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KuroVerso

Alerta: AU!Omegaverse distópico

Disclaimer: personajes no son míos


Recordatorio:

TICS: Test de Identidad Completa de la Sexualidad. Examen al que deben someterse los jóvenes de trece año que no han experimentado su celo.
CIS: Carné de Identidad Sexual. Documento que debe sacar cada individuo antes de terminar la educación primaria. Requisito para varios trámites, entre ellos, la postulación a escuelas secundarias.


II. La Venganza del Beta

Dos semanas tras ser notificado Omega, recibí mi CIS y pude empezar el proceso de postulación a escuelas secundarias. Papá Omega me preguntó, durante la cena, si había pensado en qué tipo de institución deseaba continuar mis estudios. No tenía ganas de hablar del tema.

—Ya sabes que hay algunas escuelas de integración Beta-Omega en la ciudad. Son un poco caras, pero creo que si tomo turnos extras…

—No —lo corté, dejando mi cena a medio terminar.

Papá Omega no pasaba mucho tiempo en la casa, por el trabajo. A veces los niños de la escuela se burlaban de mi Papá Omega que se dedicaba a trabajos de oficina en lugar atender los cuidados del hogar, en especial ese chico Daishou con la cara de serpiente. Daishou atribuía cada uno de mis defectos al hecho de que papá Omega trabajase en un bufete. Provenía de una familia B/B, y como la mayoría de los nacidos de familias B/B, también había resultado Beta.

Nunca nos habíamos llevado muy bien. Cuando se enteró de que yo era un Omega, su cizaña se tornó más insidiosa, hasta que no aguanté más y le estrellé un balón de vóleibol en toda su carota de cobra venenosa. Se le rompió la nariz. En consecuencia, desde la dirección del colegio citaron a Papá Omega para una charla disciplinaria. Pero Papá Omega no pudo escaparse del trabajo, y en consecuencia, me dejaron castigado en detención hasta que finalmente llegó a recogerme, en torno a las ocho de la noche. La directora echaba chispas.

—Cuándo se ha visto que se tenga que esperar a un Omega que salga del trabajo —le criticó la directora. En la solapa de su chaqueta brillaba su broche de los Alfas.

Los ojos de Papá Omega se dirigieron primero a aquel broche antes que a mí mismo. Estrujó la boina entre sus manos, y con la cabeza gacha que dejaba expuesta una incipiente calvicie, indicó que no volvería a repetirse una situación así, disculpándose en su nombre y en el mío. Convenció a la directora de que, por hoy, no me suspendieran, ni de las clases ni de las actividades extracurriculares. Tuvimos ambos que firmar una carta de compromisos, y luego, Papá Omega me llevó a una heladería, en pleno invierno.

—No entiendo por qué solo me castigaron a mí —dije enfadado. A diferencia de papá, yo no era muy amigo de lo dulce, y siempre acababa eligiendo sabores como curry, o barbacoa, que era lo más parecido a un plato de comida—. Fue Daishou-kun quien empezó a molestarme. No debió de hacerlo.

—Es cierto, no debió de hacerlo.

—Pero solo a mí me castigaron —insistí—. No es justo. Y luego tuve que esperar horas porque tú no salías del trabajo.

Se me quebró la voz y los ojos se me llenaron de lagrimitas. Lo sentía como la peor de las humillaciones. Ni siquiera me dieron tarea que hacer. Me dejaron mirando una pizarra en blanco, como si todos se hubiesen olvidado de mí.

Papá Omega permaneció callado, masajeándose el cuello. Sus dedos toquetearon de manera inconsciente su cadena de plata, deslizándose hasta llegar a su placa. A diferencia de mi placa que brillaba de lo nueva que era, la de papá estaba tan opaca y percudida que apenas se visibilizaba el signo de los Omega en ella.

—No es justo que te castiguen a ti por mis faltas, lo sé, pero yo no voy a renunciar, Tetsurou. No es un error que yo trabaje. Tienes que comprender esto.

—Es un trabajo de secretario sin la mayor importancia. Eso podría hacerlo cualquier Beta.

—Pero lo hago yo, y me gusta.

Dejé mi helado sobre la mesa y me crucé de brazos. Trataba, con todas mis fuerzas, de contener las lagrimitas dentro de los ojos.

—Sé lo que piensas, Tetsurou. Que debería aceptar la pensión de viudez, y en lugar de trabajar, usar ese tiempo para buscar un nuevo Alfa.

—Y si lo sabes, ¿por qué no lo haces?

Papá Omega volvió a callarse. Por varios minutos, ninguno de los dos dijo algo, y nuestras miradas se refugiaron en el monitor de televisión, encendido en un programa de variedades. Una lágrima logró escapar, y se deslizó por mi mejilla. Papá Omega la limpió con una servilleta y me acogió en sus brazos. Volvió a insinuar el tema de la escuela de integración Beta-Omega, pero con la cabeza todavía hundida en el regazo de papá, negué con fuerza y finalmente lloré, de la rabia, o de la frustración, ya no lo sé. Debajo de la impotencia que sentía, es probable que me inundase el miedo. Solo quería que papá hiciera las cosas del modo que se esperaba para él, o podría meterse en problemas. Yo también extrañaba a mi Papá Alfa, y no deseaba otro papá para mí, pero si Papá Omega seguía así, tentando a la suerte en un trabajo de Betas, se buscaría un problema.

A veces Daishou decía que mi Papá Omega necesitaba corregirse, y a mí me bajaba la presión siquiera que lo insinuara. Ya había perdido un padre. No quería perder al único que me quedaba.

—No —me debía recordar a menudo—, Papá Omega ya ha cumplido con su destino al tenerme a mí como hijo. No hay manera en que deban corregirlo. Todo va bien. Todo irá bien. No hay manera.

Tampoco me acabé mi helado aquella vez, y ya en casa, me fui directo a mi habitación, sin siquiera saludar a los abuelos, sin darme un baño antes.

Había transcurrido dos semanas desde que me notificaron que era un Omega, pero me miraba en el espejo interior de mi ropero, y no lo comprendía. Pensaba que se debían de haber equivocado con mi evaluación. Tenía miedo. A casi todos mis compañeros del salón se les había manifestado su celo, pero yo, aún no daba signos de nada. No podía evitar caer en aquel pensamiento: ¿qué era lo que estaba mal en mí?

Decía Daishou que nunca se ha visto a un Omega que sea tan alto, y que yo era un fenómeno para mi raza. Decía que me había extralimitado con el deporte, y eso volvió locas a mis hormonas, y que mi sexo secundario no se manifestaría nunca. Dijo que nunca podría realizar mi destino biológico, que yo carecía de uno. Dijo que no era digno para La Nación. Por último, dijo que tanto Papá Omega como yo necesitábamos corregirnos. Habría seguido su cizaña si yo no le hubiese reventado su fea narizota.

Lo cierto es que yo era un buen deportista, al menos dentro de mi grupo. Desde hace varios años que me había unido al club de vóleibol, y era de los mejores, junto con Daishou. Siempre estábamos compitiendo en cuanto a quién anotaba más puntos, quién recepcionaba mejor los balones, quién saltaba más alto… Precisamente debido a mi buen rendimiento, no tenía sentido el resultado de mi TICS.

Los Omegas carecían de aptitudes deportivas, todos lo sabían. Nunca se ha visto que un Omega haya ganado alguna competencia olímpica, algún mundial. Si es que existen los atletas Omegas, son todos de ligas menores y aficionadas. No pueden ser deportistas de alto rendimiento porque sus cuerpos son débiles y sus mentes colapsan ante la presión.

Por ejemplo, a los Omegas de los cuentos de hadas había que salvarlos de innumerables peligros que muchas veces propiciaban ellos mismos. Los Alfas intrépidos se enfrentaban a un mar de adversidades sin apenas sudar, cargaban al Omega desfallecido en sus brazos, reclamaba su amor con una mordida, y todos vivían felices para siempre.

(Además, los villanos de estas historias solían ser Betas descarriados celosos del poderío Alfa…, porque los Betas que se creen mucho son la verdadera lacra de la sociedad, como Daishou…)

A mí no me gustaban los cuentos de hadas. Papá casi nunca me contaba cuentos, y cuando lo hacía, siempre era de Omegas que preveían el peligro y actuaban por cuenta propia, salvándose de los problemas por sí mismo, usando su astucia, sin necesitar la intermediación de un Alfa. También me contaba historias de Alfas que se metían en líos, y solo podían solucionarlo gracias a la presencia de un Omega que los ayudaba. Era el único que conocía estas historias.

—Los Omegas no somos débiles, Tetsurou —me decía mi Papá Omega—, podemos luchar. Todas las personas con un poco de esperanza, pueden dar la batalla.

Cerré la puerta del ropero, me puse el pijama, y me fui a la cama. Mis ojos estaban clavados en la rendija de luz que se filtraba bajo la puerta: Papá Omega aún no se iba a la cama. Volvía a sentir miedo. Papá Omega me decía muchas cosas que contravenían todo lo que me enseñaban en la escuela.

Desde la escuela, a los hijos provenientes de familias A/O nos obligaban a inscribirnos en algún taller deportivo. Era uno de los mejores métodos de discriminación A/O. Además, el deporte traía muchos beneficios. A los Alfas les ayudaba a desarrollar el liderazgo natural de la raza, a potenciar sus cualidades físicas. A los Omegas, aunque en muchos casos les resultaba una tortura, el deporte fortalecía sus de por sí delicados cuerpos, lo que se traducía en menores riesgos al momento de los embarazos. Podría decirse que se alentaba a los Omegas a realizar deporte, si bien no se esperaban grandes resultados de ello.

Yo era un buen deportista, y también mostraba buenas dotes de liderazgo, pero para Daishou, aquello se debía a que mi Papá Omega no cuidaba de mí. Pero yo pensaba, precisamente por todo ello, que el error estaba en el resultado de mi TICS, y no en mí.

Finalmente desapareció la rendija de luz, y yo pude cerrar los ojos y dormir.

. . . .

Al día siguiente, Daishou apareció con un vendaje que le cubría toda la nariz. El sentimiento de injusticia que me había abordado por ser el único castigado, se desvaneció apenas reparé en su aspecto miserable. Además de la nariz, se le habían hinchado las bolsas de los ojos y apenas podía ver. Estaba superfeo, lo que es decir bastante, porque él ya era bastante feo de por sí.

—No sabes en el lío que te has metido —amenazó. Me lancé a reír.

Uyyy qué miedo, mira como tiemblo.

Sus dos matones habituales, Hiro y Numai, se acercaron uno por la izquierda y el otro por la derecha, flexionando sus brazos. Se me erizaron los pelos de la adrenalina que me daba enfrentarme a esa panda de brabucones Betas.

—Por supuesto, muy típico de ti. Si pude derribarte de un puñetazo, no dudes que también podré con tus guardaespaldas.

—¿¡Qué dijiste!? —respondió Numai arremangándose un brazo. Daishou se interpuso.

—No gastes energías, Numai. Al fin y al cabo, es solo un Omega. Como buenos Betas que somos, hemos de cuidar a las razas… especiales.

No supe qué decir. No era tanto lo que había dicho, sino el tono. Todo lo que decía Daishou estaba impregnado de veneno, pero esta vez, la hiedra le salía por los ojos. Instintivamente retrocedí, poniéndome en guardia. Kenma llegó a tiempo y me tironeó de las ropas. Me costaba dominarme. De alguna manera, aquello había sonado a una amenaza.

—¿Qué habrá querido decir? —le pregunté a Kenma.

—No lo sé, pero no se oyó bien —Luego añadió—: no tiene caso pensar más en ello. No le des a Daishou el poder de meterse en tu cabeza.

Pero no me dio tiempo a que lo pensara mucho. Sus intenciones serían reveladas esa misma tarde, en la práctica de vóleibol.

Aunque le prescribieron reposo, Daishou apareció en las prácticas de todas maneras, a presentarle al entrenador sus disculpas. Explicó que se había tropezado, y que no podría venir en una semana. Pero en lugar de retirarse, se quedó sentado en el banquillo. Observando el entrenamiento.

Nos estábamos preparando para el campeonato de primavera, que tendría lugar en marzo. Yo era uno de los titulares, junto a Daishou, Hiro y Numai. Kenma no era titular. Él decía que lo prefería de aquel modo.

Ese día la práctica no fue del todo bien. Tardé en darme cuenta de lo que sucedía. Al principio parecía que Hiro y Numai no estaban a lo que estaban. Jugaban de manera distraída, sin ponerle empeño. Luego comprendí que solo era conmigo.

Si yo me lanzaba a salvar un balón, me tendían la mano para ayudarme a ponerme en pie, y me arrojaban frases como: «no seas tan imprudente», o «por favor, cuídate», pero en sus ojos brillaba la malicia en lugar de la preocupación que fingían. Me arrojaban los balones con condescendencia. Si me equivocaba, me aplaudían. Que no me agobiara. Que hacía lo mejor que podía. Tuve que hundir la cabeza en agua helada, para aguantarme de reventar más narices ajenas.

Esta actitud fastidiosa se prolongó toda la semana, y prosiguió así cuando Daishou se reincorporó al equipo. Su actitud delante del entrenador era igual que la de sus secuaces Hiro y Numai. Parecía preocupado por mí. Si uno de mis compañeros dirigía su servicio hacia mí, simulaba enfadarse. Decía que debían tener más respeto conmigo. Le decía al entrenador que este juego era muy rudo para los Omega. La actitud fue contaminando al resto del equipo. El armador titular solo me colocaba el balón si no quedaba otra alternativa, tan bajo que casi nunca alcanzaba a rematar y no me quedaba más que pasarla con un golpe de antebrazos. Cuando saltaba a bloquear, el atacante fintaba, o trataba a último minuto de cambiar la trayectoria del balón. Aquello culminaba en choques de red y malas caídas. El equipo había perdido la confianza en mí. Finalmente, el entrenador le dio la titularidad a otro.

Una delgada sonrisa crispaba el rostro de Daishou. La venganza es un plato que se sirve frío.

Llegó la primavera.

No quería una escuela de integración. No quería nada con esos asquerosos Betas. Finalmente, elegí a la secundaria Nekoma, que era una escuela solo para Omegas.


Actualicé... oh vaya...