Capítulo 3. Have yourself a merry little Christmas

"Have yourself a merry little Christmas
Let your heart be light
From now on
Your troubles will be out of sight

Have yourself a merry little Christmas
Make the Yule-tide gay
From now on
Your troubles will be miles away

Here we are as in olden days
Happy golden days of yore
Faithful friends who I dear to us
They gather near to us once more

Through the years
We'll always be together
If the Fates allow
Hang a shining star upon the highest bough

So have yourself a merry little Christmas
Have yourself a merry little Christmas
So have yourself a merry little Christmas now".

Julian Ovenden (Hugh Martin y Ralph Blane para Judy Garlan en Meet Me in St. Louis, 1943).

"The business of life is the acquisition of memories. In the end that's all there is".

Carson, Downton Abbey, Season 6, Julian Fellowes.

Inverness, diciembre de 1917.

Incluso a través de carta el amigo de Charles Blake le había parecía un hombre agradable, pero quizás algo apesadumbrado. Fruto sin duda de lo que había perdido en la guerra.

"Sé que no nos conocemos, pero querría invitarla a pasar la semana de Navidad en la casa de vacaciones que mi familia tiene en Inverness. A usted y a alguien que sea de su confianza. Estamos en guerra y este es un periodo de austeridad, pero mis padres perdieron dos de sus hijos hace dos años e insisten en no tener la casa vacía este año. Nuestra principal propiedad se ha convertido en un hospital, así que ellos se han trasladado a Escocia por un tiempo indefinido. Van a hacer una pequeña cena para recibirme después de tantos meses ausente.

Nuestro querido teniente Blake me ha contado que han estado ideando maneras que en éste permiso sí les sea posible encontrarse. Y me gustaría ayudar con ello a un buen amigo. No va a ser nada demasiado elegante, sólo unos amigos de mis padres, dos de mis viejos y más queridos compañeros de la infancia y ustedes dos.

Fue una lástima que no pudiera viajar a Londres durante los tres días de permiso que el teniente Blake tuvo este pasado verano. He podido ver algunos de los retales de diario que ha mandado por carta durante este tiempo y debo decir que entiendo porque nuestro querido amigo la tiene a usted en tan alta estima.

Mi padre no es una persona muy sociable, pero a mi madre le encantara ayudar a dos jóvenes enamorados a reencontrarse en estas fechas. Espero que le parezca bien. ¿Qué me dice?".

Fiona se mordió la parte interior de la mejilla, nerviosa, al leer esa última frase. Enamorados. ¿Cómo podían estarlo si no se habían visto en un año y medio? ¿Si solamente se habían conocido una vez? Bueno, técnicamente habían sido dos veces:esas dos mañanas seguidas en lo que ahora mismo parecía un muy lejano junio de 1916…

Parecía extraño hacer planes para Navidad mientras la guerra continuaba. Aunque entendía que los Gillingham tan sólo querían celebrar por unos días que su hijo podía visitarles después de todo, que estaba sano y salvo. Charles le había hablado de Tony Foyle por carta. No parecía tan snob en su mensaje como se lo había imaginado al saber que su padre tenía un título aristocrático elegante y propiedades. Sí podía notar que era muy distinto a Charles y le pareció absurdamente cortés que quisiera hacer de casamentera.

Mamá, no es una idea tan horrible. No va a pasar nada – había tenido que insistir Fiona cuando le contó el contenido de la carta a su madre. – Es Inverness. Los abuelos viven muy cerca… puedo ir dos días y pasar con ellos el resto de las fiestas. Y he estado todo el año aquí con vosotros, incluso he aceptado la compañía de la señora Douglas las cuatro veces que me he encontrado en Manchester con el jefe de redacción del periódico. – Razonó. Por un momento incluso pensó en rogarle: – No me separé de la tía abuela cuando fui a Belfast el agosto pasado para entrevistar a Mary Grace Sharbood… y es sólo una mujer a la que la guerra ha dejado viuda y que sigue defendiendo el sufragio para la mujer. Las calles estaban lo más tranquilas que las he visto nunca, pero estuve apenas cinco días como me pedisteis.

Fiona omitió que había acompañado a Ava O'Doherty a recuperar los libros de Neil a su escuela. La mujer estaba convencida que había sido un profesor el que había convencido a su hijo a viajar a Dublín un año atrás y habían intentado hablar con él.

Fiona… –.

–… voy a estar aquí con vosotros para Año Nuevo.

Eso no me preocupa para nada, Fiona. Esto no es sobre tu padre y yo. Me preocupa tu reputación... habrá demasiados hombres jóvenes en esa casa –.

Fiona llevaba meses cogiendo coches y trenes por la zona del sud de Escocia y el norte de Inglaterra para acabar de completar algunos de sus artículos una vez que el Manchester Guardian había empezado a publicarlos. Pese a tener de su parte el jefe de redacción, no había escapado cierta censura… pero había podido dar voz a esas mujeres.

El tono suave de Maeve Maclachlan hizo que esa preocupación suya pareciera razonable, pero no lo era.

Fiona resistió el impulso de fruncir el ceño o poner los ojos en blanco cuando su madre se cruzó de brazos:

Estoy segura que la madre de Tony Foyle no dejaría que pasara nada indecoroso en su casa. Su padre es vizconde… o barón… no me acuerdo realmente. Él es oficialmente el honorable Anthony Foyle. Creo que lo llaman así por ser hijo de un lord. Son personas refinadas, nobleza. Muy ingleses. Con un estado en Oxfordshire y una lujosa casa de veraneo en Inverness.

Exacto, personas refinadas, aristócratas, que no esperarían que dejáramos ir a nuestra hija sola a su casa. Ese joven también sugiere que alguien tendrá que acompañarte. Voy a pedírselo a la tía Rose.

Pero ella estará en Aberdeen. Tu misma dijiste que el tío Albert también tenía permiso estos días…

Tus abuelos han decidido este año ir en contra de la austera Navidad escocesa, dar el día de fiesta contra toda convención al matrimonio que les ayuda en casa y celebrar con un árbol y otras decoraciones esas fechas aprovechando que pueden tener en casa a Rose y Albert. Piensa que ella está en un estado delicado y no podría organizar nada por su cuenta por una temporada, tampoco la Nochevieja, su bebé va a nacer muy pronto. Estoy segura que estarán encantados de acompañarte los dos a una cena en Inverness y después llevarte a casa con ellos – Maeve sentenció rotunda.

Pelirroja como su hija y de ojos verdes y pequeños, se puso increíblemente seria y pareció enfadada, aunque normalmente era una mujer dulce. Fiona supo en ese momento que no iba a hacer que cambiara de opinión.

… por eso estaba ahora aquí en la estación de tren de Inverness, en pleno 23 de diciembre… esperando a los tíos Rose y Albert antes de encontrarse con Charles Blake este mediodía en el centro de la ciudad. Iban a almorzar los tres con él y a alojarse en un hotel de Inverness, mañana volverían a verlo y finalmente asistirían a una cena en casa de los Gillingham. Un coche los llevaría a casa de los abuelos antes de media noche para pasar allí la Navidad.

Estaba muy nerviosa… incluso algo asustada. En verano había sido la misma Fiona quien había decidido no hacer el viaje a Londres para ver a Charles Blake.

Tenía un par de artículos que entregar y eso la habría obligado a aplazar la entrevista en Belfast a Mary Grace Sharbood, una sufragista que había sido mandada a prisión en 1913 por encadenarse al coche de un alto mando del gobierno inglés y que había cumplido una condena de más de un año.

Sharbood era en la actualidad una viuda más de guerra, pero a diferencia de muchas otras que Fiona había conocido, que habían aparcado la reivindicación de sus derechos por respeto a los hombres, no había dejado atrás su lucha. La propuesta del jefe de redacción del Manchester Guardian, el marido de Lizzy Safford, de entrevistar a una mujer como Mary Grace, en un momento en que parecía que pronto se aprobaría el voto femenino, le había parecido muy interesante, incluso provocadora para un periódico como ese…

Además, los padres de Charles querrían verle y Fiona no era realmente nadie en su vida. En ese momento, había pensado que no debía inmiscuirse en un reencuentro familiar.

Ahora Fiona empezaba a creer que simplemente no había ido porque tenía miedo. ¿Qué pasaría si se veían y no había la chispa que habían imaginado la primera vez? ¿Si sus diferencias eran demasiadas cuando el papel no sostenía sus palabras? De algún modo se sentía atraída por él, pero por encima de todo le entusiasmaba su amistad y enviar esas cartas donde podía ser absolutamente sincera y recibir sus respuestas. Habría sido una tragedia renunciar a ello.

El sonido de la marcha de un tren la distrajo. Miró el reloj de la estación algo extrañada.

Pasaban pocos minutos de las 12 y, aunque habían llegado varios trenes, sus tíos no iban en ninguno. Puede que fuera normal porque los trenes en este momento eran lentísimos. Tenía prioridad el tráfico militar que se dirigía al sur.

Ella misma había tomado un convoy a primera hora de la mañana y su viaje había durado bastante más de lo previsto.

Llevaba poco equipaje pese a las protestas de su madre y la señora Douglas. Y agradeció haber cogido su abrigo más grueso: los inviernos en Inverness eran largos, muy fríos y muy ventosos.

Había pasado mucho tiempo desde que Fiona había viajado hacia el norte de Escocia pese a que era esta parte del país donde vivía toda su familia paterna. Y nunca había estado en una casa de la aristocracia. ¿Llevaba ropa apropiada? Su madre había insistido en meter en su maleta un bonito vestido de lino y seda con detalles de encaje vainilla y un cinturón de satén para la fiesta en casa de los vizcondes Gillingham. También un vestido de color azul cielo y cierre con dos botones en la parte trasera del cuello para atender comidas y otras cenas formales estos días. Si hubiera podido escoger ella, sólo habría traído consigo sus dos faldas favoritas de sarga gris y blusas blancas, pero eso habría sido inadecuado…

¿Debería haberse llevado algún tipo de accesorio para el pelo? ¿La vizcondesa Gillingham llevaría tiara para la cena que iban a celebrar? ¿Se esperaría de ella, pues, que luciera alguna joya? ¿Las llevaría su tía Rose? La alta aristocracia y las élites ingleses de buena cuna, algunos de cuyos miembros poseían vastas propiedades en Escocia donde escaparse durante el buen tiempo y como refugio para pescar, despreciaban aquellos que habían hecho dinero por sí mismos, como si eso no tuviera mucho más mérito que haber heredado una fortuna. Pese a su resistencia a la fanfarria, Fiona no quería darles motivos para criticar a su padre.

Estaba empezando a plantearse esperar en el pequeño espacio interior de la estación cuando escuchó a alguien gritar su nombre.

– ¡¿Qué haces aquí?! – Fiona reaccionó con sorpresa, observando a Charles acabar de acercarse entre el gentío de la plataforma. Dios santo, era mucho más guapo de lo que recordaba. Charles sonrió de un modo tan genuino que casi detuvo su corazón. Fue entonces que supo que no podía dar marcha atrás. – ¿Has venido en tren desde Portsmouth? – Preguntó cuándo lo tuvo delante.

¿Por qué se sentía así, si pese a las cartas, para los estándares normales de la sociedad, era prácticamente un desconocido?

– Llegamos ayer. – Charles Blake se explicó con una sonrisa amplia, sincera y educada – Hemos recibido un telegrama de tu tía Rose esta mañana. Tu tío se ha retrasado. Insistió en qué deberías esperarla en casa de tus abuelos y que lo mejor era que vinierais mañana cuando pudierais reuniros…. pero no sale ningún transporte a Grantown-on-Spey hasta esta noche y el chofer del vizconde y la vizcondesa Gillingham tiene que recoger a unos viejos amigos de la familia en Kiltarlity esta tarde. Lord Gillingham cree que mandarte con un taxi pudiendo ofrecerte techo seria innecesario e inconsiderado. – Fiona notó con absoluta fascinación como le cogía de la mano, entrelazando sus dedos y dándole un pequeño apretón: – He convencido a la madre de Tony Foyle que soy de fiar… aunque me ha mandado con el chofer de la familia.

– Charles… –.

– Puedes estar tranquila. Lady Gillingham ya se ha encargado de llamar a tu tía y asegurarle que aquí estás segura y en buenas manos.

Fiona se quedó sin palabras al percatarse que aún no había soltado su mano. Parecía irreal que él estuviera aquí.

Charles Blake no se dio cuenta de ello y prosiguió:

– Tenemos que hablar. Pero el chofer de los Foyle nos está esperando. – Dijo señalando un coche sedan negro que se podía ver a través de las vías al otro lado de la carretera – ¿Fue un viaje agradable? – La interpeló – Me hubiera gustado verte en Londres, aunque entiendo que tuvieras trabajo… He leído todos los artículos del Manchester Guardian que me has mandado… son extraordinarios… aunque para mí todos ellos estarían en portada… y no escondidos en páginas interiores.

– Charles, yo… sobre Londres…

Él se puso muy serio de pronto.

– Fiona, acordemos algo…

Dudó.

– ¿Sí?

– No más miedos… ¿de acuerdo?

Fiona asintió: – De acuerdo.

Al menos ahora tenía el alivio de saber que Charles Blake estaba a salvo y de vuelta a tierra firme en Gran Bretaña, aunque fuera por unas pocas semanas.

Fiona lo miró y éste volvió a sonreírle.

– ¿Escribiste en el tren? Es una de las ventajas de viajar en este transporte – Le preguntó de forma cortés – Aunque estoy de acuerdo en qué uno nunca querría perderse los paisajes escoceses.

Fiona no iba a confesar que había estado demasiado nerviosa para escribir o descansar o hacer algo de bueno en particular, así que se limitó a asentir. No pudo evitar fijarse en que el uniforme le quedaba mucho mejor que la última vez, menos holgado, puede que porque esta vez no llevaba el cabestrillo en el brazo. Su cuerpo parecía sólido y fuerte.

Fiona recordó que el uniforme le había parecido suficientemente intimidante esa vez. Puede que si el cabestrillo no le hubiera dado un aire de vulnerabilidad, ni siquiera se hubiera quedado el suficiente tiempo para estar aquí hoy.

… También se dio cuenta que había sido sumamente extraño que él hubiera elegido un traje de calle y no su uniforme para ir a buscarla por las calles de Belfast a la mañana siguiente y de repente entendió que no había sido casual.

Al cruzar la mirada con él, Fiona Maclachlan se sintió más feliz y más relajada de lo que se había sentido en meses. – ¿Vamos? – Charles recogió su maleta y, tras indicarle con un gesto gentil que pasara ella primero, se dirigieron hacia la salida.

El frío la tocó cuando notó la ausencia de su mano, pero pensó que tal vez eso disimularía el rubor que sentía subir a sus mejillas. Cruzaron las vías por un paso a nivel y travesaron la calle.

Charles ayudó al chófer a colocar la maleta y después se volvió para abrirle la puerta.

Fiona le tocó el antebrazo en agradecimiento y los dos subieron al coche.

Fue un viaje agradable de unos veinte minutos. Fiona pudo observar la silueta del castillo de Inverness y el cauce del río Ness al pasar por uno de los famosos puentes victorianos de la zona.

Miró hacia atrás al verde de los árboles y la niebla mientras se alejaban de Inverness.

Charles intercambió unas pocas pleitesías con el chófer y después volvió su atención a ella: – Estoy seguro que conoces bien esta zona. Ayer Tony me hizo una ruta por cada uno de los pueblecitos y lugares recónditos de por aquí, incluso fuimos a una granja local. Es un poco sentimentalista, aunque no muy buen historiador. – bromeó.

– ¿Qué quieres decir? – Cuestionó Fiona, aunque supo exactamente qué tipo de respuesta esperaba. – ¿Acaso se olvidó de contarte como los clanes Fraser y Munro tomaron el castillo de Inverness para María Estuardo en el siglo XVI? ¿O que fueron las guerras jacobitas del siglo XVIII las que convirtieron a Inverness en protagonista de la historia del Reino Unido?

Charles respondió a eso con una carcajada.

– La verdad es que no venía aquí desde que era casi una niña. Estoy segura que tu amigo te ha dado un buen resumen de toda esta área. Y, además – dijo con una leve sonrisa – quizás no sea necesario hablar de historia cuando se está escribiendo ahora mismo. Es curioso… se supone que nuestra generación debería sentirse afortunada, ¿no? ¿Cuántos tienen la oportunidad de vivir en una época como esta? … Independientemente de lo que piense de la guerra… hay tantas cosas pasando ahora mismo que estarán marcadas en los libros del futuro… Aquí… en Rusia… Todo ello va a estar en los volúmenes de historia del próximo siglo.

Él volvió a coger su mano y le acarició la muñeca con el pulgar: – No hablemos de esta guerra ahora. O de Rusia. No quiero pensar en ello… Dime, ¿has estado alguna vez en Culloden?

Vivir la historia en directo era algo terrible y devastador. ¿Cómo iban a aprender a vivir sin un futuro cierto por quien sabe cuánto tiempo más cuando se suponía que debían estar planeando el resto de su vida?

Fiona empatizó con la necesidad de Charles Blake de no hablar de todos esos meses en el mar. De dejar atrás los esfuerzos para combatir los temidos U-Boote alemanes, las naciones en guerra y las terribles noticias del frente francés. Habían hablado de ello en sus cartas y, incluso cuando lo habían hecho entre líneas, había sido suficiente para imaginar el horror. Esto para Charles era un merecido descanso de ese infierno.

– Cerca de aquí, hay algo que incluso te interesaría más que Culloden… – Musitó apretando con calidez su mano. –… dicen que en el lago Ness se esconde una extraña bestia de agua de cuello largo y protuberancias…

Desde pequeña, a Fiona se le daba bien bromear cuando necesitaba animar a alguien o escapar de una terrible tensión. Se mordió el labio, nerviosa. En parte por la vergüenza de su terrible historia, y en parte por la sensación de vértigo que sentía por su cercanía.

La mirada de Charles Blake pasó de sus ojos a sus labios, jugando a adivinar sus pecas casi imperceptibles, y entonces se inclinó hacia ella. "Dios mío, me va a besar", pensó Fiona. Pero la tos fingida del chofer los sobresaltó. Dándose cuenta que seguía acariciando su muñeca, Charles la soltó con delicadeza.

Cuando se acercaron a su destino, el coche dejó la carretera angosta que atravesaba hayedos centenarios, y recorrieron un camino de grava durante unos pocos kilómetros. Al final del mismo camino, se reveló la silueta de una villa amplia y señorial de estilo georgiano construida entre robles. Un extenso jardín con una fuente les recibió antes de llegar a la puerta principal.

Fiona distinguió tres figuras acercándose dejando rezagados a un criado y una doncella.

– Bueno, parece que tenemos fiesta de bienvenida – bromeó Charles Blake. Un hombre alto y moreno con un uniforme azul oscuro similar al de Charles los saludó con la mano y una sonrisa impecable, a poca distancia una joven de cabello castaño peinado en un moño inmaculado y abrigo gris, y otro muchacho en uniforme verde caqui y con muletas le siguieron.

– Hemos llegado. Bienvenida a Strathglass house – Anunció Charles bajando del coche, una vez parados. – Fiona, éste es mi compañero, el segundo teniente Tony Foyle y sus amigos de la infancia, Ruby y el sargento Fergus Findlay.

– ¿Es ésta tu chica, Charles? – Preguntó entusiasta Ruby ante la mirada de reprobación de su hermano mayor.

Ruby Findlay tenía los ojos grandes de un azul centelleante y una figura vistosa y rolliza.

– Encantada – Fiona sonrió. Y fue en ese momento que se dio cuenta que a Fergus Findlay, que tenía el cabello azabache, los ojos grises y una leve sombra de bigote que le hacía parecer aún muy joven, le faltaba una pierna. Intentó evitar que su mirada delatara su sorpresa y se sintió terriblemente mal. La guerra le había mutilado de una manera cruel.

– El placer es nuestro – Anunció Tony. Sentimos que sus tíos no se puedan unir a nosotros todavía, pero vamos a cuidarla bien. Mi madre no nos permitiría que fuera de otra manera. Está supervisando el almuerzo. Manda sus disculpas por no acompañarnos.

– No se preocupe. Diga a sus padres que estoy muy agradecida por su hospitalidad. – Respondió Fiona con aire sincero. – Todos ustedes han sido muy amables invitándome en estas fechas.

Tony asintió. Era alto y muy apuesto, aunque a Fiona le pareció bastante tímido.

– Disculpe a mi hermana – Dijo Fergus cuando se hermana se alejó de camino a la casa – Ella es… demasiado expresiva algunas veces – añadió, a todas luces preocupado por el entusiasmo sin filtro de Ruby. – Lee demasiadas novelas…

– Oh, no sargento Findlay. Nunca se lee demasiado – Fiona sonrió con simpatía y Fergus pareció aliviado.

– Estuve en el frente de Francia – Se explicó Fergus cuando Tony le ayudó a subir las escaleras de la entrada con muletas – Los médicos me dijeron que era afortunado… – contó como si fuera un viejo chiste.

Tony le golpeó la mano amistosamente. Desde la entrada principal, Ruby irrumpió el momento silencio sin darse cuenta – ¡Vamos, chicos! Tu habitación está al lado de la mía, Fiona. ¡Te van a encantar las vistas, ven, conmigo!

Mientras era empujada por el entusiasmo de Ruby, pasando al lado de una ruborizada doncella, Fiona giró sobre si misma dejándose llevar por la chica, que era unos años más joven que ella misma, y luego miró de vuelta hacia Charles Blake que asintió con una sonrisa tranquilizadora y un guiño.

– Nos vemos en la comida en menos de una hora – Dijo. "No te preocupes por nada, después vamos a tener tiempo", de manera implícita en su gesto.

A su vez, Tony ordenó al criado que les había esperado en la entrada, alto y erguido, que ayudara al chofer a descargar el equipaje.

– Lady Gillingham nos ha asignado a las dos la misma doncella. Creo que es una muchacha de mi edad. Han prescindido de mucha ayuda últimamente porque su estado se ha convertido en un hospital por la guerra... viven entre esta casa y la mansión de viuda de la difunta abuela de Tony en el norte de Oxfordshire – Anunció Ruby una vez que le había enseñado su cuarto. Era una habitación con una cama con dosel donde hasta el mínimo detalle era o bien blanco o de color verde turquesa. – ¿Te importa si le pido que pase primero por mi habitación? Mira mi cabello…

Fiona intentó buscar algo que estuviera mal con el moño perfectamente hecho de Ruby, pero pronto decidió que era mejor seguirle la corriente. – Como quieras… Me sabe mal que hayan retrasado la comida por mí. Voy a bañarme y ponerme un vestido… no creo que necesite nadie para ello. Puedes entretenerla tanto como desees.

– ¿Estás segura? ¿Vas a poder con el corsé? – Ruby Findlay parpadeó. – Estaba pensando en hacerme un nuevo recogido para bajar a comer este mediodía… Mi nana dice que una señorita decente siempre debería viajar con su doncella. Tristemente, mi madre está en desacuerdo.

– No sufras, Ruby, voy a espabilarme sola.

La hermana de Fergus sonrió: – Dime, ¿Qué te parece Tony Foyle?

– Bueno… es atento…

– Y muy guapo, ¿verdad? – Ruby la interrumpió – No tiene novia ni prometida. No entiendo en qué están pensando las mujeres de Londres – Le informó, claramente sorprendida por ello. Y luego añadió: – Según mi madre, siempre ha gustado a las chicas… incluso en la escuela infantil… antes que Fergus y él se fueran a un internado. Yo era muy pequeña, claro.

– Bueno… – Fiona no supo exactamente qué decir a eso. Aunque supuso que desearle buena suerte sería inadecuado. No porque Ruby no fuera una joven bellísima de facciones de muñeca y simpatiquísima… pero ¿qué edad tenía? ¿17 años? Era mucho más joven que él. Aunque se suponía que eso era lo que querían todos ellos no… Una chica inocente a la que llevar de la mano y, en cierto sentido, enseñar. Eso siempre le había parecido absurdo e injusto. – Si necesitas algo, aquí me tienes – Ofreció finalmente.

– Oh – la mirada de Ruby se iluminó y la abrazó de sopetón – ¡Gracias!

Fiona se sintió un poco mal por poner en duda su madurez de buenas a primeras. Era una chica encantadora y ella estaba aquí juzgando cuan adecuada era o no para un joven que Ruby conocía desde pequeña y del cual ella apenas tenía ni idea.

Si había aquí alguien que fuera inadecuada para alguien… esa era ella. Fiona no quería un prometido ni promesas de futuro. Quería viajar, conocer gente, escribir, dar voz a esas historias que no siempre eran contadas… hacer algo que valiera la pena contar algún día si tenía hijos, algo que valiera la pena que alguien recordase.

– Ponte, guapa. ¡Nos vemos ahora! – Le indicó Ruby antes de dejarla sola en su habitación. Debía apresurarse.

Su reflejo pareció desdibujarse en el gran espejo del tocador. "No más miedo", había dicho Charles. Y ella había estado de acuerdo.

Tenía que ser posible ser las dos cosas. Ser una mujer libre y, a la vez, estar enamorada de alguien si éste la consideraba una igual. Siempre había temido que estar enamorada la convirtiera sin querer en una perfecta esclava... El matrimonio de sus padres era particularmente feliz. Pero, aun así, temía que eso diera a un hombre demasiado poder sobre ella y sus decisiones.

Charles se encontró a sí mismo una hora después en una de las elegantes salas de estar de Strathglass house. Lord Gillingham, el padre de Tony, conversando con ambos. El hombre mayor era un caballero de pocas palabras, pero era obvio que adoraba a su hijo y estaba orgulloso que combatiera en la marina en esta guerra. Ambos guardaban un cierto parecido físico, pero Tony era de contextura más delgada y más alto que su padre.

– Tu madre está tan contenta que estés aquí… – dijo Lord Gillingham después de observar por un momento a su hijo – La prensa no deja de informar de todos esos submarinos alemanes torpedeando y hundiendo buques aliados. Ha estado muy preocupada, hijo.

– Lo sé. Es terrible. Por eso agradezco este permiso más que ningún otro antes. – sonrió pausado.

Entonces entró en la sala Lady Gillingham, que era una mujer menuda de cabello rubio oscuro. Los hombres se alzaron de sus butacas – Mañana vamos a tener una cena perfecta – anunció –… y he convencido a la señora Duncan para que hoy cocine codornices para almorzar, pero ha insistido también en hacer pastel de patata puesto que no dispone de otros ingredientes para hacer pudin de atún como le pedí. Sea como fuere, deberíamos estar ya en la mesa. ¿Dónde están el resto de tus invitados, cariño? – preguntó a Tony.

Sonó entonces la campanilla del mayordomo y Charles Blake vio entrar a Fiona y Ruby. Fiona era bella y valiente. Entendió que la miraba demasiado fijamente porque ella se dio cuenta y lo miró a él. Charles decidió que ese debía ser un momento para dejarse llevar, disfrutar de este permiso. Pero no retiró la mirada porque se había quedado fascinado por lo hermosa que era. Tony presentó a Fiona a sus padres.

Charles se aclaró la garganta y enderezó el cuello por reflejo cuando vio que caminaba hacia él.

– Lord y Lady Gillingham, debo darles las gracias por su hospitalidad, siento el retraso – se disculpó ella. – Charles… – Le saludó en voz baja con un gesto de la cabeza.

Unos pasos por detrás de Fiona se encontraba Ruby que sonrió a Tony. Y unos segundos después entró Fergus a quien su hermana se apresuró a ayudar.

– No sufráis – Dijo Lady Gillingham con amabilidad – Es una excelente hora para comer. Señor Grant… – Se dirigió a su mayordomo – Vamos a pasar al comedor si todo está listo.

Éste asintió.

Fiona se mostró aliviada por la familiaridad de Agnes Foyle, sonrió levemente a Charles y una vez en el comedor se sentó recolocándose el chal de color crudo con que había decido acompañar su vestido para bajar a almorzar –.

– ¿Estarás cómoda? – Le preguntó Charles ocupando la silla a su lado.

– Creo que sí – Dudó. ¿Quizá debería haber dejado el chal antes de entrar al comedor? Se había imaginado que una casa tan grande debía ser muy fría, pero sin duda la chimenea daba suficiente calor a esta sala. – Gracias.

Una vez que los criados empezaron a servir la mesa, Tony Foyle le ofreció tomar algo de vino y probó un par de temas de conversación, mientras Ruby le miraba ensimismada. Tony contó una anécdota sobre una mañana de pesca en el rio Oich con sus malogrados hermanos mayores, Archibald y Hector, haciendo que se formara un pequeño silencio en la conversación.

– Archie siempre fue el más listo de los tres, pero era muy mal pescador, no tenía suficiente paciencia. A Hector se le daba mucho mejor. Pero esa vez acabamos los tres en el agua, mojados hasta la cintura y sin captura – Se explicó Tony y Fiona no pudo evitar fijarse en el brillo en los ojos de Lady Gillingham y el rostro consternado del vizconde como si le doliera cada palabra – Deberías haber visto cómo se reía Candice cuando nos vio en el agua intentando rescatar la caña de Archibald del río.

– ¿Candice? – Preguntó Ruby ajena al efecto que estaba teniendo esa historia en sus anfitriones. Incluso Tony hablaba con voz contrita en ese punto.

– La prometida de Archie. La hija de un empresario del petróleo escocés. La conociste un verano en Aberdeenshire. Sus padres solían visitar esta casa durante los veranos –. Hubo un tiempo antes de la guerra en qué Tony había bromeado con su hermano sobre qué magníficos vizcondes serían él y Candice en el futuro. Archibald había estudiado en Cambridge pese a que su futuro estaba ligado a las tierras y al título de la familia. Tony odiaba imaginarse tomando su lugar, aunque no lo admitiría nunca para no romper el corazón de sus padres. Hector había sido el más aventurero y amante de la naturaleza de sus hermanos y antes de la guerra siempre hablaba de los lugares a los que viajaría. Solía decir que él podía permitirse ser el rebelde porque Archie era el heredero y quien antes debía casarse y tener descendencia y Tony, el favorito de su madre.

Fiona se sintió conmovida por el recuerdo de esos dos muchachos y los esfuerzos de Tony por seguir hablando de ellos pese a lo doloroso que debía resultar. Decidió definitivamente que el amigo de Charles le caía bien.

Entonces miró a Charles que también parecía impactado por el recuerdo que Tony había compartido de sus hermanos, pese a que seguramente le había oído hablar de ellos otras veces. Era distinto en esta casa donde esos chicos habían vivido y soñado con el futuro.

Los criados continuaron presentando bandejas y la conversación siguió por otros cauces después de un momento… aunque nunca se desvió mucho de la guerra.

– Para mí lo peor fue el frío y cuando teníamos que reparar alambres bajo la lluvia – Contó Fergus en un momento dado. – A veces, podía sentir las voces de los alemanes…

– Da mucho miedo pensarlo – susurró Ruby.

Pero Charles la interrumpió con voz grave: – Cuando estás allí no tienes tiempo de pensar mucho en ello. No realmente. De lo contrario, no podrías seguir cuerdo.

Fiona le observó con cariño. Y al intercambiar miradas por enésima vez desde la estación, le embargó la necesidad de coger su mano como él había hecho de camino a esta casa, pero no pudo. No era así como se suponía que debía comportarse en la mesa.

– Debemos brindar entonces – interrumpió sus pensamientos Lord Gillingham – Por los héroes que protegen a este país.

Todos alzaron las copas de champagne. Fiona incluida pese a todas sus reticencias. Había otros momentos mejores para discutir por ello. Además, estaba profundamente tocada por las experiencias de los jóvenes que la acompañaban a la mesa y por las terribles perdidas que habían sufrido los Gillingham en el conflicto.

– ¡Salud!

– ¡Salud!

– ¡Slàinte Mhath!

Tony propuso dar un rápido paseo por los jardines una vez terminada la sobremesa, pese a que aquí oscurecía muy pronto en invierno y la luz del día ya se iba apagando. Fiona y Ruby cogieron sus abrigos y sus sombreros mientras que los chicos iban en uniforme.

Fergus los acompañó en silla de ruedas, a ratos encendiendo por unos segundos una rara linterna dinamo alemana que había encontrado en el lodo de las trincheras y logrado conservar en sus últimos días en el frente. Tony Foyle insistió en empujar la silla con cortesía, pese a que Ruby estaba convencida de poder hacerlo ella misma.

El sargento Fergus Findlay había dicho que lo peor del frente había sido el frío y reparar alambres bajo la lluvia, pero a nadie se le escapaba que esta guerra dejaba peores secuelas a sus combatientes.

La mayoría no parecía dispuesta a hablar de ello.

Ruby les había contado que pronto le iban a colocar una pierna prostética, pero su hermano se apresuró pronto a cambiar de tema, claramente incómodo.

Charles y Tony también habían rehuido cualquier mención seria de la crisis de los U-Boote durante la comida pese a la gravedad de estos.

– ¿Así es oficial? – Tony preguntó dando pie diplomáticamente a una nueva conversación – Por lo que has contado en la mesa, entiendo que escribes para el Manchester Guardian.

Habían acordado tutearse.

– No sé si se podría llamar oficial. Como sabes, he escrito una serie de artículos los últimos meses – admitió.

– ¿Eres periodista? ¡Qué excitante! – Exclamó Ruby – ¿Dinos, sobre qué escribes?

– Sobre las mujeres en las fábricas mayormente. Es lo que le contaba a Lord Gillingham durante los postres.

– Oh – La joven Findlay, que claramente no la había estado escuchando en la mesa, demasiado pendiente de escuchar y complacer a Tony, pareció decepcionada – Eso no parece muy estimulante, Fiona.

– Es un tema de interés humano.

– Yo creo que la tarea actual de los periódicos debería basarse en mantener el ánimo alto de la gente – Opinó Fergus – ¿Qué piensas tú, Fiona?

Fiona quería ser educada y no quería discutir con alguien que había estado en el frente y había pagado un precio por ello, pero tenía una fuerte opinión sobre ese tema.

– En realidad, yo pienso que los periódicos deberían intentar contar siempre la verdad.

– Eso es bastante ingenuo. Los periódicos deben ser fieles a su país – aseguró Fergus muy convencido. – No podemos mostrar ningún tipo de fragilidad ante Alemania.

– Debo decir que disiento… – Fiona respondió intentando no resultar descortés, pese a que la hirió que la llamara ingenua: –… pienso que los periódicos se deben a sus lectores y deben contarles que sucede, aunque no sea bonito ni fácil…

– Oh, pero todos esperamos que la prensa tome partido por su país. – interrumpió Tony. – ¿No es así?

– A mí no me mires. Yo estoy completamente de acuerdo con la señorita Maclachlan – intercedió Charles, y le ofreció su brazo: – Agárrate, Fiona. Hay fango en este trozo del jardín y no queda mucha luz… te vas a resbalar.

Fiona parpadeó por su repentina cortesía. Era verdad que sus zapatos de paseo eran un mal compañero para el fango, pero podía caminar con ellos perfectamente.

– No, yo estoy bien… – Dudó, pero cuando él le guiño el ojo con sutileza, comprendió que la estaba salvando de una discusión estéril y coloco la mano en su codo. – Gracias… – murmuró.

Tony propuso enseguida cambiar de camino para evitar que la silla de ruedas de Fergus se quedara atrapada en la grava o el barro. Sin embargo, Fiona ya no soltó a Charles y dejó que éste la condujese a través del jardín.

Pasearon pisando ramas y hojas secas que habían quedado en el suelo con el paso del otoño al invierno. A lo lejos vio como un criado encendía varías lámparas de gas en la parte frontal del jardín. Charles Blake aminoró el paso al cabo de unos diez minutos y se quedaron algo rezagados. Lo justo para dejar unos pocos metros de distancia entre Tony y los Findlay y ellos dos.

Se miraron sin decir palabra. Ambos todavía estaban tratando de resolver sus emociones.

– Me sabe mal por Tony, no quería empezar ningún debate sobre la guerra o la prensa, mucho menos siendo su invitada – Confesó en tono arrepentido – Espero no haber sido muy inoportuna...

– Para nada. Aunque no creo que por aquí estén acostumbrados que una mujer joven tenga unas opiniones tan claras como las tuyas – Charles compartió en voz baja. Y concedió: – Puede que me haya equivocado interrumpiéndoos después de todo. Por lo que me ha contado Tony, Fergus odia cuando alguien le trata entre algodones por su condición, mucho más si ese alguien es una mujer bonita y brillante…

Él sonrió al decirlo, pero Fiona paró sobre sus pasos un momento.

Soltó su brazo para separarse un poco, ladeando la cabeza y bajando la barbilla para mirarle bien el rostro.

– Así que no hay mujeres jóvenes con opiniones firmes por aquí, ¿ehm? – preguntó con ligera ironía antes de ajustarse cuidadosamente el pequeño sombrero que llevaba. Sonrió: – Estoy segura que las hay, a montones. Entre las doncellas al servicio de los Foyle, en el pueblo más cercano, la misma Ruby... espíritus afines… de una manera u otra…–.

Charles también la observó un largo segundo: – Tienes que excusarme, me temo que me he dejado llevar por mi propio entusiasmo por ti, – dijo en tono de disculpa –… tu tenacidad y el valor que demuestras para luchar por tus metas. Es algo que he visto muy pocas veces… Pero tus escritos son buenos, Fiona. Y eres una joven inteligente. Van a tener que escuchar lo que tengas que decir, aunque no quieran o no les guste.

Ambos retomaron el paso de bracillo. – ¿Eso último era un cumplido? – se rió. Una vez él le había hecho la misma pregunta.

– Es la verdad – remarcó Charles Blake.

Fiona vaciló.

– Charles…

– ¿Sí?

– Voy a ignorar lo de «bonita y brillante», creo que sería malo para mi ego… – repuso con un mohín.

– ¿Entonces es demasiado pronto para mostrar mi sincero e incondicionalinterés en ti? – La cuestionó Charles, bromeando de vuelta con una sonrisa arrogante.

A ella le tentó brevemente la idea de fingir que no sabía a qué clase de interés se refería, pero pronto lo descartó contrariada. Necesitaban hablar con franqueza.

Dudó si podía enfadarse con él porque estuviera tomándole el pelo… Al fin y al cabo, le había dado pie. Eso la frustró. No tenían tanto tiempo para estar juntos, en cualquier momento llegarían sus tíos, ella tendría que irse mañana por la noche… y Reino Unido aún estaba en guerra.

Sus brazos se rozaron mientras caminaban y sintió un agradable cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo.

Cuando se recompuso y volvió a hablar, él le devolvió la sonrisa. Charles Blake iba a volver a la guerra en alta mar en unos días, pero ahora estaba aquí frente a ella.

– ¿Te gusta Escocia? – Preguntó Fiona.

– Tiene un paisaje magnífico.

– Eso es cuando el viento helado de las Tierras Altas no te zarandea con tal fuerza que casi este impide caminar – le corrigió con delicadeza – Pero no hay casi nada más hermoso, excepto quizás…

– Irlanda – Acabó Charles la frase – Lo decía en serio, en las cartas, Fiona… debo llevarte a la costa de Antrim cuando la guerra acabe. – continuó: – Allí los acantilados verticales y las cascadas se intercalan con castillos y pequeños pueblos de pescadores. Estoy seguro que te gustaría. Casi no me acordaba y ahora estoy deseando volver.

– Nunca he estado allí y no puedo decir que las Tierras Altas no sean igualmente bellas, pero me encantaría ir – murmuró Fiona, con la vista perdida hacia el bosque que empezaba detrás del camino. La luz de la gran casa sobre los árboles dibujaba grandes sombras en el jardín a medida que oscurecía.

Estaban en un sitio apartado del jardín, y Charles eligió acodarse en un árbol, los dos absortos en esa charla. No había pasado mucho rato después de la sobremesa, pero ya casi se había puesto el sol.

Fiona observó con atención sus expresiones faciales.

– ¿Sabes? – Dijo Charles – Hay algo de lo que no hablas suficiente y me pregunto por qué. Estudias en la universidad. Literatura. Pero aunque es evidente que tienes un amplio conocimiento en ese campo y que te gusta leer, casi nunca mencionas las clases en ninguna de tus cartas. –No quería que pensara que se entrometía. Al fin y al cabo, para alguien que hablaba tan libremente de política, guerra y otros temas, casi nunca mencionaba la universidad.

Se apresuró a matizar sus palabras: – Estoy seguro que eres una magnífica estudiante.

Charles Blake se pasó una mano por el pelo despeinándose, quizás nervioso. Y ella disimuló bien su sorpresa por el repentino cambio de rumbo de la conversación.

– Bueno, no me parece muy apropiado o productivo ir a clase cuando hay una guerra o esa terrible represión en Irlanda… y apenas hay clases. Algunas de las chicas que conocí allí ayudan ahora como enfermeras – suspiró –.

– ¿Y por qué Literatura Inglesa?

– Porque el currículo también incluye la literatura escocesa, la americana, la irlandesa y la de las colonias. Poética y política. Mi tío Albert me contó que la Universidad de Glasgow era una de las mejores en literatura anglófona, tremendamente moderna respecto a su enfoque – aclaró. – La verdad es que antes de matricularme allí solicité asistir como oyente al flamante curso de Políticas Elementales de la bulliciosa Universidad de Edimburgo, pero educadamente rechazaron mi solicitud. Supongo que pensaron que no tiene mucho sentido estudiar política cuando no puedes votar.

– Lo siento.

– No, no lo sientas, sé que soy una privilegiada. Tengo el apoyo de mis padres y ahora incluso un trabajo. Aunque sólo escriba para ese periódico de vez en cuando, ya es algo. Habrá más estoy segura – Habló firme, decidida.

Charles Blake la admiró más por ello.

– Seguro que lo habrá.

Un sutil encantamiento se tejió entre ambos cuando ella asintió. Por un momento les acompañó el silencio, no un silencio desagradable, un silencio cómodo, con sobreentendidos.

En ese silencio estaba cada palabra que habían compartido en cartas, el fervor de Fiona por cada una de las cosas que amaba, los grandes proyectos que Charles tenía en mente cuando todos pudieran escapar el terror de la guerra, el significado especial que, poco a poco, iban tomando las horas, los minutos.

Era un silencio casi perfecto, roto por el ruido de pasos y las risas de Tony, Fergus y Ruby a unos metros de distancia y el movimiento de la parte baja de la casa donde los criados hacían sus quehaceres.

– Estás pensativa – sentenció Charles cuando ella desvió la mirada hacia la casa.

– Puede que tema hablar y que descubras que en el fondo se me da mucho mejor escribir – Fiona ladeó la cabeza, cayendo fácilmente en lo que parecía ser la tonada natural entre los dos.

Charles Blake instintivamente le tocó la mano y le acarició una pequeña constelación de pecas que tenía en el dorso de la misma. Cuando lo hizo, dudó si debía. Y también tuvo la impresión que tenía que poner palabras a cada uno de sus sentimientos mientras pudiera hablar sin chaperona.

Pero Fiona se avanzó, porque esa inquietud la reconcomía.

– Charles, Charles Blake… – le nombró sintiéndose algo ansiosa, y no pudo evitar saborear su nombre en sus labios –… quiero que sepas que sigo pensando en tu forma de mirarme en Belfast, en la manera en cómo conectamos. No es solo que se me ocurriera de la nada al llegar a Glasgow como te conté en una de las cartas, lo he pensado desde que pasó – admitió – Y de algún modo, me acompañas en mis pensamientos todos los días. Tu… en esa guerra… ¡Oh! Tengo la esperanza de que decir esto no sea una locura y que no me juzgues por confesártelo. No es algo que se suponga que una chica deba contar…

Encogió la nariz a la vez que entornaba los ojos en un movimiento efímero, porque no le hacía gracia mostrarse vulnerable.

Fiona quería y dolía, pero no pudo evitar mirarlo a los ojos de color castaño oscuro.

No habían pasado suficiente tiempo juntos, pero ya adoraba esos ojos cafeces tanto como su sarcasmo y ese gesto impecable al sonreír. Quería dejarse llevar por sus sentimientos y resignarse ante las contradicciones que esto supondría en su vida de ahora en adelante. Pero sabía que nunca sería la esposa de un baronet: nadie tenía que venir a decírselo, simplemente no concebía que fuera así.

– No es una locura. – Charles puso la mano en su mejilla y siguió hablando despacio con voz muy queda: – Te lo prometo. Ten fe en lo que siento por ti ahora mismo, Fiona. Si supieras cuántas veces me pregunté a mi mismo si mi desazón era por ti o por una idea que me había forjado y finalmente tengo la respuesta.

La joven pelirroja cerró los ojos para canalizar la emoción, y luego de unos segundos los volvió a abrir:

–… como ya te he dicho, puede que pienses que no es apropiado por mi parte ir confesándote palabras de afecto… pero… me alegra escuchar las tuyas.

En el fondo estaba hecha un flan y había montón de sentimientos que seguían floreciendo en su pecho sin estar muy segura de adónde llevaban. En algunos de ellos ni siquiera se reconocía.

Charles sonrió serio:

– Sé que estás harta de oírlo sin que sea del todo cierto, pero me considero un hombre moderno, Fiona. Nunca te sometería a ningún estúpido juicio moral o de valor por ser tan libre o sincera como yo…

– Eso me reconforta, yo… –.

El grito de alegría de Ruby la interrumpió.

– ¡Está empezando a nevar!

– ¡Charles, Fiona, vamos…! – Les llamó Tony desde las escaleras que daban a un pabellón del jardín – Mi madre nos está esperando para el té de la tarde. Ha mandado traer las mejores pastas de Inverness.

Fiona agachó la cabeza avergonzada y Charles le guiñó un ojo, con cariño y complicidad, cuando volvió a alzar la vista. Ambos se pusieron en marcha, uniéndose rápidamente al resto.

Durante el té hablando de cosas sin importancia. Fiona tuvo la molesta impresión que no era muy razonable sentir aún la cálida presión de su mano en la mejilla.

– Schubert murió a los 31 años en 1828 pero había escrito más de 600 piezas… – Contó Tony Foyle antes de la cena. Esperaban la inminente llegada a la mansión de una pareja de viejos amigos de sus padres, una pareja de raíces aristocráticas de Kiltarlity que no tenía título nobiliario. Ella era la segunda hija de un barón y él un londinense de mucho dinero, ambos reconocidos amantes de la música que en 1910 y 1912 habían hecho dos extravagantes viajes a Viena, capital del Imperio Austrohúngaro.

Tony que, para sorpresa de Fiona, dijo que antes de la guerra había asistido frecuentemente al Teatro Real de Ópera de Convent Garden para ver actuar a la soprano Caroline Hatchard y confesó que en casa tocaba el piano a cuatro manos con su madre, parecía disfrutar hablar de algunos de los grandes compositores mientras hacían tiempo en la sala de estar: – Muchos de los grandes músicos de los dos últimos siglos, desde Gluck a Wagner, visitaron alguna vez suelo inglés. Schubert, Beethoven o Bach son notables excepciones y todos excepto el primero tuvieron amigos o algún contacto con nuestra cultura. Schubert vivió y murió sin haber estrenado nunca ninguna de sus óperas… y dicen que era un romántico empedernido.

– Eso es terrible… – lamentó Agnes Foyle que escuchaba a su hijo con atención –.

– ¿De qué murió? – Preguntó Fiona, aunque por la cara de Fergus y Tony le dio la impresión que había sido una pregunta inadecuada. Incluso teniendo en cuenta que hablaba de un hombre muerto cien años atrás. ¿Se habría suicidado?

– Lo mató la enfermedad de los franceses – interrumpió Charles en un tono sarcástico casi lúgubre – Dicen que esa fue la razón por la que la razón por la que su octava sinfonía quedó inconclusa.

Hubo un pequeño silencio incómodo.

Fiona dudó seriamente de qué estaban hablando por un instante, pero entonces se le ocurrió. La sífilis. Los franceses, claro, la llamaban popularmente el mal napolitano… y antiguamente los italianos la atribuían a los españoles.

La sífilis era tan pecaminosa que no se podía hablar de ella por su nombre… incluso hoy en día los periódicos usaban términos como lúes…

– Deberíamos hablar de cosas más apropiadas para las señoritas, ¿no creéis? – Les riñó Lord Gillingham, muy serio.

Esa noche, Fiona volvió a ponerse su vestido azul celeste, aunque esta vez dejó que la doncella le peinase el pelo y la ayudase con el corsé. Esta vez sin chal. Pensó que no debía ser muy adecuado repetir vestido para la comida y la cena, aunque Rubí le prestó un bonito broche plateado. Había querido dar una buena impresión, pero, al fin y al cabo, no había planeado cenar aquí hoy, sino en el hotel de Inverness con sus tíos. Los chicos llevaban uniforme militar de etiqueta en toda su estricta severidad (Charles y Tony, de azul marino, y Fergus, de rojo) y Ruby un bonito vestido rosa de gasa flotante.

Cenaron temprano y sin mucha fanfarria puesto que la fiesta era mañana, aunque todo el mundo, civil o militar, iba vestido de manera muy elegante. Hubo poca conversación entre los jóvenes porque al fin se les unieron los amigos de los vizcondes Gillingham y toda la atención se centró en la pasión por la música de estos y esos viajes suntuosísimos que habían hecho a Viena antes de la guerra.

Ruby, aburridísima por los derroteros de la conversación y que estaba sentada a uno de sus lados, le acabó de explicar en un murmullo que años atrás los Gillingham tenían muchos más criados y, por lo tanto, había mucho más lujo en esta casa y en su estado en Oxfordshire y cenas mucho más interesantes. Los cuatro años de guerra, la perdida de sus hijos, había empezado a hacer mella en los negocios del vizconde.

– No creo que haya traído los guantes ni zapatos adecuados si nieva – le dijo a Charles, quien tenía sentado a su otro lado – Sería una pena no poder salir mañana al jardín a disfrutarla –.

– Estoy deseando que eso ocurra, disfruto realmente del clima invernal cuando no es en alta mar– Le contestó. – ¿Está siendo una noche agradable?

– Creo que sí. – Susurró Fiona aprovechando que todo el mundo en la mesa estaba inmerso en los recuerdos de Viena de los recién llegados – Mi padre ha hecho centenares de cenas soporíferas estos años, pero esta no es exactamente igual. Los candelabros de plata, el protocolo, los criados… –.

– Estoy seguro que tenéis servicio, señorita Maclachlan… Tony me ha informado… vuestra destilería era una de las más apreciadas antes de la guerra en esta parte de Escocia… Si pido una copa de whisky después de la cena, en esta casa tendrán alguna que otra botella. Debo confesarte que estoy deseando probarlo… –.

Fiona negó con la cabeza divertida.

– A mi padre no le gusta tener mucha gente en casa. Hay una mayordoma o ama de llaves como quieras llamarla, una cocinera que hace el mejor haggis de Glasgow y alrededores y una chica que nos ayuda algunos días. Para sus cenas, siempre contrata personal adicional.

– Mi primo Severus se escandalizaría al oír eso –.

– Espero que tu no.

– Claro que no. Mi primo vive en otra época que felizmente parece que estamos dejando atrás.

Fiona se ruborizó al notar la mano de Charles en su antebrazo desnudo, puesto que el vestido era de manga de mariposa y no llevaba chal ni chaquetilla.

– ¿Puedo sugerir algo? – La voz de Charles bajó una octava cuando habló esta vez. – No te lo pediría, pero mañana a ésta hora de la noche imagino que partirás con tus tíos, que llegaran pronto… quizás al mediodía… y Ruby insiste en proponer una guerra de bolas de nieve para cuando salgamos al jardín después de desayunar. He escuchado como se lo contaba a Lady Gillingham.

Fiona lo miró a los ojos. Preguntando para asegurarse – ¿A qué te refieres? – musitó.

– ¿Me acompañarías a dar un paseo en la nieve cuando las damas se hayan retirado esta noche? Puedes pedirle a Ruby que te acompañe si te sientes más cómoda. Sé que es poco apropiado – Fiona lo volvió a mirar, insegura – Prometo ser un caballero. Lord Gillingham tiene previsto entretener a los hombres con una copa y un puro, mientras las señoras se retiran a la habitación. Tony me cubrirá.

Fiona frunció el ceño. La verdad era que confiaba ciegamente en él, pero no quería montar un escándalo en una casa a la cual la habían invitado con tanta amabilidad.

– Charles, yo… – Le contestó casi sin aliento por los nervios que de pronto se le agolparon en la boca del estómago.

– Necesito que hablemos a solas… dame diez minutos, por favor.

Se sorprendió consigo misma cuando la decepcionó pensar que era sincero. Quizás solo quería hablar como habían estado hablando esa tarde y en sus cartas… ¿A caso no se habían confesado ya sus sentimientos? De algún modo era algo que ya habían hecho.

Tal vez fuera porque quería que él la deseara como ella a él, no tenía sentido negarlo. Fiona quería que la besara. En ese mismo momento o, a más tardar, esa noche.

– De acuerdo – dijo. – Pero tendré que arreglármelas para subir a la habitación a coger mi abrigo. No querrás ser el responsable de que enferme.

– Claro que no – exclamó él sonriendo de nuevo en medio de la cháchara que había a su alrededor.

Fiona le devolvió el gesto, sonriente. Pensó que se había vuelto loca de remate, pero no le importó.

¿Qué iba a decir su madre de algo así?

Nada, le replicó una vocecilla en el interior de su cabeza. Porque no se lo iba a contar. Serían unos pocos minutos sin chaperona… y sería su pequeño secreto. No había nada oscuro ni retorcido en ello. No había necesidad de involucrar a Ruby.

Por error al intentar salir a fuera por donde imaginaba que quedaba la puerta del piso de abajo, Fiona se encontró en una sala anexa a la cocina.

Cuando entró todo estaba oscuro, pudo distinguir movimiento y dos personas sobresaltándose. Había una luz tenue en el fondo de la habitación. Una chica entrada en carnes y de cabello rizado y negro y uno de los criados que les había servido la cena estaban… Ella estaba casi desnuda y completamente hecha un desastre de cintura para arriba. Los pantalones de él estaban bajados.

– ¡Lo siento…!

Salió de allí completamente atorada y sonrojada antes que ellos reaccionaran.

– ¿Estás bien?

Al salir al exterior, la voz de Charles la sobresaltó.

– Creo que sí… – Negó con la cabeza con una risita – No estoy muy segura.

– ¿Hace mucho frío esta noche, no es así?

– Oh, no lo sé. A mí me parece bastante cálida para ser diciembre en Inverness. – Agachó la cabeza un poco abochornada. ¡Ella que pretendía ser tan madura y perspicaz, allí estaba, sonrojada como una chiquilla! Menuda mujer de mundo estaba hecha.

– ¿Qué ha pasado allí dentro?

¡Dios! No podía contarle eso sin avergonzarse a sí misma.

– Nada… me he perdido y no encontraba una salida al jardín, eso es todo.

Charles se mostró escéptico.

– ¿Sabes lo guapa que estas cuando tu cara se pone tan roja como tu pelo?

– ¿Estoy roja, ehm? Supongo que no estoy acostumbrada a colarme en las cocinas de una casa extraña – Intentó desviar la atención Fiona con relativo éxito.

Había un calor en su mirada que parecía abrasarla. Se encontraban bajo la luz tenue de la casa, arrojando una larga sombra sobre el manto de nieve del jardín.

Este día había sido todo lo que podía desear. Desde el momento que había aparecido en la estación de tren hasta el magnífico paseo de esta tarde y esta perfecta velada. Los dos se movieron por la estrellada oscuridad, apartándose unos metros de la casa.

Fiona pensó que otro menos prudente, quizás, la habría rodeado con un brazo con la excusa de la fría noche de diciembre escocés. Pero para su desilusión, Charles se contentó con caminar a su lado, sin más contacto que la mano de ella en su brazo.

– No quería que la velada acabara, Fiona. Que éste día terminara tan pronto… – confesó, volviéndose para mirarla: – Es especial, esto que hay entre nosotros. No importa lo diferentes que creas que somos, voy a estar siempre de tu parte. Sé que lo sabes.

Su corazón latía tan fuerte que Fiona pensó que podría oírse por encima del silencio de la noche.

– Esto, tú y yo…– prosiguió él –… démonos una oportunidad. ¿Me permites?

Charles se inclinó un poco. Le besó las dos manos que había entrelazado con las suyas un momento antes.

Ella no supo qué decir, pero se sintió muy feliz.

Era una dicha algo cándida como cuando había observado las burbujas doradas y chispeantes del champán de la cena o la primera noche del Hogmanay de su infancia en la que sus padres no la mandaron pronto a la cama.

De un momento a otro, la noche se había vuelto mucho más liviana, sus inquietudes menos complejas.

– Te miro y me doy cuenta de lo muy afortunado que soy por haberte conocido ese día en Belfast. Es algo que creo que supe desde ese mismo momento.

Fiona soltó una de sus manos de entre las de él, levantó la vista posando los ojos en los suyos, y un latido bajo su piel más tarde, le acarició la frente y el pelo con inusual ternura:

– Los dos lo somos, afortunados.

Aquél era un territorio inexplorado para ella. Nunca había acariciado a un hombre y pese a todo deseaba conocer hasta el último recoveco de éste en particular contra todo sentido común.

– En mi próximo permiso quiero pedir a tu padre que me permita visitarte. Quiero cortejarte, Fiona. Quiero que paseemos por la calle, de la mano. Quiero llevarte a un concierto con chaperona, acompañarte a tu casa y besarte en la puerta sólo hasta donde me permitan las buenas costumbres. Si estás de acuerdo, por supuesto – Espetó Charles, con su nítido acento inglés. Continuó sujetando una de las manos sin enguantar de Fiona. Tenía los dedos muy fríos, pero su contacto era reconfortante y agradable. Debería haber llevado guantes para no congelarse… – Voy a expresarle mañana mismo mis intenciones a tu tío…

Ella bajó su otra mano hasta la solapa de su chaqueta.

– Charles…

– Dime, ¿estás de acuerdo?

Todo lo que sabía sobre el cortejo lo conocía de los libros, de las pequeñas historias sobre el romance de sus padres y de su abuela Peggy. Siempre había querido una vida diferente al noviazgo y al matrimonio, algo más estimulante, incluso cuando no era lo que se esperaba de ella. No quería depender de un hombre, quería tener pleno poder sobre sí misma.

Y aun así… le quería.

– Cómo no voy a estarlo… –.

Fiona le sonrió con los ojos y con la boca y Charles tuvo el deseo de abrazarla y no dejarla nunca más.

Se sintió henchido de orgullo y tremendamente afortunado de tenerla aquí con él en este momento: – Si pasa el tiempo y esta guerra, y no te has aburrido de mí, podríamos descubrir tantas cosas juntos, Fiona… –.

Su joven pretendiente se expresó con seriedad, pero con un entusiasmo subyacente en sus palabras que la conmovió.

A pesar de todo, Fiona aún no estaba lista para que fuera un paso más allá y él habló en un impulso de sinceridad del que en seguida se arrepintió: – Querría casarme contigo cuando acabe la guerra... quiero que seas mi esposa… mi media naranja.

No solo es que quisiese, anhelara, hacerle el amor, ahora que la tenía aquí con él… ¡aunque claro que lo deseaba…! Era mucho más que eso a lo que aspiraba: el compartir su vida, sus ambiciones y miedos, tener una casa con ella en la que sentarse junto al fuego y envejecer.

– ¡Charles Blake, deberíamos… no deberíamos correr tanto…! Tengo sueños que perseguir antes de ser la esposa de alguien – Lo reprendió. Se puso algo rígida sin querer, aunque logró que su sonrisa permaneciese.

Se culpó a sí misma. ¿Qué había entendido que significaba un romance en 1917 sino?

– Tus sueños serían también mis sueños… No hay nadie más con quiera estar por el resto de mi vida. ¡Iríamos a París, Roma, Ginebra en cuanto pudiéramos, Fiona…! Una periodista como tú, una que estudia literatura y le interesa la política, debería conocer esas ciudades… – Insistió Charles. Había una promesa en su voz, un mundo nuevo y desconocido se extendía ante ellos. A juzgar por la mirada azul de la chica y su templada reacción de alerta, Charles fue consciente sin embargo que había cometido un desliz al pensar en voz alta, y quiso explicarse mejor: – Sé que debemos ir despacio, que eres una mujer del siglo XX, no me malinterpretes. Tengo bien presente que estás orgullosa de tus raíces irlandesas y escocesas y que no te convencería ofreciéndote una casa grande y luminosa, ni joyas caras o grandes fiestas en salones de mármol, pero quiero que conozcas mis intenciones. ¡Si aceptaras, podríamos hacer lo que queramos cuando acabe la guerra, ir donde queramos… volver y empezar una vida juntos donde elijamos! Nunca impediría que persiguieras tus más queridas ambiciones. No habría un marido que estuviera tan orgulloso de su mujer como yo lo estaría de ti.

El ardor en su voz la acarició. A Fiona se le hizo un nudo en la garganta al oírle. Sacudió un poco la cabeza, despejándose para contestarle: – Estoy segura que me encantaría compartir esos lugares contigo – dijo – no necesariamente casada, aunque puede que algunos encuentren inconveniente, e incluso inmoral, que haga algo así antes de los 30 años si sigo soltera – hubo una pequeña inflexión en la comisura de sus labios que sugirió un amago de duda – Me encantaría que viajáramos juntos por la Europa continental, Charles. Poder escribir allí donde han estado antes Walter Scott, Tolstoy, Balzac, Mary Shelley, Oscar Wilde, George Eliot… y no sé si has oído hablar del expatriado irlandés James Joyce, sus historias son fantásticas... ¡Pisar los lugares que han poblado no sólo los mejores escritores y pensadores, también políticos y artistas…! De cualquier manera, vayamos paso a paso, ¿vale? Todo lo que deseo ahora mismo es que aprovechemos este momento…

Ambos se miraron atrapados en una pausa extraña.

Él tomó por fin a Fiona entre sus brazos y la atrajo hacia sí. Cualquier argumento elocuente que había formado en su mente hasta ese instante desapareció. Estaba perdidamente enamorado y dispuesto a hacer para convencerla.

A ella le dio un vuelco el corazón porque también lo amaba. Su pulso corría a dos latidos por segundo, y entonces Charles le sujetó la barbilla para mirarla directamente a los ojos durante un largo instante y acercó la boca a sus labios.

Al final, sólo le dio un beso rápido en la mejilla. Tan casto como había prometido.

– Sé que puedo un día puedo hacerte muy feliz. Confía en mí…

Lo miró e instintivamente algo en el interior de Fiona se rebeló contra su perfecta pose de caballero. Por eso, fue ella misma, contrariada, quien decidió besarle en los labios. Nunca se había sentido así.

Su pecho latía desbocado por él mientras su mente intentaba ser racional.

Sintió el aliento cálido de Charles en su rostro, y cuando puso los brazos alrededor de su cuello, él hundió sus manos en su cabello, despeinándola sin querer.

El beso de Fiona fue suave y tentativo al principio, y luego él la besó más profundamente, exactamente como se lo había imaginado durante todo ese año y medio de servicio en alta mar, cuando la pensaba a quilómetros de distancia escribiendo cada una de sus cartas.

Pese a ser sus labios los que lo habían besado primero, Charles la sintió temblar contra él tan levemente como una hoja en otoño.

– Fi, debemos parar – murmuró cariñosamente, apartando sus manos de su espeso y rojo cabello, entregado a su merced, incapaz de resistirse. Volvió a besarla otra vez, despacio, sin prisas, mordiendo suavemente su labio inferior. Ella se dio cuenta que era la primera vez que la llamaba por el diminutivo de su nombre.

La boca de Charles Blake se posó sobre la suya lenta y deliberadamente, gentilmente al principio y con más presión después, hasta que Fiona entreabrió los labios y contuvo la respiración. Él rozó su lengua con la de ella.

Fue apasionado y encantador durante cada segundo de aquel beso.

Puso una mano en la parte baja de su espalda y con la otra le acarició la mejilla, rozando con sus dedos ese lunar casi indiscernible (pero que lo enloquecía) cerca de su labio y el delicado lóbulo de su oreja derecha.

Con la respiración entrecortada, Charles rodeó su cintura, la pegó a su cuerpo y ella apoyó ligeramente las manos en sus brazos. Cuando dejó de besarla lo hizo con un gruñido, pero la soltó con delicadeza. Intentó controlar su respiración dando un paso atrás.

Al separarse ambos tenían los ojos empañados de anhelo.

– Mi querida Fiona…

Charles y Fiona caminaron cogidos de la mano a través del manto de nieve una vez recuperado el aliento.

Los dos compartieron el silencio y la quietud que la noche les brindaba. Sus ojos nunca se apartaron de ella y Fiona se sintió aturdida pero contenta. Charles Blake era un caballero, un hombre atractivo, y la deseaba, quería desposarla...

No pudo evitar que su corazón se encogiera cuando pensó en los meses o quizás años de guerra que aún quedaban por delante. ¿Estaba siendo una insensata al aguar su entusiasmo?

Cuando se habían conocido había pensado en esa guerra como en algo tan ajeno… un conflicto injusto y cruel… lleno de mentiras y propaganda inglesas…

En este momento, reconocía algunos matices en ello… Existían estructuras sociales, inclinaciones regionales, ritmos históricos, que les habían empujado a ese conflicto.

Era verdad que su tío Albert, que había apoyado las tesis pacifistas de Keir Hardie, había sido llamado a filas en contra de sus deseos y se había resignado a obedecer por Rose… para que su esposa no sufriese el ostracismo que conllevaría tener un esposo objetor de consciencia… y que todas esas mujeres que había entrevistado habían tenido poco o nada que decir sobre su destino… Pero Charles se había alistado voluntariamente porque una vez había creído en su causa y su país, como Tony, Fergus y tantos otros jóvenes, ricos y pobres… Podía apreciar eso.

Ladeó la cabeza para observar de cerca su expresión y se sonrieron.

Pronto se daría cuenta que había sido demasiado naif respecto a los obstáculos contra los que Charles y ella tendrían que luchar para estar juntos, pero esta noche quiso mantenerse felizmente inconsciente de la mayor parte de ello…

Al volver sola hacia su habitación, la casa casi a oscuras, Fiona se encontró contemplando los adornos navideños. En esta casa propiedad los vizcondes Gillingham la decoración era austera, apropiada para la época, pero un elegante árbol con adornos blancos presidia el vestíbulo principal.

En muchos sentidos, después de su reveladora estancia en Belfast el año pasado, Fiona Maclachlan era consciente que ahora tenía dos hogares y que siempre habría un lugar que añoraría, no importaba donde estuviera. De algún modo, con Charles Blake también se sentía abrumadoramente en casa.