Sin lugar a dudas, tienen todo el derecho de odiarme. Tomó poco más de dos meses actualizar este relato, pero heme aquí. Esta vez es algo pequeño, pero significativo, que espero disfruten. Esta vez no puse retroalimentación, pero en el próximo, cuando lo publique (y lo haré, aunque no se cuando) tendrán una.

Esta narración se desprende del inicio del capítulo 7 de Odisea de los Amantes de Oriente.

Muchas gracias por seguir al pendiente de esta obra. ¡Hasta la actualización!


Dualidad y Tomoyo.

Esa era ella, ataviada en un hermoso vestido negro que resaltaba su piel nívea, con su cabello arreglado en un tocado alto que dejaba caer cortinas de azabache sobre el escote que dejaba casi totalmente descubierta su delicada espalda. El ambiente estaba plagado del aroma propio de fragancias costosas, el piso de mármol del lugar era iluminado por las tenues luces ambientales de tonos cálidos que le daban esa exquisitez a la que estaba acostumbrada, y un enorme espejo reflejaba la parte trasera del lujoso sofá sobre el que descansaba después de la celebración, uno mullido y sumamente cómodo, en el cual esperaba sonriente a que finalmente llegara él a hacerle compañía.
Eriol llegó sujetando un par de copas altas con un líquido dorado y burbujeante en ellas, dio una a su acompañante y la invitó a brindar.

—Por nosotros. —Indicó él, con ceremonioso júbilo, mientras chocaba delicadamente su copa con la de ella.

Bebieron el dulce dolor del alcohol, en cuyos vapores comenzó a volverse más fluida la charla, y lentamente iban desapareciendo las inhibiciones, mientras que cada argumento, cada broma iba aumentando la cercanía y el contacto, y la hacían más perceptiva a lo que sus sentidos miraban. su cabello negro perfectamente peinado, la eterna serenidad de sus ojos grises, su tez clara y las gafas que terminaban dándole ese aire intelectual que desde siempre le resultó la mar de interesante. Siempre tenía tema de conversación, y aún si no, lo improvisaba maravillosamente.

Pero las charlas comenzaban a volverse innecesarias, banales, poco trascendentes, mientras la esencia de la bebida se combinaba en el olfato de ella con la colonia dulce de él, que lenta, pero decididamente buscaba mayor acercamiento y contacto. Finalmente la alcanzó. hizo un suave movimiento para retirar la copa de su mano, mientras que con la otra se abría paso a través de su espalda descubierta, atreviéndose finalmente a buscar el favor de sus besos. Besos delicados, pero para nada inocentes, refinados, propios de un conocedor; manos diestras, sabias en las rutas a tomar a través de la espalda, cintura y caderas, aún a través del fino satén que la cubría.

Él no era el único atrevido para ese momento. Ella misma deshacía con inusitada maestría el nudo de su corbata, de tal suerte que en un par de tirones había eliminado la prenda. desabotonó la camisa, dejando al descubierto el delgado torso de piel blanca de aquel poderoso hechicero inglés, con la misma destreza se deshizo de las mancuernillas y echando al piso la prenda, y yendo directo por los pantalones.

Él fue más práctico, sólo tuvo que deslizar por los delicados hombros de la chica los tirantes del vestido, que de inmediato se deslizó por sus suaves curvas, dejando al descubierto el que quizás era uno de los más llamativos atributos de Tomoyo, sus espectaculares senos. Voluptuosos sin llegar a la exageración en proporción a su cuerpo. Presa de la ansiedad de poseerla, sepultó el rostro en la suave y firme carne de su pecho, comenzando a repartir besos y mordidas, obteniendo las primeras exclamaciones de ella.

Los pantalones de él cayeron a sus pies, y su ropa interior la siguió de inmediato. Una diminuta prenda negra era lo único que cubría a la chica en su zona más íntima. Eriol no tuvo siquiera que hacer un esfuerzo en romper uno de los delgados tirantes que la mantenían en su lugar.

Ella lo lanzó para que se sentara en el sofá y se fue a horcajadas sobre él, tomó el objeto de su deseo con la mano y con malicia jugó con él, haciéndolo víctima de una húmeda fricción contra la entrada a su paraíso, robándole gemidos ahogados, viendo con satisfacción como lo dominaba. Cuando sintió que estaba listo, dejó que la gravedad hiciera el resto del trabajo.

Inició la cabalgata del dominio, donde ella se sabía dueña y estipulaba el ritmo, la profundidad y la intensidad del encuentro, en tanto que él sólo podía limitarse a tratar de devorar sus pechos o apretar con fuerza sus glúteos, pero nada más.

Ella abrió los ojos, mirando momentáneamente en el espejo del fondo de la habitación… donde algo que no era precisamente un reflejo le era devuelto.


Esa también era ella, ataviada en una yukata ligera con entramados selenitas. Siempre fue de colores obscuros por cuanto favorecían a su piel clara. Su cabello suelto caía con armónica naturalidad sobre su espalda, y el corte de la prenda dejaba al descubierto sus tobillos de porcelana y sus delicados pies desnudos. La habitación estaba inundada del aroma a césped recién podado, a leña que crepitaba en la pequeña fogata a unos pasos de ella, e incluso a una reminiscencia de incienso, y el gran espejo ornamental que evidenciaba la composición completa de aquella habitación que parecía ser parte de una casa japonesa tradicional. Sentada sobre un hermoso tapete bordado, esperaba la llegada de él, ante la promesa de una estancia agradable luego de una pesada jornada de obligaciones.
Kurogane llegó, se había refrescado un poco y ahora también vestía una yukata, en sus manos viajaba una pequeña ánfora de porcelana y dos vasos pequeños a juego, sake sin lugar a dudas. Luego de sentarse ante ella, con aquella inusual sonrisa torcida que sólo Tomoyo había tenido la oportunidad de ver, vertió el licor en los dos vasos, los tomaron con ambas manos como era la tradición, y bebieron.

Un poco más relajados, conversaban sobre el día, sobre sus ideas y proyectos. Quizás él no era un gran conversador, pero era un oyente ejemplar. La escuchaba embelesado, acercándose un poco más cada vez, hipnotizado, más que por su narración, por el timbre mismo de su voz. En algún punto tomó uno de los mechones de su cabello, enredándolo entre sus dedos, para luego aspirar su aroma. Ella trataba de concentrarse en su relato, pero en algún punto esa concentración dejó de acompañarla. El cabello corto y alborotado del moreno ante ella, sus ojos rubí bajo ese ceño eternamente arrugado y la sonrisa ladina que le dedicaba le erizaron la piel.

El primer contacto no fue un beso, sino que su nariz terminó detrás de la oreja de ella, entre su cabello, mientras que sus labios jugaban con su lóbulo auricular, haciendo que ella se encogiera mientras reía nerviosamente. Con delicadeza, la chica tomó el rostro de él, haciendo que quedaran frente a frente, pero al intentar alcazarlo, él rehuyó, ampliando la sonrisa taimada que había mantenido desde el principio, lo hizo un par de veces más, hasta que finalmente cedió al deseo de la jovencita.

—Vamos a parar ahora. —Inició ella.
—Eso es lo que tú crees. —Concluyó él.

Con aquella atemorizante fuerza que lo caracterizaba, la tomó por la cintura haciendo que se pusiera de pie de un tirón. La miró totalmente perdido en su exigua forma, sus formas delicadas lo embrujaban, y con la paciencia de un guerrero como era él, tomó los pliegues de la yukata, desanudándola de su cuerpo, caminando alrededor de ella mientras la tela abandonaba la piel tersa, de textura semejante a la de un durazno maduro. La prenda cayó haciendo un frufrú, dejándola en todo el esplendor de su belleza natural.
Sensual, aunque un poco tímida, caminó hasta él e hizo lo propio con la yukata del hombre, descubriéndolo. La piel bronceada del coloso quedó ante ella, que trémula acarició los músculos de su abdomen y pecho (lugar que alcanzaba su rostro por la diferencia de estaturas), adornados por las cicatrices de tiempos no tan amables.

Ella intentó jugar también a rehuir, pero él la capturó apenas estirando un poco los brazos, robándole una carcajada en la maniobra de levantarla por la cintura, y llevarla a un pequeño mueble, ideal para lo que tenía planeado. Sus caricias eran fuertes, había un afán de sometimiento oculto en sus manos, que inclementes recorrían el vientre, las costillas y los senos de su amada, al tiempo que su boca y lengua recorrían con hambre los omóplatos y la columna de ella, mordiendo sus glúteos y acariciando con pasión su feminidad, comprobando que estuviera lista para recibirlo.

No tuvo oportunidad de negarse o negociar. En una sola embestida envainó su sable completo, arrancándole una exclamación de sorpresa y satisfacción, la puso de rodillas sobre el pequeño taburete para que sus caderas coincidieran mientras la poseía con todo su vigor, atada con sus musculosos brazos por la cintura y el cuello, mientras le devoraba las orejas y la parte trasera del cuello.

Era la danza del dominio, donde ella se sabía esclava y estaba completamente a merced de la fuerza y velocidad de su captor, indefensa ante el placer, y sólo capaz de enterrar las uñas en una piel demasiado acostumbrada al dolor como para ceder, pero nada más.

Estaba de frente al espejo, donde pudo observar un lugar diferente, donde pudo verse a sí misma en dos posibles vertientes, en dos potenciales universos… y en ambos, la única constante era ese clímax, cercano, inminente, inevitable.


Abrió los ojos dando una inspiración profundísima, suplicante de todo el oxígeno posible, sintiendo finas gotas de sudor poblando su frente.
Confundida se incorporó. Poco a poco el presente volvía a ella, y finalmente pudo rearmar la escena que esta vez parecía parte del mundo real. Estaba en el camarote que compartía con Sakura, en camino a Londres desde Hong-Kong.
Se tocó el pecho, tratando de recomponer su respiración dificultosa, y para distraer la mente de una ensoñación tan intensa, buscó la siempre pacífica faz de Sakura mientras dormía. Sakura, sin embargo, se revolvía en su propio camastro, en un estupor semejante al que Tomoyo seguramente experimentaba segundos atrás.

—Parece que no soy la única con sueños húmedos. —Dijo divertida, incorporándose y disponiéndose a dar un paseo por cubierta— Dulces sueños, pequeña Sakura, que Li sea más consistente contigo de lo que estos dos son conmigo.

Con cuidado abrió la escotilla, tratando de prevenir los rechinidos y con ello procurando que el sueño de su prima siguiera el divertido curso que tomó el de ella misma.

Dualidad y Tomoyo.

Fin.

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