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KuroVerso

Alerta: AU!Omegaverse distópico

Disclaimer: personajes no son míos


Recordatorio: Sus sentidos de la audición y del olfato [de los Omegas] estaban muy afinados, especialmente este último, capaz de identificar aromas incluso a un kilómetro de distancia, y reconocer a una persona por la suma de sus aromas individuales. Esto siempre que no tomaran supresores, y en secundaria todos los hacían puesto que era obligatorio —capítulo V: La escuela de los Omegas.


XIII. Habilidad despertada y dormida

Luego supe que, en total, perdí semana y media hospitalizado, más otros cinco días de reposo en casa. Entre todas las cosas que me perdí, la que más me dolió fueron los playoffs para el campeonato de verano: eliminaron a Nekoma en primera ronda.

—Los torneos son de lo más intimidantes —me contaba el capitán. El equipo completo vino a saludarme en mi segundo día de reposo domiciliario—, había tantos Betas allí, Kuroo-kun. Es obvio, siendo ellos la mayoría, pero como nos la pasamos en el colegio rodeados de Omegas, pues intimidaba ¿no? Pero los Betas ni se comparan a los Alfas, —y al decir ello, el aire ¿cómo decirlo?, ¿se sintió más cálido? Mis compañeros Omegas se miraron los unos a los otros. Continuó hablando el vicecapitán del equipo.

—Uff ¡Alfas! La sola presencia de esos tipos… Qué presión, y fíjate Kuroo que, como todas las escuelas Alfas o de integración A/B resultaron cabeza de serie, ese día ninguno jugó, solo fueron de espectadores, ¡pero aun así…!

Quizá yo estuviera loco o qué, pero me daba la impresión que vicecapitán hubo cambiado la marca de su desodorante. La mayoría de mis compañeros concordaron con vicecapitán, salvo Yaku, quien parecía muy divertido oyendo.

—Cómo se le notaba a Yaku-kun que estaba habituado a los torneos —dijo otro chico que se hubo afeitado aquella mañana—, claro que la fregaste igual que todos.

—Qué querías —se defendió Yaku, ni enfadado ni dolido. No había nada peculiar en su aroma, salvo que olía a Yaku (aunque nunca antes me había parecido que oliese a Yaku)—, ser lateral no es lo mío.

Me atoré con mi propia saliva.

—¿Jugaste de lateral?

Sin mí, el equipo solo contaba con los seis miembros mínimo para jugar, y por tanto, Yaku no pudo fungir de líbero, su especialidad. Me explicaron que Yaku tomó la posición de Kai y Kai la mía. Ese Kai que olía a Kai pero también a raspado de limón.

—Estaba tan oxidado que la primera vez al servicio pisé línea —Yaku me narraba el partido—, primer punto regalado. El segundo servicio se me quedó en la red, otro punto más. Pero servir no se comparaba para nada con la tortura de rematar.

—Este bruto no se acordaba —se rio el capitán, mientras Yaku asentía.

—Estoy demasiado acostumbrado a seguir el balón para proteger en caso de un bloqueo fuera, pero este bobo —Yaku señaló al armador del equipo—, se le ocurría armarme sin aviso previo, y ¿qué iba a hacer yo? Pegarle a último momento, intentar que pasara al otro lado de la red como fueses.

—En una oportunidad la cabeceó como si se tratase de un balón de futbol —recordó Kai—, y fue tan sorpresivo para todos, que el equipo contrario no reaccionó a tiempo y ganamos ese punto.

Contaban la experiencia de la derrota con tanta alegría que lograron que me sintiera culpable. Traté de no llorar. De demostrar el mismo buen humor que mis compañeros. Cuando se dieron cuenta, se abalanzaron a abrazarme.

—Tranquilo, Kuroo-kun —me consoló el capitán—. Procura guardar reposo para que puedas unírtenos lo antes posible. Todavía nos quedan los campamentos de entrenamiento. Mejor que hayas pasado por esta tortura ahora que en el campamento.

—Además, no es que hayan sido todo desventajas, ¡incluso nos mencionaron en el periódico! —sonrió el armador y todos asintieron muy animados, salvo Yaku, quien rodó los ojos.

Kai me entregó el recorte del periódico.

¿Las escuelas de integración apuestan por el vóleibol?

Las finales regionales para el intercolegial de verano estuvieron protagonizadas por las escuelas de integración. A nivel de secundaria, este fin de semana se disputó el primer pase al intercolegial entre dos secundarias de integración, Dasho Chugoku prestigiosa escuela A/B y Yonen Chugoku, una innovadora escuela B/O. Si bien al final logró imponerse la escuela de integración A/B sobre la escuela B/O, la desventaja de Yonen Chugoku apenas quedó de manifiesto.

Caso similar sucedió en las finales de prefectura a nivel de preparatoria, donde el primer cupo regional para los nacionales de verano fue a parar a manos de Itachiyama Gakuen, otra escuela de integración A/B, y la favorita para llevarse la corona esta temporada, que se impuso frente a la escuela de Alfas Fukurodani Gakuen sin darles ninguna tregua, cerrando el marcador 2-0.

«Las escuelas de integración permiten a los Betas desafiarse y encaminarse en la realización de su destino biológico, lo que no sucede en un ambiente sin Alfas u Omegas que los motiven», comenta la investigadora del Centro Genético de Raza, Numai Ayako (Alfa). «Los Betas, a diferencia de los A/O, no tienen tan claro cuál es el destino biológico que deben brindarle a La Nación, y muchas veces, esto ocasiona que su fenotipo no exprese su potencial genético al 100%. Solo cuando los Betas se integran a las sociedades A/O, consiguen encaminar su camino».

Carmen Kubo (Beta), presidenta de la asociación de escuelas de integración, habla acerca de los números: «Las estadísticas no engañan. Cada día y más escuelas de integración consiguen cupos para los diversos intercolegiales, sean deportivos o culturales. Los torneos de vóleibol son los primeros de la temporada. De las 50 escuelas de integración que participaron en los playoff a nivel preparatoria, 14 de ellos consiguieron cupo, y el año anterior eran apenas 6. Sin dudas estos resultados marcarán lo que será la tendencia en esta temporada de clasificatorias para los intercolegiales de diversas ramas».

Este año los favoritos para llevarse el intercolegial de verano son nada menos que la prestigiosa Itachiyama Gakuen, y la escuela de la prefectura de Hyogo Inarizaki Koko (A/B), que temporada a temporada ha sabido escalar puestos en los ranking, y se presume que es la única capaz de frenar el impulso del Itachiyama este año.

Pero aquella no fue la única novedad que nos trajeron los playoffs de vóleibol: dos escuelas Omegas sorprendieron al conseguir el número mínimo de miembros y se presentaron en las eliminatorias. Si bien ambas instituciones —Escuela Metropolitana de Nekoma (Tokio) y Escuela Karasuno (Tohoku)— fueron desclasificadas en primera ronda, se deben aplaudir los esfuerzos de algunos Omegas por preparar y fortalecer sus cuerpos para el cumplimiento de su destino biológico.

—Bueno…

No supe qué decir sobre aquella pequeña y miserable mención de nuestra escuela. Me encontraba en un estado en que todo me producía lágrimas. Me preguntaba si sería cosa de las hormonas o las feromonas. Podía oler la sal escapando de mis ojos.

Mis compañeros siguieron platicando entre ellos. Al parecer Yaku era egresado de la escuela secundaria B/O Yonen Chugoku. Nos explicó que la educación era muy estricta en esa escuela. Cuando le preguntaron por qué no siguió preparatoria en una escuela B/O, se encogió de hombros.

—Mi situación familiar cambió. Ya no podía seguir afrontando aquel gasto.

Nadie se atrevió a indagar al respecto. Mis compañeros se despidieron. Estaba tentado de pedirle a Yaku que se quedara, que retomáramos nuestra conversación pendiente. No me atreví. Tendría que esperar a que Yaku tomara la iniciativa.

El ingrato de Kenma tardó en aparecerse. En todo el tiempo que estuve hospitalizado, solo me mandó dos mensajes via teléfono. En uno me preguntaba cómo me encontraba, y en el otro me avisaba que su madre me había preparado una tarta, la cual me entregó mi abuela.

Estaba comiéndome la última porción que quedaba de la tarta cuando olí a Kenma subir las escaleras. Hasta entonces no era consciente de su aroma, pero de alguna manera, supe que era él. Al igual como me hubo sucedido con Yaku, me era imposible describirlo, pero sin dudas, era la esencia de Kenma: un aroma conocido, que siempre había estado ahí, del que acababa de tomar consciencia.

Su carita se asomó por el resquicio de mi puerta.

—Así que al fin te dignas —me quejé, y aunque quería sentirme enfadado, las lágrimas rodaban como borbotones por mis mejillas.

—Es que no sabía si querías visitas…

Entró como un cervatillo asustadizo y se sentó sobre mi cama, con sus pies desnudos tocándose entre sí. Me empezó a hablar del nuevo videojuego del que estaba enganchado, pensando que quizá necesitaba distraerme, pero se calló de pronto y me miró a los ojos.

—En realidad no te interesa esto, ¿cierto?

Negué con la cabeza.

—De acuerdo, si lo necesitas, podemos hablarlo. Pero solo hablaremos hoy, así que aprovecha el momento.

—¿Cómo fue tu primer celo?

—Ahhh, ¿De verdad me estás preguntando por mi celo?

—Necesito saber si serán todos iguales, o es que yo… ¡Oye! ¡No te vayas!

—Es que creí que me querías hablar de tus sentimientos y esas cosas.

—¡Cabrón! ¡Se valiente! ¡Un pacto es un pacto!

Kenma, que se había dirigido hacia la puerta, regresó en sus pasos

—No sé por qué permití esto… ¿qué exactamente te intriga tanto?

—No lo sé, solo quiero saber cómo fue el tuyo, para comparar. Es obvio que si mi celo fue normal o no, no tengo cómo saberlo, porque nunca nadie se digna a explicar nada, y la mera pregunta es ofensiva ¿por qué? ¿es que no te desespera esta situación?

Kenma resopló con fastidio. Era obvio que yo nunca podría conmoverlo, maldito amigo. De su mochila sacó la consola portátil y empezó una nueva partida de ese juego sensación. Entonces recapacité, porque lo conocía mejor que a nadie (sin dudas mejor que a mí mismo), y sabía qué significaba ese gesto. No era que se estuviera evadiendo. Precisamente porque quería responder a mis preguntas, necesitaba la ayuda de algo en lo que enfocarse, para no sentirse tan avergonzado.

Así, iniciando una partida de tetris, me dijo:

—Lo que te voy a contar… No puedes decirle ni una palabra a nadie.

—A nadie, lo prometo.

—De verdad a nadie.

—Mis labios son una tumba.

—Esto no es como la porquería que nos inculcan en clases de que es de mal gusto hablar intimidades. Esto no es una intimidad, sino una confidencia. Y Kuroo, te juro que…

—No cometeré el mismo error dos veces, Kenma —lo corté—. Lo de mi Papá Omega no volverá a repetirse nunca más.

Kenma permaneció callado unos momentos, entonces regresó a su videojuego.

—Después que te cuente mi celo, me dejarás que te siga hablando de ese nuevo videojuego, ¿lo juras?

—¿Del tetris?

—No, el otro. Tetris es algo que puedo jugar mientras hablo, lo sabes. No me hagas preguntas idiotas.

Juré por mis padres que no le diría nada a nadie. Así de seria era mi promesa.

No recordaba haberlo visto tan concentrado en el tetris como en aquel momento.

—Como sabes, tenía nueve años. Ese día lo veía todo con claridad. Y sentía tanta energía. Pero yo no soy enérgico. Si hay algo que todos saben que no poseo, eso es energía. Así que mi mamá intuyó rápidamente lo que me sucedía y llamó a la escuela para avisar que no iría.

»Mamá me dijo que no me alarmara, que mi celo se estaba despertando aquel día, y me ordenó dar trescientas vueltas alrededor de la casa, saltando. Y qué te crees, pude hacerlo.

Empecé a reírme. La imagen mental de un mini Kenma dando brincos a lo conejo nos relajó a ambos.

—Te prometo que las conté, di las trescientas vueltas. Mamá me dio agua de beber, y luego me ordenó hacer lo mismo, pero saltando hacia atrás. No me molestaba para nada hacerlo. Era muy sensible a todos los aromas a mi alrededor. Recuerdo que ese día llegaste antes que empezara la escuela, a buscarme, y luego después, a revisar cómo me sentía. En ambos casos creo que mi mamá te dijoo que yo estaba indispuesto. Pero yo podía verte sin verte. A través de la nariz, podía darme cuenta de dónde estaban todos en el barrio, y lo que hacían. Incluso podía distinguir lo que hacían los gatos callejeros. Podía seguir sus movimientos sin mirarlos, y mientras saltaba hacia delante o hacia atrás, me divertí mucho siguiendo las historias que protagonizaban los gatos de nuestro barrio.

—¿De verdad? ¿Espiaste a los gatos? ¿A eso te dedicaste? —no podía dejar de reír.

—Ya sé. Es que… Se sentía como un superpoder.

Kenma suspiró. Sus deditos apretaban con más fuerza los botones de su consola.

—Al principio también lo sentí como un superpoder —reconocí.

—Mi mamá me dijo que su primer celo también fue así. Pero luego…

—Exacto. Luego comienza a ser demasiada información.

—¡Sí! Esa es la palabra. Era un exceso de información, y comencé a agobiarme. Llegó un momento en que ya no podía pensar. Hervía. Era como si me hirviera hasta la sangre. Paralelamente, mamá iba monitoreando mi temperatura. En un momento me llevó a mi habitación. La hubo acondicionado de modo especial, con ventiladores alrededor de mi cama, muchas compresas frías, y unos edredones muy mullidos por los que circulaban mangueras con agua, ¿sabes? Me acomodó entre varias almohadas también heladas, y ella…

Dejó de hablar. Su rostro se había vuelto muy rojo. Ya no jugaba al tetris, los bloques iban callendo uno tras otro, llenando la pantalla. Entonces dije algo que le hizo abrir los ojos como platos.

—¿Tu mamá te hizo algo para… aliviarte?

—¿Cómo sabes?

—Antes de que llegara la ambulancia, Yaku me hizo algo… y me alivió…

—No lo digas, Kuro —me previno Kenma. No parecía un reproche. Entonces comprendí que estaba asustado—.Lo que sea que te hizo Yaku, que nadie más lo sepa. Pretenderé que no me has dicho nada. Mamá me hizo prometer que lo que ella me hizo no lo podía contar. Si hubiese sabido en qué se metía, le habría dicho que me llevara al hospital, porque eso es lo que dicta la ley. No era necesario que se arriesgara tanto.

—¿Arriesgarse?

—Desde la reforma, está prohibido pasar el celo en casa. Apenas aparezcan signos de tu primer celo, debes ser internado, pero mamá no quiso llevarme el primer día porque quería que lo pasara en casa. Al día siguiente seguía afiebrado, pero menos. Entonces me llevaron al hospital. Y me previno, me dijo: si te preguntan algo, di que no te acuerdas de nada. Mi internación apenas duró un par de días, y los médicos no dejaban de interrogarme. Pero no se los dije. Yo no recordaba nada Y por eso mamá salió bien librada. Ese tipo que yo estuve en el hospital, la tuvieron encerrada en los calabozos, pero no pudieron incriminarla. Solo tuvo que pagar una multa por negligencia y hacer un curso de ética. Y digo «solo», pero llegaba vomitando y tiritona de esas clases. Yo no sé qué le habrán hecho.

—¿De verdad? ¿Pero qué le hicieron?

—No sabemos. Mamá no es capaz de contarlo. No es como que no quiera. Las palabras no le salen.

—¿Tu mamá estuvo encerrada? Cómo es que recién me entero…

No pude seguir hablando. Kenma lloraba.

—Lo sé. Lo siento. Estaba asustado. No sé por qué mamá hizo lo que hizo, pero sé que hubo una razón, y que corrí con mucha suerte. No estuve hospitalizado tanto tiempo, no tanto como tú, pero he notado que mis compañeros Omegas, cuando pasaron por su primer celo, permanecieron hospitalizados mucho más tiempo. Dos, tres semanas. Algunos incluso más de un mes. Y… es raro. Cuando regresan, no son los mismos…

»Temía que no fueses el mismo, Kuro, y por eso no quería venir. Ahora empezarás a tomar supresores y tus preocupaciones cambiarán. Y no se puede luchar contra eso. Yo lo he intentando, pero no puedo.

Dejó su consola a un lado y de su bolsillo sacó una roca. Dudó un momento, pero me la acabó regalando.

—A veces me gustaría evitar esta parte de mí. Sé qué lo provoca, y por eso es tan frustrante. Hay días en que ni siquiera puedo concentrarme en mis videojuegos. Quizá lo tuyo no sean las rocas o las cajas, pero sea lo que sea, no dejes que te absorba.

Sopesé la roca entre mis manos. Era lisa y con pintas de colores en distintos tonos de gris. Sentía la emocionalidad nuevamente brotar en mí. Kenma tenía un sachet de pañuelos preparados y me repertió uno a mí y otro a él. Me dijo que a él, después del celo, los llantos le duraron casi un mes. Tampoco me había enterado de ello.

Nos quedamos viendo películas de comedia, pero incluso con ellas lloré. Kenma, ya más recuperado, se burlaba de mi hipersensibilidad sin consideración. Lo prefería a la compasión.

—Lo de hoy…

—Lo de hoy no sucedió —le aseguré. Viniste a hablarme de tu estúpido videojuego nuevo y nos la pasamos viendo películas.

—Solo te daré un consejo… compra tus pañuelos.

Después reflexionaba, cuando me encontraba solo en la noche, aquella conversación que no tuvimos y su significado.

En las clases de decoro nos inculcaron tantas veces a no hablar sobre nuestro celo, con nadie. Recordé la urgencia de Yaku por sacarme un orgasmo antes que llegara la ambulancia, y antes de poder preguntarle nada, la manera precipitada con la que me hizo callar. Me preguntaba, si más que decoro, había allí algo que no quisieran que descubriéramos, y que era mejor enterrar en el silencio. Lo que fuese, la mamá de Kenma sabía algo, Yaku también lo sabía, y creo que esa fue la razón por la que se llevaron a mi Papá Omega.

. . . .

Mi último día de licencia me llamaron desde el Centro de Planificación Familiar para un chequeo médico. Fue la primera vez que salía a la calle desde mi celo. Aunque con menos precisión que cuando sufrí mi celo, era capaz de detectar los aromas a mi paso. Me detuve antes que un gato se cruzara en mi camino al sentir una ráfaga de hedor felino corriendo en mi dirección, y al pasar por la florería sufrí una pequeña conmoción. Aunque era algo obvio, nunca me había parado a pensar que flores distintas no podían oler iguales, y de pronto descubrí el olor de los claveles, los tulipanes, y los lisianthus, cada uno tan particular. Metí mi nariz de flor en flor, para recordar el aroma de cada especie, hasta que un aroma a desodorante de pino me hizo levantar la mirada.

Era un hombre pequeño y rubicundo que pasaba la escoba por aquí y por allá. Aunque era temprano en la mañana, ya sudaba. Sus ojitos bizcos me examinaron de arriba abajo.

Otro aroma que arrastraba un carrito se detuvo frente a la florería. Reconocí ese aroma. Sin necesidad de buscar la cadena en su cuello, supe que esa mujer era un Omega, y al fin entendí por qué.

El aroma de los Omegas era difícil de explicar. Hasta entonces, nunca habría podido definirlo. Más que un aroma, se asemejaba a una sensación. Los Omegas olían cálido y suave. La mujer a mi lado tenía los pechos turgentes y una abultada panza de embarazada. Emitía un dejo dulzón muy agradable, como el de las flores.

—¿Huelen bien, cierto? —me sonrió la mujer Omega, eligiendo las mejores varillas de lisianthus—. Y además, su belleza es tan delicada: una verdadera flor.

El dependiente dejó la escoba a un lado y formó un ramo con las flores de la mujer. No emitía ninguna clase de aroma particular, aunque se había echado talco de pies y desodorante genérico, era como si le faltase algo.

Tras pagar, guardó su ramo en el carrito y se despidió de ambos. Yo seguí mi camino, pensando en mis amigos Omegas cuyos aromas recordaba.

Kenma también olía cálido y un poco dulzón, quizá más cálido que dulzón. Kai era de una calidez relajante. Yaku me hacía picar la nariz. Era caliente picante, y cuando tomábamos aquel gel extraño, me escocía la garganta, como un plato de curry grado cinco. Pero si pensaba en la calidez de mi abuela, esta era muy sutil. Como el remanente de brasas de lo que fue una fogata.

Si me hubiese llegado el celo antes, ¿habría sido capaz de describir el aroma de mi Papá Omega? A lo mejor sí. A la mamá de Kenma la encerraron en los calabozos por llevar a Kenma al hospital su segundo día de celo. Lo que sea que escondía mi Papá Omega… no, ya no pienses en eso…

Levanté la mirada. ¿Cómo habría reaccionado mi Papá Omega a mi celo? Solo sabía plantearme preguntas sin respuestas.

Pensaba en esas cosas cuando otro aroma empezó a acercarse a toda velocidad. Un aroma sin olor, opuesto al de los Omegas, que no me era desconocido del todo.

¿Konoha-kun?

Un joven ataviado en chándal corría por la acera contraria. Lo seguí con la mirada, como si de un imán se tratase. Sus ojos ambarinos, cruzados por un rayo de locura, se posaron en los míos tan solo una centésima de segundo que detuvo el tiempo. Una ráfaga de viento helado penetró en mi cuerpo y refrescó mi sangre.

Un Alfa, comprendí. En la espalda de su sudadera se leía Fukurodani Gakuen. Seguí con la vista sus hombros anchos, y sus cabellos blancos y negros mecidos por el viento, que se perdieron en el horizonte, dejando una estela a feromonas que a cada rato me hacia voltear la cabeza.

Llegué al Centro de Planificación Familiar sintiéndome un poco grogui. Vaya cosa son los Alfas. Podía comprender por qué mis compañeros de equipo se sintieron tan presionados en las eliminatorias de vóleibol solo por la presencia de algunos Alfas entre los espectadores.

Qué ojos tan misteriosos los de aquel muchacho. Y qué pelo tan extravagante. ¿Sería de mi edad? Llevaba la sudadera de aquella prepa de Alfas que mencionaron en el periódico. Entregué mi CIS y la orden médica a una mujer que olía a dentrífico. En general los Alfas siempre me habían parecido de una presencia bastante imponentes. Pero nunca antes… ¿cómo decirlo? Ese joven Alfa literal me echó el viento en la cara..

El Doctor Blanco leía un expediente con mi nombre cuando entré a su consulta. Sin dejar de leer, me ordenó desnudarme y ponerme en cuatro sobre la camilla.

Mientras me desvestía, mis ojos examinaban su broche de los Alfas. También olía fresco, pero no se sintió como aquella ráfaga del joven Alfa con los cabellos blancos y negros. Simplemente el doctor Blanco olía a fresco. Tampoco era un frescor como las pastillas de menta o hierbabuena, era un aroma que parecía colarse por mi piel y me oxigenada la sangre. Se asemejaba más a una especie de aire acondicionado.

Bueno, decir «simplemente» era un poco injusto de mi parte. Había algo magnético en el Doctor Blanco más allá de cualquier aroma. Qué injusto. Quería sentir resentimiento y rabia por aquel hombre que destruyó a mi familia, en lugar de la sensación de insignificancia en la que me encontraba yo, frente a él, completamente desnudo.

Esperé algunos minutos hasta que el médico se dignó a atenderme. Metió un termómetro en mi ano, olió mis genitales y examinó mi reflejo escrotal. Todavía desnudo, me ordenó bajar de la camilla. Él regresó a su escritorio a realizar notas en su computadora.

—Te haré un test de aromas. Es muy sencillo, tengo aquí sobre mi escritorio varios frasquitos distintos. Untaré un hisopo en cada frasquito y los pasaré por tu nariz. Tú me dirás si el aroma que sientes corresponde a Alfa, Omega u otra cosa, ¿de acuerdo?

Se pareció mucho a una prueba en el oculista.

Algunos eran Alfas u Omegas muy distinguibles. Otros no estaba tan seguro, era como si los hubiesen diluido, o primaba otro aroma. Entonces el doctor Blanco introducía ciertas gotas en el recipiente, lo agitaba, y volvía a darme a olor una nueva prueba, y me pregunta:

—¿Y ahora? ¿Más fácil o más difícil?

—Omega.

—¿Y este otro?

Me pasó otro aroma por la nariz. Lo pensé un momento.

—¿Café?

—¿Estás seguro?

Aspiré nuevamente. En el fondo había un ligero tufillo que intentaba pasar desapercibido bajo el acentuado aroma a café. No me atreví a adivinar. El doctor Blanco añadió otras gotas. El tufillo empezó a adquirir una consistencia refrescante.

—Es Alfa. Alfa y café.

—Nada mal, nada mal. Con esto debería bastar… Inclínate un poco hacia delante.

Antes de que me diera cuenta de lo que iba a suceder, el médico introdujo un dedo en mi ano. Las paredes de mi recto succionaron la pastilla que sujetaba el médico, y la sentí recorrer su camino hacia arriba por mis intestinos hasta que dejé de sentirla.

—¿Y ahora?

Acercó el frasco anterior a mi nariz. Solo olía a café. Introdujo más gotas con un gotario. Un dejo refrescante que se deshizo rápidamente. Volvió a introducir más gotas. Solo olía a café.

El siguiente no olía a nada.

Ni el siguiente.

Y el último olía a vainilla, quizá.

Me ordenó vestirme. Me explicó que me acaba de suministrar un supresante feromonal. Los días siguientes debía presentarme en la enfermería de mi escuela para un seguimiento de mi reacción al supresante, y luego una vez al mes para la administración de la dosis.

—Enhorabuena —el médico me estrechó la mano.

El doctor Blanco era intimidante y magnético, pero no olía a fresco.

La recepcionista no olía a dentífrico.

Las flores olían todas de la misma manera.

No sabía por qué. Realmente no lo sabía. Solo sentía unas inexplicables ganas de llorar.


Notas: Entonces, a modo de conclusión... los Omegas son calientes y los Alfas fríos hahaha. Ok no. Será un poco más complejo, pero no quiero atiborrar de información. En los fanfics, cuando se describen los aromas de A/O, toman aromas reales. Este huele a vainilla, este otro a caramelo, este otro a lavanda, etc. Para mí (una Beta xD) no tiene mucho sentido una comparación así. No al menos de forma directa. Puede que tengan algún dejo, como cuando haces cata de lo que sea y sientes que este vino "tiene notas florales" y este café "deja una sensación de panela", no porque le hayan infusionado flores al vino o mezclado el café con la panela, sino porque su grado de acidez/dulzor, o la sensación que te deja en el paladar, o su retrogusto, te recuerdan otras sensaciones más. Pero eso no era lo que más me preocupaba. Las feromonas de los A/O es algo que los Betas no conocen. Así que describir un aroma en función de otro aroma lo sentía como una aproximación incorrecta. Y mientras tenía esta duda en la cabeza, escuché un podcast que hablaba sobre el funcionamiento de los receptores para caliente/frío, y daban varios ejemplos, como que la capsaicina, que ese compuesto que se encuentra en el ají/chile/pimiento y que produce ardor en la boca cuando te lo comes, también interactúa con los receptores de la sensación de calor, y por eso empiezas a sudar si comes mucho ají. Entonces yo pensaba... ¿y cómo olería el calor? Y como que calor = Omega = japi pierde la cabeza.

Si les interesa, el podcast se llama Historias Cienciacionales.

Nos leemos :D Siempre dispuesta a responder dudas ;)