Part 3. Lealtad y Traición

La primera estación de calor avanzó por los desiertos de Titania, arrasando con gran parte de la escasa vegetación que decoraba el paisaje, matando de forma despiadada a la fauna del planeta. Y el camaleón -desacostumbrado- comenzó a sufrir los estragos en su piel escamosa, la cual fue mudando más rápidamente de lo que ocurrió nunca. Debido a ello, su cacería se volvió más torpe y cada vez era más difícil encontrar frutos o carne fresca que lo ayudara mantenerse fuerte, optando por la carroña en el mejor de los casos. Muchas veces se adentró derrotado a su cuarto mientras buscaba la manera de distraer su ligera hambre, pues no podría decir que padecía lo suficiente para debilitarse, cuando sus amos u otros soldados de la base se apiadaban de él al concederle un par de aperitivos que llenaban sus platos. Para aquellas fechas había abandonado el anonimato inicial ya que, ante el acelerado y satisfactorio cumplimiento de sus deberes, llamó la atención del edificio entero. Y así se convirtió en un miembro más de aquella asociación militar. Everett y Abel lo permitieron verbalmente también, por eso Leon se tomó la libertad de interactuar con las diferentes especies ocupando el recinto, en especial cuando le aportaban información interesante sobre diversos temas como la galaxia; datos del planeta que habitaban, leyes inestables y política, entre otros.

Sin embargo, no todo fue ideal en las circunstancias que acontecieron, pues un par de días más tarde, Leon se encontró con una situación que inevitablemente activó sus instintos de supervivencia venomianos, cuando reconoció la figura del comandante Yarur: una cobra de escamas doradas e iris esmeralda, cuyo porte reflejaba un inmenso orgullo, disciplina y letalidad. Leon se alejó de la mesa donde había estado recargado conversando con uno de los cadetes sobre el rastreo de agua, quien enseguida notó su repentino cambio de actitud y la dirección hacía donde dirigía ahora su mirada.

—¿Quién es... ? —acertó a cuestionar Leon sin apartar la vista de aquel militar, la tensión volviendo a su sistema nervioso inconscientemente.

—Es nuestro superior y superior del Sargento Richter —dijo el cadete, una delgada comadreja de pelaje gris y personalidad relajada—. Su nombre es Diya Yarur, ha estado a cargo de este lugar por más de cuatro años.

—¿Qué hace aquí? —Al darse cuenta de la brusquedad de su interrogante, Leon optó cambiar la pregunta enseguida—. ¿Por qué no lo vi antes?

—Oh, suele viajar mucho hacia otras bases aliadas para coordinar al personal o llevar a cabo reuniones con otros individuos de alto rango. Se suponía que esta mañana volvería al séptimo sector pero veo que hubo un cambio de planes. —Alzándose de hombros agregó—. A veces pasa. Nosotros no estamos al tanto de sus movimientos aunque quisiéramos.

—No debe verme —declaró intentando retroceder, pero no consiguió realizar un sólo movimiento antes de que la atención pérdida del comandante finalmente descendiera sobre el pequeño camaleón, quien se heló mientras la cobra se acercaba hasta su posición, arrancando de sus extremidades la intención de huir de su penetrantes pupilas rasgadas.

—Comandante, señor —saludó la comadreja con una seña de su mano contra la frente, gesto al cual Diya respondió con un breve asentimiento para devolver la vista a la figura de su actual interés. Sonriendo, el comandante conectó miradas con la atenta cría de reptil.

—Tú debes ser Leon Powalski. —Diya extendió una mano en dirección al aludido—. Los rumores sobre tí se han propagado como fuego entre nuestros hombres, quienes te compraron debieron creer que ascenderían de puesto a costa de tus cuchillas.

Antes de que la trayectoria de la serpiente alcanzara su objetivo de tocar las finas escamas color verde, Leon realizó un movimiento de brazo ascendiente que golpeó la mano ajena, impidiéndole el mínimo contacto, y saltando hacia atrás para establecer la distancia entre los dos como especies rivales. Esta terminante reacción provocó el asombro de los espectadores, pues muchos no habían tenido la oportunidad de ver al camaleón en acción. La comadreja de igual manera quedó en shock, mientras el comandante al fin dibujaba en sus labios una sonrisa que desde la perspectiva de Leon lucía macabra.

—Debes estar muy ansioso por hacerme pedazos —comentó al tiempo que una delgada línea de sangre se derramaba por una herida recién abierta, casi apenas había rozado las escamas de sus dedos pero para el comandante fue suficiente advertencia—. Perfecto.

Leon se mantuvo en guardia, aún después de que visualizó a sus amos acercándose apresuradamente a espaldas de la imponente víbora dorada, quien sacó del bolsillo superior de su saco militar una pulcra servilleta, limpiándose el pequeño brote de sangre con esta. Y lo hizo tan cuidadosamente que Leon se sintió mareado; la visión de aquellos cadáveres cobra decorando la cocina volviendo a su memoria, el trauma que esta situación había representando calando profundo en sus articulaciones y la figura de su madre empapada de su sangre y del veneno -que terminó extrayendo durante la batalla- entorpeciendo su cerebro. Sin embargo, la voz del sargento Everett estabilizó su psiquis.

—Señor, puedo explicar-

—No alborote, sargento. Comprendo la situación —interrumpió el comandante al caimán en tono siseante—, más tarde hablaremos sobre esto en mi oficina —amenazó—. Por ahora me gustaría tener una entrevista con su pupilo a solas.

—Señor, eso... —intentó replicar frente a la escandalizada expresión de Leon, más Everett volvió a ser interrumpido por su impaciente superior.

—He dicho —reafirmó antes de sonreír amablemente al paralizado camaleón—. Demos un paseo, Joven Powalski. Cerca de aquí hay una zona fresca que estoy seguro disfrutarás después de tantos días sufriendo este calor infernal. —Haciendo un gesto con el brazo, Diya Yarur insistió—. Después de ti.

Aunque inseguro, Leon se limitó a buscar la aprobación de sus amos con la mirada, el mono mostraba en su rostro una mueca clara de desaprobación y asintió con tanta tensión que pareció incluso forzado. Pero Everett -a pesar de todo- hizo un movimiento afirmativo con la cabeza de manera relajada; Leon lo admiró por eso. Entonces dio el primer paso hacia este sospechoso paseo para ser acompañado por el comandante, cuya mirada se tornó ruda en el momento que pasó junto al corpulento caimán -cual tamaño lo superaba varios metros- antes de perder su atención en la salida del edificio hacia donde se dirigían lentamente.

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Una vez afuera, avanzaron en completo silencio por el desértico terreno alrededor de la base, hasta encontrar la entrada a una arboleda que se ubicaba en la parte trasera de la llamativa estructura metálica, zona que Leon notó desde su llegada pero jamás se atrevió aproximarse por ordenes estrictas de sus amos. Rehabilitado por la frescura que respiró en ese nuevo ambiente, -que parecía extraído de un sueño lejano- Leon se permitió el capricho de inhalar y exhalar profundo la pureza de aquel oxígeno, olvidando el paso de su acompañante que se iba adelantando a él.

Los ojos de Leon se deslizaron por el paisaje sin orden determinado, tan sólo asegurándose de guardar cada pequeño detalle en su cabeza, encontrando armamento natural en caso de que las cosas entre él y su silencioso acompañante se tornaran peligrosas. Sin embargo, eso no impidió que su visión fuera capturada por el sentimiento de libertad al que poco estaba familiarizado, pues su madre le había dicho alguna vez que esta sensación era letal para un inexperto; Leon no sabía qué significaba esto todavía, pero se descubrió tratando de comprenderlo cuando su mente se llenó con la inquietud de moverse sin ataduras por cada árbol y liana, queriendo fundirse con la hierva y los insectos voladores que paseaban sobre los arbustos. Devolvió la mirada a la cobra de nuevo intrigado por su presencia, pues al pensarlo detenidamente no tenía sentido que lo hubiese traído hasta ahí sin un objetivo. ¿Qué planeaba hacerle en ese lugar sino era asesinarlo? Sus especies eran enemigas prometidas después de todo.

—Delicioso lugar, ¿no lo crees? —cuestionó Diya Yarur sin tardar, manteniéndose de espaldas a Leon mientras dejaba al descubierto sus manos totalmente desarmadas—. La primera vez que estuve aquí, recuerdo que estaba huyendo de la guerrilla contrincante, me habían descubierto y asesinado a todos los soldados a mi mando de ese entonces. Fue desagradable. Pero estos arboles me ofrecieron una ventaja que en mucho tiempo no había poseído, así que tomé la decisión de construir una base cerca de aquí en honor a esta increíble experiencia. Nadie sabe eso, será nuestro secreto ¿entendido?

—¿Por qué... ?—Leon intentó formular una pregunta adecuada que encajara con la ocasión, pero la tensión en sus músculos lo obligó permanecer en silencio. Estaba confundido. Ahora deberían estar peleando, estableciendo su dominancia de territorio, no charlando amenamente como recién conocidos.

—No te traje aquí para pelear —declaró el comandante—. Sé que será difícil para ti asimilarlo cuando nuestras tribus han estado en conflicto durante generaciones, pero... —Diya parpadeó lentamente antes de girarse y mirar al pequeño reptil—. Sólo debes tener un dato muy importante en mente: Estamos en Titania, nuestro planeta nativo se ha quedado atrás. No tiene caso que nos aferremos a costumbres no personales. A menos que me brindes motivos, no tengo ninguna intención de asesinarte.

—¿Quieres decir... que sólo si te ataco, me atacarás de vuelta?

—¿Tanto cuesta creerlo? —cuestionó Yarur en tono burlón, encontrándose incluso divertido con la situación actual; si los soldados lo vieran estarían impactados con su comportamiento.

—No puedo confiar en ti —admitió Leon terminante—. Eres una serpiente, el engaño y el sigilo forman parte de tus raíces ancestrales, ningún camaleón bajaría la guardia ante la presencia de alguien como tú. Desde el inicio han operado en las sombras, ya sea que traten de asesinar personalmente o envíen a otro para que lo haga en sus nombres.

—Haz estudiado cuidadosamente a mi especie ¿uh? Lamentablemente esas descripciones ya no aplican en mi fuera del campo de batalla. Por desgracia o fortuna, hay muchos bajo mi mando que cuentan conmigo, los cuales no puedo defraudar por mucho que me tiente volver a las tradiciones de mi raza ya que, de ser así, no estaríamos teniendo esta conversación ahora mismo y nuestra base no habría sido construida nunca.

—Acaso, ¿hay individuos importantes para ti? —Leon continuo incrédulo—. ¿Por qué?

—¿Por qué no? —parafraseó—. He aprendido a respetar sus defectos y cualidades, no era algo que se nos permitiera prestarle atención en Venom, supongo que el calor intenso de este planeta me estropeo el cerebro... ya no puedo actuar como antes. —Diya le dedicó a Leon una mirada tan intensa que incluso penetraba en el alma del más pequeño, quien retrocedió por instinto sin llegar a delatar el pánico que aún experimentaba—. ¿Crees que significa una deshonra para nuestras raíces?

— …No lo sé —admitió tras un momento de reflexión personal. Bajó la cabeza relajando su cuerpo y derrumbando su propia postura alarmada para comenzar a caminar distraídamente por la zona, dirigiéndole breves miradas al comandante Yarur—. No tengo mucho tiempo aquí, hay muchas cosas que todavía no comprendo. Todos estos seres son extraños... no sé cómo pueden estar tan tranquilos rodeados de tantas razas y especies diferentes sin sentirse amenazados. Los canes son ruidosos, los monos tienen demasiado en qué pensar, los felinos están tan ocupados siendo orgullosos que olvidan refinarse a sí mismos... roedores, reptiles, ¿qué clase de estilo de vida es este? —Powalski pateó una piedra cercana como muestra de su frustración suprimida, tanto él como Diya observaron a la roca rodar unos segundos antes de atascarse entre una mata de hierva áspera. El comandante devolvió la mirada al pequeño mientras que Leon mantuvo su atención en la roca, advirtiendo a un grupo de gusanos que emergían de la hierva y comenzaban a trepar el sólido mineral—. No puedo pensar en que nosotros vamos a ser absorbidos por el mismo ciclo siendo enemigos naturales.

—¿Tanto temes a los cambios? Debiste ser consciente de esto desde el momento que fuiste traído a Titania. No todos los planetas se rigen por las mismas leyes.

—Aceptar esta nueva realidad no puede impedir que la cuestione.

—Estarías haciendo lo mismo que los monos, ¿no crees? —Leon se giró, ofendido con la comparación, y Diya se dejó reír una vez más, su risa delatándose menos discreta de lo que estimó en un principio—. No estoy pidiéndote que seamos grandes amigos, sólo quiero que suprimas la rivalidad que has sentido por mi especie todo este tiempo, a menos que te encuentres cara a cara con un enemigo similar a mi.

—¿Serías capaz de entregar a alguien de tu propia gente?

—Ahora mismo mi gente no es mi especie, específicamente —El comandante tomó la punta dura de una liana y se la llevó a la boca para degustar su extremo amargo con lentitud, arrancándola de un sencillo movimiento—. Te parecerá raro al principio, pero muy pronto entenderás que aquí en Titania luchamos por el bando que nos ha acogido, no por especie o crianza, sino por ideales. En pocas palabras, eres libre de ofrecerle la mano a quien te parezca interesante, aceptando y enfrentando las consecuencias de tus actos y nada más. —Diya y Leon volvieron a conectar miradas mientras trataban de descifrar los pensamientos del contrario, por ello significó una tarea complicada el apartar la vista, pero finalmente el comandante rompió el contacto—. Si eliges seguir adelante, podrás tolerar verme en la base.

Con ello establecido, el comandante retornó sus pasos por el camino de arboles que los rodeaban, Leon se mantuvo quieto mientras pasaba junto a su cuerpo sin atreverse a darle una mirada, hasta que se alejó completamente de su posición. Luego de otro momento dubitativo, las piernas de la cría se movieron, siguiendo a Diya en su elegante andar sin reducir la distancia que los separó desde el momento que abandonaron la base. Preguntas sin respuestas danzando una tras otra en su mente, torturaron su entendimiento mientras buscaba la manera de adaptarse a este aberrante cambio. Sus instintos le gritaban por atacar al comandante ahora que estaba de espaldas, pero otra parte suya -una más racional- le impedía ejecutar el primer movimiento en contra de este molesto equilibrio.

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Los días se hicieron ceniza y las noches helaban la consciencia de Leon, a medida que los pensamientos se apoderaban de su sistema. Todo había mejorado en la base, cada vez era más sencillo para el camaleón comprender a los seres a su alrededor, pero Leon continuaba alejándose cada vez que visualizaba al comandante rondar los pasillos o habitaciones, mas se tornó difícil evadirlo en el momento que sus amos le ordenaron aprender sobre el uso de maquinaria e inteligencia artificial. Ya que era un prodigio en el manejo de armamento individual, muy pronto se vio recibiendo clases de manejo en tanques de guerra y de combate aéreo. Fue complicado, ya que los botones; palancas en los vehículos eran tantas, que el sólo encender los motores y sentir vibrar los controles lo hacían temer a un despegue o arranque violento, que terminara haciéndolo estrellarse contra el primer obstáculo que se atravesara en su camino. Pero, con ayuda del comandante y otros cadetes, fue más simple controlar la ansiedad que lo abordaba al verse solo dentro de una cabina.

Sin embargo, algo que notó rápidamente de estos entrenamientos especiales, fue la exigencia de sus amos. Al caimán se le veía más tenso y al mono más irritado que de costumbre cada vez que fallaba cualquier practica, pues -según le mencionaron- se acercaba una revolución y ellos eran los encargados de romper la balanza, razón por la cual contaban con él más que nunca; debían estar preparados antes de que ocurriera lo impensable.

Leon no había opinado entonces, pero sospechó fervientemente que el comandante no estaba enterado de los movimientos consiguientes de sus amos sobre las misiones que él mismo asistía, y al contrario estuviera ignorante de cada atraco que ambos realizaban desde las sombras contra varios importantes miembros de otras bases aliadas, cuyos sucesos eran informados al edificio días posteriores. No era como si a Leon le importase la existencia de una traición dentro del elenco militar, ya que desde un principio se limitó seguir ordenes. Pero, por algún motivo, sopesó en la posibilidad de advertirle a Diya sobre esto, aunque estaría traicionando a quienes fue vendido. ¿Acaso esa serpiente había comenzado agradarle? Tal vez el hecho de que no riera con nadie más que con él de forma tan descarada, le había hecho sentir bien, tal vez tantas veces recibiendo consejos suyos dentro de sus misiones oficiales lo ayudaron a desechar tantas lunas desconfiando de su presencia. Tal vez en verdad había enloquecido como él por los rayos solares que quemaban los desiertos de Titania, pero al final decidió ahorrarse encuentros absurdos.

No había manera de que él fuera a cambiar algo que ya estaba destinado a suceder, aunque una extraña sensación hizo que tragara amarga su saliva al pensar en la sangre derramada.

Para entonces estaba caminando por los solitarios pasillos plagados de sombras. Muchos soldados se habían retirado a dormir no hace más de dos horas, mientras él optó pasear en busca de distracción por las instalaciones, presa del insomnio que le atacó repentinamente, enseguida de haber despertado por una pesadilla donde visualizaba al comandante Diya Yarur siendo asesinado brutalmente por otro camaleón, el cual identificó como su propia madre en el momento que esta figura monstruosa se giró a verlo. Lo absurdo de aquella visión casi le arrancó una sonrisa burlona, pero a pesar de todo no curó ni un poco el terror que le causó ver a Fedora nuevamente entre sueños, después de todo no entendía porqué su cerebro insistía traerle la imagen de su madre cada oportunidad. Simplemente no podía olvidarla. Podría admitir que realmente extrañaba su espectral figura andando alrededor de su cuna en altas horas de la noche, pues no sentir su presencia acrecentaba su inseguridad hacia todo lo que estaba pasando. En esos instantes Leon ya no sabía qué hacer.

—Con que aquí estabas, Powalski. —La voz de Everett lo arrastró fuera de sus cavilaciones para mirar la figura del sargento acercándose a su posición—. Necesito que vengas conmigo, tenemos trabajo qué hacer. —Obediente, Leon no dudó un instante seguir los pasos de su amo justo después de que este se giró, dejándose avanzar en silencio mientras se debatía nuevamente sobre la dirección de las circunstancias, simplemente no podía dejar de molestarle lo que sus amos hacían a espaldas del comandante—. Nunca pensé que te atreverías a dejar tu habitación sin mi consentimiento, estos días te has comportado más distante de lo normal. ¿Algo te molesta?

—Sólo... meditaba —contestó abstraído.

—¿Meditabas? —repitió Everett con una sonrisa socarrona—. Que palabra tan extraña, al único a quien he escuchado utilizar semejante término es al comandante.

—¿De verdad? —Leon se sobresaltó, jamás pensó que inconscientemente hubiese aprendido eso del vocabulario de Diya, aún cuando buscaba ser evasivo al convivir con él.

—¿Sabes? Yo respeto mucho al comandante, es un hombre admirable. En realidad, fue gracias a su influencia que recibí recomendaciones para ascender a sargento. No puedo decir que hemos luchado juntos suficientes ocasiones pero aprendí mucho de él sobre la importancia de sobrevivir, y hacer pagar a los hijos de puta que se atreven a lastimar alguno de nuestros compatriotas. Sólo hay un pequeño detalle que no termina por agradarme de él y eso es su labia. —Leon levantó la mirada a la ancha espalda de su amo, quien se detuvo abruptamente antes de continuar con su monologo—. Labia que utiliza para hipnotizar a sus hombres y así obtener todas las ventajas que suelen ser negadas a militares inexpertos. Se mete tanto en las mentes de los soldados que crea una imagen diferente de lo que realmente es. —Everett miró sobre su hombro, trasmitiéndole su odio a Leon con una única mirada, de la cual Leon se sorprendió al principio—. Por eso espero que tú no caigas en su hipnosis, Powalski. Nunca bajes la guardia frente a él, ¿me has entendido?

Leon tardó un poco más de lo usual en asentir al nuevo mandato, pues una nueva incertidumbre se arrojó sobre su piel escamosa. Su amo decía eso pero era incapaz de considerar sus palabras del todo, pues nadie desconfiaba más de las serpientes como él mismo, cuando muchas veces vio a su tribu luchar contra esta raza y se bañó con el conocimiento que su madre le compartía respecto a ellas. Sin embargo, sus amos estaban actuando de una manera que a Leon no le agradaba tampoco. ¿En quién debía depositar su fé? Everett Richter y Abel Gavia eran sus compradores, sus amos, y Diya Yarur no era más que un militar de alto rango a quien comenzó a tratar por un golpe de suerte. Pero mientras más lo pensaba, más inquietud le provocaba descubrirse en medio de dos bandos con los cuales estaba involucrado.

Su madre le había dicho muchas veces que toda alma individual está cubierta por una manta de apariencias engañosas, pues nada ni nadie puede asegurar cuál es el camino correcto, nadie puede evitar ser un peligro para alguien más en cualquier momento de la vida.

Pero él no quería convertirse en presa de un error irreparable, hacerlo significaría la muerte y no se sentía listo para morir como un estúpido que no tomó la decisión correcta. Si debía morir, su muerte debía ser satisfactoria. Como camaleón debía culminar una muerte que él hubiese elegido. Levantó la mirada hacia su amo, preparado para tomar una decisión concluyente que ningún ser en ese universo le iba arrebatar.