Beteado por Flor Carrizo, betas FFAD.
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Extrañas circunstancias
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Con mi cartera en mano y bufanda en el cuello, me encontraba en el ascensor lista para mi almuerzo con Esme. No me agrada mucho la idea o, mejor dicho, el tema por el cual nos estábamos reuniendo; pero era lo menos que podía hacer por ella. Esme, junto a mi papá, Carlisle, me habían criado desde que tenía cinco años. Mis padres biológicos habían muerto en un lamentable accidente, no los recuerdo mucho. Esme era la hermana de mi madre y, al morir ellos, ella fue mi único familiar. De mis padres tenía pocos recuerdos, así que mis únicas figuras paternas eran y siempre habían sido ellos. Así que si mi mayor precio a pagar era soportar a Alice, podía hacerlo o, al menos, intentarlo.
El ascensor se estaba tardando más de lo esperado, así que me puse a revisar algunas cosas en mi teléfono cuando se abrieron las puertas y alguien entró. No le presté mucha atención pero, de un momento a otro, por el rabillo del ojo, me fijé quién era. Se trataba del señor Masen, estaba en una esquina, mirando al suelo, con las manos en los bolsillos.
¿Cómo era que al señor Masen no le molestaba mirar siempre al piso? ¿Tanto miedo me tenía? Sí, era terrible, para qué negarlo, pero con él no había sido ni la mitad de mala que era con los demás; no sé si era por su ineptitud o sus estupideces, pero en un punto me encantaba ver la cara de terror en sus rostros.
¿Cómo era que él podía estar vestido así y sentirse cómodo?, es decir, estábamos en verano, el calor era terrible y dudaba mucho que el enorme suéter que tenía y sus anchos y gruesos pantalones le ayudaran de alguna manera.
Pero quién sabe, tal vez tenía sobrepeso o se sentía mal con su aspecto; no era mi jodido problema si el señor Masen se sentía cómodo o no en su horrible vestimenta. Dejé de prestarle atención, ya sólo faltaban dos pisos para llegar.
En un momento me tuve que aferrar a una de las paredes del elevador, mi cuerpo se sentía desfallecer. Traté de respirar pausadamente hasta que sentí como el ascensor se detenía. Esto no era bueno, los lugares cerrados y yo no nos llevábamos bien.
Traté de respirar despacio, lo mejor era mantener la calma y tranquilizarme, era sólo un estúpido mareo, si respiraba y me relajaba se me pasaría.
— ¿Señorita? —preguntó mi asistente a mi espalda.
Pegué mi espalda a la pared y empecé a respirar tratando de tranquilizarme.
— ¿Se encuentra bien, señorita? —dijo Masen, acercándose, o eso percibí ya que tenía los ojos cerrados.
Asentí una sola vez y susurre con un hilo de voz:
—Los lugares pequeños… ellos no... bueno... —Volví a tomar aire—. No me gustan.
No quería entrar en pánico, sobre todo no con mi asistente presente, pero me estaba empezando a faltar el aire.
Cuando tenía siete años Esme me había llevado al centro comercial para comprar la nueva Barbie de temporada, estaba tan emocionada que salí corriendo en cuanto llegamos, tan rápido que al entrar al ascensor me quedé sola y él no se detuvo. Estaba encerrada, era sólo una niña y tenía miedo. Empecé a gritar y llamar a mi mamá, eran varios pisos y en ninguno se detuvo hasta que las luces se apagaron y todo quedó en silencio; tenía tanto pánico que no podía respirar. Empecé a hiperventilar jadeando por aire hasta que me desmayé. Desperté horas después en el hospital, desde entonces los lugares en los cuales no tengo control, de los cuales sé que no puedo hacer nada para salir si el caso se presentara, me aterran. Es de las pocas cosas que me dejan sin aliento, me llevan a ese horrible momento y me hacen sentir descontrolada.
Por lo general lo manejaba bien, trataba de que no se notara, hace mucho tiempo no me sentía tan mal, al punto de no poder controlarlo.
—Sólo tiene que respirar —mencionó él, como si ya no fuera obvio.
— ¿Qué le parece que hago? —respondí de mala gana. Abrí los ojos y él estaba delante de mí, me miraba fijamente y ahí fue que pude ver lo verde que eran sus ojos. No me había fijado antes, tampoco era como si le hubiese prestado mucha atención.
La luz se fue y pegué un grito mientras respiraba con agitación o, al menos, trataba de hacerlo.
—Tranquila —susurró él con tranquilidad, pero yo no podía estar tranquila. Por mi cabeza pasaban miles de posibilidades de cómo esto podía terminar mal; entre eso se encontraba que el elevador se cayera, que muriéramos y muchas cosas más.
Ya no era una niña pero el miedo que sentí en ese momento era el mismo que el de ahora.
—No... puedo —jadeé.
Sentí como él colocaba sus manos a cada lado de mi cadera, se pegaba a mí a tal grado que podía sentir su aliento en mi odio, olía a menta y a colonia suave.
—Respira conmigo —musitó.
—Pero...
—Isabella —murmuró—, respira conmigo.
Traté de hacerlo, aunque me sentía tan confundida por todo… Quería exigirle a mi cuerpo que se controlara, sólo tenía que respirar, pero estaba perdiendo, parecía que mi cuerpo no quería controlarse o hacer lo que pedía.
—Eso es —apremió—. Inhala… —Lo hice—. Exhala… —Lo volví a hacer.
Seguimos así, los dos respirábamos al mismo tiempo, y sentía como mi respiración se estaba normalizando.
— ¿Te sientes mejor? —preguntó con tono preocupado.
¿Pero quién lo diría?, pensé, el tímido y neurótico señor Masen se podía mantener tranquilo ante estas circunstancias.
Asentí ante su pregunta, aunque el mareo volvió, así que me aferré a sus hombros.
Él me sostuvo fuerte de las caderas, sosteniendo casi todo mi peso.
—Sigue respirando —pidió.
—Quiero salir de aquí —dije en un lamento.
Él se acercó más, casi pegando su cuerpo al mío.
—Lo sé —susurró—, sólo tienes que respirar —seguía repitiendo.
Lo hice mientras me seguía aferrando a él con todas mis fuerzas.
Había puntos que debía tener en cuenta, porque, aunque estaba a punto del desmayo, me di cuenta de que el señor Masen no era para nada gordo, diría, más bien musculoso, lo que me parecía muy raro. Si era así, entonces ¿por qué se vestía como anciano? También noté que cuando no había luz, al parecer, él no tartamudeaba, hablaba con suma claridad y sin nerviosismo. Y también me había llamado Isabella y no señorita como lo hacía siempre.
Pero, dadas las circunstancias, no podía poner en orden esas cosas; todas estaban chocando en mi mente, dejándome algo confundida.
Él estaba haciendo círculos en mis caderas con sus dedos, no lo paré porque eso me tranquilizaba. Estaba tan metida en mi tranquilidad y él respira susurrado en mi odio, que me percaté un minuto después de que la luz había llegado. Él alzó la vista y yo también lo hice.
Él levantó una de sus manos y quitó un mechón de mi cabello, colocándolo detrás de mi oreja.
Me quedé por unos segundos mirando al señor Masen, me estaba mirando fijo y había algo allí, no estaba loca; estaba segura de que el señor Masen me recordaba a alguien pero no lograba saber a quién. Él bajó un poco la cabeza.
— ¿Está… usted es...está bien? —Y volvía el tartamudeo.
El ascensor volvió a su funcionamiento, alejé mis manos de sus hombros y él se apartó rápido de mí.
—Estoy bien —espeté con voz neutra y fría.
Cuando se abrieron las puertas en mi piso, dije:
—Señor Masen espero esto no vuelva pasar, y lo que pasó se quede en estas cuatro paredes, no quiero chismes, ¿está claro?
Su cabeza estaba agachada, sus hombros encorvados y asentía con rapidez, mientras miraba el piso.
—Lo entiendo, señorita —murmuró
Asentí sin mirarlo y salí de ese espantoso lugar. Odiaba los ascensores.
Sabía que había sido injusta, Masen sólo me había ayudado, pero su cambio de comportamiento me estresaba y me impedía saber a qué atenerme. Además no quería chismes, era la presidenta de una empresa multimillonaria, lo menos que quería eran chismes y comentarios de pasillo sobre estar ligando con un asistente, sobre todo alguien como él.
Seguí caminando hasta llegar al restaurante, no quedaba lejos de la oficina; la comida era deliciosa, además de ser exclusivo y tranquilo. Dejé de lado el incidente con mi asistente, concentrándome en lo que se avecinaba, porque sabía que no era nada bueno.
Esme ya me estaba esperando, me saludó de lejos hasta que llegué a su lado. Estaba tan hermosa como siempre, con sus ojos avellana, mismo tono que su cabello y esa sonrisa cálida que nunca perdía. Tenía un vestido rojo vino, hermoso y señorial, con el toque de elegancia preciso.
—Hola, querida.
—Hola, mamá, ¿cómo has estado? —pregunté mientras nos sentábamos.
—Bien, pero las remodelaciones de la nueva casa me tiene estresada. ¿Tú cómo estás, mi niña?
Sonreí por el tono cariñoso en que lo dijo.
—Yo estoy bien, trabajando y todo eso —respondí restándole importancia.
— ¿Estás comiendo bien?
Asentí con seguridad.
Desde que me había mudado de casa de mis padres, Esme estaba angustiada por si comía o dormía bien, aunque fue peor los primeros meses. Con el tiempo me fui acostumbrando, al igual que ellos. La independencia siempre había sido primordial para mí; amaba vivir con mis padres y Jasper, mi primo hermano, pero llegó un punto en el cual necesitaba espacio, cierta libertar.
Después de ordenar nuestra comida, hablamos de cómo estaba Jasper, le conté de sus innumerables novias, mis estresantes entrevistas de trabajo, a lo que ella hizo todo un sermón diciéndome que me tranquilizara un poco. Terminamos hablando de los negocios, las próximas exportaciones y los socios. Esme era la dueña oficial de la empresa, pero ella designó el trabajo de la presidencia a Jasper y a mí, lo que nos llevaba al tema por el cual no quería asistir a este almuerzo.
—Alice llego hace unos días —comentó ella tanteando el terreno.
Rodé los ojos.
—Supongo que una de sus tarjetas expiró y vino a buscar otra.
—Bella...
Me tranquilicé un poco. Mi familia y amigos eran los únicos que me llamaban así y Esme siempre lo hacía con un tono especial.
—Está bien —espeté rindiéndome—, ¿a qué ha venido?
—Quiere trabajar en la empresa, ¿lo puedes creer? —preguntó, a lo que yo la miré como la cosa más loca que había escuchado en mi vida.
Alice era la hija de mi padre biológico; digamos que mi padre le fue infiel a mi madre y tuvo a esta hija fuera del matrimonio, por lo que, por miseria divina, era mi media hermana. Nos enteramos de su existencia cuando yo tenía 15 años; su madre ya no se podía hacer cargo de ella, así que recurrió a Esme. Al principio pensé que podíamos llevarnos bien, pero con el tiempo ella me fue demostrando lo egoísta y manipuladora que podía llegar a ser. Su odio hacia mí nació desde que me vio.
Esme, al ver que nuestra convivencia era horrible, nos dio muchas opciones para cambiar eso; así que Alice decidió irse a vivir a Londres. Ella visitaba la casa sólo cuando se retrasaban los pagos de su tarjeta de crédito o alguna Navidad, en las que Esme casi rogaba que nos viniera a visitar.
Por un tiempo las cosas parecían ir bien, ella llegó de vacaciones, no sé de qué porque nunca movió un dedo para ganarse el dinero que se gastaba, pero bueno… La cosa es que ella pasó un tiempo con nosotros, se empezó a encariñar un poco con Jasper y a llevarse bien conmigo, al menos con amabilidad, eso fue hasta que Esme y Carlisle decidieron ponernos a Jasper y a mí al mando de la empresa.
¿Pero qué esperaba ella? Alice nunca había trabajado, lo que hacía era gastar dinero que no era suyo. Jasper y yo estábamos preparados y estudiamos para ejercer ese cargo.
Desde ese momento ella se fue de nuevo a Londres, pero cada vez que venía de vacaciones era para amargarme la vida y hacer infeliz a Esme.
— ¿Y eso a qué se debe? —pregunté después de un rato.
—No lo sé, tan sólo dijo que quería un puesto en cualquier cargo, que quería comenzar a ganarse el dinero por ella misma, ser más independiente.
—Tal vez el de la limpieza, creo que está disponible —dije con sarcasmo.
Esme rodó los ojos.
—Sé que ustedes no se llevan bien, pero por fin vendrá a vivir aquí después de tanto tiempo y quiere trabajar. Por favor, Bella.
Negué con la cabeza, había algo encerrado.
—Bella —replicó Esme.
—Marcus, el asesor financiero, necesita una asistente. Es un trabajo fácil y tendrá donde comenzar, eso es todo lo que puedo hacer —dije al fin sin mucho gusto. Tenerla en la empresa sería un martirio, pero por Esme podía soportarlo.
—Gracias, linda, verás que bien hará su trabajo.
—Aja —respondí dudosa.
—Esta noche haré una cena, ¿puedes ir? —pidió.
Me iba a negar con suma rapidez, pero ella siguió:
—Sera rápida, lo prometo, y si te sientes incómoda estás en toda libertad de irte. Es sólo para dejar los términos claros.
—Yo los términos claros los resuelvo en mi oficina —repliqué.
Pero no podía evitar ver el anhelo y la esperanza en sus ojos. Habían pasado muchos años desde la última vez que cenamos todos juntos y, aunque no era la mejor ocasión, no me quedaba más que hacerlo.
—Iré… —Ella sonrió con alegría—. Pero en cuanto me saque de mis casillas me voy —advertí.
—Es todo lo que pido.
Cambiamos de tema para relajarnos un poco. Pedimos el postre entre risas, me encantaba pasar tiempo con Esme, con ella podía relajarme un poco y ser yo misma, no me escondía porque sabía que ella jamás me juzgaría. Hablamos de muchas cosas: compras, los planes que tenía con papá de irse a una isla y pasar algún tiempo allí, me pregunto por mis relaciones, a lo que puse un stop diciendo que los hombres en estos tiempos no servían, que mi amor era mi trabajo.
—Bella, cuando te enamores tu trabajo será lo menos importare en tu vida, hasta lo odiarás por quitarte tiempo, un tiempo que podrías pasar con esa persona —comentó dulcemente, a lo que yo negué, mi trabajo era mi todo y el amor no estaba en mis planes.
Después de nuestro alegre almuerzo, nos despedimos, pero antes de irse me recordó la cena, a lo que yo prometí que iría, aunque no tuviera ganas.
Quería quedarme en ese restaurante todo el día o sólo tomar un taxi e irme a mi apartamento, mirar películas tristes mientras comía helado y me relajaba en el sofá; pero eso no lo podía ser, tenía trabajo, me faltaban firmar documentos importantes, hacer algunas llamadas… debía mantener una empresa a flote.
Le marqué a Jessica.
—Oficina de la señorita Swan, ¿en qué puedo servirle?
Internamente me reí, al menos para responder el teléfono era eficiente.
—Jessica, soy Isabella.
—Oh... ¿pasa algo? —preguntó con alarma.
—Necesito que llames a Joe, el de mantenimiento, el ascensor se detuvo, no quiero que vuelva a pasar. Cancela cualquier cita que tenga esta noche y llama a Marcus, pregúntale si aún necesita una asistente. Espero todo eso listo antes de llegar a mi piso —terminé de hablar y colgué.
El viaje en el ascensor esta vez fue rápido y lo agradecí, no soportaría otro suceso como el anterior, en el cual ni siquiera quería pensar.
El señor Masen me confundía y no me gustaba no saber qué tan fino era el hielo que estaba a mis pies. Sólo debía mantenerme profesional, recordarle cuál era su lugar en esta empresa, él era sólo una hormiga que en cualquier momento podía pisar.
Llegué al escritorio de Jessica, ella alzó la vista y, sin decirle nada, empezó:
—Joe ya fue a inspeccionar qué fue lo que pasó con el ascensor y hará reparaciones si son necesarias. Ya cancelé tus citas, ninguna era importante —aclaró y prosiguió—. El señor Marcus no ha encontrado una asistente, aún.
—En cuanto llegue a mi oficina ponlo al teléfono, eso es todo. —Me di media vuelta y entré en mi oficina. Al llegar a mi sillón me sentí en casa y no necesitaba más amor que el de mi familia y amigos; el trabajar en mi empresa me hacía feliz, no necesitaba nada más.
Recosté mi cabeza en el respaldar de la silla.
Alguien llamó a la puerta.
— ¿Quién? —pregunté.
—El señor Marcus ya está en línea —avisó Jessica sin siquiera pasar, ella sabía que hoy no estaba de humor y cuando estaba así lo mejor era darme mi espacio.
Le expliqué a Marcus la situación, diciéndole que era un favor. Él estaba renuente porque los asistentes los escogían cada ejecutivo, ya que tiene que ser alguien de confianza para ellos. Él no quería aceptar hasta que le dije que era un favor para Esme, a lo cual aceptó encantado; al saber que lo pedía la misma dueña no tuvo más remedio.
Bueno, ahora sólo faltaba que ella se presentara a llenar los papeles requeridos y al siguiente día podía comenzar a trabajar. Había que ver cuánto duraba, aunque no le tenía mucha fe y tampoco era que lo deseaba mucho.
Estaba firmando y leyendo algunos papeles, los que habían sido previamente revisados por el abogado de la empresa, pero no confiaba mucho en nadie, así que mejor los leía y revisaba con detalle. Estaba concentrada, pero unas risas en el pasillo empezaron a irritarme, traté de mantener la calma, respirar tranquila y no ser una perra, pero era imposible, no me dejaban concentrarme; así que perdí la poca paciencia que tenía.
Me levanté con determinación, caminé resonando mis tacones y abrí la puerta de mi oficina de par en par.
Las risas venían del cubículo del señor Masen, quien estaba hablando y riendo de lo más relajada con una chica. ¿Quién demonios se creía para hacer este escándalo?
—Señor Masen, ¿acaso lo molesto? —espeté con el tono de mi voz ácido.
Él se envaró mientras me miraba, miró a la chica a su lado y luego a mí.
Iba a decir algo pero la chica lo interrumpió.
—Oh... Isabella, ¿sigues con eso?, deberías relajarte.
Me quedé algo desconcertada cuando la chica que estaba de espaldas se giró… esto tenía que ser una broma.
—Alice, ¿qué haces aquí? —pregunté.
—Bueno, Esme me dijo lo del trabajo y vine a ver qué necesitabas.
Ella era unos centímetros más pequeña que yo, cabello corto hasta los hombros y sonrisa arrogante. Venía con unos tacones inmensos, pantalones bajos y casi succionando su piel y una camiseta, como toda una adolescente que vive de los demás.
—Mira mi sorpresa cuando me encontré con mi adorado Edward —mencionó mientras se pegaba a él como una sanguijuela.
¿Su adorado Edward?, me dije, ¿estos dos se conocen? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué demonios está pasando?
Mi pequeño edward... bella es toda una perra, hola nenas espero les halla gustado el capitulo. Sus comentarios son todo para mi, cuando estoy desanimada o sin ganas de escribir ellos son los que me dan fuerzas los releo mil veces y me motivan.
Nos leemos en el siguiente, mil besos para todas...
