Part 6. Precio de Mortalidad
Agotado y sudoroso, Leon no se resistió al impulso de permanecer inmóvil largos minutos sobre la arena. Durante ese periodo, fue capaz de percibir la vibración que causaban las explosiones y el traslado de objetos pesados. Sus oídos se sumergieron en lo ruidos lejanos de disparos en diversos calibres, exclamaciones y llamados propios del hogar que había dejado atrás. No quiso imaginar cuál había sido el destino de los integrantes de la base, ni quiso contar el número de victimas que faltaría cobrarse para que todo aquel desastre se detuviera; Leon estaba demasiado cansado para pensar nada. Sin embargo, un rugido con tintes metálicos hicieron que sus párpados se abrieran casi instintivamente. Se reconoció aterrado por una razón que no concebía, pero al siguiente instante todas sus teorías fueron desechadas por el rugido de su propio estomago y, haciendo una mueca adolorida, se levantó del suelo abrazando su barriga. Estaba hambriento. Miró a su alrededor y no encontró otra cosa que plantas y arboles, más un aroma desconocido en el ambiente mantenía despierto su alarmante apetito.
Se relamió los labios por inercia, pero el sabor a hierro llenando su rostro fue sorpresivamente más dulce de lo que imaginó antes. Curioso retiró una porción de su cara con un dedo y lamió su yema dactilar consciente de lo que era, aún así volvió a mirar los cuerpos que rodeaban su figura, tratando de provocarse nauseas o asco, pero terminó avivando mucho más gula en su anatomía.
Inseguro desvió la mirada en busca de un bocadillo rápido, algún insecto de buen tamaño o cualquier criatura rastrera que acostumbró cazar con facilidad durante su estancia en la base. Nada. No había absolutamente nada para saciar su voraz hambre. Devolvió la vista a los cadáveres caninos, identificando un nuevo aroma que se colaba en la sofocante atmósfera, así que se acercó a uno de los cuerpos muertos a causa de los rayos y lo inspeccionó un poco más debajo de su traje, descubriendo una porción de pelo quemado, cuyo olor hizo a su estomago rugir desesperado por alimento, mientras su cerebro luchaba por resistir, negarse a la idea que estaba atravesando su mente, mas su hambre estaba nublando su juicio.
En retrospectiva, había espiado muchas veces a los cocineros de la base por mera curiosidad, ya que después de probar la comida de sus amos, inevitablemente le intrigó conocer la razón por la cual la carne que él ingería comúnmente poseía un sabor distinto; los había visto cortar la carne cruda con ayuda de cuchillos de graciosos diseños, procediendo a depositar los trozos con formas rectangulares en artefactos llenos de gorgoreante agua, donde pasaban los próximos minutos hasta finalmente ser preparados con extrañas especias, que entonces le explicaron recibían el nombre de "sazonadores". Quizás, si hiciera eso, y los quemaba al fuego simplemente, el sabor de la carne cambiaría y entonces no tendría que preocuparse por lo que fueron antes de ser hechos pedazos. Así ni siquiera él mismo se daría cuenta que estaba alimentándose de aquellos a quienes asesinó en defensa propia y -del mismo modo- les estaría brindando tributo a sus muertes, y el sacrificio de cada uno no se desperdiciaría dentro de las fosas que -le contaron- resguardaba sus cuerpos como un recuerdo civilizado al morir.
Buscó por el terreno el paradero de sus cuchillas de plasma, cuyo brillo azulado delataron su ubicación enseguida, y se aproximó al doberman. Su aroma era más fuerte gracias a la sangre que se escurría a chorros por su cuello, por lo tanto le pareció más apetitoso. Leon tragó saliva nervioso, arrojándose sobre él por mero instinto, pretendiendo arrancarle un trozo para probar. Al sentir su sabor bajar por la garganta, se apartó intentando escupirlo, pero sus esfuerzos eran inútiles; sabía tan bien. Cortó un trozo, fascinándose por el aroma que adquiría la piel al contacto con el plasma, cortó un nuevo trozo y luego otro hasta que por fin reunió la cantidad suficiente. Robó del bolsillo de otro militar una cajetilla de fósforos, encendiendo con ellos una pequeña fogata con la leña que encontró cerca -no podía permitirse demasiadas libertades de buscar mejores adquisiciones en ese momento-, donde expuso la carne libre de pelo, comenzando a comerlo e ignorando la amargura que se prometió mejorar la próxima vez que practicara cocinar.
Habiendo saciado su hambre, arrancó la piel del canino más peludo del escuadrón, la cual se llevó consigo para terminar de confeccionar después. Y se retiró de la zona, convencido de que necesitaría un refugio lejos de su posición actual, pues todavía escuchaba la sinfonía de la guerra fuera de la arboleda.
Transportándose hasta la parte más alta de una vereda cercana, Leon fue capaz de ver la luz del fuego a la distancia, donde la figura de la base era prácticamente una mancha negra en el basto desierto. Se dejó admirar un poco más la destrucción que aún se gestaba allí, advirtiendo la presencia de una criatura que emitía rugidos metálicos, escupiendo fuego sobre los tanques enemigos, haciéndolos explotar. Se preguntó si era esa extraña máquina a lo que Diya se había referido como mascota, pues su nivel de violencia era elevado y se veía que estaba siendo un verdadero problema para sus adversarios. Pensar en ello lo hizo agradecer no estar ahí para presenciar las consecuencias de haber soltado tremenda arma. Pues a pesar de la distancia, su tamaño era inmenso; Leon no imaginaba cómo se vería de cerca. Optando por ignorarlo, y prestar atención a su propio problema, se puso en marcha, orando a los espíritus del Voexyl* porque tuvieran piedad de su alma y lo protegieran de lo que sea debiera enfrentar ahora.
Caminó tanto como sus piernas lo permitieron, incluyendo después de haber identificado ampollas en sus talones y dedos de sus pies. El cansancio lo abordó una vez más y su aparente debilidad lo llevó hasta la entrada de una aldea abandonada, cuyas viviendas hechas de paja se delataban deterioradas en demasía, como si los años hubiesen tragado lo mejor de estos desde el primer amanecer.
Después de dar un par de vistazos, decidió que lo mejor sería explorar por la mañana, así que tomó por su campamento temporal una tubería de cemento partida a la mitad, que sobresalía de la tierra y que presumía ser lo bastante cálida para resistir las noches del desierto. Ahí, con apoyo de una lampara que antes había robado de los militares caninos, cosió con lianas la piel peluda hasta formarse un abrigo con capucha, el cual vistió antes de apoyarse contra la arena fría, observando con tristeza las heridas punzantes que se había hecho con su torpe manejo de la aguja, que siempre llevaba consigo en memoria de su antiguo hogar. Era un verdadero desastre, y este pensamiento le hizo recordarlo, esa noche en Venom en compañía de su estricta madre.
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Había estado huyendo por toda la residencia una vez fue sacado de su cuna, emitiendo sonidos de amenaza a su propia madre, cada vez que se acercaba con la intención de curar los cortes que se había hecho en su última sección de entrenamiento. Y después de una pelea sin sentido, que cobró represalias contra muchos otros objetos del hogar, Fedora logró alcanzarlo y someterlo contra el suelo sin intimidarse por los nuevos gruñidos resentidos que su cría le dedicó, por todos los productos que utilizaba para desinfectar cada herida y cerrarlas sin alguna muestra de delicadeza -o compasión- al cubrirlas con una coraza de árbol especial, razón por la que Leon se retorcía bajo su peso intentando obstinadamente escapar.
—Algún día querrás que sane tus heridas —declaró la enfurecida hembra, finalizando con su trabajo y forzando la cabeza de su hijo de modo que fueran capaces de verse a los ojos—, y cuando eso ocurra, yo ya no estaré ahí para atenderte.
La respiración de Leon era pesada y sus pupilas ardían con deseos de atacar a su madre pero, a pesar de ello, Fedora lo soltó y se levantó dispuesta a terminar sus actividades de costura lejos de la rencorosa cría, la cual se quedó postrada en el suelo cuando se sintió libre, golpeada por el cansancio que toda aquella persecución había causado en su cuerpo. Al fin se puso de pie, observando a su madre tejer el nuevo ropaje que le sería entregado para contrarrestar el clima frío que se avecinaba a su territorio. Leon se acercó sigilosamente, midiendo con su lengua el nivel de amenaza que despedía Fedora de su silueta mientras trabajaba, comprendiendo que no estaba en peligro de un castigo, motivo por el cual se plantó delante de ella, consiguiendo su objetivo de hacerla mirarlo. Y sonriendo, Leon alzó el cuchillo para cortarse intencionalmente la palma de su mano con un movimiento rápido y preciso; esto no tardó en irritar al camaleón adulto.
—Cúrame —dijo sin mitigar un poco su sonrisa burlona. Fedora tomó el brazo herido violentamente, transmitiéndole su furia con una sola sacudida.
—Vuelve hacer eso y yo misma te daré motivos para sangrar de verdad. —Pese al escalofrío que descendió sobre su espina dorsal, Leon continuo sonriendo, deleitándose con los movimientos que no se había molestado en analizar en previas curaciones. Los dedos de Fedora esta vez eran gentiles conforme administraba los diversos remedios caseros, y Leon se vio hipnotizados por ellos, sin advertir la sonrisa conmovida que se formó en los labios de la reptil después de mirar de reojo la expresión de su hijo, quien deformaba su rostro serio a causa del dolor ocasional del tratamiento—. Mocoso insolente —bufó.
Leon levantó la vista hacia ella, apenas logrando ser espectador de una mueca que segundos después le hizo dudar de su existencia, aunque más tarde él también sonrió, disfrutando de ese momento en compañía de su madre, considerándolo confidente y especial.
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Una mezcla de voces aturdiendo la quietud de la mañana, despertaron a Leon de su sueño. Abrió los párpados identificando el lugar donde se encontraba, desconociendo las voces que se levantaban junto a otros sonidos de extraña naturaleza, que crujían de forma constante. Hizo un esfuerzo por desperezarse y deslizarse lo antes posible al extremo de su escondite para asomarse. Contaminando el paisaje de la aldea abandonada, un número considerable de carretas se distribuían por el terreno mientras, lo que parecía ser una manada de hienas, se movían de un lado a otro cargando la chatarra que habían tomado del sitio, y que posteriormente colocaban dentro de las carretas.
Leon no sabía en qué estaban trabajando, ni cuán peligrosas podrían ser esas criaturas, así que pensó en tomar sus pocas pertenencias para marcharse de ahí frente a la menor oportunidad, pero una silueta inmóvil lo detuvo de realizar su plan, incitándolo quedarse unos instantes más para observarlo mejor, totalmente impresionado. Actuando como el centro de todo el movimiento, yacía un camaleón de su tamaño, delatando una debilidad palpable debido al color percudido de sus escamas y la delgadez extrema de su cuerpo. Estaba usando un arapo marrón como atuendo, en sus tobillos y muñecas se delataban grilletes adornados de cadenas, cuya punta dejaba presumir un aro que seguramente estaba diseñado para aferrarse a otro objeto.
Esta figura dio un par de pasos a su derecha, antes de detenerse y mirar justo en su dirección. Aunque parecía haber advertido su presencia, obviamente no podría verlo, pues Leon confiaba en sus habilidades de camuflaje, y aún si tuviera buen sentido visual capaz de sobreponerse a la distancia que les separaba, no podría reconocer su figura. Leon podía decir también que se trataba de una chica de su edad únicamente por los rasgos finos de su cara, pero sus sospechas fueron confirmadas en el momento que una de las hienas -aquella vistiendo un traje de gala lustroso color crema- se detuvo a su lado, acariciándola de la cabeza con cierta dulzura.
—¿Viste algo, Johari? —cuestionó esta hiena de pelaje manchado, deslizando su mano hasta posarla firmemente en la mejilla de la quieta pequeña, mirando en la misma dirección que ella, sin borrar una sonrisa ladina de su malicioso rostro. Leon supuso que esa hiena debía ser alguna clase de criminal por el porte pedante que conservaba.
—Señor Eto'o —Uno de las trabajadoras hienas llamó la atención del aludido—, hemos recolectado todo el metal que podía ofrecer esta aldea, estamos listos para partir.
—Eso es perfecto, zarpemos pues de vuelta a nuestro hogar en Koom —indicó y el trabajador se retiró con un asentimiento de cabeza, mientras Sika Eto'o atraía la mirada de la niña sujetándola de la barbilla, alejándola de la dirección que visualizaba con gran insistencia—. Ven, Johari. Debemos comenzar hacer los preparativos para nuestra cacería, necesitaré de tus encantos esta vez para atraer a nuestra presa.
La hiena rodeó la espalda de la niña con su palma y la impulsó caminar a su lado sin mayores quejas, para que juntos subieran a la cabina de un carruaje de madera, el cual encabezaba toda la caravana. Los planes que Leon estructuró en su cabeza hasta ese momento, fueron reemplazados por la necesidad de ir tras ese remolque de aspecto sencillo, ansioso de respuestas, pues creyó que él sería el único camaleón habitando Titania- Además nunca se imaginó que podría conocer a otros camaleones que hubiesen sido vendidos a mercaderes, como seguramente lo era ese mamífero de engañosa apariencia. Ahora mismo necesitaba ver de frente a esa chica, tal vez aprender de su modo de vida le ayudaría sostenerse en ese planeta ahora que carecía de un amo quien le ofreciera una razón para vivir.
La caravana se deslizó por el desierto sin ninguna dificultad, formando un camino entre la arena, que para Leon funcionó como rastro donde depositó su orientación, siguiéndolo desde una distancia optima, ya que no le convenía ser descubierto cuando podría estar poniendo su vida en riesgo innecesariamente. Atravesaron campo abierto, donde fue más difícil para el camaleón ocultarse, cruzando cortas arboledas y extrañas provincias rocosas que lograron impresionar a la cría de reptil, donde el alimento escaseaba y los escondites aseguraban retrasos rigurosos sino tenía cuidado.
El extenso territorio saludó a Leon, demostrándole cuan inmensa era su nueva postura en el desorden del universo, encandilando sus maravillados ojos con el sin fin de oportunidades de vida y muerte expandiéndose más allá de la caravana que perseguía y del clima que se esforzaba tolerar, creándole un hueco en el estomago inspirado por el nerviosismo y la emoción.
La persecución duró días enteros, tiempo duplicado por los descansos que la caravana se tomó la libertad de realizar durante las noches, momentos en los que Leon se vio tentado acercarse antes de arrepentirse, debido a los centinelas que se distribuían en lugares estratégicos y que lograban dificultarle el anonimato que intentaba conservar.
Finalmente, al inicio del quinto atardecer, la caravana arribó a un pueblo oculto tras una vereda de gigantescas dunas, sitio que lograría confundirse con el color de la arena gracias al color anaranjado de las escuetas moradas, rodeadas por una hilera de rocas que brillaban a causa del reflejo. Aunque al principio Leon se alegró por las elevadas posibilidades de supervivencia, más tarde se dio cuenta que sus piernas temblaban al imaginarse siendo presa de los ojos de la población reunida. Estaba entre sus desventajas encontrarse a merced de obstáculos obstruyendo sus movimientos, ya que bajo los rayos de luz era visible como una invitación de abuso en su contra.
No estaba preparado para mostrarse en público, así que -al acercarse a la entrada del pueblo que los recibía con un letrero, en cuyo yacía escrito "Bienvenidos a Koom" en lengua lylatiana- tomó la decisión de escabullirse entre muros, patios traseros y callejones mientras alcanzaba el paso de su reciente objetivo.
Dentro de aquel pueblo, visualizó especies cubiertas por capas ligeras, que supuso protegía sus pieles del abrazante sol, sintiendo intriga por los gestos que adoptaban los adultos al ver la caravana cruzar sus calles, murmurando entre vecinos el peligro que corría todo aquel que tratara enfrentarse a las hienas, dueñas de los remolques. Divagando un poco más entre charlas indirectas a él, se dio cuenta que la hiena que perseguía era dueño de un negocio ilegal que trataba competir con el centro criminal que residía en un planeta lejano llamado Macbeth, dato que llenó a Leon de mucha más curiosidad.
Cuando comprobó que el muro delante suyo era demasiado alto para escalar, optó por salir del callejón a paso veloz tras la caravana, ignorando las miradas de indiscreta sorpresa que varios transeúntes le dirigieron a su figura, incluso algunos niños espectadores lo señalaron cuestionando a los adultos algo que Leon no se molestó en escuchar. Entonces se detuvo en seco al visualizar la enorme estructura que representaba el destino de la caravana, impresionándose por su imponencia y la custodia de la que seguramente gozaba. No sería sencillo para él infiltrarse pero no planeaba dejar que la incertidumbre del momento lo intimidara, así que se animó a seguir avanzando, provocando que quienes se acercaron a él para hablarle, se quedaran con las palabras dentro de sus cavidades.
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Anocheció, pero para Sika Eto'o apenas iniciaba la jornada. Hablando por medio de su auricular, se movió de un lado a otro dentro del rango que el único faro de luz iluminaba la oscura bodega del norte de su negocio, pareciendo sumergido en la conversación que atendía, riendo, suspirando o bufando acorde a los comentarios que eran expulsados del otro lado de la línea. Johari, a su lado, yacía sentada sobre una caja de madera en completo silencio mientras mecía distraídamente su piernas sobre el aire, mas un diminuto ruido en la oscuridad la incitó levantar la mirada alerta, advirtiendo por su reacción a la entretenida hiena, quien dibujando una sonrisa monstruosa en su hocico, colgó la llamada para regodearse de su propio logro descaradamente.
—No es por ser racista, opresor, ni nada por el estilo pero siempre he preferido a las hembras —comentó a las sombras, aproximándose a la camaleón que permanecía cerca, acariciándola de la cabeza nuevamente, antes de dirigirle una mirada ventajosa a la silueta que comenzaba a formarse en la oscuridad—, ellas siempre atraen cosas interesantes.
—Supuse que yo era el objeto de tu cacería —respondió Leon sin llegar a mostrarse aún fuera de la protección que prometían las tinieblas—, después de todo te tomaste la molestia de indicarme exactamente dónde encontrarte. Mientras estudiaba las diversas rutas para infiltrarme en este sitio, dejaste que ella se paseara desde la entrada hasta aquí consecutivamente, hubiera sido de mala educación ignorar tu invitación.
—Si fuiste lo suficiente civilizado para acudir a la fiesta de té —se mofó Sika avanzando un paso más cerca del borde—, ¿por qué no vienes y tomas asiento? —Leon emergió con gesto firme, delatando su apariencia a la complacida hiena, quien no evitó extender su sonrisa con gozo antes de volver a fingir cordialidad—. Pareces fuerte y muy capaz. No se ven muchos camaleones libres por estas tierras desérticas. Sino te molesta, y perdona mi atrevimiento, pero me gustaría mucho saber tu nombre... si es que posees uno.
—Leon Powalski —se presentó, pero su postura alerta no cambió, interesado en las medidas que podría usar aquella hiena para interceptarlo.
—Leon, ¡maravilloso! Incluso tienes un apellido —declaró la hiena con sincera emoción, comportamiento que no perturbó ni un solo momento a la quieta niña detrás suyo, ocupando todavía su lugar sobre la caja, obediente, casi como un objeto más. Leon la observó con ojo critico—. Definitivamente eres un eslabón, ¿no es así? —Sika se frotó las manos entre si, presumiendo de contener intenciones ocultas, antes de que su tono de voz se tornara sombrío—. No tienes idea de cuánto esperé por el momento en que finalmente conociera alguien como tú. ¿Sabes? Estoy buscando un candidato digno para mi querida Johari, y creo que tú serías el elemento perfecto para cumplir la tarea de fecundarla una vez sean mayores, después de todo soy el mejor criador de camaleones en todo Titania. Sé reconocer una joya cuando la veo. Anda, acércate, Leon Powalski, no tengas miedo.
Leon dio un paso al frente con decisión, delatando un semblante tranquilo debajo de la luz eléctrica. La hiena sonrió con más fuerza y la pequeña camaleón se sobresaltó con anticipación pero nada ocurrió, esto conmocionó un poco a Sika, quien no dudó mirar hacia arriba, insatisfecho, inclusive molesto por la falta de respuesta. Leon siguió avanzando, relajado, orgulloso, para finalmente detenerse a escasos centímetros de la zona donde la hiena y la pequeña camaleón hembra se acomodaban, burlándose de su ineficacia.
—Si estás esperando que ocurra algo, pierdes tu tiempo —dijo, causando desconcierto en la hiena—. Me hice cargo de tus hombres. Ahora no habrá ninguna hiena con rifles de asalto que puedan interrumpirnos.
—No me he equivocado contigo, eres inteligente —tragando saliva duramente, Sika Eto'o retrocedió de forma inconsciente, infundiéndose valor tras unos momentos de absoluto silencio—, incluso más de lo permitido para un camaleón —agregó con rencor.
—No tengo idea de cuál sea la clase de camaleones a los que te has enfrentado, pero ella no posee la sangre de un camaleón genuino —señaló dedicándole una mirada rápida a la niña, cuya expresión se mantenía desconfiada y temerosa—. Carece de iniciativa y permite que la trates como se te antoja sin atreverse a replicar. Es una existencia lamentable, no entiendo porqué ha dejado que su amo la manipule cual marioneta. Si yo hubiese estado en su lugar, ya habría elegido tomar la responsabilidad de ejecutarte.
—Los camaleones no hacen eso, los camaleones no tienen voluntad propia. Sólo sirven para una cosa y eso es la esclavitud. Llegaron a Titania para servir a todas las especies —insistió. La mirada de Leon se afiló y Sika dio un salto instintivo, pero trató mantener compostura a pesar del miedo que le arrinconaba al borde del pánico—. Pero o-oye p-podemos hacer una excepción contigo —Sika se obligó jugar un acento relajado en su voz, extendiendo los brazos cual mercader—. Si te quedas puedo ofrecerte beneficios. ¿Sabes? Los pueblos de Titania son muy peligrosos y necesitarás protección si planeas instalarte cerca. Puedo darte comida, un lugar donde dormir y, y... ¡prismas! Si, te pagaré bien. Si fuiste capaz de burlar a mis hombres sin hacerte un rasguño, tus servicios merecen una buena suma de bienes. Comenzaré la cifra con 200 prismas. ¿Qué dices, Leon… Señor Powalski?
—No negociaré contigo, engendro asqueroso.
—¡Acéptalo! —exclamó Johari de pronto, sorprendiendo a los dos quienes no evitaron mirarla al instante. La chica bajó la cabeza y con nerviosismo agregó—. Por favor... no sabes lo afortunado que fuiste al encontrarnos... el exterior es aterrador... un sólo rayo de Lylat podría desintegrarte, por eso... acepta la propuesta que se te ha dado. Los prismas no son algo que le sea ofrecido a un camaleón bajo ninguna circunstancia, así que...
—¿Prismas? —Leon reflexionó un momento entorno a las palabras de aquella reptil, pues recordaba haber escuchado a una pareja de soldados conversar acerca del precio de sus servicios, donde vagamente pronunciaban aquella palabra, relacionándola a un objeto valioso que pagaba otros objetos y comodidades de la vida cotidiana.
—Eh... Mi propuesta es muy buena para ignorarla —reaccionó Sika tras leer el gesto pensativo del camaleón—. No tienes que hacer gran cosa, con tus habilidades estoy seguro que el menor enfrentamiento que tu protagonices será estimulante para el negocio.
—¿Qué clase de negocio? —cuestionó Leon inquisitivamente. El semblante de la hiena se relajó a causa del renovado interés que mostraba el chiquillo a sus palabras.
—Se trata de un espectáculo sin igual. El centro de entretenimiento jamás visto en Titania, donde dos o más antropomorfos, de diversas especies, ascienden a un cuadrilátero para establecer su dominancia frente a un publico hambriento de violencia, llamado "La Jaula". —Las pupilas de Leon parpadearon y este gesto Sika lo interpretó como algo positivo, así que no dudó proseguir con su explicación—. Para ti, que debes estar acostumbrado a luchar, romper algunos huesos frente a un público no debe ser gran cosa, ¿verdad?
—Si lo que dices es cierto y un camaleón es reconocido por la esclavitud en este planeta, supongo que... puedo considerarlo. Sin embargo —agregó y esto hizo que la sonrisa victoriosa de la hiena se viera afectada—, sé que puedes ofrecer más que 200 prismas. Quiero 1000 para empezar. —Eto'o gruñó descontento con la cantidad—. De todas maneras no es seguro que sobreviva a mi primer batalla, ¿no es así? ¿Alguna vez se incluyeron niños en esas peleas? Obtendrás audiencia por tu creatividad y así todos ganamos, ¿no estás de acuerdo? Claro que si gano estarás obligado ofrecerme alojo y todo lo que me prometiste al principio y yo no te mataré, a pesar de que pareces alguien repugnante. ¿Cerramos el trato?
Sika Eto'o analizó en silencio la nueva propuesta que se le presentaba, y aunque no le entusiasmaba pensar que estaba siendo arrinconado por un camaleón, en esos momentos no le quedaban mayores opciones. No sabía el destino que habían atravesado sus subordinados, Johari no estaba acostumbrada a pelear y él no contaba con un arma que le sirviera para someter bajo sus demandas a ese camaleón de origen desconocido, quien también presumía tener experiencia asesinando. Además comprendió que no quería dejar ir una joya como aquel reptil, cuando su comportamiento dictaba una fortaleza inquebrantable; un espíritu fuera de todo lo que hubiese conocido nunca en esas tierras de nada, comparándolo a una adquisición de gran valor que prometía desarrollo en muchos sentidos, por ello adoptó una postura seria, recta como la de cualquier hombre de negocios. Tomó aire; finalmente devolviéndole la mirada al atento chiquillo, quien se mantenía excesivamente tranquilo, sin temer por una respuesta negativa.
—Tenemos un trato —declaró la hiena—. El especial de esta noche es un combate cuerpo a cuerpo, sin armas o reglamentos especiales, un número conveniente para ponerte a prueba. ¿Crees estar listo para adentrarte al matadero por ti mismo?
— …Estoy preparado —dijo el camaleón después de unos momentos, inspirando un sentimiento de horror en el pecho de Johari, quien miró a su amo suplicante, siendo ignorada por la hiena que no podía estar más complacida por el resultado de su cacería fallida.
*Esto vendría siendo traducido como "vórtice" o "vacío", haciendo referencia a la niebla de Xhamhalak representado como el reino de los muertos en la religión venomiana, cuya importancia consiste en desafiar los mandatos celestiales del Mellizo Divino para mantener convida a quienes no han sido alcanzados por la muerte.
