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Ángel.
—¡No me jodas Lucy Caboosey! No puedes estar enamorada de mí. Eso es ridículo cuarto ojos.
Me arrastró con decisión hasta la primera puerta que se encontró en el camino, que no era otra más que la de los baños. Sentí que mi corazón estaba a punto de ser destrozado por ella después de que me empujó en el interior.
— ¿Tú crees que yo iba siquiera a pensar en salir contigo? Mírate y verás lo espantosa que eres— había repulsión en su voz. — Todas lo planeamos sólo para burlarnos un poco de ti y usarte para que nos ayudaras a pasar los exámenes. Fue divertido hasta que te enamoraste. Ahora, todo volverá a la normalidad. Olvídate de mí.
Me advirtió tomando de mi barbilla y me obligó a verme al espejo. Ese espejo que me permitió ver que había aspirado muy alto.
Ese fatídico día, había hecho a un lado mi cobardía para confesarle mis sentimientos, pero ella, en un abrir y cerrar de ojos, se encargó de romperme el corazón como ninguna otra persona en el mundo.
Hace un poco de más de cinco años que sucedió esto y aún seguía doliéndome al igual que en ese entonces, en el que creí en sus dulces y envolventes palabras. Ya sabía con anterioridad que era la chica más hermosa y popular de todo Yale, y yo, sólo era la chica fea, gorda y con aparatos ortodóncicos. ¿Ella y yo? Completamente absurdo, y podríamos decir, lo más patético e irónico del mundo.
Santana López era la chica más atractiva, la capitana de porristas, y por ende, la más popular de todo el campus. Era la mismísima Afrodita, diosa griega de la belleza y el amor. De cabello negro y curvas infartantes que cualquier chico guapo y sin cerebro se desvivía por llamar su atención. Ya saben, faldas, escotes y todas esas cosas que las hacían parecer unas fáciles.
Y yo, Lucy Quinn Fabray, era todo lo contrario a ella. Sólo una chica insípida e inteligente que nadie quería tener a su lado porque creían sentirse extraños y estúpidos al no poder sostener una interesante plática conmigo. Cosas de arte y matemáticas eran mis temas de conversación favoritos, mientras el de los demás, cosas banales y aburridas. Personas presuntuosas que se hacían los interesantes con sus temas cliché.
Así que al sentirse amenazados por mí, optaron por ponerse de acuerdo para apodarme de miles de maneras distintas. Desde Lucy Caboosey hasta Patito feo.
Ellos podrían empujarme contra los casilleros pero llegaría el día cuando la temerosa e inocente Lucy sería su jefe y miraría a otra dirección, o quizás, simplemente llegarían a limpiar mi coche. Los demás eran los perdedores, no yo.
Así que básicamente, no, no tenía alguna experiencia con el amor. No contaba con algún novio a lo largo de mi mediocre existencia, o en todo caso, novia, que hacía peor mi situación. Porque sí, ya habían pasado varios años que había aceptado que me iban las chicas. No hubo ningún problema en mi casa, más que apoyo por parte de mi mamá. Cuando se lo confesé, lo único que pudo responder fue un simple: «Ok Quinnie, tú puedes ser lo que quieras ser.» y siguió cocinando sin decir ninguna palabra más. Bastante fácil para una chica que buscaba la aprobación de la persona más importante en su vida.
Sin embargo, no tuve amigos en la preparatoria y toda la Universidad para contarles sobre mi importante acontecimiento en la vida, incluso, fui la única en abrir su rana sin que nadie me apoyara. Sólo tuve compañeros del mismo club de investigación, y otro de ajedrez. Y no había más que contar.
Siempre había sido patética y la burla de los demás. Desde que tengo uso de razón, todos se habían burlado de mí, y de mi espantoso aspecto. Aunque no siempre había sido así, con ésta aterradora apariencia; todo se desencadenó a partir de mi adolescencia tardía. No tenía la culpa de haber desarrollado un problema en la tiroides heredado por parte de mi abuelo paterno, y además, no tener el suficiente dinero para tratarlo. A penas y mi mamá podía pagar la alta colegiatura de la Universidad que había estado ahorrando en un fideicomiso durante toda mi existencia para pensar siquiera en solventar el caro tratamiento. Además, si le agregamos que mi papá decidió abandonarnos años atrás por una chica más joven, la cosa era mucho peor. Ella, Frannie y yo estábamos solas.
Al obtener con sudor y lágrimas mi título universitario, y tiempo después mi doctorado, las llamadas comenzaron a llegar solas, dejando rezagados a los que se burlaban de mí. Todas las empresas prestigiosas me querían a su lado, ya que era la joven más sobresaliente de entre muchas generaciones según el decano de Harvard, pero al presentarme personalmente y me viesen, no entraba dentro de sus específicos y estéticos planes. Era el observarme y decirme que luego me llamarían, cosa que nunca sucedía.
Hasta hoy, que por fin había pasado los filtros y aceptaron mi curriculum en la disquera Berry's Music BMG Entretaiment. Había leído bastante de ella en el New York Times y en Prestige Magazine donde decían que estaba a punto de desaparecer.
Pero mi mamá y Brittany, mi mejor amiga que llevaba poco de haberse mudado a la casa de enfrente desde San Francisco, eran las más felices en el mundo, y yo, la misma nerd sin futuro emocional y laboral. Porque con mi escasa suerte, si llegase a conseguir el trabajo, desaparecería antes de subir de puesto.
Cuando entré al lugar con la enorme insignia de Berry's López's Corp, bañada probablemente en oro y siendo lo primero en anteponerse ante mis ojos, me llevé una grata impresión. Ante mí se presentaba un hermoso y sobrio recinto que aparentaba ser una gran fortaleza. Con su elegante estilo romano, lo hacía una hermosa obra de arte. Si tan sólo la describiera así, probablemente tuviese graves problemas de visión, aunquecomo adivinarán, claro que tenía grandes dificultades para no chocar con alguien, y mi par de grandes anteojos así lo demuestran. Al entrar, ese estilo antiguo, quedaba atrás. Adentro, era una representación magnífica de la más novedosa tecnología americana, equipada con todas esas grandes pantallas que demostraban la grandificencia de una de las empresas más reconocidas del país. Con cárteles de todas las más importantes estrellas que una vez pertenecieron a sus filas. Madonna, Britney , Bowie, Celine Dion, Christina Aguilera, Michael Jackson, Wham!, y así miles de ellas que me cansaría de nombrar.
Si bien no había aspirado por pedir el puesto que merecía por mi formación y bastos conocimientos en el ámbito, me conformaba con ser una simple secretaria. Les juro que no aspiraba a más, no por ahora. Sabía perfectamente con anticipación que viviría en pequeños cubículos compartidos y no en las grandes oficinas, pero pertenecer a éste lugar, sería de mucho aprendizaje para forjar mi camino.
Y aunque pareciera que mi sueño era convertirme en millonaria, están muy equivocados, pues sólo había llegado hasta allí para aprender un poco de la hija del Gran Hiram Berry, Rachel, esa pequeña chihuahua, no, no es un perro y mucho menos pretendo burlarme de ella, pero así me doy el derecho de llamarla por su diminuta estatura y por su personalidad ansiosa que la hacía perfectamente compararse con ese peludo.
Rachel Berry aparentaba tener un palo atravesado por el culo, porque siempre tenía el ceño fruncido como si odiase a todos a su alrededor, o por lo menos, eso era lo que decía Britt después de haberla visto tantas veces en la televisión siendo la novia de Zac Efron y recorrer juntos todas las alfombras rojas y pasarelas de moda. Desde el Nueva York Fest, el de Voge, hasta el desfile de Victoria's Secret.
Tengo que reconocer que la pequeña chihuahua era muy bonita e interesante, bueno, eso lo permitía constatar las instantáneas de los más afamados Gurús de la moda como lo son Chiara Ferragni y AimeE Song que la posicionan como una de las mujeres más bellas y elegantes del país. No sólo la habíamos buscado por su espectacular físico, sino había leído y me había informado bastante de ella respecto a sus dotes en los negocios, sobretodo, en las revistas de sociality y de poder. En formación educativa estaba a la par mía, aunque me atrevo a decir que un poco más, gracias a esa estadía en la mejor Universidad de Londres, donde obtuvo su doctorado. Así que Rachel Berry no era otra chica más del montón en sólo ser bonita y millonaria, sino también en ser muy inteligente y preparada. Chica perfecta para cualquier hombre con un poco de cerebro como lo era Liam Hemsworth. Rachel básicamente no era Santana, sino todo lo contrario.
A oposición mía, Rachel lo consiguió con todas las facilidades del mundo; de un padre adinerado y de un renombre por su apellido. Y mientras ella tenía presupuesto para un BMW y conseguir a Ian Somerhalder gracias a su belleza, yo sólo era una fea y asalariada mujer. Diferencias gráficas del estatus social y monetario.
Kitty Wilde, mi otra mejor amiga prima de Britt, creía que muy pronto sería como mínimo, la asistente de la presidencia. Aunque no sabía por qué pensaba eso, nunca sucederá en ésta vida. Para ello, requería tener un par de pechos copa C, una sonrisa de comercial de pasta dentífrica y no una nariz desviada, si es que quería ser tomada en cuenta.
Para Kitty le era cómodo decirlo pues ella siempre ha sido encantadora y con un cuerpo envidiable, e inclusive, conocía más del amor que yo. Y para Brittany era igualmente más fácil, ya que a pesar de ser gay, poseía un increíble talento para el baile y relacionarse con las personas. Las dos tenían las cualidades que ni por asombro yo llegaría algún día a tener.
Hoy era 10 de Agosto y estaba recordando esas tontas y quiméricas palabras mientras entraba casi asfixiándome al elevador y las puertas se cerraron. Tenía que llegar al 7mo piso en menos de 3 minutos, porque como siempre, se me había hecho tarde. Les tendré que confesar algo que realmente me avergüenza: soy una chica muy floja con eso de despertarme antes de las 10 de la mañana, pues es algo que aún no me acostumbro a hacer después de haber vivido los últimos años de mi vida sin trabajar.
Y al llegar al segundo piso, las puertas se abrieron interponiéndose en mi hazaña del día, y eso me crispó aún más, ya que me haría llegar más tarde a mi destino y me haría quedar mal con la esquisita puntualidad londinense de Rachel de la que todos hablaban.
Observé con molestia a quién era la persona que estaba arruinado mi paciencia, pero en vez de enloquecer y gritarle insultos, hizo que mi corazón latiera tan rápido que estaba casi segura que en cualquier momento se saldría disparado de mi pecho porque nunca me esperé encontrarme precisamente con ella. Con Santana López. La perra y manipuladora Santana López.
Esperé que ella no haya notado mi presencia, porque no podía mentirme a mí misma, aún sentía cosas por ella, a pesar de sus bastas humillaciones. No podía negar que para mis ojos aún era la chica más sexy de entre todas las demás. Y bueno, no es como que conociera o me hubiese fijado en más chicas durante este tiempo. Aunque supongo que ella ya ni me recordaba, ya habían pasado más de 5 años, y presiento que actualmente, está saliendo con una modelo de cabello rubio más bonito que el mío, y que además, no le costaba desenmarañarlo por las mañanas.
Esperaba que en estos instantes de su vida, fuera lo suficientemente valiente para aceptar su preferencia sexual, pues ya no estamos en la Universidad, ahora somos mujeres adultas. Eso debió haberle hecho madurar.
— ¿Lucy Caboosey? ¿Pero qué demonios haces tú aquí? ¿Investigaste dónde trabajo?
—Vine a... una entrevista de trabajo... con la doctora Berry—respondí intimidada.
Y bien, creo que sí me había reconocido. Noté algo distinto en sus expresiones, ya no eran de repulsión hacia a mí, más bien, de sorpresa, mucha sorpresa, de hecho. Intenté complementar que no había venido a acosarla y no sabía de su presencia aquí, pero ella me interumpió antes de siquiera pronunciar palabra alguna.
—No te ilusiones Lucy Caboosey, realmente no me interesa lo que pienses o sientas, además, dudo que dures mucho trabajando aquí, porque esa hobbit que tenemos de jefe, acabará con todo esto que ves.
Agregó restándole importancia. Comenzó a examinar con detenimiento sus carpetas y golpeó una y otra vez el piso con sus tacones. Aún conservaba su encantador y característico tic para salir de las cosas que la hacían sentirse incómoda. Yo debería de estarla odiando e ignorando, pero me era imposible si llevaba puesta esa falda ejecutiva por arriba de sus rodillas, dejando entrever sus trabajadas piernas.
La puerta abriéndose evitó que siguiera siendo una idiota hormonal, y nerviosa y desesperada, salí lo más rápido que pude, rezando porque no haya advertido mi impuro análisis.
Pero mis estadísticas habían surtido efecto, puesto que el 98.99% de las veces por las que había pasado por la misma situación, dictaban que mi estúpido andar y mi falta de coordinación, me harían caer de bruces, que mis lentes salieran volando por los aires y que las hojas de mi currículum quedaran esparcidos por todos lados. Y así sucedió, nunca fallan.
¡Estúpidos dos pies izquierdos que tengo!
Miles de risas maléficas se comenzaron a escuchar. Era una víctima más de Santana López y sus estúpidas subordinadas plásticas, que no poseían un cerebro, más bien, tenían un tinte rubio caoba barato que actúaba como él, y se estaban mofando de mí como en el pasado. Me sentí como si estuviese de nuevo en la universidad a punto de iniciar con una importante exposición.
—Hey Patito feo ¿Necesitas ayuda para levantarte o te quedarás allí tirada toda la eternidad? Si yo fuera tú, me escondería en mi caparazón.
—¿No rompió el piso? Con eso que pesa 200 kilos seguramente lo destruyó. Cóbrenle las averías.
Alcé la mirada hacía Santana esperando a que tuviera un poco de compasión por mí, pero se carcajeó como las demás y se metió de nuevo al ascensor. Enserio anhelé que hubiese cambiado en todos estos años, pero parecía que seguía siendo la misma chica sin sentimientos.
Estúpida una y otra vez Santana "la más perra y egoísta" López.
—No sé por qué me hablan. Prefiero seguir siendo la chica invisible, simplemente ignorenme— me arrastré por el suelo para buscar mis lentes.
—Ahora resulta que las feas se atreven a indignarse, ¡No puedo créelo!
—Peppa Pig seguramente siempre eres la mosca fea del lugar. Eres como una gran bortarga de los equipos de béisbol.
Continuaban atormentándome desde sus difusos cubículos.
Estaba tan harta de que las bonitas siempre tuvieran el poder. Siempre he sido la más inteligente y la más educada de entre todas las demás. Siempre pensé que gracias a ello, sobresaldría de las demás, pero eso jamás había sido así.
¿Qué tenían ellas que yo no? Digo, no es que fuese tan espantosa como un sapo, bueno quizás sí, pero eso no les daba el poder para ofenderme o burlarse. Quizá era por mi cabello rojizo desalineado en una coleta, o la forma en que me visto, qué sé yo, cualquier cosa podría ser o sea un factor para que se diviertan a costa mía.
—¡¿Aquí hay una Lucy Fabray?!
Escuché a alguien que gritó con alteración mi nombre.
— ¿Tú eres Lucy Fabray? — puso su mano sobre mi hombro y le confirmé con un asentimiento ya que no podía distinguirla.— La jefe te necesita urgentemente. Ahora mismo, o me correrá. Es una maldita bruja.
Intenté enfocar a quién me hablaba, pero me fue imposible. Supongo que era una chica por su voz. O un chico muy afeminado. Uno nunca sabe.
— ¿Me estás hablando a mí?
Giré la cabeza a mi alrededor para confirmar que esto no se trataba de una simple broma.
— Quizá te equivocas de persona.
— ¡Sí! A ti te estoy hablando. Corre o tendré que arrastrarte hasta allí, porque no pienso escuchar toda la tarde los berrinches de la señorita perfecta y bruja Rachel Berry—me levantó desesperada por ambos hombros— ¡Vamos Lucy, corre!—estaba tan nerviosa que me mantuve anclada al piso— Oye ¿siempre eres tan desesperante chica, o sólo en situaciones extremas?
Me regañó al ver que ni siquiera me inmuté. Cómo quería que reaccionará, si no podía ver ni la punta de mi nariz.
— ¡Agh! —resopló.
Impacientada, me tomó del brazo y me arrastró hasta una gran puerta de cristal con el distintivo de presidencia. Estaba asustada, ansiosa, y sobre todo, avergonzada. ¿Qué pensará la jefe de mí? Ya que además de parecer un hipopótamo, era tan ciega como un topo, y mi aspecto era un completo desastre. Seguramente me descartará antes de que pueda pronunciar mis bastas cualidades en el manejo de datos y cuentas bancarias.
No supe cómo de un momento al otro estaba siendo lanzada hacía el interior ocasionando que nuevamente cayera de bruces al suelo, sólo que ésta vez, sí había alguien dispuesto a ayudarme, un ángel protector.
Un atrayente y enloquecedor olor a coco inundó mis dos fosas nasales mientras ese ángel se incaba a mi lado.
—¿Te encuentras bien?
Me preguntó preocupada. Estaba a escasos centímetros de mí, lo pude intuir, porque sentí su respiración en mi rostro.
— ¿Te sucede algo? Espero que no—insistió con un melifluo tono de voz.
—Bueno… Yo… No puedo ver nada—tartamudé mordiéndome el labio.
— ¿Por qué no puedes ver nada? ¿Eres ciega? —cuestionó contrariada.— Lo siento, creo que me equivoqué. Y no lo digo por ser esa clase de personas que discriman, pero... Yo... Perdón, creo que digo puras...
Soltó miles de palabras por segundo que no pude entenderla.
—No... No... Sólo es que... perdí mis lentes... en el salón principal— la interrumpí y bajé la mirada.
—Oh bueno—respiró más tranquila.— Eso se puede solucionar.
La sentí ponerse de pie y me ayudó a levantarme ofreciéndome su cálida y suave mano. Ésa inocente y etérea acción, produjo que experimentara un cosquilleo recorrer todo mi cuerpo.
— Kurt, llama a Marley Rose y dile que quiero aquí los lentes de ésta adorable chica en menos de 10 segundos o su cabeza será cortada por la guillotina.
Ordenó manteniendo su mano sostenida a la mía. Y ahora sabía quién era mi ángel. No podía ser otra más que la jefe, la presidente, la Bruja Berry, aunque como me ha tratado, está muy alejada de ser merecedora de ese seudónimo.
— ¡Dios! Tiene sangre en su rodilla ¡Kurt! ¡Tiene sangre en su rodilla! Creo que me voy a desmayar.
Soltó mi mano rápidamente acompañando la divertida acción con un chillido, y no entendí nada. En ningún momento sentí dolor alguno. Supongo que el dramatismo que le persigue en las descripciones de las revistas, sí es real.
— Llamen a la ambulancia. No mueras, ya vendrán a salvarte. Porque si alguien muere durante mi mandato, mi padre me desheredará, me cortará en miles de pedacitos y los tirará por el Río Hudson para no dejar huella de su delito.
Me causó adoración y mucha incertidumbre el verla. Supongo que debía ser sumamente adorable además de ser la chica más dramática de todo el universo. Cualquier actriz de Hollywood debería de estar celosa por sus dotes de actuación.
—No… No… Es... Necesario... Estoy bien… Sólo es cuestión... de que me den mis lentes... para poder limpiarme... no se preocupe Licenciada Berry—balbuceé para que se le pasara su angustia.
—¿Y qué demonios espera Rose en traer tus lentes?—refunfuñó— La correré, ya dije. Esto es totalmente inadmisible e incorrecto. Para eso le estoy pagando, no para que se tarde una eternidad.
—Basta Rachel, estás más asustada tú que el patito feo.
La reprendió un chico, que supongo que era Kurt, su mejor amigo. Sí lo sé, se escucha muy acosador de mi parte, pero debía de empaparme con toda la información posible para que quedaran fascinados y me contrataran.
—No le vuelvas a decir así—de repente, cambió su tierno humor y protestó molesta— No quiero humillaciones para nadie, y menos para ella. Se acabo toda esa clase de ofensas, y él que no le guste, puede salir por la puerta principal, así seas tú—advirtió dejando a su amigo callado.
¡Santo Chewbacca! En definitiva ella es mi ángel. Mi hermoso ángel protector.
En escasos minutos, ella se ha preocupado y defendido más que la mayoría de las personas que me rodean. No entiendo el por qué hablan cosas horribles de ella. Estoy dudando seriamente que sea esa aterradora y malvada chica.
—Lo siento por la tardanza doctora Berry, pero no los encontrábamos. Aquí están tus lentes Lucy.
Marley me los entregó tímidamente y por fin estaba a punto de conocer a Rachel.
¿Será tan hermosa en persona como lo es en las revistas de Runway? ¿Será tan enigmática como en las revistas de Vanity Fair?
Lentamente me los coloqué y ¿Adivinen qué? Era el ángel más hermoso que había caído sobre la tierra.
Como es que se las voy a describir puede quedarse incluso corto, porque irremediablemente no puede ser descrita con exactitud, pues es simplemente hermosa, inclusive, mucho más que Santana, porque si mi excompañera es Afrodita, Rachel fácilmente podría ser comparada con Atenea. Hermosa, inteligente y mi protectora.
Y tal cual me imaginé que sería, era una adorable chica morena, de a penas metro y medio de estatura, con una asombrosa melena color chocolate con puntas doradas, que le caían delicadamente hasta su cintura. Su ropa mostraba su exquisita manera de lucir ante la sociedad; estaba usando un elegante vestido negro con un coqueto revuelo vaporoso, que seguramente, se movía acompañado de ella al andar entre nosotros los simples mortales, mientras lo acompaña de unos carísimos tacones Carolina Herrera que dejan admirar unas kilométricas y broncedas piernas.
Suspiré varias veces con profundidad intentando calmar mi alteración, pero me fue casi imposible lograrlo, porque mis ojos se encontraron con los suyos, y sentí miles de mariposas revolotear en mi estómago.
Debería de ser un delito ser tan perfecta. Debería de ser un delito tener esa atrayente e hipnotizante sonrisa. Esa tierna y sencilla sonrisa que me regaló sólo a mí. Esa sonrisa que le esconde a los demás, pero hoy, ha decidido asomarse un par de segundos, esos mismos segundos que hicieron que Santana López quedara en segundo término y se borrara por completo de mis pensamientos.
