MAÑANA
Los días en el Santuario parecían prolongarse conforme la Guerra Santa avanzaba, a paso lento pero firme. Sentía la brisa matinal acariciar mi rostro mientras me encontraba en las afueras de mi Templo, previo al momento de partir hacia la misión que el Patriarca me había encomendado, y sentí un atisbo de nostalgia antes de ausentarme por varios días, o incluso semanas; no sabía cuánto me demoraría, todo dependía de la situación con la que me encontrara allí.
Había empacado un morral con las cosas básicas que pudiera llegar a necesitar durante mi estancia, pero tenía el corazón cargado de dudas y un temor creciente acerca de qué sucedería con Natalie durante mi ausencia.
Otra vez pensando en ella.
Había pasado la noche en vela, esforzando mi mente al máximo para tratar de comprender qué era lo que estaba ocurriéndome y qué era exactamente lo que sentía por la joven sanadora. En la última conversación con el Patriarca, le había encomendado que cuidara de Natalie y reforzara su seguridad, puesto que había algunos caballeros de dudosa reputación que habían puesto sus ojos en ella, manifestando abiertamente sus intenciones de seducirla, y eso me tenía sumamente preocupado, ya que no podría cuidarla en los próximos días por mi viaje. El Anciano Líder había soltado una pequeña risilla y luego respondió de una manera que me hizo pensar en que tal vez él se ha percatado de algoque yo todavía no he logrado dilucidar, y no me gusta para nada permanecer en la incertidumbre.
_Je, je,je descuida muchacho, yo cuidaré de ella, no tienes nada de qué preocuparte... Por cierto, ¿qué significa este interés tan repentino por el bienestar de la muchacha? _ , dijo en un tono divertido Sage, que no comprendí la razón por la que él lo utilizaba.
Esa pregunta por parte del antiguo caballero de Cáncer me tomó desprevenido, por lo que ocasionó que perdiera mi calma habitual y que mi cuerpo reaccionara ante ello en contra de mi voluntad. Recuerdo que en ese momento, sentí un ardor en mis mejillas que acompañó a la acelerada carrera que comenzó mi corazón dentro de mi pecho. Al intentar responder la pregunta formulada por Sage, desconozco la razón, pero comencé a balbucear, para luego contestar que simplemente era el mismo interés que tendría en proteger la vida y la seguridad de cualquier civil, pues era nuestro deber como caballeros de Athena. Podía sentir que el Anciano Líder estaba sonriendo, a pesar de no poder ver su sonrisa, y lo que dijo a continuación literalmente hizo que mi corazón se detuviera por unos segundos.
_¡Oh, Ásmita! ¿Es que acaso no te has dado cuenta todavía? ¿No has reparado en cuántas cosas ha cambiado tu vida desde que ella llegó aquí? Mira dentro de tu corazón y hallarás la respuesta que estás buscando... ya casi la tienes... No debes negar lo que es innegable..._ , repuso Sage en un tono tan enigmático que me tomó por sorpresa.
Desde ese entonces, había estado pensando en aquellas palabras que me habían desconcertado, ¿qué quiso decirme el Patriarca con eso? Obviamente él ha notado algo que no quiere decirme, mientras tanto me deja en el predicamento de tener que continuar mi búsqueda de respuestas ante estos interrogantes.
Por supuesto que mis acciones hacia la muchacha sólo son producto de la misma preocupación natural que tendría por cualquier persona que necesitara mi ayuda como caballero de Athena... ¿O es que acaso hay algo más? Evidentemente, así era.
Tengo que admitir que mi preocupación por el bienestar de la joven es mayor a la quetendría por otra persona. Pero ¿por qué?
También debo reconocer que me siento muy bien cuando ella se encuentra cerca de mí, cuando está a salvo y segura; y no puedo negar esa necesidad que sentí desde el momento en que la conocí, de cuidarla y protegerla de todo aquello que intente dañarla. No puedo explicarlo, pero siento una fuerte conexión con ella; tengo la sensación de que la conozco desde hace mucho tiempo, aunque sé que no hay forma de que eso sea verdad debido a que la joven proviene de otro tiempo, tan diferente a éste... El saberla con bien y de buen ánimo, lejos dela maldad de ciertas personas como las que en el pasado han oscurecido una parte de su alma, haciendo que la tristeza se manifieste a través de su cosmos y de su semblante, hace que mi corazón palpite de alegría. Deseo que siempre sea capaz de sonreír y que no tenga que derramar ni una sola lágrima más. Al mismo tiempo me doy cuenta de cuánto me gustaría poder presenciar el mágico momento que debe de ser el poder contemplar una sonrisa dibujada en sus labios.
Me sorprendo de repente al tener tales pensamientos acerca de Natalie y mi corazón inicia nuevamente una alocada carrera dentro de mi pecho. No debería pensar de esta manera, soy un caballero de Athena y he realizado votos de lealtad hacia la diosa que ha protegido a la humanidad desde la era mitológica, por lo que no puedo permitirme pensar en una mujer...
_¿Qué es lo que estoy haciendo? No puedo dejar que estos pensamientos mundanos perturben mi paz interior; debo concentrarme en cumplir con la misión que el Patriarca me ha encomendado... Ya habrá tiempo de encontrar respuestas..._ , susurré para mí mismo, tras lo cual tomé el morral que había preparado y comencé a descender las escaleras que me alejaban de mi Templo, así como de todo el resto del Santuario, incluida Natalie.
Mientras descendía uno a uno los escalones que conectaban entre sí las Doce Casas Zodiacales, por un instante sentí cierto atisbo de culpa al marcharme sin despedirme de la muchacha cuya voz melodiosa he escuchado en sueños y en el silencio de mi Templo, interrumpiendo mi meditación diaria. Luché internamente contra lo que pugnaba en mi alma, mi deseo de estar ante su presencia una vez más antes de partir, o dejar el asunto por la paz para mantener la calma y la mente fría ante la inminente batalla a la que tendría que enfrentarme solo en las lejanas tierras del Tíbet. Sentí mi corazón palpitar con más rapidez dentro de mi pecho ante la expectación de la decisión que debía tomar; mi respiración, que se había acelerado también de manera inconsciente, finalmente logró volver a su frecuencia normal tras un profundo suspiro, al oír a la razón y tomar la que juzgué como la decisión más sabia para mí en ese momento. Además pensé que, si acaso perdiera mi vida en esa misión, ella podría seguir adelante con mayor facilidad, no tendría que derramar lágrimas ante la pérdida de su amigo y protector.
Era lo mejor para ambos. Luego de una travesía de varios días, finalmente arribé a aquel sitio tan conocido para mí y en el que había pasado algunos de los momentos más duros y difíciles de mi vida. También allí había conocido a algunas personas que me enseñaron muchas cosas valiosas con su sabiduría, y me introdujeron en un nuevo modo de vida, el ascetismo. El mismo es la doctrina filosófica o religiosa que busca purificar el espíritu por medio de la negación de los placeres materiales o abstinencia; uno de sus fundamentos principales es tomar conciencia del sufrimiento, hasta liberarse completamente de este, en la realización del nirvana.
Aún recuerdo cuando llegué allí por primera vez, al llamado Bosque de la Austeridad;todavía era un niño pequeño y hambriento, un huérfano que había pasado la mayor parte de su corta vida en las calles de la India, sin conocer el cariño ni el amor de una familia. En este recóndito lugar del Tíbet, sólo conocido por unos pocos, fui acogido por un grupo de monjes que practicaban el budismo, los cuales me tendieron su mano en el momento en el que más lo necesitaba; no sólo compartieron conmigo sus escasas posesiones y alimento, sino también su enorme sabiduría, producto de toda una vida de meditaciones profundas y mantras en aquel sitio al que consideraban sagrado. Ésa fue la única vez que pude sentir algo diferente al dolor y al sufrimiento; por primera vez sentí lo que era el cariño de otras personas.
Me instalé en uno de los Templos dedicados a Buda que circundaban el lugar, más con pesar me di cuenta que el sitio no era lo que solía ser. Podía percibir que los edificios estaban sumamente dañados, la mayoría de ellos habían sido profanados y reducidos a escombros, y los hombres que otrora los habitaban, ya no se encontraban en el mundo de los vivos. El sufrimiento que experimentaron a través de la tortura de la que fueron víctimas, su angustia, su inmenso dolor, que soportaron estoicamente hasta que sus frágiles cuerpos humanos no resistieron más, todo eso había quedado plasmado en aquellos muros que aún continuaban en pie, y llegaban hasta mí con la brisa de estas antiguas y lejanas tierras.
De pronto, pude sentir un cosmos muy débil en uno de los rincones de la edificación devastada, y lo reconocí como perteneciente a uno de los monjes que me habían ayudado a sobrevivir cuando era un niño. Corrí hasta donde percibí la cosmoenergía, y tomé la mano del anciano, que se esforzaba por respirar, comprobé que aún tenía pulso. Quité las rocas que habían aprisionado una de sus piernas, inmovilizándolo en aquel sitio, y lo ayudé a incorporarse, luego de lo cual lo llevé hasta un lugar seguro. El Anciano monje me reconoció como aquel niño que había llegado a sus vidas varios años atrás, y al que habían brindado su sabiduría y cuidados, al haberme encontrado en pésimas condiciones de salud. Intenté tranquilizarlo y traté sus heridas con el escaso material que traía conmigo, luego le pregunté qué era lo que había ocurrido en ese lugar. El monje, con gran pesar me relató la terrible situación que habían vivido luego de que unos hombres que llevaban unas armaduras negras que brillaban con los rayos del sol aparecieran en el lugar y comenzaran a destruir todo a su paso, no sin antes someterlos tanto a él como a sus compañeros, a horas de martirio bajo diferentes formas de tortura. Tras oír su relato, no me quedaba duda alguna de que aquellos hombres de armadura negra no eran otros que los espectros de Hades, de cuya presencia el Patriarca me había advertido ya, y el motivo por el cual había sido enviado hasta estas tierras. La amenaza que el Ejército del Dios del Inframundo representaba para la humanidad crecía día con día, pues éstos buscaban aumentar su número de huestes sumando más almas para servir a Hades. No podía permitir que su maldad siguiera corrompiendo este sitio, ni que continuaran masacrando a las poblaciones civiles aledañas; debía encargarme de ellos y eliminarlos a como diera lugar. La ira comenzó a encenderse dentro de mí, al no comprender la razón de tanto ensañamiento con unos ancianos que vivían en forma pacífica en medio de un bosque. Pero no hay explicación alguna para la maldad.
Le aseguré al anciano monje que todo estaría bien, y le di mi palabra de que encontraría a los responsables de tanto sufrimiento y les inflingiría el castigo que merecían por haber profanado un lugar sagrado como era ése.
Una vez que el monje pudo sosegar su ánimo y probó alimento, lo dejé descansar mientras me dirigía a los edificios en ruinas y sus alrededores para dar con alguna pista sobre los espectros que habían ocasionado esta tragedia. Caminé por el bosque, rastreando cada paso que habían dado los sirvientes de Hades; no los dejaría escapar. Así lo hice durante dos días y dos noches, y finalmente pude lograr mi objetivo. No pasó demasiado tiempo hasta que logré dar con el paradero de esos seres despreciables que buscaban aniquilar a la humanidad bajo el comando de su dios, al que sirven sin ningún tipo de escrúpulo. Se trataba de seis espectros, y si bien me encontraba en desventaja pues ellos me superaban en número, eso no representó ningún inconveniente para mí; gracias a mis habilidades y a la capacidad de agudizar el resto de mis sentidos al carecer de uno, pude derrotarlos fácilmente al hacer uso del Pacificador de Demonios, y gracias a mi técnica máxima, el Tesoro del Cielo.
Una vez que hube enviado a los sirvientes de Hades de vuelta al Inframundo, regresé al sitio al cual había llevado al anciano monje con un par de heridas menores que no representaban peligro alguno para mí, por lo que con calma fui limpiándolas con suma paciencia y cuidado dentro de mis posibilidades, y luego continué atendiendo al monje, pues sus heridas eran de mayor gravedad. Realizando esa labor, no podía evitar recordar a la joven sanadora, y sentí que mi corazón otra vez palpitaba con mayor rapidez en mi pecho. El Anciano monje pareció percatarse de los sutiles cambios que se hicieron presentes en mi semblante, pues comenzó a balbucear unas palabras acerca del cariño hacia los demás y el amor, y reflexionó sobre lo que ese sentimiento significa en nuestra cultura. El amor según el budismoes absolutamente diferente al amor según Occidente; se define como un sentimiento puro que se otorga a otro ser viviente de manera desinteresada, sintiendo además el bienestar absoluto en saber que no se ha causado dolor o sufrimiento a nadie, sino que ha colaborado en generar alegría en el otro. Además, una de las características fundamentales que posee el amor según el budismo es la capacidad de sentir compasión por el otro.
Amor... ¿De qué se trataba ese sentimiento que durante siglos ha inspirado las más bellas historias, sonetos y cantares? Según nuestra cultura, esun genuino deseo de bien hacia el otro, compartiendo la energía y los recursos propios; es alegrarse verdaderamente por la otra persona, sin ninguna clase de recelo. Y eso es lo que yo siento hacia Natalie: deseo su bien, su felicidad; quiero que ella pueda recuperar la alegría de su alma y la sonrisa que le han sido arrebatadas por aquellas personas que se han encargado de socavar su autoestima y su confianza en sí misma a través del hostigamiento y el maltrato psicológico al que fue sometida. Lo que siento es algo completamente nuevo para mí. Durante tantos años he sentido otra clase de sentimientos provenientes de la humanidad: angustia, temor, desesperanza, sufrimiento y dolor, que no tenía idea de que hubiera otros más agradables, pues no los había experimentado jamás. Las palabras del hombre me hicieron pensar en todo lo que había cambiado mi vida desde que había conocido a la joven sanadora, y sobre todo, en cuanto había cambiado yo mismo desde ese momento, no sólo en cuanto a mi sentir, sino también en la forma de ver el mundo _ esto último en sentido figurado, claro_.
Ambos meditamos por unas largas horas, en las cuales aproveché para tener una conversación con mi maestro, Buda. Y a través de ella, recordé sus enseñanzas sobre el verdadero significado del amor, entonces todas mis dudas se disiparon; la verdad emergió de mi alma tan clara como el agua cristalina que fluye por el manantial de una montaña. Por primera vez en mucho tiempo siento que tengo la claridad suficiente como para admitir finalmente que lo que siento por Natalie va más allá de una simple amistad y preocupación como la que tendría por cualquier otro civil. Por fin puedo admitir lo que mi corazón había estado gritándome durante todo este tiempo, y que me había negado a oír, en parte por desconocimiento, y también porque eso significaba el tener que alejarme del ascetismo al que me había acostumbrado desde que era un niño, y al cual había adoptado como modo de vida, pues era lo único que conocía. Cuando ya los rayos del sol dejaron de entibiar mi piel y dimos por finalizada la meditación, me levanté de la posición de loto y caminé hacia la ventana de aquel pequeño Templo en el que nos encontrábamos, ansioso por sentir la fresca brisa tibetana en mi rostro. Suspiré al reconocer el aroma del almizcle y el sándalo rojo que llegaron hasta mí, recordándome el característico perfume del incienso tibetano que desde hacía varios siglos era fabricado por los más venerados lamas iluminados, con el objetivo de atraer la paz en el lugar en el cual era quemado. Mis labios se curvaron en una sonrisa, mientras sentía mi alma llena de dicha, al saber que la duda se había alejado de mí y que la verdad brillaba en mi corazón palpitante ante la intensidad de sensaciones que se agitaban en mi interior. Parecía que aquella brisa traía los recuerdos de cada uno de los momentos que había pasado con Natalie, al igual que el sonido de su voz, y su inconfundible aroma a rosas; añoraba todo lo que me recordaba a la joven y no veía la hora de emprender el regreso a Grecia para volver a estar cerca suyo, pues eso me hacía sentir una inmensa alegría.
Entonces lo supe: estaba completa e irremediablemente enamorado de ella.
CONTINUARÁ...