Notas Iniciales: Oh, yeah. Cuarto capitulo editado y contando.


Part 4. Errante

Everett permanecía impávido, conservando un porte recto y disciplinado que hacía resaltar aún más su imponente tamaño, motivo por el cual muchos soldados solían verse pequeños a su lado. Leon no era una excepción a la regla, así que el camaleón prácticamente era un hierbajo recién nacido frente un árbol de tronco grueso afianzado a la tierra, cuyas copas de hoja han visto innumerables atardeceres sumergirse en el horizonte. Desde un principio Leon vio a este reptil como un modelo a seguir, tuvo la intención de convertirlo en su ejemplo, siendo como una figura paternal que jamás conoció por el sencillo hecho de ser un hombre de cruda personalidad. Sin embargo, no lo consiguió, y esto logró decepcionarlo llegados a este punto. Leon realmente respetaba mucho a ese caimán, había visto en él algo que jamás pudo extraer de otros seres como su segundo amo pero no cumplía los requisitos para convertirse en su objetivo. A Leon le hacía falta mucho por crecer pero creía saber qué clase de futuro quería y Everett no era un patrón de vida que pretendía obtener una vez alcanzara la edad adecuada. Al verlo de nuevo -tan callado e iderrocable- Leon se preguntaba si debía seguirlo al final de ese pasillo para concluir esta primera etapa, o si debía mantenerse en pie para su siguiente cambio de piel mientras caminaba a su lado.

—¿Ocurre algo, Powalski? —cuestionó el sargento Richter un tanto impaciente, pues hace unos segundos que no había recibido respuesta a su pregunta anterior.

—Amo... —Leon bajó la vista contemplando el suelo de metal, convencido de romper el voto de silencio que adoptó al abandonar su aldea; voto que no le permitía expresar sus inquietudes a sus compradores como si de amigos se tratase. Estaba tomando la oportunidad de cortar la primer tradición de su tribu—, si yo intentara...

Interrumpiendo al pequeño, el ruido de la alarma y el rojo parpadear de las luces los alertó. Desconcertados, ambos alzaron la vista como acto-reflejo. Leon miró en todas direcciones reconociéndose en pánico al ser esta la primera vez que presenciaba algo así. Everett comprendió con disgusto lo que esto significaba, así que le pidió al camaleón seguirlo escaleras abajo, piso donde se reuniría con su amigo y cómplice para culminar sus planes. Fue así como recorrieron los parpadeantes pasillos de forma presurosa, abrazando la gravedad de la situación y el peligro que significaba encontrarse desarmados, razón por la cual Everett tuvo la intención de hacer una parada a la bodega más cercana primero, lugar de donde retiró a su cinturón dos pistolas, un revolver, una metralleta y suficiente munición.

Sin embargo, el aroma a sangre y carne quemada no tardó en acariciar los poros de ambos reptiles, deteniéndolos al inicio de las escaleras donde encontraron la notable concentración de cadáveres obstruyendo el camino. Con metralleta en mano, lista para vaciar el primer cartucho, Everett identificó a cada uno de los soldados caídos, acercándose a una figura que no tardó en llamar su atención, cuerpo frente al cual se arrodilló para tocar una piel tibia al contacto y checar un pulso muerto que aferró a una nimia posibilidad de vida. Esta figura se encontraba recargada en el muro con la cabeza inclinada de modo que ocultaba su rostro, sosteniendo en sus manos el aparato que encendía la alarma del edificio entero. Leon evitó pisar los cadáveres en su camino para alcanzar la posición del caimán, sintiendo un fuerte impacto al reconocer quién había sido responsable de levantar en armas a la base. Ahí, coronado como una existencia sin pena ni gloria, yacía el fallecido Abel Gavia, cual cuerpo inerte ahora era adornado por tres huecos de balas laser que habían determinado su final.

— …Ya es tarde —murmuró el caimán, su voz ligeramente quebrada por el dolor y la ira ascendiendo como ácido gorgoreando por su garganta.

El pequeño camaleón empuñó sus manos. Con la visión de su segundo amo muerto, una extraña sensación de frustración se adueñó del centro de su pecho, una que no había llegado a sentir desde que escuchó decir a su tribu que un camaleón había caído presa de otra tribu menor cerca de su provincia, pero en aquel entonces la sensación fue lejana, quizás porque no conocía al fallecido directamente. ¿Esto era lo que se sentía perder una batalla? Entonces el eco de disparos explosivos atrajo la mirada de los reptiles arriba, donde se encontraban los pasillos superiores, sitios que seguramente estarían presenciando el desarrollo de una importante lucha por la supervivencia, entre los integrantes de la base y estas entidades invasoras desconocidas para el camaleón. Leon se colocó en guardia, ignorando la muerte a sus espaldas para prestar atención al mínimo movimiento que pudiera realizarse en las puertas de entrada en aquella sala, enfocándose en aquella donde un militar de uniforme azul fue alcanzado por un disparo en el pecho antes de que se delatara la figura del comandante Yarur, quien pareció darse cuenta de la presencia del sargento y Leon después de dar un disparo certero en la cabeza del canino que intentó arrastrarse por el suelo.

—Comandante —le nombró Everett mientras en su rostro se formaba una expresión casi indiferente, reflejo de su absoluta resignación.

—¿Sargento? —La cobra lo miró de reojo sin expresar el mínimo cambio en su semblante despectivo, a pesar de haber reconocido a sus dos solicitantes—. Bien, el que estén vivos aún significa una oportunidad para luchar contra-corriente. —Enseguida de sus palabras efectuó un tercer disparo en el cuerpo enemigo, pese a cuan innecesario resultaba cuando el objetivo ya estaba muerto. Everett y Leon se aproximaron.

—Ese perro, ¿lo encontró camino a su oficina personal? —el caimán quiso saber.

—Así es —Diya sacó una servilleta de su bolsillo derecho para limpiarse las gotas de sangre que habían salpicado en su rostro—, un grupo de ellos estaban merodeando cerca cuando sonó la alarma y me vi obligado acabar con ellos.

—¿Luchaste solo? —cuestionó Leon al instante. La cobra miró al camaleón detenidamente como si acabara de decir algo ofensivo, pero ninguna emoción negativa emergió fuera de su calma actitud, más bien inspiró un aumento de cansancio en su cuerpo.

—No es como si hubiese tenido otra opción.

—Eso quiere decir que estos sujetos están por todas partes, su objetivo no puede ser otro: instalarán explosivos por toda la base con la intención de exterminarnos de una vez por todas —concluyó Everett en tono iracundo; Leon podría decir que aquella era una implacable actuación de parte de su -ahora único- amo.

—No es sólo eso —contradijo el comandante al instante, replica que hizo que el caimán se tensara y Leon experimentara cierta admiración por aquel militar de alto rango; la cobra era más aguda de lo que creyó—. Intentarán adueñarse del armamento biológico que estamos desarrollando en nuestra base, de otro modo no tendría sentido que enviasen a tantos grupos, y que en su estrategia incluyera infiltrarse desde diversos puntos. Su contacto debe desconocer la ubicación exacta de nuestro laboratorio, no hay duda.

—¿Contacto, comandante? —cuestionó Everett perturbado. Leon se mantuvo expectante.

—Bueno, es sólo una sospecha sin bases —dijo Diya dibujando una sonrisa que pretendía comportarse distraída, antes de fallar y tornarse satisfecha y maliciosa al girarse en dirección a sus acompañantes—. Por favor no le presten mucha atención. —Una nueva serie de disparos efectuados en una planta inferior distrajeron a los dos adultos, quienes dirigieron la mirada en esta dirección en reacción mientras Leon no podía dejar de observar al comandante, preguntándose si esta sería la ocasión en la que debiera pelear contra él por el bien de su amo—. Debemos darnos prisa y proteger el laboratorio. Podemos tomar como trofeo extra la muerte de nuestros enemigos. No se molesten en avisar a los demás sobre nuestra actual misión, he avisado a los soldados de mi entera confianza sobre esto anticipadamente, así que ya debieron poner al tanto al resto.

Diya empezó a caminar y el sargento no dudó seguir su paso pese a la expresión dura que se gestaba en sus facciones, Leon se sintió tentado a preguntar por instrucciones secretas especificas antes de que alcanzaran al comandante, pero fue sorprendido por la visualización de un puñal que tan sólo había visto balancearse en el cinturón de su amo, quien sin dejar de caminar le hacía entrega del importante objeto de empuñadura de goma.

—A partir de ahora tendremos objetivos suficientes para efectuar una masacre —declaró con inquebrantable firmeza—. Cuento contigo para crear una obra de arte sangrienta. —Unos instantes Leon continuo sin responder, pero siquiera sujetar aquel objeto de hoja de acero entre sus dedos, su máscara de seriedad cambió por una expresión denotadora de su determinación a cumplir con el mandato recién recibido.

Los tres reptiles pronto se encontraron de vuelta en los extensos pasillos, dispuestos a unirse a la despiadada guerra prometida. Diya cargó el siguiente proyectil explosivo de su revolver mientras se acercaban a la primer esquina. Vigilante como era, Everett consiguió escuchar los pasos de un grupo de caninos aproximándose al igual que ellos a este primer encuentro. Sin embargo, Leon se adelantó a ejecutar el primer ataque -sorprendiendo al caimán- corriendo a gran velocidad para alcanzar a los dos militares que habían decidido mostrarse para levantar el fuego. Con un gran salto, Leon enfrentó a su objetivo de frente, apretando la empuñadura con la adrenalina hirviendo en sus venas, realizando un corte profundo en la garganta del primer perro para recuperarse y realizar un rodillazo contra la cabeza del otro al sostenerse de un tercer militar, que se había expuesto al tratar de defender a su compañero, al cual Leon se apresuró patear con la punta de su zapato, arrancándole el casco satisfactoriamente. Esto Diya lo aprovechó para disparar desde su posición, dándole fin al desafortunado bulldog, cuyo cuerpo resbaló contra el muro más cercano, dejando en su trayecto una gruesa línea de sangre.

Desestabilizados de su formación, los canes que quedaban fuera del rango donde Leon luchaba, fueron victimas de la metralleta que Everett mantuvo en posición para este momento. Las balas llovieron al igual que los cuerpos, que fueron derribados por el improvisado trabajo en equipo de los tres reptiles. Leon tocó el suelo con la planta de sus pies cuando los diez canes yacían inertes en diferentes puntos por la reducida zona, entonces se giró a sus espaldas tan sólo para ver la sonrisa satisfecha que se formaba en el rostro de Diya y la expresión impresionada de su amo, provocada por lo perfecto que había resultado todo esto. Los tiempos habían anclado tan bien que parecía que los tres lo hubiesen ensayado juntos anticipadamente.

—Eso fue... —el caimán trató de darle nombre a lo ocurrido pero su frase incompleta fue retomada por la serpiente, quien no tardó comprender lo que estaba ocurriendo realmente.

—Eso, amigo mío, ha sido nuestra herencia venomiana.

—Increíble... —afirmó, todavía anonadado—. ¿Cómo... ?

—Es porque los tres somos reptiles —explicó—. Usualmente compartimos formación con mamíferos o anfibios, así que inconscientemente nuestro organismo se adapta a su temperatura corporal y reducimos nuestro verdadero potencial en batalla. Pero, ahora que solo somos nosotros, hemos elevado nuestras capacidades al limite. Por nuestra sangre fría es como si viéramos a otros seres avanzando en cámara lenta. —Leon observó las palmas de sus manos y tembló al considerar las palabras del comandante, maravillado con el sin número de oportunidades que se les presentaban en esta guerra, si lo que decía era cierto, ellos tres bastarían para reestablecer el orden del edificio. Y devolvió la mirada a su amo, cuyo rostro era un poema sin conclusión ni comienzo—. Tenemos el poder de nuestro lado ahora, así que avancemos y provoquemos conmoción.

Entusiasmado, Diya Yarur volvió a encabezar la caminata, y esta vez Leon lo siguió sin siquiera esperar por una afirmación de su amo, ya que este no había tardado tampoco en comenzar a caminar con las manos en las dos empuñaduras de la metralleta. Su siguiente destino resultó ser una balacera que todavía se efectuaba al pie de las siguientes escaleras, lugar que estaba convirtiéndose en la tumba de varios soldados aliados.

Comprendiendo que difícilmente encontrarían sobrevivientes en esta lucha, el caimán comenzó a disparar sin discreción por todo el terreno, derribando a varios perros que yacían al descubierto por el pasillo, mientras Diya se encargaba de los que eventualmente se asomaban fuera de sus improvisados escondites para contraatacar. Leon saltó contra uno de los muros, usándolo como impulso para posteriormente tomar las barras de luz y proseguir transportándose entre las paredes metálicas, en busca de los uniformados que tuvieron la intención de huir por las escaleras, lanzándose sobre sus cuerpos una vez alcanzó su paso. Los canes, advertidos por la agonía de sus patriotas no dudaron en dispararle, pero Leon siguió moviéndose, esquivando cada bala con maestría, hasta alcanzar la posición de cada uno y finalmente darle uso al puñal, cuyo brillo se opacaba con el constante danzar de la sangre sobre su hoja. Los disparos cesaron en el pasillo contiguo pero el paso de los adultos continuo en línea recta, Leon los alcanzó velozmente, deslizándose cual sombra por los suelos.

—Son demasiados perros para un solo escuadrón —evidenció Everett en voz alta, su acento teñido de una profunda irritación—. ¿Qué demonios está ocurriendo?

—Bueno, muchos canes han estado desapareciendo, era natural que los cornerianos enfurecieran —reflexionó Diya con gesto estoico.

—¡Esto es absurdo! —exclamó furioso—, ¿por qué atacar nuestra base? En este lugar también habitan otros perros y también hemos sido afectados por estos extraños ataques, no tienen motivos para considerarnos peligrosos o lo que sea. Debe haber un error.

—Los cornerianos no son estúpidos —replicó el comandante con calma mientras los pensamientos corrían a toda velocidad por su cerebro, tratando de encontrar respuestas a las interrogantes que habían estado formándose en su psiquis—, debieron encontrar alguna anomalía que les hizo creer que nosotros éramos los traidores perfectos. —Tras pensarlo detenidamente otro momento, Diya le dedicó una mirada al chiquillo que caminaba a su lado, considerándolo—. Leon —pronunció, inquietando al caimán. Leon simplemente le devolvió la mirada al comandante.

Diya lo había pensado antes, por ello informó a los altos mandos sobre la presencia de Leon, ya que sabía que al mantenerlo en secreto estaría atentando contra el equilibrio del elenco militar. Sus superiores lo habían aceptado después de un intenso debate dentro de la reunión donde el propio sargento había asistido, así que Leon no podía ser el motivo por el cual la vida de sus hombres estaba en riesgo, al menos no era una razón directa, pues aún existía la posibilidad de que este ataque no fuera un dictamen oficial, después de todo la existencia del pequeño camaleón se trataba de un rumor para otros soldados y cadetes ajenos a la base que Diya administraba. Aquí debía haber algo más. Un sonido más adelante incitó al comandante detenerse, y detener con un gesto a sus dos acompañantes, quienes acataron al mandato silencioso casi instantáneamente. Y cuando el pasillo se quedó en completo silencio, una serie de quejidos -que inútilmente trataban ser acallados- llenó el ambiente, advirtiendo a los reptiles sobre la identidad de aquel soldado herido. La serpiente se acercó sigiloso a la vuelta del pasillo más próximo, descubriendo a un can entre las sombras, cuya silueta se encogía de dolor mientras respiraba entre agudos sollozos. El comandante lo reconoció parte de sus hombres gracias al uniforme que portaba, pero su identidad fue más personal en el momento que este levantó la vista en su dirección.

—C-Comandante, y-yo... están por todos lados, intenté proteger a mis compañeros pero...

—Esta no es su primer batalla, soldado —espetó Yarur terminante.

—No lo es... —asintió con una sonrisa temblorosa—, pero he resistido hasta ahora para darle mi informe...Ellos... ellos nos contactaron. Corneria quería que nos retiráramos antes de que... esto ocurriese. —El can tosió con fuerza hasta escupir sangre por el hocico, Everett trató de suprimir el desagrado que esto le causó mientras Leon se limitaba a observar, preguntándose qué clase de heridas causaban que el can prácticamente derramara una fuente interminable de sangre desde el interior. Diya continuaba quieto—. Nos advirtieron de su traición, dijeron que usted planeaba romper el acuerdo y crear una revolución... trataron de envenenarnos la mente, je... nosotros no lo creímos, por supuesto, así que nos negamos y entonces nos prometieron darnos muerte inminente. Es curioso ¿no? Nuestra propia especie... pero no quisimos doblegarnos. Mis compañeros y yo... estamos orgullosos de formar parte de esta base, siempre lo estuvimos.

—Soldado. —La voz de Diya fue indiferente, a tal punto que Leon sintió un escalofrío cuando lo vio romper la distancia con el can, temiendo lo peor de aquel brazo que se extendió en dirección al terrier. Sin embargo, el único contacto que los dedos de Diya hicieron fue con el hombro del agonizante can, quien miró con atención el rostro tranquilizador de la serpiente—. Descanse ahora, usted y sus compatriotas ya han hecho suficiente. A partir de este momento yo me haré cargo de todo. Fue un honor combatir a su lado.

— …Gracias —El terrier hizo un saludo militar, temblando a medida que su brazo se colocaba en posición, sus ojos comenzando a perder brillo—, señor.

Cuando el brazo del can cayó contra el suelo y su cabeza se desplomó contra el muro, Diya se puso de pie rápidamente, apenas dejando un lapso de tiempo entre el silencio luctuoso y las ansias abrasantes por continuar el establecido recorrido. Esta vez el sargento no se atrevió agregar nada, caminando sin mayores complicaciones tras su superior mientras Leon se detenía a observar el cadáver del terrier, con quien había conversado antes acerca de las ventajas de estar cubierto de pelo en un clima tan extremo como el de Titania. No podía creer que la vida de un individuo fuese tan frágil. En un momento todos habían estado riendo y al siguiente se resignaron a decorar con su sangre los muros, que los vieron caminar con diversos estados de ánimo. Era algo que había visto muchas veces cuando fue enviado a matar al bando enemigo pero, ahora que lo veía más de cerca, estaba siendo impactante; una cadena de últimas palabras y falta de ellas. Pensarlo invocó una vez más la voz de Fedora en su psiquis, sus labios escamosos moviéndose a un ritmo perezoso.

«No te conviertas en una presa»

Ahora comprendía mejor esas palabras que le había ofrecido, antes de que se marchara lejos. Su madre se estaba refiriendo a escapar de la muerte, huir del juicio de Xhamhalak quien también solía cazar a los depredadores como ellos para demostrar a los mortales cuán irrelevantes eran para el cosmos, cuán insignificantes eran sus existencias para el caos que causa uno sólo de sus soplos. Nadie estaba abstento de probar su destrucción, de fallecer en nombre de una masacre galáctica. Por ello no les quedaba más camino que avanzar, y seguir avanzando sin temor a que su lengua brumosa los alcance al final del sendero para capturar sus almas en una dimensión tenebrosa, en la cual vagarían toda la eternidad. Leon ya se había resignado antes a esta realidad incombatible, pero ahora mismo la estaba comprendiendo con mayor profundidad que antes. Yacer en el centro de la batalla le estaba ayudando a experimentar lo que por teoría había absorbido; presenciar las muertes de frente sin haberlas causado estaba haciendo que su propia alma se endureciera. Apartó la mirada del terrier y se apresuró alcanzar a los dos militares, dispuesto a continuar la voluntad del amado mellizo de Xhamhalak. Zheyx aún estaba sediento de sangre.

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Luego de un extenso recorrido, Diya finalmente señaló el sitio exacto donde se encontraba el laboratorio, cuya puerta resaltaba debido a una enorme sala de pruebas; ahí se concentraba una de las mayores batallas que se estaban llevando a cabo dentro del edificio. Militares, tanto aliados como enemigos, se movilizaban en busca de obtener el dominio absoluto mientras se ocultaban tras las mesas metálicas, donde solían posarse las armas experimentales o tras los blancos de tiro, cuales mecanismos se movían en todas direcciones cuando estaban encendidos. Everett se mantuvo oculto tras el muro luego de haber observado lo mejor posible el estado del terreno mientras Diya, a su lado, cambiaba el cartucho de su revolver y Leon tan sólo aguardaba por instrucciones detrás de la víbora.

—Informe —ordenó el comandante después de un par de minutos.

—La zona está repleta, no puedo decir con claridad cuántos de los nuestros continúan en pie. Los mecanismos en el campo de prueba, por otro lado, están inactivos y todo indica que ni uno solo de nuestros enemigos ha entrado al laboratorio todavía.

—Muy bien, eso es algo positivo —asintió—. Leon, ¿crees poder escabullirte hasta allá y tomar ventaja sobre las acciones de los cachorros? —Leon lo miró, incrédulo con el mandato, ante su gesto Diya no tardó en comprender el motivo por la falta de respuesta. Suspiró y esta vez se dirigió al sargento—. Odio molestarte pero necesito que instruyas a tu juguete.

—¿Señor?

—Estoy diciendo, sargento, que acepto sugerencias. Tu pequeño amigo es nuestra única carta de triunfo disponible y no es a mi a quien obedece.

Everett le dedicó una mirada confundida a su superior antes de dirigirla a Leon, quien sonrió burlonamente después de mantener la vista sobre Diya unos momentos y cerrar los ojos de forma relajada, divertido por la actitud infantil que la serpiente había tomado, aceptando esta vez que el comandante le caía bien; sería una verdadera lastima que tuviera que luchar en su contra, situación que esperaba no ocurriese ahora y quizás jamás.

—Oh, por supuesto. ¿Cuál era su plan?

—Archivos de laboratorio. ¿Tengo que repetirlo, sargento?

—Si el amo está de acuerdo, puedo tomar una postura de prestaciones —comentó Leon de pronto y burlón agregó—, ya sabes, algo así como un intercambio de favores. Yo haré lo que deseas y tú me recompensarás con algo que yo quiera. Por ejemplo, podrías decirme cuándo es tu próximo cambio de piel, estaría dispuesto incluso a brindarte ayuda extra con tal de obtener ese lindo adorno para mi habitación. Me hace ilusión sólo imaginarlo.

—¿Qué te parece si mejor te amenazo con romperte las piernas? —cuestionó Diya con una sonrisa, pues no había tardado entender el humor de aquel malicioso chiquillo.

—No lo recomendaría, especialmente cuando eres una raza de reptil enemiga.

—Muy gracioso.

—Está bien, creo que lo entiendo —replicó Everett experimentando hastío, sólo por ser espectador de semejante convivencia—. Pero paren de una vez con estas estupideces sobre dar y recibir, me provocarán jaqueca.

—No se preocupe, amo. Desde el comienzo me di cuenta que usted nunca fue muy popular, así que comprendo su soledad cuando escucha una charla sobre obsequios —bromeó el menor, Everett no tardó en gestar una expresión sombría en el rostro.

—Powalski, basta, te lo advierto.

—Tranquilo, sargento. Usted será dueño de mi cambio de piel —aseguró Diya con mofa.

—¿Qué? ¿Para qué querría yo su piel, comandante?

Leon comenzó a reír suavemente, una reacción que llamó la atención de Everett al instante, experimentando un extraño brote de paz en su cuerpo únicamente por ver reír al camaleón, recordando con acidez que Abel solía hacer eso también: molestarlo antes de dar inicio a cualquier clase de batalla donde podrían no regresar convida. Leon estaba siguiendo esa costumbre para hacerlo sentirse cómodo. Y lo comprobó al ver el rostro de Yarur, quien parecía menos severo de lo que era mientras estaba en servicio.

—Sabemos por lo que está pasando en estos momentos, sargento —dijo—, y no trataré de alentarlo cuando estamos tras una muerte segura, pero debemos esforzarnos hasta el último instante. Ahora estamos juntos en esto, así que... —El gesto amable de Diya desapareció, sus ojos esmeraldas se abrieron y su sonrisa se expandió por sus labios, adquiriendo una tonalidad casi desquiciada—, ¿qué le parece si hacemos honor a nuestra especie y nos tragamos a esos mamíferos cornerianos?

Everett tragó saliva con dureza, tratando de mantener compostura frente a la expresión del comandante, pues desde el principio fue consciente de que aquella serpiente era el soldado más peligroso del edificio, en especial cuando era perturbada su paz, algo que sucedía siempre que presenciaba la muerte de cualquiera de sus hombres. Determinado esta vez se dirigió al pequeño camaleón, quien yacía serio y listo para recibir instrucciones.

—Powalski, cuento contigo una vez más —dijo arrodillándose frente a él, Leon asintió—. Hay un interruptor en la parte inferior de la puerta que lleva al laboratorio, si lo presionas esta se abrirá y cerrará en un lapso de once minutos. Una vez adentro, dirígete a los cajones de archivos y abre el primero de la izquierda, en su interior encontrarás una serie de carpetas, toma todas las que sean color rojo y traerlas contigo. ¿Ha quedado claro? —Leon volvió asentir, y con ello el caimán se tomó la libertad de volver a levantarse—. Bien. No te molestes en luchar, pelea únicamente cuando tengas que hacerlo, nosotros nos encargaremos de abrirte el camino.

—Y, Leon, cuando estés allá —El pequeño camaleón estuvo a punto de ponerse en marcha, pero la voz de Diya interrumpió con andar, incitándolo girarse con genuina curiosidad—, ¿te importaría traerme una de las armas experimentales grandes? A cambio de ese favor puedes tomar el arma que más te guste, será mi obsequio atrasado de bienvenida a la base. Ya que serán para ti, te sugiero las cuchillas de plasma, son como empuñaduras de una navaja pero sin hoja, apuesto que te quedarán a la medida.

Dedicándole una última ligera sonrisa de aceptación, Leon se apresuró a correr escaleras abajo, consiguiendo llamar la atención de un par de cornerianos que no dudaron dispararle desde sus posiciones, cubriéndose en el momento que advirtieron los peligrosos tiros de la metralleta que manejaba el sargento. Leon escuchó a varios de sus aliados compartir comentarios entusiasmados una vez reconocieron a sus superiores, pero él prefirió enfocarse en su misión, esquivando cada disparo láser dirigido en su dirección de forma precisa.

Cerca de su destino visualizó el botón que su amo le había especificado, así que se se tiró al suelo permitiendo que lo liso del suelo lo llevara con un corto desliz hasta este, presionándolo con la punta de sus zapatos, e impulsándose con el mismo al interior del cuarto una vez comenzó abrirse, pues tenía el tiempo contado y no sabría si existía una forma manual para salir, ya que -si lo había- no necesitaba conocerla por el momento. Una vez adentro siguió las instrucciones del caimán, tomando las carpetas indicadas tras abrir el cajón ya mencionado, dirigiéndose a la mesa donde yacía el armamento experimental. Revisó los tamaños y diseños con un vistazo rápido, tomando uno que se asemejaba mucho a una bazuca -la cual se colocó en la espalda con ayuda del cinturón que traía integrado- y tomó las antes descritas cuchillas de plasma para devolverse con velocidad a la puerta que ya comenzaba a cerrarse.

Planeó deslizarse como cuando entró, pero la visión de uno de los militares enemigos intentando sostener la puerta, lo obligó encender una de las cuchillas, cuyo filo se formó igual que un holograma, antes de lanzarse contra el can para impedir que entrase. Ayudándose del peso del arma que cargaba, lo tiró contra el suelo y le clavó la cuchilla en el pecho. El perro lanzó un fuerte aullido de dolor, pero no dudó tomarlo de la cabeza y lanzarle contra una de las mesas, por suerte Leon no había soltado su arma, así que volvió a colocarse en guardia antes de que un disparo aturdiera al can.

—¡Esa estuvo buena, niño! —le felicitó la comadreja de pelaje gris disparándole al perro en la cabeza para que no intentase lastimar al camaleón de nuevo, cuya sorpresa aumentó al sentir que alguien lo jalaba tras uno de los fuertes improvisados, individuo que resultó ser uno de los canes que habían preferido luchar a su lado que aceptar la propuesta de Corneria.

—¿Para qué es eso? —cuestionó el alaska haciéndole un gesto con la cabeza, que señalaba las carpetas que abrazaba celosamente, antes de levantarse y volver a disparar. Leon esperó que se cubriera de nuevo para responder.

—No lo sé, pero asumo que se trata de los documentos más importantes del laboratorio. El comandante parece tener el objetivo de impedir que lo que estuvo desarrollándose aquí sea robado por este escuadrón corneriano.

—Tiene sentido —el alaska asintió—. El comandante es un hombre receloso con su trabajo, seguramente planea enviarte lejos con esta información para que nadie sepa de ello.

—Entonces eso significa que la base volará en mil pedazos. No es la primera vez que sucede —comentó cierta salamandra, que hasta ese momento había estado ocupado protegiendo el escondite—. Debemos reunirnos con el comandante lo más pronto posible.

—Puedo tomar la delantera —sugirió Leon.

—No —espetó la salamandra—. Si el comandante te ha enviado a ti para hacerte cargo de estos documentos y de esas armas experimentales que llevas, nadie más puede tomar tu lugar, así que seremos nosotros quienes te escolten fuera de este desastre y protejan tus espaldas.

—Mi amo espera junto con el comandante, él ha dicho que pelee cuando deba hacerlo... —murmuró para si mismo Leon, sopesando en las posibilidades—. Está bien, pueden guiarme.

Un grito alertó al grupo. La comadreja acababa de ser herida en el brazo por un disparo láser, motivo por el que había soltado su propia pistola mientras se dejaba caer contra el suelo entre quejidos adoloridos. Sus compañeros no tardaron en acercarse para revisarlo y Leon experimentó un golpe de simpatía al verlos preocupados por aquel mamífero.

Aquel compañerismo y lealtad era de las cosas que más había admirado de esos soldados, parecían tan confidentes al resto del grupo, que realmente era como si no fuesen tan diferentes en cuestión a razas y apariencias. No había visto nada de esto en su aldea, así que podía admitir que estaba deslumbrado por esta peculiar forma de vida que se gestaba en Titania. Y ahora que lo pensaba, realmente podría acostumbrarse a esto. Pero entonces un extraño sentimiento se cernió sobre él para dibujarse dentro de su mente, como una serie de cadáveres empalados sobre un terreno estéril que respiraba humo volcánico, recuerdos que finalmente volvían a traerle el destino que atravesarían todos los seres vivos, si las circunstancias no eran las ideales.