Beteado por Flor Carrizo, betas FFAD.
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Sólo un trago de más
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El aterrizaje fue algo forzoso, lo que no mejoró las cosas. El señor Masen y yo no habíamos hablado después de lo sucedió con la azafata y no hacía falta, a él tal vez yo no le parecía tan alegre como Alice y por eso lo había aclarado de esa manera, ¿qué demonios podía importarme?
Llegamos de manera rápida al hotel. Por suerte no había tráfico, por lo que estar al lado de Masen en un taxi no había sido tan tortuoso. En el lobby del hotel no tuvimos que esperar mucho tiempo ya que estábamos registrados, aunque sí tuve que cambiar el hecho de que el señor Masen no era Jessica, lo que se solucionó fácilmente.
—Nos veremos en dos horas para la junta con Baltimore, los papeles deben estar en la habitación de Jessica, ella debió solucionar todo —indiqué al señor Masen cuando estábamos en el ascensor. Ni siquiera sabía qué piso o habitación le había tocado, ya que de eso se había encargado mi asistente a la cual mataría cuando volviera a casa.
—Entiendo, señorita —respondió, bajo y distante.
¿Qué le pasaba ahora?, ¿tenía un desorden de personalidad o qué? Un minuto era una persona y al otro simplemente cambiaba.
Llegamos al último piso después de una estancia incómoda y silenciosa en el ascensor. Los dos salimos al mismo tiempo, por lo que entendí que dormiríamos en el mismo piso. Caminamos por el pasillo hasta las últimas habitaciones, no le quise preguntar si me estaba acompañando o él estaría cerca de mi habitación, ¿quién sabía? Él era extraño.
Llegué a mi habitación, era la última, con un hermoso ventanal. Al girar, el señor Masen estaba entrando a su habitación, que estaba frente a la mía.
Entré sin decirle nada, sin mirarlo. Recosté mi espalda en la puerta cuando ya estaba cerrada y suspiré como si estuviera muy cansada, eso era lo que provocaba Masen en mí: cansancio sin motivo, o sí, él era el motivo. Revisé mi equipaje para estar segura de que estuviera todo en orden, y lo estaba, por lo que me fui a dar un baño para prepararme para la junta que tendría en dos horas y, también, para lograr soportar a Masen.
Miraba la ciudad desde mi habitación, se veía tan hermosa y fría. Me encantaba. Esperaba tener algo de tiempo para visitarla.
Después de descansar un poco, me preparé para la junta, sería en la empresa exportadora que teníamos en Londres.
Alguien tocó la puerta y supuse que era Masen.
—Señor Masen —saludé.
—Señorita Cullen. —Ya no era Isabella, estaba bien si él quería que las cosas fueran así.
Terminamos en camino hacia la junta en silencio, como siempre, y con una familiar incomodidad. Cuando llegamos a la empresa, una de las encargadas de la administración nos dio la bienvenida, nos guió a la sala de juntas y ahí empezaba el juego.
—Hola, señores, espero estén preparados —dije anunciando mi llegada con mirada dura y sonrisa retadora.
Los hombres con los que trataría eran tipos machistas, dominantes, acostumbrados a que todo estuviera bajo su control; pero en mi empresa la única que tenía ese control era yo y no era una sumisa, por lo que no los complacería en nada, seguían mis reglas o se podían largar, así de simple.
—Bienvenida, señorita Cullen, no estábamos seguros de su participación en la junta. —Quise envenenar con la mirada al señor Bennett, él siempre tenía ese tono ácido con el que decía las cosas y el que lo caracterizaba, pero, a pesar de eso, sonreí de manera falsa, sentándome en la cabecera como dueña y señora.
—Decidí dar un paseo en la ciudad, además yo soy el rey en este tablero.
Él carraspeó.
—Pensé que diría la reina.
—No, la reina al final es inútil si pierdes al rey y con él es que ganas el juego… —Todos se acomodaron en sus sillas con los ojos como platos por el tono con el cual lo dije, retador, frío y con superioridad.
Él dio un asentimiento con una sonrisa falsa lo que tomé como el final de nuestra amable conversación. La reunión se trataba sobre qué o a quién le exportaríamos de ahora en adelante. Nuestra empresa en Londres era la que estaba sufriendo más contratiempos, yo no podía venir siempre que se presentaba un problema y Jasper… él era muy débil para ladear con estos hombres británicos y refinados.
Entre las discusiones, planes y estrategias se pasó toda la tarde. Tuve que comer en la empresa en un mínimo receso, había tantas cosas de las cuales no tenía la menor idea de que ocurrían, por lo que despedí al presidente, cambié asesores, corte y coloqué cabezas porque las cosas no se estaban marcando bien y eso, en definitiva, debía cambiar.
Masen se mantenía callado, sólo pasando papeles acomodando documentos, escribiendo citas y todo lo que debía recordar y programar. No me molestaba ese nuevo comportamiento, sólo no me gustaba ser ignorada y él me estaba llevando al límite.
Mientras estábamos arreglando los últimos detalles por el día, entró la asistente de Bennett. No le presté atención hasta que se sentó al lado de Masen, él le sonrió y hasta se presentó a ella de una manera no tan tímida como siempre.
—Señores… hemos terminado por hoy, mañana no puedo reunirme con ustedes, así que es mejor planear una nueva reunión para pasado mañana en este mismo lugar. Tenemos planes que hacer, la empresa no está en bancarrota pero no es lo que quiero, lo que yo quiero es que sea la mejor como la que yo dirijo, habrá cambios… ¡ajústense!
Ellos dieron un asentimiento, di media vuelta y me fui a donde estaba Masen.
—Tenemos que irnos —espeté con indiferencia hacia él y la chica.
Él se levantó apresurado, tomó los papeles y se despidió de la chica.
Cuando estaba de camino al ascensor, la chica que había estado hablando con Masen se me acercó.
—Señorita Cullen soy su gran admiradora, un día quisiera trabajar con usted —dijo emocionada.
Sonreí con amargura.
—Tal vez trabajarías conmigo si hicieras tu trabajo en lugar de estar hablando con hombres en la oficina. Que tengas un buen día…
Caminé al ascensor, me metí a él con una sonrisa triunfante y la miré fijo mientras se cerraba, pero en cuanto lo hizo me sentí mal por lo que había hecho y porque me sentía de esta manera tan resentida. Por un motivo desconocido, que no quería admitir, todo era culpa de Masen, siempre todo era su culpa, y eso me estaba confundiendo.
Llegamos al hotel rápido. Cuando estábamos en el pasillo, casi llegando a nuestras respectivas habitaciones, me giré a él y le dije:
—Mañana tiene el día libre, puede hacer lo que quiera, yo estaré por la ciudad.
Él me miró y, al instante, bajó la cabeza mirando al piso.
—Es-está bien, me quedaré aquí.
—Puede salir —musité.
—Lo sé, pero… bueno… no conozco la ciudad, ni nada de aquí —lo dijo algo apenado.
Rodé los ojos.
—Señor Masen mañana lo espero temprano, iremos a conocer la ciudad.
—Señorita no tiene…
—Sh… calle antes de que me arrepienta.
Él asintió moviendo la cabeza rápido. Sin mirarme se dio vuelta y, cuando estaba por entrar a su habitación, le hice una especie de recomendación.
—Señor Masen… —llamé— le sugiero que cuando trabaje se concentre en el trabajo y no en las asistentes. Nos vemos mañana.
Entré en la habitación y resoplé. Bueno, mañana pasaría el día recorriendo Londres con Masen, me preguntaba qué clase de día sería.
Gran parte de la noche no pude dormir, sólo pensaba y pensaba que tal vez podía decirle al señor Masen que quería ir sola o encargarle algún trabajo, eso habría hecho con cualquier otro asistente, pero él… me daba algo de lástima el hecho de estar por ahí en el aire libre mientras él se quedaba mirando la ciudad desde una ventana en una habitación vacía.
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Un suave toque en la puerta me despertó, me estiré un poco en la cama y suspiré resignada a empezar un nuevo día al lado de Masen. Al levantarme, tomé una bata de seda, di un respiro y, queriendo que el día fuese lo más calmado y tranquilo posible, le di una sonrisa profesional.
—Hola, Masen —saludé.
Él sonrió de vuelta.
—Señorita —respondió, quise rodar los ojos pero me contuve.
Él ya estaba listo con un pantalón de mezclilla, un suéter color mostaza horrible, sus enormes lentes y su cabello esparcido hacia adelante. Me pregunté en ese momento cómo sería si él levantara su cabello, se quitara los lentes y dejara ver sus centellantes ojos verdes o se vistiera de manera más común, menos pasada de moda y sin colores tan brillares y horribles; pero ese pensamiento pasó rápido, él era así y dudaba que un cambio de estilo hiciera alguna diferencia.
—Lo siento, me he quedado dormida.
—No… yo… descuide, he llegado muy temprano, disculpe. —Él bajó la mirada, acomodó sus lentes y se encogió de hombros. Detestaba cuando hacía eso, si ni siquiera le estaba gritando o regañando, estaba tratando de ser amable, lo que no era muy común en mí, sobre todo si se trataba de él.
—Estaré lista en media hora, nos encontraremos en el lobby —dije con tono informal.
—La estaré esperando, señorita —musitó antes de dar media vuelta e irse.
Entré a la habitación, fui de inmediato a darme un baño rápido, después sequé mi cabello, lo recogí en una coleta alta y me coloqué un pantalón negro con unas zapatillas cómodas y un suéter de lana azul anchó pero casual con grandes botones negros en la parte frontal. Yo podía ser la Isabella fría y pretenciosa en la oficina, pero cuando tocaba las calles de Londres sólo quería la comodidad que ella me brindaba.
Tomé mi cámara, una cartera donde metí las llaves del auto, mi teléfono y todas esas cosas que las mujeres solíamos necesitar. Me di una mirada en el espejo, practiqué mi sonrisa y luego, simplemente, salí a dejarme llevar.
Me encontré con el señor Masen, le indiqué que me siguiera y él enseguida lo hizo. Había pedido un hermoso Volvo en alquiler para los días que me quedaría en la ciudad, me encantaba este tipo de auto y disfrutaba mucho conducirlo.
Como no quería silencios incómodos, opté por entablar un tema de conversación que al menos aligerara el día que tendríamos por delante.
—Así que… ¿no conoce Londres? —pregunté.
—No… nunca he salido del país —confesó algo apenado.
Asentí en respuesta y el silencio volvió.
Después de algunos minutos él preguntó:
—¿Usted la conoce muy bien?
—Sí, bueno, mi trabajo me hace viajar un poco y es mi ciudad favorita —comenté.
No me tomó mucho tiempo llegar al Palacio de Buckingham, me bajé y mi cámara cobró vida. Era increíble como cada vez que venía todo parecía ser tan diferente a la última vez, aunque siguiera igual. Empezamos a caminar un poco, yo sólo estaba sumergida en las imágenes, el aire, las palomas a mi alrededor, casi se me había olvidado que Masen se encontraba detrás de mí.
—Me emociono tomando fotos, lo siento —dije sonriendo con sinceridad.
Él sonrió y se encogió de hombros, acomodó sus gafas y dijo:
—Si quiere le tomó las fotos.
—No, a mí no me gusta salir en las fotos, sólo tomarlas.
El día consistió en visitar cada monumento, museo o plaza que se me hiciera interesante o recordara de mis otros viajes. Traté de explicarle a Masen cada cosa que veíamos, su historia, lo que lo hacía especial o ese tipo de cosas. Él se mantenía expectante, algo curioso, pero aún ausente y no sabía a qué se debía eso, fui amable y más genuina de lo que había sido en algún tiempo.
Comimos casi de todo, desde un enorme helado que ninguno pudo terminar, hasta algo de comida en un barrio chino que estaba cerca. El día había pasado rápido, más rápido de lo que habría querido, me había gustado cuando pasamos por el puente de los candados, era uno de mis lugares favoritos.
—¿Ha colocado alguno? —había preguntado Masen cuando me les quedé mirando.
—No, no hace falta que le pregunté a usted eso —comenté en broma, pero él bajó la mirada y algo dentro de mí supo que él ocultaba algo, aunque no tenía idea de lo que podía ser—. ¿Colocaría algún día algo aquí? —pregunté.
—Si la amo como para creer que será para siempre, sí. —Me asombró un poco la seguridad con lo que lo dijo.
Se estaba haciendo de noche cuando vimos el Big Ben, pero eso sólo hacía que se viera hermosísimo.
—¿A qué lugar le gustaría ir, aquí en Londres? Uno al que jamás haya ido.
Lo pensé antes de responderle.
—London Eye, dicen que la vista es grandiosa pero, bueno…
—¿Pero qué? —espetó algo intrigado.
—Las alturas, con lo del elevador, ya debe saber que no se me dan bien. —Él pareció entender y a la vez sentirse mal por recordar ese momento, quise decirle siento haberme comportado como una perra después de tu ayuda, pero mi orgullo no me dejó, así que sólo lo dejé pasar.
Volvimos al hotel a la hora de la cena, había comido tantas cosas en el día que no tenía nada de hambre. En la puerta de nuestras respectivas habitaciones nos detuvimos, no sabía qué decir, el día había sido silencioso pero no incómodo, fue esa tranquilidad que siempre tenía al recorrer las calles de una ciudad que tanto amaba y sólo lo compartí con Masen, lo cual, aunque fuese sorprendente, hizo que lo pasara bien, no tan sola. Compartir eso con alguien sólo… bueno, fue diferente pero agradable.
—Fue…
—Graci…
Quedamos a la mitad de lo que diríamos. Él alzó la vista e iba a acomodar sus lentes pero yo lo hice primero por impulso.
—Le quedarían mejor de contacto —murmuré.
Él se me quedó mirando fijo y me sentía intimidada por su mirada, lo que no era lógico en él o en mí, no tenía sentido.
—Gracias por el día de hoy —dijo mientras me seguía mirando.
Y por primera vez bajé la mirada ante él.
—Fue agradable. Buenas noches, Masen —susurré despidiéndome, di media vuelta pero aún podía sentirlo a mi espalda, era una sensación extraña que no podría describir.
Entré a mi habitación, me tiré en la cama y respiré como si hubiese estado conteniéndome durante mucho tiempo.
Tomé la cámara que estaba en mi bolso y empecé a mirar las fotos, todas eran de cada lugar que habíamos visitado o el tardecer, cualquier cosa que me parecía interesante la había fotografiado, pero llegué a una en la que estaba Masen y, por algún motivo, sonreí al verla. En ese momento él estaba mirando a lo lejos el puente Tower Bridge, el atardecer apenas estaba naciendo y él sólo estaba ahí, inmerso en la vista y sus propios pensamientos, podía admitir que me gustaba esa foto.
Después de cepillar mis dientes y cambiarme a ropa más cómoda, me acosté. Aún era temprano, pero al otro día tenía junta y para soportar a esos hombres necesitaba muchas horas de sueño, además de la cafeína, claro.
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Por algún motivo desperté alegre, había dormido como un bebé, ligero, sin sueños pesados, sólo dejando a mi cuerpo descansar. Me levanté lista y algo ansiosa por empezar el día, me vestí al contrario del día anterior, elegante, con tacones muy altos, falda entubada y una camisa algo sexy, pero distinguida.
Ya estaba lista así que fui a buscar al señor Masen. Toqué la puerta de su habitación un par de veces y no conseguí ninguna respuesta. Tal vez ya se marchó, pensé pero de inmediato lo descarté, él no se iría sin mí.
—Un momento. —Escuché gritar.
Él abrió la puerta, apresurado y algo agitado, me miró un momento y sacudió la cabeza como si quisiera descartar un pensamiento.
—Disculpe señorita, me tardé un poco más de lo debido. —Quise decirle que no se preocupara y sonreírle como ayer, no tan jefa sino conocida, pero su semblante era serio y frío así que yo me coloqué mi máscara de frialdad.
—Espero no vuelva a pasar, no me permitiré llegar tarde por su culpa. —Di media vuelta y caminé por el pasillo hasta el ascensor.
Mientras estábamos en el ascensor, el silencio se hizo cada vez más y más estresante, claro que las cosas podían mejorar, como con llamadas en ese espacio cerrado.
—Hola —respondió Masen.
Esperó un momento mientras la otra persona hablaba para responder, lo hizo alejándose de mí. Quise bufar, como si sus insignificantes llamadas fueran importantes para mí.
—Lo sé, Rosie, sólo… volveré en poco tiempo —susurró Masen en el rincón más alejado de mí, pero aún lo podía escuchar.
Sólo faltaba un piso cuando él respondió a lo que sea que la tal Rosie le había dicho.
—Yo también te quiero.
Al sonar el ascensor, indicando que habíamos llegado, salí rápido de ahí. No sólo tenía a Alice sino también a esa Rosie, ¿quién sabe quién era esa mujer? Mi alegre mañana había cambiado, no era porque me importaba la vida de Masen, sólo… no me interesaba, sólo esperaba que mantuviera su vida personal dentro de su habitación y no me llenara mis mañanas de llamadas estúpidas de alguna mujercita.
Conduje rápido, tanto que Masen se mantuvo más callado de lo normal y casi hundiéndose en el asiento. Al llegar a la empresa nos estaban esperando los ejecutivos, porque gracias a él y su estúpida charla nos habíamos retrasado.
Y la tarde sólo pudo mejorar, porque al parecer todos se pusieron de acuerdo para ser ineptos en el trabajo. A la hora del almuerzo había despedido a tres personas por su mal trabajo y uno que otro no fue de la manera más amable, por decirlo de alguna manera.
El día sólo iba de mal en peor. Faltaban documentos, recibos, no dejaba de gritar y enfrenar a esos hombres que no sabían darme buenas explicaciones de lo que estaba pasando, de todo el desastre y faltantes que la empresa tenía sin motivos. Además, Masen no dejaba de hablar con la estúpida asistente de Bennett, que no se le quería despejar de al lado. ¿Ella no entendía que estábamos trabajando? La tuve que correr de la sala al menos dos veces antes de que entendiera que no la quería ahí estorbando, haciendo nada y sólo comportándose como una ramera. No era por Masen, él podía hacer con su vida lo que se le viniera en gana, pero no en horas de trabajo.
Cuando faltaba poco para que el atardecer desapareciera, di por terminada la reunión. Estaba cansada, harta de los documentos, los estúpidos, las zorras regaladas y de todo ese entorno que me estaba enfermando; así que, con sólo la orden de que haría una reunión obligatoria antes de dejar el país, me fui. Cuando estaba por tomar el ascensor, no podía ubicar a Masen y si no lo encontraba en minutos lo dejaría para que la señorita sanguijuela lo ubicara donde le diera la gana.
Estaba esperando el ascensor, decidida a dejarlo, cuando se abrieron las puertas y se encontraba nada más y nada menos que el señor Masen muy cerca de la niña esa sin nombre que lo acosó todo el día. Ella, al mirarme, sonrió coqueta y se apartó de Masen.
—Señorita Isabella —saludó la cosa esa que estaba al lado de Masen.
Entré y ella salió, no la saludé, sólo coloqué cara de fastidio y de si no quitas tu trasero de cualquiera de mi camino te despediré o te haré sufrir. Ella pareció notar mi malestar porque de inmediato su cara de soy inocente sólo lo acoso se convirtió en una de miedo.
—Adiós, Edward. —Esta si que es descarada, pensé. Él era Masen, ¿le era tan difícil entenderlo?
Las puertas se cerraron y, como, al parecer, en cada situación de este viaje, el silencio incómodo en la lata de atún llamado ascensor se hizo presente. Estaba enojada, no sabía por qué, tal vez por el horrible día que había tenido o que sé yo, pero estaba enojada y no me apetecía nada, sólo quería llegar a una habitación vacía y quedarme ahí.
—Siento no haber estado yo… yo estaba…
—Tranquilo, Masen, me he dado cuenta que ser puntal y bueno en su trabajo no es su fuerte —espeté con ira sin mirarlo o querer seguir hablando con él.
Lo ignoré hasta llegar a mi habitación, entré sin despedirme o interesarme en qué haría con su vida porque no me importaba. Enterré mi cara en la cama y, con una ira venida de no sé dónde, me desprendí de mi ropa. Yo no me quedaría encerrada y aburrida, no, para nada, iría a tomar algunas copas, divertirme y dejar de pensar estupideces.
Busqué el vestido más sensual que tenía en mi maleta, encontré uno rojo corto de tirantez con un pronunciado escote en la parte de enfrente. Me di un baño de tina para relajarme, con suave música y esencia de jazmín. Después sequé mi cabello, porque esta noche lo dejaría suelto y rebelde. Me coloqué el vestido con, lo que podía ser, la más diminuta ropa interior que había usado en mi vida de encaje rojo. Me maquillé de manera suave, ya que el vestido hacía todo el trabajo, acompañado de unos hermosos tacones negros de gamuza que le daban el toque final al look. Me miré al espejo.
Bella, me dije, estás sexy, divina y jodidamente comible, como diría Victoria a la que tenía que llamar, aunque no esta noche. Esta noche esta era sólo para mí, para relajarme un poco del día de hoy y disfrutar de algo de tranquilidad.
Sólo tomé una pequeña cartera de mano, donde estaba mi celular, pasaporte y tarjetas, pocas cosas necesarias para salir. Cuando estaba frente a la habitación de Masen di una mirada y seguí, no dejaría que me molestara o que arruinara mi salida.
Tomé el Volvo y conduje hasta un lindo lugar en el centro, en el cual siempre tenían un vino excelente, había buena música y la comida era deliciosa. Al llegar, me senté en la barra, ya que se me hacía algo patético sentarme en una mesa sola, así que preferí ir directo y sólo comenzar a comer algo rico y beber un delicioso vino tinto.
Había muchos hombres ahí, no era una chica vanidosa o presumida, pero a veces era agradable recibir un poco de atención, que te miraran con deseo, eso hacía que me sintiera deseable, lo que era bueno.
—Preciosa, ¿qué te sirvo? —preguntó uno de los camareros.
Aunque esperaba que la noche fuera entretenida, había algo que no me dejaba relajarme por completo. Tuve varias conversaciones con hombres que se acercaban interesados, pero por los cuales perdía el interés en cuanto mostraban cualquier signo de estupidez.
El vino ya estaba surtiendo efecto cuando un joven se acercó.
—Hola, soy James —saludó.
—Hola, Isabella —dije algo risueña.
—Eres americana, ¿verdad?
—Sí, lo soy, ¿qué me delataría? —pregunté en broma. Él se sentó a mi lado, era rubio, tenía los ojos verdes y la piel blanca, sus brazos eran musculosos, por lo que se marcaba debajo del suéter gris que tenía puesto.
Se acercó a mi oído para susurrar:
—Tal vez fue tu sexy acento o tus hermosas curvas que no se encuentran con facilidad.
Yo sólo sonreí, porque no sabía qué decirle y estaba un poco mareada.
—¿Quieres ir a bailar? —propuso.
Lo pensé… él era un completo extraño en un país extraño pero por una vez no quería pensar tanto las cosas y sólo quería dejarme ir, así que acepté.
—Claro, ¿por qué no?
Él se ofreció a pagar la cuenta, pero le dije que no, yo era una mujer autosuficiente, no necesitaba que un hombre pagara mis cosas. Después de cancelar la cuenta, lo acompañé a la salida, ahí estaba un hermoso Porsche negro. De inmediato sonreí, amaba ese tipo de auto, aunque nunca había tenido uno propio.
—Te gusta —afirmó al ver mi expresión.
—Es lindo —musité disimulando, claro que sin éxito.
Él me ayudó a subir y luego de recorrer algunas calles llegamos a una discoteca. Al menos el exterior la hacía ver muy prestigiosa y divertida. Entramos sin problemas, al parecer James conocía al de seguridad o venía con frecuencia al sitio, porque a pesar de la enorme cola que había para entrar lo hicimos VIP y sin problema.
La música y el ambiente era muy diferente al de donde estaba antes, aquí las luces eran casi cegadoras, la música fuerte y movida, había bebidas por doquier y la gente no paraba de bailar
—Buen lugar —comenté.
Él se volteó y tomó mi mano, me llevó hasta la barra y esperó a que pidiera lo que quisiera. Pedí un Martini para no irme a lo desconocido, él sólo pidió una cerveza, nos sentamos un poco cerca de la pista de baile por lo que la música era mucho más fuerte y apenas nos escuchábamos. Yo me tomé mi bebida de un trago, sabía que eso estaba mal porque el mezclar lo que tomaba no era muy recomendable y más si lo hacía tan rápido como lo estaba haciendo.
—¿Quieres ir a bailar? —ofreció él.
Yo acepté, pero cuando estábamos bailando y él tenía sus manos en mi cuerpo y se acercaba más y más para besarme no lo pude evitar más y pensé, lo pensé a él, a Masen, y quería verlo. Los ojos de este chico a simple vista eran igual a los suyos, pero no era así, sus ojos eran de un simple verde, pero los de Masen eran como un día lluvioso en medio de un bosque de verde grama y frondosos árboles o algo así, estaba muy ebria como para buscar otro adjetivo.
—Iré al tocador un momento —dije tambaleándome un poco.
—¿Estás bien?, ¿necesitas mi ayuda? —La manera en que lo dijo era sugestiva, como si algo pasaría estando solos y me hizo darme cuenta de lo mal que había hecho al venir hasta un sitio desconocido con un desconocido, pero aún así sonreí y negué.
Cuando lo perdí de vista, salí del local, la brisa fría erizó mi piel. Busqué mi teléfono y el número de mi asistente, estaba muy ebria y no entendía dónde marcar para llamar. ¿Era el verde o el rojo?, me pregunté riendo.
—Hola —respondió una voz ronca y adormecida.
—Oh… ¿lo desperté, Masen? —Me reí.
—¿Señorita? —preguntó con duda.
—No y no, yo no soy señorita. —Caminé hasta lo que parecía un árbol y me recosté en él.
—¿Está bien?
—No lo estoy.
—¿Dónde estás? —presionó preocupado.
Me carcajeé antes de responder.
—Eso… tutéame.
—Isabella dime dónde estás. —Su voz sonaba furiosa y eso me gustó, Masen estaba furioso.
—¿Estás molesto?
—No, sólo dime, vamos… dime dónde estás. —Lo pensé, vi la calle y contesté:
—En la calle.
—¿En qué calle? Ayúdame, dame una pista, algún nombre —pidió.
—Yo creo que es… una calle con esquinas, sí, y árboles muy bonitos… árboles.
Podía escuchar su resoplido a través del teléfono.
—¿Puedes activar tu GPS para irte a buscar?
—Sí, eso creo, sólo… bueno… tengo una pregunta.
—¿Qué?
—¿Corto la llamada con el rojo o el verde? —dije con seriedad.
—Yo la corto, si no lo activas en unos minutos te volveré a llamar.
Me concentré en lo que entendí que me dijo. Busqué la cosita esa de la ubicación y empecé a apretar la pantalla para ver si se encendía. De repente sonó un pitido y dijo algo, pero no lo entendí.
En mi teléfono apareció la llamada de Masen, entrecerré los ojos. Él dijo verde o rojo, cierto verde, lo presioné y atendí.
—Pizza Hut, ¿en qué puedo servirle? —respondí burlonamente.
Pensé que se molestaría, pero en vez de eso pude escuchar su risa, algo que nunca había escuchado.
—Lo que necesito es que te quedes quieta, voy en camino a buscarte, ¿estás sola?
Miré a mi alrededor, no estaba muy lejos de la discoteca, por lo que sí había personas, aunque creo que no lo preguntaba por eso.
—Sola no, porque no soy la única en el mundo, ya sabes, como realmente sola —expliqué sin sentido.
—Isabella, me refiero a si estás sola en este momento.
—Sola de gente cerquita, entonces… sí. —Ya me estaba aburriendo, quería que llegara rápido.
—Llego en unos minutos, quédate justamente dónde estás. —Asentí como si él pudiera verme y corté la llamada, o al menos eso creía.
Los minutos pasaron de forma desigual, o yo estaba muy ida, porque lo que parecieron ser segundos pasaron haciendo que el señor Masen estuviera enfrente de mí.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado.
Asentí varias veces haciendo un puchero.
—Quiero mi cama —me quejé.
—Vamos —dijo tomando mi mano.
Mi cabeza en ese momento era como una película a la que le faltaban pedazos por lo que se saltaba varias partes, cuando pude reaccionar estábamos en un ascensor, lo que me hizo acordarme de algo.
—¿Qué hacías con la cosa esa? —pregunté seria, pero sin éxito, casi sonriendo.
—¿Qué cosa?
—La niña esa de la empresa… —Él se me quedó mirando hasta que al parecer lo entendió.
—Yo… bueno…
—Nada de tartamudeo —casi grité.
—No es nada, sólo la acompañé a comer, eso es todo —explicó. Yo me acerqué a él, no me había fijado antes pero no llevaba esos enormes suéteres que solía llevar, ahora sola usaba uno negro, casi pegado a su cuerpo, el que se veía jodidamente musculoso, lo que me desconcertó, pero no estaba muy cuerda como para atar cabos en ese momento.
—Edward… Edward —canté—, me gusta ese nombre, es inusual como tú.
—Gracias —murmuró. Creo que me iba a caer sin darme cuenta porque él me sujetó atrayéndome a su cuerpo.
—Eres mi salvador de ascensor —dije carcajeándome.
—Creo que sí lo soy….
—Edward… —murmuré interrumpiéndolo—. Yo… tú debes alejarte de esas cosas que no son buenas para ti —continué y mientras hablaba apuntaba a su cara con mi dedo—, así como Alice, ella no… ella no me agrada; o esa asistente boba… ellas no son buenas y tú eras tan… bueno e inocente.
Nos quedamos mirando, yo me acerqué más y quité sus lentes para mirarlo directo a los ojos.
—Eres tan puro —susurré cerca de sus labios.
Un pito sonó y yo no quería prestarle atención, pero Edward se alejó colocándose de nuevo sus lentes e indicándome que lo siguiera.
—Vamos Isabella, llegamos a casa.
Caminamos por el pasillo, él con su mano en mi espalda y yo con una sonrisa plantada en mi rostro, por alguna razón no podía dejar de sonreír, tal vez porque no tenía lógica lo que pasaba. Llegamos a la puerta de mi habitación.
—Edward —llamé y él me miró—. ¿Podrías ayudarme con algo adentro? —pedí inocentemente.
—Claro —aceptó acompañándome.
Adentro las cortinas estaban corridas, por lo que entraba la luz de la luna y se podía ver la ciudad en todo su esplendor. Me paré delante del ventanal y cerré los ojos.
—¿En qué necesitas mi ayuda?
Giré el rostro para mirarlo, pero quedándome en la misma posición. Le indiqué que se acercara, él lo hizo quedándose detrás de mí, recosté mi espalda en su pecho.
—Mi vestido —susurré bajo—, está muy apretado, ¿podrías quitármelo?
—Señorita…
—No señorita, soy Isabella —reproché.
Giré mi cuerpo para quedar cara a cara con él, puse mis manos en su cuello y me acerqué. Él trató de apartarse.
—Isabella, no puedo….
—¿Por qué? —dije algo herida.
—Es… no…
—¿Soy así de mala y detestable? —susurré sintiéndome menos. Me quise apartar, pero él tomó mi cadera y me acercó, jadeó un poco o al menos eso me pareció.
—No soy bueno o puro.
Tomé su rostro, colocando una mano a cada lado y me acerqué.
—Sí, lo eres —susurré.
Me acerqué a su labio inferior y lo tomé entre los míos, no sé si era el alcohol o mi cabeza atontada que no registraba lo que estaba haciendo… me estaba besando con mi asistente y no sólo mi asistente, se trataba de Masen, de Edward Masen.
Hola nenas, espero que les encantara el capitulo, el cual quiero dedicarlo a todas y cada una de las chicas que se toman el tiempo de dejar un comentario sobre todo a mis locas que siempre estan al tanto de la historia como lo son: andy, ale, diana, karlita...
un beso a todas nos estamos leyendo.
