preguntó Candy, Annie sonrió tristemente.

-Nada, esto solo lo debo resolver yo y por el momento solo me conformo en tenerlos a ustedes junto a mí, en ayudarlos y en meditar exactamente qué puedo hacer con mi matrimonio. Mamá me ha estado invitando desde hace tiempo a visitarlos, tal vez este sea un buen momento de hacerlo. Aunque no antes de que quedes bien establecida en el pueblo, en tu negocio y haberte enfrentado a Albert.

-Y a Neal.

-¡Oh, Dios! Es cierto, había olvidado que ese par de odiosos hermanos también han regresado.

-Lo que no entiendo es que Albert los haya contratado.

-Al parecer, estaban muertos de hambre y el padre de Albert apeló a su favor y les ofreció trabajo. Solo fue por lastima, por lo que sé, Albert los trata con la punta del pie. Él…ha cambiado mucho.

Candy lo imaginaba. No esperaba que el muchacho dulce y amoroso siguiera siendo el mismo con el pasar de los años. Ni siquiera esperaba que no la odiara, y eso era lo que más le dolía.

-Lo creo.

-Y no para bien, se ha vuelto duro, insensible y hasta cierto punto, cínico.

Candy calló, ¿qué podía decir? Comenzó a servir el té que Annie minutos antes le había ofrecido, solo por tener algo qué hacer. Notó el silencio de Annie y pudo ver que quería decirle algo más.

-¿Qué más pasa?

-Albert no regresó solo.

-¿A qué te refieres?

-Albert… bueno, Albert está casado.

Solo se escuchó la taza de porcelana caer al suelo y el sollozo amortiguado de Candy en el pecho de su amiga.

-Tenemos que pasar esta tarde a recoger los últimos insumos que faltan en la mercantil – dijo Tom, mientras terminaba su desayuno.

Eran las cinco de la mañana, la hora en que comenzaban su rutina diaria. Amanda, ya más recuperada de su enfermedad, ayudaba en los quehaceres diarios, mientras Candy atendía los últimos retoques que debía darle a su salón, y Tom seguía trabajando en el rancho Andrew. Aunque Candy ya había tenido una semana para asimilar el regreso de medio mundo al pueblo y la idea de que Albert se había casado con la hija de un banquero, seguía un poco intranquila. Eso aunado a los nervios de la inauguración de su negocio, y el hecho de saber que no podía decirle a Tom que dejara de trabajar en el rancho porque levantaría muchas sospechas de parte de su hijo, apenas y le permitían dormir.

-Sí, ya hablé con el señor Rogers, el pasará a recoger el pedido. ¿Llegarás a tiempo para ayudarme a pulir la cubertería?

-Creo que sí. El señor Andrew me pidió que hoy ayudara domar un potro que recién acaba de comprar, ¡era la oportunidad que estaba esperando!

Sus ojos brillaban de emoción. Ella sabía que la vida de rancho la llevaba su hijo en las venas, aunque solo Dios sabía a quién había salido, no se parecía a ella, y a…el bueno para nada que ayudó en su procreación, menos. Lo que Neal Leagan deseaba de la vida era vivirla sin tener que mover un solo dedo. Y ahora, Tom no dejaba de hablar del señor Andrew, de Albert. Lo admiraba demasiado y eso la asustaba, no quería que su hijo conviviera mucho con ninguno de los dos, ¿y si alguien notaba su parecido? Por eso últimamente había tratado de meterle en la cabeza que estudiara la universidad en Boston, Nueva York o a algún lugar lejos, aunque eso implicara dejar de verlo, solo no quería que alguien descubriera la verdad y entonces el único que sufriría sería Thomas.

-¿Has pensado en lo que dije de la carrera de veterinaria? – El semblante de Tom cambió y no para bien, ese era un tema que no le agradaba y no sabía por qué su madre últimamente se esforzaba por hablarle de eso.

-Ya sabes que eso no me llama la atención, mamá. Yo disfruto estando al aire libre ocupándome de los caballos, y ahora que me dieron la oportunidad de demostrar lo que sé hacer, no quiero abandonarlo.

-Pero siendo veterinario tendrás más oportunidad de…

-¡No, mamá! – Tom se levantó de la silla molesto, Candy nunca lo había visto así. - ¿Por qué quieres que me vaya? ¿Acaso ya no quieres que esté con ustedes?

Tom tenía los ojos llorosos y Candy tardíamente comprendió que su insistencia podría ser malinterpretada por su hijo.

-¡Por supuesto que no! – se apresuró a aclararle ella, e inventó una excusa. – Es solo que, nunca tendrás la oportunidad de tener una propiedad así, yo pensé que…

-Creí que me conocías mejor, yo me conformo con trabajar en lo que me gusta, y a ayudarte en lo que más pueda. Pero tal vez ya no me quieras cerca de ti. – Aseguró dolido, caminó y le dio un beso en la frente a su abuela que solo observaba callada. – Nos vemos en la noche.

Salió sin despedirse de su madre, Candy sintió que le acababan de atravesar el corazón con algo afilado. Amanda se acercó a ella, y se sentó a su lado. Le acarició la mano que mantenía rígida sobre la superficie de la mesa y secó las lágrimas que caían sobre el rostro de su hija.

-Te advertí que no era prudente que lo presionaras de esa manera. Ahora piensa que no quieres tenerlo a tu lado. – La amonestó su madre, habían mantenido conversaciones donde Amanda precisamente le advertía sobre el peligro de forzar a Tom a hacer algo que no deseaba.

-Lo sé. Y no sabes cómo me arrepiento. Pero es que tengo tanto miedo.

-No puedes vivir con miedo. ¿Acaso no comprendes que estás otorgando poder sobre tu vida a personas que no valen la pena? Mira ahora, Tom piensa que ya no quieres que esté a tu lado y tú te estás martirizando por algo que ni siquiera ha pasado, y que tal vez no pase nunca.

-Pero y, ¿si se enteran? Sabes lo que podría pasar, no quiero que Tom sufra.

-¿Más de lo que está sufriendo al pensar que su madre ya no lo quiere cerca de ella? – Era una pregunta retórica, pues Candy comprendió la lógica. - ¿Alguna vez has pensado en…decirle a Tom la verdad?

-¡No estás hablando en serio! - Candy la miró horrorizada. – No, nunca lo haré eso significaría…

-Tranquilízate, no estoy diciendo que estás obligada a hacerlo, pero creo que el guardar tantos secretos solo te traerá dolores de cabeza, algún día te explotarán en la cara. Y más con todos ellos de vuelta en el pueblo. Además, no creerás que Tom está conforme con esa explicación tan ambigua que le diste acerca de su padre. Solo piénsalo, y en lugar de tratar de alejarlo de aquí, trata de prepararlo para lo que se avecina.

Candy observó cómo su madre se marchaba con paso lento. Sonrío a pesar de su inquietud al notar que ya caminaba con el paso más fluido, estaba tan recuperada que hasta le ayudaba con las comidas y los quehaceres de la casa, hasta le había prometido que le ayudaría en lo que pudiera en cuanto estuviera su salón. De pronto recordó la expresión de su mamá, por primera vez se notaba que era feliz y estaba tranquila, no solo estaba superando su enfermedad sino también el abandono y maltratos de su esposo. Su madre había sufrido lo indecible en su amor excesivo hacia su padre, pero ahora nada de eso le impedía avanzar hacia adelante.

Y ahora ella comprendió que tenía que seguir su ejemplo y ver hacia el futuro en lugar de estancarse en las consecuencias de su pasado tan desastroso. Sí, había sido algo más terrible que desastroso, pero algo bueno y maravilloso había salido de todo eso y era: su hijo. Efectivamente, Tom era lo que más amaba en el mundo y lucharía con uñas y dientes por defenderlo ante quien quisiera hacerle daño, aunque se tratara de Elisa, Neal, o el mismo Albert. Ahora se daba cuenta que había cosas más importantes que preocuparse por algo que todavía no pasaba, y era el aclarar las cosas con Tom, aunque eso no significaba que le contaría la verdad, enfocarse en su negocio, seguir ayudando a su mamá a recuperarse y ayudar a Annie en lo que más pudiera, era momento de pensar en los demás.

Con esos pensamientos positivos emprendió sus labores junto a su madre, pensando en la inauguración de su negocio al día siguiente. Quería mantener la mente ocupada en cosas alegres en lugar de martirizarse imaginando a Albert abrazando a otra, amando a otra. Al principio su mamá se había mostrado preocupada por sus sentimientos al saber que Albert se había casado, pero ella le había asegurado que solo estaba conmocionada por la noticia, pero no le importaba tanto como se podía pensar.

Pero lo cierto era que estaba destrozada. Cuando Annie le había dicho aquello, se sintió morir y deseó desaparecer, ella sabía que Albert sería el amor de su vida, pero no fue consciente de que su amor por él seguía más vivo y fuerte que nunca. Pero ¿qué esperaba? ¿Qué después de desaparecer el día de su boda, sin explicación alguna, le siguiera siendo fiel a su memoria? Solo una tonta como ella podía haber esperado inconscientemente algo así.

-¿Má? – Candy vio la hora y notó que Tom había llegado inusualmente temprano. Demasiado temprano, solo eran las doce del día. Pero su llegado la animó un poco, y agradeció a su hijo la interrupción porque inevitablemente sus pensamientos habían terminado en donde no quería, o, mejor dicho, en quien no quería, en Albert. Además, tenía que arreglar las cosas con su niño.

Se bajó del banquito donde estaba de pie colocando las lámparas de aceite que le habían entregado un día antes. Tom estaba en el umbral de la puerta mirándola con desconfianza, tal vez pensaba que estaba enojada con él, nada más alejado de la verdad.

-Siento mucho cómo reaccioné en esta mañana, má. De verdad lo siento, pensaré en lo de la universidad, solo no presiones demasiado, ¿sí? – Candy sonrió aliviada y corrió a abrazarlo, él correspondió el gesto y se terminó la tensión.

-No, soy yo la que tiene que disculparse, no quiero que te alejes de mí, es solo que pensé que trabajando para alguien más nunca tendrías un lugar propio, algo que tú te mereces – le dijo ella enmascarando la verdad. Aunque en realidad era parte de la verdad.

-Lo sé, pero no pienso trabajar toda la vida para alguien más. Apenas tengo dieciséis años…

-Todavía no los cumples.

-Está bien, pero como sea, estoy muy joven y quiero trabajar lo suficiente para juntar algo de dinero y comprar una propiedad al sur de aquí, hay mucho caballo salvaje que podría domar y vender al ejército. No tomaría más de tres años ya estuve platicando con el señor Graham y dice que es posible hacerlo. Solo necesito ganar el suficiente dinero para llevarlo a cabo, y siendo solo un ayudante en el rancho Andrew, me llevará más tiempo, por eso estuve contento que el señor me diera esa oportunidad.

-¡Vaya! Estoy impresionada, ¡hasta has hablado con el banquero! ¿Cuándo pensabas decirme tus planes? Sabes que, si mi negocio funciona, esto será productivo al cabo de tres años y podré ayudarte a hacer tu sueño realidad, así como tú me ayudaste con el mío.

-Tienes razón, má. Muchas gracias. Entonces, ¿ya no quieres que me vaya lejos a estudiar?

-Solo si tú lo deseas – Él negó con la cabeza. – Muy bien, pero dime, ¿por qué llegaste tan temprano?

-Hubo un problema con el mozo de cuadras. Ese viejo cojo es odioso y estuvo pegándole al nuevo potro del señor Andrew, cuando yo llegué le quité la fusta y amenacé con decírselo al patrón, pero en ese mismo instante él llegó acompañado de Stear, y el viejo odioso me culpó a mí. Creo que no le creyeron, pero no me gustó que me mandaran a la casa.

Candy observó a su hijo, siempre apacible y siempre dispuesto a pensar bien de los demás, había llamado viejo cojo y odioso al mozo de… pero interrumpió sus pensamientos cuando cayó en cuenta de algo.

-¿Viejo cojo dices?

-Sí. Neal…algo se llama. Es un hombre imposible, trata mal a los animales y, por lo que he oído, también a su esposa. Nunca había tenido la oportunidad de tratarlo en persona, y espero no volver a hacerlo porque tuve que hacer uso de toda mi paciencia para no molerlo a golpes, además está tan viejo que seguro me meten a la cárcel o algo. ¿Má? ¿Estás bien? – preguntó cuándo notó la palidez de su mamá, pero en seguida Candy forzó una sonrisa.

-Tranquilízate, no es normal en ti reaccionar así, tal vez por eso el señor Andrew consideró que era mejor que te alejaras del lugar – dijo tratando de calmar a su hijo aun cuando su corazón latía desbocado. ¡Tom se había enfrentado a su propio padre! Aunque lo que más le importaba era que nadie hubiera notado algún parecido. Ella, su madre, Annie y el doctor Martin que eran quienes sabían la verdad, aseguraban que no guardaba ningún tipo de parecido con Neal, pero deseaba estar cien por ciento segura. – El…el señor Andrew ¿dijo algo?

-¿Algo? ¿Cómo qué? Solo dijo que mejor regresara mañana por la mañana que estuviera más calmado. Pero bueno, tienes razón, necesito calmarme. ¿Ya vino el señor Rogers a traerte lo que falta?

-No. Considero que lo hará hasta más tarde.

-En ese caso será mejor que vaya yo a recogerlo. Espérame para que coloque las lámparas, no vayas a caerte.

Con paso firme salió a la calle a disponer todo para ir a la mercantil. Candy se quedó absorta en sus pensamientos, sin poder creerse lo que había pasado. Y al parecer todo iba saliendo bien. No quiso profundizar en pensamientos sombríos y se dedicó a colocar la mantelería, cubertería y juegos de té. Notó que aún faltaban varios paquetes del té especial que había mandado traer desde Inglaterra, le había costado lo suficiente como para pagar el viaje redondo de ellos tres al viejo continente, pero valía la pena. Por lo mismo, tenía que asegurarse de que ya estuvieran en la estación del tren.

Después de un rápido relato de lo acontecido en el rancho de Albert y de la reacción de Tom, su mamá le aseguró que en tal caso no tenía que preocuparse de que alguien sospechara el origen de su querido hijo. Un poco más tranquila fue a la estación, recogió su pedido y decidió ir a la mercantil.

Se sentía relajada y hasta feliz, el día estaba soleado, los niños corrían por las calles. La gente la trataba con respeto y esperaban con ansia la apertura del salón de té "La colina de Pony", un nombre poco original, lo reconocía, pero a pesar de todo amaba su pueblo. Aunque ahora ya no lo era tanto, no había perdido su encanto. Las carretas traqueteaban por las calles mientras ella caminaba por las banquetas de los negocios. Por fin divisó la mercantil y la carreta de Tom en la parte trasera, los insumos estaban siendo cargados. Se detuvo frente al escaparate y observó un hermoso camafeo de madreperla, seguro que costaría una fortuna, pero no perdía nada por preguntar y tal vez le permitieran tocarlo. Sintiéndose como una niña dispuesta a cometer una travesura se apresuró a entrar a la tienda.

Solo que al mismo tiempo estaba saliendo otra persona y chocó inevitablemente. Soltó los paquetes que llevaba en las manos y se apresuró a recogerlos, eran demasiado valiosos para que alguno se echara a perder por su torpeza. Después de revisarlos sonrió con tranquilidad, no les había pasado nada. Con la sonrisa en el rostro elevó su mirada para disculparse por el accidente, pero en cuanto vio a quien tenía delante de ella su sonrisa murió, igual que murieron sus sueños aquella noche tan aciaga.

Frente a ella estaba Neal Leagan observándola igual o más estupefacto. Sintió pánico y su corazón estuvo a punto de salirse del pecho, quiso correr, gritar, golpearlo y destrozarle el rostro. Desaparecer su sonrisa petulante que poco a poco iba surgiendo en su boca. De pronto, más que miedo, reconoció que lo que iba surgiendo dentro de ella era rencor, un profundo y latente rencor por ese hombre.

-Vaya, ¿a quién tenemos aquí? Candice White, nunca pensé volver a verte. – Su mirada lujuriosa recorrió su cuerpo de arriba abajo, ella sintió tanto asco que tuvo que contener las náuseas.

Ella reparó entonces en el hombre que tenía delante. Estaba encorvado y llevaba un bastón en su mano, su rostro estaba surcado de arrugas y, tal como había dicho Tom, se veía más viejo de lo que en realidad era. Ella alzó la barbilla, se mostraría orgullosa y pondría en su lugar a ese remedo de hombre.

-Yo tampoco pensé volver a verte, Neal Leagan, de hecho, deseé con todo el corazón que en estos momentos estuvieras muerto, pero lamentablemente algunos deseos nunca se cumplen e inevitablemente estamos nuevamente en el mismo pueblo, así que, para serte sincera, espero que sea la última vez que si nos topamos en algún lugar me dirijas siquiera la palabra. Yo haré como si no existieras y espero que tu hagas lo mismo.

Ante la mirada estupefacta de él, caminó con la frente en alto para adentrarse en la tienda, pero al pasar a su lado Neal habló entre dientes.

-No recuerdo que dijeras algo la noche que pasamos juntos.

Lo dijo como si lo ocurrido hubiera sido una cita entre amantes, como si no hubiera existido una trampa y la hubiera violado, sintió como el coraje recorría su torrente y lo abofeteó con tanta fuerza que Neal se tambaleó. Era consciente que ya había montado un escándalo, pero nada hubiera podido evitar que lo hiciera. De pronto vio como Neal reaccionaba y supo instintivamente que él intentaría devolverle el golpe, se preparó para darle un golpe en sus partes blandas, ya no pensaba detenerse ante nada, ahora se sentía con más fuerzas para defenderse. Pero justo cuando ambos iban a reaccionar, un hombre se interpuso entre ellos.

-¡Si te atreves a ponerle un dedo encima a mi madre, me olvidaré que eres un viejo decrépito y te seguro que te mandaré a la funeraria de Smith listo para la mortaja!

Candy miró estupefacta a su hijo. Su pequeño hijo que cuando nadie los veía, le decía mami y se comportaba como su niño consentido, se había interpuesto entre Neal y ella. Irguiéndose en toda su altura que, a su edad superaba el promedio, y su expresión amenazante sintió que no conocía al chico frente a ella.

Dentro de su estupor se dio cuenta, asimismo, que Neal retrocedía poco a poco, sin embargo, su expresión se iba haciendo cada vez más furiosa.

-No pensé que además de maltratar animales, también eras dado a maltratar mujeres. Ya había oído algo acerca de la vida que le dabas a tu esposa, pero con mi mamá no te atrevas si quiera a mirarla, ¿me has oído? – Neal sonrió con su típica sonrisa odiosa.

-¿Así que este mocoso es tu hijo, Candy? No lo hubiera pensado, aunque por la ridícula amenaza que ambos me han dirigido, no me extraña.

Candy notó con angustia que Tom daba un paso enfrente dispuesto a cumplir su amenaza, tomó a Neal de la camisa desgastada y levantó su brazo dispuesto a golpear al hombre que había insultado a su madre. Y por mucho que deseara que alguien moliera a golpes a Neal, su buen corazón y su moral no podían permitir que padre e hijo se enfrentaran, su consciencia no se lo permitía. Además, Tom era más joven que Neal y mucho más fuerte, ¿y le daba un mal golpe y hasta lo terminaba matando? Un miedo familiar se extendió en su pecho, lo mismo había pasado con Albert, y ahora no quería que su hijo se viera expuesto a algo semejante.

-¡Tom! – exclamó tomándolo del brazo, tratando de tranquilizarlo. – Cálmate, no te rebajes a tratar con este hombre, no merece la pena que gastes tu energía en alguien como él.

-¡Pero mamá…! – se quejó su hijo. Estaba lívido, no podía creer que ese viejo tuviera la desfachatez de acercarse siquiera a su madre.

Cuando la vio dirigiéndose a la mercantil, sonrió cálidamente. Era un hijo orgulloso de tener una madre como Candice Stevens, luchadora, trabajadora y siempre dispuesta a hacer lo mejor por él. Además, era muy guapa, se daba cuenta de cómo la veían los hombres a su alrededor, pero parecía que ella no tenía ojos para nadie. Él deseaba que encontrara un buen hombre que supiera amarla como ella se merecía. Que le diera la oportunidad a su corazón de volver a amar. Él no estaba seguro que hubiera amado profundamente a su padre, el relato de su relación era demasiado escueto, simple, tenía muchas dudas al respecto, pero sabía que ese tema era demasiado espinoso para ella, así que ahora solo quería que su madre alguna vez pudiera amar profundamente a alguien.

Cuando terminó de empacar toda la mercancía, decidió alcanzarla para que se fueran juntos a su casa. Pero al llegar a la esquina del lugar, observó la escena. Fue testigo de cómo su mamá abofeteaba al decrépito de Neal Leagan. Sintió que la furia dentro de él crecía enormemente. Nunca en su vida había sentido tal resentimiento por alguien, y si en ese momento no estuviera Candy suplicándole con la mirada que le hiciera caso. Con toda su determinación, dio un paso atrás y solo asintió con la cabeza. Miró a Neal de forma amenazante, este solo lo veía con miedo en los ojos, pensaba que el chiquillo solo hablaba por hablar, así que cuando lo vio dispuesto a golpearlo, supo que estaba perdido.

-Será mejor que me esperes en la carreta, Tom –. El señor Rogers ya la había llevado frente a la tiendo y Candy pudo notar que había varias personas pendientes de la situación, si algo le pasaba a Neal y alguien recordaba su amenaza, lo podrían culpar a él.

-¿Estás segura? – preguntó el chico notando que su mamá se disponía a hablar con ese hombre.

-No te preocupes, puedes estar pendiente de mi desde ahí. – A regañadientes el chico obedeció.

-Has regresado al pueblo y no puedo evitar que nos encontremos – comenzó Candy a decirle a Neal en voz baja, no quería que nadie la escuchara –. Tampoco puedo olvidar cómo me destrozaste la vida hace dieciséis años, ni cómo me encantaría que desaparecieras de la faz de la tierra. Pero sí puedo contarle a Albert que me violaste esa noche y que por eso no me casé con él, sé que Elisa y tu prácticamente viven de la caridad de los Andrew, y si Albert y su padre se enteraran de lo que me hicieron hace años, ¿Qué crees que pasaría con ustedes? Albert siempre los ha despreciado y no creo que ahora haya cambiado mucho. Así que, si yo estoy dispuesta a olvidar, espero que tú también te olvides de mí existencia y la de mi hijo.

-No te creería – afirmó tajante Neal, aunque su reacción al principio fue de desconcierto –. Yo le diría que fuiste tú la que fue a buscarme y…

-Yo tengo testigos de cómo me dejaste esa noche, y nadie te haría caso. En ese entonces yo me callé por el bien de Albert, no quería que hiciera algo que le enviara a la cárcel, en ese entonces ustedes eran los poderosos y si él hubiera tocado un solo cabello tuyo, tu padre se habría encargado de arruinarle la vida. Pero ahora la vida ha cambiado, y resulta que el poderoso es Albert, así que no tientes a tu suerte y olvídate de mi hijo y de mí, no me gustaría enterarme que vuelves a culparle de algo que obviamente no hace.

Sin decir nada más, se dio la vuelta y subió a la carreta, no miró hacia atrás, estaba demasiado "todo" como para reaccionar siquiera. No hizo caso de la gente a su alrededor preguntándole qué había pasado. Solo escuchó a su hijo tratando de dar alguna explicación ambigua, y aunque tenía pocos días en el pueblo al parecer Neal ya se había ganado la antipatía de muchos pues se aseguraron de hacerle saber que la apoyaban.

Tom subió a su lado y permaneció callado, afortunadamente el trayecto solo duraba diez minutos y llegaron rápido a su casa. Mientras su hijo descargaba la carreta, ella corrió hasta su habitación. Cerró la puerta tras ella y se apoyó en el tocador, miró sus manos y se dio cuenta que estaba temblando, una mirada en su espejo le reveló la palidez y temor que expresaba su rostro. Se tambaleó hasta su cama y se sentó sobre ella, se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar. No sabía cómo había podido enfrentarlo, o menos aun intentar amenazarlo, y esperaba de corazón que sus palabras hubieran servido de algo.

Lloró hasta que se tranquilizó y después de lo que le parecieron horas por fin salió más tranquila. Encontró a su hijo y mamá en la cocina preparando la comida, su mamá solo la observó sabiamente y Tom no dijo nada, lo cual les agradecía.

-¿Qué falta por hacer? – preguntó más animada. Amanda inmediatamente le dio la tarea de pelar y picar papas para el puré.

Después de comer y tener una amena sobremesa, fueron a terminar con los preparativos de la inauguración. Fue hasta ya entrada la noche cuando por fin Tom sacó el tema, era algo que ella esperaba con cierto temor, pues no estaba segura de hasta donde podría revelarle.

-Entonces…vi la manera en que se acercó Neal a ti, creo que con demasiada familiaridad. ¿Lo conocías de antes?

Candy estaba de espaldas a él por lo que Tom no se percató de cuando cerró los ojos derrotada dejando caer el trapo que tenía entre las manos, sus hombros cayeron un poco antes de voltear dispuesta a mentir para salvar a su hijo de la verdad, resolución que cambió al ver a su hijo directo a los ojos. Había vulnerabilidad en ellos y pudo ver nuevamente al niño dentro de él.

-¿No tengo derecho a preguntar, ma´? – preguntó notando la repentina palidez en su rostro. Ella sonrió cálidamente, lo tomó de la mano conduciéndolo a una de las mesas del lugar.

-Tienes todo el derecho, y creo que mereces saber un poco de mi vida en el pueblo antes de irme de aquí.

Le contó todo desde el principio, la vida con sus padres, cómo los Leagan en ese entonces era la familia más poderosa del pueblo y la manera en que la trataba Elisa, la forma en que Neal siempre estuvo detrás de ella. Cuando llegó el momento de hablarle de Albert, Tom la escuchó atónito, decirle que era el amor de su vida, que estuvieron a punto de casarse, pero que gracias a algo que Neal había hecho ella tuvo que abandonarlo al igual que a sus padres, quienes no la apoyaron y fue cuando la familia de Annie la acogió en Chicago.

-Conocí a tu padre de camino a Chicago – continuó ella con la verdad a medias – el falleció antes que nacieras y todo lo demás ya lo sabes.

Evitó entrar en detalles, no quería mentirle descaradamente al hablarle de su supuesto matrimonio. Notó que el pobre de su hijo estaba anonadado de todo lo que había escuchado.

-¿Tu y el señor Andrew iban a casarse? ¿Estaban enamorados?

-Sí.

-Pero se separaron por culpa de Neal. ¿Qué hizo para que pasara eso?

-No. No me pidas que te diga eso, confórmate con saber por qué mi hostilidad hacia él y la familiaridad con la que me trató. Eso quedó en el pasado y no vale la pena mencionarlo.

-Está bien – dijo el chico no muy convencido.

-¿Sigues enamorada de él?

-¿Qué?

-Del señor Andrew.

-Tom, ya te dije que…

-Que no quieres hablar más del pasado, pero no te estoy preguntando por el pasado, sino por el presente. He visto tu rostro cuando hablabas de él, y lo maravilloso que es, y ahora comprendo por qué nunca has visto a alguien más con esa misma mirada, sigues enamorada de él.

-Tom yo no sé qué decirte.

-No digas nada, te entiendo muy bien.

Se quedaron un rato en silencio, ambos pensando en todo lo revelado. Fue Tom quien rompió el silencio.

-Solo quiero que sepas que él ya no es como lo describiste. Es decir, estoy seguro que es una persona noble, compro el rancho para su padre y todo eso, pero, hay cierta frialdad en él que me hace pensar que dejó de ser esa maravillosa persona que recuerdas que era hace mucho tiempo. Te lo digo porque no quiero que sufras cuando te encuentres de frente con él y…

-Cariño – le dijo Candy tomándolo de la mano, tranquilizándolo. – Lo sé, sé que tal vez me odie o ni siquiera reconozca mi existencia, y me dolerá, pero no puedo hacer nada, yo lo abandoné sin ninguna explicación y comprenderé su actitud hacia mí. Además, está casado él ya me olvidó.

-¿Estarás bien?

-Como te dije, me dolerá, pero soy fuerte y saldré adelante.

-Bien. Creo que voy a mi cuarto, ya es tarde y quiero madrugar para ayudarte con los últimos preparativos.

Caminó hacia la puerta que conducía a la casa, pero había algo que le rondaba por la cabeza. Un pensamiento que no lo abandonó al saber el pasado de su madre y la escueta información que le había dado de su padre.

-Mami, ¿te puedo preguntar algo?

-Claro que sí, corazón.

-Albert Andrew es… -tragó saliva – quiero decir, ¿él es mi padre?

Candy palideció y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras negaba con la cabeza.

-Ojalá fuera eso – contesto en un susurro. Entendiendo de antemano el por qué su hijo sospechaba de algo así. Ojalá fuera eso lo que los había separado, u ojalá fuera eso todo el misterio que rodeaba a su verdadero padre.

El chico asintió no demasiado tranquilo. Y cuando llegó a la tranquilidad de su habitación, repasó en su mente una y otra vez lo que su madre le había dicho de su padre, ató un par de cabos con lo que acababa de enterarse, su edad, el tiempo que Candy había estado lejos de ese lugar. Y en el fondo de su mente y corazón, tuvo la sensación de que el padre que Candy le describió nunca existió. Pero si dudaba de la palabra de su madre, solo quedaría una opción, un hombre que podría ser su padre, un hombre al que era demasiado obvio que odiaba su madre. Y por lo mismo, era imposible que Neal Leagan fuera su padre, porque su mamá nunca hubiera estado con él de forma voluntaria.

Sus pensamientos eran tan caóticos que apartó las cobijas y salió a la parte trasera de su casa, contemplando las estrellas. Decidió que no dudaría de Candy, aceptaría todo lo que le dijera acerca de su padre, porque la otra opción era demasiado espantosa para ser realidad.

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CONTINUARÁ...

¡Las quiero mil!