Beteado por Flor Carrizo, betas FFAD.
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El chupón
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La cabeza me estaba taladrando, me dolía tanto que lo creía imposible. La noche con Victoria había sido loca, divertida, y me había ayudado a olvidar un poco todo lo referente al trabajo, mi vida, todo.
Empecé a estirarme cuando me di cuenta de algo extraño, froté mis ojos tratando de ver con claridad.
¿Dónde demonios estoy?, me pregunté.
Miré a mi lado derecho y había un chico acostado baca abajo, cabello negro, tez blanca, musculoso… él estaba tocando mi seno.
Intenté quitar su mano con mucha delicadeza, pero él lo volvía a apretar. Miré en todas direcciones hasta que di con mi teléfono, estaba en la mesa de noche, no estaba lejos pero la mano del chico desconocido en mi pecho me dejaba algo inmovilizada. Respiré tranquila y traté de alejarme, quería salir de la manera más silenciosa posible, por Dios, ni siquiera sabía dónde estaba, si estaba en la ciudad o país correcto. Y, lo peor, la cabeza me daba vueltas.
Acaricié la mano del chico hasta que la aflojó y pude salir de la cama. Me quedé en puntillas, esperando y rogando que no se despertara. Lo vi moverse y aguanté la respiración, él volvió a la posición inicial y se quedó dormido de nuevo.
Tomé el teléfono, tenía cinco llamadas de Victoria, dos llamadas de Jessica y un mensaje de voz de Jasper.
Recorrí la habitación con la mirada, era elegante, grande y olía a sexo. Sí, definitivamente, habíamos tenido sexo. También se podía sentir un olor a colonia fuerte y algo desagradable, caminé hacia una puerta que parecía dar al baño y entré.
Marqué el número de Vicky y esperé.
—Nena, ¿dónde estás? ¿Qué tal estuvo ese adonis? —preguntó con un entusiasmo sorprendente, ¿cómo podía estar tan fresca y radiante? ¡Había bebido más que yo!
—Victoria —susurré porque me dolía la cabeza si hablaba fuerte y no quería despertar al "adonis"—. Mi noche estuvo bien, gracias por preguntar, o tal vez debería decirte que no me acuerdo de nada, no sé dónde estoy, ni siquiera sé quién es este chico —dije angustiada.
Ella se carcajeó con descaro, alejé el teléfono de mi oído.
— ¿En serio no te acuerdas?
—Obvio que estoy hablando en serio.
—Lo siento, cariño, yo quise llevarte a casa pero insististe en irte con él —se excusó.
Suspiré. Tuve sexo con un chico ardiente y sexy y no recordaba nada, genial.
—Tienes que venirme a buscar —pedí.
—Bella… —se quejó.
—Por favor, no sé dónde estoy. Por lo que me dices él me trajo, así que no tengo auto o dinero y llegaré tarde al trabajo y sabes que eso no puede pasar.
Todo se quedó en silencio antes de que ella contestara:
—Está bien, correcta Bella que no puede tomarse un día libre, activa el GPS, lo colocaré en el carro y veré dónde estás. Trata de salir como una puta —terminó de decir bromeando.
Al terminar de hablar activé el rastreador y todo lo que me quedaba hacer era esperar. Me miré en el espejo y me veía fatal, parecía una escoba usando maquillaje, que se había corrido dejándome con unos hermosos ojos de mapache y, oh Dios, tenía un chupón en el cuello, odiaba los chupones; estaba entre morado y violeta, una mezcla entre ambos. Me lo toqué y maldije.
Lavé mi cara, la sequé con una toalla seca y me preparé para buscar mi ropa, ya que estaba desnuda. Fue fácil encontrar mi camisa, estaba encima del inodoro, mi pantalón en el piso —al parecer habíamos tenido algo de acción en el baño—, sólo faltaba mi ropa interior.
Abrí la puerta del baño y el chico estaba de pie mirándome fijo y completamente desnudo.
—Joder —dije bajito.
—Hola, chica alocada —saludó él.
—Creo que… bueno… ya sabes…
—Te vas —completó.
—Sí, eh… esa es la idea.
—Toma —dijo tomando mi ropa interior y acercándolo a mí. Esta, definitivamente, era una de las mañanas más vergonzosas e incómodas de mi vida.
—Gracias.
Nos quedamos ahí durante unos segundos. Él estaba desnudo, yo estaba desnuda con mi ropa en las manos. Él no se veía mal y, bueno, no me acordaba que había pasado anoche, tal vez…
— ¿Quieres…? —preguntó como leyéndome la mente, mirando mi cuerpo desnudo.
Sentí como mi piel se ponía roja.
—Sí —musité no muy segura.
Él se acercó y…
Mi teléfono empezó a sonar como loco, hice maniobras para que no se me cayera.
—Bella, baja tu trasero en este momento, te estoy esperando —gritó Victoria.
—Debo irme —mencioné rápido, mientras me colocaba las bragas, el pantalón y el top rojo, que tenía tantas cosas por donde meter las manos que medio me lo puse.
—Fue un gusto.
Él asintió confundido. Este chico era lindo y sexy, pero algo extraño. ¿Qué podía esperar?, toda esta situación era muy extraña.
—El gusto fue mío —respondí.
Caminé a la puerta pasando rápido por su lado.
—Gracias —gritó él antes de salir, ahora sí me sentía como una puta.
Tomé el ascensor y, como si la vergüenza no fuera suficiente, me vi en el reflejo de este para darme cuenta que se me había olvidado ponerme brasier.
Sólo recé por que nadie se subiera hasta que llegara a mi destino, pero, al parecer, la suerte hoy no estaba de mi lado.
Una señora de unos sesenta años se subió de la mano de un señor de casi la misma edad, estos se me quedaron mirando, sobre todo el que suponía era su esposo; se pararon lo más alejados de mí. Ahora era una leprosa, esto sólo me pasaba a mí.
Cubrí mis senos con los brazos sonriendo en su dirección. La señora me miró mal pero el señor me sonrió.
—Ay, Arnold, esta juventud de ahora —declaró la señora.
— ¿Qué quieres decir, Melanie? —preguntó el señor.
—Que hay trabajos más decentes. —Sabía qué quería decir la señora y estaba más que equivocada; podía decirle que no era una puta, sino una empresaria respetable que olvidó su brasier en la casa de un desconocido con el que pasó la noche, pero eso, definitivamente, no aclararía las cosas.
El ascensor dio el sonido final, indicando que ya estaba en el piso de abajo. Salí agachando la cabeza, tratando de hacerme invisible en el proceso. Así hice hasta llegar al estacionamiento. ¿Cómo supe dónde estaba mi amiga? Diría que mis instintos y la vergüenza me ayudaron un poco.
—Bella —dijo Victoria cuando subí al auto, la miré y ella alzó una ceja.
—Creo que no tienes brasier.
— ¿En serio? —pregunté—, creía que el sentir mis pezones por encima de la tele era por lo duro y sobre naturales que eran —mencioné sarcástica.
Ella se empezó a reír tanto que estaba segura de que lloraría.
—No te rías, estúpida, todo esto es tu culpa.
— ¿Mi culpa? —bufó mientras reía—. Fuiste tú la que dijo "vamos a alocarnos Vicky", "Pidamos tequila", "Espera, no me iré contigo porque un sexy chico quiere follar conmigo"… Lo siento, querida, pero aquí la lunática eres tú.
—Podemos sólo… vamos a casa, necesito arreglarme para empezar un hermoso día de trabajo.
Sabía que era imposible tratar de razonar con Victoria, además tenía algo de razón, yo quería alocarme, bueno esta situación había sido lo suficiente loca por un buen tiempo.
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Sentía que la cabeza me iba a explotar, me encontraba en mi oficina. Después de que Vicky me fue a buscar, llegué a casa como loca, dándome un rápido baño y colocándome kilos de maquillaje, porque mis ojeras no eran nada normales. No me dio tiempo de comer, tomar una taza de café o relajarme antes de llegar. Ni siquiera saludé a Jessica; estaba más malhumorada que nunca y mi cabeza no dejaba de martillar.
—Señorita —llamó alguien a la puerta.
¿Y ahora qué?
— ¿Quién es? —dije de mal humor. La estúpida bufanda que me coloqué por el estúpido y horrible chupón me hacía sentir ahogada y con calor.
—Edward Masen.
Alcé la viste y el señor Masen, quien ahora sería mi asistente, estaba parado en la puerta sujetando una tablet con mucha fuerza.
—Sí, tú eres el del trabajo —exclamé como si nada.
Él asintió rápidamente. El señor Masen tenía un horrible suéter de colores, que tapaba todo su cuerpo y lo hacía ver, con seguridad, más relleno de lo que era; además de las gafas horribles que no dejaban ver sus ojos. Bueno, no era que viera mucho, ya que había bajado la cabeza.
—Necesito un café fuerte, con dos de azúcar y una de crema y una ensalada de Mocachinos, porque ahí es donde la como siempre. Las citas que tengo para lo que queda de la semana y… —pensé a ver que más tenía—. Nada más, señor Masen, eso es todo —ordené.
—Está bien, se-señorita, e-en este momento lo tendré listo —respondió antes de girarse como un rayo e irse.
Al menos hoy tartamudeaba menos.
El día de hoy no quería hablar con nadie o recibir llamadas sobre nada, pero estaba en el trabajo y cualquier decisión debía tener mi firma y supervisión, hoy, definitivamente, no sería un día agradable.
—Señorita Isabella —susurró alguien al lado de mi escritorio, ni siquiera había sentido el abrir de la puerta.
—Dígame, señor Masen.
Sabía que era él por su voz temerosa y el inconfundible olor que dejaba su presencia. Jamás había olido algo así, era extraño, pero digamos que, aunque no conozco desde hace mucho al señor Masen, todo sobre él es muy extraño.
—Hoy sólo tiene una cita, la cual es con su tía Esme; el resto sólo son papeles que firmar y algunas llamadas que hacer —respondió de manera eficiente.
—Mi café —pedí de inmediato.
Él dejó el café y la ensalada en el escritorio.
—Necesito que haga algo, señor Masen.
—Lo que… lo que desee, se-señorita Isabella. —Odiaba su tartamudeo.
—Necesito que se siente aquí —expliqué mientras señalaba la silla frente a mí—, y quiero que transcriba algunas cosas, por ejemplo estos documentos. —Saqué unos tres contratos largos y los coloqué enfrente a él.
— ¿Ahora? —preguntó estúpidamente.
Alcé mi vista con impaciencia.
—Sí, ahora, señor Masen, ¿tiene algún problema?
Él se encogió en su asiento.
—No, señorita, lo… lo siento.
No le grité más porque parecía como si estuviera a punto de llorar y no podía con esto, sobre todo hoy; a demás el contratar otro asistente no estaba en mis planes cercanos.
El señor Masen empezó a transcribir en silencio, era tan silencioso que a veces tenía que alzar la vista de mi ensalada para cerciorarme de que estaba ahí. La bufanda en mi cuello me estaba volviendo loca, no estaba acostumbrada a usarlas a menos que fuera invierno y estuviera dando uno de mis paseos por el vecindario, el resto del tiempo me parecía incómoda e innecesaria.
Me la quité en un tirón, había terminado mi ensalada y el café lo había dejado por la mitad, como de costumbre. Sólo me quedaba hacer algunas llamadas y revisar algunos documentos.
—Señorita —murmuró temeroso Masen.
— ¿Qué desea, Masen?
—Creo… bueno, creo que ti-tiene un golpe en el cuello —comentó.
Rodé los ojos, ¿en serio tenía que pasar por esto?, ¿acaso este hombre no sabía que era un jodido chupón?
Respiré sonoramente.
—Señor Masen, esto —dije señalándolo— es un chupón.
—Está bien —asintió despacio, mirándolo fijamente.
—Señor Masen —llamé, él me miró directamente por primera vez—, ¿sabe cómo se hace un chupón? —pregunté como si nada.
Él negó con rapidez, sus mejillas estaban rojas como un tomate y su respiración se había acelerado, veía cómo su pecho subía y bajaba.
—Con un golpecito —musitó sorprendiéndome una vez más.
—Señor Masen, un chupón se… se… —Dios,me sentía como la profesora de educación sexual en la secundaria, es decir, se suponía que ellos ya sabían todo el proceso pero aun así debías explicarlo—. Se hace cuando se succiona una parte específica del cuerpo de alguien con fuerza y durante un tiempo determinado —expliqué lo mejor que pude y ni siquiera sabía por qué le estaba explicando esto; no era mi problema si creció en casa, educado con la oruga y toda esa estúpida historia de la cigüeña o que su mamá lo vistiera para venir al trabajo; no era mi jodido problema.
— ¿Y duele? —exclamó sorprendido.
¿Por qué, Dios? ¿Por qué esto me tiene que pasar a mí?
—No, señor Masen, no duele. Ahora puede volver a su trabajo —dije con firmeza.
Él bajó la vista y empezó a transcribir de nuevo en su tablet. Masen intentaba ser discreto, pero no era muy bueno que digamos, sobre todo por lo rojo que se ponía cada vez que me miraba o a la cosa morada en mi cuello; sobre todo después de recoger mi cabello en una coleta alta.
— ¿Qué quiere preguntar, señor Masen?
Él no alzó su rostro, sólo hizo un movimiento con los hombros como restándole importancia.
—Señor Masen… —presioné alzando la voz.
Él respiró profundo.
—Es sólo que… señorita…
Masajeé mi frente, ¿por qué él no se podía comportar como un chico normal?
—Me preguntaba… —dijo al fin—, ¿se quitará e-eso?
—Sí, señor Masen, se me quitará en algún momento. ¿Eso es todo?
—Y bueno… ¿se lo hizo una amiga?
Levanté una ceja y lo miré indignada, él no parecía hacerlo con mala intención, o al menos eso veía en su rostro tímido e intrigado.
—Señor Masen, ¿es usted estúpido? —pregunté, casi grité.
—Señorita…
—Nada de señorita, le hice una pregunta, conteste.
Él empezó a respirar rápido.
—No, creo que no —dijo negando con la cabeza repetidas veces.
—Señor Masen, termine su labor en su escritorio por favor —pedí conteniéndome.
—Está bien, señorita Isabella —dijo mientras se levantaba, llevándose los documentos y su tablet.
Temía que todo se le desplomara de las manos, pero ya no soportaba lo raro que se estaba poniendo todo esto, ya había tenido suficiente del señor Masen.
—Señorita…
—Señor Masen, ¿qué parte de que se largue no entendió? —grité sin contenerme.
Él dejó caer los documentos.
—Lo siento —dijo sin casi poder respirar.
Me tapé la cara con las manos.
—Discúlpeme, señor Masen, hoy no ha sido un buen día.
—Por lo del chupón —comentó mientras recogía los papeles.
Él iba a seguir con ese estúpido tema, esto era increíble.
—Sí, señor Masen, eso ocupa la tapa de todas mis preocupaciones. ¿Qué era lo que me tenía que decir antes de irse? —pregunté al verlo casi en la puerta.
—Que-e la-la… —tartamudea mucho y respiraba entrecortado.
Genial, Bella, estás asustando a un pobre gatito.
—La se-señora Esme de-dejó un mensaje.
— ¿Qué decía?
Masen empezó a buscar en la tablet mientras veía como sus manos temblaban. Él tenía que aprender a dejar de tenerme miedo, no podía afectarle todo lo que le dijera, no duraría mucho si seguía así. Yo no aguantaría mucho sus tartamudeos, su idiotez y sus estúpidas preguntas, pero tenía que intentarlo porque de ninguna manera quería volver a las entrevistas de ineptos aspirantes a asistentes, al menos Masen hacía su trabajo.
—Textualmente dijo: "Bella, sé que estás ocupada, pero necesitamos hablar y sabes sobre quién, no me ignores. Espero almorcemos juntas".
Asentí con pesadez.
—Señor Masen, puede irse. —No escuché cuando salió, sólo el sonido de la puerta al cerrarse. Respiré aliviada en la soledad de mi oficina, si todos los días iban a ser así que Dios me ayudara entonces.
Empecé a trabajar para olvidarme de todo, transcribí documentos importantes, hice llamadas necesarias e intenté pensar lo menos posible en el almuerzo con Esme. Sabía con exactitud de quién quería hablar, lo que no me gustaba para nada, porque él tema era Alice de un tiempo para acá, siempre era el mismo tema, que nunca había sido de mi agrado.
Hola mis niñas, siento mucho el no haber actualizado antes ya que desde hace un tiempo tengo el capitulo pero mi computadora se puso estúpida y no me dejaba entrar.
