Capitulo 10 II

Vocaloid no me pertenece.


Los años fluyeron en la vida del chico de cabello rojizo, pasó de ser un simple obrero de la cocina a ser un personaje peligroso para la sociedad. Utilizaba su aparente inocencia para valerse de los demás, para llegara a sus objetivos y ejecutarlos, de un momento a otro, logró desmedir su vida, convertirse en alguien de malas compañías, se comportaba agresivo y aprendió de la maldad de la vida, a ser una persona cruel.

Pero como es en la vida real, una persona no puede simplemente vivir como se le plazca, pues ese es el camino más seguro para irse al infierno. Tanto fue así, que no pasó mucho tiempo antes de que el hermano mayor de quien se convertiría en el sacerdote Thel, fuera encarcelado por sus crímenes.

Mas incluso cuando se le hablo de la más cruel de las maneras, y se le trató como un animal a punto de ser sacrificado, él jamás mostro algo de arrepentimiento, jamás se torció frente a nadie, y siempre permaneció con la frente en alto, con una sonrisa sarcástica en la cara. Pero su vida no llegó al final cuando fue encarcelado.

—¡Sujeto numero dieciséis!— gritaba uno de los guardias de aquel viejo Gulag en donde estaba encarcelado el joven, quien después de tanto tiempo, había perdido sus rasgos característicos infantiles, que durante años le habrían provocado tanta subestimación —Es hora de tu corrección— habló el horroroso sujeto, quien cubría su cara con una máscara de gas, quien guiaba al joven por un escabroso pasillo metálico, en medio de una mina subterránea.

Su vida plena pasaba frente a sus ojos mientras un grupo de médicos—soldados lo despojaban de sus prendas y lo colocaban sobre una fría mesa metálica en medio de un enorme consultorio oscuro, con un gran tragaluz al final del techo.

La combinación constante de factores como el frio, la luz en su cara, el constante murmullo de los médicos con el que se deducía una posible vivisección, era algo que comenzaba a provocarle pánico al joven, sudaba frio, temblaba, sus músculos se contraían, y algunas lágrimas salían de sus ojos.

¡No! ¡No podían causarle miedo!

No había manera en que lo rompieran, pues el ya estaba roto desde que un hombre cruel le había arrebatado su infancia.

Uno de los hombre que lo examinaba, con una sonrisa maliciosa asomándose por debajo de su cubre bocas, se acercó hasta él y sin mucho cuidado, colocó un pedazo de tela húmedo con sabor acido en su boca, para después asegurar sus brazos y piernas a la mesa por medio de agarraderas de piel.

—Tranquilo— le susurró al oído con su asqueroso aliento a cigarrillo —Te quitaremos lo loco y te haremos un buen perro soldado— lo miró de nuevo para después levantar una mano en forma de señal para sus asistentes. Sin advertencia, una música aterradora comenzó a emanar de las paredes, a un volumen increíblemente alto, un sonido demoniaco como el de un metal chocándose y raspándose en el infierno con locura y desenfrenadamente.

Un par de metales se colocaron en las sienes del joven, justo antes de que una fuerte descarga eléctrica golpeara su cerebro con todas las fuerzas del mundo, provocándole un infernal grito de dolor callado por la tela que tenía en la boca, que evitaba también que se ahogara con su propia lengua.

Los doctores observaban complacidos.

—Dentro de poco será una buena arma— dijo uno de ellos, los demás solo rieron, mientras el joven comenzaba a convulsionar violentamente.

Todo aquello se convertía en una terrible experiencia pasada. Ahora se miraba a si mismo en un pequeño espejo de mano, notando como su cabello se había decolorado a un gris oscuro a causa de los choques eléctricos y del estrés de su vida diaria, pero aun así usando una banda en el cabello para juntarlo en una cola de caballo.

En esos momentos, miraba a su alrededor, observando como sus compañeros se alistaban. Cada uno de ellos, con un fusil en mano, esperaba sin ansias el momento de sus muertes.

—Recuerden— les gritó el capitán mientras se movía con una AK—47 en mano alrededor del pequeño pasillo en donde esperaban sentados otros diez hombres —Vamos a dar cobertura a la artillería, las casualidades civiles están permitidas, pero el fuego aliado no— un fuerte sonido se escucho en las afueras del lugar, mientras una fuerte turbulencia provocaba que el helicóptero se sacudiera. Era seguro que se dirigían a su muerte.

No eran soldados demasiado preparados, pues al igual que el joven, todos ellos eran solo prisioneros sacados de sus celdas para ir a morir en una conquista estúpida. No tenían demasiado entrenamiento, más que el de la propia vida les había brindado. Y no tenían demasiado equipo, solamente un chaleco antibalas de hace cien años, con cascos inferiores a los de los soldados de la primera guerra mundial, solamente con armas resistentes pero económicas. En pocas palabras, ellos solo eran peones, menos que simples estadísticas de guerra, pero lo suficiente para ser considerados carne de cañón.

En pleno camino al hades, uno de los soldados se ponía a temblar, un pequeño y escuálido muchacho de apenas dieciocho años, encarcelado por haber robado una tienda y por haber asesinado a su dueño por accidente. El hermano el sacerdote únicamente lo miro a los ojos, viendo todo el terror que sentía y le dijo —No te preocupes, que todo se acabará con una balazo en la cabeza— con una voz fría y rasposa. Mas con esto no logró tranquilizarlo.

Pronto, una luz de color amarillo se prendió en el interior de la cabina del piloto, indicando que las puertas se abrirían en unos segundos. Los sonidos de las armas disparándose resonaban en medio del oscuro campo en el que los cañones avanzaban.

—Hay quien dice que los americanos les están dando dinero a los nativos de estas tierras para que se compren armas, y suministros— comentó uno de los soldados al capitán.

—Claro que sí, es por eso que le llaman la guerra fría— contestó el muchacho de manera socarrona —Esta es una guerra de ideologías, las potencias mas grandes se ocupan en crear guerras para defender esas ideologías, no para lucharlas por ellos mismos— rio un poco mas antes de que las puertas del helicóptero finalmente se abrieran, revelando un oscuro campo de cosechas, convertido en un campo de batalla.

El sonido de las balas chocando contra el metal fue lo primero en golpear los oídos de los soldados, seguido por el olor de la metralla y de la pólvora quemada, así como de la tierra que salía volando por los aires.

En un abrir y cerrar de ojos, una ráfaga de balas alcanzó a la unidad entera, provocando que tres de los soldados cayeran con rapidez al suelo, mientras el resto comenzaba a desplegarse por el campo de batalla a oscuras, protegiéndose con los tanques que estaban a los costados del helicóptero que recién los había dejado. Todos se protegieron, a excepción del chico de cabello antiguamente rojizo, quien apuntó su arma con lentitud, mientras con el uso de toda su capacidad cular, lograba centrar con la vista a un hombre de piel marrón, con barba y bigote de color negros, vestido con una ropa de campesino cualquiera de medio oriente, quien se atrincheraba tras unos costales de arena, con una arma pesada asomándose por un pequeño escape, disparándoles.

Apuntó, y sin dudarlo, disparó una ráfaga de al menos seis balas directamente contra su objetivo, provocando que una gran bola de humo saliera volando por los aires, al igual que como una explosión de sangre y sesos, que manchó aquella trinchera por completo de rojo carmesí.

Ese hombre seguramente estaría solamente defendiendo su granja, y seguramente sería algún padre de familia, con esposa, hijos, que le amaran y le apreciaran, y era su enemigo en el momento en el que le disparó. Siguió su camino, entrando en las penumbras, esperando a que el infierno le abrazara antes del amanecer, sin importarle su objetivo o la razón por la cual le mandaban allá. Solo sabía que tenía que seguir matando.

Seguía haciendo lo mismo, asesinando, solamente que ahora era para el gobierno de su país.


Así después, la plática continuó entre el sacerdote y los Kagamine, siendo momentáneamente interrumpida por Miki, quien logró satisfacer sus dudas acerca de los horarios y formas en las que se realizaría la celebración de la unión, dándole una clara perspectiva de cómo tendría que organizarlo todo. Eligiendo el color blanco, por la pureza, para el tema entero de la boda, desde los trajes y vestidos, hasta las decoraciones y los postres.

—Muy bien, entonces creo que se verán muy bien en color blanco los dos— dijo con ánimo la peli rosada.

—Me parece bien— opinó el padre —un color que simboliza la pureza y la paz es ideal para una relación como la suya, en la que se libran de toda la mentira que alguna vez rodeo su relación y aceptan a Dios de nuevo en sus vidas—

—Aunque sería mejor si la novia siguiera siendo virgen— se escuchó una voz en la puerta de la cocina —De esta manera no estarían pecando tanto en la hipocresía al usar el color de "Dios" en una unión incestuosa— quien estaba en la puerta era nada más y nada menos que el Maestro, quien regresaba de su junta de negocios de cuatro horas.

—Buenas tardes Maestro— saludó Miki, mientras los Kagamine solo levantaban la mano. Siendo Thel el único que extendió su mano para saludar. Aunque claro, este fue ignorado por el hombre canoso, quien pasó de él hasta llegar al refrigerador del otro lado de la cocina, de donde sacó una cerveza fría de Meiko.

—¿No creen que sería buen momento de que hablaran con el sacerdote de cómo concibieron a su descendencia?— preguntó el Maestro recargándose en la barra de la cocina, observando cómo a las personas quienes platicaban.

—No sería mala idea— contestó el padre —Después de todo, las relaciones sexuales son una parte fundamental del matrimonio, y se ven aprobadas por Dios— explicó con tranquilidad.

—Si es de nuestra vida sexual…— habló un poco Rin.

—Si Rin, explícale al padre como les gustaba fornicar— le alentó el representante.

—¡Cállate!— contestó la rubia con un grito.

—Anda, no hay nada que sea realmente imperdonable ante los ojos de Dios— volvió a insistir el hombre de traje.

—No hay ningún problema con eso Rin, si desean hablar de cómo fueron las cosas entre ustedes dos, no hay ningún problema, es algo libre— les aclaró el sacerdote.

—Bueno, la primera vez que lo hicimos, fue en verano del 2009, hace más de cinco años— dijo dejando un poco impresionado a el padre Thel, al igual que a Miki —Llevábamos unos meses de novios, y decidimos que sería un buen momento para eso, ya que… bueno, no habría pobrema— intentó justificar la chica.

—Claro, no es que sea una decisión apresurada— dijo el sacerdote volteando un poco la vista —Pero después de todo, se cuidaron y lo hicieron responsablemente, ¿no?— preguntó el peli blanco.

—¡JA!— se rió el maestro con burla.

—Está bien, en aquellos tiempos no sabíamos mucho de eso— decidió admitir Len —Quizá si fue algo riesgoso, sobre todo porque un mes después de eso, Rin tuvo un retraso bastante amplio—

—¡¿Se dan cuenta de lo peligroso que fue eso?— les gritó Miki, —Es decir, pudieron haberse embarazado de verdad, y ¿se imaginan el problemón que se hubieran ganado?— preguntó sin poder contenerse.

—Si Miki, creo que una semana entera de nuestra vida muriendo de los nervios por no saber cómo explicar las cosas enseña una gran lección de lo que se tiene que hacer y qué no hacer— respondió Rin con algo de sarcasmo.

—Me sorprende como quedó embarazada hasta después de cinco años de darle y darle cada noche— se impresionaba el Maestro. A los Kagamine parecía darles bastante vergüenza hablar de eso.

—Bueno, no hay problema con eso, el punto es que ya han aprendido como hacerlo de manera correcta— les aseguró el sacerdote.

La charla continuó entre los Kagamine y el padre durante otros minutos más, llegando a tocar temas como la importancia de los anticonceptivos, incluso cuando la misma iglesia católica era la que los prohibía, pero que para ese sacerdote en específico, presentaban una gran relevancia en la vida diaria de los jóvenes. Incluso durante unos momentos, ambos rubios llegaron a sentir incluso algo así como una forma de regaño por parte del clérigo. Llegó también al tema de la virilidad y se introdujo de manera correcta en el tema de la planeación familiar, presentando un punto más neutral en ese tema a diferencia de los conferencistas que acusaban esa práctica como patanería.

Al fin de cuentas, lograron observar que el sacerdote tenía bastantes ideas relativamente liberales, las cuales según él, no eran la representación de alguna clase de iglesia actual, sino una mera forma del uso del pensamiento lógico en el vivir, pues según él, Dios no solo era amor, sino también verdad, justicia y lógica.

En cuanto al Maestro y Miki, ambos continuaron solamente presenciando el sermón del padre, siendo Miki como una oveja obediente y el Maestro como un cordero descarriado que solo ocupaba en sacar lata de sake tras lata de sake de las reservas de Meiko.

—Otro de los puntos importantes de una relación— comenzó a abrir un nuevo tema el sacerdote —Es la fidelidad a la pareja— colocó sus manos como si estuviera sujetando una esfera —Pues aunque en la actualidad se cree que las parejas a largo plazo necesitan de "descansos" en donde puedan tener las libertades para relacionarse con otros, la verdad es que estas costumbre y tratos mutuos solo destruyen la formación de la pareja— explicó colocando sus manos sobre la mesa.

—En eso no se tiene que preocupar— aseguró Rin —Len y yo jamás nos hemos sido infieles—

—Vaya, es muy bueno— dijo el sacerdote con algo de entusiasmo en su voz, solo para mostrarle a los jóvenes lo bueno que era que mantuvieran una fidelidad estable.

—No les creo— sentenció el Maestro —Estoy seguro de haber visto a alguno de ustedes dos engañando al otro en algún momento— dijo intentado hacer memoria.

—No, es en serio, yo jamás sería capaz de engañar a mi querida Rinny— exclamó Len tomando a su querida hermana por detrás y abrazándola con cariño.

—Y Len es el hombre más grandioso que he conocido en mi vida, nunca tendría razones para engañarlo— se defendió también Rin.

—Eso explica porque nadie más los veía sentirse atraídos por otras personas— concluyó Miki —Es decir, todos pensábamos que ustedes dos eran raros—

—¿A qué te refieres con eso?— preguntó algo molesta Rin.

—Bueno, es que en realidad era solo un rumor— dijo con una pequeña risita —En realidad yo y otros cuantos pensábamos que ustedes era asexuales, que no les gustaban ni hombres ni mujeres— intentó justificar —Otros pensaban que ustedes dos les gustaban las personas de su mismo sexo—

—No les culpen— intervino el maestro —Quien iba a imaginarse que ustedes dos de verdad estaban tirando mientras los demás ensayaban sus canciones—

—Como quiera que sea, lo importante es que entre nosotros dos no hay desconfianzas ni engaños— presumió la chica rubia.

—¿Ni siquiera algo de celos o alguna clase de duda?— cuestionó el padre solo para asegurarse.

—No esa clase de inseguridad— explicó con tranquilidad Len —Solo la que siento cuando creo que alguien podría hacerle algo a Rin si es que no estoy junto a ella—

—muchas personas hablan de encontrar a su alma gemela y otras cosas, pero en nuestro caso no hubo necesidad de buscar, pues porque nacimos juntos— dijo besando a su hermano en la mejilla.

—No importa cuánto tiempo pase, Rin y yo siempre seguiremos siendo como uno solo cuando estamos juntos, y aunque sea algo defectuosa, para mí siempre ha sido perfecta— colocó su cabeza en el hombro de su hermana y lo besó.

—Igual para mí, no tengo que buscar a otro hombre, porque ya tengo a mi imperfecto Len— Rin intentaba expresar lo mucho que su unión con Len le era importante, pero el era bastante complicado intentar hacer que los demás asimilaran.

Era una cosa como exclusivamente de gemelos. La unión, en compartir, no solo el vientre de la madre durante la gestación, sino todo lo que la vida consiguiente significaba, como el dormir siempre juntos, bañarse juntos, y en su caso, llevar su mayor pasatiempos juntos que era cantar.

Era una forma de dependencia, pero sin necesidad de alcanzar la idealización, pues al ser tan juntos se conocían en todos sus defectos y virtudes posibles, más que cualquier otra pareja, y más importante, aceptaban estos defectos. Y al fin y al cabo, el amor no trata de intentar eliminar los defectos de la pareja, ni de tratar de ver solo la perfección, sino en aceptar los aspectos que no se pueden cambiar y de vivir tratando de mejorar como persona al lado del alma gemela.

Y eso mismo es lo que hacían los Kagamine, y era algo que ponía muy orgulloso al padre Thel, saber que existía aun la clase de parejas que confiaran y se aceptaran, aun cuando fuera una pareja incestuosa.

—Guarden eso para los votos matrimoniales— bromeó un poco Miki, a quien le parecía que la situación de sus amigos era bastante tierna, aunque se entristecía al sentir que jamás llegaría a conocer a alguien al mismo grado en que sus amigos lo hacían.

—Esto va a sonar irónico, pero desearía que hubieran mas parejas como ustedes— se juntó a la risa el sacerdote —así habría menos divorcios—

—¡Vaya, pero que dulce!— exclamó el Maestro —Creo que tengo que ir a vomitar arcoíris al baño— dijo con un tono sarcástico mientras se dirigía a la salida, dejando a los presentes en la cocina con el mismo animo de antes —No, es enserio, tengo que ir a vomitar— sostuvo su estomago con la palma abierta —Creo que esa cerveza estaba caduca— y tras decir eso, salió corriendo al sanitario.

—¿Cuál es el asunto que ustedes tienen con él?— preguntó Thel viendo todavía a la salida.

—¿A qué se refiere con "Asunto"?— preguntó Rin.

—Sí, ¿Acaso le hicieron algo malo, lo tratan mal, o lo han arruinado de alguna manera? ¿O porqué es tan malo con ustedes? Preguntó intrigado, dándole importancia a un tema que los Kagamine y Miki preferían pasar.

—Es solo un maldito salido, no le de importancia— exclamó Rin cruzando los brazos.

—Sí, creemos que tuvo una infancia miserable y que por eso ahora se trata de vengar de todos con su mala actitud— explicó Miki con un susurró al sacerdote.

—Aunque en realidad— se puso a pensar Len —me parece curioso que aun sabiendo que nosotros dos estábamos teniendo una relación amorosa, nunca haya revelado nada hasta hace poco—

—¿De verdad?— preguntó incrédulo el clérigo.

—Es cierto— se intrigó Rin —El fue el primero en enterarse de lo nuestro jamás dijo nada— ¿Acaso el Salta era buena persona? —Y eso que, reveló lo del bebé en cuanto pudo, además de que eso no quita seis años de constante abuso y odio injustificado— terminó concluyendo la rubia.

—Sí, aunque nos haya dejado conservar al bebé, aun no confió en él— le apoyó su hermano, seguido de una afirmativa con la cabeza de la peli rosada.

—Interesante…— se quedó pensando el sacerdote, para después continuar con la plática, pues tenían que terminar sea sesión rápidamente, ya que estaba anocheciendo.


La vida no siempre es lo que uno espera, y en el caso del joven pelirrojo, las cosas jamás fueron como él lo deseó, desde el inició de su vida, naciendo en la pobreza, sufriendo una infancia infernal, teniendo que sentir el dolor de sus decisiones diez veces peores de las que el realmente planeaba. Con el tiempo se convirtió en un sujeto duro y sin escrúpulos, incapaz de perdonar, vengativo, y abandonó la autodestrucción para terminar destruyendo la vida de las personas a las que se acercaba.

Después de escapar del ejercito, incluso llegando a ser condecorado varias veces, decidió irse a viajar por el mundo, hasta que supuestamente encontrara un lujar en donde su forma de ser cuadraría. Pero nadie quiere a un asesino en sus vidas, a un cara dura indecente que solo piensa en él mismo.

Intentó vivir en Londres, su tierra prometida, pero tras muchos intentos, su estilo de vida no se asemejaba a quienes vivía en ese lugar, sintiéndose fuera de sí mismo, abandonó toda esperanza de formar parte de la sociedad, y comenzó a traficar con drogas, personas, armas, cualquier cosa que no fuera permitida por la ley.

Los años pasaron, uno tras otro, vagó por el mundo, intentando encontrar un lugar en donde acomodarse, y tal vez su decisión final fue la correcta.

No pasaba de las ocho de la mañana, en la enorme mansión en la que el hombre mayor, antiguamente un chico, se despertaba, un nuevo día de oportunidades se abría ante él.

Su casa no era nada convencional, se trataba de un enorme edificio, de varias decenas de habitaciones, mandado a construir por él mismo, con refuerzos en las paredes y puertas contra balas. Pintada con un verde algo nauseabundo por el tiempo que llevaba esa pintura en uso, con una terraza descuidada, y una vista excepcional a un parque público con un lago. Además de todo eso, contaba también con un gigantesco jardín, bastante descuidado y amarillento, y una enorme reja de color verde con picos en la parte superior. Un lugar como para resguardar a un embajador.

El hombre ahora de cabello algo canoso se disponía a levantarse de su cama, no sin antes observar de nuevo a sus acompañantes de la noche pasada. Un chico y una chica, jóvenes y vivaces, de cabello color negro, sin una sola prenda encima de sus cuerpos, durmiendo plácidamente, tomados de la mano. Simplemente eran un par de jóvenes hermanos que habían vendido sus cuerpos la noche anterior.

Y por supuesto, al hombre no le interesaba si su sexualidad se veía afectada o algo así, al contrario, tenía un pensamiento muy liberal a lo que se refería de gustos sexuales.

Dejó un poco de dinero al pie de la cama, se colocó su mejor smoking, y salió de la habitación. La casa estaba prácticamente bien cuidada, no era una maravilla, pero al menos no estaba abandonada por completo. Había polvo por todas partes, agujeros en la pared, y comida y escombros por todas partes.

Curiosamente, esa casa estaba ubicada en una zona realmente segura en la ciudad en donde habitaba, siendo tal vez uno de los barrios más prestigiados, en donde solo la gente con dinero era permitida de habitar. Y claro, siendo los negocios de tráfico de mercancías ilegales un negocio bien remunerado, era fácil de lograr habitar en esa zona.

El sujeto continuó caminando hasta la salida de la casa, dejando la puerta abierta para dejar que sus invitados salieran, pues al fin y al cabo sabía que no había nada que pudieran robar sin que la policía los atrapara antes de que salieran del jardín.

Salió de la casa con rapidez, sin querer ver siquiera las mansiones ajenas. Caminó hasta la salida de la zona residencial, y entonces sacó su celular, mirando la hora y la fecha, eran a mediados del dos mil tres, tenía más de cuarenta años. Algo dentro de sí le hizo sentir bastante viejo, pero no sin necesidad de sentirse desperdiciado. Aunque en parte sentía que había tenido una buena vida, por otro lado se sentía cansado. En ese momento su vida había alcanzado cierta estabilidad, por lo cual la vida de criminal podía ser abandonada.

Así que decidió hacer lo más coherente que pudo, buscarse un trabajo mediamente decente. Para lo cual por supuesto necesitaría de ciertas ventajas laborales. Así que siguiendo el consejo de un millonario amigo suyo, logró contactar con una persona que le daría su primera entrevista de trabajo real en toda la vida.

De esta manera, al final del día, ya se encontraba en la oficina de un empresario, hablando y bromeando acerca de su vida.

—Parece ser que usted tiene muy buenas referencias— exclamó con alegría que empresario —Graduado de la Universidad de Carolina en Praga en humanidades, educación y leyes— dijo asombrado.

—Sí, lo que pasa es que yo nunca me he quedado satisfecho en lo que consta en el conocimiento— presumió de sus falsos logros.

—Aparte, dice que tiene un posgrado en economía— dijo aun más asombrado el empresario.

—Sí, me agrada aprender de aquello que es necesario en esta vida, ese es parte de mi estilo de existencia— rió un poco mientras el sujeto con quien hablaba seguía admirando su curriculum vitae.

—Trabajó en transportes y turismo en medio oriente— el hombre del cabello cenizo sintió —Se dedicó a importaciones y exportaciones, tanto en Europa como en América— continuó asombrándose —¿Que es lo que hace una persona tan calificada como usted buscando empleó en un país como Japón?— preguntó algo intrigado.

—Bueno, en realidad… se quedó un poco de tiempo pensando en que responder, pues ni siquiera el mismo conocía la respuesta —Supongo que la cultura japonesa me enamoró desde la primera vez que visité el país hace años, a inicios de los noventa, viví aquí un par de años a causa de cierto trato externo que tenía con una empresa transportadora y es por eso que regresé hace año y medio, para vivir aquí— mintió con todos los dientes, si al fin y al cabo ya había mentido en resto de la entrevista.

—Pues bien, tenemos un puesto si lo que le interesa es trabajar en Crypton Future Media— le habló de manera elegante el empresario, quien tras decir esto, sacó de su escritorio fino y de madera blanca un sobre oficial de la empresa que contenía un par de fotos y otros archivos —Necesitamos a personal capacitado para que se haga cargo de un siguiente proyecto que tenemos en mente.

Mostró el contenido del sobre, dejando ver las fotografías de dos jóvenes de unos veinte años, una chica de cabello castaño, vestida de rojo y la otra de un chico de cabello azul, que usaba una bufanda de ese mismo color.

—Nuestro nuevo proyecto lleva el nombre de Vocaloid— le habló el empresario con mayor claridad —Para usted que probablemente no sepa de manera correcta de que trata, es un grupo musical de jóvenes artistas y cantantes que podrán ser contratados por otras disqueras o personas adineradas para prestar sus servicios musicales personales— esperó a que el hombre mayor tomara las fotografías para verlas.

—¿Y estos son los dos artistas juveniles que ustedes planean poner a disposición?— preguntó de manera retorica.

—Los dos primeros, correcto, Shion Kaito y Sakine Meiko de veinte años los dos— le respondió —Aunque por ahora nos al limitado a que la primera generación sea de mayores de edad, esperamos encontrar la manera de contratar menores—

—¿Quiere que le ayude a encontrar la manera de contratar menores? Porque sé cómo hacer eso— volvió a presumir, pero esta vez sin ser una mentira, pues el de verdad sabía cómo hacer para evadir leyes como las del trabajo infantil y demás.

—No, de hecho, necesitamos a alguien que proteja a estos chicos— dijo sin que sus palabras tuvieran mucho significado —Que sea su representante, a un genio de los negocios, que los guie en el camino de su estrellato, y que les consiga de todo lo que necesiten—le explicó, pero al parecer sin tener mucho efecto en el sujeto.

—¿Quiere que sea su niñera?— preguntó algo ofendido.

—Para nada, sino mas bien, su líder, su maestro y que ellos sean quien lo obedecen— explicó de mejor manera— el sujeto sabía que disfrutaba de mandar a las personas, pero para él los menores podían ser realmente hartones.

—¿Podría tomarlo solo durante un par de meses, y después moverme a otro puesto?— preguntó un poco airado.

—Sin duda— le contestó el empresario —Siempre que la alta paga sea uno de los motivos por los cuales cambiar de puesto, pues este es de los mejores pagados de todos— con esto dejó en enroque al sujeto, quien tuvo que pensar en si aceptar el trabajo o no por al menos unos cinco minutos.

—De acuerdo, acepto el trabajo— asintió a la vez que tomaba la mano del líder de Crypton.

—Muchas gracias, de verdad necesitábamos a alguien para ese puesto, es decir, nadie más se ofrecía— dijo entre broma y verdad, molestando bastante al ahora Maestro —Su primer encargo es conseguirles alojamiento a nuestros chicos, para que se les facilite llegar hasta el estudio de grabaciones— le ordenó una vez soltó su mano.

—¡Que ocurre! ¿Acaso no pueden ellos transportarse desde sus propias casa?— preguntó intentando detener su irritación.

—El chico Shion vive hasta Sapporo, no podríamos pedirle que se movilice todos los días, pudiendo conseguirle un lugar en Tokio en donde vivir— explicó el empresario.

—Tengo una casa bastante grande que utilizo de vez en cuando…— dijo el sujeto pensando un poco —Si la arreglo para ser habitada, podrían ellos quedarse a vivir en mi casa— propuso sin mucho entusiasmo.

—¿De verdad haría eso?— preguntó asombrado el empresario —¡Eso sería grandioso! Son esa clase de soluciones rápidas y eficaces por las que lo consideré incluso sin tener muchas referencias externas— dijo sin siquiera considerar realmente lo que decía.

Tras esto, el sujeto únicamente salió de la oficina, dejando al empresario con una mueca de satisfacción en su cara, sin siquiera imaginar a quien había contratado, exclamando un simple—Pobre idiota— como muestra de desprecio a su nuevo empleado.


Continúa en el siguiente cap.