Lo que queda de mí

Capítulo 9

Por Lu de Andrew

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Estaba enojado.

Furioso.

Rabioso.

Ni siquiera podía describir ese sentimiento que le quemaba las entrañas. Y lo que hacía más poderoso, era el hecho de saber que no sabía el paradero de Neal y Elisa.

Había pasado toda la noche haciendo trabajo en los pastos más alejados del rancho. Y eso era decir mucho, estaba totalmente oscuro y tuvo que prescindir de varias lámparas, una pérdida de tiempo y de aceite, si tuviera qué decir algo. Sin embargo; el cavar la tierra y plantar postes, le ayudaron un poco a gastar la energía que necesitaba para ahogar la furia que sentía.

Solo que ahora, cuando los colores del amanecer ya pintaban en el horizonte, sentía que iba a explotar en cualquier momento.

—¿Albert? ¿Qué… de dónde vienes? — Stear lo observó incrédulo, su aspecto era para dar miedo. No solo por lo sucio que se encontraba, sino por su expresión y el tormento en sus ojos.

—De trabajar. —Fue todo lo que dijo pasando de largo junto a él, y yendo al abrevadero para echarse agua encima. Stear lo siguió, aunque conociendo a su amigo, supo que no se encontraba para interrogatorios. Fue directo al grano.

—Karen ha estado preguntando por ti desde hace media hora.

—¿Qué quiere? ¿Y qué hace despierta tan temprano? —preguntó sin verlo caminando hacia su casa.

—No lo sé. — Alcanzó a decir, antes de que Albert se detuviera abruptamente y se girara para verlo.

—Corre la voz de que cualquiera que me dé información del paradero de los Leagan, tendrá una buena recompensa. ¿Tú no sabes nada de ellos?

—Lo último que supe fue que buscaron alquilar un cuarto con el viejo Charlie, pero como le debe suficiente dinero, el viejo los echó sin contemplaciones.

Albert asintió y comenzó a caminar. Deteniéndose nuevamente.

—Envía a alguien a revisar el trabajo que hice en el pasto sur. Y…lo siento por no ser yo mismo esta mañana.

Stear solo tuvo tiempo de asentir antes de que Albert desapareciera en la entrada trasera de su casa. Algo muy malo debía estar pasando. ¿Recompensa por los Leagan? Esperando que más tarde estuviera más tranquilo para poder preguntarle, se dispuso a cumplir con las órdenes de su jefe.

Albert entró a su habitación olvidando que su esposa estaba preguntando por él, por eso fue una sorpresa encontrarla sentada en su cama con cara de preocupación.

—¿¡Albert!? ¿Dónde has estado? ¡He estado preocupada por ti! —Ella corrió hacia él, con la preocupación evidente en su expresión. Pero se detuvo cuando vio con claridad su aspecto —. ¿Qué te pasó? — preguntó tomando la toalla que tenía a la mano y comenzó a secarle el pelo.

Albert la observó un largo rato. Eran las seis de la mañana, y no solo estaba despierta, también estaba vestida y alerta. Eso lo molestó, en esos momentos solo quería estar solo, ¿y a ella se le ocurría mostrar preocupación por él?

—No estoy de humor para soportar tus interrogatorios Karen — dijo apartándole las manos. Sabía que estaba siendo un imbécil, pero no podía controlarse —. Voy a tomar un baño, y estaré fuera todo el día, así que no me esperes a comer ni nada de eso, puedes pasar todo el tiempo con tu madre — hizo una pausa, antes de entrar al baño, recordando la otra cosa que le estaba carcomiendo, respiró profundo tratando de tomar el control, no quería hacerle daño, pero ya estaba harto —. Siento mucho lo que te voy a decir, pero ya no soporto a tu madre. En un tiempo que debería ser para disfrutarlo entre nosotros, ella está omnipresente a cada minuto del día. Y mientras pensé que eras feliz con la vida que teníamos, ahora sé que no te sientes cómoda en este lugar, he visto cómo tu visión de nuestro hogar ha ido cambiando progresivamente a medida que tu madre pasa más tiempo contigo. Ella estaría feliz de que nos mudáramos con ellos a la ciudad, y por lo que veo, también compartes su opinión. En tan solo casi dos semanas has cambiado de parecer, y lo ves todo a través de sus ojos desdeñando la casa, los muebles, las costumbres de una ciudad pequeña… ¡la semana pasada me dijiste que me vistiera de traje! Desearía poder decirte que sus deseos se cumplirán, pero ese no es el caso, tú sabías muy bien qué planes tenía, y antes de casarnos fui muy claro contigo. No voy a regresar a vivir a la ciudad, a ninguna ciudad debo aclarar, pero si tu deseas irte con tus padres porque ya no eres feliz aquí, adelante, no te detendré. Sin rencores, sin recriminaciones, una separación limpia. Pero ya no pienso seguir aguantando esta situación.

—¿Me estás diciendo que…?

—Te estoy diciendo que la decisión es tuya. No quiero que te conviertas en una mujer amargada, ansiando una vida diferente y glamousora, y vivamos un infierno. Te quiero, y desearía que… — se quedó callado nuevamente. Todavía un día antes había deseado que el cariño que sentía por ella se convirtiera en un amor tan profundo como el que algún día sintió por Candy, pero después de enterarse de lo que le había pasado, ahora sabía que era imposible. Pero también era imposible algo con Candy porque él estaba casado, y aunque fuera un amor muy diferente, no pensaba abandonar a su esposa. Y lo que le acababa de decir, tenía varios días queriendo decírselo, pero no había tenido el valor de hacerlo, hasta ese momento —. Desearía que pudieras ser feliz aquí, conmigo, o que yo pudiera ser feliz en otro lugar, pero ese no es el caso. Solo piénsalo.

La dejó impactada. Se sentó casi con lentitud en su cama, asimilando lo que acababa de decirle. Ella también lo quería. Y él tenía razón, no la había engañado, y sí, era feliz. Hasta que llegó su mamá, tratando de convencerla para que se fueran a vivir al mismo lugar que ellos. Ahora se sentía entre la espada y la pared, ¿qué haría?

OoOoOoOoO

Tenía los nudillos al rojo vivo, le estaban empezando a sangrar, y sentía el pómulo entumecido. No sabía cuánto tiempo llevaba peleando, solo sabía que el hombre que tenía frente a él era el tercero con quien se enfrentara.

Había salido lo más rápido posible de su casa. Ni siquiera esperó volver a hablar con Karen, en realidad lo único que tenía en mente era poder golpear a alguien. Y sabía que el lugar indicado para ello, sin dañar a algún inocente o que lo tacharan de loco por pelear con el primero que se le pusiera enfrente, era el lugar de peleas ilegales del dueño de la cantina. El lugar se encontraba alejado del pueblo y solo se trataba de un granero destartalado, pero que servía para el propósito.

Hasta ese momento, había ganado dos encuentros y esperaba tener la fuerza necesaria para aguantar más. Quería destrozar a los hombres que tenía por delante, imaginando en cada uno de ellos el rostro odiado de Neal Leagan. Acababa de propinarle un derechazo al hígado de su oponente, cuando un destello rubio le llamó la atención.

Casi hipnotizado, pudo ver que John Miller, o como mejor lo conocían, el viejo Charlie, subía al cuartucho al que llamaba oficina, y detrás de él iba Candy. Esa distracción sirvió para que el hombre con el que peleaba, le golpeara en el rostro mandándolo al suelo. Pero ya nada le importó, solo quería saber por qué rayos estaba Candy con el viejo, y peor aún, por qué lo iba a ver a ese lugar sola. ¿No sabía que no debía confiar en él, y menos sin compañía alguna?

Sin importar lo que sucedía a su alrededor, dejó de un salto el decrépito ring improvisado, y se acercó al encargado de las peleas para recuperar su camisa y sombrero. Como no estaba apostando, no tenía nada qué perder, así que solo pagó los cien dólares que le había prometido darle a cambio de dejarlo pelear.

Sin dudar un segundo subió las escaleras lo más rápido que pudo. Se detuvo unos minutos detrás de la puerta, al escuchar la voz angustiada de Candy.

—…Me dijeron que está vendiendo…vendiendo su contrato — decía ella con voz trémula —, y quiero comprarlo. Tengo aquí los doscientos dólares que pidió.

—Déjame ver si entendí bien, ¿quieres comprar una chica?

¿Qué? ¿Qué estaba pasando ahí? Quiso entrar inmediatamente, pero si lo hacía lo más probable era que no le dijeran qué sucedía. Aunque se sentía como un entrometido chismoso. pero ya lidiaría con ello más tarde.

—Su contrato, ¿no es así como usted llama a ese negocio? Se lo quiere vender a alguien más por ciento cincuenta, yo le estoy dando una ganancia.

—Bueno — contestó el hombre, haciendo una larga pausa —, ciertamente ese era el precio. Pero viéndolo bien, después de pensarlo quiero trescientos más.

—¿Qué? ¿Trescientos en total? Tengo cincuenta en el banco, podría dárselos el fin de semana, y espero me permita completarle el resto en…

—No me entendiste, dulzura. Quiero esos doscientos que traes, más otros trescientos. Quinientos en total.

—Pero no tengo esa cantidad de dinero.

—Entonces tienes de dos, o te olvidas de la chica, o podemos arreglarlo de otra manera. Tu tienes un negocio, si te soy sincero, nadie pensó que funcionaría, pero contrario a todo, está siendo muy productivo. Podemos hacer un trato en donde lo pones como garantía. Me pagas una pequeña cantidad de intereses, te quedas con la chica, me pagas lo que te pido, y todos felices.

"Te quedas con la chica, y yo con tu negocio", pensó Albert al escuchar la propuesta. Todo parecía indicar que Candy quería quitar de sus manos a una joven, pero el muy idiota quería aprovecharse de ella. Pero no era ninguna tonta. Decidiendo que ya era hora de intervenir, abrió la puerta solo para casi chocar contra ella.

—¡¿Albert!? — preguntó ella abriendo los ojos desmesuradamente — ¿Qué haces aquí?

—Yo preguntaría lo mismo, pero debo admitir que ya escuché todo.

—¿Qué?

—No es necesario que pongas tu negocio como garantía de nada — aseguró él.

—No lo haré, Albert. Por mucho que me duela, no puedo hacer eso.

—Bien. Porque no te lo permitiría y además, quiero contribuir. Yo pagaré lo que falta.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Bueno — intervino el hombre que había estado viendo el intercambio —, ¿no es lindo este reencuentro? Nunca pensé que los volvería a ver juntos, chicos, se ven bien. Lástima que Albert sea casado, ¿no Candy? Aunque parece que eso no los detiene, ¿eh?

Albert observó al tipo. Sentado con las manos sobre su abundante estómago, sonriendo como el gato que se comió al ratón, seguramente ideando algo para sacarle provecho al asunto. Obviamente los conocía desde jóvenes y sabía toda su historia, o casi toda. Pero eso no le daba derecho a insinuar nada. Sintiendo como su temperamento volvía a salir a flote, caminó hasta donde estaba sentado. Lo tomó de su camisa y lo puso de pie llevándolo contra la pared.

El hombre empezó a balbucear y a ponerse todo rojo, pero Albert no le dio oportunidad de reponerse.

—Tienes que sacar de tu asquerosa boca cualquier insinuación acerca de Candy, es toda una mujer respetable, ¿lo entiendes? — le preguntó golpeándolo contra la pared. A lo que el otro asintió, al menos no le tomó mucho convencerlo —. Por otro lado, le venderás lo que ella quiere, yo cubriré la cantidad faltante, pero como queremos estar seguros de que este sea un negocio legítimo, yo mismo me encargaré de decirle a mi abogado que se encargue del asunto, ¿no es genial, "Charlie"?

—S-sí.

—Bien — Albert lo soltó y el otro cayó al suelo —. Tus empleadas pueden temerte lo suficiente para hacer tu voluntad, John, solo porque eres tan poco hombre que, aprovechándote ellas, eres el dueño de sus vidas y sus cuerpos. Espero el día que eso cambie para bien de ellas, pero mientras tanto, nos dejarás en paz a Candy, a mí, y a la chica que pronto estará con ella, harás de cuenta que no nos conoces. De lo contrario, John Miller tendrá que abandonar el pueblo para siempre, ¿me comprendes?

Él comprendía muy bien. Los tendría que dejar en paz si no quería que Albert hablara con la policía y diera a conocer su verdadera identidad. Muy pocos en el pueblo lo sabían en realidad. Había llegado cuando Albert tenía diez años, y andaba huyendo de la ley, no sabían qué había hecho exactamente, pero el miedo en sus ojos en ese momento le dio la respuesta que quería. Seguía teniendo miedo de que alguien lo descubriera.

—Lo comprendo muy bien. Pero también debo asegurarme que ustedes hagan de cuenta que yo no existo.

—No hay problema. Incluso si lo quieres por escrito, lo tendrás.

—Bien.

—Entonces, mi abogado te visitará por la tarde. Vamos Candy.

La tomó con delicadeza del brazo y salieron del lugar. Ató su montura a la carreta que llevaba Candy, lo ayudó a subir y el tomó las riendas. En ese momento esperaba que no los vieran los chismosos del pueblo y empezaran las habladurías, pero necesitaba que ambos vieran a su abogado para explicar toda la situación, de la cual evidentemente, no sabía gran cosa. También estaba el hecho de que la adrenalina ya había desaparecido de su cuerpo y le comenzaba a doler y punzar por doquier. Afortunadamente llegaron con el abogado, los atendió y les aseguró que resolvería su problema ese mismo día.

—Me siento un poco mal el estar comprando un "contrato" — dijo Candy finalmente cuando la acompañó a su casa, después de encargar la carreta a un muchacho —. Ese contrato es una persona, ¿cómo puede dedicarse a eso? Y peor aún, ¿por qué el alguacil no hace nada?

—Desafortunadamente la ley no puede hacer nada, por eso utilizan esos "contratos" para hacerlo legal, poder obligarlas a hacer lo que ellos quieran sin ninguna repercusión. Y lo que estás haciendo es muy noble, lo estás haciendo para poder darle libertad, seguridad y alguien en quien confiar.

—Pues la ley es una porquería. Si yo hubiera denunciado a Neal, te aseguro que la única perjudicada hubiera sido yo, y no él.

—Candy… — la llamó Albert tratando de evitar que sus recuerdos regresaran a esa horrible noche. A él le dolía el corazón solo de pensarlo.

—Es solo que su situación me recuerda tanto a… todo lo que me pasó, que no puedo dejar de pensar que pude haber terminado como ella, en manos de un ser inescrupuloso como ese hombre — el temblor en su voz delató que le estaba afectando demasiado. Detuvo su andar y levantó su barbilla para que lo viera directo a los ojos.

—No te martirices más, por favor. Trata de olvidar y disfrutar lo que tienes ahora. Sé que es una tontería de mi parte, pero no sé cómo ayudarte, quisiera tener el poder de hacerte olvidar, pero me siento impotente.

—No es ninguna tontería, te comprendo. Y por lo general durante los últimos años ya no lo recuerdo tan frecuentemente, pero lo de esta chica me superó. Así que, ¿por eso estabas en el granero? ¿Para pelear? — le preguntó sosteniendo su mano y viendo cómo estaban lastimadas —. Vamos a la casa, te curaré las heridas.

Estaban a solo unos cuantos pasos y entraron a la sala. Le dijo que se sentara en un sofá mientras ella buscaba lo necesario para limpiar y curarle los cortes, y magulladuras. Cuando se acercó a él, pudo ver una expresión de dolor y cansancio en su rostro, sintió ternura al verlo tan vulnerable.

—Espero que hayas liberado todo ese sentimiento de impotencia de la que me hablaste hace unos momentos, quedaste muy golpeado.

—Créeme, estoy tan adolorido que no me quedan ganas de golpear a nadie.

—Bien. Porque tu esposa podría tener algo qué decir.

—No te preocupes, tengo una buena excusa para darle.

—Por cierto, no te di las gracias por lo que hiciste ahí, y por el dinero que vas a pagar. Siento que tengo que pagarte, pero lamentablemente solo tengo cincuenta dólares en mi cuenta bancaria.

—¿Porque diste los doscientos dólares?

—No. Ese dinero lo dio el señor Graham, el dueño del banco. Se dio cuenta que algo pasaba y le conté todo, se ofreció a poner de su dinero, así como tú. Al parecer estoy rodeada de caballeros.

A él no le hizo mucha gracia que ya tuviera la confianza suficiente en Graham como para platicarle algo tan delicado, pero inmediatamente desechó el pensamiento, él no tenía nada qué decir del o los hombres con los que ella tratara. Estaba todo en silencio, solo se escuchaba un ruido ahogado que provenía del salón, era un día tranquilo, por eso Candy sintió la confianza de dejar a su madre al pendiente del lugar. Y Tom estaba trabajando en el establo, así que se encontraban solos. De pronto, un extraño ruido se escuchó entre ellos. Ella lo había escuchado en ocasiones en el pasado cuando, por trabajar sin descanso, no comía. Candy miró a Albert y alzó las cejas.

—¿Has comido algo en lo que va del día? — preguntó sospechando cuál sería su respuesta. Increíblemente, él se sonrojó.

—No. Solo quería salir de casa para evitar desquitarme con alguien inocente, ni siquiera pensé en comer algo.

Ella le sonrió y terminó de curarle lo mejor que pudo, fue a la cocina le preparó huevos fritos, tocino, café y sus favoritos roles de canela. Se lo llevó en una bandeja a la sala, viendo lo deshecho que estaba, no pudo pedirle que caminara hasta la cocina.

—Espero que este siga siendo tu desayuno favorito — le dijo ella cuando entró llevando el desayuno.

—Candy, lo digo en serio, no te hubieras molestado. No me quedé para que me alimentaras, solo deseaba descansar un poco.

—Ya lo sé, pero no me quita nada alimentarte, como bien dices. No es nada complicado. Come.

Sin hacerse del rogar, Albert comió con evidente apetito. Le pidió que le contara un poco más de la chica a la iban a rescatar.

—¿Y qué piensas hacer después? Quiero decir, una vez que ya esté contigo — preguntó él, sintiéndose satisfecho al terminar de comer.

—Pues no lo he pensado realmente. Supongo que puedo ofrecerle un poco de dinero por si su deseo es irse a otra parte y pueda empezar una nueva vida. Tengo una conocida en Chicago que puede darle trabajo, no sería mucho, pero ayudaría.

—¿Y si decide quedarse?

—Tal vez pueda darle trabajo. Finalmente será como ella quiera.

—Tienes razón. Si necesitas mi ayuda para cualquier cosa, no dudes en decirme. Lo digo en serio, Candy.

—Está bien — le contestó entornando los ojos. Poniéndose de pie, recogió todo —. Te dejaré solo unos minutos, quiero ver cómo está mi mamá en el salón.

—No te preocupes por mí. Solo reposaré un par de minutos y me iré.

—Muy bien. Gracias por todo lo hiciste hoy, y, ¿Albert?

—¿Sí?

—Olvida todo el coraje que sientes contra lo Leagan, por favor, no hará ningún bien seguir albergando odio en su contra.

—No te preocupes, Candy. He agotado toda la energía que acumulé desde ayer. Pero no me pidas que olvide lo que te hicieron, porque no puedo y no lo haré. Me encargaré de que paguen hasta lo último que has aguantado.

—Albert, la venganza no es la respuesta.

—No es una venganza, solo equilibrar la balanza y hacer justicia. No puedo deshacer lo que pasó, pero sí puedo salvar al mundo de un par de sanguijuelas, parásitos que no aportan nada a la sociedad. Por cierto, ya puse precio a su cabeza, así que, si sabes algo acerca de ellos, te sugiero que me lo digas y evitar la masacre de codicia que provocará esa recompensa. Y es todo lo que diré al respecto.

—Nada podrá disuadirte, ¿verdad?

—Ya me conoces.

—Entonces no vale la pena discutir contigo. Solo espero que no hagas algo de lo que puedas arrepentir, o que arruine todo lo que has construido y por lo que tanto has trabajado. De todas formas, gracias por todo, y por estar conmigo el día de hoy, si te soy sincera, estaba temblando como una hoja al enfrentarme con ese hombre horrible, pero me dijo que solamente ahí me podía atender. Y solo una última cosa… tu, podrías o no podrías, mejor dicho, ¿no mencionar nada del padre de Tom? No quiero que sepa cómo fue concebido.

—No pensaba hacerlo de todas formas. Pero creo que debes pensar en que algún día tienes que decirle la verdad.

—¡No! ¡¿Estás loco?! Eso lo lastimaría y…

—Candy, créeme cuando te digo esto: sí, es una verdad dolorosa. Pero no lo lastimaría para siempre, solo por el simple hecho de que no te deshiciste de él, y lo has amado y protegido cada momento de su vida. Eso es suficiente para un hombre. Pero es solo una idea que me gustaría que pudieras pensar, eso es todo. Ahora ve a ver cómo está tu mamá, yo ya casi me voy.

La vio alejarse sabiendo que el tema era demasiado escabroso para ella. La entendía, pero como hombre, también entendía que su hijo necesitaba saber la verdad, pero finalmente esa era la decisión de ella. Sintiéndose cansado cerró los ojos, solo descansaría un momento.

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Susurros lo despertaron de su sueño, por un momento se sintió desorientado. No se animaba a abrir los ojos, y por lo que sentía, estaba sentado. Solo que no recordaba cuándo ni cómo se había quedado dormido en un sillón de su sala. Cuando abrió los ojos, examinó su entorno y comprendió que definitivamente no era su casa.

—¿Pero no entiendo cómo es que llegó a la sala y se quedó dormido? Y, ¿por qué le diste de comer? ¿No se suponía que estabas enojada con él por lo que me hizo? ¿Cuándo se hicieron tan amigos? Además, ¿sabe su esposa que se iban a casar y que ahora te hace visitas personales?

Albert se puso de pie y siguió la voz, claramente enojada de Tom. Estaban en la cocina y se quedó mirándolos unos segundos. Madre e hijo se enfrentaban, algo que parecía no era común, si la expresión en el rostro de Candy era un indicio. Miraba a su hijo con dolor en su rostro, pero también con enojo, la conocía lo suficiente para saber que se estaba conteniendo.

—No te permito que me hables de esa manera Thomas Stevens, eres mi hijo y me has ayudado hasta el cansancio, pero eso no te da ningún derecho a venir a juzgarme, y mucho menos a insinuar algo sobre "sus visitas personales y su esposa". No te debo ninguna explicación, especialmente porque no estoy haciendo nada malo. ¿Cómo puedes pensar que yo haría algo tan vil como…como lo estás insinuando?

—Mamá, no estoy insinuando nada. Perdóname si sonó así, pero, no entiendo cómo él de repente…

—No ha sido de repente, Tom. Tu madre y yo hemos tenido tiempo de charlar y resolver todo lo que sucedió en nuestro pasado — habló Albert revelando su presencia —. Y me da gusto que no estés pensando nada malo respecto a mi presencia en su casa porque claramente no pasa nada. Como puedes ver, me encuentro un poco golpeado y tu madre me ayudó y alimentó. Después de lo cual me quedé dormido, por lo cual te pido una disculpa, no fue mi intención — dijo dirigiéndose a Candy —. Además, tu madre es una mujer respetable que no merece que nadie piense menos de ella, incluyendo a su hijo.

Tom sintió una serie de sentimientos contradictorios en su interior. Molesto por el hombre que estaba frente a él, arrepentido y triste por haberle dicho todas esas cosas horribles a su mamá. Y por último, admirado por la manera en que Albert defendía a su mamá, no solo lo que dijo, sino la forma en que lo hizo, incluso defendiéndola de él.

—Albert, no te preocupes, yo arreglo esto con Tom — contestó ella, él le dio una sonrisa de lado comprendiendo que quería proteger a su hijo.

—La que no se debe preocupar eres tú. Ya me voy, para no causarles más problemas. Pero me gustaría que me permitieras hablar con tu hijo, si él así lo quiere, para disculparme por lo que le dije la última vez que nos vimos.

—No es necesario señor, Andrew, dejó muy claro lo que piensa en esa ocasión — le contestó Tom, con recelo.

—Te lo pido encarecidamente. Dame unos minutos de tu tiempo, solo eso te pido.

El chico miró a su mamá, buscando su aprobación.

—No veo nada de malo en que hables con Albert. Anda, ve, yo aquí te espero.

—Está bien. Solo permítame unos minutos, necesito hablar con mi mamá a solas — dijo Tom después de unos minutos de pensarlo bien.

—Bien, solo… — Albert hizo una pausa y se acercó a Candy —. Siento que esta será la última vez que nos veremos de esta forma, así que quiero darte las gracias por explicarme lo que sucedió en el pasado, por darme la oportunidad de ayudarte el día de hoy, y por todo lo demás — ella sonrió con lagrimas en los ojos, y más cuando le tomó sus manos entre las suyas —. Eres una mujer extraordinaria, Candice White, y yo fui el hombre más afortunado por haber conocido el amor gracias a ti. Fuiste, eres y serás… — sonrió con amargura tragándose las palabras que deseaba decirle a ella, pero que no eran posibles dada su condición de hombre casado —. El hombre al que le permitas amarte, será muy afortunado — ella negó con la cabeza, sus lágrimas corrían por su rostro —. Tal vez no podamos ser amigos, pero ahora cuando nos encontremos por la calle, nos saludaremos sin rencor o dolor entre nosotros, no dudes ni por un segundo que puedes contar conmigo para lo que desees — ella asintió. No podía hablar, el llanto se lo impedía—. En cuanto esté todo arreglado con Jade, mis abogados la traerán contigo y te entregarán los papeles firmados. No tendría que haber ningún problema, pero si es lo contrario, contáctame. ¿Lo harás?

—S-sí…

—Hasta que volvamos a encontrarnos, Candy.

Diciendo eso la abrazó con fuerza y le dio un beso en la mejilla. Soltándola poco a poco, le dio la espalda, y salió de prisa, esperando que Tom lo siguiera. Al llegar a la calle, soltó el aire que estaba conteniendo sin desearlo, pero que era esperado al estar cerca de ella. Le dolió alejarse de ella, pero sabía que era imposible tratar de ser su amigo, cuando su corazón todavía latía más deprisa incluso con verla. Por eso era mejor mantenerse lejos, su corazón debía estar con su esposa, y así lo haría, ya se había acostumbrado a vivir con la mitad de él funcionando y así seguiría. Le tendría que entregar esa mitad a Karen y tratar de arreglar las cosas con ella, solucionar sus problemas matrimoniales. Aunque la decisión sería de ella, tampoco trataría de forzar la situación para que se separaran, eso sería algo aberrante y falto de honor.

Pero primero, arreglaría todo con Tom. Se disculparía y le ofrecería nuevamente su trabajo, el cual sinceramente esperaba que aceptara. Era un buen trabajador.

Y mientras tanto, esperaba que los Leagan desaparecieran de la faz de la tierra porque, si los encontraba, ni siquiera la piedad de Candy haría que se olvidara de hacerles pagar todo el daño que le hicieron. Porque, aunque se escondieran debajo de las piedras, los encontraría.

—¿A dónde quiere que vayamos? — le preguntó Tom una vez que se unió a él.

—Podemos ir a recoger mi caballo y hablar en el camino. ¿Te parece bien?

El chico asintió y se fueron. Albert esperaba que todo saliera según lo planeado y se saliera con la suya. Quería tener de vuelta al chico, por supuesto, pero también, mediante él, podría ayudar a Candy.

Porque aunque no estuviera con ella, nunca estaría sin su protección.

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CONTINUARÁ...