Capítulo 10. Renegades
"Run away-ay with me
Lost souls in revelry
Running wild and running free
Two kids, you and me And I say
Hey, hey-hey-hey
Livin' like we're renegades
Hey-hey-hey
Livin' like we're renegades
Renegades
Long live the pioneers
Rebels and mutineers
Go forth and have no fear
Come close and lend an ear [...]".
X Ambassadors (Alexander Junior Grant, Samuel Nelson Harris, Casey Wakeley Harris, Adam Levin y Noah G. Feldshuh, 2015)
"You are being tested. And you know what they say my darling, being tested only makes you stronger".
— Cora, Lady Grantham, Downton Abbey, Season 3, Julian Fellowes.
Fiona sorbió de su café mientras echaba un vistazo al artículo para el Manchester Guardian en el que había estado trabajando toda la semana. Había escrito sobre una Dublín donde las tensiones aumentaban día a día y el odio se colaba por todas partes en ambos bandos. El nerviosismo creciente del Castillo parecía indicar que habría cambios en las políticas del gobierno británico en Irlanda para parar la rebelión armada.
Ya hacía dos semanas que el Chicago Daily Tribune había publicado su artículo sobre los Voluntarios irlandeses y había recibido felicitaciones y también críticas.
Charles estaba con ella en la habitación del Imperial. Entre las sabanas de la cama donde habían estado haciendo el amor como adolescentes, explorando el cuerpo del otro durante todo el día. Habían sido un poco más imprudentes que de costumbre, puesto que la boda que habían adelantado e iban a celebrar a finales de agosto se acercaba y además había poco que pudieran evitar a estas alturas.
Fiona había estado en el hospital de Temple Street hace unos días y tenía los resultados de la exploración médica a la que se había sometido.
Escribió con tinta algunos cambios en su trabajo y miró a su prometido.
Hace unas horas que habían notado que la vigilancia británica volvía a seguirla. Había sido esta mañana en un paseo por el parque Fénix. Aquel era uno de esos lugares de Dublín donde evadirse de los problemas parecía fácil, pese a la gran cantidad de soldados que uno podía ver en el resto de la ciudad y la sensación que los rebeldes podían volverse a cobrar la vida de un agente del Castillo en cualquier momento. Cuando lo visitaron, el parque estaba más en calma que en otras ocasiones aunque se encontraron un buen número de familias con niños disfrutando de las grandes extensiones de césped y los jardines de rosas. Fiona se sobresaltó preguntándose si de verdad quería una vida familiar.
Le gustaban las criaturas, su prima Hilda había sido tan bonita y tranquila de bebé que se la había ganado enseguida y, por supuesto, había visto el amor incondicional con el que Rose la abrazaba, pero tenía sentimientos complejos sobre formar una familia en el sentido tradicional y temía resultar tremendamente inadecuada como madre.
Charles estaba entusiasmado, y no paraba de hablar de los picnics de su niñez, de Sheffield y como de altos eran los arboles de sus parques y del jardín botánico, de los alrededores de su casa y los juegos con su padre que nunca había querido una educación fría y a cargo completamente de una niñera para su hijo.
Fiona lo desconocía pero el equipo de vigilancia que la seguía no estaba allí solamente por ella, no enteramente. Su escrito había captado la atención de las autoridades británicas porque humanizaba aquellos que ellos querían que todo el mundo imaginara con aspecto de crueles asesinos y que en realidad también eran jóvenes con un aspecto tan normal como cualquier hijo de vecino. No gustaba nada que aún siguiera firmando artículos para el Manchester Guardian y, a estas alturas, preocupaba y mucho su influencia sobre un hombre que trabajase para el gobierno de David Lloyd George.
La orden de su detención estaba dada pero esperaban que se quedara sola para actuar.
Jonathan Borshon habló con pausa y el agente John Galvin le dio la razón con lo que se parecía muchísimo a un rezongo.
– Estuvo con los rebeldes en el condado de Galway y en Limerick. Puede que en más sitios.
– ¿Y? – cuestionó molesto otro hombre con más galones, pero sin uniforme y de traje y corbata, que venía directamente de Scotland Yard.
– ¿No se pregunta qué estaba haciendo allí? – protestó Galvin.
– Ella le dirá que su trabajo y sus editores lo corroboraran.
– ¿Y les creería?
– ¿Por qué no?
– Porque es medio irlandesa.
– Eso no es suficiente para sospechar de ella, agente. Usted y el detective inspector en jefe Borshon también son irlandeses. ¿O me he perdido algo?
– No es lo mismo – insistió Galvin – Es medio católica.
– ¿Se puede ser medio católica? En fin, lo que usted diga. Pero no veo que beneficio puede tener para nosotros que nos la llevemos detenida a Inglaterra. Necesitamos que los periódicos estén de nuestro lado, van a crear un problema innecesario y ya hay demasiada gente del pueblo en nuestra contra.
– Un nombre de la división G hizo una foto de ella subiendo al mismo coche que quien creemos que es Michael Collins. También iban Fred Gallagher y otros hombres. Nos dice que Collins posiblemente esté usando nombres en clave para que no le pillemos
El comandante londinense resopló con una mano en la frente y maldijo en voz baja. El detective inspector jefe Jonathan Borshon y sus hombres le ponían las cosas demasiado complicadas para su gusto. No entendía como Borshon seguía al mando si sus hombres no eran capaces de hacer un simple trabajo de inteligencia sin involucrar a la prensa. Nunca era buena idea meter por medio a periodistas y de ésta hacía 8 días que había salido un anuncio de compromiso en el Times. Uno pagado por Sir Severus Blake, un buen cliente del Kildare Street Club y conocido orangista que poseía miles de acres en el norte, cuyo sobrino o algo así iba a casarse con la susodicha.
– Interróguenla, ténganla en algún calabozo si creen que va a servir de algo, mándenla a Armagh un par de semanas, pero que sepan que en unos días el problema permanecerá y el titular será que se han visto obligados a liberar a una periodista británica que detuvieron sin permiso de Londres. ¿Dónde está ahora?
– Aquí, en Dublín.
– Bien. Sólo espero que sean conscientes del dolor de cabeza que eso nos traerá – les recalcó, mordaz.
Charles se acercó a Fiona mientras ésta aun escribía y puso los brazos a su alrededor. Esa tarde había refrescado.
– ¿Tienes frío? – preguntó.
Estaba destemplada. Un momento tenía frío y al siguiente calor.
Fiona tenía los labios separados, y Charles vio con claridad como chasqueaba la lengua mientras valoraba qué respuesta darle. No tenía por qué mentirle pero no quería que se preocupara por ella.
–Sí. Bueno, ahora mismo un poco. No tienes que...
Charles la arropó con una manta de la habitación.
–Ha sido un día muy largo –.
– Lo sé.
Frunció el ceño y se deleitó observando el perfil de Charles.
Pasaban mucho tiempo juntos cuando él podía escaparse a Dublín, que ahora era muy muy a menudo.
Cuando se separaban por razones de trabajo u otros asuntos, los dos deseaban desesperadamente poder estar más tiempo al lado del otro y se echaban en falta.
Si no fuera por las expectativas de sus familias y de Margot Fitzsimmons sobre lo apropiado en un noviazgo ya habrían comenzado las escapadas y los viajes juntos de fin de semana. Habían hablado de viajar a Europa al casarse, pero en este momento pensaban en pisar sitios mucho más cercanos durante el otoño, como la isla de Aran, Galway, Kerry y, por supuesto, el condado de Antrim. Al final no tendrían viaje de novios en septiembre. Después de todo, no disponían de demasiado tiempo para preparar la boda. Charles lo había arreglado para que viajaran a Londres enseguida. A Fiona le pareció bien porque quería complacerle y se negaba a reexaminar las decisiones tomadas en nombre de su compromiso, del amor y del futuro que sin ser planeado llevaba ya en el vientre.
En este momento se conformaban con colarse en el Imperial, teniendo siempre muy presente que su casera esperaba a Fiona al atardecer.
La ocurrencia de la cabaña no se había repetido, por los toques de queda en la ciudad y porque les habría puesto en un aprieto con la vieja mujer, que conocía de su primera andanza y sospechaba de la segunda y las siguientes. Aunque ahora Margot fruncía el ceño a menudo y ofrecía constantemente emparedados de queso y fruta fresca a Fiona, como si ya supiera que tenía que comer por dos.
Charles había recibido una carta de James Maclachlan expresándole sorpresa por el adelanto de la boda. Entre líneas era fácil concluir que la familia de Fiona sospechaba lo que se traían entre manos y esperaban que cumpliera con su palabra sin sobresaltos.
Estaban tan enamorados que era difícil imaginar que algo podría lograr separarlos, pero en Irlanda se avecinaban un largo otoño y un invierno frío y lleno de nubarrones negros y tormentas. Quizás por eso James consideraba que incluso agosto era una fecha demasiado lejana y le sugería viajar a Glasgow y casarse allí semanas antes….
Fiona y Charles estaban de acuerdo en qué casarse el 31 de agosto en el condado de Antrim, en la vieja iglesia parroquial protestante de Cushendall donde habían previsto desde un principio, era lo más prudente para que nadie especulara: demasiados cambios o urgencia atraerían la atención. Hasta ahora no se le notaba la incipiente barriga. Vomitaba mucho pero eso era todo. Tenían el lujo de poder esperar un poco más, pero que se tenían que casar cuánto antes estaba ya fuera de cualquier duda.
Su mundo había cambiado. Fiona se estaba dando prisa en acabar todos aquellos artículos y dar por acabado ese capítulo en Dublín y él era el único culpable. Él siempre sabría que era la razón por la que una mujer brillante como ella habría tenido que renunciar con prisas a este tiempo en Irlanda y era injusto, porque estos días se había dado cuenta que ella resplandecía aún más cuánto más difícil era su encomienda como periodista, cuánto más complicada se volvía la tesitura de la isla y más barreras se encontraba para hacer su trabajo.
Le había impresionado especialmente aquella historia de los jóvenes y no tan jóvenes voluntarios irlandeses, pese a que tenían poco o nada en común con él ni lo pretendía; la manera de Fiona de narrar sus inquietudes, su proximidad a los escenarios en qué se desarrollaba su relato sin caer en la tesitura del sentimentalismo era remarcable.
Su posición era crítica hacia aquellos que veían el espejismo de la violencia como el mal menor para conseguir la secesión sin que eso les planteara siquiera un dilema moral, aunque sabía que ese podía ser el precio que Irlanda tuviese que pagar y defendía que las cosas debían cambiar. "Mejor un río de sangre en las calles, que someterse a los británicos", le había dicho Gallagher. Pero para Fiona Maclachlan, la historia de Irlanda (aunque no lo pareciese) estaba también llena de acciones de desafío no violento que bien podían curtir una rebelión y era un error dejar que la sangre empapara las calles como en 1916 sin intentar antes otro camino.
No dejaba de simpatizar por ello con el ansia de libertad irlandesa de la que Charles nunca sería un convencido, entre otras razones porque temía que el conflicto acabara por explotar de la peor manera.
La del republicanismo irlandés era una convicción que había aprendido a, sino compartir, al menos respetar a través de sus ojos. Fiona luchaba aquella guerra con el arma que mejor conocía: la palabra. No le confesó tener la certeza que su puesto de trabajo en el gobierno estaba amenazado por ello.
La besó cuando ella dejó las páginas de su escrito escampadas por la mesa y se sentó deliciosamente codiciable en sus rodillas. Al final, fue Fiona quien tomó completamente el control.
La manta había quedado olvidada en el suelo, aunque a la futura y joven madre la temperatura de la habitación aún le parecía un poco desapacible.
Fiona emitió un gruñido al besarlo con los labios entreabiertos, alargó la mano, le acarició la mandíbula y durante ese instante y los siguientes olvidó todo el frio que tenía.
Empezó a desabotonarle los pantalones, sujetó su miembro con firmeza y ternura al mismo tiempo, y lo deslizó de arriba hacia abajo, sintiendo sus venas y imaginando los latidos de su corazón en ellas.
– Shh – le rogó en silencio, quitándose el camisón.
Cuando estuvo desnuda, Fiona se colocó más cerca y se apoyó en sus hombros mientras se sentaba a horcajadas encima de sus piernas. Con su mano pequeña, lo guió entonces hasta ella, que ya estaba húmeda y le deseaba. Charles emitió un sonido gutural.
– ¡Dios mío! ¿Qué estás haciendo?
Fiona le sonrió y empezó a mover las caderas. Empezó a girar sobre ellas onduladamente. Charles le cubrió los pechos con sus manos, los apretó y deseó besarlos.
Ella se agarró a su cabello.
Empezó a moverse con más fuerza y lo hizo entrar hasta el fondo mientras lo besaba, Charles notó como la sangre le subía a la cabeza y casi perdía el control, y se preocupó, incrédulo y apenas conservando el juicio. ¿Es que se había vuelto loca? ¿Estaban los dos locos? Estaba embarazada, por el amor de Dios. Incluso él, al borde del orgasmo, sabía (pensaba) que una mujer embarazada no debía montar a un hombre así.
–Dios mío, Fiona –dijo Charles, entrecortadamente, levantándola un poco e intentando que fuera más despacio – Quiero… voy a hacer daño al bebé… No puedo…
– No se lo harás – le prometió Fiona.
Ella había conseguido que deseara cosas que se escapaban de la razón. Cada vez que se acostaba con su prometida, la deseaba un poco más, la amaba de una forma más intensa. Fiona estaba asombrosamente hermosa con el pelo rojo revuelto, el bebé de ambos latiendo secretamente en sus entrañas. Sólo ellos dos sabían aquello, pese a que otros pudieran intuirlo. ¿Qué diría todo el mundo cuando Fiona diera a luz un supuesto bebé cincomesino vivo y sorprendentemente lleno de salud? ¿Iban a tener que irse de viaje un par de meses? ¿Quizás a París como una luna de miel retrasada después de casados?
Charles hundió la cabeza en su cuello y se empapó de su olor. Le apretó con más fuerza la mano contra la cadera y se dejó llevar.
Finalmente, con un último y poderoso movimiento, Fiona alcanzó el orgasmo. Charles contuvo el aliento al contemplarla y no fue hasta varios latidos después que se perdió en su propio deseo. Fiona le apartó el pelo de la frente y le beso la nariz y la barbilla. Nunca nada le había gustado tanto, hecho sentir tan completo.
El día que cambió todo fue un miércoles 23 de julio.
Fiona entró en casa de Margot Fitzsimmons y la encontró en el recibidor con cara llorosa. Estaba con dos hombres de paisano que no había visto nunca antes y que iban acompañados por soldados británicos armados hasta los dientes. Todos la miraron fijamente, pero sólo había expresión en el rostro de su casera. La mirada de los dos cabecillas parecía vacía, el resto apenas se movió. – Señorita Fiona Maclachlan, está usted bajo arresto – dijo uno de los dos.
Sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Todo parecía absurdo y aun así había sido bien consciente del peligro que corría aquí. Recordó las advertencias de Galvin en ese cuartel, la insistencia de Maguire en qué fuera con cuidado puesto que sus artículos no estarían gustando en el Castillo y los agentes de inteligencia que la habían seguido en cada paseo con Charles por Dublín. Había estado dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa, excepto que ahora, este era un momento muy desafortunado.
Fiona escuchó perfectamente lo que le decían y podía imaginar el motivo, pero pese a ello, contestó: – ¿Bajo arresto? ¿Por qué?
– Sí, está detenida por colaborar con actos rebeldes y tiene que acompañarnos. Por favor, venga con nosotros por las buenas y no nos obligue a hacer una escena –. De algún modo, ese iba a ser un momento que nunca se borraría de su cabeza.
– ¡No se la lleven, por favor. Es una buena chica – rogó la señora Fitzsimmons y su voz sonó hueca, urgente – no ha hecho nada!
Aquello no era un sueño ni una pesadilla, pero en este instante a Fiona le pareció todo bastante irreal.
No había esperado tener miedo en un momento como aquel, puede que fuera por su estado o porque consiguió racionalizar que ahora estaba enteramente en manos de esta gente.
Éste era un atropello en toda regla a sus derechos.
Sólo había hecho su trabajo. No había participado en actos ilícitos, menos colaborado directamente con los rebeldes y por lo tanto sabía que no podían acusarla de nada que tuviera suficiente peso. Fueran cual fueran los argumentos para solicitar su detención, estaba convencida de que se trataba de una patraña más para coartar a la prensa y accedió a irse con ellos con el convencimiento que tendrían que soltarla en cuestión de horas…
La obligaron a abordar la camioneta policial franqueada por los guardias y todavía sumergida en ese impase mental que apenas le dejaba pensar que era inocente, que no podían acusarla de lo contrario en ninguna circunstancia, y que esto sería de nuevo un episodio desagradable pero no muy largo, a lo mucho un día o dos, antes de aclarar su situación y volver a su trabajo, a su vida normal… y a Charles.
– No encontrará la prisión de mujeres tan desagradable... Aunque es mayormente una cuestión de clase. Muchas de los prisioneras proceden de las áreas más pobres y desfavorecidas… con esas los guardias se ceban más – dijo uno de los policías que se sentó con ella en la parte de atrás del vehículo – A usted le irá bien si es buena chica…
A diferencia de la vez que la habían llevado al cuartel de la RIC, no iba esposada, aunque su sexto sentido de periodista le decía a su subconsciente que aquello pintaba peor.
Estaba vez no buscaban sólo asustarla un poco.
Llovía a cántaros cuando llegaron al cuartel militar de Dublín donde pasaría la primera noche. Supo por uno de los guardias que la interrogarían y la llevarían a otro lugar al día siguiente, pero aún no a donde. ¿Podía ser verdad que la ingresasen en prisión? ¿En base a qué?
La celda donde la dejaron en los cuarteles de Richmond, durante lo que pareció una eternidad y fueron unas cuantas horas, estaba oscura y mugrienta, el agua goteaba en la distancia y alguien golpeaba algo de metal en la distancia, era un sonido continuo que volvería loco a cualquiera con el tiempo…
No podía contener el temblor, temblaba, temblaba, temblaba, una noche de julio con sus ropas y su abrigo de entretiempo, y sin embargo hacía tanto frío… Puso la mano en su vientre, sentía que si abría los ojos las náuseas iban a ganarle.
Pensó que quizás sería el intendente John Galvin quien la volviera a interrogar esta vez y se preparó mentalmente para ello. Sin embargo, quien apareció a primera hora de la mañana fue un hombre de más edad, más pausado y formal. Había algo en su tono y quietud que le causó escalofríos. Se trataba del detective inspector en jefe que había hablado con Charles la última vez, Jonathan Borshon. Que acompañado de dos militares le preguntó una y otra vez por Michael Collins.
Mientras le respondía, Fiona comprendió por primera vez cual era la verdadera identidad de Dickie. ¿Cómo no lo había reconocido? ¡Había estado en un mitin suyo hace meses! No había nada que ella pudiera decir sobre Dickie u los otros que no hubiera escrito ya en su artículo y los códigos de su profesión le permitían proteger a sus fuentes. Pero su interrogador, con una voz inquietantemente apática, no pareció creerla ni respetar aquello en ningún momento:
– Irá usted provisionalmente a prisión hasta que se defina qué nexo tiene con esos criminales y si el Estado la lleva a juicio o la manda de vuelta a Inglaterra.
– Soy periodista y escocesa – Fiona frunció el ceño. Habían pasado 14 horas desde su arresto y tenía dificultad para mantenerse despierta. Aún no le habían ofrecido agua ni nada de comer.
– De vuelta, a Escocia, entonces. A mí me parece usted una rebelde muy estúpida, señorita Maclachlan, y como bien comprenderá, no queremos más insurgentes incontrolados en Irlanda.
– No pueden encerrarme por escribir artículos. Va a haber un escándalo por esto – Fiona quiso alzar la voz pero tuvo que conformarse en susurrar porque sentía que si hablaba más alto vomitaría bilis aquí mismo. Lo poco que tenía en el estómago ya lo había arrojado en la celda la noche anterior.
– Pero sí podemos encerrarla por colaborar con esos criminales traidores y rebeldes… uno de los cuales hemos sabido que además es su primo hermano…
Robbie.
Esa fue la primera vez en la que se le ocurrió que debía decirles con urgencia que estaba embarazada, pero no pudo estar segura si aquello haría que la trataran algo mejor o mucho mucho peor hasta que su situación se resolviera.
Por un lado, lo que le pasara iba a repercutir en el bebé: la alimentación o la falta de ella y una cantidad indefinida de cosas en las que prefería no pensar. Estaba el sumergimiento con agua al que habían sometido a Maguire la última vez, ¿qué pasaría si tenía que sufrir algo así o peor, antes que la dejaran marchar? Por el otro, sabrían que era más vulnerable y al fin y al cabo perdería el poco respeto que pudieran tenerle. Había pocas cosas peores que pudiera hacer una muchacha soltera que quedarse en cinta. ¿Y si decidían que no era más que una ramera? Un tipo snob como Borshon le diría que ninguna mujer decente se encontraría nunca en su posición y luego la miraría por encima del hombro, despreciándola por aquel faux pas imperdonable en la sociedad educada. Quien sabe qué harían otros, como John Galvin, que antes de esto ya la había llamado mercancía dañada y la había amenazado gravemente.
Cerró los ojos y se calló.
Al llegar a Armagh, la llevaron a una sala donde la pusieron de plantón y la hicieron desnudarse. Se llevaron la cadena con su anillo de compromiso y la medalla de Santa Margarita así como sus ropas. Era una mujer quien la supervisó y quien le tiró un cubo de agua fría con jabón por encima antes de dejarla vestir a prisas con un uniforme gris y rugoso. Era verano pero Fiona seguía teniendo mucho mucho frío.
La celadora hurgó en su cabello para comprobar si ocultaba algo, le tiró del pelo y movió su cabeza de un lado al otro. Le metió una espátula en la boca haciendo que se atragantara y provocándole arcadas y también le ordenó que tosiera.
Estar completamente desnuda con esa mujer manoseándola a consciencia y recorriendo cada recoveco de su cuerpo para comprobar que no tenía nada escondido puede que no constituyera oficialmente un abuso, no según ninguna autoridad competente que Fiona conociese, y además puede que fuera algo que infringieran a todas las presas, las delincuentes comunes y aquellas que estaban aquí por política, pero era un terrible instrumento de humillación y sometimiento. Una crueldad innecesaria.
Fiona intentó taparse como pudo con los brazos, mientras notaba sus dedos duros y ásperos en la piel. Fue una situación amenazante, violenta, y se sintió profundamente deshumanizada, vejada, hasta el punto que cuando esa mujer acabó y la dejó sola rompió a llorar como una niña asustada.
Lo único que después sería capaz de recordar de aquello sin perder la cordura fue como la mujer que hacía la requisa le había golpeado los tobillos con una vara cuando la tenía contra la pared para que separara ligeramente las piernas y proceder.
Deseó que Charles estuviera aquí para abrazarla, se lo imaginó diciéndole al oído que todo iría bien, en un intento de calmarse a sí misma. Entonces, sintió un horrible sentimiento de culpa por el ser absolutamente indefenso que formaba parte de su cuerpo y que dudaba que ella supiera proteger como correspondía.
Hasta ahora apenas se había hecho a la idea que llevaba un hijo adentro. Se había sentido tan desconectada de esa noticia… como si no fuera a pasar de verdad… o no quisiese que pasara…
Sintió una profunda impresión después de aquel pensamiento y su estómago dio un vuelco que le provocó el vómito.
Los primeros días fueron los peores. No había nada que le quedara en el estómago, que no hiciera que las náuseas atacaran, comiera lo que comiera. Enseguida perdió el poco peso que había ganado y su presión se desplomó: no podía aguantar de pie en la celda más de 10 minutos sin sentir que se desvanecía. Alertados por su estado de salud, pronto la trasladaron a una especie de enfermería donde un enfermero auxiliar de guardia le preguntó varias veces si estaba embarazada. Ella no dijo nada, y en verdad no supo si, cuando el hombre la hizo estirar en aquella incomoda camilla y la exploró, aunque disponía de un muy limitado instrumental médico, era basto al palparle el vientre y todo el rato fruncía la nariz, como si estuviera oliendo a podrido, pudo constatarlo por él mismo.
Fiona se quedó paralizada durante todo aquel trance con una presión terrible en la garganta. Su cuerpo no respondía. Hasta que él le ofreció una toalla para que se lavara en el bidet y le ordenó que se marchara de la habitación. Una celadora la llevó de vuelta a su celda.
Ese día su naciente barriga se puso dura como si fuera de granito y por la noche tuvo un pequeño sangrado.
En un atropello más a sus derechos no dejaron que hiciera una llamada ni recibiera una visita hasta el quinto día y en ese momento ni siquiera permitieron que fuera Charles o sus padres quienes la vieran primero, sino un abogado que no conocía pero que, dijo, venía de parte de su familia.
– No va a estar mucho tiempo aquí, señorita Maclachlan. No si lo hacemos bien. Con su detención sólo están mandando un aviso al resto de la prensa, pero tienen al Manchester Guardian y a los americanos crujiéndoles. A su padre y su prometido hechos una furia – le explicó – Ambos van a estar aquí con usted enseguida que se les permita visitarla, su madre también. Me mandan su apoyo y sus abrazos, y me han hecho prometerles, más bien jurarles, que la sacaré muy pronto de este lugar… cosa que he hecho.
– ¿Está en condiciones de jurar algo así…?
El hombre, flacucho y moreno, se subió las gafas y se puso muy serio.
– Haré todo lo que está en mis manos y creo firmemente que va a salir antes que otros. Pero si no lo ha hecho ya, debería contar aquí lo de su delicado estado, sé que es ingrato para la reputación de una joven muchacha, terrible más bien, porque aún no está casada, pero hágalo constar en su registro médico. Permíteme que yo mismo informe al alcaide. No la engañaré, algunos de los guardias van a dedicarle motes y vulgaridades que no dedicarían ni a las peores mujeres de la calle, a usted y a ese niño concebido fuera del matrimonio. Van a usar ese conocimiento para que coja miedo, para espantarla, pero al menos eso va a disuadirles un poco en cuánto algunos cuestionables métodos para interrogarla – suspiró con desaprobación – Después ya lidiará con lo que se encuentre fuera. Tiene suerte de estar prometida con un buen hombre, especialmente uno de inglés dispuesto a remover cielo y tierra para que la suelten y que jura y perjura a su padre y a su madre que no se desentenderá de su situación…
– Charles… quiero verle cuánto antes… necesito hablar con él…
– Sí, en cuanto podamos, señorita Maclachlan. Pero usted debe poner de su parte – la avaluó con la mirada – Si se me permite ser sincero, su prometido tiene mis simpatías por haberse metido en este berenjenal con usted y mi admiración por aceptar su supuesta responsabilidad y no darse la vuelta hasta desaparecer en la oscuridad de la noche… Ambos han fallado a las buenas costumbres y la respetabilidad de la comunidad, pero una chica que ha estado perdida por Irlanda durante días con esos rebeldes y aparece encinta… si fuera mi hijo le pediría que no pierda el tiempo – dijo sin rodeos – Y si fuera mi hija la mandaría al extranjero nueve meses y luego la encerraría en casa y le daría unos buenos azotes…
– ¿Cómo dice? – Fiona no se podía creer que el hombre que sus padres pagaban para sacarla de aquí estuviera de pronto diciéndole aquello, juzgándola y regañándola como a una chiquilla con ese desprecio en la voz. Sacó fuerzas de donde pudo para contestarle – ¿De verdad ese es su consejo de abogado? Lo siento, pero no entiendo por qué debería permitirle que me hable así. ¿Se dirige así a todos sus clientes?
Su cabello rojo estaba totalmente desordenado y sus mechones caían en cascadas, sueltos alrededor de sus hombros. Sus ojos irritados, cansados.
– Olvídelo. Tiene razón, yo no soy su sacerdote ni su padre. Si lo fuera, no se habría desgraciado a sí misma de esa manera o ya la habría desheredado, desposeído de mi apellido, pero supongo que eso hace de su padre un mejor hombre – admitió. Miró sin disimulo hacia ella y su medio vientre, volviendo luego con naturalidad la atención a su charla inicial como si nunca hubiera dicho nada inapropiado o fuera de lugar: – Limítese a reconocer ante la policía que se arrepiente de haber salido de Dublín acompañada de esos individuos, dígales que es consciente que suponen un peligro para Irlanda y explique todos los detalles que faciliten la identificación y captura de Collins, Gallagher y su primo.
Fiona hizo una mueca, intentando centrarse.
– Usted sabe que como periodista no pueden obligarme a dejar mis fuentes expuestas…
– Hago lo que puedo. Llevo meses, años, de juicios. Desde abril de 1916, ¿sabe? Pero entre los que se niegan a defenderse y un régimen que intenta ahogar cualquier movimiento nacionalista en un mar de sangre… ¡Señor! Sólo me faltaba lidiar con madres solteras con ínfulas de reportero. Lo hago por respeto al señor Blake y a su padre, porque me parecen hombres respetables – se quejó el abogado – Hágame caso, Fiona. Haga lo que le digan para volver pronto al lado de su prometido. Cásese. Váyanse una temporada a Europa. Si hace las cosas bien, todo el mundo va a olvidar o fingir que olvida que se casaron en estas circunstancias tan poco deseables… Será un chisme que con el tiempo y unos cuantos hijos más sólo se explicara en voz baja entre aquellos que sepan sumar y restar… Pero créame… y escuche bien lo que le diré, cuando los británicos atrapen a Collins y a los que van con él, nadie podrá hacer nada por sus almas… hable lo que tenga que hablar para salvarse a sí misma y ahorrarse varios meses en este agujero. La vida de su primo y de esos tipos no vale su ruina.
Fiona pareció confundida. – ¿Qué me está pidiendo exactamente?
– Habrá condenas como entonces… como en el Levantamiento de Pascua… dejase de tonterías, fuentes, cariños familiares mal entendidos y periodismos, y preocupase por su prometido y esa criatura. Empiece por pedir clemencia, diga que ese tal Gallagher la convenció, la engañó, que lamenta las afirmaciones antipatrióticas de su artículo.
– ¿Por qué ellos deberían creerme de todas formas?
– Porque los hombres pensamos que las cosas serias que hacen las mujeres son siempre resultado de estar enamoradas o de haber sido engañadas por otro hombre…
Fiona se revolvió en su asiento. – Oh, pero yo le puedo prometer que soy capaz de pensar por mí misma sin la interferencia de ninguno… y no estoy enamorada de Gallagher.
– Eso no va a ayudarla a sobrevivir ni a escapar lo antes posible de esta cárcel. Han detenido a cientos de personas sin cargos bajo la promesa que están aniquilando cualquier deslealtad a la corona… – dijo incomodo – Recuerde que está aquí hasta que alguien renuncie a acusarla de colaborar con los fenianos o vayamos a juicio. Creo firmemente que un juez no la condenara y la mandara directamente a casa porque el caso contra usted no tiene ningún recorrido, pero ya habrán pasado dos, tres, cuatro meses, puede que un poco más si no pone de su parte. Este mundo no es un lugar acogedor para niños ilegítimos ni mujeres perdidas que alumbran en la cárcel, y ya se puede imaginar las condiciones precarias en las que se da a luz en este lugar.
– No hable más así…
El hombre la miró y asintió con desgana como si antes de entrar en esta sala ya hubiera tenido esa discusión:
– Usted no se perdió sola y no está desamparada, ¿ehm? El joven señor Blake ha dejado bien claro ese punto y su familia está extraordinariamente de acuerdo. Pero me temo que él tampoco quiere que su hijo nazca en prisión. Decídase pronto, Fiona.
Entonces no lo sabía, pero pasaría seis semanas detenida.
Charles creyó enloquecer desde el primer momento que fue conocedor del arresto y durmió muy poco hasta que consiguieron que saliese. Ese 23 de julio fue Margot Fitzsimmons quien le llamó primero y luego lo hizo un James Maclachlan desesperado y desquiciado.
– Se supone que deberías haberla protegido – le acusó.
Charles cerró los ojos y se sintió impotente con el auricular del teléfono en la mano. Nunca se perdonaría que le pasara nada. Esa mañana había leído su último artículo en el Manchester Guardian y había estado tan orgulloso de cómo ella contaba la situación en Dublín, como las palabras impresas parecían cobrar vida. Leyéndola, casi podía escucharla hablar apasionadamente sobre el asunto, fruncir el ceño y discutir acaloradamente por ello.
Cuando llegó de vuelta a Dublín con urgencia y pudo encontrarse con los padres de Fiona, ambos se dejaron de rodeos y le hicieron notar algo en lo que aún no había podido pensar con claridad. El embarazo de tres meses de Fiona no se notaba pero era imposible de anticipar lo que tendría que vivir en la cárcel. ¿Debían hacer saber de su estado para que no le provocaran un aborto?
– Ella siempre dice que hay brutalidad policial y habla de palizas e incluso de algunas torturas – insistió Maeve lo más lúcida que pudo.
James estaba totalmente hundido y apenas le miraba a la cara.
Charles sabía que lo primero era descubrir dónde la habían mandado. Porque ahora mismo no tenían forma de comunicarse con ella ni de saber qué planes tenían las autoridades. Se sorprendió a sí mismo pensando en aquellos británicos que la habían detenido como un ente separado de su propia identidad, en el gobierno para el que trabajaba como la mayor amenaza contra la mujer que amaba y el hijo que esperaban.
Fiona.
En ese momento había palabras como patria, Estado o frontera que no parecía tener ningún ningún sentido para él. Lo único que quería era que soltaran a Fiona y poder abrazarla. Estaba harto de la guerra. De cualquiera de ellas. Pero nunca había entendido mejor que ahora como era sufrir por los que uno quería en suelo irlandés.
Había mandado un telegrama a William Dudley Ward y a su superior directo en el ministerio. Estaba dispuesto a rogar una audiencia con Lloyd George si era necesario, pero había algo que podía intentar antes.
Se presentó en el cuartel de la RIC y exigió hablar con Jonathan Borshon como la última vez.
Las horas parecían meses y se preguntó qué estaría sintiendo Fiona, cómo estaría, en qué condiciones.
No es que no le preocupara el bebé que llevaba en el vientre pero ahora su principal preocupación era la misma Fiona. Si ella estaba bien, ilesa, todo estaría bien.
– Señor Blake… – El inspector Borshon se acarició su grueso bigote gris fingiendo sorpresa y siguió fumando su puro – ¿Cómo usted de nuevo por aquí? Siéntese, por favor.
– Discúlpeme, pero sabe perfectamente por qué estoy aquí – Charles intentó mantener la compostura y se sentó como se le indicaba. Se sentía incómodo en su propia piel en este lugar, pero tenía que lograr saber dónde estaba Fiona y cuáles eran los cargos, conseguir que la soltaran – ¿Qué tienen contra ella, inspector Borshon? Entiendo que la prensa no le guste pero la señorita Maclachlan sólo está haciendo su trabajo, es buena en ello. Justa y honesta. Ecuánime. Y está en contra de cualquier mínima expresión de violencia. No va encontrar nadie que diga lo contrario – defendió bajo la mirada imperturbable del detective dublinés.
– Esa es una defensa muy débil para alguien que se pasea con terroristas. Supongo que por eso dicen por ahí que el amor es ciego – Borshon replicó sarcástico. – ¿O es lujuria? A todos nos gustan las mujeres fieras…
Charles intentó contener la rabia que amenazaba con apoderarse de él como un raudal imparable.
– Inspector, con todos mis respetos, Fiona Maclachlan es lo mejor que tengo, sepa que lo daría todo por ella – le contestó lo más sereno que pudo.
Jonathan Borshon se rió ligeramente ante lo que consideró una tremenda estupidez. Luego, sus ojos de color verde oscuro se iluminaron maliciosamente por un momento. – ¿Entonces estamos hablando de poner un precio a la libertad de Maclachlan, señor Blake?
Charles dudó seriamente si aquella era una propuesta seria. ¿Estaba este policía lo suficientemente corrompido como para estar proponiéndole tal cosa…?
– ¿Es lo que quiere?
El ambiente en el despacho estaba cargado de electricidad y la tensión podía cortarse con un cuchillo de tan densa. …
Charles estaba dispuesto a poner dinero encima de la mesa en este momento si era necesario.
El otro hombre mantuvo su sonrisa, pero no contestó más que haciendo un sonido con la lengua y los dientes que daba pie a múltiples interpretaciones.
Charles insistió:
– Retiren la denuncia, inspector Borshon. Sea lo que sea de lo que la acusan usted sabe que sólo son un montón de mentiras, digan que se equivocaron…
– ¡Oh! ¿Y me voy a poder retirar con el dinero de su primo, ehm? Me pregunto qué pensaría él de tamaña propuesta… sobornar a un inspector de la corona con su dinero para salvar a esa mequetrefa… – El hombre se burló. Detuvo su puro a medio camino de sus labios – Puedo decirle donde está si es generoso conmigo, pero para sacarla de allí, deberá ser más convincente la próxima vez, señor Blake.
Ese mismo día Charles viajó a Belfast.
Y su primo le recibió en su restaurante favorito de la ciudad con un posado indiferente. La madera de roble del suelo era parecida a la del despacho de Borshon y la pared tenía tonos amarillos como el cuartel y ese detalle insignificante le perturbó. Dio un trago de la copa de vino tinto que le sirvió su primo, pero apenas fingió mirar la carta de la comida.
– Espero que me vengas a ver para decirme que has anulado esa locura de boda con esa cría traidora… – soltó Sir Severus Blake de manera poco ceremoniosa a la primera oportunidad que tuvo.
– Sabes que no – le reprochó Charles. Tenía mala cara y ojeras. En el tren hacia aquí apenas había cerrado los ojos y todavía no había comido ni tenía ninguna intención de hacerlo por ahora. – Y no podría aunque me lo ordenaras…
– ¿Qué demonios quieres decir?
– Que la amo… pero además… – Charles pensó que era necesario que su primo supiera aquello para que lo escuchara y llamara a cualquier amigo que pudiera tener en el Castillo o en su club de Kildare Street – está esperando un hijo mío.
– ¡Oh, niño! ¡¿Qué demonios tienes en la cabeza?!
– Me voy a casar con ella.
– ¿En prisión? ¿Por qué te crees que estoy en Belfast? Supe que la habían detenido por Ross. Me envió un telegrama ayer por la noche. He venido a ver a un tal Walsh por ti, es subsecretario o adjunto de no sé qué. Y me ha dicho que no puede hacer nada.
– Están actuando como bárbaros en nombre de todo el país y la corona. ¿Y esa es la gente a la que debemos ser leales? ¿Nuestros compatriotas?
– ¡Están erradicando la traición y la deslealtad de esta tierra! Esta historia de tu prometida detenida por apoyar a los rebeldes va a correr entre la pólvora entre mis amigos, Charles. Va a destrozar mi reputación en el Úlster… nuestro apellido… el día que tengas un hijo legítimo no quedara apellido que salvar si no haces algo ahora – le recriminó con su voz potente y su posado de emperador romano – Lo mejor que podrías hacer es desentenderte, no tienes ninguna obligación y ese bastardo podría ser de cualquiera. Ella se podría haber abierto de piernas con cualquiera de la misma manera que lo hizo contigo.
– ¡Te prohíbo que digas eso… que hables así de Fiona y mi hijo…!
Charles Blake se sentía tan mal y estaba tan enfadado que casi se le saltaron las lágrimas. Nunca lo había estado tanto. Se le notaba en su tono de voz y en los movimientos.
– Charles…
– Si vuelves a decir algo así de mi futura esposa… jamás… jamás vas a volver a saber de mí… por mí puedes lanzar toda tu herencia al mar… – Charles se puso las manos en la cara con frustración y se levantó de la silla.
– ¡Oh, por favor! ¡No seas melodramático. Lo único que digo es que no puedo culpar a nadie decente que nos critique o nos desaire después de esto, Charles! – Dijo – Mi heredero enredado con una muchacha de ese populacho. Por mucho dinero que tenga su padre… ¡Ese tal Maclachlan se casó de joven con una hija de campesinos muertos de hambre y, por supuesto, ha criado una descarada inobediente y sublevada! No importa como lo mires, esos irlandeses rebeldes son de los suyos pero no de los nuestros, hijo. No lo serán nunca. O por lo menos, no de los míos.
– Puedes ser esclavo de cada uno de los errores que los ingleses hemos cometido en Irlanda y seguir a tus amigos, Severus… y actuar y hablar como tal, pero no me puedes pedir lo mismo a mí… y menos si eso implica desertar a Fiona.
– No estás razonando lo que dices. Los agentes de la RIC y la policía metropolitana de Dublín también han nacido y viven aquí. Son irlandeses de buena fe. Y están siendo rechazados, boicoteados y hasta disparados por sus vecinos… la intimidación acecha en todas partes y las horas oscuras son temidas en muchos lugares… en nuestra casa. Esa mestiza de medio pelo será tu perdición, Charles, querido. Quiero que recuerdes mis palabras cuando te veas en la quiebra, porque esa mujer por quién renunciarías a todo va a ser tu ruina y los católicos paganos que son como ella, la de Irlanda. ¡Cuánta razón tenía tu madre!
– No menciones a mi madre, y si no tienes nada más que decirme, adiós, primo… Gracias por todo.
Charles hizo el ademan de girarse con los puños cerrados. Sin embargo, Severus alzó la mano para que se detuviera y cambió la expresión de la cara:
– Espera – rogó – Aún hay alguien a quien puedo recorrer… me debe un par de favores que no vienen a cuento… pero voy a ser muy claro con mis condiciones… ninguno de los dos vais a volver a Dublín hasta que las cosas no se calmen… y espero que me lo agradezcas debidamente…
Después de su abogado, fue Maeve Maclachlan la primera en poder visitar a su hija en Armagh Gaol. El edificio de la prisión tenía la solidez de las construcciones de finales del siglo XVIII, rodeado por un jardín, con una verja de hierro y una larga y amplia escalinata exterior de piedra blanca que daba acceso al corredor principal. Al entrar al hall, se distinguían dos grandes pisos de baldosas grises y un corredor central que acababa en una puerta que daba acceso a la zona restringida donde estaban las reas.
Maeve fue conducida por un laberinto de pasadizos de los bajos hasta una sala que parecía algún tipo de celda. Antes de conseguir llegar aquí tuvo que jurar (y luego suplicar) delante de un oficial que en ningún caso aprobaba las acciones de las que se acusaba a su hija ni simpatizaba con los rebeldes.
– Fiona…
Se encontró a su niña sentada en el suelo sombríamente. Quiso pensar que todo estaba demasiado oscuro y sucio para que esta fuera la celda donde había pasado los últimos días. Fiona alzó la vista y se alzó para abrazarla enseguida que pudo reconocerla.
– Mamá, lo siento mucho…
– Shhht, shhht… querida mía, mamá está aquí – le susurró – Estoy tan orgullosa de ti… estás consiguiendo hacerte tu lugar como periodista y todo el mundo que conozco dices que escribes tan bien… Gregson me ha llamado, él y Lizzy están preocupados – dejó de abrazarla y miró a su alrededor – Ni a los animales se les tiene en estas condiciones – Entonces, Maeve arrugó la nariz con lágrimas en los ojos y le preguntó: – ¿Te han dicho ya lo que van a hacer contigo? No te han dado ninguno de los paquetes de comida que te he traído, ¿verdad? ¿Cómo estás, mi niña? – le puso las manos en el vientre.
– Quieren que hable… pero hay muy poco que yo pueda decir… y ellos no van a creerme.
– Bien, pero recuerda que el abogado dice que debes dejarles claro que no condonas las acciones de Robbie, que sólo deseas que entre en razón – asintió Maeve. – Si les dices que has sido una ingenua con todo esto del artículo, dejaran que te vayas a casa. ¡Por favor!
– Pero no pueden exigirme vulnerar el secreto profesional. Eso arruinaría para siempre cualquier respeto que yo misma o nadie me pueda tener como periodista – protestó – No sé nada que les pueda servir, pero aunque lo supiera no iba a darles pistas de dónde está Robbie o Gallagher… no con información conseguida en el decurso de mi trabajo y sin que un juez me la pida… hay unas normas. Lo que pasa es que ni siquiera consideran que sea periodista… porque para ellos soy sólo una mujer… una chica tonta y débil que además está perdida y es impura como Tess d'Urbervilles.
– ¡Oh, por favor, mi niña! Has de pensar en algo que decirles… – Protestó su madre – Tienes un bebé por el que procurar. Eso es verdad, cielo. Tu hijo debe nacer dentro del matrimonio para que no pague por el desliz de unos padres tan cabeza huecas como amartelados. A tan poco tiempo de una boda, ¿por qué no podíais esperar? – se quejó frotándole los brazos con cariño – Vuelve a Glasgow hasta que todo esté listo y os podáis casar. Charles no va a tardar a poderte visitar y él mismo va a suplicártelo. Ese chico… oh, ese pobre chico… lleva días fuera de sí… si no lo haces por nosotros, tus padres, hazlo por él…
En Londres nadie estaba demasiado satisfecho ni feliz.
El enviado de Scotland Yard que había estado en Dublín sabía que no lo estarían y dio gracias que supieran que él era sólo el mensajero y que el responsable de todo este lío era el detective inspector en jefe Jonathan Borshon.
– ¿Es consciente que este embrollo era innecesario? – Protestó su superior en Londres. Era un hombre calvo de mediana edad al que todos llamaban Jefe Cody aunque su nombre era otro – No sólo nos están aleccionando sobre la libertad de prensa los americanos, una tal Mo O'Neill que dice ser presidenta del comité de asistencia a las familias de los presos irlandeses y el maldito Manchester Guardian… ¡Por Dios! Hasta el nuevo director del condenado The Sketch ha escrito una editorial… ¡Y tengo al juez Hammock creándome el puto infierno en la Tierra! Se ve que es muy amigo de la familia del tipo con el que esa periodistucha se va a casar… ¡un empleado de nuestro gobierno!
– Lamento que sea así, que este asunto le esté dando problemas – su subordinado fue evasivo para evitar decir algo que le comprometiera en este atolladero.
– Da igual – El Jefe Cody se impacientó poniendo los ojos en blanco – No puede parecer que cedimos a la primera de cambio, eso nos haría parecer débiles con el resto de la prensa, pero deje esto en mis manos. Y si habla con Borshon, dígale que si depende de mí lo enviaré al lugar más remoto de este país… a la isla más pequeña y fría del norte.
– Sí, de acuerdo.
Ambos se dieron la mano, encogiéndose de hombros, con aire resignado…
Desde enero de 1919, cuando se había constituido el Dáil, el Castillo de Dublín había intentado controlar los semanarios del Sinn Féin y la prensa convencional. El 29 de abril, cinco meses después del armisticio de la Gran Guerra, el censor recordó a los editores que la ley censora impuesta en el país durante el conflicto bélico seguía vigente y que, por lo tanto, la prensa irlandesa no podía ser utilizada como instrumento de incitación al desafío organizado o de otro tipo a la ley, o con el propósito de enardecer la opinión pública hasta un punto en el que los actos de anarquía fueran posibles.
Ese mes de agosto el Castillo emitiría una directiva por la cual suspendía la censura, pero en realidad aquello era un subterfugio para embarcarse en una campaña masiva de cerrar no solo los periódicos, sino cualquier publicación que defendiera el derecho de autodeterminación…
Debían acallar a la prensa como fuera pero bajo la apariencia de ley y no dándoles titulares escandalosos sobre jóvenes presas en Armagh Gaol por un artículo que ni siquiera se había publicado en este país y bajo cargos que no se podían probar.
Cuando vio a Charles acercándose a la nueva celda donde la habían conducido esta mañana sin darle ninguna explicación, Fiona, despertando, con un sobresalto, de un sopor desapacible, se levantó tan de prisa que tuvo que cerrar los ojos un momento para no caerse. A diferencia del contacto que le habían permitido con su madre, en esta ocasión les separarían los barrotes y habría un guardia todo el rato al lado de Charles para que no se acercara demasiado. Era consciente que el uniforme gris le quedaba grande y no parecía posarse bien en ningún sitio de su cuerpo, aunque tenía algo más de barriga que hace una semana. Se sentaron donde les indicaron, se miraron, sonrieron débilmente, Charles dijo su nombre y Fiona miró a otro lado, sobrepasada por las lágrimas.
– Lo siento – se disculpó.
– No lo sientas, no es tu culpa… ¿Cómo estás? ¿Cómo estáis?
Fiona frotó su vientre con cuidado.
– Charles – dijo en un susurro – lo siento mucho, no pensé que fueran a, si esto te está trayendo problemas de algún tipo en Londres o con tu primo, dímelo, necesito saberlo. No me arrepiento de hacer mi trabajo pero no quiero que esto te afecte a ti.
– Mi única preocupación eres tú, Fi – protestó Charles y tuvo que flexionar los dedos y sujetar la silla para no alzarse e intentar aproximarse a ella ignorando todas las advertencias del guardia que se mantenía inflexible a su lado. – Todo lo demás no importa en este momento. No es nada. No te preocupes.
– Es que no quisiera decir esto – dijo ella – pero dudo que podamos casarnos a finales de agosto. El abogado dice que me van a dejar ir pronto, pero yo no estoy segura que eso sea verdad, y en septiembre no voy a estar en condiciones de ir al altar sin que se note… – hizo un pequeño gesto con la mano y volvió a posar su mano en la incipiente barriga – Siento haberos fallado a todos…
– Escucha, Fiona. No nos has fallado. Esto es pasajero, vas a salir y estaremos juntos, no importa cómo lo hagamos. Si hace falta seremos tu y yo, y nuestras familias… en una pequeña ceremonia – para sí Charles pensó que no era así como había esperado que celebraran el inicio de su vida en común, pero se dijo que podía soportarlo.
Ella asintió poco convencida.
– ¿Por qué no me cuentas como te están tratando aquí dentro? – continuó él.
– Bien. La mayoría de veces sólo estoy en la celda o en el patio. Creo que Borshon va a venir un día de estos y van a volver a interrogarme – cerró los ojos – No quiero hablar de eso. No tengo nada que decirle. Y me niego a tener miedo – aseguró.
– No debes tenerlo porque estoy convencido que pronto vamos a sacarte de aquí – se esforzó él en decir. Últimamente se estaba dejando llevar por el pesimismo que veía en el abogado y la falta de noticias de su primo y de William Dudley-Ward y ahora mismo no tenía tal seguridad, pero no se lo dijo – ¿Quieres que hablemos de Londres y de lo que haremos cuando estemos allí? Permitámonos por un momento el lujo de pensar en el futuro, eso quizás te ayude…
– No sé si me ayudara pero dicen que cuando esperas… puedes transmitir los malos pensamientos al bebé… y no queremos eso, ¿verdad? – intentó sonreír – Bueno, futuro bebé… antes de entrar aquí leí que a estas alturas apenas debe tener el tamaño de una nectarina… – arrugó la nariz.
– Amor mío, oye, la otra noche estaba pensando en Londres – dijo Charles enseguida para no derrumbarse, odiando cada minuto que Fiona y su hijo pasaban en este lugar – estaba pensando en Londres y me dije a mi mismo que en cuanto llegáramos allí, podrías acomodarte en el piso y descansar, mientras iba a resolver esos escollos del trabajo que nos impiden irnos de luna de miel. Ya sabes que el cambio de fecha de la boda tomó desprevenido al departamento y me pidieron que esperara un par de semanas a ausentarme. Pero… no será así, porque no te volveré a dejar sola… – le prometió – voy a coger tiempo libre hasta que nazca el bebé. Da igual cómo se lo tomen. Así que vamos a tener la luna de miel que dijimos que quizás no podríamos tener…
– Tienes mucho trabajo. No creo que eso sea muy práctico ni realista, y los dos somos realistas – le reprendió – Además sabes que yo querré hacer algo en Londres, aún no sé qué, pero voy a seguir escribiendo…
– Por supuesto. Pero por ahora tengo que cuidarte. Tienes que cuidarte. Te acompañaré a comprarte los vestidos que te hagan falta para que estés lo más cómoda posible en tu estado… camisones y lo que tú quieras… y libretas y tinta si las necesitas… una máquina de escribir más moderna, un nuevo lapicero… para tus textos… lo que tú quieras, cualquier cosa que desees.
– No necesito nada o no tanto como parece… – Fiona apretó los labios, contorsionando el rostro inquieta.
– No, no, pero vamos a necesitar muchas cosas de bebés y de maternidad, eso no me lo negarás. Iremos juntos o mandaremos a alguien a comprarlo y nos quedaremos en casa abrazados durante horas, días si tú quieres, lejos de esta pesadilla…
– Charles… ¿Dónde dijiste que está tu piso? Me gustó como lo describiste la última vez – La cara de Fiona se distendió por fin en una sonrisa que hizo brillar sus ojos azules. No quería interrumpirle bruscamente ni parecer malagradecida o derrotista, pero aquí y ahora no se sentía enteramente convencida que aquella vida que él planeaba en Londres con su beneplácito y tanto esmero fuera algo más que una fantasía. Era difícil hacer de tripas corazón y mostrarse ilusionada cuando no estaba segura si se había sentido un poco así desde un principio o era porque estaba atrapada en este lugar por un tiempo aún indefinido. De todos modos, era bien cierto que disfrutaba escuchando hablar de ese apartamento soberbio en el que aún no había estado y que tendría su toque masculino y maravilloso en cada rincón…
– En Pimlico. Es algo pequeño para la zona porque quise que fuera así… no necesito mucho estando solo… pero hay ventanas altas y anchas que dan a la calle y un comedor acogedor, una cama grande con las mejores sabanas de seda que he encontrado en Londres. Y conozco sitios donde ir a comer o hacer compras. Encontré whisky de vuestra destilería en una de esas tiendas.
– Me gustaría probar ese whisky en nuestra primera cena allí.
– Lo harás – replicó él sensatamente – Y cuando podamos buscaremos una casa más grande con jardín…
Cuando pasó el tiempo del que disponían y le obligaron a irse, Charles Blake cayó en la cuenta que debería haberle dicho una vez más… diez veces más… lo mucho que la quería… Había desperdiciado minutos de su compañía…
A los dos días, consiguió volver y que no los separara ningún barrote u vidrio.
Ella le miró, moviendo la cabeza con cierta exasperación, esperando que esta vez el guardia los dejara solos, y luego, por fin, él le tomó la mano y la apretó contra su pecho. Fiona no lo soltó. Él la besó ligeramente al principio, pero luego su boca le permitió profundizar el contacto y una parte incorpórea de él mismo lo agradeció, incluso si se sentía resignado, porque sabía que ahora tenían un recuerdo atesorado más al que recurrir. Apenas hablaron de nada, pese a que Charles le contó que él y sus padres estaban removiendo cielo y tierra para que pronto estuviera en casa.
Estrecharon el abrazo que tanto deseaban sentir y siguieron besándose. Fiona lloraba sobre su mejilla, y angustiada aplastaba los labios contra los de Charles. Las manos de ambos temblaron.
Un policía entró de nuevo a la habitación pasados menos de diez minutos. Ella se despegó abyectamente, le presionó la muñeca y se dejó esposar y que se la llevaran de allí sin decir una palabra y sin mirar atrás.
En la cárcel Fiona aprendió sobre muchas historias que estaba determinada a escribir, pero también tuvo mucho miedo por sí misma, especialmente cuando eran historias sobre mujeres que habían tenido su hijo en este lugar, desprovisto de personal médico, y muy pobre, en cuanto a condiciones higiénicas y sanitarias.
Hubo presas que le contaron historias sobre madres que morían, niños que nacían muertos o con deformidades graves, hombres jóvenes llorando a moco tendido en la sala de visitas, madres adolescentes desorientadas y abandonadas por sus familias que intentaban cosas "poco recomendables" para acabar con sus embarazos…
Una chica llevaba el cabello castaño claro tan corto que hacía pensar en el pelaje de una ardilla. Fiona supo enseguida que la habían rapado contra su voluntad. No era la primera vez que escuchaba una historia como aquella… y tristemente esa salvajada no siempre procedía del bando británico…
– Llevaba dos trenzas – contó orgullosamente – pero me sujetaron y tiraron de ellas con tanta fuerza que creía que me iban a arrancar la cabeza, luego las cortaron de un solo navajazo, y me hicieron un tajo en la oreja derecha con la navaja. La sangre me corría sin cesar… pero no contentos con eso después me afeitaron la cabeza y yo grité y grité… En la oreja, aún puedes notar la cicatriz pasándome el dedo por encima…
Era una historia terrible que hizo que Fiona sintiera pena y dolor, pero también mucha rabia.
Si las autoridades de la prisión se enteraban de que tenías una habilidad para cocinar, o realizar trabajos manuales o lo que fuera, exprimían esa habilidad al máximo. Por suerte, quizás por su estado o porque tenían otras ordenes, parecían determinados a dejar en paz a Fiona la mayor parte del tiempo.
El abogado les contó que la RIC iba a retirar pronto la denuncia por "cooperación necesaria" en el delito de rebeldía que habían interpuesto contra Fiona y que sólo querrían interrogarla una vez más. Sin embargo, la burocracia para soltarla parecía pensada expresamente para alargar la humillación y evitar que las autoridades tuvieran que reconocer que su detención había sido un error de sesera de uno de los suyos.
Los días de agosto pasaron extremadamente lentos y siempre parecía quedar mucho para que llegase el momento de verla libre, con el sol haciendo brillar sus cabellos, y el clima templado de verano, reflejado en sus facciones.
Charles siguió visitándola tanto como pudo pero cedió varios de los días que pudo conseguir a Maeve y James Maclachlan.
Éste último apenas pudo aceptar que su pequeña estuviera en ese lugar y a diferencia de su esposa, que hizo de tripas corazón antes y después de abrazarla, cargó contra su potencial yerno a la salida de su primera visita a Armagh Gaol (igual que ya lo había hecho por teléfono al saber de la situación de su hija).
James le había estado castigando con su indiferencia y atravesándolo con la mirada desde que habían llegado de Glasgow, pero por alguna razón no había impedido que asistiera a las distintas citas que habían tenido con el abogado contratado para defender a su hija. De hecho, se había encargado que la secretaria del mismo le notificara puntualmente cualquier reunión, llamada, prueba o testimonio que estuvieran valorando en ese momento.
– Confiábamos en ti, en que cuidarías de mi niña… pero mira lo que le has hecho… – le dijo sacando fuego por la boca después de esa primera vez en la prisión de Armagh, justamente en el despacho de ese abogado. Poco antes James Maclachlan le había dado un sorprendente y poderoso puñetazo a Charles en la mandíbula. Él se llevó la mano a la cara por el dolor del golpe pero no se defendió.
– Eso –dijo James, furioso, desolado, su barba hecha remolinos –, es por deshonrar a mi hija.
Maeve habría dado la razón a su esposo, o incluso habría cargado con más ímpetu contra Charles Blake, en otras circunstancias. Pero en estas se sintió obligada a intervenir a su favor:
– Ha sido elección de Fiona escribir cada palabra que escribió – dijo – No es culpa suya.
Hacía apenas unas horas que el matrimonio había estado con Fiona, que tenía mejor aspecto cada día pese a todo. Su hija había encontrado un propósito allí dentro, el de memorizar todas esas historias y escribir y denunciar la suerte de esas pobres desdichadas en cuanto saliese.
Pero James Maclachlan no se refería en absoluto a los artículos de Fiona ni consideraba que ese fuera el problema. Permanecían de pie y Charles pensó que iba a volver a golpearlo o a estrangularlo a la menor oportunidad.
Era peor porque ahora le hablaba en voz baja y firme, casi escupiendo cada silaba.
– La has comprometido irreparablemente y ahora espera un niño, mi pobre hija está en ese sitio ¡encinta!, y mientras juras que vas a hacer lo que hay que hacer, cada vez se le nota más lo que ya le has hecho y está más expuesta. Deberías ir con un pastor y pedir que os casaran de inmediato. Aunque en Inglaterra no os lo creáis, en Escocia tenemos moral, ¿sabes lo que es eso? ¡Moral!
Charles se quedó erguido, sintiéndose tremendamente culpable y no queriendo ni pudiendo buscar excusas, palideciendo por el comportamiento que le era reprochado con razón.
La actitud de James Maclachlan era totalmente comprensible, lógica. Al fin y al cabo, él sólo intentaba hacer lo mejor para su hija. Por alguna razón, a Charles le resultaba más fácil imaginarse que el bebé sería una niña, con los rasgos de Fiona, cabello cobrizo y ojos azules… Si tenía una hija también sería terriblemente escrupuloso pese a querer que tuviera todas las oportunidades del mundo.
Él y Fiona habían esperado al final de la guerra, habían hablado de tomar precauciones y luego… luego se había sentido seguro… dado por hecho el futuro, con su boda a la vuelta de la esquina y plenamente entregado a cada latido del corazón, a cada gesto o murmullo con los que la había querido más y más hasta sentir que iba a explotar sino la tenía entre sus brazos.
En un momento dado se dio cuenta de que se estaba clavando las uñas en el brazo y se obligó a apoyar las manos en la mesa más cercana.
El abogado que acababa de ofrecerlos una copa en su despacho en Belfast miró de soslayo a Charles Blake y apartó la mirada.
– ¡James! – protestó Maeve. – Sabes perfectamente que la niña no se quiere casar así y menos en ese lugar nauseabundo. Ninguno de nosotros quiere eso. Solamente tenemos que esperar un poco más… Han tenido un noviazgo largo, y van a tener que celebrar una boda rápida pero lejos de esa prisión.
– Yo no sé nada… yo solo sé que van a retrasar su salida lo máximo que puedan… porque son mala gente… quieren librarse de toda responsabilidad en esta cagada y de paso hacerle daño, avergonzarla… – añadió James Maclachlan con rabia, por dentro estaba saturado de todo el odio de que era capaz. Pero no era contra su yerno sino contra esa gente que había detenido a su princesa y su mujer lo sabía.
Charles los escuchaba rígido, intentando parecer fuerte, sereno, mostrar arrepentimiento. No podía evitar respetar a James Maclachlan por la devoción a su hija. Pero le aturdió comprobar como de decepcionado estaba con él: el mismo hombre que enseguida le había tendido una mano y le había confiado a su única hija pese a las reticencias de su viejo padre Dougal. El hombre que había confiado en él porque creía que iba a proteger a su mayor tesoro…
Cuando logró articular palabra pidió perdón al que, se dijo, era el abuelo de su hijo: – Señor Maclachlan, James… nunca habría hecho nada sabiendo que iba a dañarla o exponerla a ningún dolor. Lo siento. La quiero sinceramente y querré igual a nuestro bebé… Le pido mis más sinceras y sentidas disculpas y le hago esta promesa – se miró las manos que había mantenido tensas en la mesa y vio que se estaba dejando señales rojas – Le doy mi palabra, si es que aún tiene algún valor para usted, que dedicaré mi vida a quererla y protegerla, voy a respetarla, amarla y hacerla feliz sin importar que pase… no pararé hasta encontrar la manera de que vuelva a casa aunque tenga que arrastrarme para que me den cinco minutos con el primer ministro…
James asintió a regañadientes aunque no cambió su expresión.
– Bien – dijo – Y ahora que hemos terminado con esto – dio un gesto displicente y bastante brusco con la cabeza como si prefiriera que desapareciera de su vista – ¿Podemos centrarnos en hablar de cómo vamos a sacarla de ese sitio con la ley en la mano antes de que mi primer nieto venga al mundo en ese lugar? A poder ser sin confiar demasiado en la buena voluntad de Lloyd George.
Le había gustado ese chico, Charles Blake, desde el primer momento, simplemente no esperaba esto. Habría puesto la mano en el fuego que la apartaría de este follón irlandés, no que ella lo arrastraría a él… con un hijo en camino…
Armagh Gaol, 4 de septiembre de 1919
El implacable interrogatorio con Borshon fue un lunes de finales de agosto y ella salió libre el jueves 4 de septiembre ataviada con el vestido floreado de popelina que había llevado el día de su arresto y con el cabello recogido en un moño. Nadie le devolvió el abrigo ni la medalla de Santa Margarita pero sí su anillo de compromiso.
Se suponía que a estas alturas ya deberían estar casados.
Fiona entregó las pocas pertenencias que pudo a sus padres que la recibieron con lágrimas y abrazos, y emocionada se acercó a Charles. Al verla mirarle con aquel brillo en los ojos y su sonrisa ligera pese a todo lo vivido, Charles Blake no pudo contener su alivio, y la abrazó por el cuello, y la besó, y ella respondió una vez más abrazándolo y besándolo con un ansia aún mayor.
El único motivo por el que no continuaron fue porque los Maclachlan los observaban, aunque ninguno mostró oposición alguna a la demostración pública de afecto de la pareja.
– ¿Estás bien?
Fiona asintió sin decir nada. Y Charles guardó silencio, satisfecho y más tranquilo cuando no vio hematomas en sus brazos ni su rostro, debía asegurarse que eso era sí también donde la ropa la cubría.
La última vez que le habían permitido visitarla allí dentro, Fiona había estado desesperada por su calor, sus manos, y se había aferrado a él con desespero.
Estaba muy afectada pero no le contó que el día anterior una presa había aparecido casi muerta en su celda y se la habían llevado entre los gritos de otras compañeras a la enfermerí decía que le habían hecho la bañera y le habían metido la cabeza en una bolsa de plástico para interrogarla. Las otras presas aseguraban que había sido una venganza porque su novio y su hermano habían tenido una reyerta con la RIC en Wicklow que había acabado con un policía herido.
Unos guardias se estaban riendo de ello e imitaban lo que parecían gritos de mujer cuando estuvo en el patio.
– Fiona…
– Por favor, te necesito… te necesito… no digas nada…
Sus bocas se habían unido en un beso abrasador que los había dejado sin aliento, y ella se mantuvo apretada contra él con los ojos cerrados.
Charles le acarició la cara y manteniéndola ceñida contra sí notó cómo había crecido su vientre esas semanas, y se sintió de repente extraño, más preocupado de lo que lo había estado nunca, pero también más afortunado, con una felicidad agridulce pero exultante, íntima, impensable…
Todo su cansancio y toda su preocupación le sobrepasaron de golpe, pero además sintió por primera vez todo el peso de aquella gran dicha y responsabilidad.
– Fi, cariño mío, amor mío, vais a salir muy pronto de aquí – le dijo.
– Sé que lo has intentado todo para que sea así, el abogado no para de decirlo – contestó ella, como si hablara desde algún sitio muy lejano.
– Amor mío – Estaban abrazados y él sintió que el corazón de ella latía contra el suyo.
Para conseguir tener al menos quince minutos a solas, sin interrupciones ni gritos en la puerta para que se soltaran y guardaran una distancia decente, Fiona había pagado a una de las celadoras con 10 libras esterlinas de un fajo de dinero que escondía en su celda gracias a su madre.
Una reclusa mayor le había contado que así era como funcionaban las cosas en este lugar. Apenas les daban agua y la comida era pastosa e inmunda… pero con dinero podías conseguir pan blanco, fruta, cigarrillos, hasta ropa interior limpia y toallas para aquellas que tuvieran el periodo, medicamentos para las enfermas o unos minutos de intimidad conyugal…
– ¿Qué hora es ahora? ¿Llevas tu reloj?
– Sí. ¿Para qué quieres saberlo?
Fiona sonrió débilmente, mirándolo:
– Calcula un cuarto de hora si estás dispuesto, porque es lo que tenemos.
– ¿Lo que tenemos? ¿Dispuesto para qué, amor?
Entonces, ella habló con trepidación.
– Para aquello que… que muchos verían normal que hiciéramos si fuera tu mujer… incluso aquí dentro entre rejas… con o sin permiso de mis carceleros, un marido debería poder… Quiero sentirte marcado en mi piel como si te fueras a quedar allí para siempre, eso me dará fuerzas para el interrogatorio de esta tarde... Charles… he escuchado… sé… historias de otras presas que están aquí por ser red de apoyo o que encerraron en el 16 y llevan años en estas celdas… – contó a medias, porque no quería mortificarlo –… les he visto reírse de lo que les han hecho… Si me pasa algo malo, yo quiero que sepas que te quise en cuanto te vi en Belfast, que no me arrepiento de nada, tampoco de esto – temblando un poco, condujo una de las manos de Charles a su vientre.
– ¡Oh, Fiona! Cariño…
La vio morderse el labio inferior con los ojos llenos de lágrimas y supo que estaba esforzándose por no llorar.
– No te mentiré, no estoy segura que pueda ser una buena madre… apenas me hago a la idea que es real… necesitaré mucha ayuda y ahora mismo estoy muy asustada – confesó Fiona – ¿Quieres? ¿Quieres cogerme en brazos y…?
En aquel instante, Charles, que ya la abrazaba con fuerza, sólo supo besarla, besarla en los labios desesperadamente, hasta susurrar: – Sí, quiero. Quiero lo que tú quieras. Y no te preocupes por el pequeñajo porque después de esto no voy a dejaros solos, nunca.
– Charles…
– Nunca – prometió – Y si Jonathan Borshon o uno de sus hombres os hace daño no va a tener suficiente mundo para esconderse…
Hacer el amor en este sitio significaba mucho más que llevar a cabo el acto sexual como tal, que dejarse guiar por la excitación, el deseo, el placer, la euforia, la ansiedad… era algo profundo e íntimo: saber de memoria códigos compartidos y poder sentirlos en la propia piel después de días de separación y para Fiona de un obvio malestar físico y anímico y de un aislamiento del exterior atroz y opresivo…
De un momento a otro se saltaron varias de las normas de este lugar, primero besándose insistentemente y después acariciándose quietamente al cobijo de las sombras de la celda. Dando rienda suelta a sus deseos más íntimos en aquel camastro roto como si fueran animales asustados en una madriguera. Amándose sin grandes gimnásticas y sin tener tiempo para quitarse más ropa que el cinturón de él y la saya de ella, removiendo la tela mínima de los pantalones y la falda de uniforme presidiario con los ojos muy muy cerrados para no tener que ver el deprimente lugar donde se encontraban ni pensar en el futuro a corto plazo.
La sensación del cuerpo de su chica cerrándose en torno a él con todo lo que estaba pasando lo dejó jadeando, temblando.
Le era leal desde hacía tanto tiempo… Tanto que se había olvidado de todo lo que sería capaz de hacer por ella… incluso consolarla y hacerle el amor en aquellas tristes y endurecedoras condiciones…
No pudo acabar porque no podía quitarse de la cabeza sus lágrimas y ese lugar pero la besó, oh, como la besó...
Había sido la mañana antes del maldito interrogatorio de Borshon sobre el cual Fiona no quería hablar en este momento… y no estaba segura de querer recordar o volver a mencionar nunca jamás…
Fiona había estado convencida que estar en los brazos de Charles le daría fuerzas para superar esa prueba, le infundiría valor, seguridad, alivio… Y en buena parte, así había sido… no por nada, pensar en él, en ese contacto tangible y firme después de tanto frío, le había ayudado a plantar cara, a aguantar cuando Borshon la interrogó durante horas sin ofrecerle agua o comida o permitirle ir al inodoro del final del corredor o a las letrinas que usaban las presas, pese a que se lo pidió varias veces hacia el final de la tarde.
La joven y futura madre había querido sentir a Charles piel con piel y recuperar algo de control sobre sí misma después de tener que plegarse a las normas de la cárcel, el trato a su llegada, la maldita enfermería, las horribles duchas, la constante amenaza de acabar como aquella compañera… como otras con destinos similares…
Borshon se rió de manera desagradable y se mostró profundamente insatisfecho cuando se hizo evidente que el relato de Fiona Maclachlan no iba a ayudarle a librarse de un destierro profesional. Él personalmente apenas la tocó, pero la interrogó sin descanso hora tras hora y amenazó con hacer de todo para mantenerla encarcelada hasta que pariera y hasta con tirarla a un pozo… Y cuando ella se quejó de la incomodidad de la silla de latón, la obligó a quedarse de pie, mientras seguía preguntándole una y otra vez las mismas cosas sobre Michael Collins o Fred Gallagher.
– Repito – dijo – ¿Qué intención tenía acompañando a los rebeldes?
– Hacer mi trabajo, se lo he dicho – subrayó casi sin voz por millonésima vez.
– ¿Sabía que su primo era uno de ellos?
– No.
Jonathan Borshon la miró con desagrado. – Vamos, Maclachlan, no esperas realmente que nadie se crea eso, ¿nos tomas por idiotas?
– No les estoy mintiendo.
– ¿Qué sabías de Gallagher o Collins antes de ir? ¿Los vistes con rifles, armas?
– No puedo decirle nada que no le haya dicho ya.
– ¿Y tú, sabes disparar?
– ¿Cómo quiere que sepa disparar? ¡Sé escribir! Eso es todo.
El guardia sin nombre que la había traído hasta esa sala era quien la zarandeaba o bien pellizcaba su omoplato izquierdo cuando a Borshon no le gustaban sus respuestas. Ambos hombres intercambiaban una mirada que le helaba la sangre una y otra vez.
– Yo creía que eras una chica lista – le repetía Borshon.
Era un pellizco persistente como una tenaza. Las marcas estaban lo suficientemente escondidas para que, cuando todo estuviera hecho y dicho, quedaran escondidas debajo del ligero corsé que las muchachas llevaban estos días…
Hasta que bruscamente la estrategia cambió y su torturador le dio un golpe en la zona del muslo derecho con el arma larga reglamentaria, a modo de advertencia, y le saltaron las lágrimas del dolor. Seguía de pie y sintió un calambre en el bajo vientre.
Eso la paralizó. ¿Qué pensaban que como estaba embarazada pegarla por debajo de la cadera no le iba a hacer nada?
Iban a matar al bebé.
– Mi hijo… por favor, no vuelva a hacer eso…
El asco transformó los labios del detective inspector dublinés en una línea muy fina.
– No habrá ningún mocoso si sigues por este camino… ni uno ni siquiera medio… Y además, ¿qué vas a hacer cuando paras a un niño rubio? ¿Qué dice Blake de compartirte con esos rebeldes?
Gallagher era rubio.
– Déjeme en paz.
Jonathan Borshon era un policía veterano hecho de un armazón algo distinto al de John Galvin o el otro agente del que le había hablado Maguire, pero no era ningún buen samaritano. Era alguien que no se ensuciaba las manos y que no se consideraba a sí mismo violento, pero a quien le estaba bien que algunos de sus hombres lo fueran de cuando en cuando. No era propenso a actuar él, excepto cuando era absolutamente necesario para resolver un asunto… eso sí, sentía un placer sádico especial en ver sometidos a las furcias y los críos insolentes que los terroristas mandaban a hacer recados como si tal cosa…
En esta ocasión, dado que se jugaba su puesto en el cuerpo y su reputación, estaba dispuesto a llegar donde fuera por cualquier vía para sacar algún tipo de confesión:
– ¡Ya estoy harto de tu engreimiento! Alza los brazos y cruza las manos por detrás de la nuca. ¡Vamos! ¡No quiero sorpresas! – le ordenó cuando, hastiado, quiso acercase para susurrarle que no se iba a salir con la suya – Si hoy no te saco nada de interés, esos imbéciles van a exiliarme a las Hébridas por encerrar a una periodistilla insulsa y ya malograda como tú. Comprenderás pues que si te sigues callando cosas o intuyo que mientes, vamos a darte una paliza, te golpearé personalmente de tal modo que te dejaré deslomada… y te juro que habrá un legrado y mucho mucho dolor de por medio… ¿Qué decides? ¿Vas a hablar?
Siguió y siguió amenazándola en susurros cada vez más terribles.
– Eres una madre del todo desnaturalizada, no quieres a ese hijo, si lo hicieras ya habrías hablado para protegerlo. ¡¿Qué estás esperando?! ¡¿Quieres que mande a éste a que te de patadas en la barriga para ahorrarte la molestia?! – hubo un momento que señaló el guardia que estaba con ellos en la sala, diciendo aquello. Esta vez el guardia no se movió. Fiona tendría pesadillas con aquella advertencia durante mucho tiempo.
Colapsada por la brutalidad que desprendían las palabras del hombre y después de horas allí plantada de pie, al final no pudo más y decidió decir lo única cosa que ellos no sabían.
– Yo… – musitó.
– ¡Habla!
Borshon puso una mano en su cuello pero no ejerció ninguna presión. La caricia que se produjo al retirar la mano le produjo escalofríos.
– El hombre que se hacía llamar Dickie mencionó… mencionó el hotel Vaughan. Entendí… creo que dijo que iba a encontrarle allí… – acabó contando Fiona, y se odió cada segundo por ello.
Borshon se burló del titubeó en su voz y le aseguró que mataría a Robbie primero si lo enganchaba en ese hotel. Su estómago se revolvió con asco, pero luego tuvo que rogar que al fin la dejaran ir al lavabo porque su vejiga ya no aguantaba más.
Para añadir una nueva humillación, el guardia que la custodiaba recibió la orden de no perderla de vista. Luego, Borshon se rió porque éste confesó rojo como un tomate haberse puesto de espalda.
– Este idiota parece que no ha visto nunca a una mujer…
Armagh Gaol, después del interrogatorio
Tras aquella agotadora sesión bajo el control de Borshon, cuyo rigor duró más de doce horas, se sintió agotada. Empezaba a amanecer un nuevo día, pero sintió unos pasos en el corredor y entonces entró una celadora y anunció que tenía una visita.
– ¿Una visita? ¿Ahora?
Fiona hizo una mueca pero no tuvo fuerzas para ponerse de pie y se quedó sentada en la cama con dolores fuertes en el vientre. Pensó que quizás iba a perder al niño por culpa de esos hombres y se asustó.
Una voz profunda y grave y los pasos firmes de su propietario detuvieron su tren de pensamientos. La celadora los dejó solos, sin que el hombre que la visitaba tuviera que pedírselo en voz alta. Bastó una mirada severa.
– Espero que estés contenta…
– ¿Contenta?
– Todo el mundo está preocupado por ti – dijo – Me alegra que el bueno de Jonathan Borshon te haya convencido para que colaboraras con la policía, me lo acaban de contar, aunque lamento que eso signifique que vuelvas a marear al querido Charles como un moscardón pegajoso…
Volvió la cabeza y se puso a mirar la puerta de la celda por donde había entrado.
Fiona no supo ni qué hacer ni qué decir a eso.
Cogió aire intentando centrarse pero sólo podía sentir odio. Aquello acababa de pasar y aún no había decidido qué contaría a los demás y estaba aturdida y tenía dolor y no entendía que hacía Severus Blake en este lugar sino acabar de humillarla.
Si era eso lo que quería, no le privaría de ello.
– ¿Quiere saber lo que he llegado a escuchar de la boca del "bueno" de Jonathan Borshon hace menos de una hora, Sir Blake?
El rostro del baronet no se inmutó, pero su voz hizo una inflexión llena de sarcasmo.
– Soy todo oído…
Fiona dio una respiración profunda antes de hablar. – Me ha amenazado con darme una paliza de muerte, me ha dicho que iba a violarme, a tomarme como le diera la gana – contó apretando los dientes. Las lágrimas le abrasaban los ojos, pero no las dejó caer – A hacerme abortar a golpes.
– Entiendo…– Por un fugaz momento, el baronet pareció preocupado, tremendamente incomodo –… pero eso solo son palabras… ¿Se lo vas a contar así a Charles? Tienes que saber que la vulgaridad no es un delito, pero un hombre que está tan enamorado como mi sobrino, podría hacer una burrada, una locura – añadió con brusquedad, mirándola al fin.
Fiona había adivinado fácilmente que su inquietud no era porque sufriera lo más mínimo por su integridad o su cordura. Ambos compartían la misma preocupación y extrañamente en aquel momento eso le pareció bien.
Tenían algo en común con el baronet cuyas tierras se expandían más allá del pequeño pueblo de Cushendall: el amor incondicional por Charles.
– Debería. No. Supongo que sólo le voy a contar aquello imprescindible – cerró los ojos Fiona, con las manos en la tripa y aún sin alzarse – Sé que si le doy todos los detalles, si le repito palabra por palabra las amenazas que han hecho que pasara tanto miedo que me sintiera petrificada, el trato humillante de tener a un guardia acompañarme a la mismísima letrina o las incontables horas de pie en las que estoy segura que esperaban con regocijo que me lo hiciera encima, iría a pedirle explicaciones o a enfrontarse a ese hombre, y no quiero que por mi culpa pierda su trabajo… Lo vigilan porque está involucrado con alguien como yo y piensan que tengo el poder para persuadirlo. ¡Eso también me lo ha dicho Borshon! Es un rico heredero del Úlster además de un funcionario en ciernes del gobierno y les asusta que alguien de su perfil pueda estar de parte de los rebeldes… aristócratas como Constance Markievicz o Maud Gonne les dan suficientes quebraderos de cabeza… y son mujeres…
No le habló de los pellizcos ni del golpe en el muslo porque cuando quiso hacerlo le faltó la voz.
– El hijo de Theodore no apoyaría nunca esa locura rebelde, no es ni socialista ni un republicano. La única que defendería a muerte en esta isla es a ti…
– Lo sé. Aunque usted, Sir Blake, no le da el suficiente crédito, porque también sé que haría lo que fuera por el futuro de Killoughagh Castle y lo que ese legado familiar representa para su padre, que se toma muy en serio la responsabilidad que un día va a recaer sobre él – Las lágrimas le resbalaban ahora por la mejilla – ¿A qué vino usted aquí? ¿Qué quiere de mí?
– Vine aquí porque aprecio a Charles y a dejarte claro que no importa cuántos años pasen, siempre serás una intrusa en nuestras vidas; aunque entiendo que a estas alturas una boda es ya inevitable y por eso he confiado en un buen amigo para que me ayudara a que te sacaran de este sitio – Continuó hablando, con la voz hosca, sin vida, allí de pie – Si fuera por la gente del Castillo, habrías salido en un estado mucho más avanzado de aquí y tu hijo nunca hubiera sido legítimo. Haz el favor de no seguir intoxicándolo con historias contra su gente como esas patrañas sobre Borshon y sé una esposa decente…
La situación era grotesca, extraña. Fiona se revolvió sentada en la cama. Abriendo y cerrando las manos, sobre su vientre.
– No son patrañas…
– Sólo espero que al menos seas lo suficientemente fuerte para darle un hijo sano a Charles, que no seas débil y paras un niño tonto – refunfuñó Sir Blake con desprecio – Me han avisado que a medida que te ha ido creciendo la barriga aquí dentro, has ido perdiendo peso hasta quedarte en los huesos… con todos esas náuseas matutinas y agitación mal dirigida…
El baronet no podía ver todavía cuán vulnerable había sido ella en aquel cuarto de interrogatorio. Pero tampoco estaba seguro que le importase: –… aunque – se interrumpió él mismo aclarando su garganta – habría otra posibilidad. Podría pagarte cada céntimo de libra que me pidas si te largas y dejas a Charles en paz para siempre.
– ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a hablarme así? Quiero a Charles y estoy esperando a su hijo.
Los ojos de Fiona centellearon furiosos. Severus Blake evaluó su reacción con su rostro de emperador romano y su bigote tieso.
– Charles no es feliz – dijo – eso lo ve cualquiera; no hay más que mirarle a los ojos. Vivió atormentado cuando te fuiste a hacer ese reportajillo con esos fenianos criminales y atormentado ha estado desde que te encerraron por tu mala cabeza, está convencido que podría haber hecho o dicho algo para protegerte… protegeros a ambos, puesto que fuisteis lo suficientemente inconscientes como para que estés preñada. No hay hombre que haga ascos a una luna de miel anticipada, pero tú…
– Voy a hacerle feliz. Vamos a ser inmensamente felices.
Severus Blake rió con desprecio, mientras se encogía de hombros.
– ¿No comprendes lo que será para él cada vez que hagas tu numerito de mujer moderna implicada con Irlanda o con otra causa perdida? ¿Cada vez que decidas ser valiente y cabezota, sin tener nunca miedo de nada, como si fueras un hombre, y acabes metida en un lío como éste? Mi amigo Ross dice que si él sufre, merece sufrir, por quererse casar con una niña como tú. Se ha creado un infierno y a nadie tiene que achacárselo. Él tiene la culpa. Pero es mi primo, como un sobrino, un hijo, y le quiero.
– ¿Y qué propone? Voy a irme con él a Londres, ya hemos hablado de eso, largo y tendido.
No la oyó. Continuó hablando, retorciendo sus dedos largos y delgados en agitación.
– Deberías estar muy segura que vas a saber ser una buena esposa o desaparecer discretamente. Vamos, tú y yo sabemos que no eres una damisela desamparada – señaló – Si hay una mujer que pueda apañárselas sola en tu situación, esa eres tú, Maclachlan. Aunque sé que tus padres tienen dinero, yo tengo mucho más. Podría pasarte un tanto para el crío, ayudarte a encontrarle una familia decente o a instalaros con una historia creíble en la otra punta del mundo. Sería un enorme acto de generosidad de tu parte, librar a Charles de esa obligación y del legado amargo que dejara todo esto cuando los rebeldes hayan destrozado Irlanda y tú hayas hundido su reputación… Tu honor no se puede salvar, dale a él la oportunidad de tener una carrera política en Londres. Si te apartas, dejaras que vuelva a tomar las riendas de su vida, tener un nuevo comienzo sin que el mismo gobierno para el que trabaja, le espíe o le acabe metiendo en una lista con radicales y sinvergüenzas…
Sus palabras fueron un baño de agua fría para Fiona pese a lo mucho que sabía que Severus Blake la detestaba.
– ¡Basta! Le haré un favor y no le contaré esto a Charles… Lo conoce muy poco si cree que renunciaría a su hijo o a mí así como así…
Sir Blake sonrió pasivamente. Parecía más viejo que nunca mientras su cara se hacía más roja y más real. Se volvió completamente hacia ella como una fiera a punto de atacar, y le dijo:
– ¡Oh! Eres bonita, no dudo que esté hechizado por ti, como otros que a buen seguro deben girarse cuando pasas para admirarte... aunque no hayan sido tan tontos para cargar contigo y tus indiscreciones. Tendrías que desaparecer unos meses, abandonarle voluntariamente. Pero un buen día lo superaría. ¿Le quieres, Maclachlan? Pues debes saber que es mejor enterrar un corazón roto que cavar la propia tumba entre la sociedad educada. Tú misma lo has dicho, Charles tiene responsabilidades que cumplir… y tú eres una chiquilla con demasiado coraje para llevar otra vida que no sea la de un precioso y salvaje gato montés – El tono del baronet se empapó de escarnio y desagrado antes de resoplar y poner los ojos en blanco: – Sin embargo, reconozco que tu delicado estado hace las cosas mucho más complicadas, y me conformo con que seas una esposa aceptable que no le avergüence y no le cargue con un mocoso enfermo, malformado u huérfano de madre por sus constantes transgresiones. La política, ser gacetillero es cosa de hombres… no es un lugar para muchachas caprichosas y menos encinta… y siento decirte que es impensable que sigas por este camino cuando seas madre y esposa de mis herederos… esos republicanos están convirtiendo el país en una sangría de cadáveres, muerte y desolación, amenazando de quemar hasta los fundamentos no solo las propiedades de los angloirlandeses sino de banqueros, comerciantes…
Fiona que aún permanecía al borde del colchón se quedó mirando los tochos de la pared y la puerta con barrotes tupidos, que apenas dejaban vislumbrar el corredor. Las losas del suelo de la celda se veían planas y de color gris. No presentaban ningún saliente, ningún pico… y hacia el mismo frío en este momento de la madrugada que durante toda su estancia en este edificio sombrío donde otras mujeres con menos posibilidades que ella estaban encerradas, no siempre por una razón justa.
Glasgow, septiembre de 1919
Descansando por fin en el sofá de la casa de los Maclachlan en Glasgow, Charles acarició el vientre de Fiona, mientras ella reposaba la cabeza sobre sus piernas. Su barriga aún no era muy notoria bajo la blusa amplia que usaba en este momento, pero definitivamente estaba un poco más abultada cada día.
Fiona había decidido no contarle que su primo la había visitado así como las partes más desagradables del interrogatorio y por lo tanto Charles desconocía aquellos detalles.
– Tienes que pedir una cita con un médico para que te revise y también al pequeño – murmuró preocupado.
El viaje en ferry había sido largo y pesado pero James Maclachlan no había querido escuchar ningún otro razonamiento. Ni Dublín, ni Killoughagh Castle, ni el piso de la tía de su esposa en Belfast. Su hija iba a volver a casa ese mismo día y no había más que hablar.
Charles estaría eternamente agradecido de que no le hubieran obligado a hacer lo socialmente correcto y le permitieran estar aquí con ella y no en un hotel.
Oyó que la respiración de Fiona se hacía más firme y regular y se dio cuenta de que se había dormido; se quedó despierto, sin moverse, para no despertarla. Pensó en todo lo que ella probablemente no le había contado y permaneció quieto, odiando cada dichoso de aquellos hombres que decían defender la unidad de este país.
Hasta ahora sabía que habían hecho cosas atroces en Irlanda pero nunca había pensado que le tocaría vivirlo de tan cerca. Al principio había pensado que aquellos que actuaban de esta forma en cualquiera de los dos lados eran gentes ineducadas y no sabían hacerlo mejor… pero de Jonathan Borshon y John Galvin y sus superiores en Londres tenía la certeza que habían actuado deliberadamente. No eran unos pobres desgraciados sino la supuesta flor y nata de la caballerosidad británica. ¿Cómo iba a comprenderlo?
Este no era el país por el que había luchado en la Gran Guerra, por el que trabajaba.
Charles era economista, un estadista de corazón. Siempre podías confiar en los números, eran honestos, claros… sin misterios o dobleces. David Lloyd George se negaba a hablar de guerra en Irlanda, pero lo era, no importaba cómo usara las palabras. Con los números siempre sabías a qué atenerte, no podías cambiar los hechos según fuera conveniente…
Puede que hubiera gente que pensara que Lloyd George iba a negociar pero no se necesitaba ser una lumbrera para saber que no lo iba a hacer hasta que Collins fuera ajusticiado y el movimiento republicano estuviera derrotado.
Por la mañana llovía. Oyeron la lluvia cuando despertaron aún en la misma posición en el sofá, y Fiona murmuró que tenían suerte de no estar afuera. O en el mar, replicó Charles. Ambos se habían quedado dormidos y Maeve había pedido a su marido que no los estorbara.
– Este no es un lugar para que ella descanse… no en su estado…
– No estará mejor en su habitación que en sus brazos… y supongo que no quieres invitarlo allí… vamos…
Charles Blake pasó la mano por el cabello rojo de su amada y se entretuvo mirándola con pausa. La lluvia caía sonoramente sobre el tejado y resbalaba por todas las ventanas. Aquí estaba protegida, escuchando los sonidos del mundo en las primerias de septiembre.
– ¿Cómo crees que va la tierra a contener más agua si sigue diluviando así? – comentó él.
Fiona se sintió abrazada por su voz. Abrió los ojos y buscó los suyos, dejándose mecer por aquella calma sólo por un segundo más.
– Tengo que llamar a Maguire enseguida.
Fiona notó cómo Charles tensaba todo su cuerpo.
– ¿Por qué?
Cerró los ojos. – Le conté algo a Borshon que no debería… puede que aún esté a tiempo de avisar a Michael Collins… He leído los periódicos desde que salí, inexplicablemente no ha habido ninguna redada en el hotel Vaughan, sólo un par de detenciones que creo que están relacionadas. Puede que lo estén vigilando, espiándolos…
– ¡Fiona!
– ¿Qué? – Se alzó de su posición horizontal con todo el cuidado que pudo a pesar del consecuente cansancio y cierta indisposición matinal. – Me asusté, tuve miedo de lo que pudiera hacerme ese hombre pero no debería haberle dado esa dirección… nunca lo hubiera hecho si no fuera por…
– ¿Por?
Negó con la cabeza inquieta. – El bebé, ya lo sabes…
– ¿Qué pasó, Fi? ¿Qué es lo que te hizo o te dijo ese hombre? ¿Qué es lo que no me explicas? Cuéntamelo, por favor – Charles le preguntó aquello con la misma ferocidad con la que se lo había preguntado la primera vez.
Había intentado que ella le hablara de aquello desde el mismo momento que la había tenido en sus brazos fuera de aquella prisión pero sin éxito. Cada vez que tocaba el tema ella se volvía un poco más distante.
– Nada. No en realidad. Me amenazó, no quiero repetir sus palabras… pero nunca me había sentido tan vulnerable y cedí… le hablé de ese lugar… y tengo que arreglarlo… puede que Robbie también esté allí… dijo que le mataría primero si le pillaba… pero aún no lo han detenido o su arresto habría salido en el periódico…
– ¿Qué?, no, no – dijo Charles. Parecía alarmado – Déjalo correr, por favor. Robbie es un hombre adulto, estoy seguro que puede defenderse de lo que sea. Pero tú no puedes arriesgarte a otro encontronazo con la RIC. Ha habido momentos en los que pensé que te tendrían meses allí dentro… que de nada servirían el abogado que contrataron tus padres o los contactos de mi primo…
– ¡Lo que no puedo es dejar que detengan o asesinen a Robbie porque me acobardé y traicioné la confianza de mis fuentes, de mi primo! – protestó preocupada, culpándose.
Charles apretó los labios y miró al frente. Entendía su punto de vista pero todo eso era nuevo para él. Él había luchado su guerra y supo que cómo periodista Fiona no abandonaría ésta por su propia voluntad. Lo haría por él, por la promesa que le había hecho, por el miedo que había sentido por su hijo cuando la habían encerrado en ese agujero de Armagh Gaol, mil cosas que no controlaba y que la hacían sentir impotente y cambiada, más débil.
Se dio cuenta que esa sensación no la abandonaría en mucho tiempo y que eso teñiría los primeros pasos de su vida juntos. Pero creía que no podía ofrecerle otra cosa, no sabía cómo hacerlo. No albergaba ninguna duda de que ahora tenía la obligación de casarse con ella. No es sólo que lo desease. Cuando se hubieran asentado en Londres, la apoyaría para que siguiera ligada al periodismo.
Era complicado que una mujer casada con un bebé encontrara un empresario suficientemente abierto de mente para contratarla pero lo lograrían. ¿Qué podía decir nadie si él, su marido, la apoyaba? De todos modos se suponía que escritores y periodistas serían más liberales, ¿no?
Encontrarían una niñera que les ayudara algunas horas. No le parecía un mal trato.
No dejarían que una desconocida se hiciera cargo y los convirtiera en espectadores de la crianza de su propio hijo como tantos aristócratas, por supuesto, pero hallarían la manera...
Miró de reojo a Fiona. En ese momento le daba la espalda para mirar la lluvia que caía a través de la ventana y podía contemplar la curva suave de su mejilla, su nuca y su cuello al descubierto por el moño a medio deshacer… Quizás debería haber visto que se estaba robando a sí misma al comprometerse a dejar la corresponsalía para el Manchester Guardian al casarse. ¡Qué torpe había sido!
Resopló, preocupado por ella, por todo.
– Sé cómo comunicarme con Louisa Brennan sin que nadie haga demasiadas preguntas. Estuvimos en contacto cuando estabas haciendo ese reportaje con Gallagher.
Fiona se giró con la curva de una pequeña sonrisa triste en su boca. – ¿Qué quieres decir?
– Que puedo avisarlos yo.
– No puedo dejar que lo hagas… – susurró Fi.
– ¡Soy yo quien no puede ver como corres ningún otro riesgo…! – le demandó algo dolido, aunque más consigo mismo que con ella. Después de un momento, agregó: – Tu padre tiene razón. Debería haber esperado a la noche de bodas, sin excusas. Haber pensado más en ti, en lo duro que sería si pasaba algo así, te he dejado a merced de los comentarios de todo el mundo. He arriesgado el futuro de este niño… si naciera fuera del matrimonio no podría heredar…
Estaba avergonzado, pero lo cierto es que atesoraba cada momento que habían compartido. Bajó la mirada y entrelazó sus manos con una de las de ella.
– Tampoco va a hacerlo si es niña, ¿no? Al menos no las propiedades de tu familia en el condado de Antrim – repuso Fiona – ¡Oh, Charles! Merece la pena, te lo aseguro. No me dan miedo las habladurías – añadió – Te quiero con locura, y esto, tú, es con diferencia lo más cuerdo que he hecho en mi vida… En realidad, puede que tener miedo me haya salvado de algo peor… dicen que el miedo es una respuesta de supervivencia, ¿no?
Charles Blake iba a ser un magnífico padre, estaba segura de ello. Podía imaginarlo acunando al bebé y queriéndolo tanto como quería quererlo ella… apenas habían hablado de ello pero Fiona sabía en el fondo de su corazón que él nunca sería uno de esos padres despegados que deja toda la responsabilidad de la crianza a la madre o a una niñera.
Fiona lo besó con suavidad y percibió la respuesta de los labios de él moviéndose sobre los suyos mientras le deslizaba las manos por los brazos y volvía a posarlas con reverencia en su cintura.
– Fi…
– No puedo dejar que te involucres en esto, Charles, amor mío, te están espiando también a ti.
– Entonces enviaremos un anónimo a Louisa. No quiero que te vuelvas a poner en peligro. I a riesgo de sonar como un marido sobreprotector al que aborrecerías, no puedo permitirlo.
Dublín.
– No puedes quedarte aquí, Kitty.
– ¿Por qué?
– No hagas preguntas.
Michael Collins invitó a la chica a acompañarle fuera de este lugar mientras la sujetaba con cuidado de la cintura.
– ¡Chaval! – Dijo al recepcionista – Si entra alguno de nuestros chicos, diles que se queden en otro lugar.
– ¿Dónde?
– ¡En cualquier otro lugar! Llámame si pasa algo.
– ¿Qué está pasando esta noche? – preguntó Fred Gallagher que salió de una habitación. Robbie le siguió unos pasos por detrás visiblemente despeinado y con la camisa abierta.
– He tenido una llamada de Louisa Brennan. Parece ser que ha recibido un anónimo y éste lugar no es seguro. Según mis cálculos y los agentes de paisano que creo haber visto fuera, vamos a tenerlos encima en cualquier momento. Puede que eso sea lo que explique la detención de Croy y Dexter hace dos días después de haber pasado la noche en este hotel…
Dublín, 10 de septiembre de 1919.
– Charles Blake…
Charles observó el hombre que acababa de nombrarle por encima de su taza de café en un restaurante poco concurrido cerca de casa de Margot Fitzsimmons. Estaba en la ciudad porque había venido a recoger las pertenencias de Fiona que guardaba descanso en Glasgow. Una vez celebrada su boda, se irían directamente a Londres.
El desconocido extendió la mano por debajo de su sombrero de ala, que estaba expresamente inclinado para que no pudieran reconocerle fácilmente. El hombre vestía con una camisa de rayas azules y tenía los ojos de color avellana.
– Me parece que no tengo el placer…
– ¡Oh! Pero me hizo un favor hace unos días.
– ¿Perdón?
– Louisa Brennan – aclaró – He hecho investigar el anónimo que recibió para avisarnos que nos marcháramos del Vaughan, mi hotel favorito. Sé que fue usted.
Su pose era de claro interés. Charles supo al instante quien era el hombre que le hablaba.
– Michael Collins – entrecerró los ojos.
– Encantado de conocerle, señor Blake.
– ¿Qué quiere?
Collins podía percibir la duda en el tono del inglés y eso hizo que sonriera:
– No sufra, no soy como sus amigos británicos. Sé que lo que ha hecho ha sido por esa chica, no por lealtad a nuestra causa – aclaró – ¿Cómo se encuentra ella después de Armagh Gaol?
– Está bien. Eso creo – respondió Charles con una mueca. Le asustaba que ella no le hubiera contado toda la verdad de ese maldito interrogatorio – No va a volver a esta ciudad… no por un tiempo.
– Claro. ¿Me permite sentarme?
La taza de Charles se detuvo en el aire. Observó a su interlocutor.
– Supongo que no puedo negarme – apoyó el café con cuidado en la mesa y se pasó una servilleta por los labios.
– Puede. Debería ser yo quien de todos modos no quisiera estar aquí. Tengo que ser cuidadoso. Hay agentes británicos por todas partes y no son precisamente gente que busque un intercambio franco de posturas.
– ¿Qué quiere que diga a eso? – preguntó. Esperaba expectante a descubrir a donde conduciría aquello.
– Nada. Es usted un hombre inteligente. Estoy aquí sólo para darle las gracias – Collins extendió las manos para apaciguarlo – Pero si se quisiera unir a nosotros… Bueno, la oferta está sobre la mesa.
El irlandés lo miró con perspicacia. Charles se dio cuenta que en otras circunstancias responderle le pondría en un claro peligro:
– ¿Qué pasara si le digo que no me voy a dejar seducir?
Michael Collins se rió. El líder rebelde podía ser muy convincente pero no estaba ni siquiera intentándolo. – Es un poco tarde para no dejarse seducir, cómo usted dice. Es extraño, ya sabe, usted… alguien que un día vendrá a ocupar su castillo en tierras que los ingleses nos robaron… que haya acabado enamorado hasta las trancas de ella. Dígale que es una de mis periodistas favoritas aunque Gallagher odió cada línea de su artículo, y felicítela por la boda, ¿lo hará?
Charles asintió, golpeando la cucharita contra la mesa en un gesto de nerviosismo. Collins echó un vistazo al local y luego dijo tranquilamente.
– A esta hora Robbie está tomando un atajo por varias calles paralelas a Croke Park, va a doblar una esquina y dejar el automóvil en una parada cerca de la prisión Mountjoy. Dos de mis mejores hombres lo acompañan pero él insistió en encargarse él mismo.
Blake supo que no debería preguntar eso y que era mejor permanecer en la ignorancia, pero no pudo contenerse. No había tenido la oportunidad de conocer en persona a ese chico.
– ¿Qué va a hacer?
Michael Collins consideró la pregunta y respondió pensativamente.
– Cargarse a Borshon. El mes pasado dio permiso para que uno de sus hombres golpeara hasta dejar inconsciente a un muchacho de 15 años, Bill Mullen. Su padre es voluntario en Bray. Ese hombre y su otro esbirro, John Galvin, no tienen ningún compás moral. ¿Está completamente seguro que Fiona está bien?
Pasó un silencio entre ellos. Un largo segundo después, Charles reaccionó:
– ¿Por qué me cuenta eso? Sabe que si no le denuncio voy a ser cómplice de ello…
– No sufra, no hay nada que usted pueda hacer ya. Son las 12. Robbie va a apretar el gatillo en medio minuto. Sé que ahora mismo se siente horrorizado y para serle sincero no vamos de vengadores ni mucho menos, nuestro objetivo no es ese, sino la libertad de Irlanda y aquellos que la obstaculizan, pero yo de usted agradecería que ese monstruo no se pueda topar nunca más con Fiona… hay historias por Dublín… de él y Galvin y otro tipo llamado Pearson… que no le gustaría escuchar…
Escocia, 16 y 17 de septiembre de 1919
La familia Maclachlan y su padre Theodore les presionaron para celebrar cuánto antes una boda por lo civil, pese a que su primo insistió que si era así ésta tenía que seguir celebrándose en el Úlster, o bien hacerse en Inglaterra. El registro era el modo más rápido de contraer matrimonio dadas las circunstancias de Fiona, pero en Escocia el sistema era distinto, cualquiera podía casar a una pareja "por declaración": no había necesidad de funcionarios de la corona, y bajo la opinión de Severus Blake eso carecía de la suficiente rectitud y legitimidad.
– No van a decir que mi heredero ha huido a Edna Green o algo así a casarse a una herrería – había protestado Sir Blake. – Ya es suficientemente malo explicar que te has casado en un registro civil con esa muchacha feniana sin que lo hagas en Escocia…
Quedaban dos semanas para la boda.
– Mañana – dijo James Maclachlan irritado una vez que se dio cuenta que la barriga de su hija ya prácticamente no podía esconderse e incluso su ropa más amplia la delataba.
– Creo que es imposible – lamentó Charles.
– ¿Por qué?
– Porque en el condado de Antrim tenemos que tramitar el expediente matrimonial y conseguir una licencia. Es algo más fácil que por la Iglesia, que pide publicar amonestaciones durante tres domingos antes de la ceremonia, pero no es inmediato…
James lo miró larga y fijamente.
– Esto es un desastre. Entiendo que tu primo quiera que te cases donde él tiene sus propiedades ya que eres su heredero, pero en Escocia podríais casaros hoy mismo, podría organizarlo, sólo necesitaríais dos testigos…
Si el rumor seguía extendiéndose, la reputación de Fiona quedaría dañada por mucha boda que hubiese y los cotilleos malintencionados perseguirían a la pareja de por vida, pero, además, ¿qué sentido tenía seguir insistiendo con casarlos en el Úlster? Igualmente, no sería una ceremonia bonita como su hija se merecía. Y después de todo ese retraso, ¿qué iban a hacer con el nacimiento? ¿Esconder la llegada del bebé y no bautizarlo hasta que tuviera medio año? Eso no estaba bien.
Lo que los novios quisiesen o hubiesen planeado hasta ahora era lo de menos. Tanto como lo que quisiese ese dichoso baronet. Su hija estaba atrapada por las convenciones y las expectativas sociales. El qué dirán.
James temía que Severus Blake estuviera poniendo excusas y obstáculos porque en realidad esperaba que al final pasase algo que arruinara el enlace y con ello a su niña.
– Dios mío – les interrumpió Fiona con una sonrisa un tanto forzada, ladeando la cabeza – os habéis puesto muy serios. Podemos esperar dos semanas, papá. Al fin y al cabo, vamos a ser la familia más cercana y algunos empleados de Sir Blake. Los que importáis, que sois nuestros seres queridos, conocéis la situación de sobras, y el resto apenas me ha visto nunca, no va a notar la diferencia ni a especular.
– Puede que tengas razón pero eso no quiero decir que me guste – admitió su progenitor a regañadientes. – Y tu viejo padre tiene derecho a daros prisa en ese tema.
– Bueno… pero ya nos estamos dando prisa…
Fiona apretó los labios, bajó la mirada.
Charles observó callado el intercambio entre padre e hija, incapaz de apartar la mirada de Fiona. Amaba su tono de voz, la mirada exasperada que se le dibujaba en el rostro. Eso le hizo sonreír un poco, aunque sabía que la intranquilidad de James era justificada y él mismo empezaba a sentirse inquieto.
Todo iba muy deprisa y a la vez tortuosamente despacio. ¿Se sentía satisfecho de acelerar los preparativos porque como a James le preocupaba la reputación de Fiona y lo que dijeran de su matrimonio, las dudas que unas pobres almas más bien pusilánimes pudieran sembrar sobre su bebé? ¿O porque no quería darle tiempo a que cambiara de opinión y perderla a ella y a su hijo? Racionalmente Charles sabía que hacía semanas que habían cruzado una línea de no retorno, que el embarazo se había convertido en el Rubicón definitivo de su compromiso, pero aun así las dos últimas cartas que Fiona había recibido del Chicago Daily Tribune eran suficientes para hacer de sí mismo un novio muy nervioso…
Los americanos habían seguido muy seriamente su detención y encarcelamiento y habían publicado varios artículos y una editorial, su portada había abierto un día explicando que una prometedora periodista escocesa estaba encarcelada en Armagh y exigiendo su liberación, era normal que la hubieran llamado para entrevistarla o darle un espacio para una columna cuando estuvo en casa. Lo que era extraordinario de aquello era que también le pedían que viajara a Chicago y le ofrecían un puesto de trabajo allí.
Fiona se había excusado enseguida, como si el que él cambiara sus planes y viajaran a Illinois no fuera ni siquiera una posibilidad, y eso lo había hecho sentir mal, porque puede que quisiese mantener su trabajo para el gobierno británico, pero no a costa de esa mirada desesperadamente melancólica en su futura esposa…
Por otro lado, Gregson había escrito un telegrama diciéndole que un editor de un periódico francés estaba interesado en que les mandara en las próximas dos semanas una serie de cartas con las historias de las mujeres que había conocido en Armagh Gaol. Fiona había accedido a eso pero no se la veía contenta sino más bien profundamente frustrada.
– Debería volver allí, esta vez como periodista, hablar con el director de esa prisión sobre las condiciones en las que tienen ese sitio. Pero claro – admitió, inconscientemente tocándose el vientre – no voy a haceros eso, a ponernos otra vez en peligro.
Esos días Charles se estaba quedando en la casa de los Maclachlan en Glasgow. Por supuesto, en otra habitación distinta a la de Fiona, alejada de la suya.
Una noche antes de bajar a cenar la encontró al lado de la ventana del final del corredor con la mirada un poco perdida y cara de concentración. Abajo se distinguía el césped del jardín y los macetones de la terraza con la nota azul y tupida de las hortensias. – ¿En qué estás pensando? – quiso saber.
Fiona vaciló.
– Estoy pensando… estoy pensando en que todo el mundo habla de cómo esconder mi barriga en la boda, al niño hasta que tenga 6 meses… ¿y el amor? ¿Sabremos amarlo?
– Oh, cariño – Charles se acercó y la besó, hundió sus manos en la gloria de sus cabellos rojos, hasta que ella levantó la cabeza para mirarle y él pudo ver que tenía los ojos rojos e hinchados de llorar. – ¿Cómo no íbamos a saber amarlo? – Preguntó – Déjales que planeen lo que quieran y hagan cuentas… Podemos viajar a París unas semanas y por la costa francesa, si quieres, pero será tu elección. No voy a esconder a mi bella y flamante esposa ni a nuestro hijo bajo llave.
– Vas a quedar horrorizado con tu flamante esposa cuando veas el saco espantoso que mi madre y la señora Douglas quieren elegir para vestido de novia. Es de color lavanda – Fiona se balanceó ligeramente cogida de su brazo – Voy a parecer una flor desparramada, pálida, con ojeras de no poder dormir porque no encuentro la posición y temo aplastar al bebé y todos esos centímetros de ropa en los que quieren que me envuelva, para que no se marque mi abultada panza mientras inexplicablemente sigo perdiendo peso del resto de mi cuerpo y mis piernas se están quedando como palillos. ¡Y todo por esconder ese horrible pecado del que se ve que ya susurran algunas doncellas de esta cálida y acogedora ciudad gracias a la lengua larga y afilada de la modista que eligió mamá…!
– Nuestro…
– ¿Cómo?
– Nuestro hermoso pecado.
– Lo que sea. ¿Qué voy a hacer?
Charles sabía que Fiona no era una mujer vanidosa ni vacía. Era cabezota, valiente, ingeniosa, afectuosa con la gente que amaba, incluso graciosa, pero nadie podía decir que fuera muy presumida. Que estuviera preocupada por aquello tenía que esconder algo más; puede que simplemente se sintiera extraña con el embarazo y los cambios que su cuerpo estaba experimentando mientras estaban envueltos en aquella vorágine.
A él también le preocupaba que hubiera perdido tanto peso en Armagh Gaol, pero el medico que había visitado les había asegurado que sólo necesitaba comer mejor y que la prueba que todo iba bien es que su vientre crecía de acuerdo con las semanas de embarazo…
Estaba decidido a darle la mejor boda que pudiese dadas las circunstancias. Así que en ese instante se arrepintió de haber renunciado a casarse por la iglesia y aceptado una ceremonia civil para ir más rápido, evitar tener que dar explicaciones a un clérigo inquieto y tranquilizar de esa manera a sus familias, puede que a sí mismo.
Por una vez agradecía a su primo sus exigencias. Se dio cuenta que no quería casarse como si escondiera algo malo. Quería que la boda fuera un momento especial y con dos semanas por delante aún tenían tiempo de organizar un pequeño desayuno en Killoughagh Castle con sus seres queridos.
– Vamos a comprar el vestido de novia que tú quieras mañana mismo.
– ¿Quieres decir…? ¿Cómo? Papá ya ha pagado para que la modista haga ese espanto… –.
– Vamos a devolverle el dinero a tu padre y a buscar una tienda en donde tengan lo que tú quieres y será un vestido blanco – Charles le apartó un mechón de la cara y la besó. Al día siguiente la llevó a Edimburgo por las carreteras flanqueadas de postes de telégrafo que unían las dos populosas ciudades escocesas, hasta una lujosa pero pequeña tienda del casco antiguo que había visto anunciada leyendo el periódico una mañana mientras desayunaban.
– Queremos un vestido – le dijo a la dependienta que al verles enseguida hizo una mueca.
– ¿Es para una ocasión especial? – quiso saber la mujer mirando a Fiona de arriba a abajo.
– Muy especial – le confirmó Charles – Nos vamos a casar.
Él sonrió y Fiona alzó una ceja. La dependienta pareció descolocada. Probablemente tan sorprendida porque Charles estuviera aquí, que abrió la boca para hablar y puede que para decirles que no tenía nada apropiado para ellos, pero se lo pensó y no dijo nada de lo que le había pasado por la cabeza al ver la figura de madonna de Fiona. Una hora y media más tarde, los dos se marcharon de la tienda, habiendo escogido un vestido de seda blanco pálido con flores bordadas en plata, escote alto redondo, mangas y un vuelo de tul que con según qué luz parecía tener un suave reflejo rosa en el borde inferior, un velo y unos zapatos de tacón bajo con perlas de plata intrincadas. Había anochecido y hacia algo de viento. Fiona se echó a temblar.
– ¿Tienes frío? Es mejor no aventurarnos a la carretera a estas horas y con este tiempo. Hay partes del camino demasiado oscuras para que sea seguro. Podemos coger el último tren y que alguien venga por el coche mañana.
Ella asintió. Charles la estrechó entre sus brazos con increíble fiereza mientras se dirigían a la estación de Waverley.
Tuvo un nuevo escalofrío pero esta vez no fue el frío. Charles iba a ser un fantástico padre y marido. Pero, ¿y ella? Se supone que tendría que haber estado más ilusionada por el gesto del vestido y en cambio se había pasado el trayecto hacía aquí y la larga hora en la tienda pensando en cómo sería su vida si fuera esa chica que había querido ser desde chiquilla: una más interesante, de más mundo, la que podía elegir irse a Chicago y tener voz una vez más para denunciar los atropellos del gobierno del Imperio Británico en Irlanda, y no ésta que apenas podía imaginar un bebé en sus brazos y que tarde o temprano decepcionaría a este hombre increíble, sensato y maravilloso que tenía al lado.
Pensó en el vestido, suave, blanco, envuelto en papel de seda, y en cómo Charles la había mirado al ponérselo.
Cuando se había probado el vestido en la tienda, los ojos café de él habían brillado con genuina familiaridad y le había dicho con voz suave, íntima: – Te ves hermosa, cariño – y Fiona se había sentido perfectamente en paz pese al montón de expectativas y estrictas convenciones sociales que se estaban saltando en ese momento. Dio unas vueltas delante del espejo, frunció el ceño, sonrió. Su corazón se mantuvo en la garganta y los sonidos de la tarde en la ciudad tomaron protagonismo por el silencio repentino dentro de la tienda.
La dependienta de mediana edad los observaba incomoda y secretamente intrigada, aun preguntándose internamente si no debería pedirles que se fueran y evitar rumores sobre su negocio.
El vestido le estaba perfectamente. Pero, allí de pie, apenas podía dominar su impaciencia por no sabía exactamente qué, mientras la mujer, con dedos torpes, abrochaba los corchetes.
Al entorno de Sir Severus Blake no parecía importarle que fuera joven o en el fondo aún tuviese demasiado poca experiencia de la vida para ser madre, pero sí que no fuera exactamente de su clase, y que su conducta se convirtiera en una fuente inagotable de problemas para la carrera de Charles en Londres y sus responsabilidades con la hacienda en el Úlster…
A Fiona le gustaba la idea de comenzar el día entre los brazos de Charles y terminarlo del mismo modo. No era que no lo amase. Estaba locamente enamorada de Charles Blake. Le quería de una manera sincera, a veces desesperada. Era perfecto. Inteligente. Gentil. Divertido. Brillante. Juntos habían creado esa nueva personita que hacía meses que crecía en su vientre. Pero envidiaba la capacidad de los hombres como él para ser testarudos y perseguir sus pasiones sin pedir perdón por ello, mientras que todo el mundo daba por supuesto que ella debía contentarse a partir de ahora con casarse y traer niños a este mundo.
Todo lo que un hombre como él desease estaba a su alcance, como si fuera una especie de derecho de nacimiento, pero una vez que se convirtiera en la madre de sus hijos, lo único que esperaba la sociedad de ella era que se sentase en su casa a esperarle llegar cada noche para recibirle con una cena caliente y una cama tibia… ¡Además de no poner en peligro su nombre y su posición!
Sí, claro que quería al bebé, especialmente porque era hijo de Charles y estaba convencida que se le parecería, pero eso no significaba que se le fuera a dar bien criarlo ni ser buena esposa para el padre de su criatura. ¿Y si estaba renunciando para siempre a su trabajo fuera de casa?
Necesitaba sentir que seguía en poder de sí misma.
– ¿Entonces qué? – Charles interrumpió sus pensamientos, ajeno a su inquietud. Era un hombre magnífico, debería darle vergüenza poner en tela de juicio que con él sería muy muy feliz – Cuando el bebé nazca, ¿qué nombre has pensado para ella?
– Él – replicó Fiona sin pensar.
Charles sonrió.
– Él.
La abrazó más fuerte y la besó afectuosamente. Por unos momentos, no hubo nadie más en el mundo.
Unos días después.
Fiona esbozó una sonrisa paciente.
– Venga, mamá. Sabes que Michael Gregson no va ir con el chisme a ninguna parte y voy a comportarme vistiéndome con la blusa más amplia que tengo. Es un hombre: no se va a dar cuenta. Quiero y debo saludarle si viene a esta casa.
Maeve Maclachlan levantó la mirada.
– Pero viene con Elisabeta. Ha pasado algo malo, muy malo con Lizzy. Tu pobre madrina… – dijo – Por lo que sé ha sufrido una crisis y quieren internarla en un sanatorio, pero va a ser aquí, en Glasgow, cerca de sus padres. ¡Es horroroso! No entiendo porque Michael no prefiere tenerla donde pueda visitarla cada día y no entiendo por qué no nos han contado antes que algo iba mal, somos sus amigos.
Fiona suspiró. – Mamá, vosotros, no queríais invitarlos a mi boda, ni siquiera a Michael que ha sido mi jefe de redacción, para que no sospecharan que estoy esperando…
Su madre la miró, muy seria.
Entonces, Fiona se compadeció y le dio un beso en la mejilla.
– Sólo espero que algún día tengas...
–... una hija tan desobediente, inadecuada e impertinente como yo, lo sé —bromeó Fiona, con un mohín, apoyando una mano en su barriga.
Ayer le había parecido notar un movimiento y se había sorprendido hablando al bebé y sintiendo una ternura y una dulzura en su interior que nunca hubiera imaginado poseer.
En prisión se le había generado un sentimiento de culpa por llevar a un inocente a una situación de vida o muerte como aquella. ¿Cómo defenderse de algo como aquello y defender la vida de su hijo? No había pretendido decir nada que pusiese en peligro a Robbie o la comprometiese como periodista, pero había descubierto para su sorpresa que, aunque aún no sabía si sería una buena madre, más que a nada, no quería perder al bebé de Charles.
Había sentido sus pequeños movimientos por primera vez mientras permanecía acostada en su cama de Glasgow, pensando en vestirse para el día, ir a buscar a Charles que estaría desayunando con sus padres, ya que le habían permitido una noche más quedarse en su casa.
Se quedó muy quieta, esperando volver a sentir aquella extraña y extraordinaria serie de infinitésimos y rápidos movimientos, como un estallido de burbujas y espuma cuando rompen las olas en el mar, un aleteo.
Cerró los ojos un momento pero entonces se retorció un poco para estirar los brazos y notó de nuevo dolor en su omoplato izquierdo y en el muslo. El hecho de no haber tenido intimidad desde que había salido de la cárcel y llegado a Glasgow le había permitido esconder a Charles los hematomas oscuros en esas partes de su cuerpo. No quería volver a hablar de Borshon ni del interrogatorio y prefería ahorrar esa preocupación a Charles.
Sintió un nuevo y discreto movimiento en su barriga.
Su madre podría ser demasiado aprensiva y su padre quizás le gustaba presumir de ser más moderno y abierto a los nuevos tiempos de lo que en realidad era. Pero ambos se amaban y amaban a su hija. Habían tenido un buen matrimonio, uno de bien avenido, lleno de amor.
Al menos podía intentar dar a su hijo algo parecido.
– No podría seguir mejor ejemplo que el vuestro.
– Fiona, pequeña – dijo su madre, con los ojos humedecidos – Esta es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca.
Fiona levantó la barbilla con una media sonrisa.
– Pero no voy a esconder a tu nieto a la gente que nos aprecia. Elisabeta y Michael no dirán nada. Estoy segura. Pero ese día en el registro y el día antes cuando me vaya de esta ciudad, podrá verme cualquiera y dirán lo que les dará la gana; porque el nuevo vestido, aunque sigue esa nueva moda de las líneas rectas y tubulares, no es una funda de almohada como el que vosotros proponíais. Tampoco lo será el traje que lleve para el viaje ni con el que llegue a Londres una vez casados. Eso no va empañar mi boda con Charles ni a convertir el nacimiento de mi hijo en una especie de secreto… En eso no os puedo hacer felices a tu y a papá, no esta vez mamá.
Maeve suspiró con cierta resignación, admirando secretamente su testarudez.
– Tú y ese chico… no sé si sois muy valientes… o un par de inconscientes…
