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LUCY

Contemplé como los centelleantes rayos del sol, traspasaban los enormes y pulcros ventanales, mientras se escuchaba el leve golpeteo del pico de un pájaro. Estaba realmente confundida e impresionada del cómo esa ave color negruzca pudo haber llegado hasta la gran altura de esta imponente edificación, a más de 45 metros, pero él estaba allí, parado, observándome, analizándome, reprendiéndome por qué prefería poner mi atención en él, que en la junta directiva. Si no es porque sabía que era un animal sin capacidad suficiente para razonar, y mucho menos, para mantener una inteligente conversación conmigo, les podía asegurar que de verdad estaba recriminándome con su mirada, con esa tan parecida a la del hombre gélido que estaba recitándonos su tan ansiado discurso final.

Hoy era uno de esos poquísimos días en los que se estaba en completo silencio, raro, muy raro para una ciudad como la de Nueva York que nunca se callaba. Siempre había un ruido molesto, y más, a estas horas de la tarde donde parecía que todos los habitantes querían salir a disfrutar de los últimos días de calor antes de que comenzara a llover y tuviesen que sacar sus impermeables y sombrillas.

A pesar del momento de calma, no ayudaba a nada a que centrara mi tención y pudiese percibir la mano de Brody sobre mi rodilla con la intención de brindarme su apoyo, los gritos furiosos en español por parte de Santana y los pequeños golpes del pie de Kurt que intentaba hacerme regresar a la realidad. Todos parecían estar en esas películas sordas en blanco y negro de Chales Chaplin, mientras yo, sólo los oía, más no los escuchaba, pues mi atención seguía en todo menos en lo que debería. Quizás a unos cuantos kilómetros de distancia, probablemente en cualquier playa de Ibiza o Mawii, disfrutando de una caipiriña, pero no en definitiva sentada aquí, aburriéndome.

Debería de ser importante y hacerme feliz el nombramiento del que había sido merecedora por tantos años de preparación, y lo menos que podía hacer, era disimular que estaba emocionada, lo cual, desde luego, era totalmente falso. Así que me despabilé agitando un poco la cabeza y después resoplé para oxigenar mi cerebro.

«Basta de mis problemas de delirio de persecución.

Ese cuervo no me está viendo a mí.

Ese cuervo no me está viendo a mí…

¡Ese cuervo no me está viendo a mí!»

Me repetí una y otra vez como si fuese lo más normal y sensato del mundo. Aunque, últimamente, creo que era todo menos una chica cuerda, y así me lo hizo saber ese estúpido pajarraco. Deberían internarme antes a un psiquiátrico, de todas maneras, a la larga, era lo que me esperaba, o por lo menos, lo que sabía que pasaría por culpa del Gran Ogro Hiram Berry, ahora que yo tomaría las riendas de la empresa.

¿Realmente valía la pena la pérdida de mi cordura por intentar jugar a ser la jefe? ¿Realmente valía la pena que mi culo no estuviese sentado sobre la arena de Los Cabos? Posiblemente no, pero no había vuelta atrás, estaba en la ceremonia para que eso ocurriese.

—Doctora Rachel Barbra Berry, a partir de este momento, llevará una gran responsabilidad sobre sus hombros. El que todos los miembros de la junta directiva votáramos por usted, es porque creemos que hará lo mejor y lo más juicioso para convertirnos de nuevo en los mejores de Nueva York—Por primera vez en su vida, me habló con respeto. Me sabía su superior. Eso jamás había pasado hasta el día de hoy. Siempre había sido una decepción para él, pero específicamente hoy decidía disimular ante todos que era la mejor opción — Aplicando los bastos conocimientos que ha adquirido durante su estadía en Londres. Desde hoy, que son… Exactamente las 17 horas con 33 minutos y 54 segundos—lo verificó en su antiquísimo reloj de bolsillo. Hasta en ello nos parecíamos. Todo lo teníamos controlado y perfectamente sincronizado por los mismos genes que compartíamos. A veces ni yo misma me soportaba debo de aceptarlo. —Iniciamos una etapa innovadora, una era que nos llevará directo al futuro y todo gracias a usted ¡Felicidades!

Sonrió y me aplaudió desde el que hasta esta mañana había sido su asiento. La silla del dictador.

—Me honra informarles que mi única hija es la que se hará cargo de todo ahora que yo no esté más. No podría estar más orgulloso de ti Rachel, de que seas la heredera del gran patrimonio que forjamos estas dos decorosas y honorables familias. La familia Berry y la familia López.

Y seguiría escuchando el sermón del expresidente, pero ya me lo sabía de memoria. Insistiría una y otra vez que yo era la más indicada para sacar a flote la empresa de la que se había encargado la mayor parte de su vida. Con la misma historia en la cual detallaba cómo la había ido construyendo con sus propias manos y con la ayuda del señor López, su mejor amigo, por supuesto. Era el mismo tedioso y cansado discurso que me repetía como vil casetera, del amanecer hasta el anochecer. Parecía que era un ensayo que había estado preparando desde antes de que yo naciera. Porque como si lo vaticinara, 30 años después de su fundación, todo era muy diferente y estaba cayendo estrepitosamente en la banca. Hoy, dependía de mí y de que Blaine Anderson, quisiera ser nuestra nueva estrella.

No sabía por qué había concursado ante Santana por el puesto de presidente, si ni siquiera me llamaba la atención el manejar una disquera. Ya era suficientemente aburrida mi vida como para tener que agregarle algo más. Aunque, pensándolo bien, quizás había sido por el poder de convencimiento por parte de alguien más, que no era otro más que mi estricto y soberbio padre. Quien siempre me hacía bajar la mirada y acatar sus órdenes sin oponerme. Todo a su alrededor estaba controlado y nada se salía de donde debería de estar, por supuesto, incluyéndome a mí dentro de su círculo. Su única hija debía ser tan perfecta como él y me lo había hecho saber los 30 años de mi existencia. Desde hace tiempo atrás, tenía miedo a jamás volver a recuperar su confianza, esa misma que perdí por culpa de un loco amor adolescente y un sueño imposible. Era muy joven en ese entonces, sólo quería vivir un poco de mi vida y me solté de sus estrictas riendas, sin embargo, aquí me tenía de nuevo, a sus pies y cumpliendo sus sueños.

Estúpida de mí al obedecerlo, estúpida de mí de no ser lo suficientemente valiente para cumplir mis sueños y no los suyos, estúpida de mí por no poder encararlo y decirle que sólo quería ser una famosa cantante de una puesta en escena de Broadway, ese había sido mi gran sueño desde pequeña, pero mi padre fue conciso, y me dejó en claro muchas veces, que no me dejaría cumplir esas metas. Jamás le pagaría a su única hija, clases de canto y actuación, y mucho menos, la colegiatura de NYADA, así que lo mejor era que estudiara lo mismo que él si no quería quedarme en la calle, ser desheredada y ser abandonada a mi suerte como un vil perro. Por eso estudié finanzas en Stanford, una maestría de economía en Harvard, y por último, un doctorado de Comercio Exterior en Oxford.

Aunque a la larga, no fue tan malo, porque mínimo frecuentaría con las grandes estrellas de la música, como lo eran Taylor Swift, Dua Lipa, Mercedes Jones y Katy Perry. Quienes, desde luego, estaban muy alejados del gran talento de mi mayor ídolo, Barbra Streisand. Ella había sido siempre mi ejemplo a seguir. De hecho, me sabía todo su repertorio de canciones, las que, desde luego, sólo podía vocalizar en la bañera donde mi padre no podía enterarse que lo hacía o estaría frita, dicho esta. Les juro, no era para nada mala con ello.

Si de hablar de mi vida se trata, no me sentía completa, y mucho menos, era realmente feliz como pueden pensar que soy. El dinero no lo era todo, y la culpa de que fuese una chica amargada que aparentaba ser quien no era, la tenía Hiram. Mi mejor amigo Kurt Hummel también lo creía, por eso me entendía, defendía y me definía ante los demás, como una crecidita y joven mujer con clase con un horrible padre que fungía como dictador. Santana solía definirme como una irritante hobbit, quien no era otra más que mi némesis número uno, mi Darth Vader, mi Joker, mi Scar o mi Lord Voldemort.

Santana Marie López y yo habíamos pasado gran parte de nuestras vidas compitiendo. Aún conservaba en mi memoria, el recuerdo más triste de cuando íbamos en el Kinder Garden. Ella me arrebató mi muñeca preferida sólo por el mero gusto de hacerme llorar y quedar como una estúpida ante los demás. Tampoco cambió la situación durante nuestra adolescencia, porque por cada chico que yo me fijaba, Santana con su movimiento de culo, al más estilo Beyoncé, lograba ganarse de su atención haciendo que me quedara como la fea solitaria. Ni siquiera en el baile de promoción había ido con alguien, sólo acompañada de ella, para asegurarse de hacer mi vida un infierno. No me dejaba descansar ni un sólo segundo.

La verdad es que yo no era muy agraciada en ese entonces, de hecho, era la chica más acosada y humillada por culpa de mi gran nariz, ésta que tenía como vestigio de mis antepasados. A veces pensaba que era una de las únicas chicas de mi instituto que no recibió una nariz normal, y si alguien más la necesitaba, probablemente yo me la había llevado. Hasta que crecí y entendí que no era mi enemiga, y mucho menos, sería un impedimento para que ganara un concurso de belleza; el ser única e inteligente, era mi mejor cualidad para ser triunfadora. Como mi ejemplo a seguir Barbra Streisand un día dijo: «No conseguí un trabajo por mi linda nariz. Lo conseguí por ser quién soy en realidad». Entonces, sólo debía de sacar provecho de mis mejores atributos para así lograr deshacerme de los estereotipos que me aquejaban.

Exactamente por ello, hoy, finalmente le había ganado algunas cosas a la sexy y atractiva Santana López. Dos concretamente: el ganar el puesto de presidente y tener a mis pies al chico más sexy y hermoso de todos, Brody Weston. Mi Dios Griego. Con el cuál, estaba a escasos meses de casarme.

Porque, también debo de aclarar otras cosas más, ya había estado a punto de llegar al altar un par de veces más, aunque todas fracasaron, ¿adivinan por qué?, sí, eso mismo que están pensando, Santana López. Se les había metido a la cama, y así a la larga, había logrado romperme el corazón. Y déjenme agregar que por mi lista de conquistas habían pasado unos chicos muy guapos, Zac Efron, Ian Somerhalder, Chris Evans, Channin Tatum, entre otros más. Así que ahora no me consideraba para nada no atractiva.

Sin embargo, Santana me odiaba, y no sabía el porqué, simplemente quería verme infeliz. Sólo quería verme sufrir sin ninguna razón lógica. Por lo menos, no para mí. Constantemente me preguntaba ¿Por qué simplemente no podíamos ser las mejores amigas como lo eran nuestros padres? Intenté por todos los medios acercarme a ella; invitándola a cenas, al cine, a pasar pijamadas en mi casa, a ir a conciertos de sus cantantes preferidos, aunque yo los detestara, pero siempre se negaba y parecía que el pasar tiempo conmigo, fuese lo más desagradable del mundo. Prefería lanzarme insultos o jalarme de mi par de hermosas coletas sin darme razones coherentes del porqué de sus agravios u odio. Santana no estaba en la labor de que fuésemos ni siquiera compañeras de trabajo.

Si Santana me odiaba, yo también tenía el derecho a odiarla el doble. Eso creo yo, aunque no conociera el significado de odiar. Ni siquiera podía odiar al inhumano de mi padre y debería de hacerlo.

Y aunque seguramente ya se habrán cansado de leer la historia de esta patética servidora, porque también para aclarar, me gusta muchísimo hablar, hablo todo el tiempo, perdón por ello, así que, por fin, para no aburrirlos más luego de esta larga y un poco detallada explicación de los acontecimientos pasados, con la fecha del 10 de agosto del 2019, 22 años después, era una de esas veces en las que podía decir que era realmente feliz, pues sería quién la mandaría, quién sería su jefe y haría que fuese por todos los cappuccinos especiales que se me antojasen. No tendré ninguna consideración con ella ni con los demás. No aceptaré más las humillaciones por parte de nadie.

—Hiram, esto es injusto. ¡Mi plan anual es mucho mejor que el de ella! Mis números a largo plazo son mejores que los de ella. Inclusive ¡Mi organizado plan es menos riesgoso que el suyo! Deberías meditarlo más, ese hobbit nos arruinará más—frunció sus labios, e indignada, cruzó sus brazos sobre su pecho.

—Lo siento Abogada López, pero todos los miembros del consejo han hablado. En el siguiente informe, si Rachel no cumple con lo que prometió, puedes presentarnos tu queja y nos sentaremos a discutirlo con detenimiento. —cerró su laptop y se puso de pie—. Por lo mientras, ella será tu jefe. Nos vemos luego—hizo un aspaviento con su mano— Hija, quiero para hoy mismo a tu equipo de trabajo. Tienes que organizarte lo más rápido posible, recuerda sólo tienes dos meses o estás acabada—Se encaminó a la gran puerta de cristal acompañado de sus lamebotas.

—Todo estará bien, cariño. Todos estamos orgullosos de ti—Brody se dirigió hacia mí y me dio un beso en la mejilla— Si es todo por hoy, me disculpo, pero debo irme a preparar para mi siguiente audición, ya perdí bastante tiempo aquí— se acomodó su chaqueta, se despidió rápidamente de mí sin siquiera dejar que pudiese decirle nada y salió por el mismo lugar que mi padre.

—Rachel, yo también estoy contigo, no dejes que "Satanás" dijo Santana te gane esta batalla—agregó Kurt agarrándome de ambas manos— Al igual que Brody, debo regresar a mis actividades, porque eso de la moda no se hace sola y necesitamos nuevo vestuario—a diferencia de Brody, me dio beso en cada una de mis mejillas y terminó regresando a lo que fuese que estuviese haciendo, dejándome a solas con mi enemiga número uno. La cual estaba arreglando todos los papeles que llevaba a la reunión.

—Sí crees que haré lo que se te dé en gana, estás muy equivocada hobbit—advirtió con una mirada que me produjo miedo y me señaló con sus carpetas. Traté de verme lo más segura que pude alzando el pecho y manteniendo la frente en lo más alto, pero ni aun así se intimidó un poco — Sé que eres una boba y cualquier error que cometas, estaré lista para tomar el puesto. Seré tu sombra, tu espía.

Se dio media vuelta, y salió por el mismo lugar que los demás, golpeando con furia sus bellísimo y caros tacones Alexander McQueen.

—Esto será peor de lo que creí—suspiré y me dejé caer en mi gran silla ejecutiva. Di varias vueltas en ella. Desde pequeña había deseado hacerlo sin tener una reprimenda por parte del rey Hiram y ahora podía hacerlo. Por qué sí, ahora estaba en lo más alto de la cadena alimenticia. Me sentía como la reina Diana, obviamente en versión morena— ¿Marley? Comunícame con Kurt y dile que lo quiero esté en mi oficina en 20 minutos, porque no pienso pasar por esto de los contratos sola. También quiero que tengas preparadas a todas las aspirantes antes de la 1, porque tampoco quiero que esto se alargue. Hoy tengo sesión de spa y de fitness—le ordené por la extensión telefónica, a la que estos últimos tres años, había sido la asistente de mi padre, después, colgué sin darle más explicaciones. — Pfff, son demasiados los currículos que debo de revisar—examiné con fastidio la gran pila de folders.

Porque esto no es algo que la jefe debía de hacer, así que lo primordial para la CEO, es buscar a la que se hará cargo de lo que yo ni por asombro haré. A mi asistente personal. Esa que ya tengo estipulado en mi mente de cómo debería de ser. Una chica fea que no llame la atención de mi prometido, ya tenía suficiente con esa latina del demonio que me tenía entre ceja y ceja, por eso es que tendría que buscar a la más horrible y así no complicarme de más.

Entonces, los lancé todos al aire, y quizás por la suerte, o por obra del destino, un fragmento se abrió ante mis ojos sobre la enorme mesa, específicamente, una carta de recomendación de un catedrático de YALE:

Dra. Lucy Q. Fabray.

Titulada con honores y mejor promedio de la Universidad de Yale. Analista, estadísta, economista monetaria y financiera. Realizó su maestría y doctorado en Harvard. Su tesis fue una magnífica investigación en la rama de las ciencias económicas, específicamente, en Macrofinanzas y desarrollo social. Alumna más joven en obtener la maestría y el doctorado contando con tan solo 29 años de edad. Grandiosa y un ejemplo para las nuevas generaciones.

¿Era la chica perfecta o qué? Jamás me había imaginado todo eso de esa horrible becaria, de hecho, no daría ni un dólar por ella. No aparentaba con su aspecto físico tener todos esos bastos conocimientos, bueno, quizás sí.

¡Vaya erudita que debía de ser!

Bueno, si yo fuese igual de fea que ella, también me enfocaría más que en los estudios. Porque hasta para la fealdad hay niveles ¿No es así? Y esta chica sí que era realmente fea, que decir fea, espantosa. Sentí un poco de lástima por ella, y eso que yo no era muy buena con la empatía hacia las demás personas.

¡Eureka! Había encontrado a la chica perfecta. Lucy Q. Fabray.

Pobre y patético patito feo. Con esos grandes lentes y ese par de kilos más, le será imposible enamorar a Brody. ¡Soy toda un genio! Que decir genio, la chica más astuta del mundo entero.

—¿Qué le hiciste a Satán? Está que se la lleva el mismo infierno y va tirando pestes de ti—se sentó a mi lado sacándome de mi epifanía.

—Nada, que no acepta que yo le gané esta vez. Cuando te fuiste me amenazó con no hacer lo que yo le ordene—contesté sin quitar la vista del curriculum que me estaba interesando. — Pero eso por ahora no es lo más importante ¿Qué te parece esta chica? —le mostré la foto de presentación y se cubrió su boca con la mano.

Allí está, lo que les había anticipado antes, un esperpento.

¡Santa Patty Lupone! Si esa es la chica más horrenda que he visto en toda mi vida, y mira que ya he visto muchas. Arruinará mis pupilas cada vez que la vea. Es más, es un delito ser tan fea. Creo que debo de llamar al FBI de la moda, para que la condenen por esa espantosa ropa con la que viste.

—Pues vete acostumbrando, porque si esto que dice aquí es verdad, ella será mi nueva asistente—me encogí indiferente de hombros y me dispuse a leerle en voz alta lo demás que contenía el expediente. — Mira, aquí dice que la chica es un verdadero prodigio. Maneja cuatro idiomas: francés, italiano, español, y desde luego, el inglés. Dice también que salió con el mejor promedio de toda su generación y con mención honorífica de Yale y Harvard. Es administradora. Tiene varios posgrados y reconocimientos. Y lo más importante, es realmente fea, así que no me dará problemas. Es perfecta para el puesto. Aunque no entiendo por qué sólo aspira al puesto de asistente personal. Eso es realmente extraño.

—Si tú no lo sabes, menos yo, Rachel. Además, no sé qué pasa por tu maléfica mente, pero si crees que es lo mejor, pues no tengo nada que discutir. Tú eres la jefe y yo el encargado de los vídeos—hizo un divertido y muy gay ademán con su cabello. — Dependo de tus conocimientos para seguir cobrando mi alto suelo. Así que me da igual si contratas a Miss USA o a Miss adefesio. De todas maneras, serás tú quien conviva con Pepa Pig.

—Pues nada Kurt, es la mejor opción y deja ya de ofender a la inofensiva chica. No tiene la culpa de ser tan fea—escondí una sonrisa burlona y tomé despreocupada el teléfono. — Rose, ¿Ya está una tal Lucy Q. Fabray esperando para su entrevista? La quiero inmediatamente en la oficina—colgué sin más explicaciones.

—Eres de lo peor Rachel. Nunca cambias—me reprendió por mi falta de educación.

—Ellos son simples empleados, creo que es innecesario que te explique por qué ellos deben de aceptar y obedecer mis caprichos. Ella seguirá esperando por mis gracias, ilusa, no sabe que será despedida, o en todo caso, rezagada a otra zona. No soy tan benevolente como mi padre—me recargué en la silla y subí mis bellos tacones a la mesa.

—Si no fuese tu amigo, estarías tratándome como a esa secretaria ordinaria—puso los ojos en blanco— Mira hablando de ella—giré mi rostro a la puerta. Marley para verse realmente eficaz y me hiciera pensar que podía mantener su puesto por lo funcional que estaba siendo, en menos de dos minutos, y con una rapidez inaudita, ya estaba abriendo la puerta y permitiendo que el patito feo entrara a la oficina con nerviosismo y pena.

Y entonces pasó algo que no me esperé que sucediera. La pelirroja alzó la mirada y me vio con un par de hermosos y brillosos ojos color avellana. Un par de ojos en los que no pude ver más que paz y tranquilidad. En los que no podía ver más que ternura y sin dejo de maldad hacia mí. Con su gracioso andar por intentar llegar hasta nosotros, cayó de bruces al suelo, y por primera vez en mi vida, me hizo realmente preocuparme por alguien que no fuera yo misma. Quién lo pensaría ¿no? ¿En qué problemas te estás metiendo Rachel Barbra Berry?