Los últimos diez años de su vida habían transcurrido de forma serena y monótona; a pesar de sus exigentes labores en el parlamento inglés y las obligaciones de su titulo' sentía que tenia el control y que nada le sorprendía.
Todo en su vida era, como lo había planeado, simplemente predecible y rutinario. Aunque él mismo, por mucho tiempo pensó que no lo era. Había llegado a la conclusión que se había convertido en la copia fiel de su padre. Frío, calculador y sin vida más que su título.
Richard nunca le demostró amor. Terry, para su padre era parte de lo que cómo duque tenia que hacer... Darle un primogénito que heredara el ducado y siguiera sus pasos. Era su obligación ahora.
Nada había calentado su alma, nada le había hecho salir de aquel caparazón de hierro en el que había colocado su corazón luego de la muerte de su padre. El le había dicho adios a los sentimientos, a la posibilidad de poder ser diferente, él simplemente le había dicho adios a cualquier cosa que pudiera hacerle sentir algo.
En sus planes no había espacio para eso que volvía loco a los hombre, eso que no quería siquiera mencionar. La verdad tenia que reconocer que estaba muerto en vida, era un esclavo del ducado y eso le gustaba. Amar, sentir, según su padre, era muestra de debilidad en un hombre.
Seguía mirando hacia la nada, simplemente pensando en el cambio que daría su vida en el momento en que colocara aquel anillo en los dedos de esa mujer. Esa que llenaba todo lo que se esperaba de una duquesa.
Ella había sido criada en la nobleza, conocía todo lo que se le exigiría, entonces ¿Por qué el vacío que sentía en este momento?
Era la decisión correcta. Era lo que todos esperaban, era lo que su madre tanto le había pedido. Era simplemente la decisión más fría que podia tomar. Estimaba a Lady Margaret, nunca le había dado el puesto de novia y ahora la haría su prometida y próximamente esposa. Sonrió ante aquella ironía que le presentaba la vida.
Entonces pensó en su primo. El principe se casaba con la mujer que amaba, y en su interior un sentimiento parecido a la envidia le llenó. Y entendió que nunca podría ver a su prometida de la forma en que su primo miraba a su esposa.
El sabia que ella tampoco le miraba de la forma en que Meghan miraba a su primo. Su futura prometida, era el tipo de mujer que buscaba titulo, posición y riquezas y él lo tenia. Sabia lo que era reflejarse en los ojos de alguien que te amara, o eso creyó en aquel momento.
El sonido de la cerradura al abrirse hizo que el joven duque saliera de sus pensamientos. No tenia que voltear a ver quién era, porque desde que tenia uso de razón conocía las pisadas de aquel que era su mano derecha y amigo.
John McBride, no sólo había servido a su padre mientras este vivió y fue duque de Granchester, sino que había sido quien le guiara y le ayudase a convertirse en el hombre que era hoy.
– Su excelencia –le habló aquel que desde que nació Terrence le había estimado cómo si fuese de su propia familia. Admiraba al joven, que a diferencia de su padre, sí había hecho sus funciones con integridad y sobretodo había puesto muy en alto aquel titulo.
– ¿Cuántas veces te he dicho que estando solos no me llames así? –le recriminó Terrence volteando a verlo con una leve sonrisa.
– La costumbre es más fuerte y lo sabes.
– Lo sé
– Aquí está lo que me pidió. –dijo el hombre mientras le hacia llegar a sus manos que cofre color azul oscuro. Terry lo tomó, lo miró y abrió sin decir siquiera una palabra.
El anillo era simplemente hermoso. Era un enorme zafiro rodeado de diamantes blancos y con el escudo de los Granchester en la pare superior del mismo.
Aquel había sido un regalo de su abuela el día de su nacimiento. Era la forma de expresar que él, Terry, era el sucesor de su padre, el primogénito y por ende el que continuaría con el legado de la familia.
Lo miró sintiendo por primera vez en mucho tiempo que aquella ave de paso que cruzó en su vida y la llenó partiendo sin decirle adios fuese quien poseyera hoy ese anillo.
Cuánto deseaba que fuese otra quien calmara la sed que poseía su alma. Cuánto anhelaba sentir, sentirse simplemente vivo. Pero él no era digno ni siquiera desear amar.
– ¿Por qué el anillo? –le preguntó John, con un poco de miedo ante aquella posible respuesta.
– Sabes la respuesta –le miró a los ojos esta vez a espera que el hombre entendiera sin que él le tuviese que explicar, pero no sucedió. John había aprendido a no asumir nada y menos en lo concerniente a la vida privada de su señores – Le voy a proponer matrimonio a Lady Margaret –dijo de una y sin respirar. Su secretario y mano derecha le miró asombrado ante aquellas palabras, pero sin inmutarse por las mismas– Mi abuela me ha dado un ultimátum para que me case y ella es, dentro de lo que se exige, la que tiene todo lo que se requiere para duquesa.
– ¿Desde cuándo Terrence haces cosas que no sientes? Sé que ya es hora de que vallas pensando en formalizar una relación, pero creo y me disculpa por esto, estas por cometer uno de los peores errores de tu vida.
– No creo que sea peor que aquel...
– Haber actuado por amor, por...
– Basta, el pasado ya es pasado –gritó el joven– y ahora debo cumplir con mis obligaciones
– ¿Eso es exactamente lo que haces? ¿Sabes que esa obligación será para toda la vida? Y peor aun dime Terrence ¿Podrás aguantarla más de una semana? –para este momento John había olvidado todas las normas que debía tener ante Terrence y le hablaba como lo hacia con su hijo.– Sé que es tu vida y que no debo meterme, pero piénsalo.
– No hay vuelta atrás. –volvió a mirar a la ventana – El sábado le propondré matrimonio a Lady Margaret. Debo hacer lo que es mejor para el ducado.
– ¿Y para ti? –le preguntó John mirándole fijamente.
– Yo no cuento...
El secretario salido de aquel estudio molesto, no sólo por aquella decisión que consideraba tonta, sino que molesto con el joven duque por continuar llevando aquella culpa sobre sus hombros.
Tenia que hacer algo y lo haría. Entonces tomó su teléfono celular y le marco a aquel amigo periodista que tanto le ayudaba cuando era necesario esconder o sacar a la luz alguna noticia.
– Mi viejo amigo John es una grata sorpresa escucharte. –le saludó Michel Bornes, un periodista americano que tenia más de 25 años radicando en aquel país y que gracias a aquella amistad había conseguido exclusivas que le habían llevado a convertirse en uno de los mejores y más famosos reporteros y ahora editor de noticias.
– Necesito que un secreto salga a la luz y quiero que sea en todo el mundo. Te voy a dar toda la información y donde puedes conseguir las pruebas de la veracidad de esta noticia. Pero quiero que salga sábado a primera hora.
– ¿Entonces estamos hablado de algo grande? Me estas dando sólo dos días amigo.
– Vas a hacer que la corona tiemble y que el duque de Granchester este en primera plana. –respiró profundamente, lo que haría movería muchas cosas del pasado de Terrence y la corona. Pero tenia que hacerlo – Y como siempre sabes que la fuente de esta noticia no debe hacerse pública.
– Cuenta con ello.
Hola bellezas...
Aquí nuevamente. ¿Ya saben cuál es el secreto?
Déjame saber que piensas...
