Mil disculpas por tardar en actualizar. Marzo estuvo imposible por estar ocupado haciendo mi Lynncoln Month en Twitter, con 31 dibujos, uno cada día. Y en Abril lo que me ha mantenido completamente ausente es la universidad. La vida del estudiante de arquitectura se reduce usualmente a tan sólo el estudio jajaja.
Pero bueno, aquí estoy de regreso con un nuevo capítulo en esta historia. Agradezco mucho la gran recepción que tuvo el capítulo anterior. Voy a tratar de mantener ese nivel de interés, en la medida que me sea posible.
Me dio la impresión que muchos tomaron como si estuviera tratando de ocultar que Bobby y Ronnie Anne eran El Falcón y La Tormenta. Asumo que aquellos que pensaron esto no son fans de Los Casagrandes, jajaja. Los villanos que aparecerán son también parte del universo de Los Casagrandes, así que si no saben cómo se ven, sólo usen Google para verlos. Lo mismo para los trajes de los Santiago.
Como siempre, agradecimientos especiales a los lectores que me dejan sus opiniones.
Jairo de la Croix: Jamás me disculparé por el chiste de las aves de presa. ¡Jamás! Y ya veremos qué consecuencias (positivas o negativas) le trae esto a Lori.
Luna PlataZ: ¿Qué pensaste que Ace sabía? Jajaja, me intrigan tus teorías. Bueno, vamos por partes. Puse a Great Lakes más lejos simplemente porque quiero que Royal Woods sea una ciudad muy aislada del resto del mundo. No entendí lo de la edad de Ronnie Anne; Lori hizo una estimación, no hay chance de que creyera que Ronnie Anne es una niña de 8 años, altura o no. Si Leni hubiese podido levantar un lagarto gigante con sus poderes y resolver la pelea en un segundo, lo hubiera hecho. Era su primer día como heroína, sus poderes eran muy limitados. Y creo que Lori fue bastante clara diciendo que no tenía energías para hacer una Supernova. Apenas pudo tener un pequeño power-up que no duró casi nada.
ziggsbomb: Gracias!
daglas99: Me alegro que te gustaran!
LOKI RAGNARR: Muchas gracias por el aprobado!
Narancia Maikel 100: El Falcon tiene poderes propiamente dichos, no es simplemente un traje. Se explicará más en detalle en este capítulo. Y Tormenta en efecto puede controlar el clima en general. Si recuerdas, su primer movimiento fue lanzar un rayo a La Cobra.
andres888: Gracias!
Thais Tilda 4: Muchas gracias!
Luis Carlos: Si te sabes el nombre verdadero de Wolverine eres un nerd, lo siento :v Nova es muy poderosa. No tengo un Scouter de DBZ para medir su poder de pelea, pero sin dudas es la heroína más poderosa de este AU. Sin embargo, sus poderes no son exactamente rayos láser, así que no, no podría haber desintegrado a La Cobra. Puede causar quemaduras, pero su energía es más de golpe de impacto que calor en sí. Y no le es tan fácil controlarlo.
Narancia Maikel 100: Muchísimas gracias por el apoyo. No tengo mucho más que decir, el sentimiento es sencillamente una inmensa gratitud que me cuesta expresar en palabras. Mil gracias.
Misugi: Cuatro capítulos en un mes y después tres meses sin actualizar, qué trucazo :v Solo el tiempo dirá lo del Falcon y Nova. Manejar personajes secundarios siempre es un peligro y algo que me cuesta mucho, pero como dices, ya sólo queda practicar y esperar que salga lo mejor. Sí te entiendo lo de los poderes de Nova, que todavía no han sido explicados. En la lógica del universo, no tenía sentido que se los explique a Ace Savvy anteriormente, y en lo que hemos visto hasta ahora no ha tenido un momento donde necesite explicárselos a alguien. Quizás si algún día conoce a alguien con quien se vuelva cercano pueda llegar a tener una conversación donde el asunto de los superpoderes salga a flote y tengan que hablar de ello… pero quién sabe, quizás eso no se de nunca.
loudfics: El lejos de casa sería la secuela. Por lo menos así lo estoy pensando por ahora. Ya veremos. Todas las historias del Heroverse están en orden cronológico. Esta ocurre ya varios meses después de Ace Savvy Una Nueva Esperanza, y después de Power Chord.
Guest: Gracias!
Capítulo 5: Los Casagrandes.
La derrota de La Cobra generó un alboroto que, de no ser porque sentía más dolor del que recordaba haber experimentado en toda mi carrera de heroína, me habría dejado más confundida y abrumada de lo que ya estaba. Lo que puedo recordar con claridad fue que llegaron suficientes policías como para garantizar la seguridad de un evento deportivo multitudinario, y entre ellos y los medios de comunicación que se aglomeraron, las afueras del banco parecían una manifestación masiva.
Los policías se acercaron a interrogarme y asegurarse de que La Cobra estuviera realmente inconsciente, rodeándonos como un enjambre de langostas. Mientras cinco oficiales colocaron esposas especiales al villano en sus manos, pies y cola,, casi una docena tenía sus armas desenfundadas, preparadas para disparar si es que despertaba de repente y decidía no entregarse pacíficamente. El resto se acercó a mí, algunos con cierto reparo, pero la mayoría mostrándose visiblemente impresionados. Trataron de hacerme toda clase de preguntas, pero mi cansancio no me permitió responder con claridad.
Afortunadamente, el mar de policías se abrió, liberando el paso para el Moisés más panzón que había visto en mi vida.
—Buenas tardes, joven —dijo el hombre, acomodando sus pantalones como si el cinturón de cuero estuviera luchando una batalla descomunal—. Soy el Comisario Gordo.
—Buenas tardes, uh, Comisario Gordo.
—Así que es cierto —dijo, observando hacia un costado donde la figura de La Cobra reposaba inmóvil—. La Cobra fue vencida. Vaya. Lo veo y no lo creo.
Volteó a posar sus ojos en mí, y me examinó rápidamente con la mirada.
—Parte de mi trabajo es estar siempre al tanto de los metas que usan sus poderes para el bien y el mal en mi ciudad. Estoy seguro que es la primera vez que te veo, joven. ¿Con qué heroína tengo el gusto de hablar?
—Nova, señor —respondí, identificando rápidamente mi oportunidad para avanzar en mi misión—. Y tiene razón, este es mi primer día en Great Lakes City. A decir verdad, sólo estaré en la ciudad por unos días.
—Espera, ¿qué? —Dijo, acomodando sus gafas— ¿Estás diciéndome que una turista fue quien venció a La Cobra?
Noté un rápido cambio en su voz, y la forma en que se refirió a mí como una "turista" realmente no me cayó del todo bien. ¿Es que había metido la pata? Necesitaba tenerlo de mi lado para poder preguntar por agencias que pudieran asegurarme. Aún así, por más necesidad que tuviera, no iba a dejar que me tratara como una simple turista.
—No tengo idea de quién es este sujeto —dije, señalando despectivamente hacia el villano—. Estaba volando cuando vi que necesitaban mi ayuda.
— ¿Y decidiste interferir sin siquiera saber a qué te estabas enfrentando?
—Claro —dije con una sonrisa, satisfecha con mi heroísmo.
— ¿Tienes un seguro de héroe?
Mi sonrisa se borró como con un limpiador de parabrisas.
—Uh… Bueno, es decir…
El Comisario Gordo levantó una mano para silenciarme, quitándose las gafas y frotando sus ojos con gran énfasis.
— ¿Estás diciéndome que te metiste en un altercado sin siquiera tener una licencia o seguro de héroe?
Abrí la boca para responder, pero extrañamente me encontré sin palabras. ¿En serio estaban regañándome por salvar un banco?
— ¡Hay cuatro criminales heridos! ¡Tenemos un muerto! —Dijo el Comisario ante mi silencio— ¡Y en tu intento por detener a La Cobra hiciste pedazos un edificio que es considerado Patrimonio Histórico de la Ciudad! ¡Ese banco fue inaugurado por el Presidente Savino! ¿Quién va a pagar por eso?
— ¿Y qué se suponía que hiciera? ¿Quedarme de brazos cruzados mientras unos delincuentes tomaban rehenes?
—Debías esperar a que un héroe de verdad apareciera para hacerse cargo.
Apreté mis puños y contuve mis emociones para que mi aura no se manifestara a mi alrededor.
— ¡Soy una heroína de verdad!
—No en los ojos de la ley. Sin licencia o seguro, no eres más que una vigilante. Sí sabes que un héroe sin papeles tiene que someterse a una auditoría, y de no demostrar que no había forma de resolver el crimen sin daños colaterales están obligados a pagar por sus daños, ¿no? ¿En serio crees que puedes demostrar que una novata que ni siquiera es ciudadana de Great Lakes City no tenía más opción que enfrentarse a un líder del sindicato del crimen? ¿No crees que la justicia creerá que lo hiciste por publicidad sin importarte los daños causados?
Me mordí los labios, sin saber qué responder. Él suspiró, negando con la cabeza.
—Escucha niña, sé que hiciste lo que creíste que era correcto. Así son los héroes de tu edad. Pero en el mundo real hay consecuencias. Los metas no pueden moverse por el mundo creyendo que pueden hacer lo que quieran. Cualquier hijo de vecino tiene que trabajar muy duro, prepararse y estudiar para convertirse en un policía. ¿Crees que sólo por tener poderes estás libres de las consecuencias de tus actos? Si no tienes seguro, lo mejor es que te consigas un buen abogado.
—Eso no será necesario —dijo alguien detrás de nosotros.
Al voltear, me encontré con aquel chico que se hacía llamar El Falcón de Fuego. Su rostro estaba cubierto de sangre, y por debajo del casco, podía ver su ojo izquierdo inflamado como una pelota de tenis. Su hermana menor, La Tormenta, caminaba a su lado como si esperara que tropezara.
El Falcón se acercó hasta colocarse a mi lado, y noté que sus majestuosas alas de fuego ya no flameaban a su espalda. Me miró de costado por unos instantes antes de dirigirse al Comisario.
—Perdón por interrumpirlos, Comisario Gordo —se disculpó, dedicándole una sonrisa con sus encías sangrando.
—Ah, sí, te he visto antes. Eras…
—El Falcón de Fuego.
—Sí. Sí, claro. Ya lo recuerdo. ¿Tú también estuviste involucrado en esto?
—Así es.
—Él fue el que mantuvo ocupado a La Cobra —se apresuró a decir La Tormenta, dedicándome una breve mirada de enfado—. Apareció justo a tiempo para salvar el día.
—No me digas —dijo el Comisario, entrecerrando los ojos.
—Siendo honestos lo máximo que hice fue mantenerlo ocupado como su saco de boxeo —admitió el héroe, ganándose una mirada de pánico por parte de su hermana—. Pero sí estuve involucrado. Así que puede tomar mi seguro.
Comenzó a hurgar en su cinturón de utilidades, pero entrecerró los ojos —o al menos el que podía mantener abierto— al no encontrar lo que parecía estar buscando. La Tormenta suspiró y revisó su propio traje, tomando lo que parecía ser una especie de tarjeta de crédito que extendió hacia el Comisario.
— ¡Ah! Sí, eso —dijo El Falcón con una sonrisa—. Fuimos parte del altercado, así que nuestro seguro puede cubrir por los daños que causamos en la batalla.
El Comisario pasó sus ojos del Falcón a mí, a Tormenta, y luego de regreso al Falcón. Pareció considerar la situación durante unos segundos antes de encogerse de hombros.
—Eh, menos papeleo para mí, así que no hay problema —dijo muy casual—. Esta tarjeta está a tu nombre, niña, así que ven conmigo un momento.
—Mi nombre es La Tormenta —dijo la niña, llenando sus mejillas de aire en una mueca extremadamente adorable de enfado.
—Perfecto, Tormenta. Acompáñame para firmar un papel.
El Comisario y La Tormenta se alejaron hacia un grupo de policías que cargaban unas tabletas y libretas de papel, dejándome a solas con El Falcón, o al menos tan a solas como se podía estar en una multitud. Suspiré y volteé a verlo.
—Gracias por eso —le dije.
—Oh, no fue nada. Lo siento por escuchar. Y no te preocupes, no voy a tomar crédito por esto, tú te enfrentaste a él por tu cuenta y lo venciste. Esta victoria es tuya.
Tras lo que había acabado siendo una conversación bastante tensa, aquellas palabras llenaron mi corazón de alegría. Por un momento, incluso olvidé el dolor paralizante que recorría cada rincón de mi cuerpo.
Un momento después moví mi mano para acomodar mi cabello, y lo recordé con una mueca.
—No me interesa el crédito —dije, aunque no estaba tan segura de que eso fuera cierto—. Y lo que le dijiste al Comisario es un poco ingenuo. No fuiste un saco de boxeo. Me salvaste la vida.
—Convirtiéndome en un saco de boxeo —repitió, encogiéndose de hombros—. Y si tú y Tormenta no hubieran vuelto a ayudarme, La Cobra me habría matado también. Así que no te preocupes, estamos a mano.
Me sonrió, y yo le sonreí. No sabía cómo continuar con la conversación, y permanecimos en silencio por unos incómodos segundos hasta que él volvió a romper el hielo.
— ¿En serio no conocías a La Cobra? —Me preguntó.
—No. Ni siquiera sabía que un villano estaría involucrado. La policía me dijo que había unos ladrones y que podrían tomar rehenes.
—Ya veo. Aún así… ni siquiera eres de aquí. Por lo que escuché, por lo menos. No tenías por qué arriesgarte.
—Tal vez no, pero… ¿Qué se suponía que hiciera? Había gente en peligro.
El Falcón sonrió, asintiendo con la cabeza.
—Te entiendo. A veces siento que todo el mundo trata de hacer nuestra vida como héroes lo más difícil posible. ¡Como si no quisieran que salvemos gente! ¿No se dan cuenta que ese es el único motivo por el que usamos estos ridículos trajes? —Dijo, señalando su casco con forma de halcón.
Los dos reímos ante eso, pero nuestras risas se transformaron en una tos y gemidos de dolor mientras nos tomábamos por las costillas. Desafortunadamente, ver nuestro lamentable estado nos hizo reír más, incrementando el dolor.
—Por favor, no me hagas reír —le pedí, mi rostro luchando entre una gran sonrisa y una mueca de intenso sufrimiento.
—Lo siento, lo siento —me dijo—. ¿Habías estado peleando por mucho tiempo contra él?
—Algunos minutos.
—Ya veo. Se veía súper molesto.
—Lo estaba. Y vaya que se desquitó con nosotros.
El Falcón abrió la boca pero la cerró de inmediato, como si estuviera a punto de decir algo. Desvió la mirada y se mordió los labios antes de volver a mirarme.
—Escucha, yo, uh, sé que no debería meterme, pero… Si es cierto que no tienes seguro, ¿tienes acaso, ya sabes, cobertura médica?
Por supuesto que no tenía cobertura médica. No desde que Ace Savvy había muerto. Leni y yo simplemente nos quedábamos en casa recostadas hasta que nuestras heridas sanaran, cuidándonos una a la otra. Podía escuchar a mi billetera gritando de dolor al imaginar lo que una clínica trataría de cobrarme para atender mis heridas si es que iba al hospital.
No respondí, pero El Falcón interpretó mi silencio.
—Oye, no te preocupes, te entiendo —me aseguró—. Yo tampoco tenía cuando comencé. Escucha, uh… Si quieres, puedes venir conmigo a mi agencia. Tenemos una enfermería ahí, mi mamá es doctora. No te cobraré ni nada de eso, en serio.
Subconscientemente retrocedí un paso. ¿Ir a su agencia? ¿A qué se refería? ¿Su hogar? No estaba del todo convencida de que eso fuera una buena idea. No es que no confiara en él. Tenía, después de todo, una licencia de héroe. ¿Se necesitaba acaso alguna otra prueba de que era alguien confiable? Y me había salvado la vida, lo cual automáticamente le daba bastante crédito a su favor. Tenía trabajo que hacer en la ciudad, sin embargo, por lo que no podía permitirme demasiadas distracciones.
A menos… Bueno, no es como que no pudiera hacer dos cosas al mismo tiempo. El Falcón era un héroe local, muy posiblemente sería capaz de darme una idea de con quién debía hablar, o a dónde ir para conseguir lo que necesitaba. Yo había averiguado de varios posibles candidatos por internet, pero nada vencía una recomendación en persona de alguien que tuviera experiencia en ese mundo tan ajeno al mío.
Además, para ser completamente honesta, la idea de que algún médico pudiera atenderme y darme algunos analgésicos era demasiado tentadora.
—No quiero ser una molestia —dije, sin embargo, tratando de no mostrarme desesperada ni mucho menos.
—Oh, por favor, no te preocupes. Ya te dije, me salvaste la vida. Es lo mínimo que puedo ofrecer. Además, ¿qué clase de héroe sería si no ofreciera mi ayuda a otra heroína recién llegada a la ciudad?
Me vi envuelta en el cálido y esquivo sentimiento de gratitud que tan difícil era encontrar en Royal Woods. La policía allí estaba apenas comenzando a confiar en Leni y en mí. El público todavía nos consideraba un dúo de heroínas inexpertas y peligrosas. Los medios vivían cuestionando nuestra eficacia desde que Spade había muerto. Como ya he repetido hasta el hartazgo, mi hermana era la única persona en la que podía contar realmente. Nadie más nos cuidaba, nadie más confiaba o se preocupaba por nosotras. A dónde fuéramos, éramos recibidas con incertidumbre en el mejor de los casos, y desprecio en el peor de ellos.
Me era difícil recordar a alguien que realmente se hubiera preocupado por nosotras de esa forma. La gran mayoría de mis interacciones con otras personas solía tener resultados negativos. El hecho de que el Falcón se mostrara amable y dispuesto a darme una mano era tan ajeno y extraño como el resto de la gran ciudad.
Me pregunté cuál de las dos caras de la ciudad que había visto hasta ahora era la que verdaderamente representaba lo que podía esperar de ella: el comisario que me regañaba por tratar de dar una mano, o el gentil Falcón que me había salvado la vida y me invitaba a su agencia.
Deseaba que fuera más de la segunda.
—Si ese es el caso, entonces estaría encantada de conocer tu agencia —dije con cierta timidez.
Su rostro golpeado e inflamado se transformó en una sorprendentemente sincera sonrisa.
—Perfecto. Vi que puedes volar, así que en cuanto mi hermana termine de firmar los papeles del seguro podemos ir a nuestra agencia.
Levantó su brazo y lo extendió hacia mí, presentando su mano.
— ¿Cómo dijiste que te llamabas?
Miré su rostro y su mano. Éramos héroes, sí, e incluso podía decir que me agradaba muchísimo basada en las pocas interacciones que ya habíamos compartido en tan poco tiempo. Pero debía lidiar con la inexorable realidad de que se trataba de un chico de casi mi misma edad, aparentemente, ofreciéndome su mano para estrecharla.
Mi vida en Royal Woods no solía dejarme con tiempo ni energías como para que mi mente divagara en muchachos. Pero allí mismo, en una ciudad desconocida y saludando al primer metahumano de mi edad que no fuera parte de mi familia, no pude evitar notar lo atractivo que parecía ser. Incluso con todos los golpes en su rostro y su traje de pájaro.
—Nova —dije finalmente, estrechando su mano con suavidad—. Mi nombre es Nova.
Los tres cruzamos el cielo quizás un poco más lento de lo que yo lo hubiera hecho en circunstancias normales, pero a la velocidad perfecta para disfrutar del paisaje urbano como turista. Una leve capa de energía cubría mi cuerpo, propulsándome por el aire mientras movía la cabeza en todas direcciones, tratando de absorber la inmensidad de la gran ciudad. Me era difícil entender cómo es que la gente caminaba por la calle mirando hacia abajo, hacia sus teléfonos o sus pies, ignorando los rascacielos y hermosos hitos arquitectónicos que los rodeaban.
—Es impresionante, ¿no? —Me preguntó el Falcón, a mi izquierda.
Volteé a verlo, cosa que había estado activamente evitando hacer durante los últimos cinco minutos. Incluso maltratado, su porte y postura al volar eran realmente heroicas. El par de alas ígneas habían brotado una vez más desde sus omóplatos, y el sonido de las llamas al aletear era relajante pero intenso.
Me moría por saber cómo es que funcionaba su poder, pero temía ser demasiado obvia si es que me le quedaba mirando mientras volábamos. Una chica nunca debe mostrarse tan interesada desde el inicio.
Recordé que me había hecho una pregunta, probablemente refiriéndose a los edificios.
—Sí. Una locura lo alto que es todo por aquí.
— ¿Vienes de algún pueblito o algo así? —Preguntó, a mi derecha, La Tormenta.
También había estado evitando mirarla, pero no por no querer distraerme o enviar el mensaje equivocado, sino porque cada vez que volteaba a mirarla, sus ojos parecían estar enfocados en mí como si tuviera el casco gigante de La Cobra sobre mi cabeza.
El hecho de que la niña estuviera moviéndose a través del cielo parada sobre una nube de tormenta negra como si de una patineta se tratara, dejando escapar diminutos rayos y destellos de luz cada tanto no ayudaba a hacerme sentir cómoda o segura hablando con ella. Sentía que estaba a un error de ser alcanzada por un rayo.
—Tormenta, no seas ruda —se quejó el Falcón.
— ¿Qué? Sólo hice una pregunta.
—Sonó rudo.
—Está bien —intervení rápidamente—. Sí, la ciudad de donde vengo es mucho más chica que esto. Tenemos, qué, ¿veinte mil habitantes o algo así? No estoy segura, pero es bastante chica.
— ¿Veinte mil? Vaya, aquí viven casi un millón. Eso es como… al menos seis veces más grande.
Dejé escapar una pequeña risa ante lo que supuse era una broma, pero el Falcón continuó mirándome serio. Giré la cabeza para ver a La Tormenta, y ella puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.
Okay. El hombre con alas de fuego no era precisamente un experto en matemáticas. Bueno saberlo.
—Como sea, el punto es que en verdad esta es mi primera vez viajando a otra ciudad —comenté, tratando de sonar serena—. Es una linda aventura venir aquí y descubrir cosas nuevas. Aunque ciertamente no esperaba que mi primer día incluyera una batalla contra un villano.
—Y no cualquier villano. Un súpervillano.
—De los peores en la historia de la ciudad —agregó La Tormenta, temblando mientras la nube bajo sus pies dejaba escapar unos mini relámpagos.
—Bueno, entonces tuve suerte de que dos grandes héroes se acercaran a ayudarme —dije, logrando que los dos sonrieran.
—Lo estabas haciendo bastante bien —admitió la niña, sonriendo sin mirarme—. Fue increíble cuando te pusiste de pie y te lanzaste como ¡SWOOSH! Y te pusiste frente a él y le diste un ¡BLAM! Y lo lanzaste por el aire como ¡WOOO!
Acompañó cada una de sus onomatopeyas verbales con movimientos en su nube, imitando trucos de skateboard. El Falcón la miró con alegría y yo reí suavemente para evitar dañar mis costillas. No lo logré.
Así, con un clima mucho más ameno y amigable entre los tres, continuamos avanzando hasta que los héroes anunciaron que habíamos llegado a nuestro destino. Su agencia de héroe no era tan espectacular como las de las películas, con torres de vidrio que se extendían hasta rozar los cielos, y un coronamiento con la forma del logo del héroe en cuestión o su nombre escrito con letras fluorescentes que brillaban como un faro en la noche.
Me encontré, en cambio, con un edificio pequeño de tres o cuatro pisos que más bien me recordaba a los departamentos donde Leni y yo vivíamos, de regreso en nuestra querida Royal Woods. Era un volumen rectangular con muros de ladrillo y pequeñas ventanas individuales marcando las líneas de cada planta. La planta baja era más alta que el resto de los pisos, materializada con piedras gruesas y mucho más grandes que los ladrillos que se erigían por encima. Podría haber pasado por un edificio de alquiler común y corriente.
Los únicos elementos que ayudaban al ciudadano de pie reconocer que aquel edificio albergaba una agencia de héroes eran las banderas y el gran cartel de la agencia. Dicho cartel estaba colocado de forma vertical, como uno esperaría encontrarse en un hotel de pocas estrellas. Se leía "AGENCIA DE HÉROES", aunque la C y la H titilaban, alternándose entre encendidas y apagadas.
Y por supuesto, las banderas. Estaban las típicas flameando sobre la entrada del edificio, como la bandera estatal y una de México que, asumí, representaba el hereditaje de su familia. Pero la que flameaba más alta e imponente era la bandera heroica. Una tradición que era más común en las ciudades con muchos héroes y no tanto en pequeños pueblos como Royal Woods.
En un intento de remodernizar el concepto de la heráldica medieval, se había vuelto usual para los héroes que desarrollaran su propia bandera. Usualmente incluía los colores principales de sus trajes y algún logo, aunque las había tan básicas como un banderín de dos colores y tan complejas como si en verdad se tratase de un diseño estilo gótico. Estas banderas se caracterizaban por colgarse en mástiles blancos con una punta dorada, señalando así que en aquel edificio vivía o se conmemoraba a algún héroe en particular. Había algunas otras reglas que honestamente no recordaba del todo, como que la punta negra representaba un héroe muerto en batalla, o lo que fuese que la punta de tridente significara.
Ace Savvy nunca había usado una bandera heroica.
—Mis actos son mis banderas —solía decir. Y sin él como guía, ni Leni ni yo nos habíamos sentido cómodas haciendo nuestro propio diseño. ¿Qué sentido tenía encontrar una identidad propia si éramos las únicas dos heroínas en una ciudad sin héroes? Ahora había un tercero, el nuevo y joven Ace Savvy, pero seguía pareciendo demasiado poco para justificar que tuviéramos algún elemento identificatorio.
Con curiosidad, traté de prestar atención al diseño de la bandera heroica del Falcón. Naturalmente, el fondo era de un azul eléctrico, tan vibrante como el traje que vestía. El escudo en sí estaba rodeado por nubes blancas, con lluvia y algunos rayos cayendo desde la parte inferior. En el centro, un ave de rapiña roja con pico y garras anaranjadas. Las plumas de las alas se movían como olas de agua, o más bien lenguas de fuego. Estaba rodeado por una corona de laureles amarillentos, y curiosamente, había una serpiente entre las garras del águila.
— ¿Qué representa la serpiente? —Pregunté, señalando hacia la bandera.
— ¿Serpiente? Oh, sí. Bueno, es una especie de doble sentido —dijo el Falcón, sonando un poco apenado—. Por una parte representa la bandera de México. Toda mi familia es de allí, y aunque nací aquí en Great Lakes, me siento muy identificado con toda la cultura latina, ¿sabes? No hay muchos héroes mexicanos aquí en los Estados, así que supuse que sería interesante para destacar.
—Ya veo. Tiene mucho sentido. Es genial que te sientas así de cómodo e identificado con tu cultura —dije respetuosamente.
—Gracias.
— ¿Y cuál es el otro sentido?
El Falcón desvió la mirada, sus mejillas tiñiéndose de un carmesí que no venía de las imponentes alas de fuego que batían a su espalda.
—Bueno… O sea, era más chico cuando lo diseñé, ¿ok? Y pues… No sé, no lo pensé tanto, pero…
—Representa al Falcón venciendo a las fuerzas del mal —completó La Tormenta, haciendo comillas en el aire con los dedos y explicándolo como si lo leyera de un manual. Falcón la miró con la boca abierta, sintiéndose traicionado por aquella revelación.
—Aw, me gusta —dije con total sinceridad, aunque sonando un poco más impresionada de lo que realmente estaba—. Es toda una declaración de principios.
—No… ¿no te parece un poco cursi? —Preguntó con un dejo de esperanza en su voz.
— ¡Para nada! Hay muchos héroes que se especializan más en rescate o respuesta ante desastres naturales. A mí siempre me atrajo más la idea de ser una heroína de las que luchan cara a cara contra los criminales. Neutralizar las amenazas para proteger a los ciudadanos comunes. Creo que dejar en claro que ese es el tipo de héroe que quieres ser es muy valioso.
Pese a aún tener el rostro magullado y gran parte de su traje salpicado con su sangre, su pecho se infló como si se sintiera el héroe más poderoso del planeta, tan orgulloso y radiante como sus alas y sonrisa.
—Al fin alguien que me entiende —suspiró casi para sus adentros, antes de sacudir levemente la cabeza—. En fin, la entrada de héroes es por la azotea. Sígueme.
Así lo hicimos, moviéndonos por el aire hasta asentarnos en una pista de aterrizaje bastante casera. Era claramente un intento a imitar un helipuerto, pero habiendo usado el de la Torre Yates muchísimas veces para reunirme con Leni o Spade, podía darme cuenta de que había poca adecuación a las normas constructivas. Como, digamos, interpretación artística sin embargo, era bastante buena. La terraza estaba vacía más allá de aquella plataforma, con excepción del volumen que contenía las escaleras principales del edificio, igual al que había donde Leni y yo vivíamos. El Falcón se acercó allí, y la Tormenta lo siguió, no sin antes dirigirme una última mirada. Parecía no estar tan desconfiada como hasta hacía un rato, pero mi sexto sentido femenino me decía que todavía no estaba segura de si yo era alguien de confianza.
No podía culparla. En su lugar tampoco confiaría tanto en un extraño.
El Falcón introdujo un código en un pequeño panel que parecía actuar como alarma o medida de seguridad, y en seguida abrió la puerta. Las alas de fuego a su espalda se retrajeron hasta desaparecer, y noté que su traje tenía dos ranuras libres en la espalda, dejando al descubierto su piel. ¿Significaba eso que las alas nacían directamente de su espalda? ¿No tenía ningún apéndice o algo por el estilo? Extraño, pero relativamente aceptable dentro del espectro de rareza en superpoderes de metahumanos.
—Bienvenido a la Agencia de los Guardianes del Firmamento —me dijo, dejando la puerta abierta para que entrase tras él.
La entrada de superhéroes era, tal como había supuesto, nada más y nada menos que la típica escalera de edificio residencial, aburrida y sin iluminación suficiente. Bajamos sin demasiadas contemplaciones un piso hasta llegar a la primera puerta de salida, y fue allí donde el Falcón se detuvo y volteó a verme.
—Um, supongo que es un buen momento para comentar que esta es una agencia familiar —dijo, como advirtiéndome.
A decir verdad, lo había supuesto. Al menos la fachada y la arquitectura del edificio lo hacía ver más a una agencia freelancer que una soportada por una gran compañía o una agencia profesional de representantes. Lo cual no era malo en absoluto, por lo que no entendí qué era lo que parecía tenerlo preocupado.
—Oh, no te preocupes. Me parece increíble que tú y tu familia manejen su propia agencia.
—Sí, bueno, pero… Este… Digamos que mi familia es bastante…
—Grande —completó La Tormenta.
—Y peculiar —agregó el héroe.
No terminé de comprender qué era lo que quería decir.
—Como dije antes, no quiero ser una molestia —atiné a decir con cierta inseguridad.
— ¡No, no! ¡No es eso! Al contrario… Sólo quería pedirte disculpas si es que ellos son demasiado abrasivos.
—Oh. No te preocupes —le aseguré.
¿Qué tan abrasivos podrían ser como para merecer una advertencia así?
Lo averigüé en cuanto el Falcón abrió la puerta y un perro del tamaño de una motocicleta se lanzó sobre él, derribándolo y casi llevándome puesta a mí también.
— ¡Lalo! —Se quejó entre risas el héroe, dejando escapar algunos gruñidos de dolor mientras el animal le lamía el rostro— Cuidado con mis costillas. Todavía no estoy seguro de tenerlas todas.
—Vamos, chico, ya déjalo —pidió La Tormenta con una gran sonrisa, acercándose al perro que casi la doblaba en tamaño y acariciándolo por la espalda y debajo del cuello. Lalo, como parecía llamarse, se desprendió del Falcón y rodó al suelo a un lado, dejándose acariciar por la niña. Pese a su gigantesco porte, sonreía y disfrutaba de los cariños como un cachorrito.
— ¡Lalo! ¡Deja a los héroes! —Dijo un chico, acercándose rápidamente hacia el perro, tomándolo del collar y haciéndolo retroceder. El niño, de unos doce o trece años, vestía una camisa amarilla y unos shorts azules.
—Gracias, CJ —dijo el Falcón, poniéndose de pie con dificultad y secándose el rostro con las mangas de su traje.
—De nada. Mamá y la tía María estaban muy preocupadas cuando los vieron en las noticias —aclaró CJ, logrando tranquilizar y poner de pie a Lalo.
—Me sorprende que la tía no esté aquí llorando a cántaros —murmuró La Tormenta, estirando los brazos como si acabara de despertarse.
Apenas hubo acabado de pronunciar aquellas palabras, el sonido de lo que parecía ser una pequeña multitud acercándose hacia nosotros comenzó a hacerse más y más pronunciado, hasta que de repente nos encontramos rodeados por ocho personas más de todas las edades.
La primera que llamó mi atención fue una señora de vestido rosado cargando un bebé con cabello pelirrojo, que se acercó corriendo y atrapó al Falcón y La Tormenta en un abrazo de oso, llorando como si estuviera tratando de llenar una piscina olímpica. El joven héroe se resintió del agarre pero no expresó su dolor en voz alta. La Tormenta tampoco se quejó, mas era evidente en su rostro que estaba contando los segundos para que aquel abrazo acabase.
— ¡Los vimos en las noticias! —Lloró la mujer, con el bebé asintiendo a su lado— ¡Estaba preparando el estudio para la próxima sesión de fotografías cuando sus rostros aparecieron en las noticias! ¡Qué terrible! ¡Se suponía que sólo patrullarían la zona baja de la ciudad!
—Lo siento, tía —resopló el Falcón con el poco aliento que le quedaba—. Tan sólo se dio.
— ¡Ya déjalos, mija, no los lastimes! —Intervino una mujer mayor, baja y regordeta, con su largo cabello negro recogido en un rodete y llevando un vestido azul oscuro cubierto parcialmente por un delantal aguamarina.
La tía del Falcón soltó a sus sobrinos y asintió con la cabeza, sacando un pañuelo de tela que debió estrujar para quitarle el exceso de agua antes de secarse las lágrimas con él. Los héroes miraron a la anciana agradecidos, pero sus expresiones se tornaron preocupadas cuando notaron un brillo amenazante en los pequeños ojos de la mujer.
— ¡¿Cómo se les ocurre enfrentarse a La Cobra?! —Los increpó, tomando al Falcón por los hombros y sacudiéndolo violentamente de un lado a otro— ¡Su abuela siempre les dijo que no se metieran con ningún miembro del Triunvirato! ¡¿Se los dije o no se los dije?! ¡Por supuesto que se los dije! ¡Siempre se los digo! ¡Y no me hicieron caso! ¡Si vuelven a meterse en problemas con el Triunvirato les juro por Dios y todos los Santos que ni La Cobra va a golpearlos tan fuerte como mi chancla!
—Rosa, ya déjalos —dijo un hombre más joven, alto y con una frondosa barba. Por su físico y lo que podía ver del rostro del Falcón, parecía evidente que se trataba de su padre—. Los chicos acaban de vivir una experiencia traumática. Déjalos que descansen y disfruten de la buena prensa que esto les va a generar.
— ¡No te olvides que además de su representante eres su padre, Arturo! —Advirtió la mujer— No me importa si es buena prensa o no, lo que hicieron fue sumamente estúpido.
— ¿Buena prensa? Abuela, te quedas corta —le advirtió con una sonrisa una chica que parecía tener mi misma edad, o quizás la de Leni, con una cola de caballo y un vestido turquesa—. ¡Falcón y Tormenta son tendencia en redes sociales! Todo el mundo está hablando de ellos. Sus perfiles han recibido más visitas en media hora de lo que usualmente recibimos en dos semanas. ¡Las estadísticas están por las nubes! Estoy preparando un mensaje para aprovechar los niveles de interacción, quizás esta es la oportunidad que estábamos esperando para volvernos virales.
—Quizás con esto podamos conseguir nuevos inversores —se relamió un anciano bajo, calvo y con un gran bigote gris—. O renovar contratos con los sponsors que tenemos. Vito Filliponio se está llevando nuestra publicidad prácticamente gratis desde hace meses.
—Papá, ¿en serio te parece que este es el momento para hablar de negocios? —Dijo una mujer que, a juzgar por sus ropas de doctora, asumí se trataba de la madre del Falcón y la Tormenta.
El abuelo de los héroes se encogió de hombros, y un hombre adulto a su lado, con lentes rectangulares y chaleco de suéter se acercó a Falcón y Tormenta con un gran tomo abierto a la mitad, leyendo frenéticamente.
— ¿Hubo algún problema con el Comisario Gordo? Estoy repasando el Código Penal Metahumano y puede que nos enfrentemos a algunas demandas por dañar el patrimonio cultural de la ciudad. ¡Pero ya mismo estoy preparando la defensa bajo la cláusula dos punto ocho punto dos mil dieciséis! ¡Hay antecedentes jurídicos para evitar una demanda civil!
— ¡Bah, no te preocupes! —Le dijo un niño de no más de seis años, con una sudadera roja y pantalones azules— ¿Quién se atrevería a demandar a los héroes que vencieron a La Cobra? ¡La Cobra! ¡Nos regalarán pizza gratis por el resto de nuestras vidas como agradecimiento!
Sus ojos se iluminaron como estrellas y una considerable cantidad de saliva comenzó a caer por la comisura de sus labios. Me recordó al irracional amor que Leni y yo teníamos por la pizza, y una pequeñísima risa escapó de mi boca.
Al parecer, fue suficiente como para que moviera su cabeza hasta que su mirada se cruzó con la mía, y quedó petrificado durante varios segundos. Sus pupilas se dilataron y su mandíbula cayó abierta aún más. Con un agudísimo grito se limpió el rostro con la manga de su sudadera.
— ¡Wow,wow, wow! —Dijo el niño, apresurándose en pasar su mano por su cabello, peinándolo y acomodando sus ropas antes de apoyarse contra la pared en un fallido pero adorable intento de verse confiado y cool— ¿Quién es la señorita?
Al principio había creído que la familia había decidido ignorarme sencillamente porque estaban muy preocupados por la salud del Facón y La Tormenta, pero rápidamente comprendí que, en verdad, ni siquiera habían reparado en mi presencia hasta ese momento. Todos giraron la cabeza hacia mí y parpadearon sorprendidos, como preguntándose cómo es que una adolescente se había materializado de la nada frente a ellos. Comprendieron que probablemente no era una metahumana con el poder de teletransportarme y que había estado allí presente durante los últimos cinco minutos.
La familia entera se separó de los dos jóvenes héroes y se colocó en fila, observándome con atención y, en algunos casos, cierta pena.
El Falcón carraspeó para aclarar su garganta.
—Familia, les presento a Nova —dijo, señalándome y permitiéndome levantar la mano para saludar tímidamente a su familia—. Nova, te presento a mi familia, los Casagrande.
— ¡Oh, oh, oh! —Dijo la chica de nuestra edad— ¡Eres la que estuvo en el banco, la que peleó con La Cobra!
—Esa soy yo, sí.
—Vaya, eres más joven de lo que creía —dijo Arturo—. Cuando te vimos en las cámaras de televisión de pie frente a La Cobra te veías como una heroína mucho más experimentada.
—Tengo algo de experiencia —aclaré con humildad.
—Ya, ya, no la incomoden —pidió El Falcón, aunque su rostro ruborizado parecía indicar que el incómodo era él—. La invité a venir porque ella no es de la ciudad, y ya que me salvó la vida, pensé que quizás mamá podía revisarla y limpiarle las heridas.
—Oh, por supuesto —dijo la mujer, dando unos pasos hacia delante y mirándome con una sonrisa—. Muchas gracias por ayudar a mis hijos. Soy María, la enfermera de la agencia.
—La doctora —corrigió Arturo, acercándose y colocando un brazo sobre los hombros de su esposa—. No necesitas un diploma para ejercer en esta familia.
—Oh, ya basta —María sonrió y le dio un suave beso en los labios.
—Bueno, somos una familia grande, así que creo que mejor sacamos las introducciones del camino de una buena vez. Mi nombre es Arturo Santiago, padre de los chicos y representante de los Guardianes del Firmamento.
— ¡Hola! —Dijo la chica con el vestido turquesa— Soy Carlota. Prima de Falcón y Tormenta, y la community manager de sus redes sociales y de la agencia.
La mujer que había estado llorando al principio de la reunión se estaba secando los ojos con un pañuelo, pero se calmó lo suficiente como para levantar la vista y presentarse.
—Yo soy Frida Casagrande, tía de los Guardianes y Asesora de Imagen. Y él es Carlitos.
El bebé levantó la mano pero no dijo nada.
—Ehem. Lamento no haber reparado en ti antes. Mi nombre es Carlos Casagrande. Soy el esposo de Frida, y actúo como el Representante Legal de la Agencia Guardianes del Firmamento.
— ¡Me llamo CJ! ¡Soy el Recepcionista! ¡Falcón y Tormenta son mis primos! —Dijo el chico de camisa amarilla, saludando enérgicamente con la mano.
—Yo soy Héctor, un gusto conocerte —dijo el abuelo con una sonrisa—. Soy el contador y tesorero de la agencia.
—Y yo soy Rosa —saludó la mujer mayor, sonriéndome como si me conociera de toda la vida—. Sólo soy la abuela de los Guardianes, no hago nada en la agencia.
Falcón bufó por lo bajo.
—Es prácticamente la CEO —me explicó—. Está a cargo de todo.
—Sólo hago lo que puedo para cuidar de mis nietos —dijo con humildad.
Y hablando de humildad…
—Y lo mejor para el final —interrumpió entonces el pequeño con la sudadera roja, colocándose de pie frente a mí y mirándome con una sonrisa socarrona—. Me llamo Carl, y no es que quiera presumir, pero soy el Entrenador de Héroes Oficial Marca Registrada de la Agencia Guardianes del Firmamento. Podría decirse que todo lo que Falcón y Tormenta saben es gracias a mí. Algunos dicen que soy el tipo más rudo en Great Lakes City. Si quieres algunas lecciones, puedo hacer un lugar en mi agenda par¡AAAAH!
Carl pegó un gran salto y dejó escapar un grito no muy masculino que digamos. Inmediatamente volteó para mirar hacia detrás suyo, donde una minúscula nube del tamaño de una bola de béisbol flotaba, dejando escapar pequeñas chispas.
— ¡Tormenta! —Se quejó, mirando sonrojado y con los cachetes inflados a su prima.
La heroína dejó de girar el dedo índice de su mano izquierda, y la nube se dispersó en vapor de agua.
—Mija, no le hagas esas bromas a tu primo —pidió Rosa, sonando un tanto decepcionada.
— ¿Qué, acaso una chispita es demasiado para el tipo más rudo en Great Lakes City? —Preguntó Carlota, con una ceja alzada y una sonrisa traviesa.
— ¡Nada es demasiado para mí!
—Excepto la nevera —señaló CJ—. Es demasiado alta y necesitas que te alcancemos los vasos de leche.
— ¡CJ! ¡NO DIGAS ESAS COSAS FRENTE A LA CHICA NUEVA!
Como piezas de dominó cayendo una tras otra, los distintos miembros de la familia comenzaron a sumarse a la discusión. Algunos tomando lados, otros tratando de detener la discusión entre primos y hermanos. En menos de un minuto, diez voces se mezclaban en una única cacofonía que, debajo de una fina capa superficial de discusión, dejaban notar el profundo cariño que entre todos se tenían.
Sentía cierta incomodidad en el sentido de que temía estar invadiendo su privacidad, pero ante todo, un extraño sentimiento de nostalgia se apoderó de mi corazón. Nostalgia por una familia completa, por aquella que me habían arrebatado años atrás y que jamás podría recuperar. Ver a padres, hijos, primos, tíos y abuelos juntos me recordó lo extremadamente solas que Leni y yo estábamos en Royal Woods.
Una mano sobre mi hombro me sacó de mis pensamientos. El Falcón me miró con rubor en sus mejillas.
—Uh, ¿te parece si vamos hacia la enfermería mientras tanto? —Me sugirió en voz baja para no llamar la atención de su familia.
Asentí, y sin que nadie reparar en nosotros, nos alejamos hacia la parte trasera del piso, el cual finalmente pude apreciar. No era una arquitecta ni ingeniera estructural, pero parecía ser que habían derribado todos muros, dejando únicamente las columnas, por lo que el piso entero era un único ambiente que estaba dividido únicamente por los muebles, formando lo que parecían ser distintos escritorios y oficinas abiertas. Había muchas computadoras y cualquier cantidad de papeles y libros. Aún así, a juzgar por ciertos detalles, pude reconocer los puestos de trabajo de algunos de los familiares del Falcón. Héctor, el contador, seguramente trabajaba en el escritorio donde había muchas calculadoras y pilas de facturas. Frida, la asesora de imagen, quizás sería la que trabajaba en la oficina que tenía un mini estudio de fotografía, con grandes lámparas iluminando una estructura metálica de fondo infinito con tela blanca.
Continuamos hasta llegar a unas escaleras principales y no la presurizada de emergencia por la que habíamos bajado.
—La enfermería está en el piso de abajo —me dijo en cuanto comenzamos a descender—. Lo siento por eso. Como te dije… una familia peculiar.
—Oh, no te preocupes —le aseguré de inmediato—. Por lo que veo son muy cercanos.
—Sí, por supuesto —sonrió con la mirada perdida en sus pensamientos mientras continuamos bajando las escaleras—. Pelear contra villanos, obtener patrocinadores, entrevistas en la televisión, seguidores en redes sociales… Todo es muy bonito, pero a fin de cuentas, lo más importante siempre es la familia.
Se detuvo en la mitad de la escalera y volteó a verme.
—Oh, uh, al menos eso creo yo —dijo, rascándose el mentón—. ¿Tú qué opinas?
—Tienes razón, Falcón. La familia lo es todo.
Tomé un poco de aire y, sin mirarlo, continué bajando las escaleras. Traté de adoptar un aire más sereno y no exponer esas heridas emocionales que uno cree que ha superado, pero que nunca cierran del todo.
El Falcón pareció percatarse de que había quizás tocado un tema sensible, por lo que continuó bajando en silencio durante varios escalones. Llegamos a una nueva puerta, pero antes de abrirla, se detuvo, y tras unos segundos de silencio, volteó hacia mí.
Lo miré, ligeramente confundida, y después positivamente sorprendida cuando procedió a remover su casco, y en seguida, el antifaz que cubría sus ojos y la parte superior de su rostro. Usó su mano derecha para revolver su cabello negro y peinarlo lo mejor posible, y luego me sonrió con un alto nivel de timidez.
—No es necesario que tú lo hagas; créeme, sé lo importante que son las identidades secretas para muchos héroes. Pero ya conociste a mi familia, con nombre y apellido, y sabes dónde es nuestra agencia, así que supongo que… O sea, no es como si todo fuese demasiado secreto, ¿no? Tenemos un edificio con nuestra bandera, y… Uh… Lo que quiero decir…
Se mordió el labio y suspiró. Luego me miró a los ojos, permitiéndome ver lo profundos que los suyos eran.
—No hace falta que me llames Falcón. Puedes decirme Bobby.
Mis piernas temblaban, rogándome que activase mis poderes y me alejara de allí a toda velocidad.
¿Un héroe acababa de revelarme su identidad secreta? ¿A mí? ¿Una total desconocida? ¿Cómo se le ocurría ponerme en una situación tan incómoda? Quizás en la ciudad los héroes no tenían los problemas a los que nos enfrentábamos en Royal Woods. Por supuesto que no, ellos podían vivir como héroes y figuras públicas sin miedo a una maldición que los hace morir o desaparecer para siempre. Yo no podía darme esos lujos, no podía revelar mi identidad secreta bajo ningún punto de vista. Mucho menos con alguien como él, quien por más amable y carismático que se presentase, yo no lo conocía en absoluto. Parecía ser una buena persona, pero no podía bajar la guardia. Nunca. Esa había sido siempre la lección más importante que Spade me había inculcado.
Desvié la mirada, y el Falcón lo notó.
—Como dije, no estoy pidiéndote que me digas tu nombre —repitió—. Sólo… No sé, creí que podía decírtelo. Pareces confiable.
—Yo… Lo siento. Tengo mis razones para mantener mi identidad secreta lo más… pues, secreta posible.
—Lo entiendo. Lamento haberte incomodado —se disculpó, sonando decepcionado consigo mismo—. Aunque si te hace sentir mejor, también necesitaba quitarme el casco porque tengo un golpe en la cabeza que me estaba matando.
Señaló la parte de arriba de su cabeza donde, en efecto, se veía un bulto de apariencia muy dolorosa.
—Ouch.
—Sí. ¿Te parece si esperamos en la enfermería? Probablemente tarden cinco o diez minutos en descubrir que nos fuimos.
Lo que fuera con tal de salir del incómodo momento.
—Claro. Suena bien.
El plan era sencillo. Sobrevivir cinco minutos junto al Falcón, recibir primeros auxilios, y continuar con mi visita a la ciudad para conseguir una aseguradora. Era un plan extremadamente sencillo que no dejaba lugar para distracciones.
O al menos eso creí.
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N/A: Sergio el loro no existe en este AU. Lo odio así que no lo voy a escribir. Quedan debidamente notificados.
