Capítulo 7. Song for Ireland
"Walking all the day near tall towers where falcons build their nests
Silver winged they fly, they know the call of freedom in their breasts
Soar Black Head against the sky
Between the rocks that run down to the sea
Living on your western shore, saw summer sunsets, asked for more
I stood by your Atlantic sea and sang a song for Ireland
Talking all the day with true friends, who try to make you stay
Telling jokes and news, singing songs to pass the night away
Watched the Galway salmon run like silver dancing darting in the sun
Living on your western shore saw summer sunsets, asked for more
I stood by your Atlantic sea and sang a song for Ireland
Drinking all the day in old pubs where fiddlers love to play
Someone touched the bow, he played a reel, it seemed so fine and gay
Stood on Dingle beach and cast, in wild foam we found Atlantic Bass
Living on your western shore, saw summer sunsets asked for more
I stood by your Atlantic sea and sang a song for Ireland
Dreaming in the night, I saw a land where no man had to fight
Waking in your dawn, I saw you crying in the morning light
Lying where the Falcons fly, they twist and turn all in you e'er blue sky
Living on your western shore, saw summer sunsets asked for more
I stood by your Atlantic sea and I sang a song for Ireland".
Mary Black (Phil & June Colclough, 1983)
"When tragedies strike, we try to find someone to blame. And in the absence of a suitable candidate, we usually blame ourselves. You are not to blame. No one is to blame".
—Violet, Dowager Countess, Downton Abbey, Season 3, Julian Fellowes.
Vista con perspectiva la supervivencia de Charles a la gripe española era más que un milagro. Mucha gente joven, fuerte, entre los 20 y los 40 años había sucumbido a la epidemia. Eran una mayoría de entre las víctimas. James Maclachlan le había escrito dándole terribles noticias sobre Gilbert MacDonald y Nathaniel Colle. Había conocido a ambos en Glasgow durante la guerra y ambos habían muerto durante la expansión de la enfermedad ese otoño.
Eran jóvenes y sanos, y habían caídos enfermos al volver a casa como Charles…
Las páginas de los obituarios en los periódicos nacionales y locales, que se habían llenado de muertes durante la guerra, ahora también registraban las víctimas de la cruel dama española. Abundaban las historias de hombres que habían sobrevivido al frente occidental sólo para morir de fiebre a su regreso.
A Fiona le entraban ganas de gritar, llorar y romper algo al pensarlo. Esas vidas jóvenes que habían sobrevivido a lo peor de la guerra… era tan injusto…
Sacudió sus pensamientos para centrarse en el presente.
Los días siguientes al Armisticio se habían registrado viciosas peleas en las calles de Irlanda entre nacionalistas y unionistas.
El pueblo había apoyado al Partido Parlamentario Irlandés desde la década de 1880, pero cuando a mediados de diciembre de 1918 se celebraron por fin elecciones, el Sinn Féin obtuvo una clara mayoría. En lugar de representar a Irlanda en el Parlamento británico, los nacionalistas anunciaron que establecerían un nuevo gobierno en Dublín.
El 21 de enero de 1919, los políticos del Sinn Féin recién elegidos se reunieron para establecer el Dáil Éireann, un nuevo parlamento irlandés, y proclamaron la independencia de Irlanda con el objetivo de romper todo vínculo con el Reino Unido… Ese mismo día, dos miembros de la Real Policía de Irlanda (RIC), la fuerza policial existente respaldada por el gobierno británico, fueron atacados y asesinados por un grupo nacionalista armado de voluntarios, que más tarde se conocería como el IRA.
La opresión británica se intensificó.
Lejos quedaban ya esas tres semanas de diciembre en que Charles y Fiona habían pasado en Dublín en relativa calma pese a la ocasional violencia callejera y la creciente incertidumbre política y los estragos de la influenza.
Dublín, diciembre de 1918.
Para Navidad, la segunda ola de gripe había disminuido en gran medida. A la sombra de las tragedias de la guerra, la pandemia y la cuestión irlandesa, las fiestas navideñas se convirtieron en una extraña pausa en el tiempo que dio lugar a expresiones de pérdida y rabia pero también de esperanza. Había restricciones pero a diferencia de en América el transporte en ferri y ferrocarril seguía funcionando con normalidad y el uso de mascarillas variaba entre ciudades.
Una mayoría de la población estaba decidida a celebrar la primera Navidad en tiempos de paz después de cuatro años.
Paseando por la calle Drogheda, estrecha y adoquinada, y decoración navideña en las tiendas, Fiona observó a Charles de reojo. Estaba absorto mirando la medalla de oro de Santa Margarita que su abuela le había regalado en una breve visita a casa. Había sido a principios de mes, mientras Charles tenía por fin esa reunión con William Dudley Ward y sus colegas del partido liberal en Londres.
La pandemia española, como si de una nueva gran guerra se tratara, estaba causando verdaderos estragos en la capacidad de recuperación emocional de los supervivientes y Charles Blake no era ninguna excepción. Su trabajo y Fiona se habían convertido en su tabla de salvación.
A Charles, la muerte de su madre seguía pareciéndole un acto del destino brutal y sin sentido. Su padre continuaba encerrado en sí mismo y evitándolo, y por ello, se sentía agradecido de cualquier distracción que le permitiera mantener la mente ocupada.
No quería pensar en aquello. Miró la hora y se sorprendió de que todavía no fuera mediodía. Tenía la sensación de que había pasado un largo y duro día desde esta mañana.
Nevaba y había poca gente en la calle. Algunos niños vendiendo periódicos por la calle. The Irish Times, The Freeman's Journal, The Irish Independent, The Dublin Gazette.
La pareja llevaba bufandas hasta la nariz y abrigos largos para resguardarse del temporal y de la gripe. Fiona puso los ojos en blanco a algo que él había dicho.
– A ver, repítemelo con cuidado – insistió Charles provocador, mirándola con un fugaz atisbo de diversión – tu abuela te ha regalado una medalla de Santa Margarita de Antioquía, que dices que es la santa patrona de las mujeres en estado y los partos… ¿No es un poco precipitado? Nos casaremos en otoño. Faltan muchos meses para pensar en darle bisnietos…
– No te burles. No es algo ni mucho menos tan retorcido como haces que parezca. Mi abuela se llama Peggy… ¡Margaret! Esta es su santa…
Charles bajó la cabeza para esconder la sonrisa genuina en su mirada, sus ojos brillando en la pálida luz de ese día de invierno.
Fiona no pudo evitar imaginarse su boca masculina, firme y suave al mismo tiempo, y la forma de sus hoyuelos debajo del grosor de la lana. Colocó la mano en su brazo.
Una expresión de afecto indisimulado atravesó el rostro de Charles Blake. Debatir con ella aunque fuera por una absurdidad hacía que se sintiera menos miserable.
– Lo siento. Ya sabes que todo el asunto de los santos es nuevo para mí – Charles se disculpó con levedad. La miró con cariño, encantado de provocar ese gesto exasperado en ella y admirando como eso acentuaba su forma de reír con los ojos.
La chica negó una vez más con la cabeza y una ceja alzada. Su expresión bienhumorada.
Bajó la voz para contestarle. Con la escasa concurrencia a su alrededor y el mal tiempo era poco probable que nadie se entretuviera a parar la oreja, pero estos días era mejor evitar malentendidos con extraños en medio de Dublín.
– Si lo que insinúas es que mi abuela irlandesa, que es más católica que el Papa, nos ha dado una especie de pase para encomendarnos pronto a Santa Margarita y hacer Pascua antes de Ramos te tengo que dar malas noticias – dijo jovialmente – Mi abuelo puede que te friese por ello… y estoy hablando de Cillian. Dejo a tu entera imaginación la reacción de Dougal y de mi padre. Regalar medallas es típico de mi nana Peggy, tengo una parecida de la virgen María, seguro que te acuerdas.
– Sí, por supuesto. La recuerdo del primer día que te vi en Belfast. Igualmente estoy seguro que si tu familia intentara algo pavoroso contra mí no dejarías que me pasara nada… – refutó con el mismo tono ligero, aunque forzando algo la voz para parecer despreocupado. Charles apartó su bufanda y tocó cuidadosamente sus labios con la yema de sus guantes. A continuación, estiró el cuello un poco y se dobló hacia ella para besarla con ternura. Ella recuperó la medalla de entre sus manos de forma sagaz y le devolvió el beso.
– Te quiero…
– Yo también, Fiona. Si te tuviera cada día por el resto de mi vida no sería suficiente...
Charles se detuvo un instante y torció el gesto en esa mueca dolorida que a estas alturas era bien conocida por ella. Pese a la dicha que sentía por empezar a vivir esta relación, la trágica muerte de Elinor era demasiado reciente y desgarradora. Él no lo había vuelto a decir en voz alta, pero Fiona sabía que en el fondo seguía culpándose.
Como permanente recordatorio, lucía una banda negra en el brazo en señal de luto.
La pelirroja le acarició el cabello y volvió a besarle, deseando tener el poder para alejar de su cabeza ese terrible sentimiento de impotencia.
– Puede que no debiéramos besarnos en este momento, aún se habla de casos de gripe en la ciudad… – acabó aventurando él después de un largo silencio.
– Amor, estamos casi todo el día juntos y compartimos continuamente el espacio del otro, ¿qué diferencia habría?
Charles osciló entre la profunda preocupación y la pausa, y se mordió el labio inferior, con una actitud muy inusual.
– No lo sé.
El joven Charles Blake del que estaba enamorada insistía, nunca vacilaba, hablaba con gesto seguro, apostillaba con decisión, afirmaba, no le cabían muchas dudas acerca del mundo que pisaba.
Esta vez, titubeó.
Un panfleto como los que The Irish Times había esparcido por toda la ciudad recomendaba evitar las multitudes "tomando un tren más tarde a casa, sentándose en el exterior del autobús y usando un abrigo adicional" y sugería que debían "dejar de dar la mano por el momento y dejar de besar quizás para siempre". Era un panorama desolador.
A su vuelta a Dublín, Fiona había encontrado un alojamiento con una mujer irlandesa viuda y sin hijos que era toda amabilidad y simpatía y que la trataba casi como una tercera abuela. Margot Fitzsimmons. Alta y un poco regordeta, de apariencia afable, con el cabello castaño canoso, y que toda su vida había vivido en un pequeño ático de dos plantas en Crow Street.
Charles se hospedaba en el Imperial Hotel, el mismo en el que hace un mes Tony había dado a Fiona la peor noticia que nadie podría darle nunca.
Ella intentaba no rememorar cómo había dolido pensar que el amor de su vida iba a morirse, y en cambio se centraba en apoyarle a pasar su duelo.
Cuando Fiona no trabajaba o él no tenía un montón de documentación que leer para las reuniones que aún tenía pendientes en la capital, paseaban por Dublín como aquello que eran: una pareja de jóvenes enamorados planeando un futuro juntos bajo una pandemia de muertes que parecía por fin ir a la baja y una enorme incerteza política.
Los meses de cartas y separación por la Gran Guerra empezaban a parecer lejanos.
Sus padres la habían ido a visitar a casa de Margot Fistzimmons durante las fiestas navideñas y Charles había estado allí para pedirles oficialmente su mano.
James y Maeve le habían dado el pésame y se habían mostrado emocionados como si fuera un hijo.
La joven pareja ya había recibido la bendición de Theodore Blake aquel noviembre en Sheffield.
Había sido el día de Navidad en el comedor de Margot Fistzimmons que Charles le había regalado finalmente un anillo de compromiso. Era de oro blanco con una aguamarina central y dos esmeraldas. Encajaba en su dedo a la perfección.
Su padre que estaba sentado en una de las puntas de la robusta mesa rectangular se echó a aplaudir tan buen punto como Charles sacó un pequeño estuche de terciopelo de su bolsillo y Fiona pudo distinguir la risilla de su casera. – Ya era hora, queríamos ver ese anillo – jaraneó James Maclachlan con voz amable.
Por el rabillo del ojo, Fiona distinguió la amplia sonrisa de su madre.
– Debí comprarlo antes. Pero con todo lo que ha pasado, no encontraba ninguno que fuera adecuado y no sabía si era muy pronto para pedirle a mi padre esta joya… – se disculpó Charles.
– Charles – farfulló Fiona – ¿El anillo pertenecía a…?
– A mi abuela y después a mi madre – sonrió afectado – Lo siento, se supone que esto debe ser algo alegre, no quiero empañar el momento, Fi. Me gustaría que lo tuvieses tú.
– Oh, Charles. Es muy bonito. No querría perderlo…
Tocó el anillo con cariño.
– Hay una cadena en el estuche, pensé que sería lo más apropiado por si tenías que quitártelo para escribir.
Fiona se rió y le brillaron los ojos.
– Deja que lo miré de cerca, criatura. – Exclamó la señora Fistzimmons que se había puesto de pie – Mi vista ya no es lo que era antes. Y esto es lo más romántico que ha pasado en esta casa en cuarenta años…
Todos en la sala se habían mostrado más contentos que lo que ameritaba el mundo por esas fechas, especialmente después de haber dado cuenta de una abundante comida y bebida y de felicitar a la pareja con un inmenso cariño.
Esa tarde cuando se quedaron solos en la sala de estar, mientras sus padres acababan de deshacer las maletas para pasar un par de días más con ella y Margot Fistzimmons tejía en el salón, Charles la miró con completa fascinación. Fiona seguía contemplando el anillo con gusto; tan cautivada por su significado como recelosa por perderlo como cuando se lo había puesto.
El dinero que costara ese anillo era prácticamente lo de menos. Era su valor familiar lo que la abrumaba.
– Es perfecto para ti – comentó Charles.
– Me encanta. Pero tiene demasiado valor y voy a extraviarlo o me lo van a robar, no sé llevar joyas, no tienes ni idea cuantos brazaletes llegué a perder de niña por mi cabeza. Debería quitármelo y guardarlo a mejor recaudo que una cadena en mi cuello. Devolvértelo.
– Ni hablar. Quiero que lo lleves puesto. Pensé que podía molestarte para usar la máquina de escribir y que había un cierto riesgo que lo extraviaras si eso pasaba, siendo algo despistada – bromeó ligeramente – por eso compré expresamente la cadena. Es tuyo para siempre.
Fiona asintió genuinamente feliz. Esa era una joya familiar de altísima valía para los Blake, no podía decepcionarlo.
Charles le agarró la mano pero en vez de besarle los nudillos uno por uno, como había querido hacer desde que le había colocado el anillo, le dio un pequeño mordisco travieso en uno de ellos, la retuvo un momento y luego la soltó.
– No parece correcto sentir esta alegría después de perder a mi madre, aun parece imposible pensar que no está en casa con papá o que ambos no estén aquí con nosotros… – lamentó entonces, con semblante serio – Hubiera ido a acompañar a mi padre en un día como hoy… pero ha insistido en que debía hacer las cosas bien con tus padres y que él ya había aceptado esa absurda invitación de sus amigos a una pequeña cacería entre íntimos que se celebrara mañana en Carlisle. No es que pretenda que se quede encerrado en esas cuatro paredes pero ni siquiera ha pasado el tiempo de duelo…
Charles Blake no quería que los Maclachlan dudaran ni por un momento de su compromiso con su hija. Sin embargo también habría deseado estar con su padre en esas fechas.
– Cariño…
– No hace falta que… sé que ella querría que su único hijo fuera tan feliz como fuera posible y que su marido no se consumiera en casa cuando tiene amigos que lo apoyan… y no me preocupa qué digan por ello... pero parece demasiado pronto… Es demasiado pronto para asumir que la vida sigue sin más…
– Lo sé…
Fiona lo abrazó y lo besó.
Para Fin de Año tuvieron una cena privada en unos de los reservados del restaurante del hotel donde Charles se hospedaba.
Fiona se preguntó durante casi toda la velada qué había hecho o dicho su prometido para que ni Margot Fistzimmons ni en el hotel no le pusieran ninguna pega pese a no estar casados.
Les recibieron con champagne y canapés. Más tarde, les sirvieron caldereta de langosta y delicioso cordero al horno con manzana. Ella miró fijamente a su prometido y se movió un poco en el asiento.
Fingió ajustar una de las servilletas en su regazo y analizó el rostro de Charles mientras éste recordaba una anécdota vivida de pequeño con sus padres. Un perrete que encontró en el bosque y que Elinor y Theodore le permitieron quedarse después de suplicarles durante días y no antes de recorrer todas las casas cercanas por si pertenecía a alguien. El futuro baronet se mordió el labio un segundo y miró hacia otro lado en acabar, reposicionándose en el respaldo del asiento, su brazo en el borde de la mesa. Fiona juntó las manos y agitó un pie inquieta.
Sabía que él se seguía culpando de haber llevado la enfermedad a casa y no podía llegar a esa parte de él para curarle todo ese dolor. – Charles, estoy segura que lo último que querría tu madre es que te siguieras torturando por algo que nunca estuvo en tus manos… – dijo sin perder de vista su expresión.
– Estoy bien, te lo prometo – le aseguró.
Ella quiso creerle pero no pudo.
Poco después, el camarero les sirvió los postres y Fiona se entretuvo jugando con la cucharita considerando dar un mordisco a la cobertura de chocolate e intentando pensar en algo que pudiera hacer o decir para ayudarle a pasar por esto.
¿Qué podía hacer?
Puede que nada. Suspiró resignada.
– Antes de la guerra habría sido impensable que una pareja no casada cenara sola en un reservado sin que nadie pusiera pegas ni estuviera preocupado por la reputación del lugar… – incapaz de encontrar una manera de romper sus defensas se decidió por cambiar de tema y volvió a indagar sobre aquel pequeño misterio.
Los rasgos de Charles se iluminaron de pronto con una delgada sonrisa.
– ¿Por qué supones que es un problema? Nadie nos conoce y no di detalles. De hecho, puede que haya dado tu nombre mal y la dirección del hotel piense que eres Fiona Blake. Sería un terrible error que me dijeran algo por cenar con mi señora... ¡Podrías ser mi esposa aquí y ahora! – espetó, y Fiona no tuvo claro si hablaba en broma o en serio.
Después, pareció muy sereno y muy seguro… como si ella hubiera conseguido ahuyentar parte de sus malos pensamientos con algo tan simple y trivial.
Hoy Charles Blake sentía tan intensamente este amor como lo había hecho en Inverness o en ese estanque en casa de su primo... Estaba tan perdidamente enamorado como cuando ella había entrado en su habitación en Sheffield mientras se recuperaba de la gripe trayéndole al fin algo de luz.
Nunca podría volver a amar tanto o durante tanto tiempo a alguien más. Y se daba cuenta que no era correcto rehuir ese sentimiento, pese a la pesadumbre y dolor que atravesaba por el repentino deceso de Elinor…
… porque sabía que podría haber muerto y entonces se les habría negado esta oportunidad.
Fiona le hacía feliz y algo atortolado.
El corazón de la pelirroja dio un vuelco y sintió que las mejillas se enrojecían sin ninguna razón en particular cuando extendió la mano hacia él y éste se la sujetó.
– Pásame la carta de los licores para brindar por 1919. Elijo yo…– dijo con un hilo de voz.
Charles levantó una ceja sorprendido, pero sin comentario alguna le pasó la carta que acababa de entregarle uno de los camareros y que por defecto se encontraba en su lado de la mesa.
Fiona se concentró entonces en leer la oferta de whisky que ofrecía el restaurante sin apenas pestañear. Debía reconocer que sabía menos de ello de lo que se esperaría de la hija de un empresario del sector. Leyó algunos nombres en voz alta y frunció los labios. – ¿Y si pedimos otra botella de champagne?
– Encantadora – murmuró Charles con aquella voz que parecía encender todas sus terminaciones nerviosas. Mientras la observaba sus ojos se posaron en ella con apreciación, y añadió en tono bromista pero afectuoso: – Tengo conmigo a toda una heredera de una de las mejores firmas del 'agua' que da vida a Escocia y quiere beber champagne. ¿Por qué no me recomiendas un buen whisky irlandés sino escocés?
– No te burles, mi padre nunca me ha involucrado en ello, lo sabes muy bien.
– Quien sabe, este año podría ser un buen momento para cambiar eso…
Ella vaciló como si considerara sus palabras.
– Creo que no me veo en ese papel. Pero estaría bien que al menos lo considerara del mismo modo que habría hecho de tener un hijo varón.
La industria del whisky no era su sueño, el periodismo lo era, pero aun así…
El rostro de Charles se puso serio pero su tono fue igualmente cariñoso.
– Estoy seguro que podrías aportar muchísimo a la destilería. Es una locura que tu padre ni lo considere.
– Honestamente, Charles... Mi padre es buen hombre y ciertamente más moderno que la mayoría… Pero supongo que en el fondo cree que las mujeres no estamos preparadas para manejar nada que tenga que ver con el dinero…
– Pues es una pena que sea así.
– Tarde o temprano va a tener esa charla sobre el futuro de su negocio contigo, su yerno, no conmigo, su querida hija. Estoy segura de ello – frunció un poco el ceño pero no dejó que el pensamiento la atribulara.
– Si habla conmigo, voy a decirle exactamente lo mismo. Tienes capacidad de sobras para ello.
Fiona miró el reloj. Eran casi las doce.
– Sólo déjalo estar, ¿de acuerdo? – Dijo con un mohín – Acércate y bésame. Porque si lo he entendido bien, ahora mismo soy tu esposa, eso nos da alguna que otra libertad…
– No mucha, sigue siendo cierto que la señora Fistzimmons confía en que te lleve sana y salva a casa y no me tome ciertas licencias – puntualizó. – De todos modos, aunque antes haya bromeado sobre ello, tengo claro qué harían de mí tu padre y tus abuelos si alguien fantaseara con ponerte la letra escarlata por mi culpa…
– Charles…
Cambiándose de silla con una ligera sonrisa en los labios se inclinó hacia ella. La frase que Fiona iba a decir se quedó a medias, porque Charles Blake la estrechó contra sí y le aplastó los labios con los suyos. – Maldita sea, Fi. Te deseo y cada vez es más difícil contenerme cuando estás a mi lado – masculló, besándola.
– Nunca te he pedido que te contengas… – le corrigió ella en un susurro.
Pese a sus palabras, su mirada se dirigió un segundo a la puerta: preocupada porque no entrara ningún camarero y les interrumpiera en una posición inadecuada…
Podían ir más allá, pero ciertamente no en un restaurante, no por muy privada que fuera esta sala.
– Lo sé, sé que no me has pedido refrenarme o dar un paso atrás, por eso me cuesta tanto no suplicarte que te quedes esta noche en mi habitación conmigo…
– ¿Y qué te lo impide?
La respuesta llegó con un discreto golpe en la puerta y una leve disculpa. – Señor Blake, señora Blake, discúlpenme. ¿Van a pedir algo más?
Esa noche no pasó nada entre ellos, a pesar de que les hubiera sido terriblemente fácil colarse en la habitación de Charles. Fiel a su palabra, Charles Blake la acompañó puntualmente a casa de Margot Fistzimmons pasada la celebración de medianoche.
Después de veintiún intensos días de diciembre, de largos paseos cogida de su brazo, compras navideñas, besos fugaces, bromas y sonrisas agridulces que se acompañaban a menudo de expectación por el futuro y de un halo de legítima tristeza por Elinor, se despidieron la mañana del 1 de enero en la estación de la calle Amiens.
El día de las elecciones Charles había permanecido con la joven escocesa mientras se desplazaba entre colegios electorales para escribir una crónica sobre cómo se vivían los comicios en los puntos de votación y en las calles de Dublín. En uno de ellos incluso le había hecho el favor de fingir ser Andrew Buchanan para que le permitieran hablar con un diputado y lo había hecho tan bien (¡hasta al imitar algo parecido al acento americano!) que para ser sincera se le había puesto el vello de gallina. Fiona se había descubierto maravillosamente cautivada por su apoyo ese día.
Su artículo empezaba contando:
"Algunos aseguran que los irlandeses escogen en estas elecciones entre una política ficticia que sueña con una República imposible de 'leprechauns' y monedas de oro al final del arcos iris o una que ofrezca ventajas tangibles en el presente. Pero esta no es la realidad de esta jornada electoral para muchos dublineses. En Dublín norte un votante aseguró a este periodista que votaba para escapar "de la sombra de un imperialismo recalcitrante" y marchar "hacia la plena luz del sol de la libertad". Otro sin embargo evitó posicionarse en ese sentido e insistió en la importancia de estas elecciones para aquellos previamente excluidos del proceso electoral.
Mientras en algunos puntos ha habido reyertas entre simpatizantes nacionalistas y unionistas, en el lado sur de Dublín una procesión de mujeres de diferentes tradiciones políticas ha marchado por las calles de la ciudad hacia las urnas portando flores y banderas.
No conoceremos los resultados en seguida pero puede que los irlandeses hayan votado en mayor número que nunca marcando el comienzo de una nueva era política. Una de las claves: El Sinn Féin se ha posicionado como la principal y radical alternativa al Partido Parlamentario Irlandés que muchos ya definen como "obsoleto" e "ineficaz" y del cual el diputado nacionalista William O'Brien ha predicho a este periódico que saldrá de las elecciones, metafóricamente, "tan muerto como Julio Cesar". En los puntos de votación si bien el Sinn Féin del encarcelado Éamonn de Valera ha despertado escepticismo también ha generado buenas dosis de entusiasmo […]".
El recuento de votos se había retrasado para permitir la llegada de los votos por correo de los soldados que prestaban servicios en el extranjero y el resultado no se anunció hasta quince días después: el 28 de diciembre.
"La gente común no sólo ha votado, sino que ha cambiado lo que significaba votar en Irlanda. Aunque con notorias excepciones en el norte, los votantes han decidido retirarse colectivamente del estado en el que se encuentran y correr el gran riesgo de imaginar otro. Y lo han hecho, no matando a nadie, sino marcando un papel. Se han votado a sí mismos para abandonar la condición de súbditos y optar por una esperanza de ciudadanía", había escrito Fiona bajo el seudónimo de Andrew Buchanan ese día.
Charles había estado muy callado mientras leía ambos artículos.
Durante esos flemáticos días de diciembre, mientras el país entero esperaba conocer los resultados de los comicios, también Fiona había querido conocer con atención el trabajo de Charles. Éste basaba sus primeros análisis en el convencimiento que los latifundios no eran viables a largo plazo. Las grandes propiedades tendrían que hacer rentable las tierras y para ello diversificarse.
En ese momento su trabajo era apenas un primer borrador macroeconómico al que habría que añadir proyecciones con distintos escenarios y un mucho mayor trabajo de campo. Charles era mucho más benevolente con la clase propietaria de lo que ella sería.
Fiona entendía su posición pero en el fondo creía que el país necesitaba una reforma agraria mucho más profunda que la que nunca podrían soñar los liberales. Pensaba sinceramente que era necesario expropiar tierras a los grandes dueños latifundistas improductivos para ponerlas a disposición de quienes las trabajaran, aunque no esperaba que él estuviera de acuerdo.
– El amor es de una simplicidad abrumadora, Fiona, créeme – Le había prometido Charles en la estación – Te amo, ya lo sabes… Tú y yo vamos a ser inmensamente felices una vez que por fin vivamos juntos, y eso pese a que no en todo nos pongamos de acuerdo y seamos un par de cabezotas…
Los recuerdos de esas semanas se le amontonarían en el cerebro como un torbellino en el futuro.
Kildare (Irlanda), 6 de febrero de 1919
Después de pasar medio mes con su padre, aunque fuera a regañadientes de éste, y medio mes en Londres, Charles estaba de vuelta aquel 6 de febrero.
Pero Irlanda ya había cambiado para siempre.
El corresponsal del Manchester Guardian al cual el periódico se había referido para recoger las comunicaciones oficiales del castillo de Dublín había dimitido tres días antes.
Estaba sola en ese cometido y Michael Gregson confiaba en ella para adoptar el papel que hiciera falta a partir de ahora. No sólo escribiría reportajes y crónicas de color donde el latido de la calle y lo excepcional se convertían en categoría para explicar la política de los tiempos, habría extractos, entrevistas a políticos no como excepción, sino como regla, y discursos parlamentarios...
Charles y ella habían decidido encontrarse en Kildare, un pueblo al sudoeste de Dublín. Habían acordado llegar allí por separado, no sólo porque Fiona últimamente se sentía observada en Dublín, sino porque la posición pública de su primo y su recién estrenada cercanía al gobierno de Lloyd George ponían a Charles en una situación incómoda en según qué ambientes. Particularmente en un barrio como el de la señora Margot Fistzimmons, donde muchos jóvenes querían luchar por la causa y eran vocales sobre ello. Era especialmente delicado porque hacía muy poco tiempo de la proclamación del Dáil y nadie sabía qué pasaría a continuación.
Planes y reuniones de apoyo a la República y la insurgencia anti-inglesa se celebraban ahora en salones no muy distintos al lugar donde le había regalado el anillo de compromiso el día de Navidad.
Habían pensado en quedar cerca del ayuntamiento y mantener una actitud prudente, pero finalmente Fiona había querido aprovechar la ocasión para salir de la ciudad. Quería a Charles para sí misma y para nadie más al menos unas horas. Por alguna inexplicable razón Sir Blake estaba en Dublín y había pedido encontrarse con ambos antes de partir a casa esta tarde.
Cuando pisaba la capital irlandesa, Severus frecuentaba el Kildare Street Club, estrechamente asociado con el Partido Conservador Irlandés. Quedar en el pueblo de Kildare intentando retrasar tantas horas como les fuera posible un encuentro con el baronet parecía, según Fiona, una deliciosa ironía, de la cual Charles era bien consciente. Sin embargo, Kildare y otros pueblos de tierra adentro eran principalmente una excelente opción para cambiar de escenario, estirar las piernas y respirar el aire del campo.
En parte por la impaciencia borboteante de la juventud y en parte por las ganas de estar en sus brazos sin dejar pasar un minuto más, Fiona recorrió casi a la carrera el camino de grava que daba la vuelta al pueblo, antes de internarse en la calle que llevaba a la iglesia a través de unos robledales. No se molestó en colocarse el sombrero ni los guantes al salir del tren. El aire glacial de febrero era un alivio y le insuflaba impaciencia. Llegó detrás de una fuente, un muro subyacía allí entre yedras. Era la primera vez que estaba aquí pero el día anterior se había estudiado el mapa de Kildare a pies juntillas y había vuelto a memorizarlo en el tren. Puede que porque estaba nerviosa y desesperada por verle.
El viento hizo que uno de sus mechones se escapara de su recogido y le hiciera cosquillas en la cara cuando bajo con cuidado los tres escalones que llevaban a una especie de plaza. Charles se volvió de pronto al oír alguien aproximándose.
– Estaba enfrascado en mis pensamientos – le explicó con una sonrisa.
– ¿Fumas? – Preguntó Fiona dirigiendo la mirada al cigarrillo que tenía entre los dedos. Sus guantes descartados en un bolsillo y su sombrero olvidado. Parecía que ambos favorecían pasar un poco de frío cuando estaban nerviosos.
– No o al menos tengo intención de dejarlo. Es una mala costumbre adoptada después la muerte de mi madre. Las noches en vela son malas compañeras – se excusó.
Fiona asintió con un suspiro.
– ¿Me liarías uno?
– No pretendo hacerte caer en mis peores hábitos sino salir de ellos. El olor es francamente apestoso – le respondió.
Charles jugó un momento con la lata de la pitillera antes de decidir no prestársela y volverla a guardar en el bolsillo de la chaqueta. Tiró el cigarrillo que estaba fumando.
– ¿Me vas a prohibir fumar como un caballero de la vieja escuela? – hizo una mueca Fiona.
Charles le dio un beso en los labios para cortar la protesta y ella protestó debidamente dándole un pellizco de broma en el brazo y fingiendo una mueca por el marcado sabor a tabaco en su boca.
Se rieron.
– ¿Has leído que De Valera se ha escapado de una prisión inglesa junto con otros dos convictos? Los tres son figuras muy destacadas del Sinn Féin. Las autoridades penitenciarias están perplejas sobre cómo ha sucedido y no hay pistas sobre su paradero…
– Es una historia sensacional. Pero, Charles, las cosas parecen complicarse cada vez más. Si hay gobierno en la clandestinidad y las autoridades británicas no ceden, estamos en un escenario completamente nuevo… – dijo la chica con una mezcla de vértigo y prudencia. Ese podía ser el punto de no retorno que liberara Irlanda. ¿Pero cuál sería el precio?
Él la miró.
– Ya… sé lo quieres decir… – dijo mientras recorrían la corta distancia que quedaba hasta la fuente – Parece que vamos a seguir viviendo la historia en primera persona, en vez de leerla cómodamente en los libros, ¿ehm?
Fiona guardó silencio.
Lo que menos le apetecía era un debate político horas antes de enfrentar a Sir Severus Blake. No quería entrar en el juego de defensa y ataque que era tan natural entre ellos durante sus charlas y debates. Esta vez no le apetecía para nada y Charles era increíblemente tenaz polemizando. Por eso preguntó:
– ¿Podemos disfrutar de la mañana?
– Por supuesto.
Él sonrió. Fiona le dio la mano y caminaron un rato.
Charles le rodeó la cintura con su brazo, al tiempo que se paraba para besarla. Siguiendo su ejemplo, Fiona le devolvió el beso, hundiéndose su boca, las manos en su pecho. El aroma a tabaco desvaneciéndose. Dejó que mordiera su labio, totalmente vencida a él y suspiró levemente cuando sintió sus labios recorrer su mandíbula. Había perdido por completo la noción del tiempo. Había olvidado cómo contar los minutos, los segundos.
– Te he echado de menos – dijo con voz suave, casi un susurro.
Fiona sonrió, pero sus ojos seguían serios.
– Y yo, Fi. Yo también te he echado de menos – Charles exhaló. El latido de su corazón golpeando en su pecho.
– Podría acostumbrarme a verte cada día como en diciembre, ya lo sabes – confesó ella – Aunque fuera para verte trabajar en esos aburridos informes mientras almuerzas…
– Mmm – Charles apretó su mano con delicadeza en esa forma particular de decirle "te quiero". Se mordió el labio mirándola, sin aliento – Eso es exactamente lo que vas a hacer por el resto de tu vida cuando nos casemos...
– Lo sé.
Bajó la cabeza, sintiéndose un poco culpable. No había querido decir eso, no tal como había sonado en su cabeza al decirlo, o quizás sí, quizás había querido tener esta conversación desde noviembre. – No quiero que dejes tu trabajo por mi culpa, Fiona. Es evidente que ese jefe de redacción tuyo confía en ti y que estás haciendo un excelente trabajo.
– Y yo no quiero que nadie sienta que fallas a tus obligaciones con Killoughagh Castle por nada, y menos por mí – le aseguró llevando la mano de él sobre su corazón. – Habrá otros lugares y otros temas para explorar. Y estos meses van a ser una autentica montaña rusa, puede que haya dado todo a Irlanda lo que tengo como periodista cuando llegue el momento.
– Si las cosas fueran diferentes…
– Pero no lo son – le cortó. – Ya lo hemos hablado, si las cosas se dirigen a donde parece… no creo que pudiera ejercer en Dublín siendo la esposa de un futuro baronet inglés en el Úlster, uno que trabaja para el gobierno de Lloyd George… demasiada gente presupondría qué pienso y de qué parte estoy por la alianza en mi dedo… sería un peligro para los dos.
Charles acarició la cadena que colgaba de su cuello, llevaba el anillo, su anillo, escondido dentro de sus ropas, pero cerca de su corazón. Era más que suficiente para él.
– Hay tantas cosas que quiero decirte, Fi. Tantas maneras de decirte que te quiero. Pero una vez que empiece no estoy seguro de volver a callarme…
– Deja que las acciones hablen por si solas – Fiona le miró a los ojos y se volvió a inclinar hacia delante para presionar sus labios contra los suyos en un beso tan breve como intenso.
El ambiente era frío, húmedo. Pero ella ardía de amor por el hombre que la tenía entre sus brazos, el hombre que acababa de besarla apasionadamente y al que correspondía.
Charles cerró los ojos cuando ella entrelazó sus manos a su cuello hundiendo levemente los dedos en su cabello.
Había una intranquilidad velada en esa última conversación y ambos eran muy conscientes de las implicaciones de algunos de sus silencios.
La miró a los ojos: grandes, azules e intensos. Ella lo observaba como si pudiera leerle la mente, de una manera en la que se sentía tremendamente expuesto.
Él, que siempre había sido racional y lógico, no se había dejado llevar por los sentimientos sin antes pensarlo con atención, estaba completamente embobado por esa chica escocesa, rebelde y obstinada como ella sola.
Charles eligió con cuidado los recuerdos que hacían que estos sentimientos quemasen con fuerza en su pecho. Sus cartas. Belfast, Inverness, Killoughagh Castle, Sheffield y ese diciembre en Dublín. Ninguno de ellos amainaba.
Con ella en sus brazos los músculos de su estómago se tensaron involuntariamente al aspirar su aroma y darse cuenta que una vez más podía notar sus formas femeninas a través de la ropa. Distinguir uno por uno los lunares en su rostro y su cuello.
Fiona protegía su fe política y su teoría de las clases con aplomo. Orgullosa de su familia materna que había inmigrado de Irlanda a Escocia huyendo de una profunda miseria, y no por ello menos ufana de las fuertes raíces escocesas en las que se asentaba toda su familia paterna y de un padre hecho a sí mismo.
En los años venideros, Charles rememoraría con frecuencia esta tarde, en la que después de prometerse un futuro juntos y de decirse a sí mismo que la amaría por siempre, tomaron un atajo por el sendero que rodeaba el pueblo y enlazaba con el camino principal en el punto donde se perdía de vista la iglesia. La expectativa y el temor que le inspiraba saberse agraciado por su cariño y su amor... El cabello rojo de ella y sus ojos claros, un beso, un abrazo, la felicidad que engrosaba la promesa de una vida a su lado…
Nunca se había sentido tan lúcidamente inexperto, ni había experimentado esa hambre, toda esa impaciencia para que esa vida empezara.
Sus padres habían estado casados durante un montón de años e incluso después de la pérdida de su esposa, Theodore aseguraba seguir enamorado de la mujer con la que había contraído matrimonio y tenido un hijo.
Por alguna razón, Charles se imaginó dos décadas en el futuro, en 1940, con cincuenta o cincuenta y un años, cuando ya sería un hombre maduro, pero no tanto como para no poder disfrutar con plena energía de una esposa y una familia, un economista curtido y docto, con un acopio a la espalda de éxitos o fracasos…
Entre los dos habrían llenado la casa de libros. Fiona habría hecho de periodista en otros lugares, habría acabado esos estudios que la guerra y las circunstancias habían demorado y tendría libros y escritos garabateados suyos en todos los rincones de casa. Tendrían una casa espaciosa y llena de luz, atiborrada de recuerdos de toda una vida de viajes y encargos profesionales.
¿Qué habría pasado en sus vidas? ¿Habrían servido de nada los informes para evaluar los escenarios económicos que se abrían tras la Gran Guerra? ¿Qué habría sido de Irlanda para entonces?
– Es del todo oficial. Voy a trabajar para el gobierno de Lloyd George, no sólo como asesor externo. Incluso me van a asignar un asistente – le confirmó. Habían conversado brevemente sobre ello por teléfono.
– No tenía ninguna duda que te lo ofrecerían. Es maravilloso.
– ¿Te parece bien? Aún no es una plaza de funcionario pero podría optar a ello, con el tiempo.
Fiona le sonrío. ¿Cómo iba a decirle otra cosa que no fuera lo orgullosa que estaba de su logro? Él la miró con un recelo divertido. Entre ellos, incluso un comentario trivial sobre el clima resultaba provocador, pero no quiso estropear el momento con ninguna estupidez.
– Absolutamente. Sé que no es un compromiso corto, si no hay ningún alboroto sonado en Londres, estarás trabajando en ello otros cuatro, quizás ocho años, puede que más. Podrías haber una carrera política esperándote después de esto…
– A eso iba. No lo hemos hablado pero sé que Londres no es tu ciudad favorita del mundo para vivir, Fi. Y habíamos hablado de viajar un mes o dos por Europa tan buen punto pudiéramos – admitió – Pero ¿crees que podríamos hacer que funcionara? Al menos por un tiempo. Más adelante, cuando esté mejor asentado, el puesto requerirá viajar más… hacer algo de trabajo de campo. No será necesario vivir en Londres todo el tiempo.
Fiona asintió porque lo contrario resultaba muy difícil. Ella aún no sabía que haría después de Irlanda (¡donde todo apenas parecía comenzar!) y de pronto él tenía toda esa vida montada. ¿Estaba siendo condescendiente como el resto de hombres que había conocido? No. Era ella la que interpretaba más cosas de las que había y la que estaba nerviosa y disgustada consigo misma, pensó.
No era como si Londres fuera una ciudad sin periódicos o como si no pudiera recopilar el trabajo de su tío Albert y escribir ese libro póstumo para él en cualquier parte del país. Sin duda, uno podía cultivar la más brillante de las carreras periodísticas en la maldita capital del Imperio Británico, ¿pero era lo que ella quería de verdad?
Él apartó su vista y miró a lo lejos un segundo o menos. Ambos eran demasiado tercos para reconocer que caminaban sobre una fina línea con aquél plan.
Fiona frunció el ceño.
– Oye, si quieres no hace falta que vengas esta tarde cuando me reúna con mi primo. Sé que no se portó bien la última vez y, conociéndolo, no va a hacerlo esta – Charles se interrumpió como si estuviera sopesando algo, con dedos fríos alcanzó su mano y fue recorriendo las líneas de su dorso hasta acariciar la base del pulgar – Voy a explicarle que hemos acordado no publicar ningún anuncio oficial del compromiso en ningún periódico hasta septiembre y va a tener que aceptarlo porque no es su boda. Es la nuestra.
A Fiona le sorprendió que él pensara que era esa cuestión la que había suscitado su preocupación. Era verdad que habían decidido hacerlo así porque ahora mismo nadie sabía hacía donde iba este conflicto latente en Irlanda y ella debía estar libre de etiquetas para poder hacer su tarea de periodista sin suspicacias de más. Algo que también podía afectar a Charles en su nuevo trabajo y en las aspiraciones que tenía en Londres. Pero no era aquello en absoluto lo que había provocado su mueca. No creía para nada que Sir Severus fuera a poner ninguna pega a que llevaran su compromiso con toda la discreción posible. De hecho, puede que brindara efusivamente por ello...
Fiona supuso que llegado a este momento no podía seguir evitando el inexplicable asunto de Sir Severus Blake.
– ¿A qué ha venido Sir Blake a Dublín? ¿Lo sabes?
– No exactamente. Viene con un amigo, un tal Dave Hawthorne.
Fiona tomó aire.
– Bueno, tendremos que descubrir que nos tiene preparado. Es tu primo. Sé que si hubieras estado en Dublín esta mañana, hubiera exigido verte ya, pero no quiero que piense que te retengo o que me escondo de él…
Café Cairo de Dublín, ese 6 de febrero por la tarde.
Resultó que Charles conocía de antes de la guerra a Dave Hawthorne, aunque por lo que Fiona pudo deducir de su tenso saludo, no por su nombre real. No hasta ese momento.
– Fue en una fiesta en el estado del Duque de Crowborough – dijo Hawthorne mientras tomaban un té en el Café Cairo de Dublín. Ambos hombres parecieron estar muy incómodos. Tanto que Severus Blake se olvidó completamente de ella para dirigir todo su desdén a su amigo. Hawthorne era apenas unos diez años más joven que el baronet y hacía relativamente poco que se movían en los mismos círculos.
– Cualquiera diría que has visto un fantasma, Dave. Espero que no pasara nada infame que te hayas guardado para ti. Philip Villiers tiene fama de ser un tipo extravagante. Dicen que su esposa intentó volverse a largar a Luisiana al poco de nacer su hijo poniendo de excusa la repentina enfermedad de sus padres, pero que la amenazó con no volver a ver al pequeño.
– La fiesta no fue para nada infame – aseguró Hawthorne, aunque Fiona no se creyó ni una palabra – Fue una ocasión social de lo más entretenida y constructiva. Sólo que no era consciente que Charles fuera tu sobrino…
– En realidad somos primos en segundo grado.
– Por edad, es mucho más apropiado pensar en ti como un sobrino, en eso Dave tiene mucho razón. ¿Tú también te llevaste una buena impresión de esa dichosa fiesta?
Charles se enderezó en el asiento y se mordió el interior del labio. Hawthorne le miró de forma extraña. De pronto, Fiona pensó que había algo pendiente entre aquellos dos hombres, pero no pudo imaginar qué.
– Absolutamente.
Charles se disculpó para ir al servicio, y cuando Dave Hawthorne se alzó de la mesa dos minutos después, y le siguió con la excusa de ir a pedir un teléfono para hacer una llamada importante que había olvidado realizar esta mañana, Fiona supo que no estaba equivocada.
– ¿Así no le importa celebrar su boda en mi hacienda, señorita Maclachlan? Pensé que se opondría. Podría haber sido en Sheffield, pero dadas las circunstancias…
– No me opondría nunca a celebrar mi boda en uno de los lugares más bonitos del planeta como es la Costa de Antrim, Sir Blake.
Severus Blake y Fiona intercambiaron una sonrisa de compromiso.
Entonces, aunque tendría que haber esperado a quedarse a solas con Charles para que le explicara qué demonios pasaba con Dave Hawthorne, la mirada lacónica de Severus Blake fue superior a ella y antes que éste pudiera decir algo que la incomodara de verdad, se disculpó para ir a empolvarse la nariz.
Esa, suponía, era una excusa adecuada que podía poner una dama en ese tipo de ocasiones.
El interior del Café Cairo era como lo había imaginado: tranquilo pero concurrido, la mayoría de clientes eran hombres bien vestidos de mediana edad y alguna que otra dama que debía ser esposa de uno de ellos, hablando en tonos bajos. En la entrada había bloques, figuras en cuclillas y de pie envueltas en un manto y sosteniendo alguna divinidad o un objeto oculto. En el interior, muebles de estilo barroco tapizados de terciopelo, sillones de cuero y una gran barra con pasteles expuestos situada al fondo. Un cartel anunciaba que una orquestra tocaba cada noche en el salón principal.
Por lo poco que Severus Blake había contado de su visita a Dublín tenía sin duda que ver con su apoyo a los unionistas.
Fiona entró en un corredor y se encontró el lavabo de señoras, con un suspiro, dio un paso hacia al interior. Estaba bellamente equipado y tenía tocador. Debería esperar un momento aquí y volver a la mesa, pero sentía una enorme curiosidad.
Con un gran suspiro salió y se dirigió a la siguiente puerta. No sabía qué sucedía allí, pero en seguida los escuchó hablar entre susurros. No podía ser nada que Charles no fuera a contarle al dejarla en casa de la señora Fitzsimmons esa noche, pero no retrocedió.
– Qué placer verte por aquí, mi querido chico. Francamente, no caí en donde había sentido antes el apellido. Entonces apenas conocía a tu tío.
– Primo… primo de mi padre – La reacción de Charles fue cortante. Había algo mal con aquello.
– Claro, primos. Discúlpame…
Charles soltó una sonrisa sardónica, pero bajo su actitud defensiva pareció sinceramente desconcertado.
– Está bien, David, Dave, o sea cual sea su nombre. Dave Hawthorne, ¿verdad? – exhortó – No entiendo muy bien por qué motivo se ha sentido obligado a seguirme hasta el servicio, señor Hawthorne. Pero su secreto está a salvo conmigo, ya debería adivinar que no voy a contarle a mi primo en qué circunstancias nos conocimos.
Fiona no pudo evitar dar un paso más y por un resquicio de la puerta a medio ajustar se dio cuenta de la cara de preocupación de Charles, el ceño fruncido. La voz de Dave Hawthorne sonó en un tono tan sedoso que pareció la de un hombre muy diferente al que había conocido media hora antes.
– Sentía curiosidad. Tengo muy buen recuerdo de esa noche y del joven valiente que se metió en mi habitación y fornicó conmigo con gran entusiasmo… mejor dicho me hizo tres veces el amor…
La invadió un profundo estopor.
No podía haber entendido lo que ese hombre parecía estar diciendo ni mucho menos las implicaciones de ello…
¿Pero cuantos otros significados podía tener tal cosa? Fiona intentó razonar con la cabeza embotellada y una inesperada furia helada estrellándose contra su pecho, tan repentina y brusca que dolía.
– Tenga cuidado con lo que dice en un sitio público. Eso podría arruinarnos a los dos – dijo Charles serio. No había ningún tipo de amenaza en sus palabras, sólo certeza. Un terrible convencimiento forjado durante años.
– No sufras, oh mio povero caro Carlo… ¡Ah! Y felicidades, por tu prometida – Hawthorne contestó, avanzando unos pasos hacia Charles hasta bloquear toda visión desde la puerta. Fiona lo vio todo rojo. Hizo una bola con los puños hasta que le dolieron los dedos – Es una muchacha deliciosa pero diría que demasiado inteligente para el arreglo que te conviene.
Hubo un sonido, un extraño zumbido, un forcejeo. El beso de Hawthorne tomó desprevenido a Charles, quien le empujó, mientras le advertía que no lo volviera a hacer.
– No es ningún arreglo. Amo a mi prometida y nos vamos a casar, así que lo mejor será que se vaya, vuelva a la mesa, y haga como si no acabase de meter la pata hasta el fondo.
– Fornicas con hombres.
– Me siento atraído por ambos sexos si es que eso, que no es de su incumbencia, va a permitirnos volver a ese salón y olvidar este incidente…
– Te estás engañando a ti mismo y a esa chica.
– Le aseguro que para nada.
Fiona apenas pudo procesar nada de lo que decía Charles en este instante.
¿Se acostaba con hombres? ¿Pero… y ella? ¿Y Freda? No había nada en su historia que hiciese que eso tuviera sentido, pero allí estaba ese hombre mayor con el que Charles claramente había tenido sexo.
Una vocecilla desleal en la cabeza de Fiona le recordó que entre ellos no había habido intimidad. No de ese tipo.
Por encima de la voz de Charles y el ruido sordo de sus propios oídos sólo retumbaban las palabras de ese hombre. ¿Qué clase de mujer no sabía que su prometido era homosexual? ¿Había visto en ella a alguien con quien casarse para cubrir las apariencias? Pero ¿por qué? Había miles de chicas más apropiadas que ella para contentar a su familia.
Ese tal Duque de Crowborough tenía fama de ser extravagante, había dicho Severus Blake. ¡Cielos!
Fiona sabía de sobras que había mujeres que estaban involuntariamente atrapadas en matrimonios con hombres que nunca serían capaces de amarlas. ¿Cuán románticos y enamorados habían parecido todos esos hombres antes de dejar translucir la cruda verdad?
Charles Blake había dicho que quería pasar el resto de su vida a su lado…
Ella se creía una mujer de mundo y era sólo otra chica inexperta y estúpida.
Se quedó allí parada con los ojos como los de un cervatillo encandilado por un destello de luz cuando Charles Blake abrió la puerta para salir del lavabo.
– Fiona…
Pudo escuchar miedo, tensión, y preocupación en su voz. Se puso serio, turbado y pálido.
Charles Blake no se compadecía por su orientación sexual, pero no era de esa manera como había querido que Fiona conociese esa parte de sí mismo.
– ¡Fiona!
La vio salir corriendo por el pasillo, con la mirada puesta en ningún lugar, intoxicada por una historia a la que no podía poner sentido. El corazón de Charles se hundió en su pecho y luego comenzó a latir muy rápido. Tenía que explicarse. Fiona tenía que escucharle.
Charles se acordaba perfectamente de la primera vez que había besado a otro hombre. John. Ambos eran apenas unos chavales de 16 años. Fue un septiembre especialmente cálido y rápidamente eso hizo que empezara a preguntarse si era posible que esa fuera su verdadera inclinación… ¿Cómo podía sentirse atraído por ese chico alto y ensimismado que le metía mano por todas partes mientras lo besaba implacablemente? Había tenido su primera experiencia sexual con una chica aquel mismo verano de 1906 y había sido algo fantástico. Le gustaban las chicas con sus formas delicadas y sus exquisitos senos. Así pues, no tenía ningún sentido que esta otra intimidad le enloqueciera tanto como aquella. Que la dureza y abrasividad que se escondían debajo de la timidez de John pudieran despertar en su cerebro todas aquellas sensaciones.
Al final, concluyó que las personas que no tenían este tipo de inclinaciones difícilmente pasaban tanto tiempo pensando en ellas y que puede que disfrutara del placer de ambos cuerpos.
En la universidad escuchó por primera vez a alguien pronunciar el término "bisexual" pero fue en una anodina discusión sobre el trabajo de Sigmund Freud y no en términos muy halagadores. Daba igual si también le gustaban las mujeres, la práctica de la sodomía era vista como algo abominable, considerada a la vez pecado, crimen y enfermedad.
Charles era ahora un hombre adulto. Uno que estaba seguro que le gustaban los dos sexos tanto como que el único motivo por el que quería pasar el resto de su vida con Fiona era porque estaba perdidamente enamorado.
Estar enamorado de una mujer no cambiaba su sexualidad ni borraba quien era, pero había sido tentador no mostrarse del todo frente a ella, al fin y al cabo también presumía de ser un hombre fiel hasta la náusea. Si estaba con ella, no necesitaba a nadie más.
Su sexualidad no convertía lo suyo en menos real.
– Mierda – Escuchó vagamente a Dave Hawthorne detrás suyo – ¿No piensas ir detrás suyo? Estamos los dos arruinados si se entera tu tío.
Charles quiso reír sonoramente ante tamaña ocurrencia, pero si abría la boca sólo podría gritar de impotencia. Tomo aliento y se secó la traicionera humedad de sus ojos con el dorso de su mano. Si lo que había visto en su mirada era desprecio, no podría soportarlo. Apretó sus puños.
La sociedad enseñaba que su comportamiento era repugnante y antinatural. Muchos otros hombres se encontraban así prisioneros en una telaraña de pretensiones y mentiras. Se resistía a creer que ella pudiera pensar lo mismo que el resto. Ella era mejor que todo ello.
Si tan solo hubiese planeado bien como decírselo, si hubiera planteado más de un escenario donde confesarse…
La caminata a casa de Margot Fitzsimmons, el lugar en el cual esperaba que Fiona se hubiera refugiado, no hizo nada para tranquilizarlo… Tampoco el aire frio ni la fina lluvia que le hacían castañear los dientes a cada pocos pasos o el riesgo que podía suponer que alguien le reconociese como un empleado del gobierno británico en ese barrio.
Era como haber quedado confinado en ese lavabo con la mirada de Fiona clavada en él…
– ¿Qué es lo que ha pasado? – Les preguntó Severus al volver a la mesa.
– Fiona ha tenido que irse por una emergencia y siente terriblemente no haberse despedido. Voy a ir con ella. Estamos en contacto…
– Lo que tú digas… Ya sabes dónde encontrarme si estás disponible para cenar, estoy en el hotel de siempre – contestó su primo con la cuchara en su taza vacía, haciendo un ruido tintineante. Miró de reojo a Hawthorne – Voy a tomar el tren de mañana a las 8 a Belfast.
No parecía para nada convencido en opinión de Charles, pero tampoco lo había esperado, no tenía intención de hacerle creer nada ni de dar otra explicación, simplemente de salir de allí y poder hablar con Fiona.
– No cuentes mucho con ello. Te escribiré cuando hayamos decidido una fecha – dijo tenso.
Tenía que hablar con ella enseguida.
Pensó que había algo de la belleza esculpida de las estatuas del Café Cairo en el pasmo que habían expresado sus ojos al abrir la puerta, una cierta beldad etérea alrededor de sus pómulos y su boca. Miró a la calle impaciente, buscando desesperadamente con la mirada el destello rojo y silvestre de su cabello, mientras avanzaba entre transeúntes.
Recreó en su cabeza las palabras qué iba a decirle. Puede que ella estuviera confundida. Furiosa por las razones equivocadas. Deseó que lo escuchara, que cediera al cerco protector de sus brazos y le permitiera un beso.
Le costó trabajo mirar al travesar en varios cruces y caminó a grandes zancadas mientras la luz declinante del día empezaba a aparecer por todas partes.
Crow Street (Dublín), veinte largos minutos después.
Fiona subió de tres en tres los peldaños de la escalera del edificio donde vivía hasta alcanzar el tercer piso. Lo hizo cogiendo el bajo de su falda para no tropezar. Abrió la puerta de golpe y se dirigió a la sala. Buscó con la mirada a su casera para decirle que se retiraba a la habitación y que por favor nadie la molestara, necesitaba pensar y procesar lo que acababa de pasar.
Entonces, frenó en seco. Allí estaba Kieran Maguire, sentado en el sofá con Margot y otro hombre.
Su exjefe la saludó a boca de jarro y ella abrió los ojos sorprendida, mirándolo desconcertada. – Maclachlan, es un placer volverte a ver…
Fiona observó al que había sido editor jefe del periódico de Belfast para el que había escrito una vez, algo incrédula. – Señor Maguire, ¿qué hace en Dublín? ¿qué hace aquí en este piso?
– Me he trasladado a Dublín. En el Úlster éramos un pequeño diario y ya no nos quedaba suficiente dinero para pagar las multas y afrontar nosotros solos el coste de la represión. Ahora trabajo para el nuevo y flamante The Irish Daily Post y colaboro con el Irish Independent – se explicó – Supongo que lo mismo debería preguntarte yo… ¿Qué haces en Dublín? Aunque ya he sido informado de tus magníficos artículos…
– ¿Cómo sabe eso?
Maguire se rió genuinamente de ello.
– Un americano que nadie conoce y por el que siempre habla, escribe o telefonea una impetuosa y joven pelirroja con un peculiar acento de Glasgow… – dijo – Perdóname, Fiona, pero esta tuya es una ardid muy fácil de adivinar. Lo que no consigo entender es la relativa manga ancha que conseguiste tener en el Guardian en ambos artículos sobre las elecciones. Y eso pese a la censura implacable que han impuesto los británicos. Puede que sea porque no es un periódico de la capital y obviamente tampoco uno irlandés… pero estoy honestamente impresionado…
Fiona parpadeó un par de veces, aun recuperándose e intentando dar sentido al descubrimiento sobre Charles.
La última vez que se había comunicado con Maguire éste había rechazado uno de sus trabajos.
Una vez le había dicho que le preocuparía tener que contarle a su padre que había puesto la integridad de su hija en un aprieto…
– No me tome por impertinente, pero ¿por qué está aquí? No me encuentro bien y deseaba descansar… creo que deberíamos hablar en otro momento – se excusó.
– Tengo una propuesta para ti – alzó una ceja, claramente no dejándose impresionar por su evasiva – Te presento a Fred Gallagher, buscamos a alguien para entrevistar a Éamonn de Valera para el Chicago Daily Tribune…
– ¿Y eso cómo me afecta? – preguntó con cuidado.
– Bueno, pienso que la entrevista será más valiosa para el público americano si ese alguien no está involucrado en la causa de manera demasiado obvia pero es consciente de la importancia de ella y tú ya has entrevistado a algunos de los represaliados por las absurdas fabulaciones del gobierno… No me importa en absoluto que firmes como Fiona Maclachlan, aunque seguro que vas a tener que responder preguntas de la policía después…
– Éamonn de Valera ha huido de la cárcel… nadie conoce su paradero…
En este punto les interrumpió Fred Gallagher.
– Ha tenido que esconderse… pero créame, vamos a contactar con él. Precisamente, queremos difundir esa y otras injusticias que se están cometiendo entre la diáspora irlandesa en América. ¿Contamos con usted señorita Maclachlan?
Gallagher era un tipo muy guapo que parecía un personaje sacado de un mito griego, de bastante más de metro ochenta de alto, de pelo rubio caído sobre la frente. Contra todo pronóstico, y pese a su posado arisco, tenía una voz amable y profunda que reconfortaba.
– ¿Quieren que yo haga esa entrevista? Pero no lo entiendo – arrugó un poco la nariz – Perdóneme, Kieran. Pero nunca pareció muy entusiasta con mis artículos… ni con el hecho que yo fuera una mujer joven.
Éste la miró con calma.
– Esa no es una impresión en absoluta correcta, Fiona, todo lo contrario. Lamento que alguna vez te diera a entender otra cosa, porque tus instintos ya entonces eran buenos – se explicó, y reconoció con prudencia: – Ciertamente pensé que tenías poco mundo para ciertas cosas y que tarde o temprano volverías a sentirte cómoda en casa, que una vez acabaras tus estudios de literatura, encontrarías un buen marido que contentara a tu padre como toda chica pudiente y aquello sería todo… No voy a negar que no sea exactamente lo que yo escogería para mi hija y eso que no me queda un penique… Pero aquí estás, ¿no? Claramente, estaba equivocado y tú eres una periodista de raza… una a tomar en cuenta.
– No objetamos que tenga romances, señorita Maclachlan… no ponga esa cara – intercedió Gallagher con un punto de cinismo. ¿Cuánto sabían de ella?
Fiona pensó en Charles y en el valor sentimental que tenía el anillo que le había regalado. Puede que debería haberle dejado explicarse, no huido.
– Entonces, permítanme que le discuta algo antes de continuar hablando – dijo con cuidado – Mi valía como periodista no tiene nada que ver con mi papel como hija o como futura esposa de alguien… Soy una ciudadana como ustedes y como el hombre con el que me case un día… si felizmente llega ese momento. No soy un ornamento, me considero una buena periodista, tiene razón, y eso no cambiara por mi estatus civil ni cualquiera que llegue a ser mi situación personal…
Fiona no había terminado de decirles aquello cuando alguien llamó al timbre de casa. Margot se levantó del sofá para ir a abrir la puerta con una pequeña disculpa.
– Al final del día es bien cierto que nuestra causa no puede permitirse perder ningún buen cartucho, hombre o mujer – aceptó Kieran Maguire, levantando ambas manos con las palmas hacia arriba en un gesto pacificador cuando ella quiso volver a rebatirle – Escúchame, Constance Markiewcz y otras mujeres que han luchado y luchan por una Irlanda libre nos han enseñado mejor que mantener una moral victoriana sobre eso. ¿Contamos contigo, Maclachlan? Vosotras también, junto con los hombres, sois una fuerza que hay que reconocer en el esfuerzo por liberar Irlanda…
Fred Gallagher miró al recién llegado por encima del hombro. Este se encontraba hablando con Margot Fitzsimmons al otro lado del corredor y no estaba en su ratio de escucha. Movió lentamente la cabeza, al tiempo que tendía una mano a Fiona. – Tenemos un acuerdo entonces – dijo en un murmullo – Encantado de conocerla.
Ella dudó un poco antes de responder a aquel gesto. Kieran Maguire permaneció inmóvil en la puerta entreabierta. Era claro que la habían investigado. Y que por tanto sabían de su relación con Charles Blake…
– No acabo de entender por qué confían que no cuente a nadie lo que me han propuesto, una indiscreción mía podría impedirles llevarlo adelante… Es evidente que han estado escudriñando en mi vida, señor Gallagher.
– Exactamente – dijo Gallagher alegremente, pero aun en voz baja – Pero los británicos también la han investigado, no se haga ilusiones de lo contrario. Durante semanas han sabido hasta lo que desayunaba. Lo hacen con cualquier periodista que trabaje en esta ciudad… La última semana no ha habido ni rastro del agente de inteligencia que la seguía, no en esta calle. Eso significa que a estas alturas ya han descartado que sea una amenaza real para ellos pese a la valentía de sus artículos. Le puedo asegurar que no tienen la mirada puesta en usted… no realmente. No como a otros de sus colegas que no disfrutan de las mismas amistades que usted – explicó – Además, Maguire dice que usted es buena y que tiene motivos más que justificados para creer en la República. Confiamos en el criterio de Kieran y, créame, no le interesa traicionarnos… por lo que a nosotros respecta su novio es solo un economista, uno que puede visitar Dublín tantas veces como quiera si su único interés en lo que pase en la política irlandesa es usted…
Intentó no vacilar al comprender que ese hombre le estaba diciendo que la habían estado vigilando. ¿Qué estaba haciendo exactamente ahora? ¿Amenazar a Charles? Había tenido la corazonada que alguien la observaba pero confirmarlo era perturbador.
– ¿Confiamos? ¿Quiénes? No me está hablando de la plantilla de The Irish Daily Post, por supuesto –.
Fred Gallagher se rió. – El partido. Soy miembro del Sinn Féin, señorita.
– Obviamente. Debería haberlo visto venir – sonrió ella un poco tensa.
Esa entrevista a De Valera era una enorme oportunidad pero podía tener consecuencias imprevisibles…
– ¡Alegre esa bonita cara! Esto puede consolidarla como periodista con el añadido que va a estar usted en el lugar correcto de la historia… Sus abuelos van a estar orgullosos – le aseguró Gallagher antes de colocarse el sombrero y hacer un gesto con la cabeza a Maguire, que le siguió a través de la puerta de la escalera.
Fiona exhaló aire lentamente en una especie de suspiro velado mientras estos salían del piso y empezaban a bajar uno a uno los escalones hacia la calle. Notó sus nervios a flor de piel.
No había acordado exclusividad profesional con el Manchester Guardian, y no podía avisar a Michael Gregson, entre otras cosas porque evidentemente esto no se lo podía contar por teléfono… Debería guardárselo para sí misma, decirle que iba a escribir un par de artículos sin importancia para un periódico americano y asumir que pudiera enfadarse cuando la entrevista saliera a la luz.
No era una deslealtad. Michael Gregson sabía mejor que ella como funcionaba el secreto profesional del periodista y la relación con sus fuentes. Por razones obvias, el entorno de De Valera no quería que la entrevista se publicara en un medio inglés…
Se puso las manos en la cara y se tocó los ojos.
No, no era una deslealtad a Michael. Pero era exactamente el tipo de decisión temeraria que Elinor Blake había temido que afectara a Charles y a su relación con Sir Blake…
Era periodista, entrevistar a una figura importante del movimiento independentista irlandés no equivalía a prender fuego a Killoughagh Castle y no había ningún riesgo real para Charles, se repitió mentalmente esas palabras e intentó convencerse de ellas con todas sus fuerzas.
A continuación, Fiona cerró la puerta con la llave desde dentro y buscó con la mirada a la persona a quien Margot había abierto la puerta minutos atrás.
Charles Blake la esperaba ahora en el fondo del recibidor, junto a la puerta de vidrio que llevaba al comedor y a la escalera hacia la planta superior. Su casera ya no estaba a la vista.
– ¿De qué iban todos esos susurros? – preguntó.
Fiona dudó en si debía contárselo inmediatamente. El Charles que ella conocía era un hombre de principios que le guardaría cualquier secreto, incluso éste, y la apoyaría; pero antes tenían que aclarar otro asunto…
Ahora que había pasado el estupor del primer impacto, Fiona podía razonar mejor las cosas.
Cuando le miró a los ojos, él encogió un poco el cuello y notó un pequeño sobresalto en su pecho pese a fingir toda la calma de la que era capaz.
– Creo que tenemos que hablar… – repuso la chica – Probablemente a la señora Fistzimmons no le importe mucho que subas a mi habitación si dejamos la puerta abierta.
– Fiona…
– El último lugar en el que quiero tener esta conversación es en su sala de estar. Me llevo bien con ella, lo entenderá. Es una mujer cabal y te adora, estoy segura que no se ha retirado a la cocina a preparar más té por casualidad – le dijo.
Una vez en su habitación pidió a Charles que se sentara en la silla de su escritorio. Él dudó pero Fiona insistió y luego miró a otro lado. Se giró para buscar algo en sus libros. Charles y Fiona habían compartido casi toda una vida durante dos años: por correo. En sus misivas habían intimado, pero Charles temió este momento en particular; odiaría que ahora que ella lo conocía completamente, que sabía su secreto mejor guardado, esta conversación se convirtiera en una charla artificial, un desvalido catecismo de preguntas y respuestas corteses y un adiós.
¿Por qué no estaba tan furiosa como cuando se había ido del café? ¿Acaso había empezado a despreciarlo tanto que sólo iba a ofrecerle su silencio y una despedida trivial?
Pese a lo que había planeado decir mientras corría hacía aquí, se dio cuenta que carecía de confianza para ser lo suficientemente audaz en este momento.
Te quiero con todas mis fuerzas, ¡maldición!
Ella le habló a él.
Lo hizo después de suspirar pesadamente y mirarle, con un asentimiento de cabeza.
