Part 2. Cordura
La brisa ardiente golpeando contra su cara, los movimientos irregulares de una presa que yacía al asecho, los ojos del camaleón vigilando la frecuencia de los sonidos a medida que se aproximaba a su objetivo. Sólo había pasado una semana, pero Leon ya se estaba acostumbrando a las especies rastreras que conformaban la fauna de Titania, pues cada vez le era más fácil seguirles el ritmo durante su horario de alimentación personal. Siquiera llegar a ese extraño planeta con el nombre de un mineral, fue asignado a una habitación propia donde dejaba correr las horas sin ninguna complicación, hasta que alguno de los soldados de la base se dignaba a llevarlo afuera para cazar su propio alimento, en un lapso reglamentario de dos horas, no más no menos. Y aunque no representó gran dificultad para él terminar sus labores alimenticias en cuanto advertía una potencial presa, el tiempo era un arma de doble filo que hacía pender su triunfo de la cuerda floja.
La primera ocasión había sido un fracaso que Leon se prometió no volver a cometer otra vez en su siguiente salida, del mismo modo terminó volviéndose el triple de meticuloso durante su cacería. Realmente tampoco le importaba mucho ser observado por su escolta, así que no se intimidaba con el desagrado que le dedicaban a su modo salvaje de comer, ni sentía culpa cuando en su retorno evitaban tocarle para no ser manchados con la sangre llenando sus ropas, de las cuales se hacía cargo él mismo en la privacidad, ayudándose de las cuchillas que su primer amo le había concedido como un regalo a su buen comportamiento.
Al principio Leon se había extrañado de la vigilancia que el caimán sugirió mantenían sobre él, pero más tarde encontró cámaras en lugares estratégicos por toda su habitación; ocultos para cualquiera que que no fuera lo bastante observador, cuyas lentes -cuidadosamente implantadas- reflejaron su rostro al colocarse delante de estas.
Sin embargo, el camaleón no fue el único en descubrir mecanismos extraños a su alrededor, cierto primate había solidificado en su mente las primeras impresiones que le había ofrecido el reptil infante, desde el momento en que lo conoció. Y cada vez era más frustrante el sentimiento de incomprensión. Para el soldado Abel Gavia -o el segundo amo, como Leon lo reconocía- era inquietante que, tras horas de observación, se percatara que los atributos naturales de aquel camaleón eran una maravilla peligrosa. La habilidad de Leon para trepar incluso los muros de metal solido y liso, le parecía sumamente aterrador, además había estado ante los televisores cuando esa insolente cría encontró las cámaras de vigilancia y saludado como quien se burla de una sentencia de muerte. Sólo recordarlo, despertó en su columna un profundo escalofrío que trató retener dentro de su porte recto, mientras una mueca de rechazo era dirigida a la figura en las pantallas, al menos hasta que el sargento de las fuerzas militares de la base alcanzó su posición y observó junto a él al chiquillo.
—¿Aún te preocupa? —cuestionó Everett Richter sonriendo, pues comprendía las inseguridades de su amigo a la perfección, no sólo porque se las había externado la primera noche que el camaleón pasó en las instalaciones, sino que para el caimán comenzó a ser sencillo leerlo después de una larga amistad patriótica alimentada por la guerra.
—No dudo que su tamaño y sigilo sean convenientes para infiltrarse a la base enemiga, pero es muy pronto para él cargar semejante responsabilidad. No me tranquiliza que se trate de un niño.
—Los cadetes que han cuidado de él durante sus cacerías, han visto la forma en que opera. Fedora no nos mintió respecto a él. Es una joya pulida a la perfección con un brillo alucinante. Estoy seguro que hará un excelente trabajo en su primera misión.
—Eso es precisamente lo que no termina de convencerme. —El primate se encogió en su lugar, su mirada volviéndose más intensa mientras la imagen de la pantalla se hacía borrosa dentro de su visión—. ¿Podemos confiar en las palabras de esa hembra? ¿Cómo pudo obligar a un niño cometer asesinato y adiestrarlo hasta convertirlo en un arma definitiva? Yo no creo que este mocoso haya entrado en el campo de batalla alguna vez . Aún usando el miedo como medio, hay cosas que simplemente no son posibles.
—No te culpo por ser escéptico —Everett lanzó un bufido, que atrajo la mirada molesta de su acompañante—, aunque proviniendo de ti parezca absurdo. Has peleado por nuestra nación desde que fuiste transferido, y desde entonces has visto con tus propios ojos de lo que es capaz el gobierno con tal de obtener la victoria. Asimismo, tribus como las de Powalski, arriesgarán lo que sea para convertirse en una potencia de destrucción universal.
—Quizás no comprenda tanto como tú las creencias de un reptil, o un grupo de ellos, pero este niño sigue siendo un niño: un obstáculo muy pequeño para una inmensa corriente.
—¿Sabes por qué Venom ha sido llamado así? —El caimán se retiró a los monitores que sostenían las pantallas, recargándose con cuidado sobre este—. No era un nombre con el que en la antigüedad estuviese registrado... aún así, su atmósfera repentinamente se vio envuelta en una masa de radiación impropia de cualquier civilización que la hubiese habitado. La vida ahí comenzó a morir, la vegetación se secó, las grandes ciudades se derrumbaron y los cambios climáticos fueron empeorando, hasta que no quedó indicio alguno de oxígeno. Sin embargo, sin importar cuantas especies consiguieron evacuar, otras se negaron a irse, aceptando su destino como el final definitivo del planeta donde nacieron. Pero no todos murieron. Los que se quedaron, adoptaron las provincias con menor contaminación, se volvieron salvajes y surgieron doctrinas distintas a las que existían. Un cambio completo dio orden a ese nuevo mundo, por eso los sobrevivientes lo consideraron un regalo de su dios Xhamhalak, quien es el origen y centro de la masacre galáctica, de ahí el nombre, que traducido en lengua lylatiana significa "Tóxico".
—Suena a relato bíblico —se mofó Abel con una sonrisa llena de sorna.
—Lo es hasta cierto punto. Porque, como has visto, el territorio de Venom es un peligro para cualquier visitante del exterior. Quien se atreve a entrar no debe permanecer ahí más de media hora o será envenenado por el propio planeta. Tal vez por eso la tribu de Fedora quiso vender a sus crías, tal vez los anticuerpos que desarrollaron acabará consumiéndolos transcurrido su periodo de tiempo... no lo sabemos, pero es un hecho que son mucho más fuertes que cualquiera de nosotros, y es por eso que tengo plena confianza en este niño. —Everett devolvió la mirada a las pantallas, incitando al primate imitarlo por inercia—. Leon nos ha demostrado en una semana de lo que es capaz, y no dudo que pueda hacer más. No muchos saben que todavía existen civilizaciones dentro de Venom, así que debemos aprovechar esta oportunidad que nos ha ofrecido ser conscientes de ello.
—Si lo que dices es cierto, eso explica la razón por la que me pediste acudir a Venom a escondidas de los altos mandos, pero eso no revela la razón por la que lo mantienes oculto.
—Los reptiles respetamos el derecho al poder —declaró Everett con una sonrisa maliciosa—. Por lo tanto, es una herejía que un secreto guardado a voces rompa la estricta línea de anonimato. Nadie fuera de la descripción adecuada debe enterarse de La Verdad.
El mono de larga melena se dejó reír divertido con el relato del sargento, su amigo, engañoso líder de las fuerzas titanians, cuyo origen como soldado seguía siendo desconocido para muchos en aquellas tierras, ya que sus acciones sugerían falsa lealtad. Corneria y Titania eran planetas en conflicto, y Abel había sido llevado ahí -como otros- para responder a un tratado de paz que los gobiernos de ambos mundos habían implantado, con el fin de frenar una lucha de poder mientras la creación del Consejo Galáctico culminaba.
—Entonces... ya que me has revelado ese importante secreto, significa que me espera la muerte si oso traicionarlo ¿no? Ustedes los reptiles son desagradables.
—¿Le debes alguna clase de lealtad a Corneria?
—No. —respondió instantáneamente, jugando burla absoluta en su arraigado acento corneriano—. Es por eso que estoy aquí, no soporto esas reformas que se han estado firmando desde que el cuarto planeta se hizo del control del Sistema Lylat. Estoy contigo. No me importa cuantas vidas se sacrifiquen mientras tenga la oportunidad de ver cómo esos perros pasan un mal rato. Y ojalá Leon sirva para dar ese golpe que tanto hemos buscado.
—Eres un sádico —espetó el caimán separándose de los monitores, sus filosos dientes mostrándose en una sonrisa aterradora.
—Me declaro culpable de eso y no me arrepiento.
—Y es por eso que me agradas— admitió el caimán devolviendo la mirada a las pantallas, en aquella figura que representaba su pequeña carta de triunfo, en el objetivo que buscaban desesperadamente alcanzar, quien se había recostado en su cama con devoción en espera de que la noche callera sobre sus escamas y viera nuevamente a sus amos, mientras el dulce recuerdo de una serie de barrotes se amontonaban a su alrededor, materializando en su mente las paredes abiertas de su amada cuna.
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El crujido de la puerta que creó eco en el corto cuarto, lo hizo levantarse del colchón de un movimiento apresurado. Su segundo amo había acudido para llevarlo consigo afuera, mientras le explicaba lo que le sería encomendado realizar. Le señaló el mapa en una pantalla digital, remarcando en puntos rojos y amarillos las salidas y entradas al recinto donde debía infiltrarse, antes de entregarle en sus manos un par de armas que llevaría cargando en un cinturón especial ajustado en ambas piernas, hasta el nivel de la cadera.
Fue llevado ante un transporte terrestre de tres ruedas, que por su diseño sugería ser una herramienta más de los muchos medios militares que vio en la base, cuya cabina parecía hecha para resistir ataques explosivos e impactos de rayos láser. En su vibrante interior, Leon escuchó con atención el resto del informe por medio de un aparato, que al conectarse a sus oídos transmitían la voz del primate brindándole las últimas indicaciones. Mientras tanto, Leon observó al robot que conducía, comprendiendo que estaría solo una vez llegaran a su destino, cruzando la tundra en un diámetro aproximado de noventa kilómetros. Cuando el vehículo se detuvo, Leon salió en completo silencio sin molestarse en mirar atrás.
El viento templado golpeó su liviano cuerpo, mientras corría para posteriormente detenerse tras una roca lo suficiente alta para cubrir su cuerpo. Con sigilo asomó la cabeza, contando mentalmente el número de guardias fuera del edificio. a la vez que ubicaba el ducto de ventilación, al cual se acercó cual sombra sin hacer ruido alguno. Como le había dicho su segundo amo, el hueco estaba sellado con una reja que le recordó al instante su cuna, por ello sintió cierta adrenalina al derretir los tornillos con ayuda de una de las armas en su cinturón, la cual escupía un delgado rayo de fuego color naranja. Terminada su tarea, depositó la reja cuidadosamente en un costado, deslizándose con gracia por el estrecho espacio. No era difícil. Arrastrarse con naturalidad emitiendo nada más que un siseo con su cuerpo, había sido una habilidad que aprendió a imitar de la tribu cobra después de que viera a su madre enfrentarse a una, cuando esta y sus crías gemelas invadieron su territorio para cumplir una venganza.
Y mientras tomaba el camino corto a su destino, Leon recordó con vergüenza que había estado asustado de ellas hasta que su madre estableció el orden en el combate, arrastrando a la cobra macho, salpicando la cocina con su roja sangre, a partir de que rasgó su pecho y tráquea con el filo de las cuchillas de las que nunca se separaba, ni siquiera en las circunstancias más pacificas. Fueron los primeros seres vivos de gran tamaño a los que Leon se enfrentó, y la imagen de su primer derrota había servido de impulso para hacerse de sus técnicas; un entrenamiento que duró más de lo que admitiría abiertamente. Sin embargo, las cicatrices que quedaron grabadas en su piel tras este importante combate, le recordarían que Xhamhalak amaba el caos y sólo dentro del caos podía ser misericordioso con seres infectos como él.
Leon pensaba en la escasa visión que tenía, cuando percibió gritos que retumbaban en las paredes de lamina, rebotando de nuevo de regreso. Curioso notó que estos aumentaban al acercarse a la zona señalada por el mapa que traía en el aparato aferrado a su muñeca. Saltó al ducto que descendía a la sala del punto rojo y se detuvo frente a las rejas que señalaban su salida, al mismo tiempo que dos gemidos alargados golpeaban su cara para vislumbrar el movimiento repetitivo de dos figuras que Leon poco podía apreciar, debido a la acumulación de muebles y demás objetos que no le importó identificar. Una vez afuera se movió con cuidado de que sus talones no tocaran el suelo, todavía tratando de identificar si alguna de aquellas figuras era su objetivo. Lo verificó cuando se detuvo tras lo que parecía ser una mesa con cajones, observando con incredulidad al regordete can de abundante pelo balancear sobre sus piernas a la esbelta vulpina, que dejaba emerger esos insistentes gemidos de su entreabierto hocico. Leon se recargó en el mueble, ocultándose nuevamente, sorpresivamente nervioso. La escena le era una situación incómoda por alguna razón que no comprendía; sólo pudo pensar en lo doloroso que debía ser aquella tortura para la hembra, por la forma como se agitaba su voz con cada movimiento. No sabía qué hacer. Por ello no pudo pensar en otra cosa que en esperar por que sus amos se contactasen con él de vuelta.
—¿Por qué has dejado de moverte, Powalski? Responde. ¿Has encontrado al objetivo? —Para su buena fortuna, la voz de su primer amo no tardó en escucharse en el auricular colocado cuidadosamente dentro de su oído. Leon respiró profundo, rescatando la tranquilidad entre los latidos constantes que golpeaban su pecho, con una sobredosis de adrenalina.
—Afirmativo, primer amo. Pero... no está solo, hay... una hembra con él... ¿Qué debo hacer? Ella gimotea mucho —habló de la forma más cautelosa de la que fue capaz. Luego escuchó al caimán reír, probablemente por una queja que escuchó decir a su compañero dentro del cuarto de control de la base, o por las palabras que había escogido para relatarle su situación, no lo sabía y no sintió necesidad de averiguarlo.
—¿Hay alguien más ahí?
—Sólo ellos dos —reafirmó Leon sintiéndose impaciente aunque no lo delató en su acento estoico. Sólo quería dejar de escuchar los crujidos del sillón a sus espaldas y los sorbeteos de oxigeno que hacían aquellos seres sin escamas.
—Lo que menos necesitamos es que haya repercusiones innecesarias. Cumple tu misión. En cuanto a ella... mátala.
El frío dictamen fue suficiente para que Leon desechara todas sus dudas, y se apresurara en ajustar el silenciador al arma de pólvora que cargaba en su cinturón. El sillón dejó de crujir, los gemidos se detuvieron y el metal de un cinturón comenzó a escucharse, antes de que el sonido pesado de la puerta abriéndose detuviera a Leon de salir de su escondite. Una tercera voz apareció y una serie de gritos se hicieron presentes en el cuarto. Un soldado había entrado sin previo aviso e informado al capitán Rufus Doogmer -objetivo de Leon- que había ocurrido un problema en la prueba de armamento. Refunfuñando el can se había retirado, dejando a la zorra en el cuarto fumando un largo cilindro de lo que Leon supuso debía ser algún tipo de droga.
—¿Qué ha sucedido, niño? —La voz de su segundo amo atravesó el auricular.
—Se ha retirado.
—¿Qué... ? ¿¡Cómo permitiste que pasara!?
—Esperaré a que vuelva.
—¿Qué hay de la prostituta?
— …Continua aquí. —Leon no preguntó por el significado de aquel apelativo, pero asumió que el mono se estaba refiriendo a la hembra—. ¿Debo proseguir con el plan original?
—¡Olvídate de ella y ve tras Rufus Doogmer! ¡Quien nos importa es el perro! Si ella no funciona como testigo no importa si muere o no, apresúrate a terminar la misión que te fue asignada y regresa antes de que ocurra algo más.
El pequeño camaleón no respondió a eso, se limitó a buscar con la vista un lugar hacia donde deslizarse, pero una idea descabellada hizo que sus pupilas brillaran con una emoción inusitada. Salió sin decoro de su escondite dejando el comunicador encendido, olvidado, para revelar lo que estaba a punto de hacer. Se acercó hasta la distraída hembra fumando con tranquilidad, escrutando sus delicadas facciones, tratando de asemejarla a su madre. Aunque no tenía escamas era hermosa y eso no se evitó reconocerlo. antes de que su timidez se consumiera y se atreviera a hablarle al fin.
—¿Te dolió? —cuestionó.
La vulpina se sobresaltó al escuchar su voz aguda, mientras la voz de su segundo amo exigió al instante una respuesta al motivo por el que le estaba hablando a quien se suponía era un cero a la izquierda en aquel ataque silencioso. Abel se sintió consternado, casi ignorado por lo que acontecía dentro del oscuro cuarto de control donde él y el sargento permanecían, aún así siguió llamando a Leon, pero este no le prestó la menor atención a pesar de haberse dado cuenta que no apagó el comunicador, entretenido con la mirada escandalizada que la hembra le dedicaba, momentos antes de que una sonrisa irritada adornara sus labios sin apartar la vista de él. Leon se encogió en su sitio.
—Tú... ¿hace cuánto tiempo has estado aquí? —cuestionó la zorra de pelaje cobrizo. Se acomodó dejando a las cuatro perforaciones en sus orejas agitarse dentro del ansioso movimiento—. De casualidad... ¿Doogmer te pidió que observaras todo? —Leon no pudo responder con una mentira cuando la hembra se carcajeó ácidamente, indignada con la aparente falta de respeto del can en cuestión, destilando su furia sin pudor alguno—. ¡Es un hijo de puta pervertido! ¡Lo sabía! ¡Lo voy a matar!
—Parecía doloroso... —insistió Leon, atrayendo la mirada de la hembra en su dirección una vez más—. ¿Por qué dejaste que te hiciera algo así? Sé lo humillante que es ser la presa.
La vulpina lo miró fijamente, incapaz de entender a lo que aquel niño se refería, pero aún así sonrió, un gesto que rechazó todo rastro de ira hasta suavizarse, hasta alcanzar la ternura, y esta expresión facial inspiró un brote de calor en el interior de Leon, golpeando sus entrañas de modo que no pudo retroceder al tacto de esas manos suaves que terminaron por hacerle cosquillas en la cara, justo donde ella lo tocó.
—No me dolió —dijo, comprendiendo la preocupación inocente de aquella cría.
—Pero jadeabas como si te faltara aire...
—Es un precio que se debe pagar para obtener placer.
—¿Lo disfrutabas? —El impacto de su respuesta lo confundió y esto hizo reír a la hembra, quien no podía creer que le estuviera explicando el proceso de copulación a un niño de escasos siete años. Alguien que le diera una bofetada por su perversión.
—Así es. ¿Sabes lo que es un masoquista, cariño? Es alguien que disfruta el dolor, como yo. Así que no es bueno para mi si no me duele cuando me lo hacen, ¿entiendes? Por eso debo castigar a quien no me complace, como ese imbécil de Doogmer.
—¿Te ha traicionado? —interrogó Leon, encontrando un significado ligado a su realidad en las palabras de aquella hembra, creyendo comprender a lo que se refería.
—Si. —Ella volvió a liberar una carcajada mientras se levantaba del sillón, apagaba su largo cigarro y se acomodaba el corto vestido que llevaba puesto—. Por eso ahora debo ir a matarlo, por que me engañó y me falló.
—Yo lo mataré por ti —ofreció Leon, sorprendiendo a la vulpina con sus palabras antes de que ella volviera a reír y se girara dispuesta a retirarse.
—Si haces eso por mi te estaré eternamente agradecida, es más, te pagaré con mi cuerpo cuantas veces lo necesites... aunque dudo que aguantes más de dos minutos en la cama. —La vulpina se acercó a la puerta balanceando sus curvilínea cadera y haciendo movimientos sugerentes con su esponjosa cola—. Adiosito. Llámame cuando tengas listo su cadáver.
—Adiós —asintió Leon apuntando la mira del revolver a la nuca de la hembra, antes de jalar sin hesitación el gatillo.
El cuerpo de la hermosa zorra se desplomó inerte y sin vida contra los suelos, alimentando la sensación de vacío en el interior del pequeño camaleón antes de que se apresurase arrastrar el pecaminoso cuerpo dentro de la habitación, en espera de su verdadero objetivo mientras el recuerdo de su madre distorsionaba la figura que veía de la vulpina pelirroja, tomando su lugar en el caro tapete decorativo de aquel cuarto envuelto en penumbras, salpicando aquel bello liquido carmín. Más tarde, cuando Rufus volviera y descubriera el cadáver contaminando el lugar, sus gritos no alcanzarían a emerger de su garganta, ni alcanzaría a saborear la incertidumbre antes de que las balas del revolver lo silenciaran. Mientras -colgado en la pared- Leon admiraría la escena de los dos cuerpos recostados uno junto a otro, pintando un recuadro que se ocuparía de llenar su mente las próximas noches acostado sobre su cama. Leon entonces se cuestionaría lo mismo que sus amos le habían preguntado.
¿Por qué mató a la zorra? Y se respondería también lo evidente: lo había visto en la base, así que era su deber matarla. ¿Por qué la había convertido en testigo cuando no era necesario? Tal vez porque quiso resolver una conjetura que crearon su objetivo y ella mientras yacían unidos carnalmente sobre aquel rechinante sillón.
Pero, ¿por qué había visto a su madre en ella antes y después de matarla? Eso Leon no lo sabía, era un dato del que ni siquiera sus amos eran conscientes, así que probablemente no obtendría jamás una respuesta concreta y se sentía conforme con no saberla por el momento, aunque le doliera pensar que tal vez él también disfrutaba recordar cuanto sufrió cuando jaló el gatillo y vio a la hembra caer a su muerte.
Quizás, sólo quizás, había descubierto que él también era masoquista como fue ella en vida.
