Part 14. Los Ojos del Abismo
Los rayos del ocaso, inundaron los muros de arena que conformaban las pintorescas chozas del pueblo Koom. Los ruidos variados se filtraron a través de los mismos, mientras la sinfonía de la civilización se rendía a la brisa de quietud envolvente. Diya Yarur lo apreció un momento mirando por su ventana, pero prefirió alejarse del cristal para andar hasta su cama, donde un curioso camaleón balanceaba sus piernas varios centímetros sobre el suelo, posado en el colchón sin novedad hasta que notó el gesto de la cobra dorada acercándose, antes de hablarle con calma.
—No suelo recibir visitas en este cuarto, literalmente porque sólo entro aquí a dormir.
—¿Qué cambió hoy? —cuestionó la cría con genuino interés.
—Que estás aquí —dijo formando una sonrisa en sus labios—. Pruébalos, te gustarán —agregó, haciendo un gesto con la cabeza para señalar los pequeños trozos de pan dulce que le había entregado. Leon le sonrió, llevándose un panecillo a la boca sin muchos ánimos.
—He probado tantas cosas deliciosas que dudo pueda desagradarme alguna.
—Felicidades por graduarte de comer como un salvaje —bromeó Diya acomodándose en el único sillón del cuarto, el cual yacía forrado en tela roja terciopelo. Siempre pensó en este como un lujo innecesario, que aún así no rechazó cuando lo vio en la tienda durante un paseo por la plaza. Después de sentir su suavidad contra sus escamas, se preguntó cómo podía dejarlo olvidado tanto tiempo en la soledad de su recamara—. Sé lo que es eso. —La víbora observó el panecillo entre sus dedos, recuerdos entrañables empañando su visión por unos instantes—. Sospecho que se trata de una creencia popular de nuestras tribus, por culpa de eso me costó adaptarme a estas comidas.
—No te imagino masticando carne cruda.
—No lo hacía, la tragaba entera —rectificó antes de lanzar el bocadillo a su cavidad para comenzar a disfrutar de su sabor y recargarse en el respaldo sin demasiado esfuerzo—. ¿Y bien? ¿Qué te pasó? —Las facciones de Leon se deformaron en una mueca desagradable y esto hizo a la cobra dorada reír—. No me mires así, sé que no te apareciste por nada. De hecho, juraría que no volverías a pararte frente a mi después de lo que te hice. Estaba preparado para tu indiferencia pero me estás honrando con esta sorpresa, no tengo más remedio que pensar en lo peor.
Leon bajó la mirada después de un suspiro, aceptando la observación de la serpiente dorada como cierta, pues aunque nunca planeó dejar de frecuentarle, sin duda visitarlo tan pronto era demasiado sospechoso incluso siendo él. Se tomó un momento para elegir las palabras, después de todo tenía que omitir ciertos detalles que pondrían su hogar temporal en peligro, mucho más tratándose de alguien tan astuto como el comandante Yarur.
—Hay un lobo en el lugar donde me estoy quedando, es alto y feroz, todos en el edificio lo respetan.
—Odio a esa raza de canes, si algo es rebelde son ellos —comentó Diya, sólo para rellenar el silencio que acompañó las palabras de su invitado.
— …No lo entiendo —dijo Leon al fin—. Desde que llegué me ha tratado diferente. Cuando dice que va a respetar mi forma de vida, intenta ayudarme a comprender otras cosas, como si quisiera cambiar algo. Siempre está pendiente de que no pierda una comida o me aleje demasiado del lugar, al principio pensé que había sido una orden de su jefe pero hace poco insistió en enseñarme a cocinar. Acepté su propuesta porque así conocería más de esta actividad, pero su manera de hacerlo hace que me sienta torpe e incómodo, como si... —en este punto Leon tuvo problemas para darle una definición a sus inquietudes—. Como si yo no fuera apto para realizarlo con seriedad. Me confunde.
—Dime algo. Este lobo que mencionas, ¿de casualidad usa la violencia a pesar de aborrecerla y siente repulsión hacia las matanzas por placer?
—Si —respondió el camaleón enseguida, sorprendido por la asertividad de Diya describiendo la personalidad del can en cuestión. La serpiente bufó con fastidio, recargándose en una mano que a su vez hundía todo su peso en el reposabrazos con su afilado codo, simpatizando con la incertidumbre del menor.
—Verás, Leon. Hay sujetos en este mundo, cuyos valores morales son tan altos que rechazan todo lo relacionado a nuestras formas de vida, algunos son tan ingenuos que creen en la existencia del bien y el mal como base de las cosas que nos rodean. A estas alturas son escasos, pero suelen encontrarse hasta en los sitios que más repudian, muchas veces por circunstancias poco afortunadas. Son individuos llenos de sueños, padres de familia o líderes importantes que han perdido credibilidad por su bondad natural. Se podría decir que te has encontrado una aguja en un pajar —declaró con una suave sonrisa—. Es fácil aferrarse a ellos cuando los has visto por primera vez. Independientemente de su personalidad, el aura que decretan es agradable, pero cuando descubres cuan esquivos son, no puedes evitar rechazarlos. Por experiencia propia puedo decir que son fáciles de torturar y tienen un límite para cada una de sus acciones. No puedes comprenderlos, sólo sentirlos y eso hace que sean difíciles de ignorar, justo como está ocurriendo contigo en estos momentos.
—Ya veo —asintió Leon, desconcertado por aquella información.
—Por otro lado, supongo que viniste a mi para despejarte de ello ¿no? Dime qué quieres, estoy dispuesto a cumplirte un capricho, ya que decidiste venir a verme.
—¿Otro truco? —cuestionó el menor con fastidio.
—No más trucos por esta ocasión. Debo compensarte por tu ayuda de antes, anda, sin pena.
—¿Puedo pedir lo que sea?
—Lo que sea —confirmó Diya al instante. Leon hizo a un lado la bolsa de bocadillos que hasta entonces había mantenido sobre sus piernas.
—Entonces... dame un poco de tu veneno de cobra dorada. —Su petición intrigó a Diya.
—¿Mi veneno? ¿Qué? ¿Tan pronto piensas suicidarte?
—No... madre me daba a beber ciertas dosis de veneno al mes, con el objetivo de volverme inmune a los ataques durante una batalla contra ustedes. Hace mucho que no lo consumo, así que no sé cuánto durarán los primeros efectos... pero puedo asegurarte que no me matará, no debes preocuparte.
—No lo sé, Leon. —El comandante rehuyó la mirada de la cría, de pronto inseguro sobre mantenerse en la misma silla—. Nadie nunca me había pedido algo así antes. No tengo forma de ocultar un cuerpo por aquí, aún de tu tamaño, ¿entiendes?
—Estaré bien, en serio. Recuerdo que cuando lo bebía me olvidaba del mundo entero por unos minutos, estoy convencido que es lo que necesito ahora.
—Si tú lo dices —replicó Diya no del todo convencido.
Entonces alcanzó con el brazo un pequeño recipiente que yacía acomodado sobre la mesa de noche, con la cual solía tomarse su trago de licor preferido para comenzar la mañana. Acercó el borde a sus labios, exponiendo los largos colmillos que contenían el veneno de su anatomía. Leon tragó en seco mientras veía cómo el liquido transparente era vertido en el interior del delicado cristal, reconociéndose ansioso por lo que experimentaría en cuanto ese fluido se integrara a su sistema. Los colmillos de Yarur volvieron a reducir su tamaño tras sus labios para que él inspeccionase la cantidad de veneno que había derramado en el vaso, antes de mirar con suspicacia a la cría y ofrecérselo cuando notó su falta de compostura, debido a la posición tensa que mantenía encima de su cama.
—Sólo te daré esto, no quiero arriesgarme a que termines muerto.
—Sé lo que hago —insistió Leon sujetando con mucho cuidado el vaso entre sus dedos, bebiendo de golpe el contenido sin siquiera brindar advertencia alguna y esto sorprendió a la serpiente una vez más. Leon acomodó el vaso en la misma mesa de donde Diya lo había tomado, perdiendo su mirada en ninguna parte del suelo—. Tardará un poco en comenzar.
—Ahora mismo me estoy arrepintiendo de dártelo —confesó la víbora con ironía.
Leon intentó sonreírle de manera tranquilizadora pero fue interrumpido por un mareo que hizo a su entorno parpadear. Una sensación de malestar le hizo llevarse las manos al rostro, recordando que esta era la parte que más había odiado de beber veneno de cobra dorada, pues su cabeza se sentía estallar y un calor inmensurable sofocaba sus escamas, como si estuvieran decretando el magma de un volcán. Sabía que ya era tarde para quejarse, pero aún así pensó pedir ayuda, cualquier remedio casero que aliviara su sentir. Sin embargo, antes de que siquiera pronunciase una palabra, el malestar se esfumó; los colores en las escamas de Diya lograron atraer su atención y hacerlo sonreír con torpeza hasta finalmente reír; reír sin parar. Sentía cosquillas dentro de sus cuerpo, al verse las manos encontró tantos colores que admiró por tiempo indefinido mientras continuaba riendo. Incluso cuando Diya lo llamó, no pudo detenerse, pues ese eco misterioso que acompañaba cada una de las oraciones del adulto, le resultaba de lo más hilarante.
—Ya entiendo —Diya reflexionó—, para los camaleones, el beber nuestro veneno debe ser igual que drogarse. Es la primera vez que lo veo. ¿Es así como te sientes, Leon?
—Que raro... —comentó Leon, acentuando su sonrisa ante el timbre emitido por su garganta, incluso su voz sonaba graciosa—. Hace poco conocí a una niña que cambiaba de color cada vez que algo la asustaba... es raro verte a ti con escamas multicolores. Pareces un camaleón como ella, como yo... tú podrías ser un camaleón en el fondo.
—Me da gusto que estés disfrutando —Leon escuchó decir a Diya, como si estuviera hablando desde una distancia muy lejana. De pronto no pudo sostenerse y cayó sobre las sabanas de la cama, viendo cómo la habitación vibraba, algo que lo hizo volver a reír, divertido. Para él, era como estar dentro de una bomba a punto de estallar. El comandante lo observaba con curiosidad, sintiendo el impulso de ponerse de pie y acercarse a la cría; de esta manera asegurándose que estuviera bien—. Oye. Mantente despierto. No te atrevas a cerrar los ojos.
La voz de Diya surgió más preocupada de lo que a él mismo le hubiese gustado, pero se esforzó en mantener compostura por el bien de su reputación. Sostuvo el rostro del niño con ambas manos para poder inspeccionar la dirección en que se movían las repentinamente perezosas pupilas, y entonces procedió a tomar su temperatura. Leon entrecerró los ojos, luchando contra el cansancio que lo entorpecía cada vez más, pero la forma en que las manos de Diya se deslizaron por sus escamas, hizo que quisiera frotarse contra estas con exigencia. Le gustaba la sensación; no lo podía evitar.
—Se siente bien —susurró Leon—. Mamá...
Diya se reconoció desconcertado por la actitud del niño, pero no acertó apartar sus manos de las escamas verdes, siendo aturdido por las ideas que invadieron su mente sin intenciones de marcharse ahora que lo tenía entre sus dedos. En cambio, siguió el impulso de aceptar las intromisiones de Leon contra sus manos, mostrándose tan cómodo con su tacto para comprender lo que estaba provocando en la víbora venomiana.
—¿Sabes, Leon? Ahora estás cometiendo muchas imprudencias. Ninguna criatura debería mostrarse tan despreocupada frente a una cobra dorada —Diya se acercó al rostro de Leon amenazadoramente, con el brillo desquiciado de su naturaleza haciendo oscurecer la silueta del menor con su sombra—, especialmente estando tan indefenso.
Aunque el pequeño fue consciente de la actitud aterradora de Diya, de sus ojos esmeraldas manchados con el furor de centenares de victimas, no fue capaz de reaccionar a la sensación de peligro que lo azotó en el momento. Quiso removerse, quiso luchar, quiso gritar, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Sintió como si estuviera siendo halado al abismo mientras las cadenas del caos tiraban de él hacia las profundidades de un pozo sin fondo, hasta que pudo levantarse asustado de la cama, sólo para darse cuenta que estaba vivo y que no había amenazas que lo estuvieran acorralando. Miró alrededor y encontró a Diya de pie en el otro extremo, mirando a través de la ventana el paisaje nocturno, con la luz lunar bañando su silueta, transformando el color de sus escamas en algo más atractivo.
—Así que despertaste —dijo—, por un momento creí habías caído en coma.
—Es la primera vez que pasa —aseguró Leon frotándose el rostro, aturdido por lo que acababa de experimentar, sintiendo alivio de que nada de lo que había creído ver fuera la realidad, aunque el temor que Diya le había hecho despertar continuara presente.
—Ya ha oscurecido. Si piensas volver a tu refugio, más vale que lo hagas ahora.
Leon asintió y sin pensarlo dos veces se dirigió a la entrada rápidamente, sólo para detenerse en seco frente a la misma, sujetando la manija, pues una duda acababa de cobrar vida en su cerebro, una que no podía dejar en el olvido, no después de lo que había visto en los ojos de Diya momentos antes de sumergirse en la inconsciencia alucinógena.
—Diya... ¿Qué hacían con los camaleones que capturaban? Mi aldea decoraba con los cadáveres de sus enemigos su territorio, supe que muchas otras tribus lo hacían también para demostrar su poder, pero nunca escuché que las cobras doradas lo hicieran. Aún así todos temían aventurarse a sus dominios. —Leon miró profundamente a la víbora por encima del hombro para finalmente girarse completamente y enfrentar la expresión siniestra de la cobra entre las sombras—. ¿Qué hacían con los cuerpos?
—Somos serpientes, Leon. Obviamente los engullíamos.
— …Ya veo. —Leon tembló, apartando la mirada de Diya mientras se reconocía extremadamente perturbado con la idea.
—¿Tienes miedo de ser engullido por mi? —atacó Diya con una sonrisa espinada.
—¿Lo harías?
Otro lapso prolongado de silencio los azotó, el cual le cedió a Diya la oportunidad de meditar su respuesta, sin más disfraces que cubrieran su naturaleza o trucos que distorsionaran la verdad para usarlo a su conveniencia. Sentía como si ya no necesitara de ello. Y apartando la mirada del camaleón, finalmente respondió.
— …No.
—Si quisieras ya lo habrías hecho —reflexionó Leon en voz alta— …Gracias.
Después de eso, Leon salió de la habitación a paso apresurado, dejando al comandante con sus pensamientos a flor de piel. Memorias de su niñez y adolescencia interponiéndose a sus credos como adulto, llevándolo a una larga labor de reconocimiento por los adversarios que había hecho pedazos y luego tragado demencialmente a la vista de sus seguidores. Brazos, piernas y cabezas, todo había servido para demostrar su letalidad ante cualquiera que osara cuestionar sus métodos de comando. No tenía idea en qué momento cambió eso por sonrisas manipuladoras e hipnosis emocional, algo que ya formaba parte de su naturaleza pero que perfeccionó por el bien de su estancia como comandante de Titania. Diya posó sus dedos en el marco de la ventana, encontrando entre el polvo del contorno, la debilidad que siempre se había negado reconocer desde el día en que Leon llegó; que en esos momentos creaban toda una vorágine en el interior de su putrefacta alma.
—¿No es muy tarde para ser padre? —se dijo a sí mismo, la soledad siendo única testigo de su confesión más entrañable y secreta para el mundo en el que vivía.
.
Aunque fue complicado encontrar el camino correcto durante la noche, Leon se las arregló para retornar a la edificación más imponente de todo el poblado. Miró las grandes puertas de reja que impedían el acceso a los curiosos desde el cambio de administración, trepándola al no tener otra opción, ya que tampoco le apetecía rodear los muros hacia la puerta trasera. Una vez encontró una entrada secreta cerca de la bodega donde había comenzado todo, se encontró con la quietud de los pasillos iluminados por un par de barras de luz parpadeantes. Avanzó decidiendo si avisar al dueño, pero temiendo ir a verlo cuando Darren podría estar junto a él trabajando, se le revolvía el estómago de sólo pensar en mirar a ese lobo a los ojos después de lo que había sucedido entre ellos aquella tarde.
Para su sorpresa, el ruido de golpes le arrancó de su ensimismamiento, pues tenía entendido que ningún luchador trabajaría hasta nuevo aviso. Sin embargo, no demoró en descubrir que no se trataba de cualquier luchador que hubiese conocido, sino que el cuervo de antes y un reptil que no conocía tenían postrado en el suelo a una hiena malherida.
—¡Uf, hermano! ¡Apenas estoy calentando! —exclamó el ave con los brazos extendidos, riendo sin ningún decoro—. ¿Qué se siente estar en el lugar del débil? ¿¡Eh!? ¡Oh! No pareces con muchas ganas de responder, ¿verdad? —Una patada y el cuervo pareció salir fuera de sí por los golpes repetitivos que indujo en su victima—. ¿¡Verdad, verdad, verdad!?
Una nueva carcajada y Leon se paralizó, inseguro sobre qué hacer en esos momentos, pues no entendía lo que sucedía, o por qué motivo una hiena de la jauría estaba siendo agredida en mitad de la noche y en pleno pasillo. El cuervo continuó golpeando a la desafortunada hiena que ya no parecía poder hacer más que arrastrarse lejos del peligro que la perseguía con pasos contempladores. Cuando la hiena logró quedar a los pies del reptil, éste posó su zapato contra un hombro para girarla en el suelo con un movimiento desdeñoso, sólo para poder apreciar mejor el rostro desfigurado por los moretones con la cámara que sostenía entre sus dedos.
—No pareces feliz, Taras —comentó el cuervo tras inspeccionar la expresión aburrida de su acompañante—. ¿No es una buena muestra? Puedo cortarle la cara si gustas, sólo da la orden. —Con una sonrisa, el ave abrió una navaja de mano que había estado manteniendo oculta entre sus plumas. Leon pensó en regresar sus pasos para ir en busca de un camino más tranquilo que lo llevara a su habitación, pero fue demasiado tarde, pues los ojos del cuervo no tardaron en posarse sobre su silueta, identificándolo junto al muro cercano. Gestando una mueca de absoluta irritabilidad, Aleksey se dirigió a él, apartándose de la hiena tranquilamente—. ¡Hey, tú! ¿¡Qué crees que haces ahí!?
Señalándole con la navaja que adornaba su mano el ave avanzó, amenazándolo con llegar hasta donde estaba y clavársela en la piel. Leon se quedó estático en su sitio por inercia, ni siquiera logró pensar en una excusa, las historias que su madre le había contado sobre los cuervos volviendo a su memoria para entorpecer sus reflejos tanto físicos como verbales.
—¿No se supone que deberías estar encerrado junto a todos los de tu clase? —El cuervo frenó en seco en el instante que un brazo se interpuso en su camino, e inmediatamente miró al dueño de aquella extremidad, contrariado—. ¿Qué? ¿Pensaste en algo, Taras?
El aludido se limitó a darse la vuelta para enfrentarse al recién llegado, quien le devolvió la mirada aún sin poder decir nada, curioso por su silencio. El lagarto de complexión delgada abrió su chaqueta blanca, mostrando un gran número de cuchillas conformando su interior, algo que llamó poderosamente la atención de Leon, haciéndole preguntarse cuáles eran sus intenciones. Aquel silencioso reptil se movió por la zona, como si no le estuviera prestando atención en realidad, tomándose la libertad de incluso jugar con el objeto punzocortante que tenía en la mano. De pronto hizo un movimiento rápido con la cuchilla, lanzándola en dirección a Leon, quien logró esquivarla gracias a los instintos que parecieron despertar ante la sensación que había dejado tal herramienta, al cortar la atmósfera tan cerca de su cabeza. Taras siguió tanteando el terreno después de tomar una nueva cuchilla de su chaqueta, sólo que esta vez el camaleón ya estaba anticipando un segundo ataque, más este fue el doble de rápido y peligroso de lo que fue el anterior, así que no pudo evitar hiperventilar después de que lo hubiese esquivado con el mismo nivel de dificultad.
Aquel lagarto dejó de balancearse de un lado a otro distraídamente como estuvo haciendo con sus primeras dos cuchillas, para alinearse con Leon en una posición que la cría de reptil enseguida reconoció. La postura que aquel lagarto había adoptado era la misma que él aprendió ejecutar para tener mejor precisión en el lanzamiento de armas blancas, pues incluso el agarre de sus dedos eran los tradicionales, tan refinados que parecía mentira.
En todo Titania sólo había conocido dos seres que sabían sobre esta técnica milenaria, una que las tribus habían robado de una comunidad en especifico dentro del planeta, peligrosa por sus costumbres radicales y que muchas tribus unieron sus fuerzas para darle fin. Leon retrocedió, concentrándose en medio de su pánico para evadir esa tercer cuchilla, la cual llegó con la fuerza suficiente para enterrarse en el muro junto a su cabeza, dejándolo sin aliento cuando creyó no podría eludirla a tiempo. Sólo entonces, el estoico reptil de ojos amarillos se permitió formar una sonrisa monstruosa sobre sus labios, mientras su voz surgía plagada de dicha y satisfacción. A Leon le pareció sentir el cosquilleo que seguro él sintió dentro de su garganta al expulsar las palabras con su lengua.
—Un camaleón venomiano.
Leon comenzó a correr, atemorizado con su reciente descubrimiento. Simplemente no era posible que un basilisco aún continuase convida a pesar del exterminio total de su raza, y no pretendía averiguar cuánto de las historias que le contaron era verdad. Pues ni siquiera el peligro que le transmitió la presencia del cuervo, se comparaba a lo que invadió todo su sistema cuando pensó que podría convertirse en presa de aquel basilisco.
—¡Oye! ¿¡A dónde crees que vas!? —Aleksey una vez más intentó avanzar pero Taras volvió a detenerlo con un gesto de su mano.
—Yo me encargó de él —le dijo con una sonrisa—, termina lo que comenzamos con esta hiena. Necesitamos presentarle a Sika las fotografías, si queremos mejorar esta pocilga.
Dicho aquello, Taras Vassiliev le lanzó a su compañero la cámara que había estado sosteniendo, antes de avanzar y recoger las cuchillas que había utilizado en su pequeño experimento. Siguiendo el camino que el camaleón había trazado en su presuroso escape, se dejó sonreír con ironía, pues quién de ellos iba imaginarse que la extraña cría de camaleón que Alabi se había encontrado en el mercado varios días atrás, sería la misma que esquivaría sus cuchillas mientras estaba trabajando. No podía dejar ir la oportunidad de divertirse. Hacía mucho tiempo que nada de lo que hacía -ni a cuántos sujetos torturase- le provocaba placer; estaba convencido que luchar contra alguien de sus raices le devolvería el color a su gris existir, así que nada le había hecho tan feliz que conocer a Leon.
.
Obedeciendo únicamente a sus impulsos, el pequeño camaleón siguió buscando algún sitio dónde esconderse. No podía ser cualquier cuarto o bodega, pues necesitaría espacio para desplazarse si quería sobrevivir a esto, además no estaba convencido de que fuera prudente encontrar a Sika Eto'o para que controlara el asunto, tal vez ni siquiera estuviera vivo en esos momentos. Se detuvo de forma abrupta para decidir cuál pasillo tomar, cuando se topó de frente dos únicas opciones. Las semanas de ocio tuvo tiempo de conocer el edificio de principio a fin pero no conseguía recordar nada que le sacase de este mortal aprieto en esos precisos instantes de pánico absoluto.
—Camaleón~ ven aquí~ —canturreó el basilisco desde la distancia, el eco aumentando la tensión que Leon sintió al volverse y descubrir que lo seguía. Aún desde su posición alcanzaba a percibir las ansias asesinas que brillaban en sus ojos dorados, por eso tomó una elección al azar, antes de continuar corriendo lejos de su agresor. Taras liberó una corta risa mientras avanzaba con tranquilidad—. Forj kahpa [Aleluya] —susurró con júbilo—. Kadat mum Xhamhalak... Woem Xoem Figlagh [Xhamhalak ha muerto... Woem Xoem vive]
Volvió a reír, pero esta vez más fuerte, demasiado extasiado para controlar sus ánimos. Si aquella cría de camaleón continuaba corriendo, tal vez no podría resistirse más. Leon, por su parte, se reconocía cada vez más inquieto. Todos los camerinos estaban cerrados y no parecía haber otro lugar donde despistar al enemigo. Pronto llegó frente a las escaleras del segundo piso, ruta que al instante tomó cuando miró a un costado sólo para verificar que el basilisco aún lo seguía, pero esta vez incluso había comenzado a correr hacia él.
Desesperado, el niño incluso saltó varios escalones en su intento por alcanzar la cima, pero en menos de un segundo Taras ya lo había alcanzado, así que no tuvo más opción de desenvainar una de sus cuchillas para recibir el ataque que había sido ejecutado con su cabeza como objetivo. Formando una sonrisa en sus labios, Taras usó su otro brazo para golpearlo, y aunque Leon había anticipado el golpe no logró evadirlo, motivo por el que terminó desplomando contra los escalones superiores, más se levantó antes de que fuera embestido, saltando con agilidad para terminar en el borde de las escaleras.
—¿Ya terminaste de correr? —inquirió el basilisco divertido. Leon tragó con dureza.
—Habría preferido no enfrentarme a ti.
—¿Ah, si? Que lindo detalle, supongo que te han hablado de mi raza por la forma en que corriste. ¿Fueron buenas historias? Me encantaría oírlas, sobre todo después de la masacre que todos tus mayores ejecutaron en mi aldea —bramó amenazante, Leon se encogió en reacción. Sin embargo, el odio quemando las pupilas del basilisco no tardó en desaparecer, reemplazado por un gesto más sutil—. Pero no te preocupes, eso ya no me importa. Pueden intentar exterminarnos cuantas veces lo deseen, es más, ahora mismo me estoy ofreciendo a ti, puedes matarme. —Taras gestó una mueca demencial—. Es decir, si es que sobrevives a lo que te haré.
Leon esquivó el siguiente ataque, corriendo escaleras arriba para tener mayor posibilidad de contraatacar en el momento justo. El brillo de las cuchillas que Taras manejaba conseguían cegarlo con demasiada precisión por unos momentos, así que Leon se vió obligado a guiarse por el sonido que despedían conforme recorrían la atmósfera buscando cortarlo. El proceso estaba siendo duro e inconstante, así que Leon tuvo que correr un tramo más antes de que fuese alcanzado y acorralado de nuevo frente a los ventanales rejados. Sólo esperó por una abertura en las defensas de su adversario para deslizarse por el suelo, entonces atacarlo por la espalda. Taras reaccionó rápido, así que Leon volvió a saltar y esta vez fijar su rostro como blanco, mientras él se sostenía de pie tras pasar por su larga figura.
Un herida diminuta bastó para que la sangre brotara de entre las escamas del basilisco, haciéndole sonreír con mayor complacencia por su logro; tal gesto le dio entender a Leon que aquel enfrentamiento todavía no había terminado. Taras tomó impulso para abalanzarse contra él una vez más, estrechando sus cuchillas casi de manera tan armoniosa que Leon se reconoció siendo superado a medida que pasaba el tiempo.
No sabía lo que era, pero Leon notó que -aunque los ataques del basilisco fuera agresivos- existía una inconsistencia en su modo de combate que le hacía sospechar. Por eso, apenas pudo cerrar los ojos cuando Taras incrementó abruptamente su velocidad, cubriendo todos los flancos a su alcance, antes de que regresara pateándolo con la fuerza suficiente para que su pequeña figura fuera lanzada y luego su espalda impactara contra una de las puertas del segundo piso, quedando aturdido e indefenso contra la fría superficie. El basilisco se tomó su tiempo de inmovilizarlo en el suelo con todo su peso, mientras Leon luchaba por recuperarse del golpe en su cabeza.
—¡No! ¡No! —exclamó Leon siquiera volver en sí, intentó removerse y huir pero ya era demasiado tarde, todas sus extremidades habían sido aseguradas por el basilisco, quien con una sádica sonrisa, admiró la precisión de su trabajo.
—Estoy impresionado, camaleón. Quien se haya hecho cargo de tu entrenamiento, seguro formaba parte de los mejores. Es una lastima, me habría gustado ver más pero ya sabes como son las cosas. —El tacto del filo de una cuchilla en su cuello, hizo que Leon se paralizara, temeroso por su vida. Taras recorrió toda su garganta con apreciación—. Un corte bastaría para enviarte al Voexyl... —comentó de forma distraída, Leon cerró los párpados con fuerza, ahogando un sollozo escandalizado, pero el dolor por el que esperó no llegó—. Aunque, ¿sabes? Eso no tendría nada de divertido, así que juguemos un poco más.
Taras impactó la punta de su cuchilla en el suelo muy cerca de Leon, quien se encogió de manera inconsciente, antes de poder enfocar la mirada hacia el rostro del basilisco, el cual le sonrió de vuelta, la burla impresa en cada uno de sus movimientos. Sin embargo, en el momento que se elevó, pretendiendo ajustar la dirección de su cuchilla y concluir su siguiente maniobra, un crujido lo incitó alejarse del camaleón para que un proyectil atravesara el espacio entre los dos venomianos. Taras miró la jeringa encajada en el suelo antes de mirar a su interruptor, quien no era nada menos que Sika Eto'o, el cual todavía apuntaba el cañón de su pistola en dirección a ellos.
—Halagador, titanian —comentó Taras tranquilamente—. Si querías matarme, al menos debiste cargar tu revolver con las municiones adecuadas.
—No me sobreestimes —dijo la hiena—, enemistarme con la Hermandad del Desierto sería lo último que haría. De todos modos, aunque odio establecer límites, me temo que debo prohibirte matar a este camaleón. Aunque no lo parezca, es un valioso luchador de mi arena y, si su muerte se llevara a cabo fuera de escena, sus fans estarían decepcionados. —Leon no perdió la ocasión de correr hacia él al verse libre, dispuesto a usarlo como un escudo contra la amenaza que representaba Taras para él, después de ser derrotado. Sika observó con curiosidad su acción pero no lo cuestionó—. ¿Qué tal, señor Powalski?
—Debo decir que nunca me dio tanto gusto verte —comentó el aludido mientras se frotaba el cuello con ansias.
—¿Oh? No merezco tal simpatía —se mofó Sika con una sobreactuada reverencia, pero pronto recordó que aún tenía un asunto importante que atender, por lo que ignoró a su eslabón para mirar a quien parecía querer destrozar al menor con una sola mirada—. ¿Y bien? ¿Hay algo más que necesites, Taras Vassiliev?
—Nah —respondió—, ya tengo que irme. Sólo una duda... ¿existe una manera de ajustar cuentas con tu pequeño amigo sin alterar el orden del espectáculo?
—Lo dudo.
—Es una pena. Realmente estoy desconsolado por no haberlo encontrado antes que tú.
—Si, otros me lo han dicho, es un mocoso muy popular ¿no crees?
—Seguro —se burló el basilisco, compartiendo una última sonrisa con la cría de camaleón para trazar su camino al primer piso, dejando a los dos con un silencio incómodo.
—Si las cosas iban a ocurrir así, los habría presentado desde el comienzo. Casi te mata y eso habría sido un problema para mi —espetó Sika entonces, cruzándose de brazos.
—Ese sujeto me atacó sin previo aviso, no tengo idea cuáles hayan sido sus motivos.
—Los que hayan sido, tienes suerte de que estuviera despierto. De haber regresado unos minutos más tarde, mi consciente hubiera estado demasiado lejos para enterarme de tu pequeña lucha. Mira, no me importa lo que hagas fuera de aquí, pero después de esto comienzo a dudar que darte tantos privilegios sea una buena idea.
—¡Pero yo... ! —Leon planeó replicar pero se detuvo a medio camino, reflexionando, un hecho que hizo a Sika levantar una ceja con expectación. Sin embargo, Leon no dijo nada más, razón por la que Sika bufó y tomó la palabra.
—Como sea, vete a dormir. Podemos hablar de esto mañana.
—Está bien —asintió Leon sin más, poniendo rumbo a su habitación, fatigado por lo reciente. A Sika le pareció extraña su modesta sumisión pero prefirió no cuestionarlo y regresar a su habitación para dormir, estaba demasiado cansado para ir en busca de respuestas, así que optó por dejarlo pasar, aún así su mirada se enfocó en la jeringa que había disparado a Taras Vassiliev con la intención de sedarlo. Se preguntó si esta acción tendría consecuencias o si se presentaría la oportunidad de no lamentarlo.
.
En el instante que llegó hasta su recamara sin problemas y encontró la manera de asegurar la puerta desde adentro, Leon se olvidó de mantenerse alerta. Sin poder evitarlo, posó su frente contra el metal de la entrada, conservando una postura erguida gracias al soporte que representaron sus manos a cada costado de su cabeza. Había sido un día largo. Se apartó después de suspirar, llenándose con tan sólo sentir la platina luz lunar bañándolo desde la ventanilla que adornaba la parte superior del muro a sus espaldas. Suspiró de nuevo y se movió por la zona, dispuesto a preparar la cama para su necesario reposo. Había sufrido demasiada adrenalina aquel día, así que lo único que de verdad deseaba era tumbarse en la cama para no despertar hasta el siguiente día, tal vez incluso pudiese volver a levantarse tarde. Sin embargo, recordó que había una charla pendiente con Sika.
Una vez listo, se acomodó bajo las sabanas, disfrutando de la sensación frotando sus escamas como nunca lo hizo en su vida. Tomó una postura cómoda de lado y cerró los ojos.
En su mente, los recuerdos lo anestesiaron. Los dioses del caos rezaron por él mientras entregada su consciencia a la bruma que emergía de la boca de Xhamhalak, y la energía de sus sueños tomaba forma para abrazarlo desde la espalda como una aparición espectral. El cobijo de su madre lentamente se estaba deformando con ayuda de sus experiencias, tan lejana que la apariencia femenina en la mente de la cría no importó siempre que pudiera reconocer su calidez en sueños. Fue de esa manera como Leon se fue adormeciendo noche tras noche hasta que, sin siquiera darse cuenta, ya habían transcurrido cinco años.
