Lo que queda de mí

"La decisión..."

Por Lu de Andrew

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Candy caminaba de un lado a otro en la calurosa cocina. Los hornos estaban prendidos desde la madrugada a fin de entregar el pedido para la esposa de Albert. Cuando supo que quería algo especial para recibir a sus padres sintió un poco de envidia al imaginarse a todos reunidos como una gran familia.

Ahora, a pesar de que el día ya va terminando y pronto será la hora del cierre, está más ocupada pues necesita entregar un pedido urgente para la madre del banquero, Eleonor Baker. La señora Baker antes de casarse con Richard Graham, había sido una famosa actriz de Broadway un lugar que, según le habían platicado las almas comunicativas, se encontraba en Nueva York y se presentaban obras teatrales. Así que esa noche tenía una importante cena con antiguos compañeros de profesión, por lo que Candy tenía el encargo de preparar bocadillos, y postres de lujo para agasajar a sus invitados.

Sentía que le dolían los pies, estaba sumamente cansada, pues, aunque ya había podido contratar a tres empleados, ella tenía que supervisar y hacer la mayoría de las preparaciones, pues varias de ellas eran de su creación. Aun así, se sentía eufórica. En el poco tiempo que llevaba abierto su negocio, ya era famoso, y era gracias a la promoción que le había hecho Annie. Ella, al ser la esposa del banquero, era una de las mujeres prominentes de la ciudad, y con su influencia, a los pocos días ya era famoso su establecimiento.

—Candy — la llamó su mamá un poco preocupada — Tom acaba de llegar y se encerró en su habitación. Lo veo un poco alterado, hija, en cuanto te desocupes deberías hablar con él. A mí no me dijo gran cosa.

Candy se preocupó de inmediato. Era muy temprano para que su hijo estuviera en casa, y era raro que no la hubiera ido a saludar. Por lo general siempre pasaba a verla para robar algún panecillo antes de darse un baño. Dejó las fresas que acababa de sacar de la nevera que recién había adquirido, un gran lujo que pudo darse, con los últimos vestigios de su sacrificio a lo largo de los años.

—Iré a verlo inmediatamente — dijo caminando hacia la puerta que llevaba a su casa.

—Hija, no has terminado los cupcakes.

—Solo falta decorarlos, son los últimos.

—¿No crees que es mejor terminarlos? Tienes que entregar el pedido en casi una hora y, por lo que sé, te llevas demasiado tiempo decorando.

Ella se detuvo en seco dándole la razón a su madre, si en ese momento iba con su hijo, no terminaría a tiempo ni podría escuchar adecuadamente a Tom. Le pidió a Amanda que estuviera al pendiente de su nieto mientras ella se apresuraba, aún más, para poder ver cómo estaba él y saber qué había pasado.

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Tom estaba tallando una pequeña figura de madera. Era su forma de canalizar el enojo, decepción y hasta cierto grado, tristeza. Y eso lo llenaba de más coraje porque a pesar de que sabía que el señor Andrew no era el alma bondadosa que su madre había conocido, no podía comprender que lo hubiera despedido con ese mensaje para Candy. ¿Qué creía? ¿Qué Candy no le había hablado de su pasado? ¿Acaso quería causarle problemas a su mamá? Mientras más pensaba, con más energía tallaba la figura. Era ridículo, pero se sentía traicionado. Y agradecía el hecho de que su madre estuviera ocupada, pues en esos momentos quería estar solo.

—Si sigues tallando así, te vas a lastimar la mano.

Volteó a ver a su mamá que lo observaba desde la puerta de su dormitorio. Dejó lo que estaba haciendo al instante, pues ni siquiera le estaba prestando atención. Ella le sonrió tranquilizándole y él inmediatamente se sintió más tranquilo. Solo Candy podía transmitirle tanto con una sonrisa.

—En realidad, ni siquiera sé lo que estoy haciendo.

—Tu abuela me dijo que, además de llegar temprano, venías muy alterado. ¿Qué pasó? ¿Fue Neal otra vez? —Temía que hubiera sucedido otra confortación entre ellos. Le tomó de las manos y se sentaron juntos en la cama.

—No.

—¿Entonces?

—El señor Andrew me despidió —ella lo miró con evidente sorpresa. Tom no era tonto y conocía muy bien a su mamá, se había dado cuenta que todavía veía a William Andrew si no con amor al menos con cariño. Esperaba que lo que le dijera a continuación no le doliera tanto —. Me dijo que te agradeciera por ese hecho.

Ahora lo miró sin emoción alguna. Esperaba que se pusiera a llorar o algo así. Tal vez le estaba costando asimilar la noticia. Pero no esperaba que reaccionara de esa manera…

—De modo que ya sabe que eres mi hijo…¡Como se atreve ese hombre malvado a hacerte eso! —gritó Candy muy molesta. Tom la miró extrañado, su mamá no estaba triste, pues si utilizaba la palabra "malvado" eso significaba que estaba furiosa —. Pero me va escuchar, nadie, absolutamente nadie, va tratar así a un hijo mío. ¡Mira que hacerte eso solo por ser mi hijo! ¡Debería dejar de ser cobarde y decirme a mí lo que piensa! ¡Pero en este mismo instante iré a verlo! ¡Ese hombre me va a escuchar!

Se puso de pie decidida a salir a buscar a Albert Andrew y decirle sus verdades. No escuchó cuando le habló Tom, sino que fue hasta el perchero a buscar su sombrero y su chal. Tom la tomó por el codo, tenía que impedirle salir. Albert Andrew se merecía todo lo que su madre le diría, pero eso a ella no le convenía.

—Ma´, no puedes hacer eso.

—¿Por qué no? Tom, no voy a permitir que Albert te trate de esa manera. Me imagino que te lo dijo delante de todos y sé lo incómodo que debiste sentirte. Si quiere desquitarse de mí, adelante, pero que no se meta contigo. Además… a ti te encanta ese trabajo.

—Eso no importa, Ma´. Puedo trabajar en lo que yo quiera, pero tu no.

—¿Cómo dices? ¿Qué quieres decir?

—Tu vida es ese negocio que tanto sacrificio te costó.

—Fue un sacrificio que hicimos ambos.

—No me refiero a eso. Me refiero a que la esposa del Andrew ese, es una mujer importante en la ciudad. Si pierdes la estima en la que te tiene, puedes perder clientes, y no solo a ella. ¿Si me comprendes?

—Sí. Pero no puedo permitir que te haga eso.

—Pero ya me despidió. Y si lo hizo así fue porque evidentemente no sabe cómo desquitar su coraje de verte de nuevo. Y de ver que eres una hermosa mujer, trabajadora y valiente que ha salido adelante sola. Por favor, mami, olvídate de ese hombre.

—Pero me da tanto coraje.

—Yo también lo tenía. Pero ya no. Pensé que te pondrías triste al ver cómo ha cambiado, pero ver cómo reaccionaste, me da valor para olvidar lo que ha pasado y seguir adelante como si nada. De hecho, tan solo escucharte decir: "hombre malvado", sé que ha valido la pena.

Él la abrazó por la cintura y comenzó a dar vueltas con ella. El chico supo que había ganado cuando su madre empezó a bromear con él llamándolo "hombre malvado"

Mucho tiempo después pensaría con detenimiento la actitud de Albert hacia su hijo. Sus sentimientos, y cómo enfrentarlo cuando finalmente se encontraran. Porque eso sucedería, tarde o temprano.

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Una semana después, comía con Eleonor Baker en el restaurant del hotel de los Cornwell. Durante ese tiempo no habían sabido nada de Albert o de su esposa. Como los suegros de él estaban de visita en su rancho, Candy supuso que los vería a menudo en la ciudad, pero ese no fue el caso. Ese día era lunes, por regla general, no abría el salón de té ni lunes ni domingo. El domingo lo utilizaba para descansar, y el lunes para hacer los deberes de la casa. Por eso le sorprendió mucho cuando llegó Eleonor, como le pidió que le llamara, y la invitó a comer fuera. Candy estaba afanada terminando de tender la ropa que ya estaba limpia, por lo que no estaba muy presentable. Al principio quiso excusarse, pero su visitante no le dio opción y esperó por ella mientras de adecentaba.

Durante todo el tiempo que estuvieron juntas, Candy esperaba que Eleonor le explicara por qué la había invitado. Tal vez no le habían gustado los postres que había preparado para ella la semana anterior, o quería hacer otro pedido. El caso es que ni siquiera disfrutó de la deliciosa comida y todo el encuentro lo sintió…

—Raro.

—Como que, ¿raro? Candy la señora te invitó a comer, y eso hiciste, ¿no?

—Sí, pero. No sé, es que, ¿por qué me invitó? No es como si tuviéramos una relación amistosa más allá de los negocios —Ella vio cómo su mamá y su hijo se veían de reojo —. ¿Ustedes saben algo que yo no?

—¿En serio, ma´? ¿No te has dado cuenta o no quieres hacerlo?

—¿De qué?

Tom sintió ternura al ver a su mamá tan confundida. Se había dedicado tanto a criarlo, cuidarlo, sacar adelante su sueño, cuidar a su abuela y todo lo que había hecho hasta el momento; que terminó por olvidarse de ella. De ser mujer. Ella era joven y bella, y si prestara atención a lo que le rodeaba, se daría cuanta de cuántos hombres estarían felices de llevarla del brazo. A encontrarse segura en su círculo, estaba a gusto con todo lo conocido, que no pasaba por su cabeza llegar a cambiar lo que le rodeaba.

—La señora Eleonor Baker quiere ganar puntos para su hijo.

—¿Ganar puntos? ¿Para el señor Graham?

—Hija, no puedo creer que no te hayas dado cuenta.

—Por favor, dejen de darle vueltas al asunto y díganme de qué hablan.

—Que el hijo de la señora Baker, Terry, como te pidió que le llamaras, quiere ser el señor de tu casa.

Algo molesta por las cosas sin sentido que decía esos dos frente a ella, Candy tardó unos segundos en comprender lo que su hijo quería decir. ¿Terius Graham estaba interesado en ella? Quedó tan sorprendida que se sentó de golpe en el sofá. Encontró su familia, descansando, disfrutando de unos deliciosos profiteroles rellenos de chocolate, que hizo como prueba para empezar a venderlos como parte de su menú. Ella se había quedado de pie cerca de la entrada pues no alcanzaba a comprender nada de lo sucedido. Y ahora entendía menos.

—Pero…pero, es no es posible. ¿Por qué iba a querer una señora como ella, a alguien como yo para su hijo?

—¿Una mujer como ella? ¿Una mujer como tú? ¿Qué quieres decir? No te menosprecies a causa de su dinero, hija. Ellos serán millonarios, pero tú vales más que todo el dinero del mundo. Eres una excelente hija, que tuvo el coraje suficiente para salir adelante tu sola. No eres menos que nadie, eso debe ser muy claro para ti —agradeció a su mamá por esas palabras.

—No me infravaloro, créeme y tampoco quiero decir que no merezco que alguien como Terry me corteje. Me refiero a… —buscó las palabras correctas para expresar sus pensamientos —, que soy realista y sé que mi educación y medio de vida, no es a lo que personas como los Graham están acostumbrados. Me imagino que siendo así, se esperaría que se casara con alguien de su misma posición social. Ni siquiera tenemos algo en común.

—¿Y cómo lo sabes? ¿Ya saliste con él para conocerlo? —preguntó Tom.

—Pues no, pero tampoco es como si él ya me hubiera invitado a salir. Solo están haciendo conjeturas y yo estoy loca por seguirles la corriente.

—Mamá, tienes razón, tal vez nos equivoquemos con el banquero. Pero es que te has dedicado la mayor parte de tu vida a ser mi mamá, que te has olvidado de ser mujer. Eres una de las mujeres más hermosas de este lugar, los hombres voltean a verte cuando pasas por la calle, y, ¡no haces nada para llamar su atención! ¿Hasta cuándo vas a pensar en ti, antes que en los demás? No te digo que salgas con el primer tonto que lo pida, sino que consideres…tus necesidades.

El chico enrojeció al decirle eso a su madre, pero sabía que tenía razón. Tal vez aún no se hubiera enamorado ni hubiera conocido los placeres naturales entre un hombre y una mujer, pero escuchaba hablar a todos los hombres que trabajaban en los ranchos, y no eran precisamente recatados a la hora de hablar del sexo opuesto.

Sabía más de lo que le gustaría, pero de quien había aprendido mucho era de los hombres casados que ya llevaban años con sus esposas y seguían disfrutando de su vida marital. Habían sido ellos los que le habían explicado que siempre tomara en cuenta las necesidades de ellas. Y le habían hablado con detalles de lo que deseaban en la intimidad. Y aunque le resultara un tanto extraño pensar en su madre en esos términos, sabía que como mujer también lo necesitaba.

—Bueno, me voy a ver al señor Hopkins. Me dijo que necesita un ayudante en el establo. Ya sabes, debido a que sé mucho de caballos. Necesita alguien que sepa tratarlos —sin saber qué decir ante tal declaración, vio como salía su hijo de la casa y miró a su madre, que también se había quedado muda de la impresión.

—Yo también pienso como Tom, hija —dijo superando la conmoción —. Ya te has sacrificado suficiente. Por todos. Por Albert, por tu hijo, por mí. ¿Cuándo te vas a sacrificar por ti?

Sin decir más, se fue dejándola con sus pensamientos. Una vez en su dormitorio, Candy se miró al espejo. Nunca se había prestado atención a su reflejo, nunca se consideró bonita, y mucho menos consideró que alguien pudiera sentir atracción por ella, o que ella sentiría algo alguien más. Su corazón le perteneció, pertenecía y pertenecería, a Albert Andrew, aun siendo consciente que era prohibido para ella. ¿Enamorarse de alguien más? Impensable antes del sermón de Tom. ¿Darse una oportunidad de vivir, de ser mujer? Ahora lo veía posible. Y se dijo sentada frente al espejo, que, si Terry Graham le invitaba a salir, aceptaría. Nunca encontraría un amor como el de cierto rubio de ojos celestes, pero quería disfrutar de la vida por primera vez en dieciséis años, y ahora tenía la oportunidad perfecta. Era una mujer hecha, con un próspero negocio, por fin se sentía a gusto con ella misma y…era libre.

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—Helene, prepara un servicio de té para la señora Baker. Quiere Pastel ópera, Tarta de merengue de lima, y Petit Gateu de avellana y caramelo. Dispón todo como te he enseñado y no te olvides de las servilletas de lino. Ya sabes, debes aclarar la tetera de Sèvres* con agua hirviendo para que esté caliente, acuérdate que debes desecharla y después poner la cantidad exacta de Earl Grey* para después llenarla con agua caliente. En lo que está el té, puedes preparar la charola.

La chica asintió y Candy salió para acompañar a Eleonor a la mesa, ella misma se lo había pedido, y no quiso negarse. Tenía que confiar en que la chica ya recordara exactamente sus indicaciones. Se enorgullecía de haber trabajado algunos de años en una casa de millonarios, ahí había aprendido todo lo que le gustaba a la gente refinada y adinerada.

—En un minuto estará dispuesto todo —dijo a su visitante.

—Está bien. ¿Sabes Candy? Le digo a Terry que, si sigues haciendo cosas tan deliciosas, aumentaré de peso. Y él también, por cierto, dice que estaría diario aquí alimentándose solo con lo que haces.

—Y, ¿por qué no viene?

—Dice que es demasiado femenino para su propio bien.

Ambas comenzaron a reír. Imaginándose a Terry en toda su altura sentado a la mesa tomando té servido en las diminutas tazas, Candy río más, y le dio la razón. Alguien demasiado varonil como él se vería fuera de lugar en un lugar como el suyo. Y Albert se vería igual… Se dio un golpe mental en la cabeza, ¿por qué pensaba en ese hombre ahora? En ese momento llegó Helene con el servicio listo. Todo estaba como le había enseñado y se sintió complacida.

—¿Tu no tomas té, querida? —preguntó Eleonor deleitándose en lo que comía. Candy sonrió.

—Me temo que soy más simple, el café es mi delirio. Aunque debo confesarte que me doy mi gusto y tomo del mejor.

-A Terry también le encanta el café —afirmó Eleonor. Bueno, si era verdad lo que pensaban Tom y Amanda, la madre de Terry no se andaba por las ramas. Le hacía muy buena propaganda —. En fin, el motivo de mi visita es para invitarte junto con tu familia a una pequeña cena que estoy organizando en honor de algunos socios de Terry. Si te soy sincera no sé para qué vienen, pero, desde que murió Richard y Terry quedó en su lugar, quieren encontrar un motivo para desestimarlo en la junta directiva —por el cambio en su expresión, era obvio que el tema le preocupaba más de lo que aparentaba —. El caso es que deseo que nos acompañen los ciudadanos más prominentes. Tu eres una de ellos, ¿qué dices? ¿Nos acompañarán?

—Bueno, tendría que consultarlo con mamá y Tom, pero no creo que haya problema. ¿Cuándo será?

—El próximo sábado. A las siete de la noche. Terry puede venir por ustedes para que no lleguen solos.

—No veo ningún problema, estaría bien si no lo alejamos de sus obligaciones.

—Para nada. Al contrario, fue idea de él pasar por ustedes. Debo aclararte que él deseaba hacerles la invitación en persona, pero, tuvo que salir con urgencia a Nashville, regresará el viernes, y se pondrá en contacto contigo. Yo quise adelantarme para, además de degustar estos exquisitos manjares que vendes, avisarles con tiempo.

—Muchas gracias. Seguramente esta noche hable con ellos y mañana tenga ya la respuesta. Aunque yo no veo el por qué no podamos asistir.

—Buenas tardes, señora Baker. Señora Stevens.

—Señora Andrew, que gusto verla —contestó Eleonor, a las recién llegadas. Eran Karen y su madre, Candy quiso dejar la mesa inmediatamente, pero supo que sería una horrible grosería. Las invitó a acompañarlas y se hicieron las presentaciones pues Karen iba acompañada de su madre. La señora Kleiss, solo veía a su alrededor con cierta repugnancia. Candy sintió ganas de preguntarle si había pisado excremento de caballo o algo. Pidieron también un servicio de té, mientras hablaban de vanalidades.

—Muy pintoresco su lugar, señora Stevens. Nosotros acabamos de regresar de Kentucky. Mi esposo quiso ir al Louisville Jockey Club*, carreras de caballos o algo parecido. Ya saben, cosas de hombres, nosotras nos dedicamos a visitar tiendas de ropa, también un establecimiento parecido al suyo, y bueno, a pesar que el suyo tiene apariencia… pueblerina, reconozco que no tiene nada qué pedirle en cuanto a repostería.

Dejó a todas sin habla. Lo dijo como hubiera hablado del clima, al parecer no tenía problemas en ofender a la gente que acababa de conocer. Candy evitó mirar a su alrededor negándose a mirar su establecimiento a través de los ojos de esa mujer. Ella venía de la ciudad y se había asegurado que la apariencia del mismo fuera hasta cierto punto citadina. Fue más por obligación que por gusto propio, pero sabía que eso llamaría la atención de las mujeres que quería que acudieran y, lamentablemente, la que tenía en frente era una de ellas.

—Madre, no gastes esas bromas —dijo Karen apenada.

—No dije nada que no fuera verdad —contestó su madre.

—En lo personal, y lo digo porque lo he constatado, este lugar no tiene nada de pueblerino —contestó Eleonor con la diplomacia que le caracterizaba —. He estado en Europa, Nueva York y las principales ciudades de Estados Unidos y, permíteme que te diga Candy, tu salón de té no le pide nada a los de esos lugares. Es más, son muy pocos los que sirven Earl Grey — terminó sonriendo a Candy.

—Muchas gracias Eleonor. Debo decirle señora, que agradezco sus palabras, aunque fueron un poco ofensivas. En realidad, me esforcé por darles lo mejor a mis clientas. Sé lo que les gusta y esa es la clave. Yo vengo de Chicago, así que sé lo que las grandes ciudades pueden ofrecerles, no estoy en ignorancia. No creo que Chicago sea muy diferente de Texas.

—Por supuesto que no, Candy. Mi madre solo bromeaba, por favor no hagas caso —resultó evidente la incomodidad de la señora Kleiss, pero ya no contestó nada de ese tema.

—Bueno —dijo haciendo un gesto con la mano quitándole importancia al asunto —. Estimo que siempre consideraré un pueblucho el lugar donde viva mi hija alejada de mí.

—No puede hablar en serio. ¿Y si decidiera vivir en Francia? —preguntó Eleonor horrorizada ante la franqueza de la mujer.

—Francia está en otro continente. Por supuesto que no permitiría que viviera ahí. Vamos a hacer todo lo posible para convencer a William para que regrese a Texas. Mi bebé no puede vivir en un lugar como este, sin comodidades.

Candy y Eleonor se vieron entre sí. Según lo que sabían de propios labios de Karen, su padre era el más feliz con esa unión. No creían que el señor Kleiss apoyara a su esposa. Por otro lado, Eleonor observó interrogativamente a Karen.

—Creo que no podemos ser muy optimistas en ese asunto mamá —respondió la aludida —. William no piensa abandonar sus tierras. Y papá es su ferviente defensor.

—Dame un poco más de tiempo, querida. Verás que pronto estarás de vuelta en tu hogar.

—Eso espero.

Candy no podía creer lo que escuchaba. Hace todavía una semana, Karen se decía feliz y satisfecha viviendo en el rancho. Era impensable que de pronto cambiara su manera de pensar, y solo por la influencia de su madre. ¡Qué mujer más odiosa! Candy compadeció un momento a Albert, si su esposa seguía pensando así, le esperaban muchos problemas.

Después de ese extraño intercambio, la plática decayó. Karen y su madre abandonaron el lugar y Eleonor se despidió de Candy, recordándole que Terry la visitaría. Cuando Candy le preguntó si no invitaría a los Andrew, dijo que no soportaría escuchar a la insufrible mujer, mamá de Karen.

—Señora, siento que es mi deber informarle que su madre tiene visitas — Candy se encontraba haciendo inventario en su bodega. La llegada de la señora Spencer, la mujer que había contratado para que ayudara a su mamá en los quehaceres durante los días de trabajo, interrumpió su concentración. Aunque no comprendía por qué la cara de alarma de la mujer

— Bien, gracias señora Spencer —contestó sin prestarle importancia, se volvió a su quehacer, pero la mujer nuevamente la interrumpió.

—Señora, creo que es mi deber informarle que sus visitas no son…muy decentes.

—¿A qué te refieres?

—Son mujeres de vida…dudosa. Las que trabajan en la cantina.

Candy comprendió a quién se refería. Sabía de la amistad que su madre y esas chicas tenían, gracias a la bondad de algunas de ellas que le cuidaron cuando su padre la abandonó y se enfermó. Pero nunca habían ido a verla a su casa. Ellas mismas consideraban que era algo inapropiado. Así que, debía pasar algo grave para que se atrevieran a visitar a su madre. Así que, agradeciéndole a su informante, fue a su casa.

—El viejo Charly la quiere vender al mejor postor, señora. Dice que, aunque ya no es…usted sabe, virgen, su inexperiencia la hace valiosa. No tiene "mañas o malas costumbres" que nosotras sí tenemos —no lo planeaba, pero fue lo primero que escuchó al pasar la puerta que daba a su casa.

—Lo que tenemos es que sabemos defendernos sutilmente, ya sabe lo que nos pasa si le negamos algo al cliente —dijo alguien más.

—Y, ¿sabe a quién se la quiere vender? ¡Al asqueroso cerdo de Roger Collins! Ese viejo rabo verde cara de cerdo, y que me perdonen los cerdos, me hizo hacerle…

—¡Cara! No piensas describirle a la señora lo que pasa en las habitaciones, ¿verdad? Ella es una señora decente, no tiene necesidad de saber los detalles.

Al parecer eran tres las visitantes de su madre. Y Candy sabía que no era necesario describirle las cosas que esos hombres les hacían hacerles. Ella no las juzgaba, a pesar de la vida que llevaban, pues sabía que muchas veces no era una vida que ellas hubieran elegido. Pensó, y no era la primera vez, que, si no hubiera contado con el apoyo y ayuda de los padres de Annie, tal vez la necesidad la pudo llevar a esa vida. Decidió entrar. Aunque las chicas se encontraban a gusto en compañía de Amanda, cuando Candy se encontraba con su madre, evitaban acercarse a ella. La consideraban muy respetable. Si tan solo ellas supieran…

—Buenas tardes —saludó con amabilidad, no quería espantar a ninguna de ellas. Se dio cuenta que la señora Spencer estaba detrás de ella. Al verla, las mujeres se pusieron de pie y parecían listas para salir corriendo—. Por favor, quédense. Me da gusto que hayan venido a visitar a mi madre. Señora Spencer, ¿podría disponer todo para tomar té, por favor? —a pesar de la mirada atónita de la mujer asintió y desapareció al instante.

Amanda viendo que se quedaría con ellas hizo las presentaciones.

—Le pido una disculpa, pero, no pude evitar escuchar al entrar que tiene un problema. ¿Hay algo que podamos hacer para ayudarlas? — Las tres solo la observaron, meditando si podían confiar en ella o no.

—Pueden confiar en mi hija, niñas. En realidad, ella es la de las ideas aquí, así que de todas formas se iba a enterar — les dijo Amanda. Llegó la señora Spencer y se veía indignada. A pesar de ello cumplió con su obligación entre refunfuños, y, como observó Candy, ya llevaba puesto su sombrero y abrigo.

—Solo lo hice porque las estimo, señora. Pero déjeme decirle que, si va a tener este tipo de visitas, no podré trabajar más para usted. Y haría bien en ver qué clase de gente tiene entre sus amistades, usted es una mujer decente que nada tiene qué ver con las mujerzuelas —sin decir más se fue. La incomodidad fue evidente, afortunadamente Candy no dijo nada al respecto.

—¿Entonces, señoritas? ¿En qué les ayudamos? —preguntó llamándoles señoritas para hacerles saber que no compartía las ideas de su trabajadora. Las chicas querían irse, pero sabían que requerían de su ayuda, no tenían a quien más recurrir.

—Hay una chica que llegó desde Kansas. Y, de antemano les pedimos disculpas por lo que vamos a decir, pues son cosas que señoras como ustedes no deben saber, pero no sabemos a quién más acudir. Jade, es su nombre, es una niña. Tiene dieciséis años, perdió a su madre hace dos, y quedó a cargo de su horrible padrastro. Ese hombre abusó de ella, desde que cumplió los quince. Cuando quedó embarazada, hizo lo posible para que, bueno, tirara al bebé. Se hace pasar por un hombre próspero y respetable, pero además de ser un abusador, es apostador. Nunca tiene dinero, y cuando lo tiene no le dura lo suficiente. Cuando conoció a una mujer adinerada y vio la solución a sus problemas, se deshizo de Jade y la vendió a Charly que estaba de visita en la ciudad. Así la semana pasada volvió con la niña y nos dijo que la instruyéramos en…la profesión. Le obedecimos porque no sabíamos qué más hacer, no podemos ayudarnos a nosotras mismas, así que, ¿cómo podemos ayudarle a ella?

Candy sintió que la sangre le abandonaba el cuerpo. El recuerdo de la manera en que Neal la había dejado, después de una vez, le hacía temblar por dentro. No podía imaginarse lo que la pobre niña debió haber sufrido, lo mismo una y otra vez durante un año. Se puso tensa. Afortunadamente las otras estaban tan entretenidas en su relato que no lo notaron. Pero su madre sí, y le tomó la mano para reconfortarla.

—¿Y qué ha cambiado? — preguntó más repuesta.

—La va a vender al dueño del molino, varias de nosotros ya estuvimos con él y, créame, fue un milagro que regresáramos con vida. Después de eso, hasta el mismo Charly le prohibió regresar al salón. Quisimos hacérselo ver a Charly, pero, dice que le va dar mucho dinero. Incluso le prometimos trabajar sin cobro durante un año, pero dice que ni así le conviene. Está decidido. Y cuando vio que queríamos ayudar a Jade, nos prohibió verla. La tiene aislada, no sabemos qué hacer.

Candy sopesó la situación. Si el dueño de la cantina no aceptó el ofrecimiento de las chicas, que debía ser una buena cantidad, no aceptaría menos de nadie. Ella no contaba con el dinero suficiente para ofrecerle al hombre. No tenía deudas, y ya tenía algo de dinero en el banco, pero solo eran cincuenta dólares, no era tan ingenua al pensar que aceptaría eso de ella.

—¿Cuánto dinero le está dando el señor Collins? —sintió escalofríos solo de pensar en las perversiones de las que ese hombre era capaz, y de cómo ella tuvo tratos con él cuando recién llegó.

—No lo sabemos.

—Pero podemos averiguarlo.

—¿Creen que, si alguien más le ofrece lo suficiente, cambie de opinión? —preguntó Amanda.

—Es probable. Pero lo averiguaremos, la venta la piensa realizar dentro de una semana.

Se pusieron de acuerdo. En cuanto ellas supieran algo le mandarían un mensaje a Candy, no querían que por su culpa se alejaran sus clientas. Tomaron el té y se deleitaron con los pastelillos. Después de un rato se despidieron de ellas y Candy ya no pudo pensar en otra cosa.

¿Cómo podían negociar con la vida de las personas? Esa noche casi no durmió, pensando en la manera en que podía conseguir dinero.

Dos días después seguía con la misma interrogante. Su mamá había propuesto pedir ayuda a las damas del pueblo, pero Candy sabía que no la apoyarían. Barajeó varias posibilidades, hasta pensó en ir a ver a Albert y explicarle todo, pero por la manera en que había actuado con Tom, supo que había cambiado mucho y no era seguro que le ayudara. Estaba inmersa en sus pensamientos que no se percató de que alguien entraba, era temprano por la mañana y la gente no comenzaba a llegar hasta casi cerca del mediodía. Alzó la vista y pudo ver quien era su visita inesperada.

—¡Terry!

—Candy. Buen día.

Ella se limpió las manos del polvo inexistente solo por tener qué hacer con las manos. De pronto se puso nerviosa recordando la conversación que había tenido con Tom y su mamá en cuanto al interés de Terry por ella.

—Buen día. ¿Gustas sentarte? —se sintió tonta.

—En realidad acabo de llegar de viaje y ya que te vi aquí, y que estaba abierto, no quise perder la oportunidad de extenderte la invitación que te hizo mi madre hace unos días. ¿Ya lo platicaste con tu familia? ¿Nos acompañarán?

La verdad era que, con todo lo sucedido había olvidado comentarlo con su familia. Consideró mentir, pero se había prometido hace mucho tiempo que nunca volvería a mentir. Ya suficiente mentira era en la estaba cimentada su vida.

—En realidad, discúlpame. No he tenido cabeza para pensar en ello, pero te aseguro que en cuanto pueda lo comentaré con ellos. Aunque no veo ningún problema, estoy segura que dirán que sí.

—¿Tienes algún problema? —preguntó evidentemente preocupado.

—¿Por qué lo dices? —él sonrió de tal manera que Candy no pudo dejar de ver lo atractivo que era.

—Candy, he convivido con una mujer lo suficiente como para saber que cuando dicen: no tengo cabeza para ello, significa que están en problemas. Y créeme cuando te digo que mi madre es la mujer más problemática que conozco.

—La verdad es que sí, tengo una preocupación. No es propiamente mía, pero siento que si no hago nada una vida se verá arruinada.

—¿Una vida arruinada? Esa no es una preocupación, sino un gran problema. Mira es obvio que tú estás por abrir y yo tengo que llegar a casa para adecentarme y presentarme en el banco. ¿Te parece bien si me lo cuentas por la noche? Te invito a cenar al Pony House — el Pony House era un restaurant de renombre en la ciudad y algo caro por los platos excéntricos que servían. Al instante pensó en negarse, aun le daba miedo todo lo que el mundo de las citas implicaba, pero recordó la promesa que se había hecho. Y, ¿quién no le decía que Terry era la respuesta a sus oraciones?

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Estaba nerviosa. Tom se había reído de ella antes de sacarlo a empujones de su habitación. Ahora solo la acompañaba su mamá, que, gracias al cielo, le había aconsejado muy apropiadamente que comprara vestidos propios de la dueña de un lugar como el suyo.

Ya se había probado varios vestidos y seguía sin saber qué ponerse. Se sentó sobre el diván que estaba cerca de su ventana.

—Es imposible. No me veo bien con ninguno de ellos, tendré que cancelar la cita con Terry.

—Candy, no puedes decir eso, te ves bien y lo sabes. Lo que pasa es que tienes miedo y quieres tomar esto como pretexto.

—Es que, mamá, me he dado cuenta que nunca me he preparado apropiadamente para una cita. Cuando era novia de Albert solo trataba de verme presentable. Él ya me conocía en mis peores momentos así que cuando me arreglaba un poco me veía hermosa, según sus palabras. Ni siquiera sé cómo comportarme.

—Albert te veía hermosa porque te amaba, si lo hubieras recibido con un costal puesto, y llena de tierra, te habría dicho lo mismo. Y solo tienes que ser tú. Si has llamado la atención de un hombre como el señor Graham, solo hablándole de negocios, te aseguro que lo demás no tiene importancia. Además, estoy segura que el tema del que le hablarás le dará un buen momento de plática —suspiró derrotada. No podía cancelar la cita, tenía que ver la posibilidad de que Terry le ayudara.

—En ocasiones me pregunto si haré bien en contar una historia que no me pertenece. Si fuera yo…

—Tienes razón, no te pertenece. Pero, ¿qué sentirás si el día de mañana te enteras de que esa jovencita ha muerto porque no pudimos hacer nada por ella. Son doscientos dólares los que pide ese hombre, no los tienes, Candy, y tardará mucho en que los tengas. ¿O me equivoco?

Negó con la cabeza. Esa misma tarde le había llegado el esperado mensaje de las chicas de la cantina. El dueño pedía doscientos dólares para poder evitar que Jade fuera vendida. Según él, todo lo que le ofreció Collins eran ciento cincuenta, ni un dólar más, ni uno menos. Así que, si querían ayudar a la chica, serían doscientos. Al instante ella supo que no podía hacerlo sola.

Su mamá sacó un hermoso vestido rosa con los hombros descubiertos. Cuando se lo puso, se veía su piel marfil y suave que parecía seda. Su madre le ayudó a recogerse el pelo que dejó en parte suelto y le caía como cascada sobre sus hombros, sus rizos rubios brillaban bajo la luz de las lámparas.

—Te ves hermosa.

—Eres mi madre, se supone que debes decir eso.

—Al menos no llevas un costal de papas —ambas rieron y terminaron con el atuendo. Se puso un pequeño sombrero de ala estrecha, estaba adornado con pequeñas flores rojas y amarillas y se lo sujetó al pelo con un hermoso alfiler largo de nácar. El vestido era de manga larga. Así que no vio necesario usar guantes. Como la noche era cálida, solo llevaría un sencillo chal de lana bordado. No era el más elegante que tenía, pero, le gustaba mucho pues era regalo de su madre. El bordado era exquisito con pequeños motivos florales.

Terry llegó a la hora indicada y cuando la vio bajando las escaleras casi se va de espaldas.

—Candy, con el debido respeto déjame decirte que te ves… —hizo una pausa mientras la evaluaba minuciosamente —. Es que no tengo palabras suficientes para describirte, solo podría decirte que estás más que hermosa.

Ella bajó la vista apenada, sonrojada y extremadamente complacida. Se sintió poderosa y sumamente femenina.

—Señor Graham, sé que mi mamá ya es lo suficientemente grande, pero, solo recuerde que no soy un tonto imberbe. Si le hace daño a mi mamá de alguna manera… —fue la velada amenaza de Tom. Candy inmediatamente lo interrumpió.

—¡Tom! Por favor, deja a Terry en paz.

—No te preocupes Candy, me alegra que tengas alguien que te defienda. No te preocupes, Tom, cuidaré a tu mamá con vida si es necesario —le dio la mano e intercambiaron un fuerte apretón —. Aunque si necesito ayuda, vendré corriendo en tu auxilio, creo que tienes más fuerza que yo.

Ese comentario aligeró el ambiente y por fin salieron. Candy se sintió orgullosa de Tom, y agradecida con Terry, por saber cómo tratarlo. Si había algo que más detestaba su hijo era la condescendencia que le mostraba la gente cuando lo consideraban demasiado joven o inexperto debido a su edad. Nada más lejos de la verdad.

A pesar de que él llevó su carruaje Victoria, ella le pidió que fueran caminando. El lugar no era muy lejos y ella deseaba quemar energías…y nervios. No le fe difícil entablar conversación con él, en realidad era tan fácil platicar con él que solo tomó consciencia de su entorno hasta que escuchó una dulce voz varonil detrás de ellos. Ya llevaban tiempo en el restaurant, y los platillos les sucedían con calma, pero al escuchar esa voz ella volvió a la realidad.

—¡Oh, señora Stevens! —se acercó hasta ellos la madre de Karen. Albert se quedó paralizado al verla frente a él. Ella también —. Señor Graham, que gusto saludarles, de saber que ustedes estaban aquí los hubiéramos invitado a cenar con nosotros. ¿No es así querido? —preguntó directamente a Albert quien no contestó nada.

—Mamá, no seas inoportuna, por favor —se quejó Karen apenada —. No le hagan caso, se los suplico, es obvio que no se da cuenta de la situación. Los dejamos tranquilos me dio mucho gusto saludarlos —tomó a su mamá del brazo y prácticamente la sacó a rastras ante las miradas atónitas de Terry y Candy, a quien ni siquiera les dio tiempo de contestar. Albert fue el que se quedó ante ellos, y miró tan intensamente a Candy que sintió que su desbocado corazón se escucharía en todo el lugar.

—Buenas noches —dijo despidiéndose. Se caló el sombrero y con un asentimiento de cabeza, partió.

—Eso fue algo muy extraño —comentó Terry, llamando su atención. La mirada de ella había quedado fija en la puerta por donde partió Albert. Ella se sintió apenada, era obvio que Terry se había dado cuenta.

—Lo siento. Sí, fue muy extraño —cierta incomodidad se sintió en el ambiente.

—Hemos hablado de todo un poco, pero no me has mencionado la causa principal de tu preocupación —le recordó él con amabilidad. Si se dio cuenta del intercambio de miradas entre Albert y Candy, no lo demostró.

—Tienes razón. Es que en realidad es un tema muy delicado, y siento que no debo contarlo, pero si no hago algo…

—Candy —la tranquilizó él, apretándole un poco la mano —. No es necesario que me cuentes, pero si te causa tanto pesar, como tu amigo; te lo suplico.

Con lágrimas en los ojos sintiéndose un poco identificada con la historia le contó todo a Terry. No sabía cómo reaccionaría, pero, al menos le quitó un peso de encima.

—Pide doscientos dólares, no los puedo reunir sin tener que recurrir a la hipoteca y, por mucho que me duela no pienso hacer eso. Mi mamá pensó en pedirle ayuda a las damas de la ciudad, pero, no creo que comprendan todo esto. Ni siquiera estoy segura que lo entiendas tú, y por lo tanto estoy sin ideas.

—No puedo comprender lo difícil que debe ser para alguien tan joven pasar por ese tipo de vejaciones. Mucho menos que algún hombre se sienta dueño de otro ser humano y poder hablar de venderlo como si fuera un pedazo de tierra o un animal, me causa repugnancia. Tienes razón, ni siquiera lo comprendo, pero, si está en mis manos ayudar, lo haré. Mañana te extenderé un cheque para que se los des a esas mujeres. Si podemos salvar a la niña, lo haremos.

—Terry, no te lo dije para que me dieras el dinero, nunca fue mi intención. Pero si me haces un préstamo te aseguro que…

—Candy, no. Yo quiero contribuir en algo, además, en estos momentos no hay fondos suficientes para hacer préstamos. Te tendrás que conformar con lo que te dé —ella sonrió ante la idea de que no hubiera fondos para hacerle un préstamo.

—Bueno, me alegra haberte sacado una sonrisa. Y con el tema resuelto, deberías sonreír más, te ves bella cuando lo haces.

Ella recordó unas palabras similares: "Te ves más linda cuando ríes, que cuando lloras". Sacudió mentalmente sus pensamientos, no quería que los recuerdos de Albert volvieran a trastocar su noche.

—Pasé una noche muy agradable, Terry. Muchas gracias, por todo —dijo Candy cuando llegaron a la puerta de su casa.

—El que tiene que agradecer soy yo. Me siento afortunado por haberme permitido acompañarte, pero principalmente, que hayas aceptado mi invitación. Mañana te haré llegar eso, para que te sientas más tranquila. Buenas noches, Candy —tomó su mano y besó su dorso. Dio media vuelta y subió a su carruaje. Ella se quedó de pie, viéndolo hasta que desapareció de su vista. Disponiéndose a entrar a su casa se quedó helada al escuchar que la llamaban.

—Candy.

—¡Albert!

—Creo que…necesitamos hablar.

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*El té Earl Grey, es una mezcla de té aromatizada con aceite de bergamota. La primera mención del té como tal, es de 1929. Aunque su historia se teje con varios hilos, los cuales nos llevan al año 1793. Se llegó a asociar con un joven noble llamado Charles Grey. Entonces, para el año de mi historia, que sería aproximadamente en 1883, podemos decir que ya había menciones del mismo, pues en 1891 ya aparecen anuncios con menciones de "Earl Grey".

*La tetera de Sèvres se refiere a porcelana fina. Azucareros, Juegos de té, piezas decorativas, etc.

*El Derby de Kentucky llamado en sus inicios, El Louisville Jockey Club, fundado en 1875, en Churchill Downs.

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CONTINUARÁ...

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Jelou, jelou! Ya llegué nuevamente. Espero en Dios poder seguir saludándoles semanalmente. Este capítulo sí estuvo largo, jajajaja. En fin, no olviden decirme qué les pareció...

Ya saben, si les gustó, si no les gustó. Alguna duda, queja, sugerencia échenme un review!

Oh, cierto! La campaña en contra de las que pedimos review. Bueno, si desean decirme algo, échenme señales de humo, o un telegrama, o palomas mensajeras, para que no se vean reflejados y ofendamos a las almas nobles que defienden los derechos de las lectoras a las que obligamos y condicionamos a dejar comentario, y blablabla... (nótese el sarcasmo).

Aunque siempre les he pedido que me hagan saber lo que piensan y sienten con mis historias, creo que nunca las he obligado a nada. En realidad no gano ni fama, mucho menos dinero, al pedirle a alguien un RW. Solo saber lo que piensan y si les gusta o no lo que "escribo".

En fin, pensaba dejarles un testamento, pero no le veo caso. Solo decirles que agradezco todo su apoyo. Decirles que, el que me lean, es un privilegio. El que me escriban, es un privilegio. Poder conocer a algunas de ustedes por medio de FB, es un privilegio.

Las quiero harto remucho. Hasta la próxima...

Y un abrazo del tamaño de Texas!

P.D. Empecé un minific y empezaré a escribir el capítulo siguiente de LVDMC. Ah, y sigo avanzando con una nueva historia!