Part 12. Carnada
Debía esperar dos días, únicamente eso antes de rendirse a sus impulsos. Dos días pasarían volando, estaba seguro o quería convencerse. Aún así aquellos fueron los dos únicos días más largos -que recordaba- había experimentado en su vida. Leon respiró profundo evadiendo fijar la mirada en la silueta de Johari, quien yacía sentada a su lado luchando por diferenciar un símbolo de otro pintado sobre el papel. Llevaba más de quince minutos imitando los trazos que él le había escrito y todavía le costaba trabajo concluirlos correctamente; Leon debió suponer que aún era demasiado pronto para ella aprender la escritura, incluso Sika le había dicho que sus lecciones estaban siendo muy apresuradas.
Después de haberle concedido el permiso de educarla, habían recibido de la hiena estos artículos, de los cuales Leon no se hubiese imaginado sería proveído; la razón de su aprobación era sospechosa, pero él no quiso prestarle atención a ese detalle. A partir de ese momento se había entretenido presionándola por absorber la mayor cantidad de información posible, aún si Johari parecía tan preocupada de su incuestionable inexperiencia. Pero ¿qué esperaban que hiciera? El propio Leon estaba peleando por mantener su cabeza ocupada, en cualquier cosa que no fuera maquinar sobre el favor que Diya le pediría realizar al día siguiente, cuando finalmente se volvieran a encontrar. Además, no se le caía de la cabeza Darren, aquel lobo era un misterio para él, un poema romántico en un libro de horror, demasiado desconcertante para ignorarlo.
Se frotó con su cola enroscada la parte superior de la cabeza antes de por fin permitirse mirar la plana escrita por Johari, dándose cuenta de lo obvio: las líneas eran descuidadas y temblorosas, como si alguien con taquicardia lo hubiese escrito. Al menos podría elogiar su esfuerzo. Entonces notó algo en la hoja amarillosa que no había notado.
—¿Qué es eso? —señaló un dibujo adornando una orilla del pliego. Johari miró de forma breve su obra maestra antes de continuar su actividad de observación y responder.
—Es una flor.
—Ya lo veo pero ¿qué hace ahí?
—Pensé que mi hoja se vería linda con ella. Tu hoja se ve bien con todas estas figuras extrañas pero me parece un poco aburrida y no quería eso para mi trabajo.
—No comparto tu opinión pero te quedó mejor que las letras.
—Mi amo me daba crayones y cartón antes cuando nos encerraba en su oficina, ahí practiqué dibujando estas bonitas flores. Crecen en los oasis, justo en las orillas del agua como un marco. Escuché una vez que los utilizan para cicatrizar heridas.
—¿Te lleva a esos lugares seguido?
—No... ya no —respondió Johari con pesar pero volviendo a su ejercicio sobre el papel—. Espero que pronto lo haga... le prometí a uno de los niños de las celdas que le traería alguna cuando volviera a ir, soy la única que va a ese lugar después de todo.
—¿Lo extrañas?
— …Si. Mucho.
El pequeño camaleón volvió a recargarse en el muro tras su espalda, nada sorprendido por la respuesta de su acompañante. Luego de ese tiempo, se había percatado de que Johari apreciaba las cosas más simples que lograba tomar de su limitada libertad, como la comida enlatada, las florecillas que crecían junto a los muros fuera del edificio, o los escasos dulces que recibía a escondidas de Darren. De pronto una serie de pasos conocidos llamaron su atención, obligándolo abrir los párpados para observar a la hiena que estaba bloqueando la luz que entraba por los ventanales hacia sus direcciones. Johari se tensó visiblemente frente a la sorpresiva presencia, crispando las escamas por reflejo, aunque no tanto como solía ocurrir con Keita y el mismo Sika Eto'o.
—Las lecciones se acabaron, niña. El jefe quiere que te lleve con él.
Al instante, Johari se levantó sin molestarse en recoger los artículos que había estado usando, importándole poco despedirse de Leon cuando el brazo de la hiena se estiró hacia ella, jaloneándola por el pasillo sin mucha compasión. Leon se acomodó en su lugar mirando los útiles ahora sin uso y juntó las dos hojas desplegadas para observarlas más de cerca, preguntándose si era posible que esta ineptitud mejorase pronto. Permaneció de la misma manera durante varios segundos, hasta que Darren se apareció camino a tomar su descanso; Leon sentía como si lo estuviese espiando al notar que sabía sus horarios para cada una de sus actividades en el recinto. Sin embargo, también podría ser culpa suya, pues no dudaba aceptar tener una ligera -a veces corta- conversación que los ayudaba acoplarse el tiempo necesario, al menos hasta que Darren debía retirarse nuevamente a su próximo trabajo. Medio día pasó lento para Leon mientras buscaba entretenerse sirviendo de apoyo a las hienas, que descargaban metales de las carretas llegada la tarde.
Durante la noche, Leon se permitía escabullirse a las gradas para admirar el desarrollo de las peleas clandestinas, al no verse involucrado en alguna de estas por mandato de Sika, pues parecía que no era el momento apropiado para volver a presentarlo ante el desenfrenado público nocturno. La madrugada fue aún más lenta, pero el amanecer le brindó a la cría de reptil la suficiente fuerza para salir del edificio apresuradamente, apenas ofreciéndole un breve aviso a Sika, quien no hizo más que mirarle de manera suspicaz mientras el camaleón ponía marcha al sitio donde tuvo su primer encuentro con Diya. La hiena se reconoció irritado por los planes espontáneos de aquel niño, cada vez menos conforme con esa actitud tan liberal.
—¿Lo dejarás ir así como así? —Y la voz rencorosa de su hermano consiguió que Sika reafirmara su propia percepción del asunto. Keita había estado cerca cuando Leon había esquivado al mayor con tal simpleza, por ello no pudo evitar involucrarse en el asunto—. Sé que no te gusta que me meta en tus negocios pero, en serio, pienso que no deberías darle tanta libertad. Si continúa así, nos entregará al considerarlo necesario.
—¿Es eso lo que te preocupa? —inquirió Sika cruzado de brazos, la mirada de Keita se afiló—. Sabes que no hay ley en Titania que pueda hacernos frente mientras tengamos riqueza. Burlar acusaciones de un camaleón no representará ningún problema.
—Quiero decir... —agregó Keita gruñendo—, míralo. Se siente tan importante. Los de su clase mueren todos los días cuando se atreven a cruzar la línea.
—Dale esa lección entonces —concedió Sika para sorpresa de su hermano menor, quien lo miró directamente a los ojos en un intento por comprobar que su consanguíneo estaba hablando en serio. El primogénito rio, alzándose de hombros con arrogancia—. Si sientes que está siendo muy creído, puedes simplemente demostrarle que se equivoca. Sólo ten cuidado de no morir en el intento, no es un camaleón promedio.
—No olvides que estuve presente cuando mató a ese gorila. No soy tan estúpido como para atacarlo de frente. Que creas lo contrario me ofende.
—No fue eso lo que me contó Darren —declaró con una sonrisa pícara.
—Anoche sólo estaba... —Keita desvió la mirada avergonzado, receptor de un ataque de pánico—. ¡Tenía muchas cosas en la cabeza en ese momento! No estaba pensando con claridad y ese mocoso se atrevió a retarme.
—Lo que tú digas, hermanito —Sika le dio unas palmadas en el hombro al menor, una vez disipó toda la diversión que le había causado la reacción del otro, logrando que éste mismo controlase sus emociones de desconcierto—. Confío en ti, sé que no lo arruinarás. —El hermano mayor se apartó—. Tengo una cita con un contacto importante, pero si necesitas algo no dudes en llamarme, mientras valga la pena. Nos vemos.
Con esto dicho, Sika se retiró, dispuesto a continuar su jornada mientras Keita se permitía perder la vista en la puerta principal, sitio donde había visto a la silueta del camaleón perderse. Miró disimuladamente a sus costados, asegurándose que no existieran miradas indiscretas; vigilando especialmente que su hermano no lo notara, finalmente autoimponiéndose a sí un nuevo objetivo durante su día libre. Tal vez no era demasiado tarde para seguir los pasos de aquel insolente chiquillo y averiguar hacia dónde se dirigía.
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Preparado con el armamento que había conservado de la base militar, y adornado con sus nuevas adquisiciones, Leon irradió seguridad cuando se presentó ante la cobra dorada, quien con un gesto le saludó e indicó se acercara a él. Cuando la cría terminó por presentarse, el comandante había estado resolviendo las dudas de uno de los soldados que parecía formar parte de su nuevo escuadrón, así que Leon no tuvo la confianza de interrumpirle. Sólo aguardó hasta que este soldado peludo diera el menor signo de retirada, para atreverse al fin acortar la distancia. Mientras tanto, había estado vigilando el movimiento de los demás militares, quienes parecían prepararse para un viaje largo, ya que empacaban toda clase de armamento explosivo sobre vehículos destinados al desierto, los cuales arrancaban consecutivamente en una misma dirección frente a sus ojos.
—Justo a tiempo. No sé cómo no lo supuse —comentó Diya ajustándose el cinturón de municiones sobre el pecho. Leon asintió un tanto confundido.
—¿De qué se trata todo esto?
—Servicio comunitario. —Diya rodó los ojos con obvia irritabilidad—. Hay cosas de las cuales no pueden hacerse cargo los campesinos y es indispensable que nuestras fuerzas den un paso al frente. Es molesto pero necesario, es decir, mientras sea conveniente.
—¿Vas a usarme en este tipo de misión? —Leon le dedicó un gesto incrédulo a la víbora.
—No te decepciones todavía —solicitó Diya con un bufido divertido, que evidenció algo más cuando sus pupilas despidieron un brillo distinto al mirarlo de reojo—. Se acerca una fecha importante para los nativos de Titania, y con ello, un dios amado por sus antepasados está a punto de arribar a estas tierras. Es nuestro deber darle la bienvenida.
—¿Qué dios?
—Ya lo verás cuando estemos ahí. Ven conmigo —le indicó y Leon obedeció. Entonces se encontraron con un vehículo que resaltaba del resto por el armamento que cargaba en la parte superior de la cabina; una ametralladora con lanzamisiles incluidos y otro par de modalidades que Leon no consiguió identificar. Diya se detuvo delante de la puerta abierta—. La misión estará dividida por ocho fases. Tengo siete grupos distribuidos por el desierto, estos se encargarán de guiar a nuestro amigo hasta nosotros. La cuarta fase ocurrirá cuando esté a la vista, en la quinta actuarás tú.
—¿Qué tengo que hacer?
—¿Ansioso? —inquirió Diya burlón, Leon entornó los ojos. ¿Era su imaginación o esa serpiente estaba siendo muy evasiva? No le estaba dando respuestas concretas, sentía como si le estuviera dando información a medias y eso no le gustaba—. Confío en mi intuición, por eso sé que sabrás qué hacer cuando llegue el momento. Sube.
Con un gesto de su cabeza, el comandante Yarur confirmó sus palabras, incitando a la cría subir a la cabina de aquel vehículo con él, quedando en medio del asiento cuando otro soldado abordó, el cual Leon no pudo evitar mirar más tiempo del adecuado, ya que se trataba de otro reptil; más robusto y pesado. Todavía inseguro, Leon se sobresaltó ligeramente cuando el motor rugió al verse girada la llave del manubrio, haciendo vibrar todo el medio de transporte; primero con fuerza, luego más tenuemente.
Tratando de disimular su vergonzosa reacción, asomó la vista a la parte trasera del vehículo, donde habían comenzado a subir al menos otros tres pasajeros, Leon supuso que serían los soldados encargados en manipular el arma que había visto antes. No era un detalle que debiera resaltar con asombro, pero Leon se dio cuenta que se trataba de otros reptiles.
Entonces el medio comenzó avanzar, surcando las calles más despejadas del pueblo sin mayores problemas hasta verse de vuelta en el basto desierto. Para Leon fue increíble ver aquel interminable sendero desde otra postura, aún si los cuerpos a cada costado le impedían visualizar parte del panorama. Realmente se sintió como si fuera un miembro importante de las operaciones, en el pasado era enviado solo para cumplir su deber, nunca fue necesario hacerlo participe de misiones en grupo. La estática de una radio lo distrajo. Miró a su costado para darse cuenta que el lagarto robusto sostenía un comunicador y de éste se despedía una voz que hablaba en un idioma nativo del planeta.
—El objetivo se acerca a la zona de encuentro —informó éste a Diya quien se mostró bastante relajado con el asunto.
—Eso fue rápido. ¿Hubo una alteración en las estrellas? No importa, estaremos ahí enseguida. Que el grupo cinco se prepare para interceptarlo.
El lagarto robusto se limitó a repetir las ordenes ofrecidas por el intercomunicador, mientras Leon aún trataba de imaginar la apariencia de aquel llamado dios titanian y comprender porqué debía recibirlo un ejército. ¿Se trataba de una amenaza? ¿Qué dios antiguo había pasado de ser medio de adoración a un problema colosal? Si los campesinos no podían hacerse cargo de él con una ceremonia religiosa, entonces sin duda era más complicado. No podía soportar la duda más.
—Exactamente, ¿cuál es el problema de este dios?
—Su bestialidad —contestó la víbora con tranquilidad—. Es lo suficiente violento para destrozar una ciudad entera en menos de cuatro horas, y si sigue el mismo curso, desaparecerá el pueblo de Koom. Sin embargo, la ventaja es que tiene un patrón de migra, y como ya lo supondrás, nuestra misión es simplemente desviar su camino.
—¿Patrón de migra? —repitió el camaleón, confundido con las implicaciones—. ¿Me estás diciendo que es un ser salvaje? Además, ¿desviar? ¿Por qué no asesinar?
—Quedan muy pocos Goras en Titania para apoyar su extinción, actualmente es una especie protegida que ayuda al desarrollo del comercio por su travesía en el desierto. Y créeme cuando te digo que no es fácil acabar con uno —agregó con una sonrisa maliciosa, entornando sus ojos rasgados con una densidad arrasadora, un gesto que logró inquietar un poco más a la cría, quien a partir de ese momento decidió guardar silencio.
Finalmente, luego de unos metros más recorridos, el transporte se encontraba en su destino. Leon apreció que se trataba de un sitio expuesto pero lo suficiente preparado con maquinarias de alto calibre, tal le indicó que no sería la primera vez que el ejército se enfrentaría a la criatura. El pequeño bajó del auto en cuanto el otro reptil le cedió el paso, entonces se dedicó admirar su alrededor.
Los soldados trabajaban incesantemente sobre las plataformas, ajustando los sistemas de defensa para cualquier turbulencia en el punto de encuentro con Goras. Sin embargo, no tuvo tiempo de seguir observando, pues el toque de Diya sobre su hombro lo guió a una zona específica del recinto, la zona más apartada y frágil, adornada únicamente por una lámina gris como suelo. Leon se dejó conducir deliberadamente hasta esta superficie, sin temer o sospechar, pues la serpiente acompañó sus pasos sin apartar la vista del amplio desierto que brillaba como oro fundido gracias a los rayos del astro sol sobre ellos.
—¿Aquí le recibirán? —quiso saber Leon con intriga.
—Es la mejor ubicación. Verás, este es el camino que va directo al centro de Koom. Los antiguos titanian se reunían aquí para hacer sus ofrendas a Goras, es el punto de encuentro más importante. Aquí ejercían sus rituales y organizaban bailes ceremoniales de diversas índoles.
—Entiendo pero... aún no me has dicho qué se supone que haré yo.
—Como dije, los ancestros titanian realizaban todo tipo de rituales para mostrarle sus respetos a Goras —continuó el comandante para desconcierto del menor—, y el pueblo de Koom tiene siglos ocupando este territorio. Más que una costumbre al azar, celebraron tales eventos porque Goras se detenía en el perímetro para abastecerse. Era indispensable que idearan un método para que no destruyera su aldea, así que optaron por contentarlo... —La mirada antes dispersa de Diya se enfocó en su pequeño acompañante—, con un sacrificio.
Cinco muros de barrotes se cerraron alrededor de Leon de forma repentina, impactando su entendimiento al punto que no supo de qué manera reaccionar, sólo acertó mirar a cada costado suyo, consternado e incrédulo por lo que aquello significaba. La jaula había cubierto toda la lámina en la cual había estado de pie pero sin haber perjudicado a Yarur, quien mantenía la misma postura firme mientras lo miraba, satisfecho con el resultado.
—¿Qué... ? Diya, ¿qué es esto? —interrogó Leon rozando el pánico.
—Estás actuando como la carnada —dijo con simpleza, y su respuesta no tranquilizó a Leon en lo absoluto—. Años de preparación ha señalado que Goras requiere ser atraído, de otro modo, el resto de pasos establecidos serían en vano. Por eso te estoy asignando la misión de mantenerlo ocupado mientras ejecutamos las últimas fases de esta misión. Contrario de todos nosotros, eres pequeño y flexible, eres menos propenso a ser devorado si Goras derriba la jaula.
—¿Va a derribarla? —inquirió aterrado—. No creo que sea capaz de sobrevivir a eso...
—No te preocupes, es mi deber mantenerte a salvo. Si no tuviera que encargarme del alineamiento estaría en esa jaula contigo, créeme.
—¡Es un truco, Diya! —espetó Leon fúrico, acercándose bruscamente a los barrotes. Diya le sonrió con suavidad, en cierta forma enternecido por la actitud del camaleón.
—Te aseguro que tengo todo bajo control. No me arriesgaría apostar tu vida sino tuviera un as bajo la manga. Aunque el curso se complique, me aseguraré de que no te pase nada grave. Confío plenamente en que tienes el estómago para esto.
—Guarda tu lengua, víbora —aseveró Leon, acuchillándolo con cada palabra articulada. Se sentía engañado y traicionado pero, más que nada, iracundo con su propia ingenuidad. En esos momentos las palabras que le había ofrecido Everett no dejaban de resonar como ecos en su cabeza, seducidos por los recuerdos. Jamás debía bajar la guardia, y más importante, nunca debió confiar en esa serpiente. Que estúpido había sido al seguirlo sin dudar hasta ese lugar. Al final seguían siendo enemigos—. Me has reducido al nivel de una presa indefensa.
—No, Leon —contratacó Diya confiado, arrodillándose a su altura para mirarlo directamente a los ojos, sin acercarse demasiado a la jaula que lo retenía, pues comprendía lo que la cría estaba sintiendo en esos instantes y no lo culpaba—. Eres un depredador que finge ser una. Me has demostrado muchas veces que eres capaz de grandes cosas y yo creo que sigue siendo así. Si te traje aquí de esta manera no fue porque quisiera engañarte, sino porque sé que no me perteneces. Eres un camaleón libre y por tu libertad debía cuidar que no temieras por la muerte. No tienes qué hacerlo, aún en estas condiciones. Te lo dije y lo voy a sostener: cuidaré de ti. No te dejaré morir tan fácilmente. Te aprecio, aunque no lo creas ahora. Eres nuestra clave, la más perfecta que tenemos. Ninguno de mis soldados podría hacer este trabajo mejor de lo que lo harás tú, estoy convencido de ello. No olvides que todavía debes volver a Venom.
Leon entrecerró los ojos desafiante y la serpiente dorada volvió a ponerse de pie, flexionando las piernas de tal manera que hizo ver esta simple acción majestuosa. La extensa cola de Diya se arrastró rítmicamente mientras se alejaba, permitiendo que la jaula despidiera un fuerte rechinido que le indicó a Leon sería trasladado de posición.
La máquina que sostuvo la caja de metal lo alzó varios pies sobre el aire, incomodando a Leon por la altura. Al temer que le acosaría el vértigo, miró hacia al frente. El paisaje volvía a sentirse distinto, por ese motivo tuvo sentimientos encontrados. Por una parte continuaba molesto pero por otra podría reconocerse incluso afortunado. Jamás habría sido testigo de una estampa tan preciosa en su aldea natal, más fue un ruido de estática lo que consiguió distraerlo por completo, volviéndolo consciente de la presencia de un intercomunicador que no había notado fue atrapado en la jaula con él. Sin dudar lo tomó del suelo, reconociendo a la voz del comandante enseguida, motivo por el cual le prestó atención, sin importar cuan enfadado estuviera de haber sido capturado tan vilmente.
—¿Qué tal la vista? —quiso saber Diya burlón desde el otro lado—. ¿Te recuerda a las naves que abordaste en la base? Encantador ¿cierto? Pocos han tenido el honor de apreciarla.
—No esperes que te perdone esto —espetó Leon con rencor.
—Lo tenía previsto.
—¿Finalmente dejarás el misterio y me darás las debidas instrucciones?
—En lugar de eso, te contaré algo interesante —declaró la víbora jugando con un acento más conciliador, el cual terminó arrancándole a Leon un suspiro agobiado, resignándose a su nueva situación; ya no tenía otra opción después de todo.
—Habla —exigió, buscando en el reducido espacio un lugar donde acomodarse para esperar el momento de su intervención, zona que encontró junto a las rejas delanteras, después de dar una serie de distraídos pasos por el piso de lámina.
—Se dice que cuando comenzaron las disputas religiosas de este planeta, Goras fue uno de los dioses que mayores creyentes sostenía, por obvias razones —relató, y aunque Leon no tenía real interés en escucharle, optó por prestarle toda su atención—. Pasaron siglos antes de que su culto cediera a las nuevas tradiciones, por lo que las repercusiones encontraron su final en interminables masacres de inocentes provocadas por el apetito de Goras. Muchos líderes de aquellas épocas sostuvieron que lo mejor era dejarle el paso libre e instalarse en otro sitio. Sin embargo, pronto comprendieron que, sin importar a dónde fueran, Goras los seguiría. —Leon alzó la mirada, empezando a reflexionar sobre el relato, con el mismo interés que enfocó en las historias mitológicas que le contó su madre—. Durante mucho tiempo, se ha comprobado que el aroma de la sangre lo llama, es por eso que los titanian no pueden escapar. Entre mayor sea la concentración, mayor es la atención de Goras. ¿Entiendes lo que quiero decir?
— …Si —respondió Leon con la mirada fija en el horizonte, buscando entre las dunas cualquier clase de señal divina que lo liberase de su prisión—. Cuando llegue el momento... —El pequeño camaleón hizo una pausa, tomando valor para concluir su oración—, me cortaré la garganta.
Diya sonrió desde su posición, encontrando un alivio inmensurable en la firme respuesta de su compañero de doctrina. Entonces comprobó que no había sido un error elegirlo para realizar esta misión. Nadie excepto él se atrevería hacerse el daño suficiente para despertar el apetito de Goras. Aunque, muy en lo profundo de su ser, esperó que su última amenaza hubiese sido lanzada por mera malicia y no fuese a transformarse en un hecho verídico.
—Sabía que podía contar contigo —le confesó, retirándose a la posibilidad de que se reencontrarían de nuevo sobre tierra para retornar a sus respectivas realidades.
—¡Señor! ¡El objetivo se acerca! —La voz de uno de sus hombres, hizo a Diya salir de su breve ensimismamiento para contemplar el bulto emergente llenando la lejanía. En ese momento, la víbora supo que era el momento de actuar.
—¡Que el grupo seis detone los explosivos! —demandó. A sus órdenes, su capitán en cubierta envió su mensaje al sexto escuadrón, cuya ubicación residía a unos metros del globo hecho de tierra desértica en movimiento. Las mechas se encendieron en el subterráneo; pronto un estallido levantó una estela de humo y tierra sobre la atmósfera, al tiempo que un rugido sobresalía entre el tumulto de explosiones. Leon se tensó en su lugar, sintiendo al pavor acumularse cuando apreció la dirección que era tomada por la criatura oculta bajo la arena. El plan de Diya estaba funcionando maravillosamente y eso era algo de admirarse—. ¡Grupo siete! —Pronto, una nueva serie de estallidos se generó a lo lejano, cambiando nuevamente la dirección en que Goras se desplazaba, cada vez más cerca de ellos—. Es el momento... ¡Grupo ocho!
Los soldados se tensaron con anticipación en sus posiciones ante el último mandato de su comandante, quien observó con ojo critico la manera como la tierra se alzaba tan cerca de ellos, adornada por las fuertes explosiones generadas en los túneles subterráneos. Sin embargo, ni el conocimiento general ni la experiencia bastaron para que los nervios de los soldados se crisparan ante la imponente presencia que emergió de entre la arena.
La bestia, que por tantos siglos fue considerada una deidad omnipotente, se mostraba ante los diminutos mortales -que pretendían manipular su camino- igual que una escultura viviente de 280 metros. Y Leon, que admiraba todo desde su jaula, estaba anonadado por el tamaño de aquella criatura que no tardó en arremeter contra el puesto militar, destrozando varios vehículos de combate que habían disparado misiles contra él, los cuales no surtieron algún efecto en sus endurecidas escamas.
Goras avanzó atacando al resto del elenco, cuyos reforzados campos de fuerza fueron encendidos casi enseguida, rebotando milagrosamente los monstruosos golpes de Goras, quien se movió con creciente ira por la zona en busca de cualquier apertura, haciendo temblar la tierra cual terremoto a gran escala. Diya se sostuvo con dificultad de un muro, sosteniendo el intercomunicador como si su vida dependiera de ello, pero las palabras que pensó decir murieron dentro de su garganta, mientras agradecía a los dioses porque los sistemas de defensa hayan funcionado a la perfección contra Goras.
—¿Estás bien, Diya? —quiso saber Leon, por medio del intercomunicador, y al no recibir respuesta, optó por intervenir.
Mirándose las muñecas, sacó de entre su ropa las cuchillas que traía consigo. Conocía la posición exacta de las venas en sus brazos, gracias a las innumerables travesuras que le había hecho a su madre tras curaciones rutinarias, pero jamás se había hecho un corte lo bastante profundo para chorrear sangre a borbotones. Aún así, comprendía que este era su momento de actuar, debía atraer a Goras hacia él, entonces Diya podría poner en marcha los últimos pasos si es que continuaba vivo.
En medio de la tensión atravesándolo, respiró, colocando el filo de su cuchilla en la vena predilecta, cortándola en un rápido movimiento cargado del nerviosismo que le había hecho temblar de forma ligera. Emitiendo un gemido reactivo que le obligó sujetarse el brazo instintivamente, se forzó mantener compostura para repetir su acción en la muñeca siguiente. Y finalmente , se puso de pie sin preocuparse en verificar la correcta ejecución de su hazaña, antes de extender ambos brazos heridos, derramando su sangre sin mesura sobre el suelo de la jaula. Mirando a la criatura con deseos egoístas de que no le percibiera.
—Duchtte saha u ofveh saha ga... uzzhtte soga muskke... [Nombro a la muerte, a la destrucción y... al sacrificio... ] —Leon se sintió agonizar después de varios minutos, mientras continua rezando de forma silenciosa por el breve mareo que lo atacó—. Zagvga, u, zagvga, mikkeshde [Oh, masacre, oh, alma liquida derramada]
Goras continuaba atacando la base, logrando romper una parte del campo energético como si se tratara de un cristal. Sin embargo, su agudo olfato logró identificar un aroma conocido en la atmósfera, lejos de la pólvora aún pululando, más allá de los metales, por lo que se olvidó rápidamente de la construcción, marchando en busca del origen de tan apetecible aroma. Diya se dio cuenta de esto, por lo que no perdió tiempo en mandar a sus demás subordinados prepararse para la etapa seis de su plan. Luego se enfocó en seguir vigilando el comportamiento de Goras, quien ya comenzaba retirarse rumbo a la jaula donde Leon yacía, así que consideró sensato hacerle saber esto al camaleón.
—Leon, Goras se dirige hacia a ti. Buen trabajo. —El pequeño reptil parpadeó reiteradamente al escuchar la voz de Diya por medio de la bocina a su lado. No se dio cuenta en qué momento se arrodilló—. ¿Está todo bien? ¿Cómo te sientes?
—La sangre no deja de salir, yo... me siento mal...
—Encuentra la manera de hacer presión en tus heridas, no necesitas perder más sangre.
— …De acuerdo. —Leon se movió torpemente para encontrar de qué manera detener el flujo de sangre, y después de varios intentos fallidos que le llevaron a gemir adolorido, cruzó los brazos, aferrando las manos en la muñeca contraria con la fuerza que su estado le permitía—. Listo... ¿ahora qué?
—Ahora sólo te corresponde esperar. Mis hombres se están preparando para poner en marcha el paso seis de mi plan.
Un gruñido gutural puso a Leon alerta, ya que a medida que pasaban los segundos este se hacía cada vez más profundo, el cual además fue acompañado por una sombra que bloqueó el paso de la luz al interior de la jaula. Fue en esos precisos instantes cuando la cría se percató del rostro de Goras frente a los barrotes, saboreando su sangre con nada más que su olfato, mientras sus profundos ojos amarillos lo observaban detenidamente.
—Diya... está aquí... —declaró Leon con dificultad, reconociéndose incapaz de correr o siquiera moverse por la falta de fuerzas provocada por la pérdida de sangre.
—Resiste, sólo es cuestión de tiempo para sacarte de ahí.
Un bufido por parte de Goras, lanzó una ventisca calurosa sobre las escamas del pequeño camaleón, quien ni siquiera pudo quejarse del aroma nauseabundo que decretaba aquel bestial aliento. Estaba tan débil que sus sentidos perdían fluidez, y apenas lograba sentirse en peligro ante la visualización de aquel gigantesco rostro mostrándole los colmillos. Hasta ese momento, Goras no había golpeado la jaula pero Leon sospechaba no tardaría en hacerlo, por la forma en que uno de sus gigantescos brazos rozó los barrotes.
—Diya... —insistió cada vez más desesperado.
—Sólo un poco más, Leon. Te prometo que te sacaré de ahí. No temas.
El pequeño reptil trató relajarse e imaginar que estaba de vuelta en la seguridad, lejos de aquella criatura producto de sus más entrañables pesadillas, pero sólo bastó un empuje reflexivo del hocico de Goras sobre la jaula, para que Leon perdiera la compostura y olvidase sujetarse de las muñecas mientras su prisión de agitaba a su alrededor, antes de cubrirse los oídos con ambas manos y gritar angustiosamente por la figura de alguien que -en esos instantes- resplandecía en escamas doradas.
—¡Papá!
De pronto, un rugido rebosante de dolor emergió de la garganta de Goras, ayudando a Leon darse cuenta que éste se había girado violentamente hacia sus espaldas. El golpe de los bazos de la criatura contra su jaula lo hizo perder equilibrio, antes de impactarse contra los barrotes a causa de la brusca agitación, finalmente siendo consciente de las naves de asalto que tentaban a Goras con la carne que adornaban sus alerones; éstas se desplazaban de forma circular, esquivando los mordiscos de Goras para luego planear lejos de la jaula habiendo cumplido su cometido de apartar su atención de la sangre fresca. Goras les siguió sin oposición, alejándose cada vez más hacia dirección desconocida. Leon lo observó irse, su razonamiento trabajando a medias, sin ser capaz de sospechar que se desmayaría en un abrir y cerrar de ojos.
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Después de aquel violento asalto, ellos habían resultado victoriosos. Por ese mismo motivo, Fedora no se impidió recostarse en el suelo a su lado, importándole poco que la sangre llenando su anatomía incomodara a su pequeño, quien había terminado de quejarse por el aroma luego de varios minutos transcurridos. Leon se acurrucó a su lado sin remordimiento, pues era al término de un combate que ella se mostraba menos recelosa, lo había aprendido de su personalidad luego de tantas batallas viviendo a su lado; era entonces cuando Fedora le dejaba mostrarle cariño, porque Leon la quería a pesar de todo.
—Soy tan débil —dijo ella para impresión de su pequeño—. Débil e inútil. —Leon la miró con curiosidad, entonces ella destrozó su actitud distante para dedicarle una caricia al rostro del menor, el cansancio siendo evidente en su semblante—. Por desgracia todos lo somos, en algún momento de nuestras vidas. Nadie es perfecto... y eso está bien.
—¿No querías ser perfecta? —cuestionó Leon tímidamente. Fedora lo miró con seriedad.
—Quería... pero eso fue hace mucho tiempo.
—¿Qué se necesita para alcanzar la perfección?
—Nada —declaró Fedora, terminante—, porque eso no existe. Es sólo una alegoría sin bases, algo que la gente usa para describir un ideal absurdo. No puede haber un hijo perfecto, ni una madre... mucho menos una familia. Siempre existirán desperfectos.
—¿Cómo nosotros?
—Si, Leon. Y como las víboras que entraron aquí. Como los cuervos y los buitres que nos asechan desde las alturas. Como los sapos que rodean las lagunas de agua potable. Como los dragones que predominan en este mundo. Como los seres que vienen de otros planetas para morir aquí... solos... tan solos... —Fedora se removió, adoptando una posición más cómoda cerca de su hijo—. A veces me gusta observarlos, verlos agonizar a las orillas del bosque... es un espectáculo enfermizo pero entretenido. Tal vez algún día te lleve.
—¿En serio? —inquirió Leon ilusionado.
Fedora asintió antes de rodear su pequeña cintura, acercándolo más a su cuerpo, dejándose disfrutar de este contacto antes de volver a la normalidad. Fedora estaba drogada por la fatiga, aquello Leon lo sabía, por eso no desaprovechó la ocasión y se dejó descansar en los brazos de su madre; su único calor en aquellas tierras frías, brazos que -aunque no eran frecuentes- sin lugar a dudas extrañaría.
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El silencio y la comodidad de dos brazos sosteniendo su peso, le recordaron a Leon aquella sensación perdida entre los duros entrenamientos, pero la singular complexión lo incitó entreabrir los ojos para descubrir el rostro de Diya, reconociendo esas afiladas escamas comprobando sus signos vitales mientras esperaba por uno de los enfermeros que atendían al resto de soldados heridos. Todo indicaba que la misión había sido un éxito, ya que la base permanecía intacta y no percibía un gesto afligido en la serpiente, sólo la usual atención.
—¿Me... quedé dormido? —cuestionó suavemente, la pregunta le causó gracia a Yarur.
—¿Tú qué crees?
Unos momentos de silencio funcionaron para que las imágenes difusas fueran más claras en la mente de Leon, ayudándole a reforzar sus pensamientos, dispuesto a mencionárselos a Diya ahora que lo tenía a su alcance; no iba dejar que esto quedara en el olvido.
—Me arrastraste al borde de la muerte... te odio... —espetó, pero la carencia de fuerza en su voz impidió que el impacto fuera como lo esperaba.
—Lo sé. Me disculpo.
—Pero... está bien —concluyó la cría, lo cual logró confundir un poco al adulto—. Nada es perfecto. La escritura de Johari no lo era tampoco, ¿por qué lo serías tú? —Diya se permitió el capricho de mirarlo, antes de enfocar su atención en la enfermera que se acercaba para atender finalmente al chiquillo, quien volvió abrir los ojos sólo para identificar la hierba que la enfermera comenzó a machacar en un recipiente especial—. Esa flor...
—¿No es linda? —dijo la marmota con una sonrisa jovial—. Hará que tus heridas cicatricen en un santiamén, lo más natural siempre es efectivo. Pero de todas maneras te beberás la medicina sin chistar ¿entendido? Queremos que estés en forma para que sigas viviendo.
Leon asintió, esta vez sin preocuparse por el trato que recibía, en cambio, volvió a mirar el cielo sobre todos ellos. En algún lugar de todo ese espacio interminable se encontraba su madre, aguardando por su crecimiento. Debía vivir; regresar a donde ella pasaba sus días, Leon se daba cuenta que este era su deseo más ferviente. Días atrás lo había pensado y aceptado como parte de sus objetivos principales pero ahora lo sentía parte de él, era suyo por completo. Ansiaba volver y lo haría como fuera.
