Part 5. Susurro Nocturno

Los pasos efectuados sobre aquel suelo hacían ruido, sonidos constantes semejantes a cascabeles, que al combinarse con el eco propio de una zona solitaria -carente de objetos- lograban alterar sus sentidos con la menor vibración. Fedora caminaba con tranquilidad, agitando su extravagante atuendo con elegancia, vigilando con minuciosidad cada uno de los rincones que componían el hueco territorio por donde transitaba. Y Leon se obligó contener lo más posible su respiración, mientras su lengua expandible picaba, aterrado por lo cerca que ella estaba de su posición.

Su madre era rápida y además despiadada, no tenía ninguna oportunidad de vencerla si lo encontraba. Decidido, se arrastró de una esquina a otra usando las sombras como ventaja, mientras ella se encontraba de espaldas. Fedora reaccionó y Leon se coordinó a su brusco movimiento, quedándose quieto de nuevo, estresado e inquieto. Comenzaba a hiperventilar, aquella sección de entrenamiento era difícil, quizás una de las más complicadas. Probablemente terminaría fallando otra vez y no le agradaba la idea de recibir un nuevo castigo, que lo halaría a la tortura .

—Estás herido, Leon —casi susurró la hembra al viento, provocando una tensión inmensa en el cuerpo de la cría, quien envuelto en pánico bajó la mirada al instante para inspeccionar sus brazos, encontrando el diminuto brote de sangre que no se dio cuenta en qué momento apareció entre sus escamas—. Eres muy descuidado, lo sabes... es por eso que te he obligado a repetir esta prueba, pero... haz vuelto a fallar. Estoy muy decepcionada. —Después de eso, lo único que el pequeño camaleón alcanzó a percibir fue el peso de su madre sobre su espalda y las escamas de una de sus manos aferradas a su garganta, trató de respirar normalmente pero fue imposible, apenas conseguía jadear por oxígeno. Y sin importar cuánto se agitara, estaba inmovilizado. No podía escapar de las garras afiladas de su madre—. Si esto fuera un encuentro real, estarías muerto —dijo a modo de arrullo -meloso- contra su oído.

Leon se paralizó, su corazón latiendo a una velocidad aberrante. Sabía que terminaría desfalleciendo sino controlaba su adrenalina, pues para un reptil como él era letal que su organismo se acelerara más de lo debido en un lapso prolongado de tiempo, con su sangre fría hirviendo como lava de un volcán. Dejó de luchar, su cuerpo se relajó aceptando su debilidad. Aún no era suficiente. Necesitaba más. A este paso sería devorado.

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Leon abrió los ojos lentamente recordando el lugar en donde se encontraba, visualizando el brillo de los disparos láser sobre las estructuras metálicas, y los gritos -o aullidos- de aquellos que eran alcanzados por sus letales efectos. Sintió el tacto de las carpetas entre sus dedos y el peso del arma tras su espalda. Temía que hubiese pasado demasiado tiempo. Se preguntó si su amo se encontraba bien y si el comandante estaría impaciente por ver su regreso. Devolvió la mirada a quienes habían conseguido tratar las heridas de la comadreja; vio al alaska levantarse para dar inicio al nuevo cruce de fuego, la salamandra le acompañó y Leon reaccionó echando a correr tras ellos, mientras un mono se hacía cargo de cuidar de la comadreja. Escuchó a la metralleta del caimán escupir balas a diestra y siniestra fuera del pasillo que había representado su escondite, pues al parecer un nuevo grupo de canes habían emergido de allí para unirse al tiroteo. Leon siguió su trayectoria con la vista, dándose cuenta que estaba completamente solo, así que buscó al comandante, encontrándolo sumergido en su propia batalla justo en el campo de tiro. Revisó de nuevo y vio a muchos de los soldados aliados caer presas de los diestros militares cornerianos, mientras el grupo que a él lo escoltaba se aseguraba de acabar con el mayor número de obstáculos posibles.

Leon se dio cuenta que si seguían con esta estrategia iban a morir, así que -sin decir palabra- se quitó de encima el arma que cargaba y se la entregó a uno de los cadetes que se habían unido a la formación, junto a las carpetas rojas que había recolectado, diciéndole que se lo entregara al comandante enseguida. Una vez hecho, Leon desenfundó sus cuchillas de plasma, encendiéndolas para continuar con el ataque, fijando rumbo a su amo, pues debido a su tamaño, los canes se habían enfocado en derribarlo a él antes que a nadie.

Inducido por la emoción momentánea, se lanzó sobre uno de los cornerianos que estuvo distraído con otro soldado, perforando su cráneo desde la nuca y usando sus hombros como soporte para seguir impulsándose hacía otro de sus enemigos, en cuya cabeza también clavó ambas cuchillas, antes de apresurarse en esquivar los disparos que fueron tras su cola. La sangre salpicaba de un lado a otro, llenando el escenario de su sinfonía personal, pues en esos instantes a Leon ya no le importaba nada más que alcanzar la posición de su amo, ya que cuando miraba en su dirección lucía cada vez más fatigado e indefenso, a merced de los enemigos. No podía permitir que muriera. Tal vez no le hubiesen gustado sus acciones anteriores pero no podía permitirse perderlo también a él; Abel había muerto sin que hubiese podido intervenir para cambiar su destino, así que no dudó abalanzarse con gracia natural entre los militares caninos, mientras en su mente estructuraba las mismas maniobras que tuvo que usar con Fedora para salir ileso de los ataques cortantes, que en el presente no eran nada menos que destellos de luz capaces de perforar la carne de aquello que tocaran. Intentó no perder el ritmo y se esforzó en salir ileso.

—¡Aquí grupo beta! —Atónito por lo que observaba, uno de los canes habló por medio de una radio de pulsera sin apartar su atención del reptil, que se movía de un lado a otro, asesinando a sus compañeros—. ¡Informando! ¡El grupo científico de la base ha experimentado con una cría de reptil, lo ha convertido en el arma definitiva... !

El camaleón volvió a levantar la mirada, descubriendo que Everett había recibido varios disparos, experimentando en su organismo la impotencia de no estar lo suficiente cerca para impedir que este suceso mutara a peor, pues había alcanzado a ver cómo uno de aquellos militares apuntaba a la cabeza del caimán desde las gradas con un rifle de asalto.

—No, no, ¡no! —exclamó saltando hacia el can de la radio—. ¡Fuera de mi camino! —Leon mostró su afilada dentadura, y el desafortunado perro encontró su visión interrumpida por el ataque directo de aquellas brillantes cuchillas, cuyas puntas alcanzaron sus ojos antes de ser enterradas a lo profundo de su cabeza, perforándola sin piedad. El perro lanzó un profundo alarido de agonía pero Leon estaba más ocupado en correr hacia el caimán. Sin embargo, el grito de Diya lo distrajo, éste había encendido el arma con núcleo de energía atómica, cuya carga estaba lista para ser expulsada por la gran boca de plata.

—¡Todos! ¡Al suelo! —demandó autoritario.

Leon obedeció por inercia, al igual que los aliados faltantes. Sólo bastó un disparo para que toda la sala se iluminara cegando la vista de Leon, quien trató cubrirse con las manos mientras yacía recostado. Unos instantes el silencio y la luz reinó sobre la sala, hasta que finalmente toda partícula brillante se disipó, devolviendo visión a los presentes sobre lo ocurrido. La sala de pruebas se había transformado en un cementerio de cuerpos semi-desintegrados por la lluvia de rayos, que había tomado lugar tras el único disparo.

Todos reconocieron que aquella era un arma poderosa que -de no haber sido manejada por alguien meticuloso- muchos de ellos habrían terminado igual que los militares cornerianos adornando la estancia. Leon se levantó del suelo poco a poco, tratando de recordar algún escenario en su planeta que se asemejara aquello, pero entonces su cerebro fue abordado por un recuerdo más importante. Devolvió la mirada hacia la dirección donde había estado el sargento, así que avanzó tratando de visualizarlo entre la pila de cuerpos que lo rodeaban, llamándolo insistentemente. Sin embargo, antes de que pudiera seguir avanzando y comprobar sus temores, una mano lo tomó del hombro, incitándolo detenerse y girar la mirada hacia quien lo sostenía, evaluando el rostro serio del comandante Yarur, quien lo miró profundamente de vuelta, clavándole las pupilas como dagas.

—¿Qué haces? —cuestionó, su acento normal perturbado por el desconcierto, y el miedo que dictaban sus sospechas sobre el estado del sargento.

—No me parece conveniente que lo veas ahora —comentó manteniendo una expresión calmada, pese a la compasión con la que habían sido pronunciadas sus palabras. Leon bajó la mirada, incapaz de comprender la actitud del comandante; había visto suficientes muertes y cadáveres, no entendía qué afectaría el que visualizara el cuerpo de Everett Richter. Aunque después de recordar la imagen de Abel Gavia, interpretó un poco lo chocante que sería para él verlo en esos instantes, pues no podría negar que se había encariñado bastante con ellos; por este motivo una imagen de muerte sería mucho más impactante. Pero ahora estaba solo, y tener conocimiento de ello lo sumergió en un ligero estado de shock.

—Señor, la batalla aún no termina. —El can alaska se aproximó a la serpiente—. Muchos de nuestros compatriotas aún están luchando allá afuera, debemos ayudarlos.

—Y eso es lo que haremos, soldado —afirmó—, no permitiré que los cornerianos sean los vencedores. No, los haremos pagar por habernos declarado la guerra. Si tanto quieren ser masacrados hasta la muerte, que así sea. Prepárense y reúnan a todos los supervivientes que puedan. —Diya dibujó una sonrisa psicótica—. Usaremos a nuestra pequeña mascota.

—¡Si, señor! —Entusiasmados con la declaración de su comandante, los soldados tomaron una postura de firmes, antes de dispersarse por la sala para acatar las ordenes entregadas. Leon continuaba en silencio, y mientras permanecía inmóvil mirando a la nada, Diya lo acompañó unos momentos más antes de romper la quietud que compartían.

—Esto sólo ha sido el final de una etapa, Leon. No puedes permitirte lamentar una perdida durante mucho tiempo. Tus amos han muerto, ahora te corresponde elegir por ti mismo lo que harás. Deberás tomar tu libertad así sean o no tus deseos.

—Y-Yo...

—¡No titubees! —espetó con severidad, consiguiendo que las pupilas de Leon finalmente reaccionaran y se deslizaran en su dirección—. Tu propia vida está en juego, si te derrumbas ahora todos tus esfuerzos habrán sido en vano, debes seguir luchando, incluso con la muerte frente a ti. ¿Acaso no recibiste entrenamiento para esto?

—Mi mente y mi cuerpo saben eso —declaró, y la firmeza en su voz sorprendió a Diya—. Es sólo que... es la primera vez que lo siento tan personal. Cuando me enfrentaba a mi madre, de alguna manera sentía que ella no me haría daño por mucho que me presionara, por mucho que amenazara con devorarme, por mucho... que dijera que podría reemplazarme cuando ella quisiera. En el fondo sabía que estaba mintiendo. —Leon suspiró, reuniendo fuerza de voluntad para devolverle la mirada a la víbora—. Comandante, como dijiste, ahora soy un camaleón libre y pretendo tomar cada parte de esa libertad; consumirla por completo, hasta que ya no quede rastro alguno. Mi presencia ya no figura en esta base ahora que he perdido mis principales lazos, así que encontraré una salida y me iré de aquí.

Los ojos esmeraldas de Diya se crisparon en respuesta a las arrasadoras palabras de la pequeña cría, experimentando una serie de sentimientos de admiración y rechazo por todo lo que estas implicaban. Sin embargo, el temblor de sus labios se estabilizó con una sonrisa conmovida, pues había visto en Leon un fantasma de lo que fue él antes de convertirse en comandante, así que no pudo quejarse de la decisión que él había tomado, ni siquiera cuando una decepción enorme se adueñó de su centro emocional. Después de todo, ¿quién era él para retenerlo ahí? Este camaleón era diferente a todo lo que había visto y conocido, en un planeta tan diverso -en cuestión a población- como Titania.

—Por lo visto no puedo convencerte de que te quedes —dijo, más para sí mismo que para su pequeño acompañante, sus músculos antes tensos se relajaron y su mirada se suavizó, hasta volver a su estado natural—, perfecto. En realidad, conozco una salida reservada únicamente para conocimiento exclusivo y nadie, más que yo, tiene idea de cuál es su ubicación exacta en la actualidad. No se encuentra muy lejos de nuestra posición actual, convenientemente. —Diya hizo una pausa breve antes de sonreír—. ¿Te interesa?

—¿Sin trucos? —cuestionó el pequeño con una sonrisa, equivalente a la malicia que Diya dejaba delatar en su semblante usualmente agradable.

—Me estoy asegurando de que me debas un favor, así podré utilizarte en nuestro próximo encuentro. Creo que es justo, después de todo planeaba que me convirtieras en tu amo. —Leon hizo un rápido y corto movimiento de hombros en reacción a su propia risa.

—Suerte que me previne para tomar una decisión distinta.

—Verdaderamente lamentable, he de añadir —comentó Yarur para enseguida dirigirse a sus hombres cuando advirtió un aumento de personal a su disposición—. Estén listos para bajar al sótano, los veré ahí en veinte minutos. —Con igual energía, el nuevo escuadrón -formado por un número pequeño de mamíferos y escuálidos lagartos- se puso en marcha con armas en mano. Leon los vio alejarse, lamentando no tener el valor para despedirse; no es como si tuviese un apego especial con ellos, pero su compañía resultó gratificante en su momento. Sería extraño recorrer las tierras de Titania por su cuenta—. Sígueme —dijo la serpiente devolviéndose al camaleón tras dictar sus ordenes, compartiendo miradas resueltas antes de emprender marcha a dirección opuesta del grupo que también abandonó la sala de pruebas.

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Muy pronto los dos reptiles se encontraron de vuelta en los pasillos. La alarma había parado de sonar y ahora su camino estaba siendo iluminado por las barras de luz secundarias del edificio. El eco de sus pasos a lo largo del pasillo, recordó al camaleón lo recién experimentado, pues esta lucha podría tornarse mucho más intensa, una vez pisara el exterior estando completamente por su cuenta, pero ya había tomado una decisión y se aferraría a esta así le costase la vida. Estaba determinado a ir en busca de su propia libertad, considerándose estar listo para enfrentar cualquier clase de adversidades solo.

—El sitio que estás a punto de atravesar está estructurado de modo que sus pasajeros no requieren orientación —explicó—, hay un solo camino y una salida. Te llevará al patio trasero de la base a una distancia optima de la arboleda. Hagas lo que hagas, no te detengas hasta llegar allá y, si alguien te ha visto emerger, no te molestes en cubrir la puerta, ya que está diseñada para impedir que hagan uso de ella desde el exterior. Sé que no necesito recordártelo, pero escucha mi último consejo: sobrevive. —Leon asintió en silencio, sin cuestionar nada innecesario para su escape, pero no dudó devolverle la mirada a la cobra cuando esta reveló las emociones hirviendo en sus pupilas rasgadas por sobre el hombro. Continuaron caminando hasta finalmente llegar a un muro que -sino se observaba con cuidado- fácilmente lograba camuflarse con el resto. Diya efectuó una serie de movimientos de forma paralela, ocasionando un escape de aire provocado por la apertura de un hueco con forma circular, imitando la apertura de una flor. Diya agregó—. Me encontraré con mis hombres en menos de trece minutos, así que apresúrate en abordar.

Leon obedeció acercándose a la entrada, pero se sostuvo de los bordes antes de resbalar por el camino empinado similar a una tubería, devolviendo la vista al comandante Yarur, quien le había dado la espalda. Fue un impulso, tal vez decidió que no podía simplemente alejarse de aquella manera, considerándolo inaceptable y posiblemente ruin, por eso el camaleón se irguió de nuevo, respiró un momento, cerrando sus manos en puños antes de atreverse a pronunciar aquello que picó en su garganta, con tal fuerza que fue imposible dejarla formarse en su lengua y cavidad libremente.

— …No te conviertas en una presa —suplicó.

Diya, impresionado, miró sobre su hombro la silueta del camaleón, quien lucía incluso consternado por esta separación, como si de pronto estuviera lamentando el curso de su elección, a pesar de que no era así. La serpiente no supo cómo reaccionar a esta muestra de preocupación, así que dejó que su lengua se expusiera un par de veces en busca de inseguridad, alguna clase de truco o burla que estuviera arrastrando las palabras de aquel niño. Y cuando no encontró nada más que simpatía en las acciones de Leon, se giró por completo hacia él, adoptando una postura firme y formando una seña de cuatro dedos con una mano, para proceder a levantarla contra su pecho a la altura de su corazón, cerrando los ojos unos momentos.

Zeg zashmashthash dacrash [*En nombre de la sangre] —recitó Diya respetuosamente. Leon imitó su postura.

Ofghav tel káduh krrey [*En nombre de la sangre] —correspondió cerrando los ojos también y formando una ceña de tres dedos, que colocó de igual modo sobre el pecho a la altura de su corazón.

Diya sonrió complacido, sintiendo como si su alma estuviera siendo abrazada por una calidez impropia de cualquier fuerza natural. Compartir palabras de su idioma como algo tan intimo, por algún extraño motivo, hacía saltar su corazón de felicidad. Haber conocido a este camaleón era por mucho lo mejor que le había sucedido en aquellos meses. Sin querer terminó desarrollando un fuerte afecto por él y, al parecer, tampoco era el único en padecerlo. Pues una vez volvieron a conectar sus miradas, se dio cuenta que Leon realmente lo consideraba alguien digno de su simpatía. Pronto, un crujido casi imperceptible interrumpió el momento, incitando que Diya dirigiera una mirada a sus costados y desenfundara de forma instintiva el revolver que llevaba consigo, realizando un único tiro certero que derribó al canino que cometió el error de mostrarse. Diya devolvió la mirada al chiquillo, quien lo observó con intensidad unos instantes más.

—Será mejor que te vayas —declaró el comandante y esta vez Leon no vaciló en dejarse caer de un salto preciso por el tobogán, cual iluminación se vio abruptamente extinguida por quien cerró la entrada desde el pasillo superior.

Leon se deslizó con gracia por el sendero oscuro sin atreverse a extender los brazos a sus extremos, pues seguro le impediría llegar a su destino. Unos segundos todo lo que pudo apreciar fue el sonido de sus ropas friccionándose contra el acero bajo su espalda, hasta que por fin las plantas de sus pies impactaron contra lo que -supuso- debía ser el final del camino. Extendió un brazo hacia arriba descubriendo que la nueva estructura le permitía ponerse de pie, y así lo hizo, mientras escuchaba a una compuerta cerrarse detrás de él.

Subió una escalera corta observando cómo una nueva compuerta circular se abría ante sus ojos, dejándole saber que estaba de vuelta al exterior; volviéndolo consciente de lo que encontraría una vez abandonara ese refugio bajo tierra. Sin ceder a la hesitación, Leon trepó, recibiendo en su cuerpo el viento frío mezclado con el olor a pólvora y combustible quemado. Muchos soldados estaban combatiendo, y esta vez no se detuvo a examinar a qué bandos pertenecía cada uno, comenzando a correr entre las explosiones; la lluvia de balas a fuego cruzado que viajaban por el terreno. Gritos de dolor y furia atravesaron sus oídos mientras pasaba bajo un hélice. Se encontró con varios cuerpos recientes regados por el piso. Levantó la mirada, siendo espectador de cómo un tanque era destruido por una bomba de cañón, que había visto en uno de sus vuelos sobre el ático de la base.

Sintió al suelo vibrar por alguna maquinaria que se estaba acercando a gran velocidad, mientras visualizaba a otra marchando en sentido contrario para contraatacar. Un fuerte sentimiento de resolución se adueñó de su mente después de haber visto tanta destrucción. La adrenalina lo mantenía en movimiento, indispuesto a quedarse en medio de este combate como un objetivo más. Un chimpancé y un husky estaban luchando a mano limpia delante suyo, más no se molestó en evadirlos cuando una voz lo señaló como el arma definitiva antes reportada, aunque esperaba hubiese sido su imaginación, producto de un delirio ocasionado por todo lo que había visto. Sin frenar un instante su camino a la arboleda, miró a sus espaldas comprobando que una jauría pequeña de soldados caninos seguían su trayectoria, entonces no pudo evitar que sus articulaciones y corazón resintieran un golpe de miedo que rápidamente agitó su respiración conforme se adentraba a la zona silvestre.

—¡No lo dejen escapar! —ordenó aquel que lideraba el grupo. Leon trató de aumentar la velocidad con la que corría, pero descubrió que incluso había sobrepasado su limite y aquellos canes estaban alcanzando su posición, cada vez más rápido.

—Ese niño debe ser quien asesinó al capitán Rufus —exclamó otro, disparando las primeras balas en dirección a quien no se limitó cubrirse en los troncos de los arboles, después de que otra serie de disparos fueran ejecutados en su contra.

Libre de peligro, el pequeño camaleón comenzó a trepar uno de los arboles cercanos que conformaban el centro del sendero, resbalando un par de veces antes de finalmente ajustar su propia gravedad para escalar hasta la copa. El grupo de canes se detuvo, justo donde el sonido de las hojas al ser trituradas por un peso en movimiento había dejado de manifestarse, echando un vistazo a todas direcciones con sus armas preparadas a levantar el fuego con el mínimo ruido.

—Manténganse alertas, el diablillo debe estar escondido por aquí —aseguró uno de los caninos—, no pudo haber ido demasiado lejos.

Leon aguantó lo mejor que pudo la respiración, vigilando la cacería que cada uno de los militares efectuaba, los vio olfateando el aire con sus húmedas narices y disparando entre los arbustos, con la esperanza de que emergiera de alguno de esos posibles escondites. El reptil se tomó la libertad de contarlos, sintiéndose acorralado solamente porque estaban rodeando el árbol sobre el que yacía, aún si desconocieran que tal era precisamente donde se ocultaba. Su piel inconscientemente se había teñido de un verde más oscuro, el cual lo ayudó sentirse relativamente protegido con el camuflaje genético.

Pero pronto comprendió que de nada le serviría si terminaban rastreándolo con su molesto y bien desarrollado olfato.

Se examinó a sí mismo comprobando satisfactoriamente que no tenía una sola herida. Sin embargo, no podía quedarse ahí para siempre, debía deshacerse de ellos antes de que alguno decidiera solicitar más refuerzos y por ende fuese más difícil para él sobrevivir. No podía permitir que el número de sus adversarios lo intimidara. Lentamente alcanzó con sus dedos una liana, asegurándose que nadie notara el movimiento, cuya longitud preparó antes de descender con cuidado por las ramas inferiores, hasta uno de los perros que patrullaban cerca del tronco. En el mismo instante que lo tuvo de espaldas, extendió la liana rodeando con esta el cuello del can en un movimiento, quien protestó por la falta de oxígeno, pero ni aún así lo soltó mientras lo sostenía cerca del tronco con su propia cola.

—¡Ken! —El disparo de otro fue la señal que Leon había esperado para dejar de ejercer presión, pero cuando liberó al perro ya lo había asfixiado—. ¡Maldito bastardo! —El can disparó de forma obsesiva, deteniéndose al darse cuenta que Leon había usado el cadáver de su amigo como escudo para saltar sobre él cuando los tiros de su pistola cesaron.

Alarmados por los nuevos gritos, los canes comenzaron agruparse en la misma zona, donde Leon se aprovechaba del terreno verde para deslizarse con astucia bajo las frondosas y cerradas hojas de los hierbajos cercanos. Atacar, ocultarse y volver para cobrar su siguiente victima. Pronto, uno de los canes se adelantó a sus reflejos, disparando a una mano y consiguiendo obligarle soltar su cuchilla derecha. Ligeramente aturdido por el dolor, un nuevo disparo le arrancó su última cuchilla, así que se dejó caer al suelo para ocultarse, esta vez temeroso de que otro disparo lo alcanzara.

Se siguió moviendo debajo de las hojas y los últimos soldados siguieron su movimiento sosteniendo fuego constante. Logrando hacerse de las pistolas de los militares caídos, Leon emergió de vuelta disparando rayos láser sin orden, mientras se movía en una sola dirección. Cuando solo quedaban dos objetivos, el sistema de ambas armas pareció volverse obsoleto, entonces optó por acercarse lo más rápido que pudo al primero, haciendo uso de una nueva liana, volviendo aplicar el mismo método de asfixia que había usado al principio de ese combate. Habiendo cumplido su cometido, se impulsó hacia atrás, pero no logró reaccionar al fuerte golpe que le proporcionó el último soldado, el cual lo envió a impactar contra una roca de gran tamaño.

Débil y turbado por ambos impactos, Leon no pudo impedir que el doberman lo interceptara violentamente en el suelo, rodeando con sus toscas manos su delgado cuello, con la intención de ahorcarlo sin piedad. Leon luchó pero su fuerza física no se comparaba a la de aquel can de pelaje oscuro, cuya fiereza estaba siendo remarcada por las heridas antes recibidas y los gruñidos de cólera zumbando dentro de la garganta canina, al mismo tiempo que sus ojos rojos destellaban con el primitivo anhelo de la sangre que corría por las venas del pequeño reptil, cual destino estaba pendiendo de un hilo.

—Bastardo hijo de puta —gruñó consumido por el odio—. En verdad fuiste una molestia. Fue divertido, es cierto, pero ya es hora de que los niños lagarto se vayan a dormir.

Leon continuó retorciéndose desesperadamente bajo la sonrisa cruel que surcaba los labios caninos, mientras estos desnudaban sus aterradores colmillos, cuyo brillo le parecieron a Leon la entrada al reino de la muerte. No quería morir pero su debilidad comenzaba hacerse palpable, y se burlaba de él con cada segundo que pasaba a merced de las garras del doberman. Le faltaba aire, su visión comenzaba a fallar, el mundo se tornaba borroso, intangible. Se estaba muriendo y lo peor era que no podía impedir que siguiera su curso. ¿Aquel era su final? ¿Era así como terminaría? Sería aniquilado por este enviado de la masacre sin rostro. Leon creía estar viendo de frente a Zheyx, quien gozaba de verlo transformarse en presa de un final inevitable.

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Se agitó una vez y otra, se agitó de nuevo, desesperado por la sensación de asfixia tan conocida que Fedora había aplicado en su garganta antes. La sentía inmovilizando cada una de sus extremidades, alejándolo de sus posibles escapes a esta prueba insensata. Odiaba esto, porque entre más se movía, era peor la presión que se cernía en su garganta. Gimió e intentó quitarse aquellas manos escamosas del cuello, pero falló y un nuevo apretón le arrancó el aliento por unos momentos, inquietándolo al pensar que Fedora trataría de matarlo ahí, por placer y para siempre.

—Esto terminará en el momento que decidas rendirte, Leon. No puedes desafiar al destino. —La voz de su madre era tranquila y sedosa, pero la tensión de sus músculos indicaban firmeza, una tan potente que Leon era consciente de que no lograría derribarla, aunque suplicase por su vida—. Debes saber, que alguien con un odio tan inmenso no esperará a que pienses en un método para librarte de sus garras. Admítelo, has perdido. —Leon jadeó, reconociendo la sensación de hormigueo distribuyéndose por su cuerpo. Si no pensaba en algo rápido, terminaría desmayándose—. El exterior es brutal, lo es porque Xhamhalak así lo ha decidido. Los enviados de Zheyx te perseguirán y disfrutarán de tu sufrimiento, tanto como perseguirán hasta el cansancio tu muerte. Si eso ocurre, y estás solo para enfrentarlos, ¿qué harás entonces? ¿Morir y darles el placer de torturarte como estás haciendo ahora mismo?

El cuerpo de Leon dejó de moverse, reduciendo su lucha hasta abandonar toda oportunidad de obtener de vuelta su libertad. Los ojos del pequeño camaleón se entrecerraron mientras sus pupilas se ocultaban tras sus parpados, pareciendo haberse desmayado por fin. Fedora redujo la presión que ejercía sobre su tráquea, liberando el ducto de respiración de su cría y suspiró decepcionada por este desenlace. Nunca esperó que Leon se levantaría de golpe, y que con su cuerpo la obligaría caer de espaldas, mientras él aprovechaba la brecha para huir. Esto la dejó paralizada unos momentos pero, tras recuperarse de la sorpresa, no contuvo la necesidad de liberar una corta pero extasiada carcajada, que reventó por todos los rincones de la desierta habitación, mientras se levantaba y vigilaba la dirección por donde su hijo había escapado.

—¡Ingenioso! —elogió con una sonrisa acentuada por sus amenazadores colmillos—. Me tomaste completamente desprevenida. Te aprovechaste de nuestra estructura genética y me hiciste creer que habías desfallecido. Perfecto. De eso es de lo que se trata. No te limites en usar todo lo que esté a tu alcance para defenderte y derrocar a quienes posean el poder. —Leon escuchó las palabras de su madre desde la distancia mientras se recuperaba de la adrenalina recién sufrida, pero no se atrevió atacar, aún cuando la hembra se deslizó por el terreno lentamente, volviéndolo consciente de que -con tono dócil- agregó—. Estoy colocando todas mis esperanzas en ti.

Temblaba, pero la cría no estaba segura porqué un calor apremiante estaba picando sus lagrimales en ese momento. ¿Qué significaba todo eso? El todo lo confundía.

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Obedeciendo a sus instintos, coordinándose a sus recuerdos, Leon dejó que su cuerpo se relajara, fingiendo perder su última bocanada de aliento, para rendirse a la agresión que se mantuvo tensa sobre su garganta, hasta que el doberman advirtió la carencia de lucha. Los dedos del soldado se negaron a separarse enseguida del tacto frío que le proporcionaban aquellas escamas, prefiriendo mantenerse ahí hasta que su cerebro lo ayudó librarse de la pasión momentánea. El doberman vació la tensión de sus músculos y soltó el cuerpo inerte del camaleón que no mostraba signos de vida ni pulso bajo su corpulento cuerpo.

Se llevó una mano a la frente, secándose el sudor que se había deslizado hasta la punta de su nariz, ayudándose de las almohadillas en la palma de su mano para secarse esa humedad. Tan distraído en la sensación de alivio, que fue incapaz de notar el breve movimiento dactilar del reptil, quien aguardó inmóvil un poco más, calculando el tiempo correcto.

Después de un corto lapso de tiempo, finalmente Leon se impulsó de un movimiento certero contra el doberman -quien se sobresaltó de terror- para morderle la garganta con sus filosos colmillos, destruyéndole la tráquea con su poderosa mandíbula. Ignorando los sonidos ahogados que lograron alcanzar superficie, mientras varios golpes instintivos se impactaron contra su cuerpo, antes de que su victima fuera arrastrada a la desalmada agonía que probaron sus labios, con el gusto característico del hierro. Y cuando el doberman había dejado de moverse por completo, Leon se apartó de la fuente sanguínea que terminó por manchar todo su rostro con el aroma de la muerte. Tembloroso, retrocedió varios pasos hasta que sus piernas no pudieron sostener su peso más, dejándose caer al centro de aquel círculo de cadáveres del cual fue el principal autor, retirándose a un merecido descanso, su respiración agitada acompasándose al ritmo que lo hacia el latir de su corazón.


*Tanto la frase de Diya como la de Leon se encuentra en la lengua nativa (cuestión a territorio venomiano) de cada uno, la cual también señalaría una muestra de respeto entre sí y una muestra de buenos deseos para el futuro del contrario.

Me habría gustado mucho agregar caracteres de su escritura, pero me conformo con la traducción de sus letras como las nuestras. Igual decirse eso es raro pero todo tiene relación a sus tradiciones, las cuales explicaré mucho más adelante.