Nota de autora: ¡Buenas tardes, mis amores! Espero que hayan pasado una navidad estupenda y les deseo un feliz año nuevo adelantado. La verdad es que hubiese querido actualizar una semana después de subir el primer capítulo, pero los cierres de año siempre son una locura en mi trabajo. Espero que más lectores se sumen a esta nueva historia, recuerden dejar sus reviews que tanta falta me hacen en este tiempo de pandemia (no sabría decir si la cuarentena es peor para los que estamos solos, o para los que viven con su familia) al igual que yo espero animarles el día aunque sea un poco cada que actualizo.
Capítulo II: ilomilo
"¿A dónde te fuiste?
Debería saberlo, pero hace frío
y no quiero estar sola.
Tenía la esperanza de que vinieras a casa
No me importa si es una mentira."
Ilomilo – Billie Eilish
Marceline masticaba los huevos revueltos muy despacio, empeñándose en no fruncir la cara al sentir el crujido de estos y sonriéndole a su papá, dándole a entender que le habían gustado. La verdad es que no estaban tan mal si estabas dispuesto a ignorar el hecho de que los huevos revueltos, que normalmente deberían ser un alimento blando, estaban crujientes por algunas cáscaras que él había dejado caer al prepararlos.
Hunson nunca fue particularmente bueno en la cocina; la copiosa colección de cenas de televisión que tenía en casa daba fe de ello. Aun así, estaba alegre por volver a ver a Marceline y había dado su mejor esfuerzo para prepararle un desayuno decente. Marceline jamás se lo diría en voz alta, pero hubiera podido comer huevos crujientes y panqueques aguados por el resto de su vida.
Tomó otro bocado y se quedó pensativa. El funeral del día anterior podría haber sido mucho peor, con todo y el hecho de que Bonnie le hablara. Aquel fue el momento más incómodo del día, y por mucho.
—Estás… de vuelta. —murmuró Bonnie con timidez.
—Sí. —respondió después de un prolongado silencio. Vio cómo las familias Mertens lloraban al ver el ataúd descendiendo y hubiese preferido mil veces escucharlos de cerca a estar hablando con Bonnibel. Sentía sus palmas sudorosas y se las limpió sobre el vestido con discreción. Sin embargo una parte muy ínfima de ella se sentía… bien.
— ¿Cuándo has llegado?
—Hace unos tres días. —Podría haber dejado su respuesta tal y como estaba, pero por alguna razón quiso elaborarla más. —Aunque no he hecho mucho. Sólo he salido a comer y comprar provisiones. El viaje me dejó exhausta.
— ¿Viniste por tierra? —Bonnie alzó las cejas, impresionada. Gracias a Facebook sabía que Marceline radicaba bastante lejos.
—Sí… No creo que vuelva a hacerlo próximamente. Aún no puedo sentir mi trasero.
Bonnie se quedó perpleja un segundo y comenzó a reír, tratando de disimular sin éxito y ganándose varias miradas reprobatorias mientras Marceline luchaba por quedarse muy seria. La sensación rara que había experimentado en la boca del estómago al escuchar reír a Bonnibel no le pasó desapercibida.
—Pe-perdón. —tartamudeó Bonnie cuando al fin la risa remitió. —No me esperaba que dijeras algo así.
—Bueno… Ya sabes cómo soy.
—Sí… Lo sé. —Bonnie le dio una sonrisa extraña que acrecentó la sensación de antes.
Ahora no sólo eran las palmas de Marceline las que sudaban; sentía chorros de sudor corriéndole por las sienes y maldijo para sus adentros. El día estaba fresco y no había manera de que pudiera achacárselo al calor. Se había prometido que actuaría con normalidad la próxima vez que viese a Bonnibel y entonces su cuerpo va y la delata. Volteó parar mirarla por el rabillo del ojo con discreción, evaluándola. Habían pasado ya dos años desde que la viese –y tocase, pensó con un escalofrío –por última vez y desde entonces sólo la había visto en sus fotografías de Facebook, lo cual no era demasiado informativo tomando en cuenta que Bonnibel no solía subir muchas fotografías de sí misma.
Estaba un poco más delgada, observó, pero por lo demás parecía seguir exactamente igual. Bonnibel siempre había tenido una belleza lozana bastante típica de las mujeres sencillas de la región, del tipo que resalta sin maquillaje y que parece decir "lo que ves es lo que hay", sin adornos ni parafernalias.
En lo personal, Marceline siempre había pensado que Bonnibel era la mujer más hermosa.
— ¿Te gustó la comida, Marcy?
La aludida dio un respingo, casi derramando su jugo de naranja. Hunson la miraba expectante, con una leve sonrisa en los labios, esperando su respuesta. Ella a su vez le sonrió también y vio que sus ojos se iluminaban como ya casi nunca lo hacían.
—Sí, papá. Siempre me sorprende cuando haces el esfuerzo por preparar algo. Pensé que a estas alturas ya habrías vendido la estufa y los sartenes.
—Ah. —Hunson se sonrojó levemente y Marcy rió por lo bajo. —Bueno, no mentiré: lo he pensado, pero no sabría cómo llenar ese espacio vacío en la cocina.
La muchacha siguió picoteando su comida por un rato hasta que preguntó algo que le llevaba rondando la cabeza hacía rato.
—No te he visto en el funeral de Billy Mertens.
—Ah, sí… —Hunson se rascó la nuca, azorado. —Siento que es… raro, ¿sabes? Además siento que el mejor apoyo que puedo darle a la gente del pueblo en momentos así es hacer mi trabajo tras bambalinas con profesionalismo y cuidar que todo salga bien.
Marceline calló. Sabía bien a lo que su padre se refería: ser el dueño de la funeraria local no era cosa fácil y menos en una pequeña ciudad costera. Algunos hasta seguían considerando a Hunson una especie de ave de mal agüero aun cuando él no mostraba más que consternación y respeto cada que algún conocido moría, además de actuar con profesionalismo impecable. Era estúpido, o al menos así le parecía a ella, pero luego recordaba que ella no era precisamente una persona grata ni siquiera entre la gente de su edad y suspiraba, comprendiendo todo. Sorrow Port era un lugar de gente común y corriente llena de pensamientos extraños, que hacía honor a su lúgubre nombre.
—Bueno… Todo ha salido bien. —le aseguró ella, picoteando el contenido del plato ya sin mucho interés. —Fue una ceremonia sencilla y emotiva, como se supone que la mayoría de la gente querría irse, ¿no?
—Supongo. —se encogió de hombros su padre. —Definitivamente le ha ido mejor que a la familia del niño ese al que intentó salvar. Imagínate lidiar con el dolor de perder un hijo y encima de todo estar a cientos de kilómetros de casa.
Marceline soltó un gruñidito a modo de asentimiento mientras se servía un poco de café.
—A propósito… —continuó y percibió un dejo de malicia en su voz. —Te he visto acompañar a la chica Mertens antes pero… Creo que igual cruzaste palabra con Bonnibel, ¿no?
—Pensé que no habías estado en el funeral. —se llevó la taza de café a los labios esperando que no notara el temblor de su mano.
—No… —respondió alargando la 'o', canturreando. —Tú dijiste que no me viste, y de hecho nadie lo hizo pero es obvio que no iba a desatender la ceremonia.
—Bueno, pues todo fue tan bien como puede ir en un funeral, así que buen trabajo ahí.
— ¿Vas a salir con Bonnibel? —preguntó de repente Hunson y Marceline maldijo mentalmente mientras se atiborraba la boca con comida para no tener que responder, aunque de poco le sirvió: Hunson observaba con atención, esperando el momento en el que Marceline tragara para responderle al fin.
Engulló su comida con toda la lentitud posible, no sin antes darle un largo sorbo a su taza de café.
—No, no lo creo. Sólo hablamos un segundo.
Hunson la observó con la mirada fija, con su propia taza de café ante sí cubriéndole la mitad de la cara. Marceline odiaba que la mirara de esa manera, como evaluando lo que decía.
—Ya veo. —tomó un poco de su café. —A decir verdad pensé que sería ella la primera persona a la que buscases al llegar.
—Pues… No. He estado ocupada con Fionna.
Ahí estaba otra vez la mirada crítica de Hunson. De repente sintió ganas de gritarle que dejara de observarla de esa forma.
—La chica Mertens, ¿eh? ¿Desde cuándo ustedes dos se volvieron amigas?
—Hace unos meses comenzamos a hablar. —se encogió de hombros.
—Eso sí que es una sorpresa. Recuerdo que los Mertens eran la compañía habitual de Bonnibel, pero no la tuya.
—La gente cambia. Además ella no es tan palurda como sus hermanos.
—Bueno, eso se nota. —Hunson por fin bajó la taza y la dejó sobre la mesa con un ruido sordo, sonriéndole levemente. —Me alegra tenerte de visita, Marcy, pero todos los días me convenzo más y más que no era tu camino quedarte aquí.
—Bien, ¿entonces por qué insistes en quedarte? —le preguntó sin delicadeza, bajando también su taza y derramando un poco del contenido, pero no le importó. —Gente muriendo nunca faltará, podrías comenzar en otro lugar.
—Bueno, esta es mi casa. —él se encogió de hombros. Vio que ella iba a decir algo más así que se adelantó, interrumpiéndola. —No estoy en la situación de comenzar desde cero en otro lugar, hija.
Marceline frunció los labios pero decidió dejar el tema por la paz.
—De acuerdo.
Continuaron desayunando en silencio, disfrutando la compañía del otro aunque sin decirlo, como era su costumbre.
Bonnie suspiró por quinceava vez en el día, dejando los papeles listos y dando un repaso rápido a la mesa, preguntándose si necesitaría llevarse a casa algo de eso. Cogió un par de cables que le serían de ayuda, regó su planta de escritorio y se echó el bolso al hombro, ahora mucho más ligero después de haber dejado su contenido guardado en el cajón. Las vacaciones comenzaron oficialmente al término del día escolar, por lo que ya muy poca gente estaba en el edificio. Algunos alumnos seguían correteando de aquí para allá, seguramente en un vano intento por entregar algún trabajo. Para cuando se dispuso a salir parecía ser que ella era la única en el edificio, o al menos una de las últimas.
Dio un vistazo hacia el aula, asintiendo. Todo estaba en orden y continuaría así hasta el término de las vacaciones. Con esto en mente, echó llave a la puerta y caminó hacia la salida.
No se observaba a nadie en el estacionamiento. Tampoco se veían bicicletas de alumnos ya. Se mordió el labio, sorprendida de haber tardado tanto y fue hasta su automóvil, aventando la bolsa al asiento trasero y subiendo. La verdad era que podría haberse ahorrado el viaje innecesario a la escuela: solo había ido a dejar unos trabajos que terminó de calificar, pero no era menester que los entregara hasta después de vacaciones, así que sólo lo había hecho para no tener que cargar con todo al regresar. No importaba; de todas formas no era como si tuviese cosas mejores que hacer y disponía del tiempo necesario.
Puso la llave en la ignición y giró, sin resultado. El motor emitía un sonido que más bien parecía un quejido, como si quisiera arrancar pero no le diesen las fuerzas.
—Vamos, no puede ser. —murmuró Bonnie haciendo girar la llave una vez más. —Tú puedes.
Nada. El motor se negaba a responder.
Bonnie siguió intentando un rato más, dejando caer la cabeza sobre el volante al aceptar que el carro no arrancaría. Se apeó del vehículo, abriendo el cofre para ver si notaba algo fuera de lugar en el motor aunque, ¿a quién quería engañar? Era obvio que no iba a encontrar nada, ¿quién se creía? ¿McGyver?
Caminó hacia la escuela, esperando poder ingresar para hacer uso de algún teléfono, solo para encontrar que una gruesa cadena con candado estaba colocada sobre la puerta principal. Recordaba bien que el conserje le había dicho que vigilara muy bien las pertenencias que iba a sacar, porque después de ese día la escuela se cerraría. Seguramente había colocado el candado mientras ella luchaba contra su inútil automóvil.
—Esto no me puede estar pasando a mí.
Dio una palmada furiosa en el borde del cofre al regresar, maldiciendo por lo bajo. Para colmo había olvidado cargar el móvil, el cual ya estaba apagado y ahora tendría que caminar, esperando que alguna cara conocida pasase por ahí y la acercara al pueblo.
Ni hablar, suspiró ella y se puso en marcha.
El clima seguía de lo más extraño: vientos fuertes y una capa de nubes tan espesa que todo se veía de un melancólico blanco roto. Al menos no iba a tener que caminar bajo el sol, pero seguía siendo un largo tramo el que debía recorrer. Volteaba de rato en rato, atenta por si alguien llegaba al rescate, lo cual era poco probable. La escuela se encontraba a las afueras de la pequeña ciudad costera y más allá solo había unas cuantas casas. De pronto se preguntó si no sería mejor caminar hacia el otro lado para llegar a alguna de aquellas residencias, después de todo ella era la conocida profesora de ciencias del instituto local. Aun evaluando sus opciones siguió caminando al frente, en dirección a la ciudad.
Plip.
Se llevó la mano a la cara.
—Simplemente perfecto… Esto no me puede estar pasando a mí. —repitió.
Pero podía, y estaba pasando: unas cuantas gotas solitarias comenzaban a caer y una le había salpicado la nariz. Bueno, todo parecía indicar que tomase el camino que fuese, llegaría empapada. No se molestó siquiera en mirar alrededor, sabiendo que no había lugar para ponerse a resguardo, así que se acomodó bien la bolsa y continuó su camino, derrotada.
Escuchó un ruido a sus espaldas y volteó. Un vehículo estaba reduciendo velocidad y se paró pocos metros delante de ella, esperando. Bonnibel bendijo su suerte y apresuró el paso al tiempo que el conductor bajaba la ventanilla del lado del pasajero.
—Hey.
Bonnie se quedó en su sitio, congelada. Los ojos verdes de Marceline la miraron fijamente por un segundo y entonces volvieron a fijarse sobre el asfalto, esperando. No parecía sorprendida de ver que era ella quien estaba en aprietos. Tenía una expresión seria, casi molesta.
— ¿Vas a subir o te vas a quedar mojándote toda la tarde?
— ¡Ah! Sí…
Se subió deprisa, sintiéndose sonrojar, preguntándose si estaba despeinada o si se veía bien con la ropa que había elegido esa mañana.
—Puedes poner tus cosas en el asiento de atrás. —le indicó Marceline.
Bonnie volteó para acomodar su bolsa y sintió como Marceline aspiraba fuerte, como si temiese quedarse sin aire. Cuando se volvió a enderezar en su asiento para colocarse el cinturón, volteó a verla y le sonrió, pero ella seguía con la mirada al frente.
—Bueno… Ya estamos listas.
Marceline asintió en silencio y puso el auto en primera.
—Es un bonito auto… ¿Es tuyo?
—Sí. —fue la seca respuesta que recibió.
—Se ve bastante… Nuevo.
—Es nuevo.
El tono plano que Marceline estaba utilizando para hablarle debería haberla disuadido de seguir buscando un tema de conversación, pero Bonnibel Pinkman no se rendía fácil, o al menos así había sido alguna vez.
— ¿Qué hacías por aquí? Estás bastante lejos del pueblo.
—Papá vino a ver a uno de sus amigos y como seguramente acabará como una cuba insistí en traerlo yo misma y venir a buscarlo después.
Bonnie sonrió, recordando al amable pero taciturno y melancólico Hunson Abadeer. El padre de Marceline era el tipo de persona que da la impresión de estar respirando pero sin vivir realmente, así que se alegraba de escuchar que tenía amigos. A veces parecía que él se había ido al igual que Marceline. Su presencia en el pueblo era parecida a la de un fantasma, sólo reconocida cuando alguien necesitaba servicios funerarios y cuando ocasionalmente se le encontraba en el supermercado cogiendo tantas cenas de televisión como su refrigerador pudiese guardar.
Parecía que la conversación había muerto ahí, pero Marceline habló.
— ¿Y tú qué hacías caminando en medio de la nada?
—No estaba en medio de la nada… La escuela está ahí, ¿recuerdas?
Bonnie pudo ver la ceja de Marceline alzándose.
—Sí, como dije: en medio de la nada.
— ¡Qué mala! —dijo Bonnie pero sin poder evitar reírse, sobre todo al notar que los labios de Marceline se estaban curvando hacia arriba, muy a su pesar.
—Bueno, como sea… ¿Qué hacías caminando por ahí?
—Mi auto no arrancaba y mi teléfono ya no tenía batería.
— ¿Sigues con la misma mierda de auto que antes?
— ¡Marceline!
— ¿Eso fue un sí?
—Sí, Marceline, sigo teniendo el mismo auto. Los profesores de instituto no ganamos tanto.
—En ese caso no me sorprende que te haya dejado tirada. La última vez ese pobre carro parecía decir "mátenme".
—Sí, bueno, supongo que ya va siendo hora de cambiarlo. Últimamente me hace lo mismo muy seguido.
— ¿Y por qué no simplemente usaste un teléfono de la escuela?
—Creo que fui la última en salir. Quise volver pero ya habían encadenado la entrada.
—Qué mal. Supongo que hoy no te levantaste del lado correcto de la cama.
—Podría decirse.
El silencio volvió a reinar y Bonnie temía que la conversación ahora sí hubiese terminado, pero ella no dejaría que eso pasara. Ahora que hablaba de nuevo con Marceline confirmaba lo mucho que la extrañaba. Quería saber todo de ella.
— ¿Cómo va tu visita al pueblo?
Marceline soltó un bufido burlón.
— ¿Pues cómo va a ir? Estoy aburrida. Si no fuese por Fionna creo que ya habría empacado mis maletas para volver. Aunque no negaré que me alegra ver a mi papá y él también está más feliz de lo que deja ver.
Fionna. Ahí estaba la mención de la chica a la que había acompañado al funeral. Le causaba intriga y también molestia saber que Marceline la consideraba la única razón –además de su padre –por la cual no se marchaba, después de todo hubo un tiempo en que ella estaba convencida de que si Marceline volvía un día sería para verla… Pero por supuesto, eso fue antes de que las cosas cambiaran entre ellas… Ahora Bonnibel tenía que esforzarse por sacarle frases a la que fuese su mejor amiga.
Comenzaban a verse las primeras casas de Sorrow Port y Bonnie lamentó que el viaje fuese tan corto.
— ¿Recuerdas cuando íbamos en bicicleta a la escuela? —preguntó Marceline de repente.
Bonnie parpadeó varias veces, incrédula de haber escuchado eso de sus labios.
—Sí… Claro. Aún recuerdo cuando fuimos ambas en tu bicicleta porque la mía tenía una llanta ponchada.
—No recuerdo otra ocasión en la que haya sudado tanto. Tardé la primera clase en recuperar el aliento.
No se había dado cuenta antes, pero estaban por llegar a su casa. Bonnie se lamentó por dentro, deseando que el viaje hubiera sido más largo.
—Bueno… Por fin en casa, ¿eh? —Marceline sonrió y negó con pesadumbre. —Qué tonta… Debí prestarte mi teléfono para que llamaras una grúa.
—No tiene importancia… Después de todo no es como que alguien se vaya a robar mi mierda de carro, ¿no?
—No, supongo que no. Aunque no llores si lo encuentras con las llantas rajadas y sin batería.
—Una raya más al tigre no le hará daño.
Un silencio incómodo reinó por unos segundos, pero no era un silencio incómodo como el del funeral, esta vez era diferente.
—Bueno… Gracias por traerme. Supongo que te debo una.
—No… Claro que no.
—Yo… Voy a entrar.
—Sí. Que te vaya bien.
Bonnie salió del vehículo. Estaba a punto de caminar hacia el porche pero se lo pensó mejor y se inclinó de nuevo hacia el vehículo, con el cuerpo medio metido por la ventanilla del copiloto.
— ¿Marce?
— ¿Sí? —respondió sin aliento. No era como que nadie le llamara 'Marce', pero Bonnie siempre había tenido una forma bastante distintiva de pronunciarlo que hacía que le temblaran las rodillas… O igual y era su imaginación, pero de cualquier forma el efecto era el mismo.
—Yo… De verdad me alegro mucho de verte. Me gustaría que un día pudiésemos salir, ¿quieres?
—Eh… Yo… Sí, podría ser. —respondió Marceline como pudo.
Bonnie tomó aire, pensando en mencionar la última vez que se habían visto, pero cerró la boca, determinando que no era lo mejor. No le sorprendería si la mención del tema terminaba por enfadar a Marceline y no quería quebrar la delgada capa de hielo por la que estaba caminando, así que se limitó a sonreírle y despedirse con un gesto de la mano antes de entrar a su casa. La otra chica le devolvió el saludo y la observó hasta que cerró la puerta, momento en el cual avanzó mientras hacía una llamada por el Bluetooth de su automóvil.
— ¡Hey! ¿Ya fuiste a dejar a tu papá?
—Sí, ¿podemos vernos ya?
— ¿A dónde quieres ir?
—Como si hubiese muchos lugares a los que podamos ir a pasar un buen rato, Fi. —respondió Marceline girando los ojos.
—Sí, se me olvidaba que ya eres una chica de la gran ciudad.
—Necesito un trago.
Casi pudo ver a Fionna alzando las cejas ante tal declaración.
— ¿Pues qué pasa?
—Te contaré cuando tenga una cerveza fría delante de mí, ¿quieres?
— ¡Marceline, detesto que hagas eso! —la chica al otro lado de la línea suspiró. —De acuerdo, te veo en La Casa del Árbol en quince.
—O sea en una hora.
— ¡Marceline!
—De acuerdo, te veré en quince. —Y bajó la voz para que Fionna no pudiese escucharla. —Guiño, guiño…
— ¡Marce…! Ay, olvídalo, simplemente lleva tu humanidad al lugar, ¿quieres?
—Sí, sí. Te veo en un rato.
Para entonces Marceline ya había aparcado frente a su casa y antes de bajar apoyó la frente sobre el volante, justo como Bonnibel hizo un rato antes. Se suponía que iba a llegar a Sorrow Port con tranquilidad, saldría con Fionna, pasaría tiempo con el viejo Hunson y evitaría a Bonnibel en la medida de lo posible. No contaba con que ese jodido pueblo era un pañuelo y por supuesto, terminaría encontrándosela más temprano que tarde y ahora no podía simplemente darse la vuelta y esfumarse por donde llegó.
Se repetía una y otra vez que esto era malo pero entonces, ¿por qué sentía ese cosquilleo en la boca del estómago? La sensación no había desaparecido desde que empezara a sentirla, cuando vio a Bonnibel caminando por la orilla de la carretera y entonces el corazón le dio un vuelco.
Peor aún, la sensación se volvió más fuerte al notar que Bonnibel se esforzaba por mantener la conversación fluyendo.
Salió del carro, airada y cerrando de un portazo.
No, no iba a caer en lo mismo.
