Capítulo 5. Safe and Sound

"I remember tears streaming down your face when I said I'll never let you go
When all those shadows almost killed your light
I remember you said don't leave me here alone
But all that's dead and gone and passed tonight

Just close your eyes, the sun is going down
You'll be alright, no one can hurt you now
Come morning light, you and I'll be safe and sound

Don't you dare look out your window, darling everything's on fire
The war outside our door keeps raging on
Hold onto this lullaby even when the musics gone, gone

Just close your eyes, the sun is going down
You'll be alright, no one can hurt you now
Come morning light, you and I'll be safe and sound

Just close your eyes, you'll be alright
Come morning light, you and I'll be safe and sound".

Taylor Swift feat. The Civil Wars (Taylor Swift, 2012)

"I'd rather have the right man, than the right wedding."

— Anna, Downton Abbey, Season 2, Julian Fellowes.

Manchester, 2 de mayo de 1918.

Fiona releyó la carta que iba a enviar antes de comprar el sello y el sobre perfecto en una pequeña oficina de correos en Market Street. La joven, aún en período de medio duelo, llevaba un vestido morado de seda azache con unas flores bordadas en plata en el cinturón. Un sombrero cloché con una flor lila a juego.

Sus líneas aún tenían que tener en cuenta la censura epistolar del ejército para que pudieran llegar a Charles. Tenía que actuar con cautela, pero cada vez prescindía más y más de la inventiva para hablar con claridad de la condenada guerra.

"Querido mío:

¿Qué significado crees que pueda tener todo lo que se cuenta que está pasando en Rusia después de su retirada de la guerra? La revolución bolchevique derribó al zar y ahora el país afronta una guerra civil… Sin duda, no es lo que yo esperaba. ¿Crees que el gobierno británico va a conceder asilo a Nicolás II a petición de su primo, el rey George, o va a haber algún tipo de rescate? Si las historias que circulan en la prensa son ciertas, en Tobolsk la familia del zar ha tenido una relativa libertad de movimientos. De momento, te ruego no volvamos a tener una discusión sobre el socialismo. Sé que te vas a reír cuando leas estas líneas y me encantaría entrar a debatir contigo en persona, pero parece que aún tendremos que esperar.

Reservo los atardeceres para escribirte aunque ésta no va a ser exactamente una carta de amor. Estoy usando mi pluma de trabajo y es una pluma terrible porque salpica al papel. Leí una vez que era mejor evitar ese tipo de pluma para una carta así. No recuerdo dónde, me pregunto si sería en una novela de Jane Austen y si es algo que alguien tenga en cuenta... Además, estoy en un tren de camino a Manchester con todo el traqueteo que conlleva, así que espero que sepas perdonar que no sea muy pulcra con la caligrafía. Mañana por la mañana, después de tirar esta carta al correo, voy a encontrarme con mi flamante jefe de redacción. Michael. Que es también marido de mi madrina, de soltera Lizzy Safford. Aún no te he hablado mucho de él. Aunque creo que a partir de ahora aparecerá bastante en mi correspondencia. Los últimos meses ha estado en Francia, en el frente, como corresponsal. Explica lo mucho que está sufriendo la dividida Picardía en estos momentos y que ha conocido el caso de Dorothy Lawrence, una joven inglesa que se disfrazó de soldado para alistarse en el ejército y así informar del frente. ¿No te parece extraordinario?

Sin embargo, parece ser que cuando confesó la detuvieron y la obligaron a volver a casa. ¡Oh, me temo que si sigo por este camino, van a censurar también mi carta! ¡Qué rabia me provocan todos esos prejuicios! ¿Por qué una chica no iba a poder estar allí?

Lo que quería decirte en realidad es que creo que Michael te gustaría… Es un hombre moderno y de ideas liberales, casado, aunque Lizzy no dispone de muy buena salud, y eso lo ha obligado a volver antes a Manchester. En su ausencia no he tenido muchos encargos del periódico, pero creo que quiere proponerme ahora otra serie de reportajes. No me ha dado muchas pistas sobre de qué puede tratarse… supongo que volverá a tener que ver con la experiencia de mi sexo en esta guerra. No me malinterpretes, por favor, hay montones de mujeres en situaciones terribles a las que se debe dar voz de inmediato y quiero hacerlo. El error de pensar que escribir sobre ello no era suficiente, ya lo cometí una vez. Pero, ¡oh! cómo desearía poder escribir de cualquier cosa sin que se me recordara que hay asuntos que no son aptos para una joven como yo, borrar las caras de sorpresa y reprobación de algunos rostros…

He venido a Manchester en busca de un lugar donde hospedarme unos días. Y claro, la señora Douglas me ha acompañado, en teoría para hacer compras, pero en realidad, lo sé, también para elegirme un sitio donde quedarme y evitar que me quede a solas con un caballero casado, no importa que prácticamente pudiera considerarme su ahijada ni que sepa arreglármelas por mí misma. Mis padres siguen tratándome como una muchacha inexperta que necesita ser supervisada y no como toda una mujer de 23 años.

La verdad, no me gustaría quedarme mucho tiempo en esta ciudad. No es porque sea demasiado poblada y gris… ¿Qué podría decir yo, una chica de Glasgow que asegura estar enamorada de Belfast? Pero no me siento nunca en casa en ella. Supongo que es porque las baldosas de sus calles no respiran parte de mi historia y me hace ser más consciente de los humos grises de la combustión de sus industrias… o porque amo tanto el clima imprevisible de Escocia como la verde primavera irlandesa y aquí no estoy cerca de ninguna de las dos cosas… ¡Qué hipócrita me siento!

El mes pasado visité a mi tía Rose y a mi pequeña prima Hilda. Al final ha querido quedarse con mis abuelos y dejar atrás el piso de Aberdeen. Supongo que tener a Hilda con ellos hace menos dolorosa la pérdida de mi tío. Me alegré de volver a ver sonreír a mi abuela y a Rose cuando estuve allí. Estoy segura que contaran a Hilda historias maravillosas de su padre. Y mientras todos le recordemos, siempre estará con nosotros un poco, ¿no?

¿Cómo lleváis todos estos meses en el mar? Debes haber tenido noticias de la batalla que se libró para recuperar la ciudad francesa de Cambrai, ¿verdad? Tengo entendido que ha repetido un patrón ya habitual en la guerra: ataques y contraataques, muchos muertos y montañas de restos de cañones y fusiles. Michael contó en su crónica para el periódico que era imposible dar diez pasos sin encontrar un cadáver, a veces estaban echados unos encima de otros. Cuando haya pasado la lluvia de la primavera, los campos rebosantes de sangre quedaran limpios pero si el Estado Mayor no lo impide, las batallas y muertes seguirán…

Espero que en alta mar esté siendo distinto.

Creo que no dormiré esta noche, nunca duermo bien la primera noche en una cama desconocida, y no puedo dejar de pensar donde estarás y si podremos vernos pronto. Me gusta la noche para cavilar y meditar, pero ahora siempre hay ideas funestas que me persiguen. Espero que pronto solo tengamos que pensar en el futuro.

Por cierto, debo decirte que, en casa, en Glasgow, mi madre ha adoptado un gato. Es un animal adorable con ojos anaranjados y un elegante pelaje negro, sin ningún linaje más que el de la calle. Lo hemos llamado Snow. Lo bauticé yo, no te burles de ello. Aunque la señora Douglas lo llama 'ese gato del demonio' porque no le gusta tener que darle leche por las mañanas e hígado o pescado todas las noches, ni quitar los pelos de los sillones y las camas, cada vez que él se sube a dormir allí. Mi padre reconoce que les hace compañía, aunque tampoco le gusta tener que salir a buscarlo al jardín cuando decide no aparecer para cenar porque está de jarana.

Creo que no debería extenderme tanto en las cartas, Charles. Pero siempre estoy tentada a contarte cualquier cosa que me pasa por la cabeza y que querría discutir contigo en persona. Creo en ti y en tu afecto totalmente.

Y sé que te he dicho que ésta no sería una carta de amor al uso, pero tengo que añadir, cariño, que después de sostenernos uno en brazos del otro, no puedo creer que haya permanecido más de cuatro meses sin ti. A veces parece poco tiempo, y me acuerdo de nuestros besos como si hubieran sido ayer, otras veces es como si hubiera transcurrido una eternidad. Supongo que te gustara saber que pienso en ti y en cada lugar que compartimos de la pasada Navidad, donde hablamos de vida, de amor y de la muerte, funesta y tan presente estos días. Me repito que volveremos a vernos pronto, y que disfrutaremos de esta amistad, amor y complicidad que compartimos, porque ante la mera posibilidad que algo que nos impidiera reencontrarnos pasara, sé que ese recuerdo me destrozaría para siempre.

Pienso en ti cada minuto, mi amor. Te quiero. Te espero. Vuelve a mí. Fiona".

Fiona caminó hacia el norte de la ciudad hasta encontrarse con la magnífica catedral de estilo romano, considerada una de las más bellas de Inglaterra, no muy lejos estaba el Chetam's Hospital, una escuela para niños pobres y, cerca, en un café restaurante, iba a encontrarse con el yerno de los Safford y jefe de redacción del Manchester Guardian, Michael Gregson. Había quedado también allí con la señora Douglas, que había salido temprano para comprar provisiones para quedarse unos días en la ciudad. Aunque su madrina había querido estar presente finalmente se había disculpado por su delicado estado de salud.

Cuando llegó al lugar indicado encontró a Gregson y a la señora Douglas hablando animadamente. Allí estaban, la concienzuda ama de llaves de sus padres y un hombre de treinta y muchos y cabello castaño ceniza que parecía bien viajado y educado: Michael. Los dos estaban sentados en una mesa con vistas a la calle y habían empezado a tomar té.

– Señor Gregson, señora Douglas…

– Fiona, ¡Qué alegría, después de tantos meses! – El hombre se giró hacía ella con afabilidad y se puso de pie para retirar una silla e invitarla a sentarse. Esos meses en Francia habían hecho que adelgazara o quizás era la creciente preocupación por su esposa.

Durante los pasados cuatro años, periodistas como Michael Gregson, se habían convertido en corresponsales de guerra acreditados y no se los había llamado al servicio militar. Para permanecer en el Frente Occidental, tenían que aceptar un cierto control del gobierno sobre lo que escribían. Incluso el desastroso primer día de la Batalla del Somme se había informado como una victoria. Michael había demostrado ser especialmente bueno para saltarse los controles.

Los propios corresponsales debían llevar uniformes de oficial de tierra: chaqueta y corbata de color caqui con pantalones metidos en los puños; botas reglamentarias y una gorra con visera, que se podía cambiar por un casco de hojalata cuando el peligro lo dictaba. Se les había otorgado el rango honorario de capitán y, aparte de un brazalete verde, eran indistinguibles de los oficiales reales.

– Le estaba contando a la señora Douglas que creo que eres una buena periodista, Fiona, y una reportera excelente. Aunque eso ya te lo he dicho muchas veces.

La joven hizo una pausa antes de sentarse y sonrió a ello. – Gracias.

– Algo de finezza es imprescindible en nuestra profesión. Y tu querida chica, eres además una periodista con olfato. Alguien que busca la noticia y cuando sigue el rastro de algo que puede ser de interés público, sabe tirar del hilo y mover cielo y tierra hasta que consigue la información – Michael Gregson hizo una pausa y miró fijamente a Fiona: – El director del diario y los inversores creen que, aunque nuestro principal foco de atención sigue siendo la guerra, no debemos olvidar que hay otras cosas pasando muy cerca que merecen atención y me han pedido que haga este encargo a un profesional de plena confianza. Alguien con suficiente idea de cómo va esto, pero también frescura para no caer en los tics habituales – Se explicó – Para serte sincero, no sé cuánto tiempo más voy a seguir al frente de la redacción. Con la enfermedad de Lizzy, creo que debería frenar máquinas y escuchar otras ofertas que han llegado a mí últimamente. Hacer una pequeña inversión de futuro con algunos ahorros. El periodismo de campo es tan apasionante como incapacitante si tienes obligaciones como las que ahora se presentan con la dolencia de tu pobre madrina…

– No sé si le sigo completamente, señor Gregson. ¿Qué quiere decir? – quiso saber Fiona mientras se servía ella misma de la tetera que descansaba en el centro de la mesa.

Michael apoyó una mano en la mesa y se mostró amable. – ¡Oh! Acordamos que no nos trataríamos de usted, Fiona. Se podría considerar que somos prácticamente familia. Lo que iba diciendo es que quieren que vuelva a Francia, y no puedo negarme realmente, pero será la última. Seguramente después voy a dejar al cargo a nuestros periodistas más experimentados. Y en cuanto a Irlanda, creo que nadie podía cubrirlo tan bien como tú. Por supuesto, tenemos un periodista ya allí. Pero discrepo severamente de algunas de sus formas, mis jefes lo saben. Están de acuerdo conmigo que necesitamos reforzar nuestra perspectiva de Dublín con algo más que declaraciones oficiales y notas del gobierno. Quiero que viajes a Dublín este mismo mes y escribas crónicas a pie de calle para el Manchester Guardian, como mínimo te pediremos que te quedes allí hasta diciembre. La amenaza de la conscripción ha levantado ampollas y la huelga del día 23 detuvo el trabajo en ferrocarriles, muelles, fábricas, molinos, teatros, cines, tranvías, servicios públicos, astilleros, periódicos, tiendas e incluso en las fábricas de municiones del gobierno. Este año podría haber elecciones si la guerra amaina, las primeras en ocho años y las primeras en las que puedan votar algunas mujeres y todos los hombres mayores de 21 años, sean propietarios o no. Con seguridad habrá muchas cosas de Irlanda por contar a nuestros lectores ingleses.

La propuesta quedó flotando entre los dos, mientras la señora Douglas pareció francamente escandalizada. Se puso colorada hasta la raíz del cabello y a punto estuvo de atragantarse con una de las galletas que acompañaba el té.

– Niña…

Fiona no la dejó reaccionar.

– ¿Cree de verdad que el propietario del periódico va a aprobar que una mujer joven haga crónicas desde Dublín? – Se apresuró a cuestionar. – ¿Qué los lectores ingleses van a dar ninguna credibilidad a alguien de mi perfil? Soy menor de 30 años, ni siquiera se me otorga aún derecho a voto… Aunque ya tengan a un corresponsal más experimentado como columna vertebral de la información que reciben desde Irlanda, me cuesta creer que ésta pueda ser una propuesta firme…

Los hombres jóvenes escaseaban en muchos campos. A estas alturas, sólo quedaban ellas, junto a niños, ancianos y heridos. Pero aun así, debía asegurarse que la propuesta de trabajo era real…

Michael Gregson la atajó:

– Ciertamente es complicado… pero tengo una idea que en principio podría funcionar.

– ¿Cuál? – preguntó francamente interesada. Estaba dispuesta a casi cualquier cosa por esa oportunidad.

– Un seudónimo. Al menos para los primeros meses. Me gustaría decir que no es necesario, pero… – apuntó Gregson – Aunque no dudo que se publicaría igualmente con tu nombre, puede que no con la misma intención ni el mismo espacio en portada… no si tengo que dejarlo antes de tiempo o ausentarme y depende del criterio de otros… y creo firmemente que sería una enorme pérdida. Quiero que todo el mundo tome tus artículos con la máxima seriedad posible. Estoy seguro que puedes hacer que muchos vean dónde hemos fallado en Irlanda…

– Oh, para ser sincera yo creo que eso último es impensable… Demasiada gente convencida que se está actuando correctamente y que no está dispuesta a poner su gobierno enfrente de un espejo. Sera difícil, casi tanto como que alguien de credibilidad a una mujer joven escribiendo sobre política – Fiona sorbió con cuidado de la taza de té que sostenía – Pero supongo que me encantaría intentarlo – confesó.

¿Por qué escribir para aquellos que no iban nunca a reconocer la represión y las injustas e incluso crueles maniobras de su gobierno? Le habría parecido una auténtica barbaridad antes de conocer a Charles Blake y al mismo Gregson…

– No va a ser fácil pero el periódico está dispuesto a plantar cara a la censura si lo que contamos es cierto y objetivo. Después de la guerra, espero que sea mucho más fácil. Sin duda, un seudónimo masculino nos va a ayudar a dar los primeros pasos en la dirección correcta…

– Seudónimo o no, aún está la posibilidad que nos metan en una celda y tiren la llave al mar, si las cosas se complican y no les gusta lo que se escribe… Dudo que sus jefes lo permitan y si usted se va…

– Confía en mí, Fiona. Me deben mucho y están tan comprometidos con el buen periodismo como yo. Hay una manera de hacer periodismo comprometido, incluso en estos tiempos. En el Manchester Guardian lo intentamos cada día y hasta el momento nos estamos saliendo más o menos con la nuestra.

– Pero periodismo y celo militar no son buenos compañeros. Y en guerra muchos quieren propaganda que los anime, no la verdad. Lo sé porque he conocido gente, buena gente, que se siente así… – insistió Fiona con cierto énfasis.

Pensó también en muchas de las 'municionistas' que había entrevistado estos meses, que además de tener un color amarillento, según le habían dicho, también estaban quedando estériles. Los jefes de Michael habían considerado que no había suficientes pruebas para publicarlo.

– Vamos a encontrar la manera –.

Fiona le dedicó una breve mirada de incredulidad pero asintió. Quería más que nada poder hacer ese trabajo y la menor de sus preocupaciones era que no pudiera firmar las crónicas, si eso significaba abrirse camino en esta profesión. Deseó con todas las fuerzas que ello funcionara y acabara haciéndose un hueco en miles de hogares para que descubrieran un nuevo punto de vista sobre Irlanda.

Hizo un esfuerzo por ignorar la alarma en el rostro de la señora Douglas.

– ¿Cuándo empezamos? – preguntó.

– ¿Señorita Maclachlan, va a ir sola a Dublín? ¿Qué va a decir su padre? – Cuestionó al fin la mayordoma.

– Soy mayor de 21 años, en ese sentido nadie puede decir realmente nada, señora Douglas, no sufra. Habrá en Glasgow quien empiece a decir que, ahora sí, voy camino de ser una vieja solterona… Qué chica tan rara, ¿le conocéis algún pretendiente que no haya huido asustado? – Ironizó – Pero estoy segura que voy a encontrar una fórmula que tranquilice lo suficiente a mis padres.

Satisfecho, Michael Gregson pidió copas de vino blanco para los tres y las animó a brindar por lo que esperaba fuera una carrera más que brillante.

La guerra se libraba también en otro frente: el de las palabras. Un conflicto que no solo tenía lugar entre los dos bandos contendientes; también latía entre la prensa y la literatura 'oficial', los testimonios de los soldados que vivían sepultados en el Frente Occidental y la inquietud creciente en lugares como Irlanda.

Si Lizzy estuviera mejor le encantaría saber lo buena que era su ahijada, la pequeña de James y Maeve Maclachlan, amigos cercanos de su familia, de los que le había hablado muchas veces. Michael quiso decirlo, pero prefirió no tocar más ese tema. No habían contado ni una palabra de su verdadera problemática a ninguno de sus amigos o conocidos, quienes pensaban que sufría de cefaleas. Estos últimos años él y la familia de su esposa habían llevado la aflicción de Lizzy con mucha discreción, puesto que lo último que querían era que fuera víctima de habladurías, empezara una leyenda negra sobre sus actitudes más extrañas o acabara internada.

Había vuelto de Francia poco después de ser informado que un vecino la había tenido que guiar hasta casa una noche de tormenta: había salido a la calle en camisón, visiblemente perturbada y desorientada. Los médicos no sabían decir qué era lo que la llevaba a travesar ese tipo de crisis y a medida que aumentaban habían sugerido, cada vez con menos delicadeza, que si no mejoraba, o llegaba incluso a convertirse en un peligro para sí misma u otros, deberían pensar en ingresarla en un pabellón psiquiátrico.

Michael y los Safford estaban dispuestos a evitarlo hasta el final. Por eso, una muchacha la cuidaba desde hacía meses en casa y prácticamente ya no recurrían a ningún doctor.

Cada vez con más frecuencia, Lizzy sufría ataques de angustia injustificados, y era en contadas ocasiones que su subconsciente la engañaba con delirios nocturnos y paranoia. La mayor parte de los días era simplemente una pálida sombra de sí misma que no salía de su habitación ni parecía reaccionar ante el esfuerzo de sus seres queridos para evitar que se retrajera en aquella oscuridad sin explicación.

La larga ausencia de su esposo por causa de la guerra había empeorado su depresión.


Costa de Antrim, 31 de julio de 1918.

Fiona se movió observando la casa de estilo victoriano neogótico y el paisaje rocoso de los acantilados que se situaban a lo lejos, más allá de la verja de hierro de entrada a la propiedad. Un jardín de cientos de acres con castaños de indias bicentenarios, azaleas y varios estanques con nenúfares escondidos entre la vegetación rodeaba Killoughagh Castle, el estado de Sir Severus Blake. Hacia el sudeste había campos cultivados de trigo y patata y distintas granjas, todas en fincas que un día heredaría Charles y que participaban actualmente en el llamado esfuerzo de guerra.

La casa tenía vistas panorámicas a la arena dorada de las caletas y al mar de Irlanda. Este era un lugar de hermosas playas, cañadas profundas y silenciosos y frondosos parques forestales más al oeste.

Esa mañana ella llevaba el cabello rojizo recogido en una trenza, algo seguramente inadecuado estando fuera de su habitación y en compañía, aunque iba correctamente vestida con blusa y falda de franela por encima del tobillo. Había salido a caminar sola al amanecer, inquieta. Él la había visto desde una de las ventanas del piso superior en su recorrido hacia la planta principal.

– Quizás no tendría que haber venido…

– Me alegro que estés aquí conmigo. No importa qué cara ponga mi primo, nuestro noviazgo tiene la aprobación de nuestros padres, y pronto podremos escabullirnos sin chaperona por parques, avenidas y paseos de la ciudad que escojamos… ¡Hablar sobre un futuro que sólo nos atañe a los dos! Es nuestro momento – Dijo convencido Charles Blake. Admiraba inmensamente cómo ella había manejado esa primera cena en casa de su primo Severus – Además, la paz está cerca, a estas alturas tiene que estarlo. Confiemos en ello.

Fiona se giró y le sostuvo la mirada.

– ¿De verdad lo crees? Nuestros padres, quizás nos apoyen, pero ¿nuestras familias enteras? – Suspiró – No me malinterpretes tu padre y tu madre han sido encantadores, pero eres el heredero de tu primo y éste me aborrece con todas sus fuerzas. No hace falta que lo exprese abiertamente delante de sus amigos para verlo. Esto no es como lo del abuelo Dougal que va a cesar sus quejas tan pronto como haya un anuncio oficial… Y sobre la guerra, ¡oh, Charles! dudo que vaya a acabarse tan fácilmente.

– Fi, mi primo es un hueso duro de roer, pero respeta mis decisiones. Al fin y al cabo no le queda más remedio porque no tiene otro heredero. Y sobre la guerra… ¿Cuánto más puede durar? Todo el mundo está exhausto… – Charles auguró. El joven sonó mucho más confiado de lo que se sentía ¿Pero de qué servía no tener al menos un poco de esperanza? En ese caso, el optimismo era lo más racional. A estas alturas no podían darlo todo por perdido... Por lo que respectaba a su primo, Severus simplemente no tenía nada que opinar sobre los asuntos que tenían que ver con su corazón. No le concernían.

Fiona se mordió el labio inferior y bajó un poco la cabeza, pensativa. – No encajo en este lugar, Charles, ni en lo que esta finca significa. Te quiero con todo mi corazón, ¿pero puedes imaginarte presentando a cualquiera de mis abuelos a Sir Blake? Con Dougal discutirían, porque me temo que son igual de orgullosos y cabezotas, pero con Cillian, ¡un católico cuyos padres una vez fueron campesinos en esta isla! Nunca funcionaría – dijo – ¡Y soy de clase media! Mi padre puede tener dinero pero no es un aristócrata. Difícilmente lo que tu primo elegiría para su heredero…

– Si es verdad que nos queremos, todos tendrán que acabar aceptándolo. No me importa la religión, la clase o la política, no en esto.

– Charles, puede que debamos ser realistas…

Fiona se dio cuenta que odiaba ser ella quien dijera esto… Era poco propio de ella asumir el papel del pragmatismo. Contuvo el aliento y se obligó a esperar y dejarle hablar.

Pese a lo inquieta que se sentía, especialmente después de conocer al hombre del cual Charles heredaría título y tierras, no quería estar discutiendo este asunto en este momento, no durante esas escasas horas que podían disfrutar juntos.

– Siempre he sido un hombre ambicioso, amor – confesó Charles después de un pequeño silencio y con una risa sorda – Siempre he querido ser el mejor en todo aquello que he intentado y conseguirlo por mis propios méritos sin la influencia de mi primo. Me he estado contando a mí mismo y a los otros que Severus es una relación distante que no puede definirme, aunque puede que no sea del todo cierto… Eres demasiado lista para no darte cuenta que esta finca está empezando a ser importante para mí. ¡Desde la visita que hice aquí hace dos años, que he estado pensando en cambios que podrían funcionar aquí! – Continuó – Sin duda mis padres me han apoyado siempre que he desafiado los estándares de Severus… Cuando les dije que quería estudiar Economía en Londres o alistarme en la marina, los tuve de mi lado, pese a su oposición. Y hasta mi primo admite ahora aunque sea a regañadientes que esas fueron buenas decisiones… Esto nuestro no va a ser distinto. Tarde o temprano entenderá mi entusiasmo por ti. Por ahora, le basta con saber que es mi elección y no es negociable…

Fiona sonrió, tensa – No sé si es muy justo que me compares con tu impecable desempeño en los estudios o en el ejército… Estar conmigo conseguirá el efecto contrario a tus brillantes notas o un merecido ascenso en la marina, al menos socialmente.

– Yo estoy convencido de lo contrario.

En junio Charles había sido promovido al rango de teniente comandante por servicio distinguido a la marina. Por eso, en esta ocasión, sus superiores apenas le permitían librar en casa un par de días: tenía que participar en una campaña de reclutamiento en Belfast después del desastre de la conscripción irlandesa.

Estos habían sido unos meses muy duros en el océano. Pero no le había dicho a Fiona que temía hundirse también anímicamente. Muertes sin sentido por todas partes y el peligro siempre presente.

En marzo, Joseph había subido a un submarino que más tarde sería confundido por un U-Boote y destruido por la propia flota. Charles no había hablado en años con su ex amante, pero pensaba que nadie merecía morir así. Joseph había dedicado su juventud, su vida, a defender este país, mientras corría el riesgo de ser encerrado o recibir un disparo por su orientación sexual. Era algo increíblemente terrible, injusto.

Desde el punto del jardín donde se encontraban se observaba perfectamente el sendero que serpenteaba y se retorcía más y más hacia el mar.

A Charles y Fiona los unía la pulsión inconformista de ir más allá de los límites que se les suponían por quienes eran y qué lugar ocupaban en esta sociedad, la ambición de descubrir y explorar lo que les podía ofrecer el futuro. A ambos se les ponía un brillo especial en los ojos frente a los nuevos retos y a sus pasiones: el periodismo (ella), la economía (él), la pronta posibilidad de cambio social... Y eso a pesar de que puede no fueran almas gemelas al uso, en el fondo eran completamente diferentes, procedían de lugares diferentes y les acompañaban historias familiares muy dispares.

En las cartas que intercambiaban tenían debates impetuosos y encendidos desde el primer día. Las discusiones civilizadas pero vehementes plasmadas en tinta y papel mantenían la llama encendida mientras la ausencia prolongada aumentaba el anhelo por el otro.

La mayor diferencia hasta la fecha: el idealismo de ella, el pragmatismo de él. En casi todas las cosas eran así, excepto en lo que concernía a esta relación, donde las líneas se difuminaban…

Su primo le había insistido por carta en que no trajera a Fiona aquí hasta que acabara la guerra y estuvieran de acuerdo en oficializar un compromiso, pero ahora, que ella vivía en esta isla y él había estado llamado a ella, había parecido el mejor plan para reencontrarse y que conociese a su familia. Charles no había querido retrasarlo porque además intuía que su primo no la había querido aquí en absoluto y solo le estaba dando largas. Quizás cambiaría de opinión si se daba la oportunidad de conocerla.

Fiona había viajado en tren de Dublín a Belfast la tarde anterior y de allí en coche a Carnlough con Tony, a quien Charles había invitado dada su amistad porque se uniría a su mismo cometido en dos días.


En Dublín, Fiona Maclachlan había alquilado dos meses atrás una habitación en casa de un matrimonio mayor, los Dempsey, cuyas hijas ya se habían casado con buenos chicos, y que no le permitían estar fuera de casa más tarde las 9 ni usar la máquina de escribir pasada la hora de cenar por el infernal ruido que, decían, producía.

Pese a todas las normas que debía cumplir para no comprometer el buen nombre de la casa, solía ingeniárselas bien para que eso no le impidiera escribir sus artículos a tiempo y enviarlos por correo dirigentemente a Michael Gregson o dictarlos por teléfono a alguien de confianza del periódico si el asunto apremiaba…

Sus anfitriones, católicos, esperaban que les acompañara a misa todos los domingos sin excepción y pese a que él era un militante político convencido fruncían el ceño cuando hablaba de sus artículos o algo mínimamente relacionado con el amplio rechazo a la conscripción o cualquiera de las decisiones gubernamentales que afectaran esta tierra. El matrimonio consideraba que ese no era un tema aceptable para una mujer joven.

Había contactado con los Dempsey a través de un sacerdote que llevaba a cabo sus labores de párroco en el East End de Glasgow y al que su abuela Peggy tenía en muy alta estima. Pero Fiona sabía que la habían aceptado porque necesitaban el dinero y no porque aprobaran que una chica soltera se trasladara sola a una ciudad forastera. Por supuesto, las visitas de hombres estaban fuera de cualquier discusión para el matrimonio Dempsey y mucho se temía que la mujer había abierto, leído y vuelto a cerrar con vapor de agua la última carta íntima que había recibido de Charles, ya que la había pillado cotilleando sobre ello con una vecina.

¡Si debes firmar con un nombre que no es el tuyo es que eso que haces no está bien, pocas otras evidencias te hacen falta…! ¡Nunca entenderé como tu padre te lo permite, esos asuntos no son para mujeres decentes y adoptar un nombre de hombre para ello podría estar incluso rozando lo obsceno…! – Le había soltado el señor Dempsey durante una comida en el salón de casa, después de interrogarla sobre por qué su nombre no salía en el periódico en el que decía escribir.

John Dempsey era un hombre de aspecto común, tenía la nariz corva, la frente ancha, los ojos pequeños y brillantes y una perilla rojiza.

Esa noche habían coincidido por casualidad en la cocina y, mientras intentaba conseguir hacerse un vaso de zumo de naranja, su anfitrión le había lanzado una mirada impúdica que la había incomodado hasta el punto de sentir un escalofrío. Por eso, Fiona había empezado a encerrarse en la habitación con llave para dormir. No se lo había contado a nadie para no ser reprendida otra vez "por haber tomado una decisión temeraria y potencialmente dañina para la reputación de una muchacha" yéndose sola a la capital irlandesa.

Las chicas demasiado independientes generalmente quedan solteras y dan impresiones equivocadas a los hombres – Le había advertido la señora Douglas meses atrás.

Trabajaba cada día con el permanente recordatorio que como mujer sus ambiciones no eran bienvenidas por la mayoría. Tenía que demostrar que podía espabilarse por sí misma.

Mentalmente no había parado de repetirse que estaba siendo una exagerada respecto a Dempsey. Se intentó autoconvencer que se estaba dejando llevar por miedos de chiquilla… porque la opción de dar la razón a todos aquellos que pensaban en ella como un pequeño ser desvalido y vulnerable a merced de un mundo cuyos hombres podían decidir su valor a su antojo la aterraba aún más…

Su madre seguía enfadada con ella, pero lo estaba especialmente con Michael Gregson por haberla animado a esa locura. También estaba algo dolida con Lizzy y los Safford, ya que había esperado que intervinieran para desdecir a su esposo y yerno de semejante barbaridad, pero no habían contestado a sus últimos dos telegramas y después de toda una vida de amistad no entendía qué podía tenerlos tan ocupados para no responder ante su "más que justificada" inquietud. A Maeve le preocupaba tremendamente el futuro de su hija pese a que había dejado de insistir tanto sobre ello en sus cartas y llamadas a Dublín.

Sorprendentemente, el padre de Fiona se lo había tomado algo mejor, quizás porque estaba convencido que cuando acabara la guerra se comprometería con Charles Blake. Éste les había asegurado en una amabilísima carta, escrita para anunciarles su próxima visita a Irlanda y el deseo de invitarla a Antrim, que la apoyaba sin matices en cualquier decisión que tomara y lo orgulloso que estaba de su trabajo…

La fuerte oposición a una posible conscripción militar parecía avecinar en Irlanda una crisis como la de 1916. El enlistamiento se había convertido en el enemigo.

Desde que Fiona había llegado a Dublín, la indignación popular no había dejado de crecer y el movimiento de resistencia con mítines contra el reclutamiento en todo el país era de dimensiones nacionales. Puede que fuera debido a los heridos en batalla que se podían ver por la calle y horrorizaban a las madres irlandesas o los hombres sin extremidades que se veían cada vez más por las calles. Alegando la evidencia de un complot de traición entre el Sinn Féin y los alemanes, el 17 de mayo los altos cargos ingleses del castillo de Dublín habían ordenado el arresto de 73 políticos, incluidos líderes como Arthur Griffith y Éamonn de Valera. La respuesta de mano dura de las autoridades había hecho poco para calmar la situación.

Fiona no era la única de los periodistas que escribían sobre la situación irlandesa a quien el complot alemán parecía muy poco creíble. Debido a la falta de pruebas, éste era cuestionado en Irlanda y Estados Unidos pero también en Gran Bretaña, y eso estaba agravando la opinión pública y aumentando el apoyo a los nacionalistas.

Estos días Fiona Maclachlan se hacía pasar por la secretaria de Andrew Buchanan para acercarse a unas y otras fuentes, un supuesto periodista americano que escribía para el Manchester Guardian, pero que aún nadie conocía. Ese era el nombre que usaba en sus artículos.

El corresponsal que el periódico había tenido hasta ahora en Dublín seguía centrándose en aquello que provenía de las fuentes oficiales del castillo de Dublín. Hasta ese momento no había parecido muy interesado en conocer a su nueva colega ni en salir de la capital.

Pese a que ese habría sido el trabajo de él, finalmente era Fiona quien había tenido la oportunidad de asistir a un mitin de Michael Collins a finales de mayo en un pueblo cerca de Dublín. Era una de las figuras capitales del Sinn Féin, ese pequeño partido nacionalista al que el Gobierno británico y la prensa local irlandesa habían culpado del levantamiento de 1916. De algún modo, Collins había logrado escaparse de las últimas detenciones aunque había estado antes en prisión. Quizás esta vez no había sido chivo expiatorio porque se dejaba ver poco y su aspecto era lo bastante desconocido.

A ella le había parecido un líder hábil e inteligente. Cinco años mayor que la misma Fiona, le había resultado un político con un fuerte temperamento y de extraordinarios instintos. Sin duda, un hombre interesante.

– Que el candidato para quien os queremos pedir el voto esté en estos momentos pudriéndose en una prisión inglesa no debería desanimaros… – había proclamado entre vítores y risas – Hasta hace pocas semanas, yo mismo estaba en una de ellas. Pueden encarcelarnos, pueden ejecutarnos, incluso pueden reclutarnos… Pueden usarnos como carne de cañón en el Somme, pero tenemos un arma más poderosa que cualquiera en todo el arsenal del imperio de Su Majestad. Y esa arma es nuestra negativa… nuestra negativa a inclinarnos ante cualquiera orden que no sea nuestra, ante cualquiera institución que no sea nuestra… Somos un ejército invisible, nuestro uniforme es el del hombre de la calle, el del campesino en el campo, saldremos de la multitud a gritar por nuestros derechos y tendrán que respetarnos.

El discurso había sido interrumpido por una tromba de policías dublineses a órdenes del imperio británico. Fiona había logrado escapar escondiéndose en una tienda de comestibles. Había visto a unos cuantos metros, entre empujones y gritos, como golpeaban a Michael Collins y éste era sacado del medio de la plaza por distintos colaboradores.

– Pueden hacerme callar… pero me gustaría enviarles un mensaje: si me hacen callar a mí, me substituirá toda esta gente y no podrán hacerlos callar a todos – había asegurado entre la multitud.

Michael Collins era un hombre joven cuya familia había tenido ciertos títulos nobiliarios cerca de Limerick, pero que como otros muchos irlandeses, habían sido desposeídos de los mismos y relegados al estatus de simples granjeros. Había vivido más cómodamente que la mayoría de los granjeros irlandeses de finales del siglo XIX, pero no había olvidado las raíces de su familia y la injusticia infligida. Fiona podía sentirse identificada con aquello.

La joven periodista había saldado esa experiencia con un moratón en el brazo y el achuchón de unas cuantas decenas de persones moviéndose a la vez para escapar de las porras de los agentes.


En la norteña costa de Antrim, sus preocupaciones eran algo distintas a las que tenía en Dublín.

Aunque puede que tuvieran la misma raíz.

Fiona cogió de la mano a Charles para intentar razonar con él. No quería dar pie a una discusión, sino hacerle entender que ella no era la mujer que su primo quería para él en este lugar. Su familia no sería nunca bien aceptada por los amigos del baronet.

Juntos tendrían que encontrar un camino que fuera aceptable para ambos y Fiona coincidía con Sir Severus Blake que difícilmente encajaría en el papel que un día todo el mundo esperaría de quien fuera la mujer de su vida. Se tenían el uno al otro pero puede que eso no fuera suficiente.

El sonido del océano era cada vez más intenso y había olor a mar en el aire en este lado del jardín. La de anoche había sido una cena aparentemente apacible. Pero era difícil olvidar ciertos comentarios y la fría calma con la que el primo de Charles los había observado desde la otra punta de la mesa…

¡Ella es periodista! – había anunciado Conor Ross, uno de los amigos angloirlandeses de Sir Blake, apenas en los primeros compases de la velada, sin esconder su incredulidad.

Según sus propias palabras, Conor Ross no había podido presentarse al servicio por una condición pulmonar inflamatoria crónica, pero era un ferviente convencido que la conscripción en Irlanda era necesaria y apoyaba la tesis que en abril había llevado a aumentar la edad máxima de los soldados hasta los 51 años.

Supongo entonces que la señorita Maclachlan no lleva doncella… – había especulado la esposa de éste un momento después, ignorándola completamente y mirando en seguida a Charles, como si ella no estuviera presente – Difícilmente su sueldo se lo debe permitir. A no ser que sus padres tengan posibilidades. ¿De qué familia proviene tu amiga, decías querido?

Los caballeros iban vestidos con uniforme formal o traje civil y las mujeres de la mesa con pesadas ropas y tocados con diamantes y otras piedras preciosas. Fiona llevaba un vestido gris perla muy parecido al que había tenido que teñir de negro en diciembre. Pese a un mayor título, todo parecía mucho más fastuoso aquí que cuando había estado en la propiedad escocesa de los padres de Tony meses atrás. La austeridad de la guerra era difícil de apreciar, aunque presente, supuso, en el tipo de menú o la falsa quietud en las conversaciones. La mayoría de los presentes eran firmes nostálgicos de la vida que llevaban antes de 1914.

Tengo entendido que la guerra está teniendo un efecto devastador en la industria del whisky – había replicado Conor Ross en el transcurso del plato principal – No sólo porque la producción se ha vuelto casi imposible… muchos herederos de ese negocio han muerto en la guerra. Señorita Maclachlan, si usted no tiene hermanos y no está buscando un marido interesado en la industria, me pregunto qué tiene en mente su padre para el futuro. ¿Cuál diría usted que es su plan?

Eso debería responderlo mi padre, señor Ross.

¿Y tú qué nos dices, Charles? Como buen economista, debes haber oído hablar del delicado estado del sector del whisky mucho más que yo…

Ese tema en particular había hecho que Fiona frunciera el ceño muy seriamente. Su padre había intentado involucrar mil veces a su hermano Albert en la destilería pero los intereses dispares de éste habían hecho que aquello no acabara cuajando. Puede que su progenitor hubiera esperado tener un sobrino después de todo o puede que confiara en la llegada de un yerno. Ciertamente, no parecía que contara con ella para tal cosa.

Estese tranquila. Como periodista no le faltaran historias en las tierras de mi primo, señorita Maclachlan, algunos de sus aparceros llevan décadas en permanente estado de revuelta – había bromeado el padre de Charles, Theodore Blake. Lo hizo ajeno al interés que la sutil reacción de alerta de Fiona despertó en su primo Severus. Charles se tensó, incómodo.

Hasta entonces, Charles se había mantenido sereno, seguro de sí mismo y con una sonrisa tranquilizadora para Fiona cada vez que alguien había soltado una insolencia. Firme al explicar que su padre James Maclachlan era un hombre de éxito y el impresionante trabajo que Fiona había estado haciendo para el Manchester Guardian todos esos meses.

Padre e hijo tenían las mismas facciones agraciadas y los mismos inteligentes ojos castaños, pero había algo muy distinto en su postura y demenor. Theodore parecía tener un carácter apocado y manso, muy distinto al de Charles. Las grietas y arrugas de su piel y las canas marcaban su edad. Su esposa Elinor era una mujer de aspecto elegante, con el cabello rubio afresado, piel de porcelana clara pese a haber dejado atrás la juventud y una sonrisa comedida flotando en sus labios. Por la seguridad de su porte y presencia, Fiona tuvo la impresión que, si estuvieran en Sheffield y Elinor Blake fuera la anfitriona, habría sido ella quien esa noche condujera buena parte de la conversación en la mesa.

Pero supongo que no apoyara a esos nacionalistas, señorita Maclachlan… – Sir Severus, severo y condescendiente, le había espetado aquello poco antes de los postres. Casi cómo se dirigiera a una niña pequeña a quien hubiera cazando robando galletas de una caja particularmente cara – Pese a que sé que tiene raíces católicas, espero que tenga más sentido común que ello. ¿Dígame, desde cuándo su familia materna está en Escocia?

Fiona se había visto obligada a contar mentalmente hasta diez para no ser maleducada.

No se podía responsabilizar a nadie de la aparición de la plaga que afectó la patata a mediados del siglo pasado y muchos terratenientes se habían visto también afectados por el desastre, pero las condiciones que provocaron que cientos de miles de irlandeses dependieran completamente de ese cultivo era otro asunto. Para reducir la carga, muchos propietarios lo habían empeorado al decidir desahuciar a los arrendatarios más pobres, aquellos que no podían pagar las rentas. Bien lo sabía su rama familiar materna. Sus abuelos Cillian y Peggy.

Aunque la hambruna de la patata no fue culpa de Inglaterra, los nativos irlandeses se encontraron sin salida porque no podían comer otra cosa. Sus otros cultivos eran reservados para el consumo inglés.

En Gran Bretaña había quien creía que ese desastre de proporciones bíblicas era una especie de castigo divino ya que la mayoría de los irlandeses eran católicos.

En ese momento, el viento de primera hora de la mañana empezaba a soplar con fuerza, pero Fiona no soltó la mano de Charles y él le propuso pasear por los terrenos de la casa, acompañados por Bobby, uno de los perros de caza que había en la propiedad. Descendieron por el jardín, entre flores, árboles y un pequeño arroyo y travesaron la verja hacia el exterior donde un escarbado camino llevaba a una playa solitaria de piedras.

– Fiona… – Charles la llamó por su nombre con suavidad a través de la ventisca después de un largo lapso de tiempo de cómodo silencio.

– ¿Sí?

– Quería esperar a una mejor y más razonable oportunidad, quizás invitar aquí a tus padres por Navidad si estamos lo suficientemente de suerte y la guerra ha acabado o está cerca de hacerlo. Darnos más tiempo como me pediste. Pero… – dudó – Para serte sincero… Creo que no puedo dejar pasar tanto. No puedo volver a ese infierno sin hacer esto como es debido. ¿Sabes? Conozco hombres que se han casado con sus novias y prometidas durante sus permisos… otros se han comprometido por carta…

– Charles…

Ambos enlentecieron el paso, aunque ninguno soltó la mano del otro. Ella le miró con expresión cautelosa.

Él cogió aire.

Charles había tenido miedo a no volver estos meses. Estaba exhausto de la guerra, sin aliento para continuarla. Se encontraba cada vez más cerca de un punto de no retorno. Quizás era el cúmulo de muertes dramáticas, de pérdidas irreparables en el mar, o la pesadilla aún recurrente de Jutlandia por la que había aprendido a vivir con cada vez menos horas de sueño… que al fin le estaban pasando factura…

Puede que fuera por la muerte inútil de alguien con quien había intimado como Joseph, su propio roce con la muerte o el recuerdo de la fría tarde en que había visto un hombre hecho y derecho como James Maclachlan llorar como un niño mientras le ayudaba a enterrar las ropas roídas de su hermano… Y estaba el temor a que la felicidad que imaginaba con ella acabara escapándose de entre sus dedos antes de poder experimentarla… La guerra llevaba extendiéndose cuatro años pero nunca como ahora había entendido tan bien porque ese trauma colectivo podía acabar revaluando vidas enteras… acelerando matrimonios, nacimientos…, rebeliones nacionales y un cambio de valores en toda una generación…

Fiona era su insurrección particular. El futuro que quería empezar a planear cuanto antes.

No podía dejar que los desaires de su primo la espantasen.

– Fiona…

– Habla, por favor.

– Ya sabes que mi primo es tozudamente británico, incluso me atrevería a decir que a estas alturas aún es absoluta e incorregiblemente inglés. Aunque lleve toda su vida viviendo en Irlanda, no ha renunciado un ápice a su pasión y fe por el imperio británico. Lamento si consiguió hacerte sentir incomoda anoche, Fiona – dijo con voz sosegada por fin. Luego se explicó mejor, sincero y muy serio: – Después de cenar, cuando nos retiramos con los hombres, él jugó a cartas como siempre, con sus amigos y mi padre. Al póquer, ya puedes imaginarte. Durante la velada, Tony me preguntó qué opinión tenía yo sobre la Unión. Ambos nos excusamos del juego porque preferíamos beber una copa con tranquilidad y porque tengo que confesar que el póquer no me atrae mucho. Me di cuenta que aunque soy inglés y he crecido en Inglaterra, si mi futuro está aquí, deberé amar esta tierra y conocer su historia. Todas las versiones de ella – matizó con una pausa – Sé que deberé tratar de entender a la gente que trabaja estos campos y paga rentas por vivir de ellos, aunque yo no haya nacido aquí y no comparta religión o ideas con algunos de ellos – añadió. – Sabes que creo firmemente que es nuestra obligación avenirnos con los aparceros para que la comunidad pueda prosperar, entiendo porque mi primo no es partidario de vender las tierras a los pequeños arrendatarios y quiere mantener el control, aunque sé que esa concretamente es una demanda recurrente que tu apoyarías. Dicho esto mi deseo es que estas familias puedan ganarse bien la vida aquí, ayudarlos a comprar nuevo material, ganado joven e introducir avances para progresar. Es nuestra obligación con las personas que viven en esta propiedad y los puestos de trabajo que dependen de ella…

– Estoy tan contenta de que pienses eso último. Lo digo de verdad, Charles, es un alivio que sea así, independientemente de lo que yo crea sobre el sistema de propiedad de la tierra de por aquí… pero serías una excepción en esta isla, no la regla.

– Por ese motivo no se me ocurre mejor persona que tú para ayudarme a conseguirlo, Fi. No sólo sería apropiado, sino que mi primo tendría que estar de acuerdo en qué es una idea magnífica – contrapuso él.

Fiona le brindó una pequeña risa a modo de respuesta y negó con la cabeza. Enseguida había intuido a dónde quería ir a parar y eso la había conseguido poner nerviosa.

Bajando por el camino a la pequeña playa, la brisa del mar era como lluvia salada por el efecto del viento. Su cabello y su ropa empezaban a estar empapados. Charles hizo un gesto un poco más brusco al sortear unas ramas que había en el camino y de repente puso una rodilla en el suelo ante ella.

Alzó la vista tomando sus manos entre las suyas.

– Charles, no…

– No tiene que ser mañana mismo… ni siquiera tenemos que poner una fecha antes de que acabe la guerra. Cuando eso pase entonces volveré por ti desde el confín del mundo si es necesario. Pero debo pedírtelo formalmente en este momento, hincar la rodilla como se supone que debe hacer un hombre enamorado, porque si no volviese de la guerra, si no te volviese a ver y no hubiera hecho esta petición con propiedad no me lo podría perdonar... – le aseguró él, mirándola – ¿Te quieres casar conmigo?

El corazón de Fiona dio un salto violento que la aturdió aunque quiso ahogar ese sentimiento.

– Nos volveremos a ver. Claro que vas a volver y va a ver un futuro. Uno donde muchas cosas habrán cambiado…

– Y va a ser un futuro que nos va a pertenecer si se nos da la oportunidad, Fiona. Pero la guerra no ha acabado. Por favor, sólo quiero mostrarte lo mucho que me importa – Le expuso Charles con gravedad.

El joven se mordió el labio inferior conteniendo el impulso de rogar por ello. Fiona se puso a su altura con cuidado, ensuciándose la falda de tierra al arrodillarse.

Hubo un silencio y luego hasta el viento pareció en calma.

– A mí también me importa, mucho, pero puede que merezcas alguien que pueda estar a la altura de esto. Alguien que sea feliz simplemente con ir de tu brazo y crear un hogar. Ser una anfitriona discreta y dedicada. Yo no podría ser feliz así y seriamos desdichados – admitió – Temo que no me expresé correctamente en Navidad, debí recalcarlo… y en vez de eso te hablé de obligaciones con mi familia y sueños de niña…

– Yo no quiero eso que dices de ti, Fiona. Nunca lo he querido… y no creo que tus sueños sean disparatados… – la interrumpió – Si nos casamos, viajaríamos, tendríamos los dos una carrera, seríamos amigos, compañeros, cómplices uno del otro. Te lo prometo.

– ¿Incluso si quiero quedarme en Dublín por una larga temporada y escribir para el periódico?

– Sí…

Fiona cerró los ojos y luchó con las dudas que la acosaban.

Ambos seguían de rodillas cuando el viento volvió a soplar con fuerza. Bobby, con las orejas caídas, ladraba a unas pocas yardas de ellos, en la playa.

– Te amo, Charles – La chica puso la mano en su mejilla al confesarle esas palabras. Él apoyo la cabeza y la giró ligeramente para besar su palma, dedos y muñeca. Fiona notó que el rostro de su joven pretendiente estaba tan húmedo de mar como su cabello y sus ropas. – Estoy aquí por ti y sé lo frágil que es todo por culpa de la guerra, es solo que la pesada carga de la palabra matrimonio, las expectativas que todo el mundo y especialmente tu primo tendría para mi… no sé si yo puedo ser esa persona y no sería justo que después te sintieras obligado a algo conmigo si digo que sí ahora sin saber que de verdad puedo tener ese papel en tu vida –.

Charles se forzó a sonreír. – Te voy a demostrar que no importa lo que nadie diga. Te quiero a mi lado como a una igual. Puede que antes de la guerra se esperara que una dama escondiera su inteligencia y capacidades en buenas maneras y obediencia a su padre o su marido, pero eso ya no va a ser cierto, desde luego no lo será para nosotros. Tampoco en este lugar. Por favor, di que sí, sin miedo.

– Charles, me temo que debo volver a pedirte que esperes por mi respuesta. Sólo un poco más… – Pidió.

Él asintió, resignado. Ella rezó para que la guerra no hiciera que se arrepintiera de este momento.

Cuando a fin de cuentas se pusieron de pie porque estaban en una posición incómoda no se apartaron el uno del otro. Fiona envolvió los brazos alrededor de su cuello y acercó más su cuerpo al suyo para combatir el frío y la humedad. Charles sintió su aliento cálido contra su boca y sus labios se encontraron con un gesto dulce.

Al profundizar el beso, se le escapó un gemido que lo volvió loco.

En cuanto Charles pudo distinguir el sabor salado de sus labios y ese maldito sonido, bebió de ella como un hombre sediento.

Puso una mano en su cadera y la otra recorrió su cintura y subió por su vientre hasta acariciar el contorno de uno de sus pechos a través de su blusa empapada. A Fiona le gustó percibir que él luchaba por mantener el control. Charles suspiró frustrado. No podía tomarse estas libertades, no hasta que ella le hubiera dado el sí.

– Déjame darte un pequeño paseo por la finca y quiero acercarme a las granjas después de eso… un cadete galés me explicó un par de novedades sobre alimentación ovina que se podría implementar con acierto y que me gustaría comentar con los granjeros. Los padres de Clive viven en una remota granja en la frontera entre Gales e Inglaterra. Me ha hablado mucho de ello. Y es algo en qué me interesaría indagar cuando acabe la guerra.

La expresión de Fiona fue de educada sorpresa.

– ¿Te interesa ser granjero además de economista? ¿Economista agrario y criador?

– Puede. Es un interés que ya tenía en la universidad pero era puramente teórico y ahora también me interesa la parte práctica. Realmente disfruté de mi última visita aquí y aprecié el trabajo que hay detrás de la finca y las rentas que recibe mi primo.

Fiona le miró de arriba abajo y dejó ir una carcajada. Este hombre era una caja de sorpresas.

Charles admiró su naturalidad y se unió a su risa besándola de nuevo. Cuando reía de verdad su rostro parecía el de una jovencita gamberra.


Pasaron la mañana caminando por los prados y los campos de Killoughagh Castle, a menudo con el rumor del mar de fondo. La aparición del sol veraniego les permitió conseguir que sus ropas se secaran y parecieran adecentadas antes de encontrarse la primera alma del día. Ella se recogió la trenza en un moño informal.

A Charles le preocupaba que Fiona estuviera sola en Dublín en casa de una pareja de la que ella parecía reacia a hablar, aunque no supiera expresarlo con las palabras adecuadas por miedo a que ella pensara que desconfiaba de su valía o independencia…

En vez de expresarle esa inquietud, le ofreció el brazo para pasar por un recodo del camino por donde los árboles casi cerraban el paso mientras unos patos revoloteaban cerca de una pequeña balsa. El can que les acompañaba, Bobby, al que Charles dedicaba palabras de aliento durante su paseo, fingió mirarlos con indiferencia.

Una mujer de dedos gordezuelos y llenos de rasguños salió al caminó a recibirlos cerca de la primera granja.

– Joven Blake, me alegra verlo por aquí de nuevo.

– ¿Todo bien, señora O'Clery?

– Una de las ovejas ha dado a luz esta madrugada pero no tiene ni una gota de leche. La cría debería ingerir calostro para tener alguna posibilidad de sobrevivir. Le hemos dicho muchas veces a su primo que mantener bestias demasiado viejas es un error… – Explicó ella con una ternura que ciertamente sorprendió a Fiona.

– ¿Cree que puedo ayudar? – preguntó el heredero de Severus Blake.

Por encima de los impolutos pantalones del uniforme, Charles se puso unas botas de granja que la mujer le dejó. Y Fiona observó durante la siguiente hora como sus manos firmes y fuertes ayudaban a un mozo que parecía ser el hijo de O'Clery a sujetar la oveja genuinamente grande y acercarle el cordero para que lo alimentara, alzando de vez en cuando la vista para sonreírle.

– ¿Quieres probar? – Dijo después de haber logrado los primeros signos de éxito.

Fiona negó con la cabeza con suavidad, casi en una especie de trance. – No, creo que te cedo mi turno… Al fin y al cabo, soy una chica de ciudad…

Charles fingió un mohín, para evitar una risotada. – Vale, tú te lo pierdes…

Bobby, que había estado molestando a las gallinas haciéndolas correr de aquí para allá, se acercó a ella. Fiona se inclinó para acariciar al perro detrás de las orejas para evitar seguir mirando a Charles fijamente, absolutamente hechizada por su encanto.


Cuando subió a su habitación para cambiarse y peinarse para el almuerzo, Fiona se sentó en el asiento que había bajo la ventana y se puso a contemplar el paisaje pensando en esa mañana. Ninguno de los dos había desayunado más que unas manzanas campestres que Charles había tomado prestado de una cesta que le había regalado la señora O'Clery para sus padres.

En ese momento del día, el sol lucía brillante pero el viento soplaba a mayor velocidad, con fuerza. Dentro de una hora llegarían las dos últimas parejas de invitados a Killoughagh Castle. Por lo que había podido entender, los más jóvenes eran bien conocidos por Charles y su primo parecía tenerlos en alta estima. El otro matrimonio formaba parte del grupo cercano de amigos de Sir Severus que les habían acompañado la noche anterior, del cual eran parte los Ross y Lord Leveson-Jones, un anciano barón erudito y viudo.

Fiona pensó en lo extraña que se había sentido entre ellos durante la cena. A parte de los momentos contados en los que Charles y Tony habían podido tomar las riendas, los intentos amistosos de charla de Theodore Blake y las sonrisas educadas de su esposa Elinor, la velada se había llenado de suspicaz interés e indirectas sobre su persona, así como de pleitesías y frases manidas sobre la guerra.

Nadie había desvelado demasiado de sí mismo y la mayor parte de la conversación había sido artificiosa y hueca. Como en esas comidas de cordialidad forzada que su padre se veía obligado a organizar de tanto en tanto con industriales y burgueses, donde algunos invitados esperaban que llegaran los postres para que los camareros o criados se retiraran y así dar rienda suelta a su afición al escándalo y al comadreo.

La historia del ascenso de Charles de teniente a teniente comandante por, citando a Tony, "su galante y enérgica intervención como primer teniente a bordo mientras el barco donde se encontraban era atacado por el torpedo y el fuego a cañón de un submarino enemigo", había sido el momento más genuino de la velada. Esa historia ponía la piel de gallina a Fiona y también había conmocionado a los demás.

Fiona aún recordaba el terror que le había retorcido las entrañas cuando Charles le había contado ese episodio por carta la primera vez…

La joven Maclachlan se separó de la ventana con un suspiro. El mar, normalmente lleno de promesas, le hacía pensar en la guerra. De fondo, como un murmuro silenciado por el vidrio del ventanal, podía sentir el ruido de las olas al chocar contra las piedras y convertirse en espuma blanca.

Bajando la escalera hacia el hall, Fiona escuchó la voz de la señora Ross y le pareció de súbito extrañamente animada. – Las fiestas en esta casa eran famosas cuando ella venía a menudo por aquí – canturreó.

Elinor Blake asintió y replicó con voz amistosa. – Freda es una joven fantástica, nos gustaba a todos, pero eligió a otro…

– Eso es porque Charles la dejó escapar como un tonto. He aquí la verdad de los hechos – replicó Pauline Ross – Y esta chica de ahora… no conoce este ambiente. Sé que es de familia acomodada, al menos por lo que dijo Charles, pero con esas credenciales que presenta y posiblemente su reputación pendiendo de un hilo… ¡sin padres ni esposo en Dublín y autonombrándose periodista!, me sabe muy mal por vosotros, querida. ¿Es que a nadie de su familia le preocupa que puedan circular rumores dañinos sobre su virtud? ¡Al menos no es católica! Freda era mucho más apropiada y tremendamente más bonita.

La señora Ross se echó a reír aunque Elinor Blake apenas se encogió de hombros.

Fiona procuró pisar con más fuerza para ser oída y enseguida los murmullos se apagaron y las dos mujeres se giraron.

Elinor la saludó amablemente. En cambio, Pauline Ross la miró con clara desaprobación. Después, ésta continuó observándola como si esperara que confesara haberlas escuchado y preguntara acongojada por la misteriosa y perfecta Freda de su conversación. Fiona tuvo la indistinta sensación de que ella sabía que las había oído, que había querido que eso ocurriera…

– Los Dudley Ward han llegado hace cuarenta minutos. Oí el coche después de la una – dijo al fin la desagradable mujer.

– Oh.

– Sir Blake los ha llevado a su gabinete. Charles esta con ellos y el segundo teniente Foyle. Pero debe ser casi la hora de comer, esperaba que la querida Elinor me enseñara las rosas del partiere. ¿Sabrás encontrar el camino, cariño?

– Si, señora Ross – Fiona acabó de bajar el último escalón hasta llegar al hall y comprendió que debía ir al gabinete y presentarse ante los Dudley Ward.

Se detuvo un momento con la mano sobre el picaporte de la puerta maciza de la habitación, escuchando el rumor de la conversación. Supuso que también les acompañaban, el padre de Charles, el señor Ross y Lord Leveson-Jones. Por el ruido, la habitación parecía llena de gente.

Entró llamando a la puerta y se encontró con un mar de caras y un pequeño silencio repentino.

– ¡Aquí está! – la recibió Charles con un entusiasmo espontáneo. Fiona se mantuvo inmóvil un segundo – Empezábamos a pensar que deberíamos llamar a una misión de rescate. Ven, ésta es Freda, y éste es William, viejos amigos míos.

Sin dejar espacio a una respuesta o a cualquier tipo de reacción, Sir Severus Blake procedió a elogiar la carrera militar naval y política de William Dudley Ward. Añadió con evidente afecto que su joven esposa era la segunda hija del coronel británico y magnate del textil britanico Charles Wilfred Birkin, cuarto hijo de Sir Thomas Isaac Birkin, primer baronet Birkin.

Menuda y bella, con cabello oscuro y rizado, Freda, con los 24 años recién cumplidos, irradiaba atractivo y calidez. A primera vista, en ella había algo aparentemente delicado pero era sin duda una mujer de carácter. Pronto clavó su mirada en Fiona y la saludó con aire de travesura.

No la besó, le dio la mano, apretando con vigor y mirándola a los ojos y luego se volvió a Charles. – No es para nada lo que me esperaba, eres terrible con tus descripciones, querido.

El señor Ross encontró ese comentario infinitamente divertido y soltó una carcajada mientras que Theodore Blake sonrió sólo un poco. Charles se mantuvo en silencio. Fiona no tuvo tiempo de pensar qué esperaba de ella Freda y cómo la habría descrito Charles, porque William Dudley Ward, más de una década mayor que su esposa, se acercó de sopetón y también le estrecho la mano. – Perdone a mi mujer, nos han dicho Charles que está aquí solamente desde anoche. No nos dimos cuenta al aceptar la invitación o no hubiéramos venido tan pronto, puede que quisieran que fuera todo un poco más familiar. Tengo entendido que están recién prometidos.

Los dos, Charles y su primo Severus, parecieron querer decir algo a eso e hicieron ambos el gesto de ir a hablar.

Pero Fiona respondió enseguida – No. No, en realidad… Está bien… – negó con la cabeza cuando William pareció querer disculparse – Lo que sí que es cierto es que apenas llegué anoche, con otro amigo, el señor Foyle. Aún tengo muchas cosas por conocer de Killoughagh Castle, pero es impresionante.

Fiona supuso que si William Dudley Ward había hecho una afirmación tan audaz como aquella sobre si estaban prometidos, era probablemente porque Charles y Freda habían hablado de sus intenciones en algún momento. Se dio cuenta que puede que incluso se escribieran a menudo. Se avergonzó un poco cuando recordó que probablemente debería haber llamado a Tony honorable y no señor, pero nadie se inmutó y si alguien lo hizo no abrió la boca para hacérselo notar. Conor Ross le sonreía condescendiente en todo momento, así que pensó que su metida de pata le parecería poco menos que desternillante.

En seguida, Tony se introdujo a sí mismo a la conversación y ésta se desvió pronto hacia los árboles frutales de la entrada principal de la finca, el carrozado del nuevo Essex de Sir Blake y la propuesta de Lord Leveson-Jones de sacar el almuerzo al jardín…

Cuando abandonaron el gabinete de Sir Blake para dirigirse al comedor, Charles se acercó y le explicó que la otra pareja que tenía que visitar la casa, los Lee, habían retardado su llegada hasta después de la hora de comer porque su barco había sufrido un retraso al zarpar de Liverpool. El transporte civil se encontraba con constantes tropiezos inesperados y frustraciones estos días. Fiona quiso preguntarle por la amistad con Freda, pero no supo ni pudo encontrar un momento que fuera adecuado.

La comida se acabó llevando a cabo en el interior de la casa pese a la tentadora propuesta contraria. De nuevo hubo pocas discusiones reales. Sir Severus Blake habló con Theodore Blake, el señor Ross y Lord Leveson-Jones de asuntos triviales sobre la finca y la madre de Charles conversaba sobre su jardín en Sheffield con Pauline Ross. Charles se ocupó más en comer que en hablar, aunque de tanto en tanto arrojaba miradas al azar hacia donde se encontraban ella y Freda, o se enfrascaba en una charla casual con Tony y William Dudley Ward. Ambos conversaban quietamente sobre la marina y el también puesto de oficial de éste último en la reserva. Por como hablaba, Dudley Ward ciertamente parecía tener mucho más conocimiento de la estrategia de las fuerzas armadas del que le correspondía por rango.

– ¿Eres escocesa? – Había preguntado Freda, sentándose con intención junto a Fiona y no dando oportunidad a Charles a sentarse en su lugar. A su otro lado, habían dejado un espacio para un gran cubo de hielo con champagne y en la siguiente silla ya se había acomodado Lord Leveson-Jones. – Tú y Charles tenéis que venir a pasar unos días con nosotros a Southampton, la caza es mejor que aquí. William os prestara caballos.

– En realidad no cazo – contestó Fiona con franqueza. –… pero siempre he querido aprender a montar.

– Entonces eso está hecho. Tienes que aprender porque si vives en el campo, no tienes más remedio que montar. Sé que escribes bien, en nuestro caso el animal político es mi marido. Yo prefiero el aire libre y el tenis – Rió.

Su simpatía casi la descolocó.

Aunque no hubiera escuchado la charla de la señora Ross y Elinor Blake en el hall o no la hubiera sorprendido el atrevimiento de William Dudley Ward, Fiona habría deducido fácilmente que en el pasado Charles había compartido una historia con ella o que incluso habían crecido siendo cercanos porque compartían una evidente familiaridad.

Hubo una notable mirada incómoda entre ellos dos cuando Sir Severus Blake perseveró en la idea de elogiar a Freda sacando a colación su talento para pintar. El baronet recordó un viejo retrato que ella había hecho de Charles en su juventud y que, dijo, él mismo, guardaba en la biblioteca.


Charles Blake aún podía escuchar los gritos y el terrible ruido de pasos apresurados por encima de cubierta en el crucial momento en que el capitán George Armitage le había dejado a cargo de otros hombres, como consecuencia del inesperado ataque de un submarino alemán al flanco izquierdo del buque en el que navegaban frente a la costa francesa. Nunca había estado tan cerca de morir como en ese instante. Mientras se apresuraba por una de las escaleras exteriores de la embarcación, le dijo a Tony que había sido un honor servir juntos.

Después de haber sufrido el ataque y que salieran indemnes, Armitage había ordenado perseguir el submarino durante horas gracias al seguimiento de los primitivos hidrófonos. Éste acabó saliendo de noche a la superficie, una vez exhaustas sus baterías para proseguir el combate al cañón.

La tensión de episodios como aquél, unida a los persistentes ataques con cargas de profundidad, hacia cada vez más difícil el cometido en la mar, al mismo tiempo que iban desapareciendo los comandantes y dotaciones más veteranas y experimentadas.

Observó a Fiona que estaba hablando con Freda y Tony en el jardín. William y su primo se habían quedado más allá bajo el porche de la casa. Ella era excepcional. Valiente por no resignarse al papel que otros le hubieran otorgado fácilmente, y muy inteligente. En cambio él, en el fondo era un tipo normal, que quería casarse con la mujer que amaba. Puede que eso significara que la quería de un modo egoísta, porque mientras que nadie pondría en duda sus ambiciones, ella tendría que luchar cada día por las suyas y era natural que dudase antes de dar cualquier paso que pudiera llevarla en dirección contraria.

Querría demostrarle, sin almibarar las complexidades del futuro ni menospreciar los obstáculos, que iban a encontrar la manera de caminar juntos en la misma dirección; que eso que sentían por el otro tenía que vencer… contra viento y marea si era necesario.

La voz de Freda llegó a él acompañada por la brisa. – Estoy casi segura que Charles no te ha contado sus aventuras de verano por estos lares cuando apenas era un adolescente imberbe. Hay una historia que siempre explica Sir Blake. Las uñas sucias y su cabello alborotado, trepando a un árbol lleno de melocotones rojos. ¡Bañándose en el gran estanque que hay más al norte del jardín con pantalones y escondiendo el botín entre piedras para que no le atrapara el campesino!

– ¡Freda! – La amonestó desde donde se encontraba. – Tony y Fiona van a pensar que era un salvaje.

Ambos habían mantenido el contacto después que ella se casara. Habían llegado mucho antes a la conclusión que no estaban hechos el uno para el otro y habían partido peras de forma amistosa. Freda era encantadora y divertida, pero nunca había estado verdaderamente enamorado de ella. Aunque dispuesto a dar un paso enfrente en caso que de su aventura resultaran complicaciones, Charles había estado convencido desde un principio que era cuestión de tiempo hasta que alguien más importante se cruzase en la vida de ambos o que las circunstancias cambiasen para que aquello se acabase. En esa época eran más jóvenes, despreocupados y mucho mejor amigos que otra cosa.

Freda había estado con otras personas mientras se acostaban y no podía decir que le hubiera importado.

– Lo eras, un poco salvaje, al menos eso jura tu primo. Yo eso me lo perdí – bromeó Freda – En esa época era una mocosa y aún no había pisado Irlanda. Cuando te conocí eras un universitario enclenque pero prometedor y yo estaba a punto de empezar mi primera temporada en Londres.

Charles miró a Fiona en ese momento y se dio a cuenta que se reía pero había un deje nervioso en su postura.

Tenía la idea de llegar a un eventual un compromiso con Fiona, quizás largo, contraer matrimonio cuando ella estuviera de acuerdo. Estaba impaciente para que eso ocurriera, pero sentía un enorme respeto por la decisión que ella pudiera tomar sobre ello. Killoughagh Castle sería un día parte de su vida. Ambos sabían que no iba a poder vivir libre de ello para siempre porque tenía esa obligación con su familia.

Él y Fiona tenían algo que no había vivido antes con nadie más, no realmente… Puede que simplemente fuera cosa del azar, pero mantenían una conexión tan real que le era incluso difícil de describir… Le era imposible pensar que sus caminos pudieran separarse. Sólo tenían que saber encajar la pieza más difícil de ese puzle, que era este lugar, pero su primo era joven y además nunca había tenido esposa. El estado había funcionado perfectamente sin una mano femenina organizando eventos benéficos y reuniones sociales o lo que fuera que tradicionalmente se esperara de la esposa del baronet. Podía seguir funcionando maravillosamente con una que tuviera una profesión porque, además, Charles estaba seguro que ella le ayudaría a hacer grandes cosas aquí cuando llegara el momento.

– Lo que tendrías que hacer, Charles, es enseñarnos ese fabuloso estanque mientras mi esposo y tu primo se aburren mutuamente hablando del parlamento y criticando los sospechosos habituales de la Cámara de los Lores y el resto de invitados descansan en sus habitaciones antes de la hora del té – Propuso Freda.

Tony frunció el ceño y movió la cabeza con gesto incrédulo. – ¿Qué estás proponiendo exactamente?

– Nada. Dar una vuelta – se rió Freda. – Aunque si tu o Charles queréis daros un chapuzón no creo que ni yo ni la querida Fiona os lo vayamos a impedir. Tenemos calor veraniego de sobras para estar en el norte de Irlanda.


Fiona notó que Freda Dudley Ward seguía examinándola de arriba abajo, pero no de forma retorcida o desconfiada como Sir Blake y sus amigos, la examinaba de manera franca y sin hostilidad. Cuando se acercaban por un camino de piedras hacia la zona donde Charles había asegurado que encontrarían el estanque, la tomó del brazo amistosamente.

– Dublín debe estar magnífico en esta época del año – dijo.

– Sí – respondió Fiona – Casi no está lloviendo.

– ¡Qué bien! Nunca he podido disfrutar de esa ciudad en verano – dijo Freda. – Aunque ya hace varios años que no voy. Todo ese malestar social… bueno, ya sabes… no parece un lugar muy apropiado para ir con William y las niñas. Charles me escribió, contándome que eras periodista y que redactarías piezas para el Manchester Guardian en Dublín. … Dime, ¿estás muy enamorada?

Fiona no esperaba la pregunta, pero seguramente la otra mujer vio su expresión, porque se puso a reír y le apretó ligeramente del brazo.

– No me contestes. Eso es un sí. Debes pensar que soy una entrometida, pero es que Charles es casi de la familia. Te felicito porque nunca lo había visto tan fascinado por nadie.

Freda no sólo estaba casada, también tenía dos hijas de poca edad con William Dudley Ward. Era casi estúpido estar celosa de ella, pero definitivamente lo estaba, al menos un poco, se concedió mentalmente. Los padres y el primo de Charles probablemente la adoraban por una buena razón. Al contrario que ella, Freda era perfecta para este lugar. Habría sido una anfitriona perfecta aquí.

Era inevitable que Sir Severus Blake quisiera compararlas.

– Cuando Charles me habló de ti me imaginé una de esas sufragistas, como una que vi con pantalones en una foto hecha en Chicago hace un par de años. ¿Te lo puedes creer? ¡Fue una sorpresa cuando te vi antes de comer con este delicioso vestido blanco que habría llevado yo misma! Cuéntame cosas tuyas, Fiona – le pidió – ¿Hablas gaélico? ¿Irlandés?

El musgo de esa parte de la finca orientada a la umbría, donde había mucha vegetación y árboles altos, exhalaba un perfume hondo y fragante. Fiona se encontró contando la historia de sus abuelos maternos y cómo su familia paterna había dirigido una destilería en las Tierras Altas durante décadas. Tenía buen conocimiento de los dos, pero en casa con sus padres siempre había hablado inglés y era una pena.

– Mi padre siempre dice que mi abuela Catrìona habla gaélico escocés incluso cuando usa las palabras en inglés… – sonrió.

Freda la miró divertida.

– No te importe que te lo diga, pero ¿por qué no haces algo con ese cabello? ¡Podrías rizártelo mucho más! ¡O recogértelo a lo chica Gibson! Estoy segura que estás fantástica en sombrero. ¡Pero no me hagas caso, no quiero que Charles me riña por cambiar un ápice de su chica!

Fiona entrecerró los ojos a eso, aunque asintió. – Hasta ahora nunca he sido muy buena tratando de domesticar mi cabello. A veces querría volver a tener 17 años, sólo para poder dejarlo suelto cada mañana – contó.

Freda Dudley Ward volvió la cabeza para comprobar quizás que Charles y Tony no las escucharan y entonces siguió hablando en tono confidente: – Escuchándote, lo entiendo perfectamente... Charles siempre ha sabido muy bien lo que quiere, tiene todo el sentido del mundo que esté tan loco por ti – Con su mirada fija en ella y aire presumido, le dio un guiño de complicidad: – y tú eres una chica tremendamente afortunada. Él sabe muy bien cómo hacer feliz a ese alguien que esté a su lado… Con él mis ojos se abrieron en muchos sentidos…

– Oh… – Fiona agachó la cabeza intentando no ruborizarse por su implicación. Vacilante intentó salir de ello como pudo – claro. Freda, creo que es bueno que sigáis siendo amigos después de todo. Por los comentarios de Sir Blake, imagino que estuvisteis prometidos…

Fiona supo que debía haber mil maneras más adecuadas de decir aquello o de preguntarlo, pero no se sentía especialmente grácil en este momento. Y además, ¿no había hecho William Dudley Ward una suposición similar sobre ella y Charles? A Freda no pareció molestarle.

– No, no. Fue divertido y nos teníamos afecto pero nunca hubo una propuesta de matrimonio. – Aclaró ella. – No es fácil, ¿eh? Sir Severus Blake…

Ese era el eufemismo del día.

– No, no mucho.

Freda sonrió de nuevo.

– Yo no me preocuparía mucho, en tu lugar. Charles no es del tipo que se deje manipular por otros o al cuál espante fácilmente la desaprobación de su primo. No importa cuán grande o importante sea esta propiedad, Charles se responsabiliza de sus propias elecciones desde muy joven. Él escogió estudiar y después alistarse en la marina, en vez de trasladarse aquí y convertirse en la mano derecha de su primo, tal y como él le lleva pidiendo desde que tenía 18 años. Quiere ganarse las cosas por su propia mano, como ese ascenso… – Freda hizo una pausa considerando algo – Aunque el Charles que yo conocía y que se inscribió en la marina, ansioso y entusiasta por servir, hubiera estado en las nubes por él y apenas ha hablado de ello. Puede que sí que haya cambiado un poco…

– La guerra es un lugar sombrío…

– Sí – respondió Freda – Y triste. Pero no solo las pesadumbres nos cambian. No te preocupes – dijo de repente – Incluso Sir Severus Blake ha de acabar apreciando una mujer de fuertes convicciones en esta casa.

Siguieron caminando entre el olor a tierra acre y la hierba crecida. Los árboles estaban sosegados como envueltos en encanto.

De pronto, Charles y Tony que encabezaban el paso unos metros por delante se pararon.

– ¿Es esto? ¿Aquí te bañabas?

Había una parte del jardín medio abandonada y una especie de estanque entre las rocas llena de nenúfares y otras plantas. Era un sitio peculiar, incluso puede que algo inquietante si uno se encontraba sólo en el jardín. Tony miró a su amigo y después a las muchachas. – Entiendo que sería del todo inapropiado bañarse, pero si me lo permitís, voy a refrescar mis pies en esa agua. Los tengo doloridos, no sólo de caminar, sino de estos días de viaje.

Se quitó las pesadas botas militares y los calcetines, se subió los pantalones hasta las rodillas y se acercó a las rocas.

Freda se rió con toda la comodidad imaginable.

– Esto no va a acabar bien – murmuró Charles en broma y se acercó para coger a Fiona de la mano. – ¿Me la permites un momento, Freda?

– Oh, no sabía que te estaba frenando a ello. Por favor, es toda tuya. – Dijo y se fue hacía Tony.

Al cabo de un momento, la escucharon conversar con él con su voz risueña: – ¡Y yo que pensaba que eras el menos osado del grupo…! – espetó Freda al hijo de los vizcondes Gillingham. La vieron descalzarse y dar un paso más hacia donde estaba Tony, mojándose el bajo de su vestido. En ese punto las rocas del estanque imitaban una especie de caleta abrigada entre vegetación.

Fiona los miró un momento y luego volvió su atención a Charles.

– ¿Por qué no ibas a la playa?

– Era menos emocionante… no se supone que nadie deba bañarse aquí. Mi primo intentó imitar uno de esos grandes y cuidados jardines con estanques que hay en China. De joven, viajó a Shanghái. Invirtió en algunos negocios británicos en esa parte del mundo. Una de las amistades de su padre, el anterior baronet, trabajaba en el Servicio de Aduanas Marítimas Imperiales que fijaba las tasas sobre las importaciones chinas, pasó un par de temporadas allí – dijo Charles – Aunque, por el estado de éste sitio, hace mucho que abandonó esa idea...

– Bueno, creo que Tony apenas necesita un empujón más para acabar con agua hasta la coronilla. Deberías bañarte con él…

– Sería de lo más inapropiado delante de dos damas.

– Ninguna de las dos damas ha expresado oposición… – bromeó y observó un momento como Tony invitaba a Freda a sujetarse de su brazo para no resbalar con expresión embobada – Dime por favor que aquí ya no se estilan los duelos de caballeros al amanecer, no querría que tuviésemos que preparar la huida de Tony entre los rebaños de ovejas de los O'Clery si Dudley Ward se entera de esto.

Eso hizo reír a Charles, pero enseguida vio que había algo que molestaba a Fiona.

– En realidad puede que incluso tu primo alentara al duelo… Freda es encantadora y es evidente que tenía su aprobación… antes que… Estuviste muy enamorado de ella, ¿verdad?

Ese pensamiento no había parecido molestarla antes, no verdaderamente, hasta que se había escuchado diciéndolo en voz alta.

Charles dejó de sonreír. – Fiona, no… eso no es verdad.

Ella negó con la cabeza enseguida, arrepentida por su salida de tono. – Lo siento. Está en el pasado, sé que no importa… y me alegro que amaras a alguien como ella, eso quiere decir que tienes buen gusto.

Puso una mano en el pecho de Charles y éste le dio un beso en la mejilla.

– ¿Sabes? Me siento muy estúpida. Porque… – no pudo evitar ruborizarse –… ella dijo que… que tú le habías abierto los ojos… insinuó que eras bueno con tus parejas… en asuntos de… imagino que se refería a algo más íntimo que pasear del bracillo… – hizo un gesto con la mano intentando explicarse y no encontrando palabras que fueran lo bastante buenas y no propias de una niña inexperta. Se sintió absurda. Ridícula. Tan ignorante en aquello como se suponía que debía ser una mujer soltera de su edad. Esa sensación no le gustó para nada – No soy una completa idiota. ¿Por qué soy la única a la que tratas como si se fuera a romper?

– Porque quiero hacer las cosas bien… Estoy enamorado de ti y no quiero que hagamos nada estúpido.

Fiona resopló poco convencida.

Lo miró resignada. – Vamos, corre. Báñate con Tony, yo haré compañía a Freda desde la orilla. Puede que también remoje los pies…


Ambos amigos se habían metido al agua con los pantalones arremangados y la camiseta interior de manga corta y algodón, aunque para hacerlo se habían alejado de ellas lo suficiente para que esto no fuera indecente. Se encontraban al sur del estanque, justo en la parte donde se conservaba un puente de madera roído por la normalmente evocadora humedad irlandesa.

Fiona avanzó unos pasos allí donde estaba hasta que el agua cubrió sus pies descalzos, y sintió como se empapaba también la parte baja de su vestido. Freda Dudley Ward pareció satisfecha al verla unirse a ella. – ¿Es una pena que una zambullida esté fuera de lugar? Ellos siempre se llevan la mejor parte…

– Eso parece… – Estuvo de acuerdo Fiona.

Con algo de pudor desvió la vista hacia Charles y Tony.

Un pequeño oleaje cuando Tony se sumergió hizo que el agua zumbara a su alrededor. Se imaginó cómicamente que por allí habría alguna familia de ranas enfadada por esa invasión de su espacio.

Se fijó entonces en Charles que se había sentado sobre el puente después del primer chapuzón. Llevaba el cabello mojado y despeinado en todas direcciones. Pequeñas gotas de agua recorrían sus brazos. Todos estos años de ejercicio en la marina seguramente habían marcado la diferencia entre el hombre que ahora tenía delante y el chico que había conocido Freda en primer lugar.

Con destreza, Charles volvió a meterse en el agua. Pasó sus manos por su rostro y su cabello castaño calado hasta la raíz y se puso a nadar.

– ¿Me permites una impertinencia, querida? – La voz de Freda la sacó repentinamente de su trance. Asintió a duras penas. 'Compórtate Fiona, por favor. No me extraña que él te trate como a una niña', pensó para sí misma. Freda Dudley Ward continuó hablando sin detectar su perturbación o quizás precisamente porque era consciente de ella: – Vaya dos especímenes, ¿ehm? Hay pocos hombres que sean tan atractivos…

Completamente roja, Fiona se inclinó inquieta para mojarse las manos y refrescarse las muñecas e intentó reponerse. No deberían estar aquí plantadas, mirándolos. Aunque la verdad era que aún apenas se había fijado en Tony. Es decir, racionalmente sabía que Tony Foyle era guapo, gallardo y alto, pero Charles tenía toda su atención en ese momento. Freda parecía simplemente disfrutar de la situación.

Al encontrar un nuevo lugar donde le cubría hasta la cintura, Charles alzó la mano para protegerse los ojos del sol. Tony aprovechó ese momento para dar un buen capotazo al agua entre risas.

Charles se sumergió. Fue al volver a salir a la superficie cuando Fiona cruzó la mirada con la suya. Fiona sintió que nunca nadie la había mirado de ese modo y un repentino calor subió por sus mejillas.

– ¡El agua está maravillosa. Os lo estáis perdiendo…! – gritó Tony desde donde estaba.

Freda Dudley Ward le dirigió una mirada interrogante en ese momento, pero Fiona se negó. – No voy a hacerlo...

– Bien, yo ciertamente no puedo, William se enfadaría... y habría habladurías – contestó – Pero no hay nadie que se enfadase contigo... Excepto Sir Severus poniéndose rojo hasta la raíz por semejante transgresión en sus terrenos –.

Se sintió muy tentada a ello.

– Puedo intentar convencer a Tony que me acompañe a la casa si lo prefieres…

– No, no…

– ¿Estas segura?

Fiona miró al cielo. No podían ser más tarde de las cuatro, prácticamente faltaba una hora para el té. Intuyó que llegarían tarde y tendrían que poner excusas…

La visión de su futuro si bien nunca había sido demasiado clara, jamás había contemplado nada parecido a enamorarse de un futuro baronet con ese montón de hectáreas por herencia. Le había pedido que esperase y se había concedido tiempo para cumplir con el sueño de hacer periodismo: una oportunidad ¡en Dublín! impensable meses atrás. Incluso si era en segunda línea y para un periódico cuyos lectores no estaba segura que fueran a darle el menor crédito, ni siquiera llamándose Andrew Buchanan.

Era el máximo logro de independencia personal que quizás podría lograr nunca. Luego, cuando la guerra acabase, quizás hasta Michael Gregson querría otros periodistas que estuvieran dispuestos a cumplir con su tarea y que no tuvieran que esconderse bajo un seudónimo o que coincidiesen más con la línea oficial de Londres… o Manchester…

… que no hubieran empezado en esto como una especie de favor a sus padres… por mucho que le repitiese que se lo merecía y que tenía verdadero talento.

Muchas mujeres habían ocupado lugares que los hombres querrían recuperar después de la guerra. Puede que ese también fuera su caso.

Había tantas cosas aún por ver y tenía tan claro que el matrimonio sería un desastre para ella… Se habría conformado tan fácilmente en ser una soltera con una máquina de escribir en la guardilla si era ese el precio de hacer lo que quisiera con su vida, de escaparse de las encotilladas casillas sociales pensadas para las jóvenes como ella… pero, ¡Dios!, amaba a Charles Blake. ¿Cuán imposible era esa situación?

Y después estaba eso otro… el hecho que él hubiera tenido un momento de intimidad (o más de uno) con Freda y quien sabe con cuántas otras, pero hubiera decidido unilateralmente que ella era un asunto distinto, algo frágil y casi etéreo para lo que tenía que esperar.

Se dio cuenta que había nadado hacia ellas cuando cayeron unas gotas sobre su cara y percibió que Freda se apartaba con una risa ligera. – No era mi intención salpicaros de agua… – Dijo después de sus últimas brazadas cerca de la orilla, empezando a ponerse en pie.

– Estás mojado. ¿Cómo no ibas a salpicarnos de agua? – Fiona chasqueó su lengua para no echarse a reír. Él se sacudió el agua del cabello y de su cara sonriente. Su expresión era jovial, tentativa.

Esta zona apenas cubría hasta por debajo de la rodilla pero el suelo arenoso resbalaba debajo de sus pies. Se miraron un instante. Charles se acercó más con un brillo especial en los ojos, la agarró de la mano y tiró de su brazo hacia él con estudiada suavidad. Fiona estuvo a punto de resbalar porque sus piernas decidieron desconectarse de su cerebro.

– Yo voy a ir calzándome de nuevo… y creo que sugeriré a Tony que es hora de adecentarse y volver. Después de todo el trato era un chapuzón – Escucharon la voz de Freda alejándose pero ninguno de los dos se movió.

Tony se subió a una roca del otro lado y se zambulló con un mínimo de salpicadura y un anillo concéntrico de ondas.

– Deberíamos…

– No, espera.

Charles vaciló por un segundo: – Ayer estuve a punto de venir a tu habitación – Hizo una pausa – No por nada nefario. Quería saber cómo estabas después de la cena. Me temo que después me convencí que había ido bien porque estuviste increíble y esta mañana estaba reaccionando a ello… sé que no fue fácil.

Fiona asintió e intentó mantener un tono ligero pese a las circunstancias. – ¡Oh! Al menos no acabé rompiendo algún plato de mucho valor en la cabeza de Conor Ross, ¿verdad? – bromeó – Odio esa manera que tienen de conversar los invitados de tu primo, sin decir nada realmente… Por no hablar del sentimiento de impotencia cuando Sir Blake mencionó mis raíces católicas… Quedé ante tus padres y sus amigos como una tonta y una incauta… una chica simple y sin substancia que sonríe y calla. Detesto hacer ese papel...

– Tú no eres simple ni tienes un pelo de tonta – Charles dijo, mientras le recorría el brazo con sus dedos, contando los lunares que bañaban su piel pálida – Mi primo también lo sabe. Alguien menos inteligente que tú le habría contestado como se merecía dejándolo en evidencia, pero no dejaste que se las ingeniera para meterse por debajo de la piel. En vez de eso, fuiste la perfecta invitada. Amable y educada. Y mi primo fue duro e innecesariamente difícil.

– No fue el único. Los Ross no se quedaron atrás… – Fiona resopló – Pero supongo que ni siquiera me debería extrañar… debí esperar justamente eso.

– No, no debiste esperar eso. Ninguno de ellos está en derecho de juzgarte y menos cuando es por puro esnobismo y ganas de aparentar.

Fiona pareció considerar algo por un momento. – No sé si quiero ser tan educada la próxima vez, pero no quiero que tengas que ser tu quien me disculpe después…

– No me importaría disculparme por ti… o puede que ni siquiera lo hiciese. Para ser honesto, seguramente no sería nada que no se hubieran ganado a pulso. Pero creo que también es mi culpa, debí dejar claro a mi primo cuáles eran las condiciones de mi visita y que no consentía desplantes hacía ti – se excusó. – Esa actitud suya es un tic reflejo de alguien que vive en un cosmos privilegiado aislado del mundo real de la mayoría.

Charles la miró con cariño y preocupación, y ella cerró los ojos y respiró hondo.

Casi había olvidado que él seguía empapado. Los dos seguían con los pies metidos en el agua. Parpadeó.

– Deberías volver al agua o secarte. Vas a constiparte… – Apartó los ojos un segundo al fijarse en una gota que se deslizaba por su cuello, pero enseguida se esforzó en mirarlo a la cara. No sirvió de mucho porque él la estaba observando como hacia a veces, como si ella fuera algo precioso que memorizar, y eso acabó de ponerla nerviosa.

– Báñate, entra conmigo al agua – Charles propuso.

– !Oh! Sabes perfectamente que no puedo hacer eso.

– Entra vestida. No hay nadie aquí que vaya a decirte nada – la tentó. – ¿A qué esperas?

Por el rabillo del ojo Fiona vio a Tony vistiéndose, quitándose la camiseta mojada y abotonándose la camisa del uniforme, y a Freda a lo lejos esperándole apoyada a un árbol.

– ¿A qué espero? ¿Lo dices en serio? Entre otras cosas, puede que a un traje de baño…

Sin decir nada y con la sonrisa estampada en la cara, Charles volvió a tirar de su mano. Esta vez ella consiguió seguirlo con pasos prudentes pero no se resistió. Luego notó que su vestido se empapaba y el agua cada vez la cubría más. Primero por encima de las rodillas y después hasta la cintura. Sintiéndose un poco más valiente, se rió, soltó su mano con cuidado y se puso a nadar. El aire era pesado y el estanque recluido, el agua era turbia, pero no verde.

Fiona cerró los ojos mientras se sumergía y un momento después volvió a salir a la superficie con el cabello desecho y empapado sobre su espalda. El recogido casi desbaratado. Era increíblemente liberador hacer algo como esto, aunque fuera vestida.

Charles se mantuvo a una distancia prudencial pero Fiona apenas pudo ignorarlo. Al mirarlo, sus brazos parecían sólidos y su torso, amplio y fuerte (adecuado para un marino aunque no robusto en demasía), cubierto por la discreta y calada camiseta blanca de algodón. Las pequeñas gotas centelleaban por su piel en la cegadora luz del sol.

Su cabello castaño era más oscuro que nunca al estar mojado. Por su mirada, pareció como si intentara concentrarse en cada uno de sus movimientos.

Podría acariciarla como si fuera un violín si quisiera, pensó Fiona.

No, seguramente esa no era una idea muy brillante. Él llevaba razón. Las mujeres no estaban en igualdad de condiciones en este tipo de deslices. Pero quería que volviese a acercarse y que la tocara, tocarle…

Había sido meses antes pero aún podía sentir su beso en el cuello durante el frío invierno escocés, sus manos en su blusa húmeda esta mañana. Quería poner los brazos a su alrededor y mantenerlo cerca para siempre. Pateó el agua y se dio la vuelta, luego se impulsó con los pies, mirándolo. Había leído que había maneras de evitar una parte de los riesgos que conllevaba la intimidad entre un hombre y su esposa en ese libro de Marie Stopes que había comprado secretamente para Alice en abril, después que ésta anunciase que se iba a casar pronto con su prometido, malherido en la guerra.

No era el primer material que leía de ese tipo. Una vez había encontrado escondido en el fondo de un armario de casa de su abuela Peggy un libro titulado Lo que una joven esposa ha de saber fechado a principio de siglo. Pero la única definición posible para lo que había leído allí era "horrible escritura, terribles consejos y casi inalcanzable moral". Uno podía preguntarse cuál era el atractivo de aquello y porque no había más mujeres solteras si eran ciertas algunas de las cosas que compartía la autora.

Ciertamente si el libro pertenecía a una de las hermanas de su madre como había sospechado, no entendía cómo era posible que todas hubieran llegado al día de su propia boda con tanto regocijo, emoción y bulla como contaba su abuela…

Fiona nadó sin perder de vista a Charles. Tomó una profunda inspiración del aire tibio del verano irlandés, después hizo un arco con sus brazos en lo alto y se sumergió otra vez.

– ¿Sabes? – Dijo al salir a flote, manteniéndose en posición estable con pequeños movimientos en el agua – Creo que la próxima vez prefiero la playa. Hay una planta viscosa tocándome el pie y no se ve el fondo – se rió.

Él fue en su dirección aunque se quedó flotando antes de tenerla al alcance. – Me alegro que estés aquí – dijo en tono satisfecho.

Ella asintió pero en el fondo no pudo quitarse de encima cierta inquietud.

– No podía ser de otra manera, además nunca seré la compañera que te mereces, Charles. – Pestañeó por un segundo con ademan agridulce y la mirada perdida en una rama que flotaba cerca– Sé que pido mucho, cuando te pido que esperes… – admitió – Estás luchando en esta guerra y yo no puedo ni alegrarme de tu ascenso porque podría significar que no vas a volver, y no habría ningún consuelo para mí en qué te sacrificaras por este país o su rey…

– Fiona, estás totalmente equivocada sobre lo que merezco, pero no sobre la guerra… en eso cada vez coincido más contigo.

Entonces, Charles acabó de llegar a ella moviéndose a través del agua. Sus ojos con una sonrisa contagiosa, pese a una fina capa de preocupación en ellos.

Fiona miró a su alrededor. Aunque éste era un día de tiempo estival, aquel era un lugar húmedo donde el sol acababa fácilmente escondido entre los árboles. A medida que la tarde avanzara empezaría a hacer fresco.

Freda y Tony habían se habían perdido de vista aunque tenían que estar cerca porque podía escuchar el rumor de sus voces.

– Tenemos sólo un momento. Nos estarán esperando en el camino, secándose, es la parte más soleada del jardín… allí Severus hace plantar rosas, y otros arbustos y hierbas olorosos – dijo Charles.

La sujetó por el codo y la besó. Sus labios encajaron perfectamente y Fiona tuvo que rodear su cuello con las manos para no hundirse en el agua. Aquello lo animó a estrecharla con el brazo contra su cuerpo y la besó más profundamente, sacando partido de su ligera sorpresa para hundir la lengua dentro de su boca. Fiona notó sus músculos tensarse a través del algodón de la camiseta.

Charles hizo un sonido gutural al sentir como ella le respondía el beso con idéntica ferocidad. En ese momento fue más consciente que nunca de las formas delicadas del cuerpo de Fiona.

Durante un segundo, la miró directamente a los ojos, serio, enardecido de deseo y aparentemente tan aturdido como ella. La apretó con más firmeza contra sí y volvió a besarla.

Siguió besándola. Hasta que hizo una mueca. Estaba excitado, dolorosamente excitado. Pero no podía hacer nada al respecto sin exponerla inaceptablemente.

No sólo estaba el hecho que ella aún no quería comprometerse oficialmente ni casarse… Además, él no estaba en condiciones de hacer una promesa que fuera enteramente inquebrantable: había una guerra en marcha en la que podía morir o salir gravemente herido, dejándola sola ante la humillación pública si iban demasiado lejos y había consecuencias…

Tendría que aprender a mantenerse a suficiente distancia porque quería comportarse honorablemente. Apartó la boca de la suya para parar todo aquello.

– Este lugar es maravilloso. No entiendo cómo tu primo no lo tiene cuidado y cómo no se baña todo el mundo aquí en verano… – dijo ella ajena a su dilema.

– De adolescente me encantaba perderme ratos solo aquí – Charles masculló. Se quedó flotando junto a ella en medio del estanque. – Aunque aprendí a nadar en la playa…

Fiona se rió, con esa risa cadenciosa que parecía llenar todo el lugar de su esencia. – A la buena de Dios o no, cualquiera que te enseñara a nadar hizo un buen trabajo…

Estaban enamorados y a Charles cada vez le resultaba más difícil estar a solas con ella y no cogerla en sus brazos y hacerle el amor.

– En realidad no me acuerdo. Puede que mi padre o mi primo simplemente me arrojaran al mar hasta que averigüé como se hacía – aventuró. Su incomodidad escondida bajo el agua en la tirantez de su entrepierna – Mi madre dice que aprendí a nadar temprano. Un verano.

Respiró hondo para intentar pensar con claridad y recobrar el sentido común.

Fiona se mordió el labio y entonces sin decir nada se dio la vuelta invitándolo a seguirla en una carrera que él perdió, aún y con supuesta ventaja física. Cuando después llegaron al puente y ella emergió tosiendo, él la tomó por la cintura un instante y le informó con levedad que acababa de tragarse la mitad del agua del estanque.

Fiona lo salpicó con agua en venganza y él respondió a su ofensiva con más agua. Se rieron como niños durante un momento. Era mejor así, no podía perder el juicio. Charles se dijo mentalmente que debía mantenerse lúcido... Lo otro era un lujo que aún no podían permitirse.

Fiona se puso de espaldas en el agua y observó las nubes y las ramas de los árboles. – Si es verdad que deben estar esperándonos, deberíamos ir ya…

Sin una palabra más, ella nadó a través del estanque y Charles volvió a alcanzarla cerca de la orilla. La chica salió del agua goteando del delgado vestido blanco. La tela se pegaba a la piel y no ocultaba mucho si mirabas donde no debías. – Odio terminar con nuestra fechoría pero… no sólo no podemos tener a Tony y Freda esperando para siempre, mi vestido debe secarse antes que lleguemos… – se explicó ella.

Charles se puso bien el dobladillo de los pantalones, se sacó la camiseta delante suyo y se abotonó la camisa como había hecho Tony. Se volteó y le ofreció la chaqueta del uniforme.

– Deberías usarla por el momento, podemos toparnos con cualquiera en el camino.

Fiona asintió con las mejillas rosadas.

Su mirada se había quedado clavada en su torso cuando éste se había quitado la camiseta empapada. Por un instante, él había estado allí sin camisa y abrochando su cinturón…

Estaba totalmente a su merced y se preguntó si él sería consciente del poder que tenía sobre ella…

Fiona se inclinó un poco más cerca. La mano de Charles se deslizó detrás de su cuello y la acercó. Entonces, la besó de nuevo: – Fi…

Fue un beso dulce al principio... solo tocándose los labios suavemente. Después él pasó sus manos por su espalda mojada, le acarició los labios con su lengua y profundizo el beso. La atrajo hacia sí y saboreó el momento pero sin mover nunca sus manos a lugares más íntimos de su cuerpo.

Fiona dio un paso atrás sorprendida de que sintiera algo mucho más intenso de lo que ese momento requería. Estaban esperando por ellos.

Jugaban con fuego y había el peligro de que acabaran quemándose…

Él le dedicó una sonrisa reticente pero no le soltó la mano. – Debemos ir.


Cuando llegaron a la casa tuvieron que entrar a la cocina para que nadie viera el estado de sus ropas. Meterse en un estanque lleno de vegetación no era quizás la mejor de las ideas antes del té. Fiona encontró trozos de hierba y tierra del estanque en su cabello al entrar en la bañera. Por supuesto, tuvo que elegir otro vestido para el resto de la tarde. Y suponía, esperaban que se volviera a cambiarse esta noche para bajar al comedor…

Estaba en la biblioteca antes de la cena buscando un libro que Charles le había recomendado y animado a encontrar aquí cuando escuchó alguien entrando en la sala y se sobresaltó.

Descubrió que era Elinor Blake. La mujer llevaba un vestido de rayas marrón, sobrio y con guantes de terciopelo para la velada. Pequeñas joyas en su pelo recogido.

Puede que hubiera infravalorado lo temprano que tenía que dirigirse a la planta principal…

– Hola, querida – Le dijo Elinor en un tono dulce pero serio reflejado en su amable y ligeramente arrugado rostro ovalado y pálido. La miró con curiosidad situándose junto a la ventana e hizo un gesto de familiaridad casi como si quisiera aparentar que había llegado allí de manera completamente casual, con la frente tensa y los labios demasiado apretados para que eso fuera verdad – Así que eres una mujer leída… y bien documentada. Charles me ha mostrado alguno de los recortes de periódico que guarda de tus trabajos. Debo decir que estoy impresionada…

– Señora Blake. Gracias, yo…

– No hace falta que me des las gracias – La interrumpió sin perder la sonrisa extraña de su rostro. Fiona no supo qué, pero hubo algo de su tono que no le gustó. – Para bien o para mal Charles ha tenido siempre las ideas muy claras. En tu caso, he de reconocer que has tenido agallas. Se necesita coraje para enfrentar una cena con el primo de mi marido y su círculo. Especialmente porque eres una mujer lista y seguro que en el fondo ya sabías que no le gustarías un pelo… una mujer independiente, idealista y tan joven y sola en Dublín…

Fiona contuvo la respiración ante eso, ansiosa por terminar lo que fuese que era tan importante de decir para venir expresamente a su encuentro.

– Cariño, discúlpame por ser tan directa contigo y por tutearte – continuó mirándola, pero de una manera distinta a como lo había hecho en todas las otras ocasiones en las que habían coincidido estos dos días, en la cena y durante el día de hoy. Sus palabras el eco involuntario de las suyas esta mañana y puede que también las de Pauline Ross – No tienes experiencia en esto, ni conoces como de asfixiante puede ser el entorno de Sir Blake… pero éste también será un día el lugar de Charles en la vida.

– Lo sé y lo entiendo perfectamente. Hay mucho de lo que ya hemos hablado – sus dedos juguetearon nerviosos con la tapa del libro que tenía en la mano en ese momento. Se movió insegura.

Elinor río con suavidad y la miró como disculpándose por ello.

– Pienso que crees sinceramente que lo entiendes, pero no lo haces, querida. ¡Cómo podrías! Eres tan joven. Y aunque Charles es mayor que tú, ahora mismo tampoco se da cuenta.

– Va a hacer 29 años en otoño, y yo tengo 23. Los cumplí en abril. Los dos nos damos cuenta que habrá dificultades y tendremos que adaptarnos uno al otro.

– ¡Y ese es el problema!

La madre de Charles se encogió de hombros.

– Supongo que, como él, tú también sabes muy bien lo que quieres, pero ten cuidado con decidir algo demasiado deprisa o sin pensarlo lo suficiente. No puedo decirle esto a mi hijo, porque ¿cómo voy a reñir a un hombre hecho y derecho? Obviamente, no puedo marcarle qué hacer y qué no, no es menor de edad. Pero un montón de cartas no substituyen un compromiso bien planeado y pensado, que conlleve ventajas reales y no un cúmulo de dificultades y lágrimas. Ya sé que los jóvenes queréis enamoraros, pero el amor llega, la felicidad puede ser pasajera. Como Lady Blake no te faltaran ocupaciones. Y si quieres que te sea franca, no van a hacerte feliz para nada…

Fiona dudó un momento, con el corazón palpitándole muy deprisa. Agradeció que Elinor Blake continuase sin esperar su contestación. Lady Blake. Ese apelativo sonaba tan fuera de lugar…

– Lo vi con claridad ayer en la cena, tienes tantas cosas que decir, y en vez de eso fuiste amable y prudente. En mis reuniones de bridge apenas se habla del tiempo y de las nuevas debutantes, no puedo imaginar cómo sería aquí en Killoughagh Castle. Las mujeres que conozco no tienen realmente una vida. Trabajan para la caridad, escogen ropa, son esposas y madres – hizo una pausa – Y, créeme, las amistades de la logia a la que pertenece Severus pueden ser mucho peores que Conor Ross. En la orden no aceptan a protestantes que se han casado con católicos pero, claro, eso al menos no sería un problema. Aunque sea, contamos con ello, ¿no?

Fiona se sintió desconcertada por un momento.

– ¿Perdón? ¿La logia?

– Claro, Severus asiste a esas reuniones periódicamente. Es un firme orangista. Lleva años insistiendo a Charles para que le acompañe. Es muy muy importante para él, lo considera un deber del baronetaje. Para el primo de mi marido, los orangistas son quienes ayudaran a preservar las grandes propiedades y su modo de vida en caso de que vengan tiempos críticos… peores que este.

Soltó todo aquello y la miró. Puede que hablara con claridad absoluta y ese fuera un ejercicio de sinceridad poco común en la clase alta, pero Fiona no estaba segura de querer oír nada de ello… Debió de hacer un gesto de incomodidad, pues Elinor se giró y dio un rápido vistazo a la librería.

– Esta guerra es terrible y nos tiene a todos desconcertados, pero no hay razón para tomar decisiones precipitadas. ¿A no ser que hayas hecho algo que no debieras? – dijo con voz de amiga, abierta ahora, serena, alejada de la etiqueta.

– No sé qué quiere decir… – Fiona mintió por instinto. Se supone que una buena chica no debería saber de esas cosas, y decir que entendía exactamente a lo que se refería y que probablemente era Charles el más empeñado en qué eso no pasara no iba a ser de ayuda allí.

Elinor se echó a reír.

– Claro, no importa. De ser así, mi hijo haría lo correcto, es un hombre respetable, como su padre. Y muy leal.

Fiona fue consciente que Elinor Blake no parecía especialmente complacida de tener esta conversación.

– Se sincera, dime, ¿te ves aquí en el futuro? ¿Has disfrutado al menos de la estancia?

La joven pelirroja se mordió la parte interior de la mejilla y observó de vuelta a la otra mujer: – Sin duda me alegro de haber venido. Sé que esto es importante para él y él me importa.

– Claro – Elinor asintió. – Debes saber que Severus adora a mi hijo aunque no tenga mucho don para demostrarlo. No importa con qué decisión le sorprenda que acaba cediendo aunque se enfaden y haya agrias discusiones de por medio… Por eso, no va a retenerlo aún aquí, pero eso va a pasar definitivamente algún día… Charles en Killoughagh Castle.

Fiona intentó deshacerse del nudo en su garganta y cerró los ojos por un segundo tratando de encontrar las palabras.

– Lamento que no me apruebe, de verdad señora Blake.

– ¿Piensas que no te apruebo? Quien fuera tan joven como tú y se encontrara en esta época para salir al mundo y encontrar un talento que poner en práctica – repuso – Apruebo de corazón que tengas todas esas oportunidades que se avistan después de la guerra, tú y cualquiera de las chicas de tu edad, es sólo que no quiero que mi hijo sea infeliz. No creo que él deba casarse por dinero, tiene todo el que quiere, y estoy segura que va a lograr mucho más porque tiene capacidades de sobra, pero sí que necesita a alguien que pueda desempeñar un cierto papel en su vida. Alguien que no lo aparte de este lugar…

– Yo nunca haría eso…

Elinor estudió su expresión por un momento.

– Como te he dicho, he leído los retales del periódico, cariño. Esos artículos están escritos por alguien que apoya el Estatuto de Autonomía de Irlanda y probablemente más. Las conexiones y las influencias aún son importantes para que esta propiedad salga adelante y sin duda la esposa del baronet no puede simpatizar con quien querría verla en llamas.

– Yo no quiero que haya llamas… – su voz se cortó.

– Pero deseas algo que nunca va a pasar sin ellas... No te estoy juzgando – aclaró la mujer mayor – Charles me ha contado de dónde vienen tus abuelos. Toda esa gente que murió de hambre o que tuvo que marcharse de aquí el siglo pasado en la más absoluta pobreza… eso fue terrible.

Fiona supo perfectamente qué estaba intentando decir la madre de Charles, aunque con ello le rompiera el corazón. Era algo que ella ya había sabido desde un principio.

Charles la quería y estaba seguro de que podían ser felices. Ella le quería y daría lo que fuera para que tuviera razón. Ninguno de los dos estaba siendo demasiado realista…

Si persistían, los Blake la aceptarían. Severus Blake tenía enormes esperanzas para su heredero, pero siempre había acabado aceptando sus decisiones. Esto también lo había dicho Elinor. Y sin embargo… ¿hasta qué punto era sensato esperar un final feliz? ¿Qué renuncias comportaría para ambos?

– Creo que no voy a distraerte más, querida. Debes arreglarte para la cena – le indicó la madre de Charles – Y mete el libro que buscas en la maleta, llévatelo a Dublín contigo, si quieres. Charles es un buen lector, la suya siempre es una magnífica elección – sonrió –.

Fiona dio un paso atrás, para dirigirse de manera autómata a una pila de libros que había sacado de sus estanterías unos minutos atrás.

– Un último favor – Elinor Blake se giró cuando ya estaba en la puerta y eso tomó por sorpresa a la joven, que no pudo evitar dar un respingo – Tomes la decisión que tomes, especialmente si resulta que tengo algo de razón, ¿podrías esperar a hablar con Charles de ello cuando acabe la guerra? Sé que es una petición egoísta, dado que soy quien te pide que hagas esa reflexión, pero es mi único hijo, no quiero que se vaya tan lejos con el corazón roto…. especialmente por mi culpa.

– Señora Blake, perdone pero…

– ¿Sí?

– Estoy enamorada de su hijo, sólo quiero que lo sepa.

– No lo dudo – le sonrió amable y lo peor fue que Fiona supo que era una sonrisa genuina.

La chica se quedó un momento más en la biblioteca procesando las palabras de Elinor Blake. Encontró el libro que Charles había querido que leyese: Un hijo de la frontera media del americano Hamlin Garland.

Racionalmente, la madre de Charles tenía razón… Pero puede que a la larga fueran mucho más infelices si se perdían el uno al otro por ello. Nunca había sentido esa clase de conexión con nadie… Sencillamente encajaban. No era forzado, sino completamente natural…

Fiona pensó que había otras opciones… que si seguía persistiendo en mantener todas esas barreras (su trabajo, su independencia, sus posiciones políticas, su idea de Irlanda), sus dos corazones se romperían en el proceso. Y que por tanto, estaba en su poder hacer que aquello fuera diferente.

Pero perdería por siempre también algo importante si renunciaba a todas esas cosas: una parte de sí misma…

Charles no le había pedido ninguna renuncia pero no estaba siendo cabal en ello.

Aquella era ya de por sí una disyuntiva permanente en su cabeza estos días.


Fiona se quitó las zapatillas e hizo lo propio con los prendedores que le sujetaban el pelo. Estaba en su habitación, tratando de prepararse a prisas para la cena, cuando Charles llamó a su puerta. Dejó preparado sobre la cama un vestido de noche de seda verde agua, uno de sus favoritos.

– No deberías estar aquí… – le advirtió al abrir la puerta en bata, agradeciendo el haber declinado la ayuda de la doncella esta noche. Enérgica y algo nerviosa, tiró de la puerta con más fuerza de la que probablemente necesitaba una pieza de madera robusta del siglo XVIII como aquella.

Él había dado tres golpes y dicho su nombre en voz alta, probablemente sabiendo que se encontraba a solas en la habitación.

– Lo sé, sólo quería estar seguro que te había ido bien en la biblioteca… – respondió Charles –… que encontraste el libro que hablamos. Los demás o ya se encuentran en la planta principal o siguen encerrados en sus habitaciones.

– Sí, lo tengo. Tengo el libro.

Charles asintió desde el umbral de la habitación. Los largos mechones rojos del cabello de ella se derramaban sobre su espalda y eran lo más hermosos que había visto jamás.

– Eso es genial.

– Podrías habérmelo preguntado en el comedor…

Él ladeó la cabeza. Había venido aquí a decirle mucho más y no podía irse sin hacerlo…

–… Y también quería recordarte que te amo, rabiosamente, por si eso fuera inapropiado decirlo en público más tarde… – sonrió.

Fiona le devolvió la sonrisa pese a todas las razones para estar preocupada y a su corazón agitado.

– Lo sé – dijo.

Envalentonado por la expresión en su rostro, Charles Blake continuó hablando y como si fuera algo fortuito soltó: – Fiona… no quiero que pienses que no te deseo o que te deseo menos que a cualquier otra persona que haya estado en mi cama, porque eso es una vil mentira…

El corazón le falló un latido. Fiona se quedó mirando entre la puerta y la habitación. En aquel momento, no supo si reír o ruborizarte profundamente. ¿Era esa una especie de broma?

– ¡Oh, Dios! Tu cortejo está resultando algo desvergonzado ahora mismo, Charles Blake… –exclamó, anonadada pero secretamente complacida. Eso era ciertamente inesperado pero no mal recibido. Pudo imaginar la voz de la señora Douglas o la de su madre clamando contra semejante conducta indecorosa por parte de su pretendiente…

– Sería algo ciertamente escandaloso si no estuviera convencido que quiero casarme contigo – dijo él – ¿Puedes perdonarme por mi atrevimiento?

Fiona se rió. Se mordió el labio un segundo, pero cambio el gesto algo atorada cuando se dio cuenta que ése era también un gesto especialmente recurrente para Charles. De hecho, se estaba mordiendo el interior del labio inferior en ese mismo instante en una mueca oscilante entre el contento y la velada preocupación.

– Claro… – dijo.

– Fiona, quiero hacer las cosas como se supone que se deben hacer, y creo que debo explicarte algo – suspiró – En primer lugar, no hago esto porque aspire a una esposa particularmente virtuosa y dócil, no podría querer nada más alejado de ello. Y no estoy tratando de subirme o subirte a un pedestal creado por mi propio ego.

Por un momento Fiona no tuvo ni idea dónde quería ir a parar. Su cabeza, a mil por hora, no se decidía, no sabía qué decir a todo ello:

– Bueno, claramente no estás guardándote para el matrimonio – Ella dejó ir de sopetón. Alzó una ceja sarcástica casi retándolo a escandalizarse cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir.

– Claramente no – respondió él desarmado por su espontaneidad.

– ¿Y entonces qué?

– Entonces… sería demasiado arriesgado, especialmente sin planearlo adecuadamente… – se mojó los labios, sopesando sus palabras –… y aunque hasta esta tarde me he estado diciendo a mí mismo que no tenía ninguna importancia, que no cambiaba nada… – pensó en la pequeña indiscreción de Freda y qué consecuencias podía tener si contaba otros secretos – antes que demos un paso que no pueda remediarse, quiero ser completamente honesto contigo. Necesito que me aceptes conociendo todas mis piezas, incluso aquellas que a otros puedan resultar callosas o que potencialmente pudieran cambiar tu opinión o tu aprecio por mí. Te quiero, no importa qué.

– Charles… sé muy bien quién eres, incluso con esta finca y las lealtades de tu primo, sus fobias, eso no altera la persona que eres conmigo… para mí – aclaró Fiona pese a que la conversación con Elinor Blake pesaba como una losa en su pecho. ¿Estaba él hablando de lo mismo?

Charles intentó explicarse mejor, pero un ruido y un movimiento fugaz en el corredor lo distrajeron. Juraría que había visto a alguien al fondo del mismo…

Se dio cuenta que era probable que uno de los criados de Sir Blake estuviera espiándolos, incluso puede que por petición expresa de éste último.

Quería que ella conociera esa parte de él pero comprendió que no podía decírselo aquí, así no, no si había otras personas escuchando… y no podía pedirle que le dejara pasar a la habitación. Era peligroso para ambos. Ella no debería aceptar que estuviera aquí, que lo encontraran en su puerta ya era inaceptable, él no debería… lo suyo era incluso ilegal… y podía acarrear resultados devastadores.

– Te lo contaré, muy pronto. Es posible, al fin y al cabo, que éste no sea buen momento – cerró los ojos resignado por un segundo, aunque en el fondo también algo agradecido por la interrupción. Tenían tiempo para hablar de ello y puede que debería pensar mejor como planteárselo – Debes prepararte para bajar a cenar…

Estaba seguro que Fiona podía entenderlo teniendo la información adecuada, pero aun así… Nunca lo había dicho en voz alta a nadie que amase genuinamente. Desde joven cuando me he sentido atraído por una persona, ha sido independientemente de su sexo, una vez puede ser un hombre, otras una mujer, quiero que seas tú para siempre, pero no quiero que tengamos secretos…

En vez de decir eso la besó antes de retirarse. La apretó contra su cuerpo en un abrazo, presionando sus labios sobre los de ella.

Al atardecer había mantenido una interesante charla sobre política y economía con William Dudley Ward, concretamente sobre lo que la industria del país podía aprender de aquí en adelante del plan económico de David Lloyd George durante la guerra. ¡Pero debería haber estado mucho más pendiente y acompañado a Fiona hasta la biblioteca cuando ella se había retirado en busca de su libro… quizás así podrían haber hablado con suficiente calma…!


– ¿Preparada para irnos? – Tony Foyle le sonrió al lado del mismo coche que habían usado para llegar hasta aquí, un Chevrolet rojo nuevo de trinca. Esta vez Charles se uniría a ellos. Ambos se quedarían en Belfast y ella cogería un tren a Dublín.

– Absolutamente.

Tony chasqueó la lengua. – ¿Sabes por qué tarda tanto Charles?

– Ni idea, creo que Sir Blake quería hablar con él en privado antes de marcharse…

El futuro vizconde le lanzó una mirada de simpatía y sugirió:

– Esperemos que no se retrase mucho más. No puedes perder el tren o tendrías que quedarte hasta mañana en Belfast. Aunque no creo que eso le supiera mal a Charles…

Fiona puso los ojos en blanco y bromeó exasperada – ¿Y qué iba a hacer yo toda sola en Belfast mientras vosotros os enfrontáis heroicamente a los movimientos anticonscripción? No desearía ni a mi peor enemigo intentar reclutar a nadie ahora mismo en esta isla… – negó con la cabeza.

– Ese seguro que hubiera sido un excelente tema de debate en la cena de anoche – le contestó Tony con semblante divertido – Mucho mejor que la lúgubre diatriba de Lord Leveson-Jones sobre el asesinato del zar ruso y su familia.

– Bueno, de ser cierta, esa es una historia terrible… esas pobres chicas y ese niño… uno se preguntaría porque su primo el rey George no los ayudó y los acogió en el Reino Unido en algún momento del último año…

La miró con una ceja alzada:

– Una opinión no muy patriótica o monárquica…

– Por eso preferí no expresarla anoche, Sir Blake ya me tiene considerada lo bastante hereje, las cosas como son – ironizó Fiona.

Tony le dio la razón con una sonrisa poco comprometida.

La semana pasada Tony Foyle había visitado a sus padres después de rogar de urgencia un permiso especial a la marina británica. Ser el único de los hijos vivos de los vizcondes Gillingham seguramente le había ayudado a conseguirlo apenas llegar al último puerto. Su madre había sufrido lo que parecía ser una traicionera pulmonía estival con jaquecas y fuertes fiebres, aunque afortunadamente había mejorado en las últimas 36 horas…

Después de 1916 los oficiales habían llegado a la conclusión que los permisos, aunque breves como este, jugaban un papel clave en el apoyo a la moral de las tropas, permitiendo a los combatientes descansar y a las familias apoyarles. Pensaban que fortalecía la resistencia de los soldados, así como la fuerza de los lazos entre civiles y soldados.

Por su parte, la tía abuela de Fiona había prometido a James y Maeve Maclachlan que la acompañaría a Killoughagh Castle, pero finalmente también había estado en cama con gripe. Un brote generalizado de influenza había afectado la población en la primavera e inicios de verano de 1918. Desde Londres se hablaba de un nivel casi epidémico pero nada parecía vaticinar que fuera a ir a peor.

Con su tía abuela enferma, nadie había hecho mucho escándalo al descubrir que Fiona viajaría sola, no en realidad. Al fin y al cabo, acababan de cumplirse los dos meses desde que se había mudado por su cuenta a Dublín…

Había pensado en visitarla antes de tomar el tren de regreso.