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KuroVerso

Alerta: AU!Omegaverse distópico

Disclaimer: personajes no son míos


Recordatorio: tras su celo, Kuroo se somete al tratamiento de supresores. Sus amigos le ayudan en el proceso, y le explican todo lo que hay que saber sobre los nidos.


Capítulo XV. Los Alfas

Todos saben que los Alfas son el siguiente paso de la evolución de la especie humana.

Dicen que los Alfas pueden levantar hasta siete veces su peso corporal sin necesidad de entrenamiento especial, y en situaciones críticas aquello puede duplicarse, hasta triplicarse. Unos días atrás salió en el telediario el caso de una madre Alfa que, al presenciar un accidente automovilístico, corrió hasta el lugar de los hechos y levantó un vehículo de 5 toneladas para rescatar a los atrapados.

También dicen que los Alfas no necesitan dormir más de cuatro horas para recuperar energías tanto físicas como mentales. Para los Alfas, dormir no es más que un «mero trámite». Dicen que muchas veces duermen de a pie. Tienen el sueño ligero y despiertan a intervalos. No soportan estarse quietos sin hacer nada. Por lo mismo, gran parte de los Alfas resultan ser noctámbulos. Los expertos lo explican de esta manera: la flojera no tiene cabida en el modo de vida de los Alfas. Es una palabra que, simplemente, no existe.

Es sabido que una cuadrilla de quince Alfas construyó todo un puente de 500 metros al norte de La Nación en el tiempo récord de una semana. También es sabido que un grupo de constructores Alfas levantó un edificio de veinticinco pisos en cosa de medio año. Actualmente ese edificio es la sede del partido de La Nación y simboliza el orgullo Alfa.

Alguien preguntó en clases por qué, si los Alfas son tan fuertes y precisan de tan poco descanso, se delega a los Betas las labores de construcción. El alumno lo argumentó de la siguiente manera: los Betas tienden a bajar el ritmo de los Alfas porque requieren más descanso, y además, su fuerza es inferior, sus cuerpos no están acostumbrados a cargar tanto peso ni por tantas horas.

El profesor, que era Beta, le respondió con estas palabras: «aquello se debe a que solo una quinta parte de la población es Alfa, y por sus cualidades, están llamados a cosas más grandes e importantes que la construcción de bienes inmuebles. Por eso los Betas tienden a asumir las tareas a las que los Alfas no dan abasto. No resulta tan ineficiente si se considera que los Betas trabajan siguiendo la planificación diseñada por los Alfas, y mucho menos cuando se emplea la maquinaria que ellos también diseñan».

Porque las ventajas de los Alfas no se limitan solo en su fuerza física o su rápida recuperación de las energías. Si bien es por lo que más destacan, sus virtudes son casi infinitas. Por ejemplo, pueden aguantar hasta veinte minutos bajo el agua sin respirar, y soportan más presión atmosférica que un Beta, ni se diga que la de un Omega. Es sabido el caso de aquel adolescente Alfa que, en una excusión de submarinismo, halló una ojiva nuclear a 13 km de la costa, de la época de las guerras mundiales.

Por si no fuese suficiente, el intelecto de los Alfas también es superior al resto de las razas: aprenden con mayor rapidez, encuentran respuestas donde otros no las hallan, y también saben formular las preguntas escondidas que nadie se atreve a hacerse. Son los matemáticos más analíticos, los filósofos más penetrantes, los ingenieros más eficientes y los inventores más creativos.

Todo esto se explica gracias a la energía del Alfa. Producen tanta energía que deben darle salida de alguna forma. Esta energía es la que fortalece sus cuerpos, la que los recupera rápidamente de la fatiga y repara sus músculos, y como no siempre logra contenerse, se propaga hacia todo lo que tocan. Los árboles que cultivan los Alfas crecen más rápido y fuertes, dan fruta más sabrosa. El ganado que engordan da leche con más enjundia, carne más suave y blanda, con la grasita infiltrada. Los huevos de las aves de corral son grandes y la yema es casi roja. Las abejas de los apicultores Alfas se multiplican en sus colmenares y la miel que producen chorrea en abundancia.

Pero, lo más interesante de toda esta energía que liberan, es aquella que comparten con su «Omega destinado».

Estas eran las cosas que yo sabía de los Alfas.

. . . .

Desde que mi Papá Alfa muriera, mis mayores referentes Alfas fueron los héroes de las series y películas que veía. Durante la primaria, de repente un chico se aparecía con la insignia de los Alfas clavada a su uniforme, ganándose el elogio de los maestros y la admiración de todos. Esos chicos tendían a ser altos, ruidosos y contaban de cierto magnetismo que atraía a otros a seguirlos. Encajaban en los perfiles tanto del hiperactivo, del atleta, pero también del bufón del curso.

Yo era alto, bastante ruidoso, atlético y con un punto bromista que hacía reír a mis compañeros sin esfuerzo. Parecía que estaba pintado para ser Alfa.

Luego descubrí que era un Omega y muchos otros Omegas más salieron de sus escondites, tal que en poco tiempo me vi rodeado de ellos. Mi mejor amigo era Omega. Estudiaba en una escuela de Omegas. Mi abuelo Alfa murió y en mi núcleo familiar solo quedamos los Omegas. Estaba tan acostumbrado a mi vida entre Omegas que llegué a olvidarme de que éramos un grupo escaso dentro de la población, una verdadera minoría. Y que, por tanto, consistíamos una novedad y una rareza para las otras razas.

Los Alfas tampoco eran muchos dentro de la población, pero más que nosotros. La probabilidad de hallar un Alfa en una muchedumbre era la misma que la de hallar un zurdo. En cambio, la de hallar a un Omega era similar a encontrarse con un zurdo que también fuese miope.

Desde niños nos venían inculcando esto de la realización del destino biológico, como que la mordida del Alfa vivificaba al Omega. Pero en la escuela no nos hablaban mucho del mundo de los Alfas. Además, como no había Alfas en mi entorno, y la única vez que hubo alguno fue en esos talleres de estimulación celar, donde los Alfas estaba escuchimizados y no parecían Alfas como los de la televisión, estos seres que son el siguiente eslabón de la evolución humana formaban parte de un imaginario que cada vez se me hacía más ilusorio y desconocido.

Debería ser lo más obvio, pero vine a tomar conciencia bien tarde de que para realizar ese destino biológico que tanto nos fomentaban en la escuela, los mundos de los Omegas y de los Alfas debían introducirse el uno en el otro, mezclarse, formar una especie de simbiosis. Las implicancias de todo aquello vine recién a comprenderlas durante el campamento de entrenamiento de vóleibol.

. . . .

Una semana antes que empezara el campamento, nos enteramos de que, además de dos escuelas Betas, participaría una academia de Alfas. Cuando digo que «nos enteramos», me refiero puntualmente a Yaku, Kai, y a mí. Nuestros senpai se habrían aguantado hasta el último momento para decírnoslo, de no ser por Kai, a quien, por algún motivo, le entró la sospecha.

Otra cosa que se dice de los Alfas es que pueden llamar a su Omega destinado hasta en un radio de 10Km.

En medio de la práctica a Kai se le erizaron todos los pelos de la nuca y se quedó inmóvil como una estatua. De no ser por los reflejos rápidos de Yaku, el pelotazo le habría hundido la nariz. Le preguntamos qué le sucedía, nos ignoró. Abriéndose paso hasta lo más alto de las graderías, Kai pidió silencio, y nos dejó en suspenso casi todo un minuto. Cuando recuperó la voz, increpó a nuestros senpai con una voz áspera y seca:

—¿Alfas en el campamento? ¿Es eso cierto?

Kai solía ser ante todo tranquilidad y sonrisas, por eso fue chocante verlo encarar a los senpai al borde del desmayo. Pero estos palurdos de nuestros senpai ni se percataron. Al contrario, completamente faltos de juicio fue que treparon las gradas a máxima velocidad, y lo acribillaron a preguntas:

—¿Qué fue eso, Kai? ¿Te llamaron?

—Lo llamaron, definitivamente lo llamaron.

—¿Tienes un Alfa?

—¡Kai tiene un Alfa! ¡Kai tiene un Alfa!

—¿Cómo es que nos habías comentado nada?

—A ver, buitres, háganse a un lado —regañó Yaku abriéndose paso.

Posó una mano sobre la frente de Kai. Le temblaban tanto las piernas que Yaku prefirió llevárselo a los vestuarios, a ver si conseguía calmarlo. Le pregunté a los senpai qué sucedía.

—De acuerdo, no puedo callármelo más —confesó el capitán—. Obvio que hay una escuela de Alfas involucrada, los campamentos siempre trabajan de ese modo.

Corrí a los vestuarios. Yaku rebuscaba en sus pertenencias hasta que dio con lo que parecía una muestra de perfume. Kai estaba arrojado en una banca y parecía encontrarse en otro plano de la existencia. Yaku abrió el perfume y lo pasó bajo la nariz de Kai. Enseguida las piernas de Kai dejaron de temblar. Aunque seguía en un estado de alerta, sus ojos volvieron a enfocarnos, como si hubiese atravesado el velo que lo separaba de este plano.

—¿Mejor, cierto?

—Gracias Yaku.

—Menudos hipócritas. Ahora tiene mucho sentido que la prioridad de esos idiotas haya sido desde un principio participar en los campamentos.

—Sí…

—Si no quieres ir al campamento de entrenamiento, puedes dejarlo, Kai. No te sientas presionado a cumplir por esos tarados.

—No, está bien, Yaku. Me comprometí a hacer esto. Solo será un fin de semana en todo caso.

Ese día Kai no esperó a nadie para regresar a casa. Intenté decirle algo, pero ya no estaba. Yaku me miraba con cierto fastidio.

—Si quieres preguntarme algo, solo escúpelo Kuroo. Lo llevas escrito en toda la cara.

—¿Qué le pasa a Kai? ¿Me tengo que preocupar?

—Como nos dirían en esta estúpida escuela: «son cosas que pasan». Ahora, yo diría que no te preocuparas, pero no sé. ¿Sabes si Kai tiene alguna historia con algún Alfa?

—¿Historia? Bueno… —lo pensé un momento—. Quizá sí.

—¿De verdad? ¿Qué es lo que sabes?

—Uhhh… no mucho. Esto debería contártelo Kai, pero en el pasado un Alfa que era un amigo en común de ambos casi lo mordió.

—¿De verdad? ¿Cómo sabes?

—Porque estuve allí.

—¿Y cuál era la relación entre ambos?

—Los tres éramos buenos amigos y compartíamos el autobús. Te hemos hablado del taller de estimulación celar antes ¿cierto?

—Sí, me han hablado de ese centro de experimentación retorcido, ugh.

—En una de las sesiones fue que nuestro amigo Alfa casi lo muerde. Pero…

—Dime.

—Nunca pareció que a Kai le cayese muy bien. Era yo quien más hablaba.

Yaku meditó un momento.

—Vigilemos cómo le va a Kai en el campamento. Preocupémonos de que alguno de nosotros siempre esté con él, ¿te parece?

—¡Ni hace falta que me lo pidas!

—No me estás entendido. Estoy hablando de estar siempre junto a Kai, en plan guardaespaldas, desde el inicio hasta el fin del campamento.

—No me ofendas así, Yaku. Kai es un colega. Él y tú han sido tan bondadosos conmigo, especialmente con todo lo de mi celo, que si Kai necesita mi ayuda, no puedo sino entregarme por completo.

—Por supuesto, eso lo sé. Pero… tú no has interactuado mucho con Alfas, además de esos flacuchentos sin brillo de tu taller raro. Pero cuando un Alfa hace aparición, y es un Alfa adolescente, rebosante de voluntad, con los músculos hinchados y esa mirada impregnada de su magnetismo… a veces es difícil…

—¿Difícil cómo?

Yaku se pasó la mano por la frente. Hizo detener al autobús.

—Porque, nos guste o no, nos enamoramos de esos estúpidos. Ojalá lo de Kai sea una falsa alarma, porque si no, lo tendremos difícil. Prepárate para tenerlo difícil.

—Estamos hablando de Kai. Del bueno de Kai.

—No, estamos hablando de Omegas y de Alfas cohabitando en un mismo espacio. Cosas como «el buen juicio» no tienen ningún significado Como sea, nos vemos mañana.

Nos despedimos.

Sus advertencias no habían logrado amedrentarme. Ya un poco habituado al modo de ser de Yaku, estaba seguro de que exageraba.

Pero… bueno. Así es la vida.

. . . .

Al día siguiente, a bordo del autobús que nos llevaba hacia el campamento (que se realizaría en la preparatoria Beta Shinzen), algo similar a lo que le pasó a Kai le sucedió a Yaku. Estaba platicándonos una historia graciosa que sucedió en su clase de Decoro, en parte para distraer a Kai, pero de pronto calló de golpe y se le erizaron todos los pelos de la nuca. Miró a los senpai con ojos entornados.

—¿La Academia Fukurodani? Uhhhh, ¿No había otra escuela de Alfas en toda la prefectura?

—¡Yaku! ¡Cómo sabes!

Haciendo caso omiso, Yaku volvió a sacar del bolso la muestra de colonia y se roció con ella en la cara y también convidó un poco a Kai.

—Este campamento de entrenamiento no será para nada lo que yo esperaba…

—¡Explícate Yaku ahora mismo! —urgieron nuestros senpais al borde de un ataque de nervios. Yaku, en el mismo estado, se negó rotundo.

—¡No pienso!

Se subió los audífonos, se colocó unas gafas para dormir, y no hizo ni caso a nuestros berrinches, hasta que el autobús aparcó en Shinzen.

Otra cosa muy típica de los Alfas, es que no les gusta que los hagan esperar. El tiempo de los Alfas vale oro.

Las escuelas Beta y la nuestra fueron citadas a las 10:00 am. A los Alfas los citaron, como dicta el protocolo, media hora después. Tras presentarnos con los Betas y acomodarnos en nuestros dormitorios, nos tocó esperar angustiosos minutos hasta la llegada de los Alfas. Incluso yo, recién adaptándome a los supresores, me di cuenta del ligero tufillo que enrarecía el aire. Mis senpai no lograban ocultar su excitación. Se retocaban el peinado, se miraban al espejo, y se acomodaban sus uniformes, tratando de verse lo más guapos posible.

Yaku, de brazos cruzados, sentado en el último peldaño de la larga escalinata a la entrada de Shinzen, dijo de pronto.

—Aquí llegan: los Alfas.

Un autobús se detuvo en la entrada de la escuela. Una especie de rayo sacudió mi cuerpo. Fue como si sacaran toda la carne a la parrilla: ante nuestros ojos empezaron a desfilar, uno tras otro, un grupo de Alfas en la flor de su vida: altísimos, musculosos, y rebosantes de ese magnetismo tan propio. Los Alfas descendían del autobús como si se tratase de la alfombra roja, enseñándonos sus piernas gruesas, sus brazos abultados, la espalda ancha y trabajada, la quijada fuerte y esa sonrisa, ay, ¿cómo decirlo? Aquella sonrisa brillante que encandilaba al mismísimo sol de verano. Sin darme cuenta, mi cuerpo se había puesto de pie.

—¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! ¡Eran ciertos los rumores! ¡Omegas!

Mi corazón dio un vuelco. Un Alfa de turbulentos ojos amarillos y cabello bicolor saltó del autobús y me apuntó.

—¡A ti te conozco!

La Alfa tras él le dio una bofetada.

—Ya cállate búho infernal, me tienes harta. No hay quien te aguante.

Y también ella saludó en mi dirección, pero no era a mí. Yaku, que hace unos momentos estaba sentado en la escalinata, ahora se encontraba a mi lado y me tenía agarrado de la camiseta. Me miró de reojo mientras los dos Alfas se nos acercaban. Estaba rígido, con el rostro serio e inexpresivo, como hecho de piedra. La Alfa se adelantó.

—¡Yaku-kun! ¡A que no te lo esperabas!

—¿Por qué? —fue lo único que pudo salir de boca de Yaku.

—Nosotros tampoco sabíamos. Los senpai no nos dijeron ninguna palabra hasta hace unos momentos, cuando te llamé.

El Alfa de los ojos turbulentos seguía la conversación como si se tratase de un juego de tenis. Yaku suspiró un poco rendido.

—Yukie-san, Bokuto-san, él es mi amigo Kuroo-san, un compañero de la escuela.

—Pero si eres altísimo —dijo aquel chico llamado Bokuto— ¿estás seguro que eres Omega? Huele peculiar, ¿cierto?

—Y Kuroo… el impertinente de aquí es Bokuto-san, nos hemos enfrentado en algunos partidos de secundaria, y… —Yaku flaqueó unos segundos—. Y ella es Yukie-san, mi Alfa.

Yukie inclinó la cabeza.

—Puedes llamarme Yukipie, todos me llaman así.

Nuestros senpai, que seguramente habían estado espiando sin perderse palabra, volvieron a abalanzarse sobre Yaku.

—¿Tu Alfa? ¿Ella es tu Alfa?

Yukie-san volvió a asentir, algo abochornada. Todos mis senpai parecían encantados, pero a mí no dejaba de mirarme el de los ojos turbulentos.

—¿Cuánto mides? ¿Qué tan alto es tu salto vertical?

Alguien hizo sonar un silbato. Igual que perros adiestrados, los Alfas alzaron al unísono sus cabezas y se formaron en una línea.

El coach de Fukurodani repartió a todos instrucciones fuertes y claras. Los Alfas terminaron de desempacar y fueron a acomodarse a sus dormitorios. El resto preparamos el gimnasio.

Al congregarnos los Omegas, nos dimos cuenta de que nos faltaba Kai. Por fortuna no tardamos en encontrarlo. Se hallaba escondido en los baños que habilitaron para los Omegas. Yaku volvió a rociar a Kai con aquella extraña colonia, y le dijo:

—No te separes de nosotros. Estaremos contigo en todo momento.

—Es horrible, es como si me acechara.

—Y por eso no nos separaremos, ¿de acuerdo? ¿Kuroo, cierto que no nos separaremos de Kai?

—¿Cómo dices?

Yaku me roció con su colonia.

—No nos separaremos de Kai en todo momento, ¿sí, cierto?

No entendía a qué le temía tanto Kai, pero lo tomé del otro brazo y asentí.

Regresamos juntos al gimnasio y ayudamos a acomodar los balones y levantar la red.

De pronto se sintió como si la atmósfera se cerrase alrededor de nosotros.

Un bullicio muy cargado se acercaba al gimnasio.

La puerta se corrió de golpe y los Alfas entraron saltando, esprintando, soltando brazos, blandiendo balones, con las mangas arremangadas hasta los hombros, exhibiendo sus bíceps y tríceps bien torneados, su piel brillante, y clavando sus ojos, sus agudos ojos de pupilas alargadas, en cada uno de nosotros.

Y de pronto…

—¡Kuroo-kun!

Una mano se cerró en mi hombro. Me giré con rapidez al reconocer la voz.

—¿Konoha-san?

—No seas tan formal conmigo. Konoha basta.

Giré atrás. ¿en qué momento me separé de mis amigos? ¿O ellos se separaron de mí? Pero qué importaba, ¡si era mi amigo Konoha! ¡Hace tanto que no nos veíamos!

—Sí, hace mucho.

¿Qué? ¿Lo dije en voz alta?

—¿Y qué ha sido de ti? —pregunté. Me aseguré de preguntarlo en voz alta—. Pensaba que seguirías estudiando en una escuela de integración.

Konoha no me enfocaba a mí. Sus ojos buceaban tras mis hombros.

—Sí, bueno… no son muy «de integración» esas escuelas, qué quieres que te diga.

—¿Entonces la escuela Alfa va bien?

—Pues…

Una ráfaga de aire aleteó entre nosotros. El Alfa de hace un rato, el de los ojos turbulentos, se abalanzó sobre Konoha.

—¿Ya se conocían, Maestro? ¿Te diste cuenta que este Omega es más alto que tú?

Esta simple observación hizo saltar a Konoha.

—¡También es más alto que tú! ¡Basta de decir esas cosas Bokuto!

—¿Te acuerdas de mí? —me preguntó Bokuto, omitiendo a Konoha.

—Esto…

—Hace unas cuantas semanas, yo estaba corriendo y tú mirabas flores.

Entonces sí me acordé.

—¿Eras tú? Pero si apenas fue unos segundos.

—Tengo muy buena memoria. Y buen olfato. Huele distinto, ¿cierto Maestro que huele distinto?

—¡Deja de llamarme así!

El coach de Fukurodani volvió a hacer sonar su silbato y los Alfas, tan obedientes, formaron fila. Entonces, solo entonces, volví con mis compañeros Omegas.

Así dio inicio al campamento de entrenamiento.

*.*.*.*

La verdad es que el entrenamiento fue bastante estimulante, pero agotador. Los Betas también parecían bastante molidos, en cambios los Alfas apenas transpiraron.

Comprendí por qué en preparatoria las escuelas alentaban a sus alumnos Omegas a inscribirse en clubes deportivos, y que el financiamiento de estos estuviese sujeto no tanto a los logros cosechados en torneos, sino en el número de miembros.

Los senpai nos lo explicaron durante la hora de la cena. Los campamentos de eran actividades planificadas por el Centro de Planificación Familiar. Era una manera que tenían Alfas y Omegas para conocerse en un ambiente seguro, sin una agencia matrimonial de por medio.

—O sea que ustedes han venido a buscar pareja, no puedo creerlo —dijo Yaku, que no podía superar su malestar.

—No seas tan injusto con nosotros, Yaku —pidió el capitán—. Apuesto que si no tuvieses una Alfa, estarías igual de entusiasmado.

—Qué envidia Yaku, ya no se tiene que preocupar de conseguir un Alfa —suspiró el vicecapitán.

—Sí, cómo es eso de que tienes una Alfa, Yaku. Nunca nos comentaste nada —añadió el armador. El muy descarado se había mojado la sudadera a postas para que se le marcaran los pezones. Yaku jugaba con la comida de su bandeja.

—¿Acaso no lo sabían ya? Yukipie me mordió en nuestro último año de primaria. Todos esos chismes que se dicen de mí en la escuela son ciertos.

—¿Te…? ¿Te dolió? —preguntó Kai.

Yaku tocó la parte posterior de su cuello, recubierta por un parche de tela.

—¿Doler? No, para nada.

—¿Entonces es cierto que la mordida no duele? —preguntó otro senpai.

Yaku estaba asombrado.

—¿No les enseñaron eso en biología? ¿O sus padres o madres Omegas? Vaya, la educación Omega sí que está llena de agujeros. A ver, cómo se los explico… En general la mordida no duele más allá de un pinchazo porque el líquido que te inyectan es anestésico.

Varios del equipo otearon a nuestro alrededor.

—Quizá no deberías decir esas cosas, Yaku… —sugirió el capitán.

Pero yo tenía más dudas.

—¿Líquido? ¿Te refieres a un veneno?

—Supongo que el funcionamiento debe ser similar a la picadura de una serpiente venenosa —continuó Yaku—. Los Alfas tienen unas glándulas conectadas a los colmillos por las que secretan un cóctel de compuestos bioquímicos que se incorpora al torrente del Omega. Una parte de esos compuestos tiene una función anestésica. Esto es para evitar que los Omegas huyamos durante la mordida, de lo contrario podrían no ingresar todos los compuestos de la mordida.

—Yaku… —volvió a pedir el capitán. No le hizo caso.

—La otra parte de estos compuestos se les conoce como reguladores, ya que intervienen en los mecanismos que desencadenan el desarrollo del calor de tal modo que sean tolerables. En general, los Omegas que son mordidos regularmente por su Alfa no necesitamos de supresantes.

—Lo sabía —masculló Kai, recuperando un poco los colores del cuerpo. Yaku sonrió.

—Sí, yo no tomo supresantes, Kai. Los supresantes son jodidísimos: te alteran los ciclos de nidificación y te privan del olfato. En cambio la mordida no duele, tienes la nariz funcionando a cien, no vives nidificando, y de alguna manera, disminuye tu vulnerabilidad…

—Bien, bien. Es muy interesante Yaku, gracias —cortó el capitán.

—¿Puedes tranquilizarte? —lo increpó Yaku—. No pueden venir a un campamento de este estilo y no saber estas cosas. De verdad, ¿a qué han venido? No es como si yo hubiese querido que me mordieran ¿sabes? No deberían tenerme envidia por algo así.

»Realmente la educación Omega es una mierda. Vámonos, Kai.

Lo agarró del brazo y se fueron. Yo miré a todos lados. Decidí seguirlos, pero en el camino mis ojos se cruzaron con Konoha y mi cuerpo se encaminó solito hasta él.

—¿Ya acabaste de cenar? —dijo, señalando la bandeja que transportaba.

¿Dónde tendría la cabeza? Ni me había dado cuenta de que iba con mi bandeja.

—Esto… —Konoha sostenía una bandeja llena, era obvio que ba recién a empezar a cenar—, pensaba pedir una segunda ración —y luego añadí—. El entrenamiento fue agotador para nosotros.

Konoha me siguió hasta la cocina, y luego ambos nos sentamos en una mesa apartada del comedor. Por algún motivo me sentía nervioso. ¿Por qué, si con Konoha somos viejos amigos? Lo sabía: se debía a mis senpai, que seguramente estaban espiándonos. No me atrevía a darme la vuelta, pero podía sentir sus miradas pegadas en mi nuca.

—Entonces… has desistido de las escuelas de integración —dije. Quería ser el primero de los dos en decir algo.

—Sí, es cierto. No logré encajar del todo —volvió a repetir Konoha—. Es como si nunca terminara de encajar en ningún sitio.

—¿Ni siquiera en Fukurodani?

—No está del todo mal. Mejor que la escuela de integración, pero…

—No te llevas bien con todos —completé por él—. Puedo darme cuenta de eso.

—Son temperamentos complicados.

—Pero vi que también está Komiyan. Con Komiyan te llevabas bien.

—¡Fue todo un alivio reencontrarme con Komiyan! Ah, Kuroo, la verdad que es muy refrescante haberlos vuelto a ver hoy. A ti y a Kai. Aunque Kai apenas me ha mirado… Es como si ninguno de ustedes hubiese cambiado, la verdad.

—De seguro a Kai también le alegra verte —dije, sentía la necesidad de defender a mi amigo—, ha sido bastante intimidante para todos. Honestamente, nos enteramos un día antes de que habría Alfas. Pero de seguro que si hubiese sabido desde el principio que tú y Komiyan participaban, sus nervios no se habrían desbocado de esta manera.

—Ah…

Konoha se quedó mirando su plato de comida.

—¿Qué pasa? Sé que la sopa no ha sido de lo mejor…

—No es eso. ¿Puedo hacerte una pregunta, Kuroo?

—¿Además de esa?

Se largó a reír. Acepté que me hiciera una segunda pregunta. Konoha me miraba de manera extraña.

—¿Alguna vez Kai te habla de mí?

—¿De ti? ¿Por qué lo haría?

—Es solo…

Debí haberlo sospechado de un principio, pero no me di cuenta. O bien, no quise darme cuenta.

Konoha me gustaba mucho.