Capítulo 15.
Vocaloid no me pertenece.
Aquel día como cualquier otro, las nubes paseaban con suma tranquilidad por el cielo, acumulándose una sobre otra para crear los indicios de una precipitación, evitando que el fuerte brillo del sol se reflejara de manera plena en las verdes praderas de aquel territorio semi—montañoso de la antigua Checoslovaquia.
Cerca de un gran monte de, en una cuenca que se extendía varios kilómetros entre las elevaciones del terreno, y cerca de un rio que pasaba sin perturbarse por las cercanías, se elevaba un pueblo pequeño, de no más de mil habitantes, de casa hechas en su mayoría de roca, y calles igualmente creadas con piedras.
El pueblo pequeño no se distinguía por nada en especial, no era el más grande, ni el más prospero, ni era tampoco como si contara con una población con habilidades especiales o talentos únicos que los elevara por sobre el resto, ni que hiciera que el pueblo apareciera siquiera en los mapas. Lo que hacía especial ese territorio, era un monasterio viejo, de al menos unos cuatrocientos años de antigüedad para la fecha, en el cual, los jóvenes de las cercanías acudían para poder ordenarse como sacerdotes.
El monasterio se ubicaba en las afueras del pueblo, siguiendo uno de los caminos apedreados, y cercado por una larga barda de piedra de cantera. De entre las pocas cosas que otorgaba este monasterio a la comunidad da aquellos paramos, era la presencia poco tolerada de los extranjeros quienes llegaban a educarse eclesiásticamente.
Por debajo de los estándares normales, un joven seminarista caminaba con paciencia y disfrute por un lado del camino que llevaba del pueblo al monasterio. Teniendo en mente no otra cosa más que los pasajes que intentaba memorizar para su clase de las antiguas escrituras, pisaba el pasto corto que se levantaba apenas iniciada la primavera. Regresaba del pueblo tras haber comido en la casa de una mujer anciana quien había ofrecido su hospitalidad en cobro de un favor bienintencionado.
Apenas saliendo de los límites del pueblo, y observando al sol descubrirse en las montañas de la lejanía, aquel seminarista de cabello plateado y ojos azul claro, escuchó en las proximidades a un tumulto de gente, dando fuertes gritos de protestas e ira, ubicados en pos de una sola presencia.
Su mirada terminó siguiendo al origen de aquellos sonidos, encontrándose con la ubicación cercana a la de una vieja casa de jardines amuralladlos, en donde un grupo de pueblerinos acorralaban a una persona indefensa contra el muro. Aquello despertó el deseo del practicante a sacerdote de entrometerse en el asunto, intentando intervenir a favor de quien se observaba como el más inocente.
—¿Qué es lo que ocurre aquí?— preguntó a uno de los pueblerinos de edad avanzada quien era uno de los que más gritaba de entre el resto de los tumultuarios que parecían estar a punto de arrogarle piedras al sujeto acorralado.
Ahora bien, el gran problema de todo esto, era que el seminarista no podía comprender plenamente el idioma que se hablaba en aquel país, pues él, al igual que muchos otros seminaristas, era extranjero, proveniente de Ucrania.
De las palabras rápidas que salieron de manera atropellada y apresurada de la boca del viejo pueblerino, el joven únicamente comprendió "Este tipo es un degenerado", o algo similar. La suerte era que las clases del monasterio eran impartidas en latín, un idioma que se había preocupado en aprender desde su infancia, aunque fuera de poco en poco.
No fue hasta ese momento, que el sacerdote alcanzó a ver de manera plena al hombre quien era acusado, percatándose de que se trataba prácticamente de un vagabundo. Sus ropas estaba carcomidas y oscurecidas, remendadas a más no poder, con un pantalón que se rompía en sus rodillas y una simple camisa agujerada por todas partes. Su cara, al igual que demás partes de su piel, estaban manchadas de barro y productos tóxicos, y un par de heridas sangrantes y llagas se descubrían por entre la mugre.
Entonces, un chico, un niñato inconsciente de sus actos, lanzó una fuerte pedrada directamente a la cabeza del joven, provocando que al impacto el golpe cortara la piel del lado de la cabeza del joven, lanzando un chorro de sangre al muro de sus espaldas y provocando que el joven cayera al suelo, adolorido y cubriéndose la cabeza. Antes de que pudiera levantar siquiera la vista, los otros pueblerinos comenzaron a tomar más piedras, pequeñas y filosas, para comenzar a lanzárselas al sujeto en el suelo.
— ¡Alto!— gritó el practicante a sacerdote en su idioma natal, interponiéndose entre el trayecto de las rocas, recibiendo algunos impactos, pero resistiéndolos. Esforzándose por hablar en el idioma local, comenzó a discursar — ¡No pueden tratar a otro ser humano de esta manera, sin importar cual sea su crimen!— el idioma no era tan diferente, después de todo, ambos eran lenguas eslavas, así que consideró que sus palabras habían sido correctas.
Pero aquellas personas solamente continuaban con su ataque, lleno de innecesaria violencia. Seguían gritando aquellas palabras con fuerza, ya no sólo dedicadas al joven invasor, sino ahora también al sacerdote. Notaba que ahora los insultos llevaban palabras como: "Escoria", "Bastardo", "Sucio" y demás palabras que hallaba improcedentes.
—¡No se atrevan a lanzar piedras si no son libres de pecados!— les gritó la traslación más cercana a las palabras de ese pasaje bíblico, tan solo para observar como un apenas una pequeña fracción de la multitud se detenía en el acto, mientras que el resto aún se a apedrearles a ambos —¡Así es!— repitió con el mismo grito que antes, esperando a que dejaran las piedras tiradas en el suelo para que por fin pudiera continuar su palabra —¡Ustedes no son quien para juzgar a una persona, pues sólo Dios es tan libre de toda culpa como para ser quien juzgue!—
Por suerte, aquellas palabras ya habían sido escuchadas por el practicante a sacerdote en veces anteriores, gracias a algunos compañeros suyos que seguían hablando checo. Aún sin pronunciarlo de manera correcta, e incluso confundiendo algunas palabras de su lenguaje natal, algunos pueblerinos, quienes estaban acostumbrados a los extranjeros ucranianos, lograron interpretarlo de manera correcta, bajando sus armas arrojadizas.
Aquel pueblo estaba lo suficientemente inducido en el catolicismo como para no considerar aquellas palabras como reales.
Aprovechando que la multitud se había tranquilizado, el seminarista levantó al joven y lo llevó apoyándolo para con el cuerpo para pasarlo por un lado de la multitud y encaminarse al monasterio, en donde podría ayudarlo.
— ¡El pecado, está presente en nuestra sociedad, en todos los lugares que podamos imaginar!— gritó con fuerza un, sacerdote directamente en un micrófono, parado en un pequeño podio que le permitía ver a todo su alrededor.
Enfrente de una enorme congregación de feligreses, todos ellos ubicados en una gran iglesia católica de estilo moderno, ubicada en la ciudad de Tokio, durante un jovial domingo en la mañana.
—¡Nos enseñan a los artistas que se jactan de faltar el respeto a las leyes divinas del señor, y más aún, se atreven a justificar sus abominaciones!— lentamente, cada uno de los feligreses comenzaron a prestar atención a las palabras del sacerdote de cabello negro pero opaco, que se movía de manera inconsistente de un lado a otro mientras hablaba —¡Este nuevo caso que ha surgido en los últimos días, es el que ha llevado el vicio de la vida moderna a un punto tal, en el que se puede tomar esto como señal del final de los tiempos!— se atrevió a proclamar con furor.
La gran mayoría de los presentes, faltos de conocimiento de la situación que se le atribuía semejante crimen, dudaban unos con otros acerca de la llegada de aquel día del fin.
—¡Estoy hablando acerca de una barbarie herética, cuya naturaleza no requiere un pensamiento crítico religiosamente correcto, sino una simple educación fundamentada, o incluso el mero sentido común!— todas sus palabras eran pronunciadas con fuerza y énfasis, como si su voz propagara el pensamiento fascista —¡Estoy hablando del caso del incesto entre los hermanos Kagamine, del cual se ha hecho un circo romano de medios amarillistas!— su voz se elevó, pero no se detuvo un nombrar aquella palabra, sino que la pronunció con más furor.
El incesto no era un tópico muy común entre los creyentes de esa, ni ninguna otra comunidad en la tierra, por lo que una exclamación de sorpresa simultánea sonó en toda la iglesia, para dar paso a una serie de murmullos que se relacionaban todos con la plática posterior del sermón.
—Alegan ser una pareja que lleva un romance normal, anunciando sus perversidades como acontecimientos cualquiera— bajó un poco la voz para evitar que las personas siguieran murmurando —Llegando incluso a celebrar la concepción de un producto incestuoso y pecaminoso de sus relaciones sexuales—
Con aquello, todo espectador presente terminó mortificado como si se les contase a peor de las visiones infernales. Incluso aquellos que conocían a medias del caso, o que dudaban de su veracidad y ubicaban el anuncio hecho por ambos gemelos como una treta publicitaria, ahora se percataban de la realidad y de la gravedad de las cosas.
—No se dan cuenta de la degeneración sexual y psíquica que infunden a todas las personas quienes consumen su repugnante mercancía— pareciera que intentaba incitar al odio con cada palabra que salía de su boca —sus solas vidas son ejemplos de depravación sexual y psicológica, y una falta total de cercanía a Dios ¡Son personas enfermas y retorcidas!— volvió a terminar su oración con una exclamación, tan sólo para tomar aire y continuar —¡Y más aún, escucho que estos malignos personajes no sólo quieren continuar con sus actos de depravación, sino que desean respaldarlos con el santo matrimonio— todas las personas se exaltaron con aquello, comenzando algunos a consternarse de manera verdadera.
Pareciera que con eso querría insultar a los Kagamine, pero para todas las personas quienes escuchaban con atención, las ideas se permitían fluir en el pensamiento de que, de ser verdad lo que decía el padre, cualquier clase de palabra dedicada a los gemelos sería justificada.
—Quiero que quede claro, que el incesto no es solamente un acto repudiado por la sociedad— comenzó a decir el sacerdote mientras se paraba del podio y quitaba el micrófono de su lugar para comenzar a caminar —Dios tiene sus razones para odiar esta clase de actos— comenzó a describir —En el Éxodo, se describe al incesto como una abominación sexual contra la naturaleza, como el bestialismo y la sodomía—
Pese a que hubiera infantes presentes, la mayor parte de las madres de familia encontraría útil la información tan explícita que aparecía en los libros sagrados.
—El Levítico: "Ningún varón se llegue a parienta próxima alguna, para descubrir su desnudez. Yo Jehová" refiriéndose a descubrir su desnudes como el acto sexual—
Citó sin ninguna inconveniencia al recordar cuando se especificaba la prohibición del incesto como deformidad de la naturaleza.
—Hijos míos, Dios nos advierte de cuando estamos en presencia del pecado en carne— comenzó a hablar con una voz más seria — ¿Cómo podrían ser dos personas carne por la institución del matrimonio, si ya fueron carne por orden de Dios? ¡Esto es absurdo!— No tenía toda la seguridad de que Len y Rin fueran a casarse, sino que prefería acusar basándose en suposiciones propias. —Nuestra iglesia creó el matrimonio para darle igualdad a ambos cónyuges, y querer usar esta institución para lograr uniones incestuosas, no sólo no lograría justificarlas, sino que sería un crimen más contra la divinidad de nuestro señor, el pecado de prostituir y profanar algo infundado por el mismo para los más viles y abominables objetivos—
No quedaba duda ahora, de que las palabras que lanzaba infundían odio entre los escuchas en contra de los Kagamine, pues la mayoría de ellos, tenían ahora una idea mal infundada de los rubios a causa de su incesto.
—Nuestro país, tiene leyes que permiten la unión incestuosa del tipo civil entre primos, y esto no es considerado como un pecado, pues se trata de una línea secundaria de parentesco— informó de la nada, —Pero lo que debería ser considerado ilegal, es la existencia de esta clase de relaciones entre hermanos, y más aún ¡Su exhibición como una clase de crimen contra la decencia!—
La mayoría de las personas concordaron abiertamente con la declaración del sacerdote, que colocaba al incesto, incluso consensuado, al mismo nivel de morbidez que el bestialismo.
—Es por eso, que nuestro deber es el de denunciar esta clase actos e ir en contra de ellos, no de juzgarlos— Aclaró —pues ellos ya han decidido sus destinos de esa manera, sino defendiendo la moral que aún se mantiene con esfuerzo a flote en nuestra sociedad, y negándonos ante todo aquello que se produzcan como fuente de su nefasta industria— su comunicado fue suficiente para que todas aquellas personas adquirieran instantáneo repudio por los Kagamine —Recuerden que el maligno está presente entre nosotros a cada día, y no permitir los vicios del hombre se propaguen es la mejor manera de evitar que se extienda su fría e invisible mano— y con aquello concluyó su plática posterior al sermón, cediendo después el micrófono a un miembro joven del sacerdocio.
Al terminar el servicio dominical, muchos de los adeptos se tomaron la molestia de dar gracias al sacerdote acerca de la advertencia que les había brindado, siendo esta una manera de prevenir a cualquier conocido suyo de la verdadera naturaleza pecaminosa de los vocaloids amarillos.
De entre los pocos que llegaron a dudar de la veracidad de las acusaciones del sacerdote, o de lo fuetes que habían sido estas, llegarían a ser callados por las palabras de aquellos quienes habían considerado el incesto como un tabú desde el principio.
Pero a ninguno de ellos se les ocurrió en ningún momento pensar en los gemelos como un par de ser humanos con derecho a amar como quisieran a quien quisieran, después de todo, nadie haría eso, aún si no fuera católico.
Pero el gran detalle que se mantenía oculto aquel sacerdote nunca podría haber jurado frente a su Dios el hecho de que sabía por completo que Len y Rin iban a casarse. De hecho, aquello era solamente circunstancial, basándose en aquellas confesiones incompletas que había atendido un par de meses antes, ante las cuales, el padre debería de mantener su silencio completo.
Sus acusaciones e ideas podrían volverse realidad, sólo si las confesiones se tomaban en cuenta de una manera extraoficial.
Y no sólo eso, sino que sospechaba que su hermano menor Yuto podría verse involucrado en aquello, todo por culpa de cierto clérigo de cabello blanco.
Unas horas después, el seminarista había logrado convencer al joven que había sido perseguido tan ferozmente por la multitud, en retirarse sus ropas y pasar a una enorme tina con agua a limpiar sus heridas.
Estaban en el interior del monasterio, en enorme cuarto de paredes color celeste y espejos ubicados en todas las paredes, teniendo varias filas de camas a la par de algunas cuantas tinas hechas de mármol tras de estas, y con un monótono y monocromático diseño en los azulejos del suelo. Aplicando algunos remedios, el seminarista comenzó a entablar una ligera conversación con el sujeto mientras que le colocaba una banda llena de cierto líquido limpiador en una de las llagas que tenía en el hombro.
—Me llamo Thel, mucho gusto— comenzó saludando, recibiendo solamente una mirada extrañada del visitante, y entendiendo al instante su error —Me conocen con Thel— le dijo con lo poco que sabía hablar en checo, comprobando al momento de ver al joven reaccionar, que no era por tanto ucraniano, sino de ese mismo país, pero de otra parte distinta.
—Me llamo Janik—escuchó al sujeto responder, con lo más básico que sabía del idioma, y al menos el haber escuchado su vocecilla débil era ya un avance. Luego de eso, un agudo dolor le sorprendió al retirar el seminarista el paño con el que le estaba limpiando.
— ¿Y qué es lo que haces aquí?— Preguntó intentando hacer que sus palabras tuvieran sentido, y a la vez intentando hacer que no se concentrara en el dolor, sino en contar su historia.
Al comenzar a hablar el joven, un montón de interpretaciones saltaron a la mente del seminarista, pues la mayoría de las palabras que usaba salían de manera rápida, intentando compartir su experiencia y lo que sonaba como la razón de su ataque por parte de los pueblerinos.
De entre todas esas palabras, un par le sonaron conocidas a Thel, y pudo decodificar parte del mensaje, algo acerca de una persona especial, a quien requería encontrar, o que significaba mucho para él
De esta manera, de los siguientes cinco minutos de monologo continuo hablando de varias cosas, y la interpretación del seminarista, por no ser más acertada, se puntualizó en el hecho de que este joven, llamado Janik, había cruzado la mitad del país para encontrarse con otra persona, según entendía, con otro hombre, pudiendo ser su hermano o su mejor amigo.
Después de que terminase la conversación, igual lo hizo la curación, dejando toda el agua de la tina llena de un amargo carmesí, combinado con otras tonalidades de rojo—café coagulado, lo cual tendría que ser por completo limpiado antes de que alguien más entrara, o amonestarían severamente al responsable. Le prestó unas cuantas toallas y ropas que el mismo usaba para que estuviera listo para huir del lugar.
Al momento le levantarse de la bañera, el seminarista le pasó las toallas, con las cuales cubrió rápidamente sus partes, para luego comenzar a ponerse unas cuantas ropas grisáceas, cubriéndolo por completo, incluso con una capucha sobre la cabeza. Después de eso, el practicante a sacerdote, se tomó la molesta de traer una hoja amarillenta de papel, en el cual dibujó usando tinta negra, un pequeño y simple mapa de unos cuantos caminos que lo llevarían hasta una casa dentro del mismo pueblo, en donde alguien podría darle asilo sin preguntar muchas cosas acerca de su pasado.
Volteando a verlo extrañado, el joven imploró por ayuda al seminarista, de nuevo con el mismo uso del idioma mayormente desconocido para este, sin siquiera atender al trozo de papel que este sostenía en su mano. Entonces, el mismo joven, tomó el papel de las manos del practicante, y con la misma pluma de tinta negra, escribió en letra grande en un espacio en blanco, un nombre:
"Janos"
Se leía en el papel, por lo que el seminarista entendió que era ese el hombre se estaba buscando el muchacho que había auxiliado, por lo que arrancó el papel con las manos y guardó el nombre para él, dejando las indicaciones de nuevo en las entreabiertas manos del joven.
Viendo que su momento de entrometerse en el asunto había llegado, el practicante a sacerdote dijo —Te ayudaré a encontrar a quien buscas— pronunció con mucho cuidado, sabiendo que quizá se había equivocado, pero mostrando una sonrisa que pretendía infundir confianza.
El rostro del joven se iluminó por unos momentos, dejando ver al seminarista que su mensaje se había codificado de manera correcta. Pero por ahora, sería necesario que Janik se ocultara de todo pueblerino quien lo pudiera identificar, por lo que la capucha le ayudaría bastante hasta llegar a la casa segura que le había indicado Thel en el papel.
El joven pudo salir con tranquilidad por la puerta del enorme cuarto, pues ya sabía el camino de entre los intrincados pasillos interiores por los cuales el seminarista lo había llevado. Dejando a Thel, sentado frente a la bañera, vaciándola y comenzando a limpiarla de la sangre que se había quedado una vez yéndose toda el agua.
Era un riesgo dejarlo ir solo, pero era más riesgoso dejar la bañera llena de sangre por si alguien llegaba a usar el mismo cuarto. El seminarista se relajó un poco al recargar su espalda en el marco de la puerta de madera, escuchando el sonido rebotar en las paredes de roca.
Ese nombre que tenía en las manos, "Janos", recordaba haberlo escuchado en el monasterio, lo cual le atraía bastante la atención. Supuso entonces, que se trataría de algún otro seminarista, y este otro hombre, Janik, debería de ser su hermano por el nombre tan similar. Se podía imaginar aquello, el cómo un pobre chico que habría sido casi apedreado, perdería su hermano por culpa de la fe de este, y en una terrible desesperación, lo buscaría por todo el país, le costase lo que le costase.
Lo sabía, el haría lo mismo por encontrar a cualquiera de sus hermanos.
El día se volvía gris conforme las horas pasaban, algo normal en los primeros días del otoño, en donde el frío comenzaba a asediar los huesos y los músculos de aquellos quienes habían perdido su resistencia con el pasar de los años. Solo el solitario susurro del viento que escapaba por entre los grisáceos muros de los edificios viejos de las afueras de la ciudad, cuyas memorias se extendían más allá de lo que cualquier vivo quisiera haber recordado en carne propia.
Pero un melancólico viento no era lo único que podría distinguir aquel día, ni tampoco la vaga y poco notable escases de lluvias por aquellas tierras, que ciertamente, no molestaba a ningún ciudadano. Se decía que ese mismo día, una reunión un meeting se estaba llevando a cabo en un lugar secreto, o al menos en un lugar alejado del centro bullicioso de la ciudad.
En el arquidiócesis de Nagasaki, se llevaba a cabo una asamblea general para los miembros internos de la pobre iglesia católica japonesa. En esta, una cifra pequeña en comparación de los mil seiscientos sacerdotes actuales en el país se presentaban de manera gustosa.
Así era pues, como en una enorme asamblea, al menos un centenar de clérigos estaba reunido en un montón de bancas formadas una tras la otra en dos filas que alcanzaban al menos dos pares de decenas, todos enfrente de una larga mesa sobre un estrado que recorría de un extremo de la instancia al otro. En esta estaban sentados trece de los más altos obispos y cardenales que habían atendido a sus deberes de manera adecuada.
En aquel espacio, debido a la poca cantidad habitual que se presentaba, los clérigos de alto rango, en su mayoría europeos, optaron por atender a una de las sugerencias de los muchos personajes que se presentaban en ese lugar.
Aunque como era la costumbre, la mayoría de los sacerdotes nativos japoneses se atrevían a opinar e inclusive a colaborar en la implementación de la iglesia, los altos miembros consideraban que ninguna idea dada en ese momento, podría llevarlos a algo más que una mera consideración futura.
Pero no ese día, ese día una persona traería consigo una alerta ya presentada a sus feligreses con anterioridad.
—Me gustaría tomar la palabra— dijo un joven clérigo de al menos unos treinta años y de un cabello negro opaco, justamente el mismo que se había precipitado en sus acusaciones contra los Kagamine.
—Con mucho gusto— asintió el mayor de los hombres representantes de la santa iglesia, sentado justo en medio de todos los demás —Usted es…— pidió que se identificara el sacerdote.
—Padre Kase Shihiro— se presentó con una reverencia —Miembro del arquidiócesis de Tokio desde hace cinco años— mostró una pequeña identificación en el carnet que colgaba de su cuello.
—De acuerdo, usted ha pedido la palabra, padre Shihiro, puede continuar— hizo un ademan con la mano, indicándole que continuara hablando.
—Lo que vengo a decir aquí en frente de todos, no es ni una petición, ni una recomendación, sino que debería de ser tomado como algo más serio que esto— dijo mientras que caminaba en dirección al estrado —Algo que debería de ser tomado en cuenta por todos para nuestra acción inmediata—
Se pudo ver como las cabezas de unos cuantos de los sacerdotes comenzaban a elevarse conforme el monologo iniciaba, tan sólo para unos cuantos quienes veían muy curioso el hecho de que alguien tomara una iniciativa como esa.
—Vengo a hablarles sobre la terrible exhibición que han hecho los medios sobre un caso de degeneración tan grande que sólo puede llevar el nombre de Incesto— se encargó de remarcar estas palabras, provocando que al fin la atención callera por completo sobre él —Me refiero al caso tan sonado de Len y Rin Kagamine— Sin tener que decir más, ligeros murmullos comenzaron a sonar en toda la instancia, siendo la mayoría de estos incomprensibles.
—Un poco de orden por favor— pidió el obispo mayor, sentado en el punto medio de la mesa —Este es un tema el cual logra herir la sensibilidad de muchos— atendió al sentido legitimo de la decencia —Pero el cómo lo traten, será un asunto del cual se responsabilizarán cada uno de ustedes y…— antes de continuar hablando, fue detenido por el sacerdote.
—No sólo se trata de un mero asunto de moralidad, sino de algo que infringe por sobre las leyes de nuestra santa iglesia y destruye las bases de nuestras instituciones— aquella acusación era de nuevo algo completamente circunstancial, pero se atrevería a sembrar la incertidumbre en todos los demás sacerdotes de la diócesis con tal de probar su punto.
—¿Y qué puede ser eso?— preguntó intrigado el obispo, logrando que los demás altos rangos quedaran expectantes de la respuesta.
—El hecho de que estos dos jóvenes tienen planeado casarse— aquello lo dijo con un tono tal, que sus palabras no fueran detenidas por la barrera del entendimiento —Casarse por medio del santo matrimonio— esta vez fue imposible que el murmullo se apagara durante unos cuantos minutos, mientras que todos los sacerdotes del recinto quedaban no sólo extrañados, sino también conmocionados por aquello.
Todos a excepción de un par de cabezas que se perdían entre el bullicioso movimiento de las bancas, cuyas miradas se encontraban con horror entre la incertidumbre despertada.
— ¿Qué pruebas tiene para afirmar aquello? Le cuestionó uno de los cardenales, hombre vestido de verde, con cara regordeta y mejillas caídas, antes de que el pánico cundiera.
—Me atrevo a compartir con ustedes, una anécdota propia, que ocurrió hace más de un mes, en mi iglesia— comenzó a relatar —Durante una tranquila jornada de labor sacramental, me disponía a cerrar mi sesión de confesiones, cuando de pronto, se presentaron ante mí, Len y Rin Kagamine— resaltó sus nombres con detenimiento.
—Cuidado, padre Shihiro, recuerde que cualquier cosa que sea confesada por el penitente queda como sigilo sacramental— le advirtió de manera implícita uno de los cardenales.
—No señor, la confesión no fue autorizada por mí, debido a que ninguno de ellos estaba dispuesto a arrepentirse de su pecado— no quedaba claro para ninguno de los presentes, si acaso era posible que el sigilo sacramental quedara abolido al no arrepentirse el penitente de sus pecados, pero el vaticano ya vería sus leyes influir en el asunto, sólo de ser necesario —Ellos dos, fueron a solicitar una confesión, y yo accedí abiertamente a su petición—
Recordaba entonces, el día y el lugar, y la confesión que se habría vuelto significativa para él en ese momento. Las palabras que habrían salido de la boca de Len, no habrían contenido sino arrogancia e impertinencia, un sentido del ridículo sin igual, y un ansia por revelarse contra todo lo establecido, que hizo que el sacerdote no pudiera soportar su mínima presencia en el confesionario.
Pero no era esa confesión la que más le interesaba. En ningún momento imaginó que la jovencita de cabellos dorados e inocentes ojos azules, se sintiera tan libre de culpa como aquel quien peca con ignorancia total. Y mucho menos imaginó que en su vientre tuviera el fruto de una relación enfermiza.
Aquella confesión, la que Rin relató, no contuvo ninguna mención de las palabras "Incesto" ni "gemelo", no, ni siquiera mencionó que tenía un hermano, pero si mencionó que tenía un prometido.
—Se que ha pasado mucho tiempo desde mi última confesión— Recordaba el sacerdote las palabras de la Kagamine mientras que esta estaba hincada junto al sacerdote, en el pequeño y oscuro cajón de madera —Pero estoy deseosa de casarme con mi prometido muy pronto, y ambos queremos unirnos en el altar de manera correcta— Algo perfectamente típico, tratándose claro del caso de una chica católica que deseaba volverá su fe, cosa más rara aún en Japón.
—De acuerdo hija mía, no tienes de que preocuparte, lo importante es que te redimas ahora mismo y vuelvas a aceptar a Cristo en tu vida— recordaba que decía con su voz pasiva, mientras que la chica sólo inclinaba más su cabeza sobre el hombro del sacerdote.
—Está bien— sonó convencida la chica, sonriendo y asintiendo con la cabeza —Sólo espero que el sexo antes del matrimonio no sea un pecado tan grave…— Comentó con un intento de gracia, callado al instante por la severidad que el sacerdote llevaba en la mirada, cuyo silencio fue suficiente para que la chica reconsiderara volver a bromear acerca de cualquier tipo de pecado.
No le llamó la atención en ningún momento, que una jovencita le hubiera dicho algo como aquello, pues en esa comunidad, atareada y manipulada por la vida moderna y un montón de costumbres occidentales confundiendo las identidades morales de la sociedad, aquello no era de extrañar.
E incluso podría admitir sin pena ni vergüenza, que evitó pensar en ellos dos después del final del día, pues ahora sabía que ambos se consideraban incestuosos a mucha honra. En pocas palabras, la misma porquería con la cual tratar en el día.
Y justamente cuando vio las noticias, hablando y parloteando acerca de la relación entre estos dos chicos, el sacerdote se dio cuenta de la gravedad real del asunto.
Se dio cuenta, de que aún teniendo a esos dos enfermos siendo arrojados a patadas de todos los templos católicos del país, por no decir de todo el mundo, seguirían teniendo una relación incestuosa, y más preocupante aún, planes para casarse y para intentar que su unión fuera bendecida ante Dios.
Y esto por supuesto, podría haber pasado desapercibido en todo caso de que ellos dos no lograran más que frustrarse por no conseguir a ningún sacerdote que estuviera fuera de sus casillas como para casarlos.
Lo que le preocupaba al sacerdote de cabello opaco, era la atención que traerían ellos dos a la iglesia católica del país. Y es que, si habían sido capaces de llegar a una iglesia a intentar confesarse, después de años de no haberlo hecho, significaba que alguien les había infundido la tonta idea de que Dios podría aceptarlos con tan solo amarse, ignorando toda ley de la razón y de la decencia.
—Uno de ellos me dijo que planeaban casarse— dijo finalmente al resto de la asamblea reunida en el arquidiócesis —Y peor aún, ambos se jactaron frente a mí de sus repugnantes relaciones carnales incestuosas — aquello lo remarcó para asegurarse de que todos supieran lo poco ortodoxo de la situación.
En la mente de todos los sacerdotes, una corrompida y repugnante imagen de incesto se formaba al escuchar aquellas palabras, nada mejor que aquel concepto de violación y abuso de confianza entre familiares que se les había infundido desde pequeños.
—La ley no les permite casarse— señaló aquella pequeña coherencia que hacía el poder judicial en el asunto —Por tanto, buscaron una manera de unirse, por lo que regresaron a la iglesia para buscar una "reconciliación" y poder juntarse de manera incestuosa, ¡Pero profanando en su camino la sagrada institución del matrimonio!— por un momento, su voz se descontroló, hasta el punto de llegar a un rasposo grito digno de cualquier mandatario fascista de gobierno.
Ahora todos los sacerdotes estaban realmente conmovidos por aquellas palabras, pues ninguno quería dejar que la iglesia se degradara de esa manera.
—Si hay alguien en este mundo que sea capaz de casarlo, y es que hay siempre una oveja negra de entre todos los corderos— mencionó solamente por mencionar —Lo hará mediante el matrimonio católico, y cuando eso pase, nuestra iglesia será el centro de atención de todo aquello que se relacione con el incesto— el padre se imaginaba la creación de una polémica enorme al descubrirse aquello. Demandas de miles de personas por una respuesta clara ante aquella blasfemia de casar hermanos en una iglesia, en las cuales ni siquiera el vaticano lograría deslindarse.
Tenían que actuar de una buena vez.
Convencidos estaban los clérigos de aquella instancia, de que de no actuar, la reputación de una iglesia que apenas tenía presencia en ese país se vendría abajo. Y guiados por las palabras de aquel sacerdote parado al centro del estrado, comenzaron todos ellos a reclamar interés por aquel terrible sacrilegio cometido.
— ¡De acuerdo, de acuerdo!— gritó el cardenal más joven del grupo de trece, quien ahora miraba con molestia pero a la vez con comprensión al grupo de personas quienes protestaban por una respuesta —En ese caso, tendremos que tomar cartas en el asunto— solucionó de una buena vez, aunque una verdadera resolución al asunto estaría lejos de asomarse por cuenta propia.
— ¡Exijo que se les excomulgue!— gritó el padre Shihiro, sin siquiera presentar ningún escrúpulo al lado de esa condena ya decidida —Y no sólo eso— decidió agregar —Sino que se les ponga a ambos hermanos en disposición de las organismos nacionales o internacionales que sean pertinentes en el trato de su crimen contra la moralidad— todos los clérigos presente alabaron aquella idea con una ovación simultanea.
No era completamente seguro que existiera alguna ley que pudiera condenar a los Kagamine por su incesto, pero tampoco había seguridad en que alguna ley les protegería de poder hacer lo que quisieran. Recurrir a un sistema judicial para tratar el asunto, sonaría algo lógico si se tratara de alguna clase de crimen de causa mayor, pero ¿De verdad Len y Rin merecerían pagara una condena por aquello? Y de hacerlo ¿Qué sería de sus vidas? ¿Y de su futuro bebé?
Los miembros de la mesa central parecían lo suficientemente convencidos como para actuar en son de cualquiera que fuera la decisión de toda la asamblea en general. Mandarían cartas al Vaticano de ser necesario.
—De acuerdo— calmó la voz del obispo del centro al resto de los clérigos —En ese caso tomaremos las acciones que sean necesarias para lograr un castigo en contra de estos dos…—
Pero entonces, una voz algo profunda se alzó en contra de aquellas demandas de justicia, interrumpiendo un suave y delicado silencio que el acuerdo simultáneo del castigo había logrado.
—Disculpen, pero no me parece que esto esté recibiendo la atención adecuada— dijo aquella voz mientras que su portador se levantaba de su asiento por entre la multitud de las filas de en medio — ¿Podría tomar la palabra, si es que no es mucha molestia para su monólogo?— preguntó amablemente el padre de cabellos largos y canosos, conocido por una gran mayoría de los presentes, aunque fuera por meros rumores, y portando sus vestiduras sacerdotales al igual que como todos los demás presentes.
— ¿Qué es lo que quiere expresar esta vez, padre Thel?— incluso el mismo obispo ya había tenido la oportunidad de conocer de manera cercana a aquel sacerdote de edad media avanzada.
Ahora bien, hay que aclarar cierto aspecto notorio en esta situación. El padre Thel no era precisamente el sacerdote con la imagen más positiva de entre todos aquellos clérigos de gran importancia, ni siquiera con sus similares de otras regiones del Japón. Y esto se debía a causa de que él no era de Japón, y aunque esto no sería de gran influencia en su imagen sacerdotal, pues de hecho en aquel país estaban sumamente acostumbrados a los europeos que se encargaban de manejar muchos de los altos rangos de la iglesia, lo que distinguía a Thel, eran sus ideas "radicales" de la iglesia.
Ya fuera porque su opinión tenía la regla de sobresalir por entre las otras, o incluso ir en contra de una significativa idea eucarística, o quizá porque no se conformaba con algunos aspectos del sistema apostólico que se practicaba en ese país y que muchos otros clérigos habían adoptado con facilidad.
Por eso mismo, muchos no le soportaban.
—Me parece que no estamos actuando correctamente en el caso de los jóvenes Kagamine— dijo con voz seria mientras que sus labios se arrugaban al formar una cara de seriedad que prefería no relucir siempre.
—Créame padre Thel— le respondió el padre Shihiro a aquella denuncia —Que si hubiera la posibilidad, les daríamos una muestra de la antigua iglesia romana y los mandaríamos a la inquisición— bromeó un poco, atrayendo apenas la gracia de algunos cuantos de los presentes, no una significativa cantidad.
—No… me refiero a que hemos tomado esto desde un punto errado…— esperando a que alguien más apelara a su propio sentido de respeto al prójimo —No deberíamos tratarlos como criminales, sino mas bien, como lo contrario— propuso sin presentar tampoco muchos ánimos en hacerlo, pero comprendiendo a la perfección que era necesario aclarar aquello.
Con un solo instante desde que se hubiera dicho eso, el delirio se hizo presente de entre los cientos de gritos que comenzaron a alzar los clérigos en contra del padre Thel.
—¿Cómo puedes estar tan dispuesto a defenderlos?— preguntó con enojo uno de los tantos sacerdotes que ahora se dedicaban a atacar al padre de cabellos plateados, uno bajo y escuálido, de cabellera corta y castaña y un ojo desviado que no hacía más que adornar su ya malformada expresión facial, apariencia engañosa para su molesta capacidad de acusación.
Thel lo recordaba, había sido de los pocos sacerdotes quienes se habían negado a colaborar con las causas de ayuda comunitaria tras los desastres sufridos por los terremotos en el país. "Sus dioses los ayudarían" había opinado en una reunión entre varios de los clérigos, sin permitir que ninguna de sus palabras saliera de los oídos de confianza.
—No he presentado ninguna defensa válida para ellos— contestó a ese sacerdote, quien se había parado justo detrás de él —Sólo estoy apelando al sentido de la razón y de la caridad de todos los presentes— insistió mientras que seguía recibiendo malas miradas.
Sin tener que esperar ninguna clase de orden o indicación, el padre Thel supo que tenía que explicarse de querer realmente poder convencer a alguien.
—Todo el tiempo, nosotros los sacerdotes nos convertimos en ejemplos de rectitud— comenzó a hablar con toda la energía que tenía —Queremos ayudar a nuestra sociedad, mejorarla, y acabar con las injusticias y con la mayor cantidad de pecados que muchas veces son permisibles— tenía que aclarar su punto de vista, aunque fuera desde un ángulo suave —Por eso predicamos la palabra del señor, porque sabemos que su palabra es el verdadero camino, no solamente a la vida eterna tras abandonar dejar atrás nuestro cuerpo, sino para crear un mundo que no tenga nada que envidiar del reino de los cielos— observaba como todos le miraba ahora convencidos de que aquella era su labor, pero asunto se convertiría en una falacia de no continuar con su lógica.
— ¿Y no es eso exactamente lo que estamos haciendo aquí?— preguntó molesto Shihiro, extendiendo sus brazos — ¿Cómo podría existir un paraíso en el cual algo tan aberrante como el incesto sea permitido? El paraíso debería de ser puro de cualquier clase de acto de perversión como este— contestó con determinación a mantener su postura.
—Porque ellos dos no comenten el incesto al que estamos acostumbrados a conocer, ese que desde su propio significado adjunta la violación de la línea familiar*— quería seguir expresando sus pensamientos, aunque supiera que aquello le podría salir muy caro —Ellos dos son una pareja cuya motivación no es otra sino la del amor, un amor tan perfectamente válido como cualquier otra pareja que cualquiera de nosotros haya llegado a unir ante Dios— aseguró con toda su palabra, basándose en aquello que había observado, tanto por la superficie como por la profundidad de la relación de los Kagamine.
—¿Y cómo es que sabes eso?— preguntó otro sacerdote con un tono aún más desafiante que los de cualquiera que se haya escuchado —No hay manera de que sepas lo que ellos piensan o hacen, amenos claro de que fueras omnipresente o de que les conocieras personalmente— aquel sacerdote era un hombre de una edad algo mayor a la de Thel, de cabello oscuro y canoso de los lados, de compostura encorvada y rostro mancillado, y una sucia y malformada dentadura amarillenta que sólo era el equivalente visual a su repugnante aliento.
Aquel padre que estaba sentado dos filas delante, era también un personaje de polémica, pues tras haber sido acusado en Europa, sus tierras natales, de haber cometido abuso sexual, se le había reubicado de nuevo en el país occidental, en donde de nuevo se le habrían levantado cargos por acoso a menores, pero de los cuales se había deslindado gracias al apoyo de la iglesia, que lo protegió en todo el proceso. No hace falta mencionar que el padre Thel, por menos que fuera su capacidad de odio, no podía guardarle ninguna clase de aprecio a este sujeto.
—No, yo no les he conocido todavía, y no he tenido la dicha ni siquiera de encontraros en persona— todos quienes estaban a su alrededor comenzaron a dudar de sus palabras, y sus declaraciones como simples suposiciones. Todos a excepción de un extrañado sacerdote de cabello negro, hermano menor de padre quien había introducido a los Kagamine en la asamblea.
Ahora Yuto se extrañaba con creses por la aparente y repentina negación de los Kagamine, por lo que decidió no corroborar con ningún testimonio a favor de los gemelos, tal y como estaba a punto de hacer.
—Pero resulta conveniente decir, que mi hermano Salta es quien se encarga de cuidarlos y representarlos, algo así como su "Maestro", como el mismo se ha denominado ante ellos— propuso rápidamente aquella alternativa a la historia que realmente había ocurrido.
— ¿Y es el acaso omnipresente, para saber todo aquello que pasa en la vida de los incestuosos, incluso lo que piensan?— preguntó de nuevo acusador el clérigo Shihiro.
—No, pero tiene cierta obsesión con respecto a la vigilancia, por lo que no ha dejado un solo rincón en su casa que no sea alcanzado por su hábil ojo— intentó hacer sonar aquello de la manera más seria posible, pero su intención falló con las risas de algunos de los sujetos menos severos —Eso, y el hecho de que él mismo ha pasado a convertirse en el único conocedor, y eventualmente, confidente de los gemelos—
Tal y como lo decía, y sin importar lo raro que sonara, Salta había tomado un papel de importancia implícita externa para la relación de los gemelos, pues él se ocupaba de que ellos dos no jodieran tanto las cosas como podrían haberlas jodido, además de ser el único del cual estaba seguros, no repudiaría el incesto.
—El me ha llegado a relatar acerca de sus verdaderas acciones, me contó que ambos decidieron reconciliarse con su fe católica tras haberse enterado del embarazo no planeado— volvió a provocar un breve abucheo el que hubiera dicho aquello de manera tan explícita, pero fue algo que dejó pasar —Un amor tan profundo que les hace cambiar sus vidas, y su manera de pensar, incluso por más allá de las cosas que consideraban buenas o malas— Se detuvo un poco para recapacitar en lo que diría, pues una sola palabra mal dicha podría evocar su discurso en el sentido contrario
—¡Cuidado con lo que dices Thel, que estas comenzando a predicar como hereje!— Gritó un sacerdote sentado al extremo izquierdo de la mesa de los latos mandos del arquidiócesis, un sujeto alto y fornido de barba corta y cabello recortado a los lados de su cara, de mirada perdida y de ojeras imposibles de ignorar —Dices que ellos dos se alejaron al principio porque sabían que Dios jamás aceptaría su pecado, pero el hecho de que hayan regresado sólo indica que lo hicieron por conveniencia— aquello provocó nuevamente un terrible tumulto de entre las voces de los detractores, es decir, todos los presentes escuchas que no fueran Yuto.
Aquel era otro de los infames personajes de los cuales el padre Thel prefería guardar distancia, pues se trataba de un obispo que había cometido el terrible crimen de encubrir a aquellos a los cuales se les había acusado de realizar actos prohibidos con niños inocentes, entre ellos, el sacerdote que había interrumpido antes que él. Y es que aunque Thel estaría de acuerdo en apoyar a sus similares a reivindicarse, aquello se volvía un asunto demasiado complicado del tipo en el cual las leyes eran completamente manipuladas a sus conveniencias.
—Ellos dos entendieron aquello lo cual nosotros hemos predicado con orgullo desde que tenemos conciencia; que al fin y al cabo, aquel amor incondicional, ese amor de ágape que el uno se tiene por el otro, y que a la vez tienen por su futuro hijo, continúa siendo amor, inundado de prejuicios de otras personas, pero que no por eso deja de tener la misma intención que cualquier otro amor…— logró alcanzar el silencio que tanto quería lograr —¿Y acaso no somos nosotros los que siempre hemos predicado que Dios es amor?— terminó de decir con todo el ánimo que aún le quedaba, intentando inspirarse para lograr inspirar.
— ¿De verdad piensa eso, Thel?— le cuestionó de nuevo el principal cardenal del centro de la mesa, recibiendo al instante miradas acusadoras del resto de los detractores.
—Claro que si, de otra manera no podría predicar algo de lo cual no estuviera plenamente convencido— sentenció cruzando los brazos y asintiendo con ánimo, permitiendo que el resto de la asamblea comenzara lentamente a llenarse de distintos comentarios susurrantes.
Cuando de pronto, otro sacerdote más, del otro lado de las líneas de filas se levantó y exclamó —¡Eso no importa, el incesto sigue siendo algo malo y usted lo sabe, lo dice la Biblia!— gritó sin detenimiento, provocando que un nuevo levantamiento de gritos se extendiera como el oleaje por entre las bancas, —¿Qué sería de nuestra iglesia si no fuéramos capaces ni siquiera de seguir aquello que viene en las sagradas escrituras?—puso en consideración aquel sacerdote, sujeto de mediana estatura, calvo de la parte superior de la cabeza, pero con un mostacho caído que adornaba su labio superior, al lado de su expresión mal humorada, con piernas cortas y temblorosas, que lo hacían siempre cargar un bastón.
El crimen de este padre, no era otro sino en de la avaricia, aunque para el mismo padre Thel, este hecho fuera algo desconocido. Había desviado fondos de distintos orígenes de los cuales todos se destinaban al apoyo de la diócesis, tanto de donaciones a monasterios como de las limosnas recaudadas, a conveniencia propia y de aquellos quienes colaboraban con él. Tan ruin como todos los demás, pero cuya intención el asunto de los Kagamine era tan sincera como el odio en sí que sentía.
Era curioso el cómo los padres quienes habían protestado más en contra del caso de los Kagamine y más específicamente contra la palabra de Thel, resultasen ser algunos ejemplos contrarios al buen modelo de sacerdote.
Eran dos factores los que lograban esto. En primer lugar, el hecho de que el mismo sacerdote quien apoyaba a los Kagamine, se comportaba de manera, pese a su constante indulgencia con los errores ajenos en general, no se retenía al momento de denunciar los males que les rodeaban, en especial si se trataban de males dentro de la misma orden eclesiástica, por lo que su ganancia de enemigos se acentuaba en cada una de las veces que se atrevía a abrir la boca, como si se tratase de una mera costumbre.
Y en segundo lugar, se debía a la constante desatención por un orden moral dentro del propio circulo eclesiástico, lo que provocaba que hubiera mayor probabilidad de que fuera un sacerdote de mala reputación el que se le opusiera rotundamente, a que fuera un sacerdote más humilde. Cierto era, que como la mayoría generalizada se oponía a reconocer de cualquier manera la relación de los Kagamine como algo "no grotesco", no cualquiera de ellos se atrevería a levantarse a gritar lo que pensaba como quisiera, no al menos en ese país, sino que debería de ser un sacerdote cuyo cuello estuviera tan seguro en relación al resto, que pudiera contradecir a cualquiera como quisiera.
—Creo que las cosas son más claras de lo que esperaba— comentó Shihiro mientras que miraba al suelo y levantaba la mirada para encarar a Thel, con una mirada de seriedad que ocultaba un ligero sentimiento de triunfo tras las últimas palabras del sacerdote —¿De verdad piensa que se puede ignorar algo que está en las antiguas escrituras?— preguntó al padre de cabello grisáceo.
— ¿Tiene algo más que decir, Thel?— preguntó uno de los obispos quienes más sentían compasión por aquél sacerdote.
—Sí, en efecto lo tengo— respondió algo decidido, mientras que los susurros y las pláticas externas a ser se seguían acumulando —La ley no prohíbe que los hermanos Len y Rin Kagamine estén juntos, pues ambos son mayores de edad, y por tanto, libres de practicar el incesto, pese a las presiones sociales que se les presenten— dijo sin más, provocando que las voces silenciaran y pusieran atención de nuevo a lo dicho.
—Su relación es una vil degeneración— le replicó Shihiro — ¿Dígame si eso no daña las reglas de la moralidad de esta sociedad?— intentaba seguir demostrando su punto.
—Eso no tendría importancia alguna, he, y de hecho, como sacerdotes hemos observado los más infames crímenes y situaciones en las cuales la moralidad han sido de poco peso para la moralidad de las personas, y cuya naturaleza supera a la de un simple incesto consensuado— aclaró —El que usted no tenga el estómago para soportarlo, no quiere decir que la ley tenga que cambiar a su libre voluntad—contestó hábilmente el padre, esta vez sin siquiera intentar retroceder un poco en sus palabras.
—Ellos dos concibieron un hijo— dijo con ira el otro sacerdote, forzando su boca para evitar gritar aquello —No crees que una concepción de este tipo podría legar a considerarse ilegal debido a su mismo origen— comenzaba a desvariar en las ideas que tenía.
— ¿Y qué va a hacer usted, padre Shihiro? ¿Acaso vas a hostigar al estado para que obliguen a cometer el crimen del homicidio con un infante no nato?— con aquella pregunta dejó callado al padre, al igual que a la mayoría de los presentes, quienes veían con asco la idea de un niño concebido por el incesto, pero ¿Hasta qué punto lo odiarían? Ninguno de ellos podría decir que estaría dispuesto a romper su voto por defensa de la vida del inocente no nato por intentar castigar a los padres.
— ¿Eso eso todo lo que tiene que argumentar, Thel?— preguntó el obispo principal, viendo que habían llegado a un punto sin retorno en la conversación.
—De hecho, me parecería que la suposición de que ellos dos van a casarse, es sumamente circunstancial— abogó por la experiencia contada por Shihiro —No creo que sea necesaria una excomulgación para un par de jóvenes que sólo buscaban lo mejor para una causa externa a su poder, excluyendo cualquier clase de daño a terceros— buscó algo de compasión en el alma de los viejos clérigos que mandaban en la arquidiócesis.
—Lo entiendo a la perfección, yo también haría lo que fuera por salvar el alma, aunque fuera del más bienintencionado de los corderos que por accidente tomó el mal sendero— relató el obispo con su voz rasposa, recordando no ser tan diferente al sacerdote idealista que muchas veces veía en Thel —Pero el incesto continúa siendo un pecado, y por tanto, el realizar un pecado tan grave con perfecta conciencia y sin ningún arrepentimiento, es motivo de excomulgación— sentenció para finalizar el obispo, dándole a entender al padre de cabellos canosos que las cosas estaban dadas.
—Sólo pido que no se precipite esta decisión, y que se considere cada uno de los aspectos que rodean la situación— pidió con toda misericordia el sacerdote, quien en estos momentos se encontraba con el corazón en la mano por una mínima esperanza de que se reconsideraran las cosas.
Dando un fuerte respiro, y siendo observado por todos sus similares de los alrededores, e incluso por los demás clérigos, el obispo dijo finalmente —No sé a qué clase de resolución esperas para el problema que tienen estas dos ovejas descarriadas, pero supongo que podemos por la excomulgación de ambos en mera consideración— decidió finalmente el obispo, dando una declaración tal, que la asamblea entera no se callaría en unos minutos, ni siquiera terminando el día, pues aquello era más que la típica seca decisión en la cual se condenaba a una persona como si fuese una cacería de brujas.
Thel únicamente agradeció con un asentimiento de la cabeza mientras volvía a sentarse e intentaba decir recitar algo para el cabecilla del arquidiócesis, pero por los murmullos, nada se logró escuchar. Volviendo a tomar su asiento, el padre de cabello canoso sonrió un poco al atónito Yuto, quien seguía confundido por la decisión de tomar la excomulgación de los Kagamine como una mera consideración.
Aquella decisión del obispo trataba simplemente de la reputación. Excomulgar a los Kagamine justo cuando el problema de su imagen pública estaba en pleno apogeo, sólo traería más polémica al asunto, polémica que Len y Rin no merecían en ese momento. El mismo obispo sabía que la excomulgación era uno de los más grandes pesares para aquellos cuyos crímenes contra la iglesia no contenían ninguna insinuación de dañara a la iglesia o a su imagen. Ninguno de los dos, no Len ni Rin, merecían recibir aquella pena en este momento.
Aunque realmente no tendría sentido retrasar el asunto de una segura excomunión, ya que al final y al cabo, el incesto era y seguiría siendo un pecado, el obispo prefería esperar a que el vaticano diera la orden oficial en caso de que el asunto llegase a tornarse de la incumbencia verdadera de la iglesia católica, o en otros términos, en caso de que los gemelos de verdad quisieran casarse.
Pasados los días, The finalmente había logrado un avance para lograr ayudar a Janik a encontrar a la persona quien había estado solicitando encontrar. Lo único que tuvo que hacer, fue fijarse en las listas de asistencia de los residentes del monasterio y encontrar a la persona quien tuviera el nombre "Janos" escrito, aunque al principio lo hacía únicamente para cerciorarse, se impresionó al darse cuenta de que había encontrado a la persona que buscaba justo en el mismo monasterio.
Después de eso, el seminarista habría tenido que contactarse por medio de mensajes escritos con el sujeto al que buscaba, siendo esta la forma más segura de no levantar atención sobre el motivo de su búsqueda. Sus mensajes fueron claros, y de hecho, logró que un intermediario los entregara de ida y de vuelta, informando únicamente que una persona llamada "Janik" y cuyo apellido o segundo nombre estuvieran reconocidos. La respuesta fue casi inmediata, en menos de un día entero, así, entre sus labores del monasterio pudo comunicarse con su amigo en el refugio que antes había indicado, para que de esta manera, acordaran encontrarse los tres en un lugar especificado.
Aunque bien, podría haber pedido únicamente que los dos jóvenes tuvieran su reunión en un lugar privado en un momento alterno del día, Thel deseaba saber varias cosas. En primer lugar, la relación que tenían estas dos personas, suponía, y sólo suponía, que serían hermanos a causa de los nombres similares, pero nada se lo aseguraba por completo.
Luego deseaba saber la causa por la cual uno de ellos le había buscado por todo el país. No creía que fuera una razón en particular "mala" como una deuda o un asesinato, pues Janik no se veía como una mala persona, o al menos no lo aparentaba, e incluso le miraba hablar de forma pasiva acerca de esa persona que buscaba.
Y tercero, pero no menos importante, ¿Por qué la gente lo perseguía? Esta era la duda que más le aquejaba. Suponía, que algo de lo que habría dicho a alguno de los aldeanos habría provocado su persecución, pero debería de ser algo sumamente delicado para que hubiera provocado el odio de las personas de un pueblo católico. Aunque sabía que su nuevo amigo se la pasaba hablando todo el tiempo, dudaba que hartar a alguien fuera una razón para ser apedreado, pese a que no entendiera le noventa por ciento de la palabrería.
Tenía muchísimas suposiciones, y cada una de ellas reformulaban una nueva teoría acerca de lo ocurrido.
Thel pensaba en todo, siempre imaginaba hasta aquello que pudiera ser muy poco posible, aunque el hecho de imaginar algo no significa que sea más fácil afrontarlo cuando lo tuviera de frente. Tal y como lo que tuvo de frente tan pronto como los dos sujetos de edades similares se tuvieron de frente el uno al otro.
El lugar en el que se habían reunido, era en una de las capillas que rodeaban al enorme monasterio, lugar que no se permitía visitar durante las noches. De manera ingeniosa, el seminarista había decidido ir justamente en una de las noches de luna llena que estaba cerca.
Y sabiendo que la iglesia contaba con suficientes apreturas, la luna entraría por alguno de los vitrales e iluminaría el lugar, para de esta manera, no tener que utilizar ninguna fuente externa de iluminación.
No hubo necesidad de verificar nada, pero Thel sabía que de ser encontrados, podrían meterse en un gran problema.
De esta manera y pasando unas cuantas horas tras el ocultamiento del sol, ambos jóvenes se encontraron, siendo la primera vez que Thel veía a Janos de manera directa, notaba que no tenía tanto parentesco físico con Janik como el mismo se lo imaginaba, sino que el cabello de este otro aspirante a sacerdote era de un color castaño mucho más claro, además de que su piel era también algo más oscura, además de que parecía de la misma edad, siendo más joven que él.
En cuanto ambos chicos se vieron el uno al otro, sus miradas lograron iluminarse como nunca antes, corriendo a pequeños pasos para encontrarse uno frente al otro y darse un fuerte abrazo, que el seminarista más joven consideró bastante fraternal, quizá demasiado.
Eso hasta el punto en el que ambos compartieron un muy amistoso beso en los labios, que fue el detonante en la mente del seminarista.
Y no había sido un beso que ocurriera por casualidad, como si se tratara de un saludo francés, o un beso accidental provocado por la cercanía de ambos, los dos simplemente lo habían hecho de manera voluntaria, y a decir verdad, más de una vez.
Una y mil palabras diferentes llegaban a la mente de Thel mientras que observaba esto, y cada una era la llave que abría una nueva puerta a otro concepto más, aunque "Homosexualidad" era la que más gobernaba de entre todas, siendo "sodomía" la que le seguía. La mente del joven de cabello plateado se volvía un desastre al pensar en aquellas cosas, y sólo podía culparse por no haber esperad nada de lo que hubiera podido pasar, pues él siempre pensaba en todo, incluido esto, pero nunca lo esperaba. Se sentó, recargándose en la polvorienta pared.
—Muchas gracias Thel— le dijo Janos volteando a verlo mientras que seguía sosteniendo de las manos a Janki, de una manera un tanto posesiva, atrayendo la mirada consternada que el seminarista mayor dirigía al suelo con los ojos abiertos de la impresión.
No podría justificar el asco que sentía en ese momento, no le parecía para nada correcto, y de hecho, la idea de odiarlos por lo que acababa de ver le parecía una atrocidad. Sabía que la biblia prohibía la homosexualidad de manera explícita, aunque de manera personal, pensara que los pasajes bíblicos en muchas ocasiones tendían a la malinterpretación. Aunque por otra parte, el estado laico había retirado la ilegalidad de la homosexualidad para los mayores de quince años desde el año mil novecientos sesenta y dos.
La duda era mayor al considerar lo que había ocurrido.
Al instante, Janik comenzó a hablar de nuevo en su idioma, siendo ignorado casi por completo por Thel, quien seguía con la mirada en el suelo. Sin dudarlo, el otro seminarista, de edad menor, comenzó a traducir de manera clara.
—Janik quiere agradecerte por todo lo que has hecho por él y por nosotros— dijo con voz sincera mientras que el otro seguía hablando en su idioma natal, y el comenzando a hablarle en ucraniano —No pensó en que alguien, ni mucho menos un aspirante a sacerdote fuera capaz de ayudarlo— al decir esto, la atención de Thel se atrajo por completo, sobretodo porque el chico se sentó a su lado.
— ¿Porqué concluyó justamente en eso?— le cuestionó Thel, considerando apreciable su duda en el asunto, siendo su duda únicamente atendida por Janos, quien seguía escuchando las palabras de su buscador.
—Porque en cuanto les decía a todos los demás pueblerinos que buscaba a un hombre del cual estaba enamorado, ellos lo despreciaban e incluso le atacaban— dijo de manera consternada, entrecerrando un poco los ojos, contagiando de esta actitud a su amante y provocando que su voz se silenciara —Pero tú eres quien le ha ayudado sin buscar un interés o hacerle algún mal— su voz tomó cierto tono de emoción al decir eso.
Ahora Thel se daba cuenta de a quien había ayudado de verdad, y la causa de su búsqueda tras todo este tiempo. No sabía cómo reaccionar realmente, más que sentirse como un tonto al no haber intentado entender las palabras de el viajero, con lo cual habría entendido todo el asunto, sin necesidad de esta extraña confusión. Al observar la consternación que se mostraba en el rostro del seminarista, Janos decidió comenzar a explicar un poco más.
—Verás, lo que ocurre, es que Janik y yo nos enamoramos hace un tiempo, después de haber sido amigos durante mucho tiempo— se sintió completamente seguro de mencionar aquellas cosas, algo como el amor que sentía desde hace tanto tiempo a otra persona, pero sentía que Thel sería de completa confianza —No sentimos que nada estuviera mal, y de hecho, sabíamos que podríamos seguir haciendo lo que quisiéramos sin lastimar a nadie, no había problema, todo estaba bien — parecía contar aquello con cierta ilusión —Pero mi padre se enteró de todo, y bien, aunque ambos vivíamos en un pequeño pueblo, mi padre era un comerciante lo suficientemente adinerado para darle educación a su único hijo—
Era difícil que una persona pudiera ser sacerdote de no tener una familia que se encontrara en una posición económica favorable. Thel por ejemplo, sólo había podido llegar al monasterio por el sacrificio de su padre, y por algo de caridad, ayudado aún más por su gran inteligencia y dedicación.
—Yo siempre he creído en Dios— siguió hablando Janos —Pero jamás pensé que lo que pudiera hace con buena fe se convertiría en un pecado— relató sintiéndose un poco mal —Mi padre dijo que necesitaba recobrar la razón, acercarme más al Dios al cual le faltaba al respeto con mis actos, así que de un día para otro, me envió aquí, a un monasterio del otro lado del país— volteó a ver al suelo algo apenado recibiendo la mirada de su pareja con algo de consternación —No me malentiendas, me emociona la vida sacerdotal, pero mi padre fue tan estricto que no le permitió a Janik saber de mi locación—
Thel levantó la vista un poco, pues ahora las cosas comenzaban a tener algo de sentido — ¿Su padre, les separó a ambos en contra de sus propias voluntades?— preguntó sin entender con mucha exactitud lo que ocurría.
—Sí, así es, se comportaba de manera violenta conmigo tras haber sabido aquello, hasta el punto en el que se decidió a enviarme aquí, para que me "corrigieran"— pareció decir aquello con voz dolida, aunque parecía ser más un resentimiento. Después de decir aquello, Janik comenzó a hablar de nuevo en su idioma, monologando por si mismo durante unos segundos, para después ser interrumpido cortamente por Janos, quien le contestó en su mismo idioma, para después terminar de hablar y de comenzar a dirigirle de nuevo la palabra a Thel —Me dijo que fue algo difícil dar conmigo, que pensó en que yo estaría en el monasterio más alejado del país, para lo cual tuvo que cruzarlo primero— relató de lo poco que le había dicho —Probó en otros dos lugares, cerciorándose de irse hasta no encontrarme— sonrió un poco mientras volteaba a verlo de nuevo.
— ¿Y por qué se ha arriesgado tanto en llegar hasta aquí?— le preguntó a Janik, sabiendo que no habría manera en que le entendiera — ¿Que ha sido lo que le ha impulsado a cruzar la nación entera, sólo por encontrarse con su pasión?— sabía que su voz no podía ser del todo pasiva, y sabía que de vez en cuanto sonaría como si estuviera enojado a más no poder, pero simplemente necesitaba descargar aquello que tenía guardado.
Janos interpretó la pregunta, y tras una prolongada contestación, dada de una manera tranquila, sin necesidad de sentirse ofendido por el tono del sujeto mayor del monasterio, la interpretación fue dicha —El dice que… se dio cuenta de que le faltaba su piedra angular, algo con lo cual su vida no podía funcionar— el otro chico siguió hablando en su idioma mientras su palabra seguía siendo trasladada al ucraniano —Valió la pena arriesgarse, todo con tal de poder volver a ver a la persona que más necesitaba en el mundo, y que por encontrar de nuevo a esa persona, no cruzaría una vez este país— esperó a que terminara de hablar su acompañante —Sino que cruzaría todo el mundo mil y un veces— rió un poco mientras que se levantaba y se paraba al lado de su amante.
Thel nunca entendería lo que era ese sentimiento de amor, por más que lo quisiera, aunque tampoco sería algo que envidiaría mucho. Pero sabía que el amor era algo que apenas y conocía, a veces se preguntaba cómo es que había aprendido ese concepto, siendo que su vida infantil había estado llena de una gran cantidad de miseria, a la cual sobrevivía sólo con la ayuda de sus hermanos y de su hermana.
Y no obstante, en ese justo momento, no se atrevía a cuestionar la verdadera razón del amor que había impulsado a ese chico a perseguir al amor de su vida por el país entero. ¿Era acaso ese un amor prohibido? No tenía porque serlo realmente, no había razón para decir que odiaba decir aquello.
Toda su vida había obedecido a un solo dogma, antes que cualquier otro, el que dictaba que el amor era Dios y Dios era amor. Este término le era difícil de captar al principio, aunque en la mayoría de las veces entendía que la caridad era el concepto del amor que tanto hacía falta. El ayudar al prójimo, el tratar con respeto, ayudar, cooperar, aquello era más que nada lo que entendía como amor. Pero ahora miraba que quizá, aquel amor romántico no debería de ser discriminado de aquellas cualidades, pues se trataba efectivamente de algo que contenía todas aquellas cosas y hasta más.
Confiar en aquello que decían ellos era la única cosa que le quedaba por hacer. Y no iba a dudar que todas las cosas que había escuchado fueran verdades.
—De acuerdo— dijo de manera tranquila y levantándose al lado de los dos chicos —Supongo que puedo hacer una pregunta, si no es mucha la molestia ¿Sabes que lo aquella pasión que tienes, es algo cuya importancia trasciende hasta las mismas sagradas escrituras?— aquella pregunta llegó a resonar en toda la capilla, trayendo un silencio lo bastante profundo como para entender la verdadera naturaleza de aquella pregunta.
—Realmente no creo que esté prohibido— contestó con simpleza —Que alguien como mi padre no lo pueda soportar, o que algunas personas no quieran tolerar, no significa que yo crea que sea algo malo— aquello era su palabra completamente sincera —Ya he tenido suficiente tiempo para consideración del asunto, y créeme que ni Janik ni yo lo haríamos si no creyéramos que no está mal— declaró con seguridad.
Y tras decir esto, todo el tema quedó concluido.
En realidad, Thel no se molestó en seguir preguntando por las motivaciones de cada uno, pues sabía que cualquier palabra que le dieran sería sólo de un mero punto de vista subjetivo, y eso no era lo que necesitaba.
Les ayudó a escapar de aquel lugar, ¿Cómo? Con sólo no decir nada acerca de lo que había hecho, con sólo no esparcir lo ocurrido por entre las masas como si se tratase de un mero chisme. Supo que se habían ido, unos tres días después, saqueando sus propias reservas de oro, había recordado escuchar que Janik tenía suficiente oro acumulado para viajar a Italia, aunque hubiera sido también un error de traslación. La mañana en la que desaparecieron, casi nadie se percató más que Thel, percibiendo la ausencia de ambos de una manera menos relajante de lo que había imaginado.
Unos días después, se presentaron al monasterio lo que parecían ser un detective y un hombre con algo de dinero, siendo el detective el más notorio de todos, al hacer preguntas por doquier y anotar cientos de cosas en una pequeña libreta que tenía.
Fue mandado a llamar, tras haber sido identificado por al menos una docena de ciudadanos como la persona quien había defendido al forastero. De todas las preguntas que le hicieron, el sólo supo defender a sus amigos, al igual que a el mismo.
Pero hubo un momento en el que una pregunta le hizo dudar, no hecha por la persona quien interrogaba, un anciano de piel estirada y pálida que siempre cubría su calvicie con un sombrero de bombín, sino por el rector del monasterio, quien tras haber escuchado la declaración de Thel, en donde este afirmaba únicamente haber evitado un linchamiento, preguntó:
— ¿Sabías que él era homosexual, y que buscaba encontrarse con su amante pasional?— sin rodeos había sido esa pregunta, evocada en apoyo a la inocencia de propio seminarista en cualquier asunto en relación a una conspiración, a lo que este respondió con una voz apagada.
—No, eso no estaba dentro de mis conocimientos al momento de prestarles mi apoyo— y con esta respuesta, el mismo rector testifico, comprobándolo como uno de los más puros y ordenados seminaristas que estaría por recibirse a temprana edad.
Pero si de algo Thel se arrepentiría el resto de su vida, sería de aquella corta respuesta, pues tras haber terminado el interrogatorio, las consideraciones de una respuesta más concreta comenzaron a asediarlo. Al final, tuvo en la boca aquello que debía de haber complementado la respuesta, cuando ya fue muy tarde.
"Pero sabiéndolo ahora, no me he arrepentido, y por tanto lo volvería a hacer sin dudarlo"
Al terminar la asamblea, todos los visitantes de ciudades externas salieron de manera ordenada, a excepción del par de Thel y Yuto, quienes se habían adelantado a la apertura de las puertas y habían aprovechado el final de la bendición del obispo para salir del lugar.
No se habían tratado muchos temas más aparte de aquel que discutió el padre en contra de prácticamente todos, solamente cosas menos interesante para la comunidad en general, a decir verdad, las palabras que se habían dicho acerca del incesto, se llevaban la atención de todos los presente por un largo tiempo.
—¡Esto es una calamidad!— exclamó el padre Thel de pronto, mientras caminaba al lado del joven Yuto a través del jardín del arquidiócesis —Sabía que iban a estar en contra del incesto de los gemelos, pero no pensé que hubiera iniciado un juicio inquisitivo en su contra— se quejó incluso sabiendo lo ridículo que sería pensar lo contrario de un montón de sacerdotes.
—Por lo menos el obispo no decidió mandarlos a excomulgar de una sola vez— comentó consolante el joven sacerdote.
—Claro que no, suponía yo desde antes, que él sería el único que evitaría una quema de brujas— aseguró con voz clara y sin presunción —Desde que le conocí, es decir, desde que él llegó a su posición actual, siempre se ha preocupado por mantener una imagen decente de nuestra iglesia, flexible y amorosa, como un padre cariñoso, diferente a la visión de muchos otros, pero similar a la que yo intento ostentar— recordó de manera clara, al pensar en la manera en la que había dado sus primeras impresiones con el obispo.
Sin mucho disimulo, el padre Yuto comenzó a dudar de su optimismo, al entender que la única buena noticia del día, había sido generada por la mínima ocurrencia de una casualidad, y ni siquiera una muy provechosa o cooperativa casualidad.
— ¿Qué con usted, Yuto?— preguntó el sacerdote mayor de manera directa, mientras que seguía dirigiendo el paso de ambos en dirección a la calle.
—Sólo pensaba en lo que ha pasado últimamente— dijo distraído, atrayendo una atención igualmente dudosa en el padre de cabello plateado, a lo que se preparó a utilizar esta atención para preguntar algo —Padre Thel… ¿No se ha puesto a pensar que el incesto podría ser realmente algo malo— sin rodear al tema, expresó finalmente si inquietud.
—Creo que eso ya se lo he respondido— contestó el clérigo saliendo de la poca tensión que se había creado —Yo de verdad no pienso que lo que hacen Len y Rin sea meramente incorrecto— le reafirmo con toda la decencia que tenía.
—Pero no me refiero sólo al punto de vista que usted tiene como sacerdote, señor— agregó el padre menor —Digo desde un punto personal, desde lo que le han inculcado desde su juventud— comenzó a comportarse insistente el menor — ¿Cómo reaccionaría si algo así le pasara, si de pronto un familiar suyo se decidiera a tener sentimientos románticos por usted?— se atrevió a preguntar sin medir siquiera sus palabras, o a recordar con quien estaba hablando.
Thel se detuvo por unos instantes en su caminar, para después quedarse pensando, aunque realmente estaba decidido a contestarle desde el principio aquella respuesta pero no sabía cómo reaccionar de manera correcta.
—Yuto, por favor, no intentes crear ejemplos como esos— insistió de manera firme, pero no severa —Ponerme como supuesto en una situación así, sería suponer demasiadas cosas, y generar demasiados sentimientos que yo no podría sentir— continuó insistiendo —Cada caso es diferente, y yo en ningún momento me he puesto a defender aquel incesto al cual se refieren todos, defiendo más que nada el caso particular de los Kagamine— reafirmo su posición en el caso de una manera lo suficientemente explícita.
Yuto volteo la mirada al lado contrario, con una evidente pena en su sentir, molesto consigo mismo por las palabras aceleradas que soltó.
—Sé que es difícil para ti no sentirte como el villano en esta situación, en especial después de haber escuchado aquellas cosas que han dicho— intentaba ser comprensivo con lo que ocurría en la mente de su compañero —Es cierto que la biblia prohíbe el incesto en ciertos pasajes, aunque esto es más que nada en el antiguo testamento— comentó con interés —Aunque esta clase de cosas muchas veces quedan a la interpretación propia, la mayoría basa sus aversiones personales contra el incesto para predicar esto, y con esto me refiero también a las personas quienes escribieron esto mismo— agregó de manera rápida esa última parte, como no queriendo decirla.
— ¿A qué se refiere con eso?— preguntó extrañado y dudoso el sacerdote joven, temiendo haber escuchado lo que había escuchado.
—Sólo dije que la interpretación que la gente tiene de la palabra de Dios varía conforme el tiempo pasa— parecía hablar muy seguro, pero en realidad no se disponía a ver a Yuto a la cara al decirle aquello —Una costumbre, un estilo de pensamiento, e incluso lo aprendido en la vida, puede hacer que varíe el simbolismo implícito en una parábola— sentía que era innecesario agregar todo aquello, pero lo seguía diciendo.
—Suponer que las sagradas escrituras tienden a una interpretación propia, significa que podrían ser también interpretaciones erradas— dedujo el joven clérigo — ¿No es nuestro deber, defender la palabra escrita por el mismo Dios?— preguntó de manera retorica.
Thel suspiró antes de comenzar a caminar un poco más, dejando tras de sí al otro sacerdote.
—"Más que la fe ciega, un pensamiento lógico humanitario, que se guíe por la moral y que nos lleve a la paz entre los hombre y entre los pueblos, es el camino que más nos acercará a Dios"— citó de repente, mirando solamente al piso de cemento sólido que seguía con los pies —Creo que fue el santo padre Ratzinger quien dijo aquello, aunque no lo podría recordar bien, mi memoria falla demasiado— rió un poco mientras volteaba a ver a Yuto, quien se quedaba absorbido por aquellas palabras.
Ciertamente, el clérigo de cabellos oscuro jamás había visto las cosas de esa manera. Adorara a Dios era una cosa, pero fuera del respeto a lo sagrado, fuera de todo aquello que le incumbe al teólogo más que al creyente promedio, un verdadero pensamiento lógico que nos permitiera ver por entre las tinieblas de la ignorancia, ¿Sería el verdadero camino que como seres creados por Dios padre deberíamos de seguir? Negarlo sería caer en el fanatismo, pues el pensamiento consiente y lógico es una capacidad que todos los seres humanos tienen.
¿Pero en qué parte se introducía esa frase dentro del tema a tratar, que no era otro más que el del incesto entre dos hermanos gemelos?
—Me parece que nos comportamos de una manera errada con este tipo de cosas, pues aunque sé que hay incesto incorrecto, el caso de los Kagamine no debería de ser incluido dentro de estos— dijo Thel saliendo del silencio —Me parecería que el incesto es la clase de cosas que están mal sólo por el hecho de que la gente quiere que esté mal, por lo que no se le permite ni siquiera ser una opción realista, siendo que incluso una pareja incestuosa pueda llegar a amarse tanto o más que una pareja común— Era un aspecto que iba profundamente contra la lógica del sacerdote, incluso si Len y Rin no fueran forzosamente "más" felices que el resto de las parejas casadas, merecían la oportunidad si se amaban tanto como para querer estar juntos.
El odio al incesto suponía tener su fuente en un mero pensamiento social, y Yuto no conocía lo suficiente de psicología para ponerse a analizar los fundamentos de este tabú que Freud había propuesto para comprender este comportamiento.
Detestar y repudiar el incesto era la naturaleza de la sociedad, de todas las sociedades. Llamado natural porque es algo que nadie se cuestiona y que todos tienen desde el principio sin preguntarse cómo surgió. Era normal, e intentar oponerse a este pensamiento sería claramente una actitud de rebeldía.
Pero la civilización avanza, la humanidad aprende, evoluciona y aprende. Se destruyó un prejuicio mundial que contra la homosexualidad, contra el tabú del sexo, y se reconoció a cada humano como un ser con derechos.
Ya se vería si el incesto lograba librarse de los prejuicios que rodeaban a una pareja romántica de hermanos.
—Aún tiene la opción de dejar cualquier cosa relacionada con el asunto incestuoso, padre Yuto— le recomendó el clérigo —Su apoyo ya ha sido más que suficiente para la causa a seguir, y no desearía que entrase en conflicto con su propia ética por mi causa— su palabra era clara, no abría confusión, estaba ofreciéndole la oportunidad de olvidarse de todo el asunto conspirativo.
—Supongo…— contestó con lentitud el sacerdote menor —Que esto es quizá una de las cosas más significativas de las que podré hacer durante mi vida sacerdotal— dijo para sí mismo, sin perder en ningún momento el simbolismo de lo que Thel le había dicho, como algo más que unas simple liberación, sino como una absolución.
—Entonces pues, me gustaría decir que su servicio en esta cruzada continua hasta el final, pero estoy en contra del motivo de las cruzadas, por lo que no me complacería comparar nuestra causa con estas mismas— mencionó intentando no compararse con los reyes que produjeron las matanzas en tierra santa —Preferiría que lo redujéramos a una campaña y ya— declaró mientras que continuaba caminando hasta salir por completo del arquidiócesis —Por ahora tendremos que apresurarnos— dijo tranquilamente sin dirigir la palabra de manera directa —Queda poco tiempo antes de que podamos casar a Len y Rin antes de que sean excomulgados— Ambos continuaron caminando hasta alejarse lo suficiente del jardín que recorrían, para que luego, una vez fuera del complejo, comenzaran a dirigirse a la estación de tren.
Yuto sonrió y con la misma seguridad de antes, continuó caminando al lado del padre, sin prestar su atención al exterior. Continuaría apoyando al padre Thel en su propósito de unir a los gemelos en el altar, una idea que por más incomoda que le resultase, no dejaba de atraerle debido al riesgo que presentaba.
Esperaban pues, a que al lograr casarlos, ambos pudieran pasar por una pareja común y corriente, igual ante los ojos de la ley, sobretodo, ante los ojos de Dios.
Fin del capítulo 15.
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*: Se refiere al significado de la palabra que designa al incesto en japonés, que alude a la violación dentro de una familia, ni más ni menos.
Notas finales: Muy bien, se que esta vez me he tardado bastante, ya lo sé, eso no mola para nada —.—, pero tan solo miren la extensión del fanfic, creo que ha sido de los capítulos más largos que he escrito sin tener que cortarlo por la mitad .—.
En fin, este capítulo en especifico contó con bastantes consideraciones, pues en primer lugar, necesitaba ciertas referencias fundamentalistas, una visión un poco religiosa del odio al incesto. Aunque realmente no encontré nada que no supiera, las causas de la prohibición y del eventual tabú, se relacionan más en las relaciones interpersonales de cada persona antes que en un verdadero motivo biológico que nos aleje de ese tema. En otras palabras, dependería más de la manera en la que las familias de humanos nos organizamos.
Aunque a decir verdad, puede que todo lo que haya leído fuera ya refutado por algún otro psicólogo, realmente no tuve mucho tiempo para investigar de manera profunda u.u, esto debido a la falta de tiempo principalmente.
A eso es a lo que va este siguiente punto, y es que como he recién entrado al instituto de nuevo, casi no tengo tiempo de ponerme a escribir de manera plena, y es que necesito de algo de tiempo para entrar en verdadera inspiración… sí que buena excusa inventa Little ahora no =3=
En fin, exámenes, tareas, proyectos y ensayos casi no me llevan tiempo, hacerlos es otra cosa, en especial porque de verdad me interesa aprender bastante de mis materias, por lo que los fanfics se tienen que desplazar un poco de lugar.
En fin, espero que les haya gustado el capítulo, pese a lo irrelevante que fue, quería dedicarlo al personaje de Thel, como pueden ver, sus motivaciones cambiaron en la vida a partir de ciertos puntos o sucesos, como lo quieran ver. Ahora motivación, más que la de comprobarle a todos que un amor como el de los Kagamine puede subsistir y de hecho, llegar a ser más fuerte que un amor común, se trata de defenderlos por sobre todo el que intente por encima de ellos.
Ahora bien, se que suena muy irreal, y que de hecho, muchos deben de estar pensando "yo ya no me creo esto" pues déjenme decirles, que la iglesia tiene sus verdaderas reglas, y la excomulgación en todo caso, se trata de un castigo que se imparte cuando es necesario, es decir, cuando se desea librar a la iglesia de alguien quien es un estorbo.
En fin, espero que todos entiendan, que desde el punto del fanfic, la iglesia no es la obra obsoluta de Dios, sino de quien lo representa, por tanto, para Len y para Rin, ser expulsados de una organización de humanos, que se ha llegado a corromper hasta poco antes de sus raíces, no significaría el fin del mundo.
Sólo eso.
En fin, muchas gracias a todos quienes se atrevieron a dejar review, muchas, gracias, pensaba en ustedes al escribir esto y todo lo demás que he escrito :3
Gracias a:
SmoochiPon: Muchas gracias, la verdad a mi Luka también me encabronó un poco :P
shina—19: Espero que te haya gustado este capítulo, pesea que no salieron los Kagamine —.—
Lilliam: Listo, :D aunque como vez, algo incestuoso, pero te prometo que para la próxima lo hago más incestuoso :O
Magus: Feliz cumple utra atrasado xD gracias por comentar, me avisas si encuentras más errores.
Tsuki Choko: Gracias, me deprimí un poquito, pero me recupero, ahora lo que tengo es estrés =_=
YuzukiToriOnee—san: Te regalo a teto para que le hagas lo que quieras xD
KagamineCandie: Muchas gracias :P
Naylar: :P
Helane Albarn: Espero no haber salido del realismo :3
Clover Kagamine: No temas, si quieres pongo al Lenny inmaduro que todas queremos, pero eso será después :D
Guest: Grax
En fin, esos son todos, fueron bastantes :P, espero no haber incomodado a nadie con mi depresión u.u
En fin, gracias a todos quienes también leyeron "Relaciones interpersonales" que es un anexo u Omake de esta saga de historias ^^
Me Despido porque ya es tarde aquí:
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BYE_.—
P.D.: iba a subir un nuevo capítulo de "Relaciones interpersonales" pero mejor esperaré a la fecha "idónea" para eso.
