Capítulo 10 I

Vocaloid no me pertenece.


Notas iniciales: Muy bien, se que esta vez me tardé bastante, pero eso es debido principalmente a la longitud de este capítulo, además de que en lagunas partes, se preguntaran ¿Qué estoy leyendo? Pues hay ciertas partes que no corresponden a la historia principal de los Kagamine.

Gracias por leer este fic :D


El día era joven, el cielo era anaranjado por el lado desde donde el sol recién hacía su aparición, y la tierra era vieja seca y sobreexplotada por donde pasaban las vías del tren, por las cuales una gran y negra locomotora se movía con rapidez, cortando en dos el panorama árido y grisáceo de aquellas tierras, mientras las enormes nubes de humo de la caldera, salían volando una tras otras, manchando el puro color del cielo, como si se trataran de enormes manchas de tinta.

En aquel tren de color oscuro, de aspecto hasta cierto punto lúgubre, se encontraba un chico de pelo rojizo, de unos diecisiete años de edad, bastante callado, vestido con un traje gris, algo rudimentario. El chico estaba sentado sin mucho interés en el paisaje, a su alrededor podía observar como las personas quienes le rodeaban irradiaban miseria. Mujeres ancianas y demacradas, con tantos hijos que ni siquiera podían mantener alimentados, obreros muertos de hambre, cuyo único anhelo era morir antes de regresar al infierno terrenal que era su trabajo, vagabundos con suerte de dinero ocasional, que viajaban de una ciudad a otra cual trotamundos, buscando alguna ciudad en donde mendigar de manera más eficiente.

"Pobres diablos" pensó el chico, antes de voltear su mirada a la maleta de color carmín que se encontraba entre sus piernas. Con una sola mano, soltó los pequeños seguros que tenía, y la abrió, dejando ver un par de cosas inusuales para viajar: un cuchillo grande, un arma de fuego, bastante vieja, previa de la segunda guerra mundial, un gran fajo de dinero que originalmente no le pertenecía, entre algunas más cosas con las cuales viajaba, todo eso robado, sabiendo aun que si lo llegaban a encontrar con aquello en la frontera a la que se dirigía podrían incluso ejecutarlo de no encontrar una excusa de su posesión.

Sacó del interior de la maleta un par de papeles doblados y arrugados.

El primero de ellos, era una fotografía vieja, en blanco y negro, en donde se podía observar a una familia feliz. El chico no pudo evitar sonreír ante aquello, la imagen era de su familia, en donde él estaba parado entre las piernas de sus padres, un hombre de saco, corbata y sombrero grises y un remarcado mostacho de color negro y su madre solamente una mujer delgada vestida como una empleada domestica, con un color de cabello claro por la fotografía en blanco y negro, cuyo color real era el rojo. Un bueno para nada y una perra indecente, era esa la manera en la que él definía a sus progenitores.

Volteó su vista a donde estaba sus hermanos al lado de él, presumiendo un montón de alegres sonrisas, como las que solía procesar él antes de que su vida en general se fuera mucho a la mierda. Su hermano más pequeño de todos, un niñito torpe y miope con grandes anteojos enmarcados en negro que resaltaban sus ojos de color negro, con un traje que apenas y le quedaba flojo, a punto de caerse siendo sostenido por el mayor. Su otro hermano, el del medio, un chico de pelo plateado, un poco más grande, el único que no sonreía, mas solo por los nervios de la ocasión. Y para finalizar las cosas, una niña de pelo largo y amarillo, atado en una colita de caballo con una tira de seda de color azul, escondida detrás de las piernas de sus padres, con un trajecito de color blanco, con un moño en la cintura de color rosa.

Esa era su familia, de solo seis personas, más él ni siquiera sabía cuáles eran los hijos del mismo padre, el solo le llamaba hermanos a las personas con las que creció. No podía evitar sentir un fuerte dolor en el pecho de tan solo pensar en todo lo que se había perdido con el tiempo, su familia, junto con su ideal de vida, todo se había muerto.

Por una parte, sentía el deseo de regresar a su casa, de tomar el siguiente tren que lo llevara en dirección contraria, de volver a su empobrecido pueblo natal, darle un abrazo a su madre y a su padre y perdonarlos por todo el dolor que les causo, regresar a jugar con sus hermanos y molestarlo, tal y como era su deber al ser el mayor. Pero no, sentía que ya no había nada por lo cual regresar.

Miró entonces el otro papel que tenía en sus manos, un mapa del mundo. No sabía muy bien leer su propio idioma, solo entendía un montón de garabatos y tal vez alguna que otra palabra que haya visto de manera repetitiva.

Dirigió su dedo hasta un país que se encontraba entre Europa y Asia, y recordando sus clases de geografía, logró ubicar un pequeño punto que suponía ser el lugar en donde se encontraba un lugar cercano a la unión soviética. Miró después al otro lado del mapa, hasta llegar a un largo territorio amorfo, y leyendo las pequeñas letras que estaban escritas en su idioma pensó "América" es allí a donde iría a parar.

Tomó la foto de nuevo, y sin que su corazón le detuviera esta vez, la arrojó por la ventana del vagón del tren, simbolizando con esto su emancipación de su vida con su familia vieja, y abusiva, y a la vez del pueblo y de los recuerdos que le traían tanto dolor.

¡El mundo era demasiado grande! No había razón por la cual quedarse en un solo punto de por vida, y le emocionaba la idea de ir del otro lado del mundo, ver todo lo que existía en después de los mares, le emocionaba ir a estados unidos y ver como era el sueño americano. Pero primero tendría que salir de ese territorio fangoso, por lo que necesitaría dinero y por lo tanto libertad para trabajar.

No sería fácil, pero tenía un sueño, no sabía cual exactamente, pero solo era irse de donde vivía.

"Lo siento Thel" pensó en dedicatoria de su hermano, "pero no hay nada que me detenga en nuestra casa, ni siquiera la tonta falacia llamada amor" y con este pensamiento, abandonó para siempre su país.


El sol da la mañana anunciaba un mejor día para los habitantes de Japón, un nuevo día de oportunidades de nuevas experiencias y del nuevas clases para los estudiantes.

Entre la zona residencial más fina de toda la ciudad y estamos hablando de un barrio que por excelencia, albergaba a personas cuyos trabajos honrados les habían otorgado el privilegio de residir allí, eso o estrellas de la música internacionales que gozaran de suficiente fama suficiente.

En la casa más grande de todas las que se encontraban en esa zona, un hombre algo mayor de edad, de unos cincuenta años o más, se encaminaba hasta la entrada de esa mansión, con un largo cabello plateado que se asomaba por debajo de un sombrero, do color negro al igual que su traje y con un maletín viejo en su mano. Cruzó por la puerta abierta del barandal, vigilada por una exhaustiva seguridad. El color verde predominaba por aquel lugar, tanto en el barandal de picos el final y como en las paredes de la mansión, siendo una gran puerta de madera tallada y reforzada lo que más contrastaba.

Un pequeño botón blanco del timbre con una pequeña lámpara en la parte de arriba se denotaba en el lado derecho del pórtico de la casa. El hombre se acercó hasta el botón, y dejando su maletín en el suelo, lo presionó. Al instante una tonada de estilo medieval, llenó el ambiente, dejando saber a los residentes que un visitante los esperaba a ser recibido.

Unos cuantos pasos, bastante agudos, por lo que se trataba de alguien pequeño, se escucharon del otro lado de la puerta, y repentinamente, la puerta se abrió de uno de sus lados, dejando ver a una niña pequeña de cabello castaño, peinado en un par de trencitas, vestida con un inuforme escolar rojo.

—¿A quien busca?— preguntó la niñita sin salir de detrás de la puerta.

—Buenos días niñita, busco a Len y Rin Kagamine— dijo con suma amabilidad en una voz suave y pasiva como la que acostumbraba.

—¿Quién los está buscando?— preguntó un poco desconfiada aun.

—Les busca el padre Thel— se presentó mientras se quitaba el sombrero.

—¿Padre? ¿Usted es el papá de Len y Rin?— preguntó confundida pero no por eso menos desconfiada la niña.

—No, no soy su papá— respondió el hombre con una pequeña risa por la confusión —soy un sacerdote católico, es así como se nos dice— explicó tranquilamente. La niña lo miró un poco más, esta vez con una mirada de un poco de incredulidad, justo antes de salir corriendo y gritando al interior de la casa, dejando la puerta abierta.

—¡Kiyoteru, auxilio!— gritó la pequeña niña corriendo hasta los brazos de un hombre castaño y de traje café, con corbata de color roja.

—¿Qué pasa Yuki?— preguntó alarmado, voleando hacia la puerta y llamando la atención de todos los demás Vocaloids que se encontraban en la casa en ese momento, Miku, Kaito, Gakupo, Meiko, Mizki, Yuma, Lily y Gumi.

—En la puerta… Hay un sacerdote… católico en la puerta— dijo intentado tranquilizar su miedo, rápidamente los habitantes de la casa se asomaron a la puerta para ver al hombre de cabello plateado con una mirada algo confusa y hasta cierto punto ofendida, colocando su sombrero sobre su pecho con la mano izquierda mientras con la derecha sostenía su maletín.

—Es solo un sacerdote, ¿Qué tiene de malo?— preguntó Lily volteando su vista del televisor que tenía toda su atención. La niña seguía consternada por su encuentro cercano con el clérigo y no atendía al llamado de la rubia mayor.

En cuanto al padre Thel, simplemente no se esperaba que su solo titulo de sacerdote fuera capaz de asustar a un niño, ese ya era el colmo de la mala publicidad que tenia la iglesia en esa sociedad tan laica.

—¡Mira Len, es el padre Thel!— escucho un grito proveniente de las escaleras que quedaban al lado de la sala de estar, desde donde estaba bajando Len y Rin. Len vestido con una playera ligera de color azul debajo de una chaqueta verde y con unos shorts de color gris que le llegaban a las rodillas, y Rin con una blusa rosada ancha de la parte de abajo, también con un short de color gris, pero más corto que el de Len. Los dos bajaron con entusiasmo el resto de los escalones que les faltaban y se pararon frente al padre, saludándolo con un formal apretón de manos.

—Mucho gusto padre, hace un tiempo que ya no le veíamos— le dijo Len bastante alegre.

—Muchas gracias a ustedes por invitarme a su casa— respondió él con amabilidad.

—Díganos, ¿se le facilitó llegar hasta aquí?— preguntó Rin mientras empezaban a caminar al interior de la mansión.

—No mucho, por suerte pude confiar en la amabilidad de las personas quienes me permitieron viajar con ellos hasta aquí—

—¿Quiere decir que llegó hasta Tokio pidiendo aventones?— preguntó Len algo incrédulo.

—Bueno, en realidad si tenía planeado viajar en tren, pero una familia del pueblo que había estado allí para vacacionar, me permitió viajar con ellos, y no me permitieron rechazar su oferta— dijo con una ligera sonrisa.

—La gente le da aventones gratis y sin ningún problema— comentó Gumi a su amiga rubia sentada al lado de ella —debe de ser una persona muy confiable— Lily solamente asintió a la afirmación.

—Bueno, permítanos presentarle al resto de los Vocaloids— le dijo Rin al sacerdote mientras los acercaba al sofá en donde estaban las chicas sentadas —Estas son Lily y Gumi— ambas chicas extendieron las manos, saludando al sacerdote con un "mucho gusto".

—Mucho gusto padre Thel, yo soy Miku— habló la peli verde acercándose a el clérigo desde atrás —es un placer conocerle, Len y Rin nos han hablado mucho de usted, a mí y a Kaito— dijo señalando también a su novio.

—El placer de conocerles es mío,— extendió su mano para saludar a los jóvenes que recién llegaban, viendo también salir de la puerta de la cocina a Mieko, con una lata de cerveza en la mano.

—Si más sacerdotes fueran como usted, en lugar de los opresores que me golpeaban hasta dejarme inconsciente en mi infancia— comentó Kaito de manera ligera, como si lo que hubiera dicho no tuviera importancia, provocando un silencio algo incomodo.

—Sí, supongo que no siempre se puede hacer lo correcto con la palabra de Dios— contestó el sacerdote con la voz un poco más seria que antes, tal vez con un poco de sarcasmo o ¿sátira?.

—Bueno… supongo que aun no se ha presentado frente a Meiko— dijo Len algo apresurado para salir del momento incomodo creado por el peli azul, quien recibió un golpe en la nuca por parte de su novia.

—¿Siempre tienes que montar un momento incomodo?— le susurró la peli verde al oído al Shion mientras este se sobaba el lugar del golpe.

—Mucho gusto de conocerlo padre— le saludó amablemente Meiko.

—Mucho gusto señorita— le contestó el padre, provocando que Kaito soltara una pequeña risita por el término usado por el clérigo, quien ignoró a su vez cualquier comentario posible de hacer acerca de la lata de cerveza que consumía la joven castaña siendo ni siquiera la hora de comer.

De repente de las mismas escaleras por las que habían bajado los Kagamine, se empezaron a escuchar pasos más pesados, siendo un gran hombre de más de cincuenta años quien los producía, un hombre alto con cabello canoso y piel de tono algo blanquecino, nada más y nada menos que el Maestro.

—Emmm, Mestro— le llamó Rin al hombre vestido con un traje completamente negro, quien ajustaba su reloj nuevo en su muñeca —El es el padre Thel— lo presentó —viene a atender algunos asuntos relacionados con nuestro matrimonio…—

—Asegúrense de que no se quede mucho tiempo, ¿Entendido?— les gritó a ambos sin siquiera saludar al clérigo, únicamente barriéndolo con la mirada un par de segundos, para después continuar su camino —Tengo negocios que atender, regresaré en cuatro horas— les anuncio a todos antes de salir por la puerta de entrada.

—Es un hereje, no le haga caso— pronunció Rin, restándole importancia a la rápida intromisión del representante.

—¿A Kiyoteru y a Yuki supongo que ya les ha conocido?— dijo Len con voz un poco molesta por la actitud pasada de la "hierofóbica".

—No es su culpa tenerle a los sacerdotes— Kiyoteru exclamó con voz segura —Después de tantos reportes policiacos de violaciones infantiles en todo el mundo que se la pasan anunciando en las noticias,— la cosa se ponía algo seria —Yo también temería si un violador llegara a tocar a mi puerta— expresó sin ninguna sensibilidad en sus palabras, dejando en claro su punto de vista de la iglesia.

De nuevo se comenzó a sentir cierta y muy evidente incomodidad, pues el padre Thel no se atrevía a contestar, no porque no tuviera nada que decir al respecto, sino porque le parecía inútil discutir con alguien como Kiyoteru, quien se había revelado por ser lo que parecía ser un fanático anti—religioso, quienes normalmente no estaban dispuestos a discutir de teología sino solo humillar y molestar con su intolerancia a las creencias ajenas.

—Tranquilo, maestro Hiyama— le llamó Yuma a Kiyoteru —Si él defiende el incesto supongo que no puede ser tan malo— de nuevo, el tono de sarcasmo o de burla no se podía percibir más que en la misma oración y su contexto, pero el padre decidió dejarlo pasar al ver como el chico peli rosado se acercaba al lado de la chica peli negra con kimoto rosa. —Mi nombre es Yuma y el de ella es Mikzki— dijo sin mucho interés el chico, sin siquiera extender la mano en muestra de amabilidad.

—Muhco gusto de conocerlos— respondió Thel un poco más serio en cada momento.

—¿Porqué no pasamos a la cocina, en donde estaremos en paz un rato?— propuso Rin entrando en la conversación, tomando al sacerdote por el hombro.

—Sí, podremos ver todo lo que se necesitará para la boda y el casamiento— dijo Len sujetando al padre del otro hombro.

—No se les olvide que Miki quería hablar con él para aclarar sus dudas acerca de la planeación de la boda— le recordó Miku a los gemelos, quienes comenzaron a llevarse al sacerdote camino a la cocina.

De una buena vez, los gemelos encaminaron al sacerdote con ellos directamente a la puerta de la cocina y sin más la cruzaron para tener un lugar en el cual hablar.

—¿Quién se cree ese tipo?— preguntó Kiyoteru como indignado.

—cállate idiota— le gritó Lily sin remordimiento, recibiendo una mirada severa de Yuki.

—Se cree el elegido de Dios— comentó Yuma sin interés de la rubia enojada.

—Se cree más que el mismo Dios— le rectificó Mizki, recibiendo miradas furtivas de todos a quienes el padre les había dado una buena impresión.


Habían pasado ya varios meses desde que el chico había salido de su pueblo y la suerte que traía consigo era la de un perro. No es que fuera una suerte realmente mala, solamente no buena, y de alguna manera se había quedado sin dinero a punto de comprar su viaje en tren a Inglaterra. En este momento se encontraba trabajando en un restaurante con posada, pues en los pisos superiores tenía espacio para alquilar a los viajeros, y que de hecho el se hospedaba en ese lugar, solamente que se había quedado estancado, tanto física como emocionalmente en aquel poso de desesperación.

Todo el ambiente de aquel lugar era horrible, era un pueblo cercano a una mina de carbón, más grande que el mismo pueblo, en donde casi todo el tiempo permanecía nublado y en las noches la luz de la luna no se alcanzaba a percibir en las calles.

Era un lugar deprimente, en donde el espíritu de las personas se destruía lentamente conforme se vivía allí, y no es como si ese chico aun creyera que existía espíritu alguno en el humano, simplemente que le parecía que el suicidio era mejor que estar vivo en ese lugar.

El establecimiento en donde se encontraba constaba en más de cincuenta mesas lujosas, siendo este el lugar con mayor prestigio en kilómetros a la redonda, más siendo comparada a una mierda si la colocaban frente a los grandes establecimientos que pensaba visitar una vez llegara a estados unidos. Utilizaba el mismo traje desde hace mucho tiempo, solo una camisa de tela y el mismo pantalón que lavaba una y otra vez, junto con sus zapatos sin lustrar.

—Rojito, limpia la mesa treinta— gritó una mujer obesa desde el otro lado de la barra del restaurante, una mujer odiosa y molesta que a más de uno le había dado ganas de apuñalarla, que le llamaba por su apodo colocado debido al color de su cabello y a su supuesto origen eslavo.

—En seguida— pronunció el chico tomando su bandeja y aproximándose a la mesa de número especificado. La mesa a la que se aproximaba estaba en la parte más alejada del viejo local, en donde la luz se había apagado, debido a que era de noche, el lugar estaba cada vez más vacio, así que no le tomó mucho trabajo llegar hasta la mesa, en donde rápidamente se puso a trabajar en la limpieza y a recoger los platos sucios.

Necesitamos matar a ese viejo de una vez por todas…— escuchó el chico decir a un sujeto de edad avanzada y regordete que se encontraba a sus espaldas, en la mesa de al lado junto a otro sujeto, en un idioma que el recordaba un poco —Ese estúpido ruso, cree que puede invadir estas tierras, matar a quien quiera y adueñarse de las plantaciones como si nada— la conversación que escuchaba parecía ser bastante entretenida.

Eso no importa ya, tú has dicho que lo quieres muerto y ese es el asunto que a mí me interesa— esta vez fue el sujeto que lo acompañaba, uno más alto y calvo de piel pálida, el chico entendió inmediatamente que se trataban de mafiosos, de los cuales abundaban bastantes en esas zonas, en donde se rumoreaba que se plantaba opio. Sabía que si lo percibían espiando la conversación, podría terminar muerto allí mismo.

Eso lo entiendo, así que te ofreceré cincuenta mil si me traes su cabeza— ¿Cincuenta mil? ¡Eso era más de lo que el chico había visto en toda su vida, y era lo que ofrecían por la cabeza de solo un hombre!

Ese viejo es el tipo más rico de todo el pueblo, es prácticamente un duque, tiene incluso su propio ejército personal— al escuchar aquello el chico entendió a quien se referían, se referían a un viejo casi ermitaño que vivía en la colina más alejada del pueblo, en una lujosa mansión, casi un castillo, que el joven conocía únicamente porque limpiaba sus zapatos cuando este salía de paseo por un pequeño jardín de la misma plaza del pueblo en los días en los que el sol tocaba las calles.

Se rumoraba además que este anciano era un traficante de drogas, armas y personas, por lo que muchos de los pueblerinos solían evitarlo a toda costa, y que se la pasaba rodeado de guardaespaldas.

si lo quieres muerto, tendrás que darme mínimo cien mil— le informó el sujeto calvo al mayor, dejándolo pasmado por el alto precio propuesto, al igual que al joven de cabello rojo, del que no se habían percatado.

¿Estás jugando conmigo? ¡Sabes que no puedo darte tanto!— le gritó el mayor.

Eres tu quien me solicitó, así que no te retractes, cien mil y punto— finalizó el hombre calvo con la reunión, levantándose súbitamente de su asiento y apresurándose a salir por la puerta de entrada, dejando a su acompañante con una clara expresión de angustia.

El chico se apresuró a caminar de vuelta a su habitación en el tercer piso del edificio tras haber terminado de limpiar la mesa, ignorando los gritos de su obesa patrona.

Una vez llegando a su cuarto, pudo sentir como sus piernas le temblaban. La sola idea de ser el quien realizara el trabajo, y llevarse todo el dinero le está siendo cada vez mas y mas tentadora. No solo era una idea pasajera, o una ilusión temporal, no, él tenía un arma, sabía cómo usarla pese a no haberle disparado a nadie en su vida, además de un enorme machete con el cual podría cortar hasta un brazo de un solo impacto, sabía que el anciano que buscaban asesinar esos mafiosos se desprotegía cuando caminaba por el centro del pueblo, pues confiaba en la cobardía de sus habitantes.

Si lograba atraparlo mientras se alejara de sus simios guardianes, podría tener tiempo como para ejecutarlo y degollarlo.

Solo de imaginar la sangre sus manos le sudaban, y sus pupilas se dilataban un poco. Era posible que él lo hiciera, difícil pero posible.

No pasaron más de tres días, cuando el mismo chico caminaba por uno de los pasillos del edificio gubernamental del pueblo, el edificio más grande y de construcción más solida de toda la zona rural, con una bolsa de cuero negro en la mano, en donde se encontraba la oficina de uno de los ayudantes del alcalde, quien era nada más y nada menos que el mismo sujeto al que había visto platicar con el asesino a sueldo en el restaurante. Se dirigía a ese lugar para hablar con ese mismo sujeto, al ver que había un par de guardias armados en la entrada de la oficina, bastó con mostrar el contenido de la bolsa para que le dejaran pasar por la puerta.

Entrando en la vieja oficina de tal vez unos cien años de antigüedad, pudo observar al mismo hombre mayor sentado en su escritorio, escribiendo varias cosas en un papel amarillento con un bolígrafo rojo, protegido por cuatro hombres ubicados en cada esquina del lugar.

—¿Qué carajo bienes a hacer aquí, niño insolente?— le preguntó molesto, pero sin necesidad de levantarse de su lugar.

—Me he enterado de que usted requiere muerto a cierto hombre adinerado de este pueblo, de nombre Bulgarin— dijo con una voz algo fría y un acento de tipo ingles. El hombre se miro algo afectado por aquello, mas sabía que no habría problema con tratar con un mocoso de un tema el cual podría ser fácilmente callado por los guardias.

—Sí, y eso que ¿Crees que tienes la suficiente importancia como para hablarme de un tema como ese? ¿Quién demonios te crees?— le exclamó con bastante enojo, subestimándolo, sin siquiera darle importancia a como se habría enterado. El chico solo sonrió.

—Le diré algo— comenzó a hablar mientras se acercaba al escritorio —a usted le han exigido cien mil por la cabeza del hombre que desea muerto, y yo le diré que se la conseguiré, no por cincuenta mí, sino por veinticinco mil— presumió sin inmutarse un solo momento.

Esto por supuesto le provocó una gran risa de incredulidad al hombre mayor, el cual, una vez se compuso de la risa, comenzó a decir.

—Te diré algo…— dijo sin moverse demasiado de su lugar —si me traes la cabeza del señor Bulgarin, entonces yo mismo te daré decientas mil— le propuso de maneta burlesca mientras sacaba un puro de su saco y le quitaba la cobertura para comenzar a encenderlo. El adolecente volvió a sonreír.

—Hecho— aceptó para después levantar la bolsa negra que tenía en sus manos y colocarla en el escritorio, tan solo para después abrirla y dejar al descubierto una cabeza humana, de un hombre calvo y de piel morena, con un bigote canoso sobre su grueso labio superior, emanando sangre por debajo, con la misma expresión de terror en sus ojos como la que tenía al momento de morir.

El hombre mayor se quedó atónito, al igual que los guardias quienes habían empalidecido. El puro que tenía el hombre en sus manos, cayó lentamente en el escritorio y rodó hasta la orilla de este, siendo recogido por el chico de rojizos cabellos.

—Aceptaré los veinticinco mil, aunque si es usted un hombre de honor, supongo que cumplirá su palabra y me dará los doscientos mil— dijo en lo que se metía el puro encendido en la boca y lo fumaba — ¿se le ofrece algo más? — dejó salir el humo acumulado en su boca, mientras se daba cuenta de hasta donde había llegado.

"Asesino a sueldo" pensó para sí mismo el joven "pero que trabajo más emocionante".


Una vez en la cocina, el padre Thel se preparó para tener las charlas premaritales con los Kagamine, solo cosa de rutina con parejas normales, aunque en este caso el sacerdote decidió por analizar un poco más la relación de los gemelos.

—Muy bien— inició diciendo el sacerdote a Len y a Rin —me gustaría iniciar esto con una plática de cómo se conocieron— propuso sin darse cuenta de que esa frase que había dicho la decía solo como costumbre a las otras parejas.

La joven Miki, quien estaba en la cocina desde hace un rato, bebiendo un refresco de cereza, esperando su momento para hablar con el padre y los gemelos, no pudo evitar pensar en la respuesta obvia a la petición del clérigo.

—Bueno…— comenzó a decir Len —Nos conocimos hace más de veinte años—

—Sí, creo que fue en un hospital, en la sala de maternidad— complementó Rin de manera burlesca, a lo cual Miki casi escupe el refresco a causa de la risa.

—De acuerdo, permítanme reformular la cuestión— dijo seriamente Thel —Podríamos empezar la plática desde el punto en el que ustedes dos decidieron ser algo más que hermanos, es decir de cuando sus sentimientos mutuos cambiaron de amor fraternal a otra cosa más seria, mas profunda— esta vez intentó expresarse con mayor claridad, pero sin entrar en la seriedad.

Ambos gemelos permanecieron pensando por unos instantes, como si sus ideas se fueran compartiendo.

—No sabríamos decir desde cuando surgió el sentimiento amoroso— contestó Rin.

—Supongo que siempre estuvo presente de alguna manera, pero como siempre estábamos juntos, nunca necesitamos de este sentimiento— completó Len.

—¿Entonces se dieron cuenta de que se querían como algo más de hermanos cuando se separaron?— intuyó el sacerdote.

—Así es, Len comenzó a salir con Miku y se convirtió en su novio— dijo Rin, recordando el pasado de manera tan distante.

—Sí, aunque admito que solamente la busque a ella porque Kaito me dijo que todo prensarían que yo era gay si no comenzaba a tener novias— expresó Len con algo de frustración en su voz.

—¿Ser gay…? ¿Cómo es eso?— peguntó algo confundido el sacerdote.

—Sí, lo que pasa es que en este negocio de la música y de la publicidad, la reputación puede ser muy… voluble— Rin movía las manos conforme explicaba —Entonces Len obtuvo la reputación de ser un shota afeminado que disfrutaba de la sodomía— expresó la chica con cierto disgusto en su voz.

—Debo de admitir que no pensé que mi relación con Rin cambiaría después de comenzar a ser novio de Miku— dijo Len sin siquiera dejar le al padre pregunta que quería decir "shota".

—Como quiera, me di cuenta de que me disgustaba un poco que Len le diera cariño a otra mujer, y entonces entendí que lo quería como hermano y hasta más— mostró una pequeña sonrisa a su hermano al decir aquello.

—Sí, así que Miku y yo decidimos terminar por las buenas y simplemente acepté mis sentimientos por mi gemela— tomó la mano de la rubia con un pequeño apretón para después darle un beso en la mejilla.

—Espera…— le detuvo Miki — ¿Entonces es por eso que botaste a Miku como si fuera un pañuelo usado?— preguntó un poco extrañada y hasta enojada.

—No la boté, quedamos en que lo mejor era finalizar una relación que no tenía futuro, fue algo completamente mutuo— explicó con madurez.

—No seas idiota, eso es lo que todas las mujeres dicen, en realidad Miku estaba devastada— le siguió diciendo con enojo.

—Es cierto Len, le destrozaste el corazón a la pobre Miku— le informó su hermana sin mostrar expresión alguna.

—Pero fuiste tú quien me forzó a terminar con ella— le contestó Le Kagamine, sintiéndose algo traicionado.

—Y supongo que su relación fue de maravilla después de eso— preguntó de nuevo el padre Thel, solo para evitar que se formara una discusión.

—No tanto así— dijo un poco decepcionada Rin —No es fácil comenzar una relación amorosa con tu propio hermano y a la vez intentar mostrar una relación solo fraternal al resto de las personas—

—Sabíamos a quien le mentíamos, y que podíamos llegar a lastima a muchas personas si se llegaba a salir a la luz todo el asunto— suspiró con aparente desilusión el Kagamine —En realidad, admito que nosotros dos dudamos, bueno, mas yo— admitió.

—Pero al final, descubrimos que simplemente no podíamos vivir el uno sin el otro, así que aceptamos el castigo que tuviéramos que aceptar por estar juntos, ya fuera en esta vida…—

—O en el infierno— terminó de decir el padre, dejando algo sorprendidos a los gemelos —Tranquilos, no es como si yo de verdad pensara que ustedes dos merecen el infierno, es solo que me impresiona su… ¿cómo se dice?— se cuestionó intentando recordar la palabra perfecta para la acción de darlo todo por el amor.

—¿Sacrificio?— completó Miki, quien se había conmovido ligeramente por las palabras de Rin.

—Sí, así es, sacrificio— acertó en la palabra —me sorprende realmente todo lo que me dicen acerca de estar juntos sin importar nada, es decir, desde hace años, las parejas a las que caso lo hacían más que nada por conveniencia, o matrimonios arreglados, si acaso alguna pareja de jóvenes que habían escapado de sus casas para poder vivir juntos, pero solo eso— la verdad era que el concepto de amor que manejaban los rubios le parecía hasta cierto punto de "ficción" al padre albino —Jamás había conocido a un par de personas que aceptaran lo que fuera que hubiese en el infierno solo por estar juntos, siempre e creído que eso lo que Dios ve como amor—

Era un sentimiento extraño el que recorría los cuerpos de los gemelos Kagamine, era algo así como orgullo, pero con más humildad. Es decir, jamás les habían dicho que su relación incestuosa fuera permitida, ni siquiera que fuera algo bueno, o algo bien visto por Dios. Por lo tanto se sentían como si ellos dos hubieran hecho algo bueno todos esos años en los que estaban juntos, aunque fuera escondidos de los demás.

Los dos sonrieron con gusto, con un pequeño sonrojo acompañando sus mejillas. La idea del matrimonio se les comenzaba a hacer cada vez más realista.


Continúa en el siguiente cap.