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KuroVerso

Alerta: AU!Omegaverse distópico

Disclaimer: personajes no son míos


Recordatorio: —Estas cosas raras de los Omegas… —comentó la asistente social, anotando con rapidez en un folio—. Cuando un Beta hace algo parecido, le llaman «mal de Diógenes», ¿te lo crees?, en cambio a los Omegas nadie les dice nada —Capítulo IX. El alcance de la ignorancia


XIV. De supresores y nidos

Mes a mes, suministraban a los Omegas algo llamado supresores feromonales, o «supresores» simplemente. Te los introducían por el ano, se absorbían en el intestino y su efecto era casi inmediato.

Los primeros tres días de mi vuelta a clases, tuve que presentarme en enfermería para un chequeo de temperatura y un test de aromas, no tan variado como al que me sometió el doctor Blanco: solo tuve que oler de dos frasquitos. No olían.

Por cierto, tampoco era como si me hubiesen privado del sentido del olfato. Era capaz de oler el café cuando me preparaba uno, o el aroma a colonia del profesor de mates que parecía bañarse en ella, pero no era como cuando me llegó el celo. Ya no penetraban los aromas en mí para desplegarme información de mi medio. Estaban allí, flotando en mi entorno, y si eran lo suficientemente llamativos, podía sentirlos. Eso era todo.

Mi primer día con supresores me sentí muy decaído. A mi mente acudían recuerdos de mi Papá Omega. Lo extrañaba tanto. ¿Dónde estás, papá? ¿Por qué no vienes a consolarme, ahora que te necesito tanto?

De debajo de la cama extraje la caja de recuerdos que me legó Papá Omega el día que el abuelo murió. Esa vez admitió que planeaba entregármela cuando me llegase el celo, pero al final no pudo resistirse más y se adelantó.

Allí guardaba el libro de biología de Konoha.

Pero no tenía ánimos de estudiar esa noche. Intenté abrigarme con mi chalequita de cachemira, pero como ya no me entraba, la até a mi cuello como una bufanda. Se sentía bien. Sobre mis hombros me puse la cazadora de aviador de mi papá Alfa, y me hice un ovillo bajo esta.

Amanecí al día siguiente con los músculos contracturados y la sensación de no haber descansado. No regresé la cazadora a su caja, sino que la guardé la interior de mi cama. Aunque ya no era sensible a los aromas, aquella cazadora olía de manera muy agradable, y me reconfortaba. Quería traspasar aquel aroma a las sábanas de mi cama.

La chalequita de cachemira ya no me servía sino como recuerdo, pero deseaba tanto llevarla puesta, que me costó separarme de ella. Al regresar a casa, lo primero que hice fue desarmar la chalequita y convertirla en una bufanda. Dormí con ella y con la cazadora puesta.

Al día siguiente estuve a punto de salir de casa con la cazadora, pero mi abuela me detuvo. Sin embargo, no logró hallar argumentos para que me quitara mi nueva bufanda de cachemira. Al verme con ella, ocasionó la burla de mis compañeros. Principalmente porque era verano y la bufanda me hacía transpirar, pero sus argumentos tampoco me parecieron sustanciales. No sé por qué. Aun sudando, se sentía más agradable llevarla puesta que no llevarla.

Yaku me preguntaba:

—¿También la llevarás para la práctica?

—Hoy no puedo ir a la práctica —le expliqué—, vendrá la asistente social a realizar otra evaluación, me acaban de avisar.

—¿Una evaluación?

No tenía ni tiempo ni cabeza para inventarme alguna excusa. Le dije las cosas tal como eran:

—Solo vivo con mi abuela Omega, Yaku. Mi Papá Alfa murió cuando era un niño y a mi Papá Omega se lo llevaron y a estas alturas dudo que regrese, pero tú esto ya lo sabías, ¿a qué sí? Así que cada tanto viene una asistente social a evaluar mi condición. Como no me había llegado el celo, me permitieron continuar mis estudios en lugar de inscribirme en una agencia matrimonial. Pero ahora que las cosas han cambiado, seguramente quieren reevaluar mi condición.

—¿Disculpa? ¡No puedes abandonarnos!

—Es que en este punto ya no sé si depende de mí, Yakkun.

—Ojalá…

—¿Qué?

—Nada. Empezabas a caerme bien, Kuroo. En fin… Mucha suerte.

Llegué a casa a ordenar. Mi abuela, como siempre, brillaba por su ausencia. Llamé a la puerta de su habitación para asegurarme de que vivía. Después que me llegase el celo, estaba seguro que nuestra relación mejoraría, pero la felicidad no le duró demasiado, y una vez me dieron el alta, volvió a recluirse en su habitación.

La asistente social apareció con una hora de retraso, más agobiada que nunca. Lanzó su maletín sobre la mesa y me pidió permiso para masajear sus pies. Se le había roto un tacón. Sus tobillos, además de sucios, lucían hinchadísimos.

—Ser trabajador social es una mierda —dijo sin censurarse en sus diatribas, incapaz de contenerse—. Si te dan a elegir, huye del trabajo social, a menos que te guste eso de ir de un lado a otro saltando cercas, persiguiendo prospectos de delincuentes juveniles que solo quieren jugarte una chiquilinada, y en tacones porque cuándo se ha visto que una trabajadora social lleve zapatillas, ya me dirás. Y todo ese esfuerzo para ganar una mierda de sueldo cuya mitad se la tienes que regalar al mierda de tu ex esposo que se pudo costear un mejor abogado en el divorcio, ¿te puedes creer lo injusta que es la vida? —le serví un vaso de agua—. Ah, es verdad, eres un Omega. Qué te voy a hablar de injusticias yo a ti.

No supe qué replicar a eso. Me senté al otro extremo de la mesa del comedor, acomodando mejor mi bufanda al cuello y esperé a que terminara de beber. Ya no me parecía la misma asistente social impertinente de moño tirante que venía a atormentarme porque prefería estudiar a inscribirme en una agencia matrimonial. Sus ojos acusaban falta de sueño. Era bastante atractiva, y además joven. Al tirar de la goma que ataba sus cabellos rubios, este le cayó recto por los costados de su rostro sucio.

—Discúlpame. En fin… ¿en qué estábamos? Ah, sí, tú eras Kuroo Tetsurou… —de su archivador sacó el expediente con mi nombre—. Recibí del Centro de Planificación Familiar una copia de tu certificado de celo y tu licencia médica. ¿Cómo te ha ido?

—Pues…

—Me refiero a la escuela y tus planes para futuro, ¿qué harás?

—Dadas las cosas… sin dudas, no ser un trabajador social.

Para mi sorpresa, ella rio con muchas ganas. Era la primera vez que la veía reír así. Traté de evaluar la situación. Era evidente que no se encontraba de buen humor, pero su disgusto no iba dirigido a mí. ¿Acaso me sentía con suerte? Si aprovechaba bien este momento, podría conseguir lo que quería. Me aferré a mi bufanda.

—No puedo renunciar ahora —dije, recordando a Yaku—. No puedo, me he comprometido con mi equipo de vóleibol para participar en los campamentos de entrenamiento.

Aquello la hubo sorprendido.

—¿En los campamentos? ¿Por qué?

Me pareció que por primera vez me prestaba atención. Ella, que siempre rellenaba sus folios de notas, esta vez no escribió ni una palabra, sino que me miraba, directo a los ojos, con sus largas uñas repiqueteando sobre sus mejillas. Tenía el esmalte picado. Era la primera vez que llevaba el esmalte picado.

—Porque… porque es importante para mis compañero. Sé que para usted puede ser una insignificancia, pero al fin reunimos el número mínimo de miembros para participar en torneos.

—¿Tu escuela participó en un torneo?

Decidí tentar a la suerte.

—Solo llegamos a primera ronda, y yo no pude participar porque estaba hospitalizado, por eso es importante que esta vez no los defraude. Déjeme mostrarle. Incluso salimos en el periódico.

El corazón me latía a mil. Corrí a mi habitación en busca de la nota que hicieron de las eliminatorias de vóleibol y se lo entregué a la asistente social. Le apunté el párrafo donde nombraban a mi escuela.

—Sé que es poca cosa, pero fue un logro de mis senpai que tanto empeño pusieron en reclutar miembros. Debo retribuir sus esfuerzos. No puedo abandonar ahora, que están por empezar los campamentos de entrenamiento.

La asistente social leía concienzudamente el artículo. Quizá jugué mucho con la suerte. Una vena en su frente empezaba a palpitarle, signo de que su malhumor no se había ido, ni sus diatribas.

—¡A esto es lo que siempre me refiero! Escucha esta basura: «Solo cuando los Betas se integran a las sociedades A/O, consiguen encaminar su camino ». Qué coraje. Esto es interpretar la sociedad como te da la gana. Y lo de que la educación pública que recibimos los Betas es una mierda comparada a la de los Alfas dónde queda, ¿eh?

—Discúlpeme… no quería molestarla.

—¿Ah? No, no, si tú no escribiste esto, no te disculpes. O sea… muy bien por tu escuela y tal. Pero no te creas todo lo que ponen en los periódicos, ¿vale?

—Vale.

—Por supuesto que un Beta que egrese de una escuela de integración le irá mucho mejor —continuó ella, necesitada de explicarse—, porque esas son escuelas privadas que se guían por sus propios programas. Pero el Beta promedio se tiene que conformar con una educación de mier… —y calló de golpe, recapacitando. Se rascó la cabeza muy abochornada, y ocultó su rostro tras las manos—. Ay Saeko estúpida, siempre es lo mismo contigo. Aprende a callarte de una buena vez.

Sus manos refregaron su rostro, arrastrando sobre sus mejillas caminos de pintura de delineador. Su mirada recorrió la estancia. Todavía estaban los vasos alineados en el vano de la ventana, tal como los dejé en el día que se desencadenó mi celo.

—¿Has estado bien? —la asistente social contemplaba mis vasos—, me refiero a los supresores y eso. ¿Te adaptas? Entiendo que son bastante jodidos.

—Lo son.

—Entonces… ¿Has decidido de que vas a seguir estudiando, no? —recuperando su talante, la asistente social comenzó a tachar casillas de sus folios.

—Pues… sí, sí. Eso sería…

—Informaré que aún no estás preparado para ingresar a una agencia matrimonial y que recomiendo que continúes los estudios de preparatoria.

—Pero…

—Haré un buen reporte, no te preocupes. Tan bueno, que quizá ya ni tengamos que volver a reunirnos. Sí, lo he decidido. Te daré de alta.

—¿De verdad?

—No te creas que te hago un favor. Esto me viene mejor a mí que a ti.

Siguió escribiendo a velocidad del trueno. Me preocupé de volver a rellenar su vaso, y regresé a mi asiento, abrazado a mis piernas, incapaz de creer a mi suerte. Quería contárselo a alguien. A Yaku decirle de que ya podía volver a odiarme con ganas, porque tendría que soportarme otros tres años más; y a Kenma, porque sin dudas debía saber este milagro.

La asistente social regresó sus papeles a su archivador y se colocó los zapatos. En el marco de la puerta, sus dedos volvieron a tamborilear sobre la madera.

—Mi hermano pequeño es Omega. Este es su último año de secundaria y mis planes era que ingresara a una escuela de integración al iniciar la preparatoria. Las escuelas B/O son contadas con los dedos. De donde vengo, en Miyagi, no hay ninguna. Quería traerme a Ryu a Tokio y pagarle la educación. Incluso tenía un dinero ahorrado, pero cuando se lo comenté a mi marido… a mi ex marido… al idiota no le hizo ninguna gracia. Dijo que era tirar dinero. ¿Te lo crees? Va y me lo dice en la cara.

»No me vengan a mí con esas basuras de que los Betas descubren su destino biológico solo si se integran a la sociedad A/O. Recuerda una cosa, jovencito: el conocimiento es poder. Por eso es que la educación se ha vuelto un privilegio.

Me guiñó un ojo a modo de despedida. La vi cojear hasta su pequeño auto, con su pintura de ojos corrida y sus mejillas manchadas, forcejeando por abrir la puerta abollada. No arrancó enseguida. Dejó caer su cabeza sobre la bocina, sin importarle el ruido. Los perros del vecindario comenzaron a ladrar. La asistente golpeó sus mejillas con ambas manos y las llantas de su carro sacaron llamas al pavimento.

Me esperé un momento bajo el dintel de la puerta, y cuando ya era obvio que la asistente social no regresaría a anular todo lo que dijo, y que no soñaba, me fui corriendo a contárselo a Kenma, que vivía más cerca.

. . . .

Pero Kenma, ese estúpido dizque mejor amigo que me gasto, al principio ni me quería recibir porque tenía hecho un lío en su habitación con todas sus cajas.

—No seas mal anfitrión con tus amigos, Ken —le regañó su papá al otro lado de la puerta de su habitación. Digo «regañar» pero el Papá Alfa de Kenma estaba más cerca de las súplicas que del enfado. Siempre había sido de ese modo—. ¿Tengo que repetirte lo que hablamos el otro día?

—Vale, vale. Pero tú hazte a un lado. Solo dejaré a Kuro entrar.

Kenma abrió apenas su puerta, asomando solo parte de su rostro y dio una mirada penetrante a su Papá Alfa, quien solo agachó la cabeza y retrocedió. Sin abrir más la puerta, me tiró dentro y cerró con llave.

La verdad, en el caso de Kenma, sí que parecía mal de Diógenes.

—Ya sé que son muchas cajas, y que debería deshacerme de algunas, pero todavía no decido cual. Ni se te ocurra tocar alguna.

—De verdad, por qué esta obsesión por las cajas.

—¿Por qué esa obsesión con esa horrible bufanda?, ¡en verano! Te he visto. No te la has quitado en días. Reconozco perfectamente la tela de esa bufanda, así que ni se te ocurra criticarme.

—¡Sí puedo! ¡Siempre puedo criticarte! ¡Solo dime qué rollo te pasa con las cajas!

Empezamos a luchar. Rodamos por toda su habitación, arrollando cajas a nuestro paso. Terminamos rendidos, cada uno metido en una caja. Kenma, aunque exhausto, no parecía disgustado.

—Me gusta meterme en las cajas, es solo eso. Me gusta sentir mi cuerpo confinado en un espacio muy pequeño. Me es cómodo.

La caja en la que se hallaba Kenma era cuadrada en su fondo pero alta. Solo le cabía el culo flaco y las piernas y tronco sobresalían de esta. Parecía una posición muy incómoda, pero lo entendía. Era lo que me sucedía a mí con mi bufanda.

—Esto… ¿es un nido? —pregunté.

—Bueno… sí y no…

—Kenma se revolvió los cabellos, como si batallase consigo mismo.

—A ver… la situación es esta: normalmente son los padres Omegas o las madres Omegas quienes enseñan a sus hijos Omegas a realizar su nido. Pero en vista de tu situación, mis padres me han emboscado para que sea yo quien te responda todas las dudas que puedas tener. Lo hacen a postas. Debo tener los peores padres de la tierra.

Tenía los mejores, sin dudas.

Siguió en su caja todo el tiempo mientras yo le ordenaba las otras cajas de cartón por tamaño. Cuando le pregunté por sus rocas, señaló bajo la cama. Guardaba allí otra caja, esta vez de plástico y con ruedas, llena de rocas de distintos colores y tamaños.

—Los nidos son tu lugar de confort. Eso es lo más importante que debes saber. Cuando te sientas triste: ve a tu nido. Cuando estés de bajeras: ve a tu nido. Cuando te agotes: ve a tu nido. En general, cuando necesites un refugio del mundo, un lugar de paz donde recargar tus energías y sentirte cómodo, cuando estés muy solo y quieras calor… ve a tu nido. Es tu refugio seguro. Todo puede ir mal en tu mundo, salvo tu nido. Y ya está. ¿Estás tomando notas? Toma notas, estúpido. No voy a repetir nada de lo que diga.

Busqué papel y lápiz en el escritorio de Kenma y escribí lo último que me dijo. Y siguió.

—El truco de todo esto es (1) descubrir tu nido y (2) NO DECÍRSELO A NADIE, esto último escríbelo en mayúsculas. Porque tu nido es tu punto más fuerte y tu punto más débil. Para que tu nido sea un verdadero refugio, debe ser solo tuyo, y debes asegurarte de que sea, en efecto, seguro. O sea, que nadie pueda invadirlo. Por eso es que suele transmitirse de padres a hijos, ¿capichi?

Motzarela capichi.

Ambos estallamos en una carcajada.

Quizá fuese porque estaba en esa caja en una posición tan incómoda, pero Kenma realmente parecía más relajado y no tenía muchos problemas para hablarme. Ni siquiera llevaba la consola en sus manos para reunir calma.

—Normalmente las costumbres de nidificación se heredan, Kuroo. Yo no sé qué haría tu Papá Omega, pero supongo que tu nido debe estar relacionado a las texturas, a juzgar por tu bufanda. Cuando digo que debes «descubrir tu nido», me refiero no solo a descubrir qué lo conforma, sino dónde se ubica. Mamá y yo tenemos nidos que no se enclavan en un lugar específico. Yo, a donde lleve mis cajas y mis rocas, estará bien. A veces me basta con unas cuantas rocas en los bolsillos. Aunque hay otros días que prefiero refugiarme y me guardo con todas las cajas y rocas dentro del ropero. No abras el ropero.

Volvió a reírse, como totalmente adormilado. Parecía uno de esos gatos líquidos se adaptaban a las formas de las cajas que los contenían, en completo estado zen.

—Quizá tú también tengas un nido móvil, Kuroo, o quizá seas una persona de texturas —y un dedo desganado apuntó a mi bufanda—. Habrá días que lo único que tendrás en mente será cómo mejorar tu nido, y recorrerás calles y tiendas en busca de elementos para adornarlo. Algunos funcionarán, otros no. Solo… déjate llevar. Mamá dice que descubrir tu nido es una manera de conocerte como persona.

—Gracias Kenma. ¿De verdad no puedo abrir tu ropero?

—Ni se te ocurra.

—Todos estos días he dormido con una cazadora de mi Papá Alfa —confesé.

—¿Por qué? ¿Huele bien?

—Sí, pero más que eso, creo que me gusta sentir el peso sobre mis hombros.

Recordé a mi abuela enterrada en su cama bajo las capas de abrigo de mi abuelo.

Volvía a sentirme decaído. La verdad, ahora que la había mencionado, tenía ganas de echarme a dormir bajo la cazadora. Pero antes de irme, derribé a Kenma y corrí a abrir el ropero. Kenma me tacleó cuando alcanzaba la chapa de la puerta. Algo alcancé a ver. Cientos de cajas, dobladas y aplastadas unas sobre otras formaban, literal, un gran nido.

Me echó a patadas. Nuestra amistad se acabó para siempre (otra vez).

En mi habitación, volví a echarme la cazadora sobre los hombros y me quedé mirando películas hasta que me venció el sueño.

. . . .

Yaku me esperaba en la entrada de la escuela. Estaba desesperado por saber cómo me había ido en la entrevista con la asistente social, que olvidó burlarse de mi bufanda de cachemira.

La verdad, la emoción que me hubo embargado cuando conseguí el beneplácito de la asistente social me duró repoco. Ahora que había logrado seguir estudiando, mis prioridades eran otras. No dejaba de preguntarme cómo sería mi nido.

¿Serían texturas? Mi bufanda era tan rica. Pasaba mi mejilla por cualquier pedazo de tela a mi paso: la camisa de un compañero, la falda de una compañera… no podía remediarme.

No, quizá sea la sensación de calor que me da la bufanda. Me la quitaba para secarme el sudor y me la volvía a enrollar. Probaba con enrollarme otras cosas al cuerpo. Estuve así varios días.

—Estás un poco distraído, ¿no? —Yaku, desde el otro lado del vestuario, proyectaba una sonrisa torva. Ya era viernes. Acababan de terminar las prácticas de vóleibol.

—No ando distraído —renegué. Busqué mi bufanda. Por supuesto que estaba en el bolso, qué preocupación más absurda. Me metí a la ducha. Enseguida me apremiaron las dudas. ¿Y si el imbécil de Yaku removía mis cosas y robaba mi bufanda? Me apuré en enjabonarme y enjuagarme y regresé al vestuario. La bufanda estaba en su sitio. Me la puse, aunque estuviese todo mojado.

Kai también regresó de las duchas. Trató de aguantarse la risa.

—¿Qué sucede? —quise saber.

Yaku apareció por detrás. Explotó con ganas.

—¡Pareces Luis XVI!

Me miré al espejo. Una gran mota de espuma adornaba mi cabello. Metí la cabeza bajo el grifo de agua.

—¡Dejen de reírse! ¡A cualquiera le pasa!

En mi apuro, no me quité la bufanda, y si antes se había humedecido, ahora quedó toda empapada.

Yaku y Kai se miraban con complicidad.

—Ya sé lo que necesitas —resolvió Yaku, tomando asiento a mi lado—: ir de compras.

—Yo no necesito ir de compras, déjame en paz, estoy bien.

—Anda, vamos, esta tienda te va a encantar, ¿cierto, Kai?

—Oh —Kai abrió los ojos, como comprendiendo las intenciones de Yaku—, claro, claro, tiene sentido, vayamos.

—¿A dónde? —insistí.

Nestcenter —respondieron ambos a dúo.

Nestcenter era una franquicia de supermercados especializada en productos para Omegas. Recordaba haber ido alguna vez cuando pequeño, acompañando a mi Papá Omega, y también recordaba que me había aburrido un montón.

—No lo sé…

Solo quería ir a casa y meter mi bufanda en la secadora.

—Es el paraíso, Kuroo. En estos momentos tú no sabes lo que necesitas, pero de seguro que Nestcenter lo tendrá.

—¿Ah, sí? ¿Lo crees? Porque lo que necesito en este momento es una secadora para mi bufanda.

—Lo tienen.

—No me estás entendiendo. No quiero comprar una secadora. Solo quiero secar mi bufanda.

—Sí, lo entiendo. Te prometo que tienen un servicio de lavandería para casos de urgencia.

Aunque estaba seguro de que me mentía, acepté su propuesta. Podría darme el lujo de decirle «te lo dije».

Seguí a Yaku y Kai por las calles. Me dijeron que iríamos al distrito comercial Omega. Aunque sabía que existía, solo había ido de pequeño, acompañando a mi padre. Nunca había necesitado nada muy específico, y si era por ropa, definitivamente la moda Omega no estaba echa a mi medida. Solo me motivaba eso de secar mi bufanda y no presté mucha atención a lo que conversaban.

Una frase suelta llegó a mi oído.

—…pero quizá Kuroo sea más de texturas, deberíamos empezar en la sección de textiles.

—¿Disculpa?

—Porque es obvio que lo único de bueno que tiene esa horrible bufanda es que es suavita —me explicó Yaku, pero yo seguía sin entender—. ¿Has puesto atención a algo de lo que hemos dicho?

—Para nada.

—Bueno, no pasa nada, eso es un efecto de los supresores. Óyeme Kuroo, mírame a los ojos. Espera… primero bajemos del metro.

Bajamos del metro y me hicieron sentarme en la zona de espera. Yaku no podía disimular su sonrisa. Me tomó de las manos, se agachó un poco para quedar a mi altura, y me obligó a mirarlo a los ojos.

—Es importante que comprendas esto. Necesitas construir tu nido, Kuroo.

—Agh, por qué me sueltas eso justo ahora, justo aquí.

—Porque entre medio de la multitud pasaremos desapercibidos, poste con patas. Escúchame. Normalmente los padres enseñan a sus hijos cómo construirlos, pero en tu caso…

—Lo sé. Estoy en eso, Yaku. No es tan fácil…

—Porque no sabes cómo buscar. Cuando sabes cómo buscar, te empiezas a abrir camino tú solo.

—Pero…

—Mírame, Kuroo. Mírame a los ojos. Dejaremos tu bufanda en la secadora y compraremos cositas que te gusten, ¿de acuerdo?

—No tengo mucho dinero.

—Bueno, nos las apañaremos. Yo pondré un poco y Kai también. Ni se te ocurra poner objeciones. Es un regalo de ambos para ti, así que sé agradecido y cierra la boca. ¿De acuerdo? ¿Lo has entendido? Asiente si lo has entendido.

Con algo de dificultad, asentí.

Me agarró de un brazo y Kai de otro.

El distrito comercial Omega no era más que una calle peatonal no muy larga, con una entrada que se ocultaba tras unos enormes árboles.

—¡Algodón de azúcar! —se emocionó Yaku—, cuando acabemos, recordemos comprar algodón para cada uno.

—¿Habías estado por aquí, Kuroo? —me preguntó Kai.

Mi distracción decidió tomarse un descanso. Aquella calle era realmente impresionante. Omegas de todas las edades caminaban de un lado a otro. Yaku y Kai me enseñaban las tiendas.

—Tiendas de maternidad, por supuesto. Mercerías, esta de la izquierda trae buenas marcas pero es un poco cara. Menaje, infaltable. Tiendas para sobrevivir al calor. Yo a veces compro ropa aquí.

—¿Es buena?

—Oh, Kai, la tela es tan transpirable, puedes sudar una catarata y la ropa apenas se moja y se seca al instante, una maravilla. Para hacer deporte no hay nada mejor.

—Hay unos edredones con mangueras, ¿cómo serán?

—¿Te refieres a las mantas con el sistema de refrigeración?, ¿nunca los has probado, Kai? Yo tuve unas cuantas, y ayudan bastante. Pero, francamente, prefiero las compresas frías y los ventiladores. En el tercer piso tienen ventiladores de todo tipo. Ah, Kuroo, y allí, junto a la droguería, está Aromashop, una tienda de lujo máximo. Todos los aromas del mundo y más.

—Te he dicho que no tengo dinero, Yaku. Mucho menos para lujo máximo.

—Por eso te llevamos a Nestcenter. Aquí, es aquí, levanta la vista. Bueno, bonito, barato, y con servicio de lavandería.

Era la tienda más grande de la calle peatonal y la conectaba con la avenida. A simple vista, parecía un supermercado. El servicio de lavandería se emplazaba en el subsuelo.

Yaku se acercó al mostrador y explicó mi caso.

—La necesitamos lo antes posible. Es solo secarla y ya, y cuidar de que no se encoja. Como ve, la tela es envidiable.

Pensé que no la aceptarían, solo se trataba de una bufanda, pero el muchacho la agarró entre sus manos enguantadas y la etiquetó con un código.

—¿Seguro que no quieres que la lave?

Yaku me miró. Negué fuertemente con la cabeza. El muchacho de la lavandería procesó la compra.

—Así que cachemira… Con una hora debería bastar. Te entregaré un vale para retiro.

Kai me explicaba:

—Esta lavandería está pensada no solo en grandes coladas, sino también en emergencias cotidianas. Por ejemplo, cuando acaba de llover y un vehículo pasa por una poza de agua cerca de ti y te empapa de pies a cabeza. O estás en el cine y se te cae la soda de limón sobre tu manta y le cambia por completo el aroma.

—Yo siempre traigo aquí mis colchas —dijo Yaku—. Me gusta porque mantienen su olor. Quedan relucientes y suavitas, pero no huelen a detergente.

—¿Y eso es bueno? —pregunté.

—Si te gusta el aroma a detergente puedes pedirles que queden así —me explicó Yaku—. Tienen una gran variedad de detergentes, acondicionadores, y colonias de ropa. Esto que tienes aquí pegado en tu carota —Yaku tocó la punta de mi nariz—, esa cosa que parece que te sobra es lo más importante de un Omega.

Me rasqué donde me hubo tocado.

—No huelo nada.

Kai miraba a Yaku con cierta suspicacia, pero acaso quiso decirle algo, se contuvo.

Nestcenter era realmente impresionante.

La tienda contaba de tres plantas. En la primera planta se encontraba la zona de cajas y una especie de mercería. Además de lanas e hilos, había trozos de género de diversos colores, diseños, textura, y gramajes. Los géneros se vendían por metro, o por retazos en unas bolsas surtidas. Flores y hojas secas impregnadas en resinas se vendían por peso. Yaku tomó un estuche de papel y lo llenó con hojas y conos de cipreses, los pesó, y pegó en la bolsa el código que correspondía. Junto a las flores secas estaban las flores y enredaderas plásticas, algunas que parecían reales, y otras notoriamente artificiales; los juguetitos plásticos, desde tiranosaurios hasta grúas en miniatura, y luego los peluches de felpas, todos mononos y kawaii, algunos con broches tal de formar guirnaldas o poder ser colgados de manera individual, que se vendían individual o en packs.

Al final estaba la sección de las maderas. Planchas de bambú y cholguán, y otras de maderas más nobles, pero también en formato chips, aserrín, y varillas.

En realidad solo llamaron mi atención los géneros. Había unos muy pesados, de distintas texturas. Pero no me decidí por nada y seguimos a la segunda planta.

Estaba dedicada especialmente a cobijas, edredones, cojines, toallas, y alfombras. Al igual que en el segundo piso, reinaba la variedad de diseños, texturas, y colores. Todo estaba ordenado en gradientes de color (derecha a izquierda) y textura (de arriba abajo). Encontré unas toallas enormes, realmente pesadas, y podía imaginarlas en mi cama, sobre mí. Esta visión me produjo cierto escalofrío. Kai y Yaku se percataron, y Kai echó la toalla que sostenía en la mano a la cesta de compras. Me puse todo rojo.

En la tercera planta había guirnaldas de luces de distintas formas, colores y largos; espantacucos, humificadores, quemadores de aceites, velas de variados aromas, inciensos y ventiladores. Y lo más curioso, pequeñas maletitas con un set de cubiertos que incluía una cuchara, palillos, un pocillo, una taza, un vaso, un termo, y servilletas.

—Esto definitivamente sí —dijo Kai examinando una—. Es lo más práctico.

—¿Lo es?

—Sí, no hay nada más aliviador que tener tus cubiertos junto a ti. Incluso vienen con un set de limpieza.

Buscamos uno que se adecuara a mis gustos y que fuese económico, aunque en Nestcenter todo era de precios bastante asequibles.

Sin que nos diéramos cuenta se nos hizo la hora para que estuviese lista mi bufanda. Yaku me regaló un humificador, y Kai un cojín para poner entre las piernas y un surtido de retazos de género.

Nuevamente me sentía sensible y con ganas de llorar.

Amarré la bufanda a mi cuello, incapaz de expresar mi agradecimiento.

—Cuando tengas alguna duda, Kuroo… —empezó Yaku, alisándome las ropas—. Cualquier cosa que quieras compartir…

—Sí, Kuroo. No dudes en llamarnos —terminó Kai.

No tenía nada que ver con hacer nidos o tomar supresores. Sentía una especie de energía fluir entre nosotros tres, un lazo poderosísimo, y supe en aquel momento, no podría decir cómo, que se trataba de algo que otras razas no lograrían imaginarlos o experimentarlo. Aquella era la camaradería única que nacía entre los Omegas. Los abracé, a mi cabezahueca de Yaku y mi adorable Kai. Por primera vez, me sentía orgulloso de lo que me había tocado ser. Recordé ese día, años atrás, que coincidimos los tres en el Centro de Planificación Familiar, cuando ninguno de nosotros había dado signos de su sexo secundario.

—Chicos, me alegro de haberlos conocido.