Lo que queda de mí
"El descubrimiento"
Por Lu de Andrew.
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Albert observaba casi con nostalgia el amanecer. Montado en su alazán sentía una inmensa satisfacción de ver el alcance de sus tierras, las cuales abarcaban una extensión más grande que en la mejor época de los Leagan. Los relinchos de sus caballos se escuchaban a los lejos, y a su mente llegaron los recuerdos de cuando sus sueños solo consistían en formar una familia y trabajar hasta el cansancio. Sonrió con complacencia, ahora tenía dinero, era un magnífico empresario, por fin le había dado a su padre la vida que merecía, y tenía una hermosa mujer que lo completaba en lo más importante, aunque últimamente parecía no querer salir del salón de té que se había inaugurado un par de semanas atrás. Aunque si le preguntaban qué rayos era un "salón de té", no sabría qué decir. Pero a Karen le gustaba y mucho, sobre todo porque ya había hecho amistad con las mujeres más influyentes del pueblo.
Llevó su montura de vuelta al establo donde ya estaban sus hombres trabajando. Stear era un excelente capataz, y sabía que ya debía haber despachado a los trabajadores a las distintas tareas que se requerían día a día en un rancho cualquiera, y aún más en el de él. Desmontó sin dificultad entregándole las riendas al mozo de cuadras.
-Los hombres acaban de salir a los pastos del sur, se necesitan postes nuevos en toda la sección para cuando los Mustang lleguen en verano – dijo Stear al verlo.
-Muy bien.
-El imbécil de Neal quiso acompañarlos, pero nadie se lo permitió. Te aviso porque vamos a tener que soportar su mal humor todo el día.
-Ya me estoy cansando de su actitud, estoy pensando muy seriamente en mandar a ese par lejos de aquí.
-¿De verdad? ¿Y qué hay de tu padre?
-Me encargaré de eso en su momento, es solo que me están causando muchos problemas. Primero Elisa tomándose atribuciones que no le corresponden con mi mujer, la trata como si fueran amigas, y Neal tratando de aprovecharse de ese chico, Tom. Y no hablemos de las peleas con los demás y con su propia esposa.
-Neal es sinónimo de problemas, Albert, eso ya lo sabemos, si quieres echarlo a patadas nadie se apiadará de él, créeme. Y, ¿Elisa? Creí que el que se llevara bien con tu esposa era bueno.
-No lo es. Elisa simplemente no es de confiar, nunca lo ha sido.
-No estuve aquí la mayor parte del tiempo, pero lo poco que recuerdo de ella me hace darte la razón.
-Sí, en realidad, ahora que mi vida está más equilibrada no quiero arrastrar el peso muerto que son ellos. Quiero comenzar mi familia con tranquilidad y rodeado de personas en las que confío plenamente y le aporten estabilidad a mi vida.
-Amigo, si en realidad eso deseas, entonces no tardes mucho, Neal cada vez nos está causando más problemas con los demás trabajadores, y tal parece que ya trae entre ceja y ceja al pobre de Thomas. El chico se lleva bien con todos y ya lo has visto cómo el sí sabe trabajar con los caballos, solo se sienta cuando es hora de comer, es sumamente responsable a pesar de que es muy joven. Y no hablemos de la gran ayuda que es para su madre.
-Vaya, no he tenido tiempo para conocerlo a fondo, ¿su padre lo acompaña hasta acá? Las labores en el rancho comienzan a las cinco de la mañana, pero me he dado cuenta que incluso está listo aun antes que los que viven aquí.
-Bueno, Albert, por lo que sé, su padre murió antes de que él naciera y su madre es la única que ha estado presente. Vivieron un tiempo en Chicago y cuando tuvieron la oportunidad de comprar su propiedad aquí, se trasladaron para cuidar de su abuela y su madre aprovechó para poner un negocio. Al chico obviamente no le gusta el negocio de…la panadería, por decirlo así, su pasión es trabajar al aire libre y los caballos.
-¿Su mamá vende pan? – Preguntó Albert, pensó que era algo extraño en la forma que Stear dijo "panadería", ¿qué tenía de raro eso? Stear comenzó a reír.
-No es que "venda pan", Albert. De hecho, es dueña de lo que hasta ahora es la sensación de la ciudad. ¿No te suena de algo "el salón de té?
-¿Me estás diciendo que la madre de Tom es la dueña del ese salón? Increíble, mi esposa no deja de hablar de ese "maravilloso" lugar y creo que casi se quiere mudar con esa señora – Dijo Albert compartiendo una carcajada con su amigo. – Bueno, me tengo que ir, el día de hoy llegan mis suegros y Karen anda como loca preparando todo para recibirlos. En cuanto a Neal…voy a esperar a que mis visitas se vayan para poder darle al asunto toda mi atención. Asegúrate de mantenerlo alejado del chico, espero que no cause más problemas.
Stear asintió viendo a Albert marchar hacia su casa, y se dio cuenta de lo mucho que su amigo había cambiado. Ni siquiera mostró más interés por la vida del chico, ni quiso saber qué vida llevaba con su madre. Lo cierto era que Stear no sabía cómo hablarle a su amigo de que la madre de Tom era Candy. Hasta donde Stear sabía, Albert y Candy habían sido novios después de que él se fuera del pueblo, supo a su regreso que estando a punto de casarse ella lo había abandonado y Albert había cambiado por completo. Pero en ese tiempo se dio cuenta que nadie de su entorno, al menos los que conocían a ambos, siquiera mencionaban su nombre.
Y ahora, él sabía que Candy estaba en la misma ciudad que ellos, que era madre del chico que trabajaba con ellos, y peor aún, dueña del lugar que frecuentaba su esposa. Sacar el tema de la vida de Tom quería usarlo como excusa para decirle todo, pero como siempre Albert se fue por la tangente. Tal parecía que evitaba acercarse o encariñarse demasiado con los que lo rodeaban. Suspirando resignado se apresuró a encontrar al objeto de sus preocupaciones, y por primera vez en su vida deseó que fuera una mujer, y no Neal Leagan.
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De pie en el umbral de la puerta del elegante comedor que Karen había hecho traer de Nueva York, Albert solo miraba con curiosidad como su esposa iba de aquí para allá casi explotando de los nervios. Se le hacía raro ver a su esposa despierta tan temprano, ella seguía con la costumbre de la ciudad de levantarse después de las diez de la mañana.
-¿Ya desayunaste?
Ella estaba ocupada asegurándose que la vajilla y los juegos de té estuvieran, limpios y pulidos. Traía a la servidumbre vuelta loca y él solo veía que pasaban como si los estuvieran persiguiendo. Sonrió ante la pregunta de su esposa pues, a pesar de que dormía hasta tarde y, como en esa ocasión que tenía su mente en otra parte, siempre se preocupaba de que estuviera la comida lista para cuando él comía. Al principio a ella le preocupaba dejarlo desayunar solo y hacía un esfuerzo por despertarse a las siete de la mañana para desayunar con él, pero Albert no lo consideró necesario pues él desayunaba con los peones.
-Ya desayuné, no te preocupes. – Se acercó a ella para ayudarle a cambiar de sitio el enorme jarrón de rosas que adornaba la mesa –. No estés tan nerviosa, solo vienen tus padres.
-¿"Solo vienen mis padres"? No es el hecho de que vengan mis padres, William, quiero que vean que…
-Que tienes todas las comodidades a pesar de estar casada con un ranchero.
-No eres un ranchero, William, eres un gran empresario con inversiones en varios lugares.
-Pero tu mamá nunca estuvo de acuerdo en que te casaras conmigo, y menos que vinieras a vivir a esta tierra, ¿cómo la llamó? Ah sí, esta tierra dejada de la mano de Dios.
-Mamá es mamá, ya sabes que para ella todo lo que no sea ciudad es un lugar "dejado de la mano de Dios. Además, yo soy feliz aquí y, me gusta que me hayas dejado decorar la casa a mi beneplácito.
Albert miró a su esposa, era hermosa y delicada. Una mujer culta de una familia prominente, y aunque no se había casado por amor, le tenía cariño, respeto, y admiración. Admiración por aceptar vivir lejos de su familia en un lugar que, si bien no era inhóspito ni alejado de la civilización, no era a lo que ella estaba acostumbrada. Ella tampoco lo amaba, pero se habían acostumbrado a tratarse con cariño.
-Sabes que lo que más quiero es que disfrutes de tu vida aquí. – Le tomó la mano y le besó el dorso, ella correspondió acariciando con delicadeza su mejilla.
-Y lo hago, créeme…Solo que ahora necesito que vayas a la estación por mis padres porque me dijeron que llegaban en el primer tren. – Le dijo empujándolo un poco hacia la puerta.
Albert miró el reloj y vio que apenas eran las siete treinta de la mañana.
-El primer tren de hoy, llega hasta las nueve de la mañana, solo hago media hora de aquí al pueblo, ¿qué voy a hacer mientras tanto?
-Puedes pasar al salón de té por los panecillos y galletas que encargué para la llegada de mis padres. Usualmente un mensajero de la dueña trae el encargo diario, pero esto los quería recién salidos del horno y además son muy finos y delicados para que los transporten en una carreta.
-¿Y cómo crees que los traeré yo? ¿Volando?
-No, pero como mi esposito que eres, te encargarás de traerlos hasta aquí. Sanos y salvos – lo miró a los ojos y sonrió rogándole para que hiciera lo que le pedía.
-Está bien, haré lo que pueda.
Admitiendo su derrota, Albert ordenó que prepararan el carruaje y llevándose a un mozo, partió para el pueblo, mientras que él se encargaría de recibir a sus suegros, el chico iría al dichoso salón de té a recoger el encargo de Karen.
Hora y media después, Albert caminaba desesperado en la estación de ferrocarril. El tren se había atrasado por algunos problemas entre el ejército y algunas tribus de indios rebeldes, solo esperaba que esos problemas no llegaran hasta la región. Así que decidió ir en busca de su empleado que había mandado algunos minutos atrás hasta donde le entregarían los panecillos.
Caminó por las calles sintiéndose relajado y hasta cierto punto feliz y tranquilo. Se llevaba muy bien con su suegro, pues ambos se entendían muy bien siendo hombres de negocios, con su suegra la cosa era totalmente distinta. Siempre lo consideró inferior a ellos y no había aceptado de buena gana su enlace, pero finalmente había aceptado a regañadientes, así que él no tenía problema en soportar a la madre de Karen por unos días.
Unos niños jugaban en la calle junto a su perro, él sonrió recordando su niñez que, aunque carente de muchos lujos, siempre fue sencilla y feliz, divirtiéndose a lo grande con las cosas más simples. Recordó una ocasión en especial cuando, jugando con Archie, habían logrado molestar tanto a un pastor alemán que los estuvo correteando alrededor del pueblo por casi una hora. Su padre había acudido a su rescate después de que le avisaran… la sonrisa murió inmediatamente, quien le había avisado a su padre había sido Candy, y cuando por fin se habían librado del aterrador perro, ella había corrido hacia él, llorando desconsolada porque pensaba que el perro lo iba a matar. Recordó sus ojos verdes que resaltaban más con lo rojos que los tenía después de tanto llorar, sus pecas que podía contar al verla tan cerca y la risa esplendorosa que soltó cuando él le dijera que lo estaba asustando más ella con su llanto…
Risa que estaba escuchando en esos momentos. Se detuvo al instante sintiendo un golpe en el estómago, se sintió mareado y se preguntó por qué su mente le estaba jugando tan traidoramente, hacía años que había dejado de soñar con la risa de Candy. Sacudió su cabeza esperando despejarse de esa manera.
Pero la risa siguió escuchándose y volteó de un lado a otro buscando a la causante de la misma. Seguramente era alguien que se reía igual que ella y él solamente estaba actuando como un idiota. De pronto, se dejó de escuchar y soltó la respiración que se dio cuenta había estado conteniendo todo ese tiempo. Sintiéndose más tranquilo, se dio cuenta que ya había llegado al dichoso "salón de té". Por fuera, el establecimiento se veía decente y, hasta cierto punto elegante, debía serlo ; ya que era el punto de reunión de las damas selectas de lo que ahora parecía más una ciudad que un pueblo.
Trató de entrar, pero obviamente estaba cerrado. Una mujer que debía ser la entrometida del lugar le informó, sin que él le preguntara, que ese día estaba cerrado y abriría hasta el mediodía, pero que, si quería ver a la dueña, se encontraba en la parte trasera del edificio entregando un encargo.
Albert le dio las gracias y se encaminó a la parte trasera del lugar. Pero al llegar, el golpe que sintió unos minutos antes, se convirtió en una fuerte coz de caballo… tuvo que agarrarse al pilar cercano a él porque un fuerte mareo le sacudió profundamente. Sintió que le faltaba el aire ante la imagen que tenía ante él. No podía creerlo, ante sus ojos estaba Candice White, la misma Candy que había sido su amor, su ilusión, su futuro, su todo.
Ella estaba riendo con el chico que había mandado a recoger las cosas para Karen. Estaba… simplemente estaba…más hermosa que nunca. La madurez que le habían conferido los años se reflejaba en cada poro de su cuerpo. Estaba a cierta distancia, pero desde ahí podía apreciar que el tiempo había sido bondadoso con ella. Sonreía igual que antaño y trataba bondadosamente al chico que la miraba embelesado. Él estaba sentado mientras ella iba de un lado a otro acomodando todo primorosamente en la parte trasera de la carreta que habían llevado específicamente para su transporte. El chico estaba comiendo un pedazo de tarta y tomaba un vaso de leche. Albert perdió todo hilo coherente de sus pensamientos. Miles de recuerdos se agolparon en su mente, recuerdos que evocaban los buenos tiempos en que la vida era más simple y más…feliz. De pronto sintió deseos de ir hasta donde ella y abrazarla, y después zarandearla y preguntarle, no, exigirle respuestas. ¿Por qué lo había abandonado? ¿Dónde estuvo todo ese tiempo? ¿Por qué había regresado al pueblo?
El silbato del tren se escuchó a lo lejos y lo despertó de su letargo emocional. Se dio cuenta que estaba parado como un bobo mirándola. ¿Qué le pasaba? Se restregó el rostro con hastío, no podía creer que con solo mirarla de pronto volviera a ser el idiota enamorado que había penado por ella, por una mujer no valía la pena.
Se recompuso mentalmente y casi salió corriendo del lugar. Quería gritarle a su trabajador que dejara de tontear, pero estaba demasiado exaltado para pensar con claridad y no quería que Candy supiera hasta qué punto lo había perturbado.
-¿Y cómo está mi niña, William?
-Bien. Los extraña mucho y está deseosa de verlos.
-No nos extrañaría si viviera en la ciudad con nosotros en Texas.
-Caroline…
Albert trataba con toda su alma de no ser grosero con sus suegros, esperaba esa clase de comentarios de parte de su suegra, pero eso era lo que menos le importaba en ese momento. No podía dejar de sentir esa opresión en el pecho, la intranquilidad en su alma y sus pensamientos. Afortunadamente el señor Kleiss, llenaba el silencio que reinaba dentro del carruaje, amonestando a su esposa por los comentarios despectivos que decía cada dos por tres. Deseaba ir acompañando al cochero, o haber llevado su caballo y cabalgar hasta desfallecer.
Después de salir corriendo como un cobarde, llegó a la estación en donde ya le estaban esperando. Su empleado llegó minutos después solo para decirle que ya estaba listo para salir hacia el rancho, mientras ellos esperaban que les entregaran su equipaje. Sintió deseos de decirle que él se adelantaba mientras el chico acompañaba a sus visitas, algo por demás absurdo.
Cuando por fin llegaron al rancho, tuvo que soportar el interminable intercambio de saludos, abrazos, charla, y todas las normas de etiqueta y educación habidas y por haber. El almuerzo y l comida fueron una tortura pues, ni siquiera tenía apetito y sentía que iba a explotar en cualquier momento.
-Si me disculpan, tengo que ver…hacer…eh, algo importante. Yo siento mucho dejarlos, pero es algo urgente.
-William, querido, creí que me habías dicho que habías dejado todo arreglado para no tener que dejarnos solos.
-Sí, pero… - Afortunadamente el suegro de Albert intervino.
-Karen, un hombre como tu marido siempre va a tener pendientes que realizar, vas a tener que acostumbrarte a ello. Sino pregúntale a tu madre.
Karen asintió recordando las veces en que su madre tuvo que ir sola a diferentes eventos sociales debido al trabajo de su padre. No lo comprendía del todo, pero lo aceptaba. Vio que Albert se dirigía a la puerta trasera, y lo siguió.
-Querido, ¿te sientes mal? No te veo bien, estás hasta pálido.
-No me siento mal y estoy bien, Karen. Solo dame un poco de espacio, ¿quieres? – Le dijo con cierto hastío.
Y salió sin más, ella se quedó dolida y confundida, en el tiempo que llevaban casados nunca le había hablado así. ¿Lo estaría presionando demasiado? Regresó con sus padres decidiendo que, esa noche hablaría largamente con él.
Albert cabalgó con suma rapidez a los pastos más alejados de su casa. No quería que alguien lo molestara con preguntas estúpidas. Inconscientemente, llegó hasta aquel manzano en donde se veía con "ella". El lugar le traía muchos recuerdos, pero sabía de antemano que ahí nadie lo encontraría.
El día era cálido, el viento soplaba lento y, en otra ocasión hubiera encontrado el lugar idílico, pero sus sentidos no estaban como para emocionarse por ello.
Caminó de un lado a otro, como si quisiera escapar sus pensamientos y sus sentimientos. Su mente revivía una y otra vez lo acontecido por la mañana, y cada vez se llenaba más de coraje. Ahora ella había regresado y vivía como si nada en el pueblo con su ridículo negocio. "Un salón de té", ¿qué cosa era eso? Y miles de preguntas invadieron su mente. ¿Por qué regresó? ¿Tenía esposo? ¿Tenía hijos…? ¿Hijos? ¡Hijos!
Detuvo su andar y de pronto comprendió lo que Stear le dijera por la mañana. La dueña del salón de té, tenía un hijo y era Thomas, el chico que trabajaba para él. Sintiendo una fuerza que no sentía hasta ese momento, montó su caballo y se dirigió hasta donde estaban los trabajadores.
-Stear, ¿dónde está Thomas? – Preguntó en cuanto vio a su amigo. Stear se sorprendió de verlo con gesto airado.
-En el lago, domando al caballo…
Ni siquiera se quedó a esperar lo que seguía diciendo su amigo. Caminó hasta el lago y llamó al chico.
-¿Qué pasa señor Andrew? – Preguntó Tom, tomando una toalla para secarse. Un viejo indio le había enseñado que, para domar fácilmente un caballo, era bueno hacerlo en un lago profundo para que el caballo no pudiera moverse lo suficiente y así el jinete no sufriría caídas y el caballo no se alebrestara demasiado.
-¿Tu madre es Candice White?
-Sí señor.
-Quedas despedido. Y agradécele a tu madre mi decisión.
Anonadado, Tom no supo ni cómo reaccionar. Albert le dio la espalda, pero antes de montar a su caballo, vio a Neal fumando a la sombra de un árbol. Sintió que la poca furia que acababa de descargar pensando que se había vengado un poco de Candy, surgía con mayor violencia, pues era obvio que Neal estaba holgazaneando, como siempre. Vio todo rojo y solo sus años de autodominio y control lo contuvo de darle un puñetazo.
-¡Tú, bueno para nada! – Le gritó tan fuerte que al oírlo Neal pegó un brinco y retrocedió cuando vio que Albert se acercaba a él muy enojado –. Estás despedido, sal inmediatamente de mi propiedad y llévate a la víbora de tu hermana contigo. Stear, asegúrate que no se lleven nada que no les pertenezca y no quiero volver a verlos. Si su esposa se quiere quedar, por mí no hay problema.
Ni siquiera se quedó a escuchar la respuesta de Stear, él sabía que su capataz se aseguraría de cumplir con su palabra. Se fue cabalgando a toda velocidad.
-¿Qué pasó? – Le preguntó Stear a Tom demasiado confundido. Le daba gracias al cielo que al fin se librarían de los Leagan pero, ¿correr a Tom? Eso no lo tenía claro.
-No lo sé. Solo me preguntó si mi mamá era Candice White y me despidió. Me dijo que eso se lo agradeciera a mi mamá.
-No te preocupes, Tom. Eres un excelente chico y estoy seguro que si hablo con él recapacitará por su precipitada decisión. – Stear le puso una mano en el hombro y lo miró con tristeza. Nunca pensó que Albert actuara tan…inconscientemente al enterarse de lo de Candy.
-No señor Cornwell, si ese señor me despidió por ser hijo que quien soy, prefiero morirme de hambre que rogarle por un trabajo. – El chico, comprendiendo la situación, después de lo que Candy le había platicado, no quería volver a saber nada de ese tipo. Con orgullo, caminó hasta las caballerizas para recoger sus cosas y el caballo que alquilaba para llegar a su trabajo – Ah, y dígale que, si algo le voy a agradecer a mi mamá, es el hecho de que gracias a Dios no se casó con él.
OoOoOoO
Albert llegó nuevamente del lugar del que partió. Desmontó de su caballo y se tumbó en el suelo, la adrenalina de todo lo que acababa de hacer seguía en su cuerpo. Recordó la cara del estúpido de Neal cuando le dijo que estaba despedido y habría dado toda su fortuna por inmortalizar el momento, se dio cuenta entonces que, por eso había accedido a cargar con ellos después de tantos años. Quería tener la satisfacción de verlos humillados, derrotados y sabiendo que nunca jamás volverían a ser los dueños del rancho. Pero el placer que sentía no se lo quitaba absolutamente nada.
O eso creía, de repente se dio cuenta que parte de ese placer también tenía que ver con hecho de pensar en lo que pensaría Candy cuando su hijo llegara a reclamarle, sabía del amor del muchacho por el rancho y estaba seguro que le había causado problemas. Sonrió con deleite. Se acercó a la sombra del manzano, y se recargó en él mirando hacia el suelo, se sentía exhausto.
Cuando alzó la mirada, sus ojos se posaron en unas letras casi ilegibles por el pasar del tiempo. Podrían parecer indescifrables a simple vista, pero él sabía lo que decían.
"CANDY AMA A ALBERT".
La consternación más dolorosa se pintó en su atractivo rostro. Recordaba aquel momento en que Candy lo había tallado. Lo recordaba tan claramente que parecía como si hubiera sido ayer. Cayó al suelo y comenzó a recordar los buenos momentos, momentos en los que había confiado tanto en ella que habría dado su vida a cambio de la de su amada. Se tomó su cabeza con ambas manos y quiso golpearse contra el grueso tronco con tal de olvidarse para siempre de ella.
Un poco más allá vio una gruesa rama y la tomó. Con ciega e impetuosa furia, comenzó a golpear el tronco, en especial, la parte donde estaba esa declaración tan falsa. Golpeó, golpeó, y golpeó, hasta que su furia se fue desvaneciendo junto a sus fuerzas. Cayó nuevamente de rodillas, resoplando, cansado de todo, del esfuerzo y más aún, de los sentimientos tan fuertes que sentía. Se fue tranquilizando poco a poco.
Pero junto a la tranquilidad, también llegó el raciocinio, la verdad de lo que acababa de hacer: había despedido al hijo de Candy solo para vengarse de ella y causarle problemas. ¿Qué clase de persona era?
Y, por otro lado, Candy tenía un hijo. Un hijo que de haber sido diferente la historia podría haber sido de ellos, y tal vez tendrían más. Porque querían una familia grande y esa era su ilusión. ¡Qué diferente a su matrimonio actual! Se había casado sin amor y quería tener hijos solo para conservar su fortuna y su linaje.
Candy había conseguido lo que él no. Y eso le dolió, se vio como un ser humano vengativo, amargado, frustrado, ¿acaso era feliz?
Con fuerza tratando de reprimir las lágrimas que luchaban por salir de sus bellos ojos, se aferró a la hierba alta que sobresalía del suelo. No lloraría. Él, William Albert Andrew, ya no lloraba. ¿Lloraba por el pasado?
De pronto, como si una presa se hubiera roto dentro de él, comenzó a sollozar. Con un fuerte estremecimiento, no pudo contener el gemido que salió de lo más profundo de su ser. Su cuerpo se sacudía con fuerza y se dio cuenta que sí, que William Albert Andrew sí lloraba…
Lloró por ella.
Lloró por él.
Lloró por todo lo que había perdido.
Lloró de arrepentimiento.
Lloró hasta que se hizo de noche.
Lloró hasta que las lágrimas y los estremecimientos se desvanecieron.
Lloró hasta que ya no pudo más.
Solo…lloró.
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¡Por fin! ¡Yay! Otra vez de vuelta por acá, sin duda pareciendo disco rayado, pero agradeciéndoles enormemente por el tiempo que se toman en leerme, y por el tiempo en me esperan a que actualice.
Espero que este capítulo les guste y lo disfruten como yo, al escribirlo. Quisiera escribir muchas cosas, pero este día me desmañané y ahorita estoy escribiendo una cosa por otra, de verdad he corregido muchas palabras por escribirlas obviamente mal, jajajajajaja. Ya no estoy carburando bien, me muero de sueño y quiero dormir un rato ya que por la tarde, bueno, jejejeje, más tarde tengo otro compromiso.
Las quiero mucho, a mis calladitas, a las "reviewdoras", jajaja, nueva palabra. Ya ven, ya no sé ni lo que escribo. En fin, no olviden decirme qué les pareció.
Hasta la proxima...
