Vida cotidiana.
Mañana fresca, de montañas cubiertas de bruma y césped consentido por el destellante rocío. Inspirador, al menos para verlo desde el resguardo del hogar, cubierto por una frazada.
La cama era tan cómoda, tan cálida y suave…
Sakura se sentía bien sobre esa cama. Las sábanas mullidas en contacto con su piel ahí donde el ligero pijama lo permitía, en combinación con sueños apasionados y llenos de afecto, la llevaron a buscar instintivamente al compañero de lecho, único ante el cual podía mostrar su vulnerabilidad al recién volver a la vigilia.
Un poco de amor le vendría perfecto para iniciar una jornada del final de la Golden Week, y poder seguir holgazaneando el resto del día, y así tener energías para una gran cena. Estiró la mano sin abrir los ojos, dirigiéndola intencionadamente hacia la región anatómica de su esposo, donde sabía que el efecto sería inmediato y totalmente efectivo. La primera evidencia en él sería tangible al momento, no había en toda su historia juntos un roce de manos que no le hubiera provocado una erección instantánea a su hombre, pero quizás el vigor fallaría para la faena, y si ese era el caso, ella tendría que recurrir a otras herramientas, como comenzar a besar sus mejillas mientras le decía cosas lindas al oído, y reconociendo su tórax con más besos... y anunciarle que si no se movía, su virilidad quedaría presa entre sus labios… y ante eso, no había forma de que no reaccionara y le diera lo que ella estaba buscando.
El problema, sin embargo, empezó justo ahí. Al parecer, el destino tenía sus propios planes.
—¿Xiao-Lang? —ronroneó luego de abrir los ojos e incorporarse apenas, luego de notar que él no compartía más la cama con ella.
—Buenos días, preciosa —respondió él, apresurado.
Él terminaba de acomodar la camisa que había planchado perfectamente sólo unos minutos atrás, mientras daba una última inspección a su apariencia en el espejo.
A los ojos de Sakura, lucía perfecto. Los pantalones entallados, aunque formales, se ajustaban a sus robustas piernas y generoso trasero, y los abultados y duros hombros apenas si podían ser ocultos por la camisa, que fracasaba de igual manera en mantener discretos sus bíceps… los mismos brazos fuertes que la hacían tan feliz mientras la aprisionaban, ya fuera en ánimo protector o amoroso, los mismos que la presionaban de forma tan única, con la intensidad precisa cuando era controlado por la pasión. En ese último pensamiento, tragó pesado, sintiendo una oleada de calor en su bajo vientre ante la repentina aparición de recuerdos y deseos.
Él, por su lado, no la volteó a ver, y de alguna manera fue lo mejor. ¿Cómo se hubiera resistido entonces? Viéndola tan delicada y frágil sobre las sábanas, con sus largos y esponjosos muslos apenas cubiertos por la parte más alta de su camisón, y que no podía ocultar la redondez de sus caderas. El tirante izquierdo se había rebelado, cayendo por el delicado hombro de la mujer, dejando que el escote ofreciera una vista algo más que generosa.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, extrañada.
—Me voy a la oficina —respondió él, breve, pero amable.
—Pero es sábado… y Golden Week.
—Lo sé, pero tenemos una pequeña emergencia. Descuida, aprovecha para levantarte tarde si quieres, son tus últimos días de vacaciones antes de volver a la escuela.
Él cortó distancia con ella, sin dejar que se levantara del lecho, y ella vio su oportunidad. Levantó el rostro y cerró los ojos, lista para ser besada… y planeó sus movimientos, primero correspondería al roce de labios, sutil… pero luego, aumentaría la presión un poco… mordería suavemente sus labios, y cuando él aceptara el cambio, sería más osada… buscaría jugar con su lengua, y sin que él lo notara, lo ataría por el cuello en un abrazo.
En secuencia lógica, él la tomaría por la cintura y la tendería en el lecho sin dejar de besarla. Conociendo sus costumbres, seguramente sus manos irían más al sur, para recorrer la firmeza de sus glúteos, y sería él quien estuviera mordiendo sus labios entonces, su mentón, su cuello… haría una inspección sutil a lo largo y ancho de su cuerpo, dejando que sus manos vagaran con libertad, y llegando a un punto clave le diría: "Parece que no necesito repartir besos aquí, amor", incorporándose a medias, luego de que sus dedos hicieran una inspección breve del cáliz de pasión de su amada, cubiertos del elíxir dulce de sus deseos, el cual llevaría hasta sus labios para saborearlo ante la mirada indiscreta de ella.
No habría necesidad de más ceremonias, ambos estarían más que listos, e irían directo a la atracción principal. Él se desharía del estorbo de sus pantalones con premura, y ella miraría menesterosa el objeto de su deseo, duro, palpitante, incontenible.
La penetraría en una sola embestida, arrancándole un lamento prolongado y profundo, sujetando sus manos sobre su cabeza, incapacitándola para tratar de escapar y tenerla fija sobre el colchón. Él arremetería con fuerzas y sin contemplaciones, experimentando la indescriptible sensación de estar atrapado en ella, sintiendo como el mojado interior de su vientre se resistía a soltarlo, rompiendo la calma original de la habitación con los gemidos de ella y los jadeos de él, además de la lúbrica percusión acompasada de su unión.
—Duerme bien.
El beso no fue a los labios, sino a la frente. Todo el plan se arruinó en el momento.
Él se levantó como si cualquier cosa, y dejó la habitación.
Ella lo observó marchar, sin poder dar crédito al inaudito giro que dieron los eventos, echando por tierra todo lo que imaginó… Estaba algo aturdida, muy mojada… y también furiosa.
—No tenías que levantarte, cariño —dijo él, culpable, viendo a Sakura entrar a la cocina.
—Tranquilo. Seguramente ibas a irte sin desayunar, y yo no iba a permitirlo. Así que siéntate un momento.
Un poco contrariado, hizo caso. Generalmente ambos preparaban el desayuno, pero la forma en que Sakura dio la indicación, no dejaba lugar a refutarla. Vio su espalda mientras preparaba el ligero desayuno, y el bamboleo de su cabello y los tirantes del delantal, pensando en lo endemoniadamente sexy que se veía sólo cubierta por dicho mandil y el camisón, incluso estaba descalza, y pensó en cuál podría ser el siguiente movimiento… miró el reloj de la estancia, un poco inquieto. Tenía sólo unos minutos para no llegar tarde, y ante esa posibilidad, se revolvió en su asiento, nervioso.
Lo que pasaría a continuación, sería que se acercaría a ella sigilosamente. Él era una de las únicas personas en la tierra que lograba ocultar por completo su presencia de ella, así que cuando la alcanzara, le sería imposible escapar. La tomaría por la cintura, atacando de inmediato con besos sus orejas, y acariciando su abdomen con dulzura. "Te… tengo cosas en el fuego…", exclamaría ella, sorprendida, y él se encargaría de apagarlas para evitar cualquier accidente, y luego la remolcaría unos centímetros a un lado, para no perder el favor del menaje de la cocina. Alborotaría su cabello y mordería su nuca, y ya con ánimos manifiestos, frotaría su hombría contra sus hipnotizantes caderas, todo esto al tiempo que una de sus manos recorrería el camino al paraíso de su entrepierna.
Ella, confundida, no sabría si orientar sus caderas al frente para que los dedos de su esposo jugaran con cariño en el corazón de sus placeres y sensaciones, o hacia atrás, para sentir entre sus nalgas su hinchada masculinidad.
Él resolvería parcialmente el problema, al dejar salir al ansioso prisionero de entre sus ropas, y lo pasaría en el cálido triángulo entre los muslos de su esposa, provocando una maravillosa y húmeda fricción en su vientre que de inmediato la obligaría a cerrar los ojos y dejarse llevar por las sensaciones, en un alucinante juego que haría temblar sus piernas, preguntándose mientras miraba hacia abajo si ese objeto gordo y rígido realmente entraba completo en ella sin hacerle ningún daño.
"Así no…" reclamaría ella unos minutos después… Se separaría, tomaría con sus manos de seda el palpitante miembro de su hombre, y sin darse la vuelta, se inclinaría sobre el mueble para facilitarle el acceso, y él sentiría la enajenante presión y húmeda calidez de su interior, en el que se deslizaría sin oposición…
—¿Té o café?
—¿Perdona?
—¿Quieres té o café?
Xiao-Lang miró a su esposa, que con inocente confusión preguntaba por el complemento del desayuno que ya humeaba ante él. Espabiló un momento después, respondiendo a la pregunta, con el juicio aún nublado.
Sakura tomó asiento a su lado, con una sonrisa de varios millones de lúmenes que de inmediato llenó de calidez el corazón de Xiao-Lang, logrando que su sangre volviera finalmente a su corazón.
—Eres increíblemente hermosa, ¿sabías? —lanzó él, de pronto, con un bocado de fruta en la boca.
El halago había sido tan sorpresivo, que la tomó completamente fuera de base, arrancándole un sonrojo sincero como los que tenía en la niñez. De inmediato, vino también la felicidad de recibirlo.
—¿Cómo puedes decir eso…? Mira mi cabello alborotado, no estoy maquillada, y debo tener los ojos hinchados por tanto dormir —trató de justificar ella.
—Lo digo porque tu cabello huele muy bien, el color natural de tus labios es bellísimo, y sin ánimos de exagerar, podría mirar tus ojos por siempre.
—¡Ya basta! —se quejó, cubriendo con sus brazos su rostro.
Él sólo reía.
Xiao-Lang tomó su saco del perchero y se lo puso con cuidado. Verificó que sus llaves estuvieran en su bolsillo, y echó un último vistazo a su móvil, para cotejar la hora. Diez minutos de ventaja, suficiente para llegar a tiempo y sin presiones.
—Volveré a eso de las tres, sólo iré media jornada —dijo, mientras que ella le entregaba una manzana y un jugo en una pequeña bolsa de papel.
—De acuerdo, la comida estará lista cuando llegues.
—Muchas gracias. Te amo.
Él sacudió la mano y se dispuso a abrir la puerta.
—¿No olvidas algo? —preguntó Sakura, mordaz y poniendo cara de ofendida.
La confusión fue lo primero que abordó al lobo. Así que se quedó mirando a la mujer ante él con cara de tonto, indeciso en girar el picaporte. Ella, viendo que su duda era legítima, se acercó finalmente a él, negando con la cabeza mientras sonreía.
—Ten un gran día, mi amor —dijo con suavidad.
Se quedó de pie a un paso de él, cerró los ojos y dibujó una "o" pequeñita con los labios, invitándolo a despedirse de ella apropiadamente.
—Ah, claro… discúlpame, qué estúpido soy… —se recriminó, correspondiendo la solicitud.
El contacto fue casto y delicado, reactivando al momento la circulación del joven hombre, que cada vez sentía menos deseos de ir a trabajar, y más de quedarse justo donde estaba, a unos pasos del pórtico, disfrutando del sabor a cereza de los labios de su amada. La inocencia, sin embargo, duró poco. Sakura comenzó a aumentar la intensidad de la caricia, y su cabeza se acomodó para que él pudiera saborear a voluntad lo que ella le ofrecía, como fruta madura… el inconfundible y delicado néctar que obtuvo al dejarlo probar directamente de su lengua sus sabores, y la respiración agitada que sólo aumentaba el ímpetu de su actuar.
—Por fin te atrapé… —susurró ella sobre sus labios, con la voz entrecortada.
—¿De qué estás hablando?
No era necesaria una respuesta. Él supo que, literalmente, había sido atrapado… ella lo había distraído con sus besos, mientras que sus manos habían buscado hábilmente su masculinidad, cuya rigidez había sido atendida con afecto por los dedos de la mujer.
—Esto es nuevo… —susurró él, ya muy agitado, sintiendo el dedicado y cuidadoso masaje.
—Ibas a dejar esta casa sin darle atención a tu esposa, no podía permitirlo.
—Ya me disculpé por eso…
—¿Y crees que una disculpa basta?
—Tienes razón…
Motivado por la solicitud, acomodó a su esposa contra la pared, de frente a él, mirándola directo a los ojos, y sin retirar el contacto visual, hizo a un lado la delgada tela del pijama de Sakura. Con su miembro comenzó a presionar en un suave vaivén contra su vulva, con tal cadencia que ella comenzó a gemir con intensidad. La excitación y la necesidad de ella era tal, que él notó como lo había humedecido a pesar de no haberla penetrado aún.
Por varios minutos, la faena consistió en ese roce, sólo en toques, en la rigidez de su miembro frotándose contra la empapada sensibilidad de su clítoris, con tal intensidad, que el clímax la alcanzó en poco tiempo. Exclamaciones agudas, como una hermosa sonata se colaron en los oídos de él, sintiendo temblar las piernas de su esposa amante.
Cuando sus espasmos cesaron, él siguió moviéndose con delicadeza, frotándose contra su sexo desbordado, sólo entrando unos milímetros, provocándola a buscar más. Ella cooperó con el juego, sonriendo satisfecha, tomando una vez más el mismo objeto responsable de sus viajes al nirvana, masajeando con más vigor, aumentando el estímulo al contacto con la suave piel de sus muslos, besándolo en los labios para que se dejara llevar.
Así, ella lo llevó hasta una intensa culminación entre exclamaciones entrecortadas, mientras que ella hacía una expresión de sorpresa por la cantidad de tibia semilla que se regó sobre su monte de venus y que resbalaba con lentitud por sus muslos.
—Date prisa, o se te hará tarde…
—Las formas que tienes para ser cruel son extremas.
—¿Cruel?
—Esto no será suficiente para mí… y ahora debo irme.
Con una sonrisa luminosa, ella dio un delicado mordisco a su labio inferior.
—Cuando vuelvas, te prometo que terminaré el trabajo —se acercó a su oído, y dijo aún más bajo—: Hoy me siento generosa y… digamos que te dejaré tener libertad creativa.
Esas mismas palabras sonarían en la mente de Xiao-Lang todo el día, mientras que Sakura se quedó sentada en el mismo lugar donde se amaron por unos veinte minutos, antes de volver a la cama por un poco más de merecido sueño vacacional.
Vida cotidiana.
Fin.
Mis agradecimientos para Wonder Grinch y Cherry Lee Up, lectoras betas de la vida.
