Vestido.

Puedes vivir en el lugar más lejano y oculto de la provincia, en el ambiente más campirano y bucólico que puedas imaginar, y aún así, el citadino dentro de ti se manifestará en las más simples acciones.

Y es que teniendo a Daidoji como la encargada del evento, era imposible que no hiciera algo simple, pero a la vez majestuoso y espléndido, propias de alguien de ciudad, esto manifestado en dos cosas: la recepción por sí misma, en celebración a mi cumpleaños, y lo que no podía de ninguna manera faltar: el vestido de Sakura. No me atrevería a quitarle mérito a la diseñadora, pero ciertamente ella podrá dar fe de mis palabras: teniendo un modelo como Sakura, el trabajo se hacía solo.

Cuando vi el vestido colgado en la percha, me pareció… minimalista, por decir lo menos. Discreto incluso para los estándares de la diseñadora, que desde que mi esposa desarrollo la magnificencia de su femenina madurez, no había reparado crear modelos que mostraran piel o se ajustaran a sus curvas para el deleite de todos, yo el primero, y ciertamente me tenía alucinando con la intriga de cuál sería la siguiente forma en que conseguiría hacer que me enamorara una vez más de esta increíble dama.

Con sus recién estrenados veinte, Sakura había terminado por completo su crecimiento. No había aumentado mucho de estatura, pero sus medidas se habían vuelto de generosas a vertiginosas, en especial si hablamos de una japonesa. Y aún cuando era tímida y modesta en actitudes, había una sensualidad en ella que simplemente no podía ocultar, y a medida que nuestra confianza mutua e íntima aumentaba, más iba saliendo a flote, haciéndola más audaz, convirtiéndola en una mujer exigente y atrevida para los temas que sólo nos concernían a nosotros.

Divagar nunca estuvo en mi naturaleza, así que de inmediato volví al tema… el vestido.

La pieza en cuestión, en negro mate que parecía absorber la luz, era discreto en apariencia. Largo hasta un poco más arriba de las rodillas, de mangas largas, y con un amplísimo listón de satén color palo de rosa en el abdomen que cerraba en un amplio moño en la parte posterior. Ahí se mostraba el primer detalle: el escote de la espalda.

No había forma de evitar que mi mirada indiscreta se paseara por la delicada y tersa perfección de su espalda, descubierta casi a totalidad, dejando ver a detalle el surco de su columna y la vivacidad de sus omóplatos, que formaban una "v" maravillosa al encontrarse con sus menudos hombros ocultos, y de ahí, su prima modista había hecho arreglos con su corta cabellera de caramelo, rememorando el peinado de su niñez, pero dándole un aire más contemporáneo y travieso, y que me llevaba inevitablemente a recordar nuestra poco común infancia y adolescencia.

¿Hablé de sus medidas antes, no? Bueno… ese era el segundo detalle. El entallado era perfecto. El corte había sido hecho pensando justamente en exaltar las ya de por sí atrayentes dimensiones de ese cuerpecito tan pequeño y a la vez tan hermoso, como un diamante pequeñito que es pulido para mostrar el máximo de su belleza, y sin dudas, lograba deslumbrar. Su cintura diminuta estaba enmarcada por el listón, y para quien la viera de frente daba protagonismo a sus senos, que se mostraban redondos y desafiantes a pesar de lo modesto de sus dimensiones, pero el premio se lo llevaba quien la viera por detrás. Y era por la sola forma de sus piernas y los tacones altos simplemente no dejaban indiferente a cualquiera que viera el temerario cambio de órbita entre su cintura y sus caderas.

Y ahí estaba yo, completamente ido, pensando en un montón de escenarios, incapaz de negar cuán afortunado era al proclamarme propietario de todo ese monumento. Podría mirarla toda la noche, y de hecho me daba la impresión de que así había sido.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó en un susurro, mirándome por encima de su hombro, mientras daba un sorbo a su copa. Demonios, aún con el maquillaje discreto que apenas si le daba un poco de rubor y brillo en los labios, me tenía completamente comiendo de su mano.
—No tienes idea… cuidado con esa copa —dije, tratando de escapar de mis pensamientos por la vía del humor. Pero no era posible, simplemente era demasiado para mí—. El vestido es maravilloso, Daidoji se lució.
—Siempre se luce.
—Nada de eso, esta vez se superó a sí misma en todo sentido. Te ves espectacular.
—Lo dices nada más porque me quieres… ¿o no será que ya estás borracho?
—Apenas si he dado un sorbo a esto —expliqué, meneado mi copa—. Sabes que no soy de beber.
—Un trago está bien a veces… ayuda a soltar el cuerpo, ¿no crees?
—Sí… —me incliné para susurrar directo a su oído—. Aunque ni creas que esta noche voy a "soltar" tu cuerpo… ese vestido es tan lindo que me va a dar algo de pena quitártelo.
—¡Xiao-Lang! —me reprendió, poniéndose colorada y cubriendo su rostro de las visitas con la copa… aunque para mi sorpresa, no sabía que tenía listo un muy malintencionado contraataque—: Si tanta pena te da, podrías dejármelo puesto mientras me…
—¡Felicidades! —exclamó de pronto Kurogane a unos metros de nosotros, recién llegado de la capital, apenas alcanzando a su novia.

El hombre me dio un par de palmadas robustas en la espalda, remolcándome hacia la barra de la casa, Sakura me dio una mirada pícara, relamiendo sutilmente sus labios mientras se alejaba para convivir con su prima, dejándome con la duda sobre la última palabra a utilizar en su procaz discurso, en términos que sólo utilizaba cuando quería dejarse llevar y hacerme ver luces de colores, y yo simplemente no podía con la ansiedad.


—Recuerdo cuando te conocí, hace… ¿trescientos diez años? —preguntó el samurái.
—Sí, cuando le di una paliza.
—Creo que tenemos memorias diferentes de ese encuentro —me respondió con el orgullo un poco dolido, aunque haciendo honor a la verdad, sí había sido un empate. Aunque aún no lo admitiría.
—Podrá tener memorias diferentes, pero la historia avala que yo fui el vencedor. Tengo una copia de "la Secreta y Heroica Gesta de la Hechicera y el Gaijin", ¿quiere cotejar datos?
—Presumido sinvergüenza. Por cierto, hoy cumples veinte, así que ya puedes dejar de hablarme de usted. —Como decía: los hábitos darían siempre una explicación a lo que éramos. Fue una transición difícil, pero en algún punto pude quitar parte de la formalidad con la que me dirigía a Kurogane, y al final prevaleció la amistad, y eso era suficiente para mí—. Recuerdo igualmente cuando compartí impresiones contigo sobre la niña —dijo, señalando a mi esposa con el mentón.
—¿Qué impresiones?
—Que tenía un lindo tra…
—¿Quieres pelea? —advertí.

El tipo rio escandalosamente, palmeando mi hombro.

—No te molestes. No lo digo con mala intención —el discurso parecía sincero, a pesar de que mantuvo los modos toscos de siempre, de otra manera, dejaría de ser él—. Simplemente pienso que eres afortunado, y no sólo tú— vio a las primas reír de su propia conversación a la distancia—. Ella también tiene a un gran compañero en ti, y de verdad me alegra que sean felices en este pueblo.
—Daidoji también es increíble.
—No es como si necesitara tus halagos, mocoso. Y me ha dicho que quiere que dejes de llamarla por su apellido… después de todo, pronto podría cambiar.
—Bueno, si tienes el valor y haces "la petición", da por hecho que la comenzaré a llamar por su nombre de pila.
—Es un trato.

Con mi familia, la de Sakura y amigos cercanos como invitados, tuvimos una cena entretenida e incluso un poco escandalosa, un cumpleaños muy lindo, que no obstante, al ser en jueves, tuvo que terminar temprano. Teníamos planes de ampliar la casa para poder hospedar a los invitados cuando los hubiera, pero para ese momento, por "desgracia", los que se quedaran en la región debieron regresar a sus alojamientos.

Escuché de Tomoyo (la cual hizo grandes aspavientos cuando comencé a llamarla así) indicar que tenía intenciones de quedarse en la casa con nosotros a pernoctar, pero Kurogane insistió que sería mejor si volvían al día siguiente. Lo más probable era que él tuviera sus propios planes para pasarla bien con ella para ese momento, e indirectamente contribuyó con los míos.


Cuando la casa se quedó sola, vi a la siempre solícita jovencita dueña de mi corazón comenzar a recoger los restos de la cena que quedaron. Debo ser enfático al señalar que no bebí más que una copa, no estaba siquiera mareado, y aún así… simplemente no podía quitarle los ojos de encima.

Con igual énfasis refrendaba mi opinión de que ella siempre me pareció muy bella, y no era sólo yo quien así lo creía, pero realmente mi amor lo ganó con otros méritos, como su carácter y virtudes morales, además del inmenso amor que me daba y que yo feliz correspondía… esa noche, todo era diferente y especial, no podía dejar de seguir su armónico paso a través de la casa, menos aún cuando podía deleitarme de ver sus delineadas pantorrillas, cuya belleza era favorecida por los tacones altos y las medias, la grácil danza de sus brazos mientras hacía cualquier trivialidad, la danza de su cabello, y la delicadeza de su cuello, por el cual apenas si podía con el impulso de morderlo hasta hacerla sangrar.

Algo se revolvió entonces en mí. Sentí claramente como mi flujo de sangre comenzaba a acelerarse y concentrarse en las partes menos públicas de mi anatomía, y tal vez no fuera un hecho importante de mencionar, pero acabábamos de salir de su ciclo, por lo que llevaba algunos días en abstinencia… así que debía estarla observando con algo más que deseo en los ojos.

Hipnotizado, la vi acercarse a mí con ese gesto que había mencionado antes, una sonrisa que en perfecto equilibrio mostraba inocencia y bondad, y también dominio y malicia.

—Recojamos esto mañana, ¿te parece? Quisiera descansar.
—De acuerdo.

Mi reacción fue consecuente a su forma de hablar. Sabía que era pura intencionalidad, histrionismo y nada más, todo para llevarme a donde quería: la alcoba. Desde luego, yo jugaría a todo lo que ella me dijera, porque podía ser yo el responsable de las cuentas y el que diera el apellido… pero la dueña de esta casa y sus alrededores, contando a sus ocupantes… era ella. Lo sabía por la forma de contonearse mientras me guiaba por el pasillo, porque si algo le había enseñado Tomoyo en todos esos años, era a caminar en tacones como una modelo sobre una pasarela: elegante, firme, sensual y regia.

Al llegar a nuestro personal pedazo de cielo, se me adelantó unos pasos, dejándome ver aquello que me tenía atontado desde que la velada comenzó: su espalda descubierta y su piel de porcelana con ese apenas perceptible bronceado natural. Y si eso no era suficiente para tenerme, fingió que arreglaba una arruga sobre el cobertor de nuestro lecho, acción para la cual, tuvo que inclinarse… y viendo lo que vi, me pregunté sobre el material del que la falda del vestido debía estar hecha, para soportar la tensión creada por ese perfecto trasero que tenía en primer plano.

Muchas personas no aprecian el autocontrol que un hombre debe tener ante escenas de ese tipo. Mi esposa, la que vivía bajo mi techo y dormía cada noche en mi cama… estaba enfrente de mí, mostrándome aquellas cosas que sabía que eran mi debilidad en el refugio de la obscuridad, muy seguramente sabedora de todo lo que representaba para mí verla en esa actitud tan vulnerable y a la vez tan dominante… ¿cómo tolerar las ganas de lanzarme a reconocer con mis manos y mi boca todo lo que se ocultaba bajo ese negro impoluto que ocultaba su carne entre sus límites?

—Acércate un poco —me ordenó, sacándome de mi silencioso soliloquio.

La obedecí. Una vez a su lado, no pude resistirme a establecer contacto. Mi temblorosa derecha tocó apenas un poco su suave cintura, que me permitió ver la forma en que su piel se erizó por la caricia. Mis dedos marcaron un rumbo lento y delicado hacia su costado, deteniéndose justo donde la tela interrumpía, haciéndola dar un respingo y una exclamación casi musical. Su voz a esas frecuencias era simplemente deliciosa.

—Te preguntaré de nuevo, querido… ¿te gusta lo que ves?
—Muchísimo… tanto que me da miedo tocar y arruinar tan bella composición.
—Qué bueno que te deleitas… la verdad, es que no has dejado de verme desde que me puse este vestido, creo que no fui la única que lo notó.
—¿Te hice sentir incómoda? —pregunté con preocupación auténtica.

Tomó mis manos, haciendo que rodeara su cintura sin darme la cara, acercándome a ella lo suficiente para aspirar el perfume natural de su cuello.

—¿Incómoda…? Pues no… era algo diferente… ¿te cuento un secreto? —preguntó y yo asentí—. Por la manera en la me veías… —se apenó, y mientras giraba la cabeza para susurrar lo más bajo posible a mi oído, pude notar un peculiar carmín en la piel de su rostro—: has hecho que me moje mucho…
—¿En serio? —pregunté sin saber cómo continuar la charla, porque si bien éramos una pareja muy activa… nuestro lenguaje al respecto podía ser más bien reservado.
—Sí… —siguió en voz bajita y un poco temblorosa—. ¿quieres ver…?

Tomó mi derecha, y con lentitud la fue guiando a través de su abdomen por la tela, más abajo del borde de la falda, y comenzó un nuevo camino ascendente, dejando que mis dedos sintieran la curiosa textura de la seda de sus medias, hasta que llegó al sitio donde debía cotejar las pruebas de su testimonio. Mi mano tocó con delicadeza el límite de su lugar más especial, y corroboré sus palabras. Aún a pesar de las barreras de la tela, pude sentir ese calor y humedad que me expresaba. Pasé con delicadeza mi dedo corazón por su clítoris, y ella dio un suspiro mientras giraba el rostro hacia otro lado. Dando cuenta de mi acierto, comencé a acariciar con más vigor la zona, haciéndola estremecer aún más.

Mi otra mano hizo camino ascendente, pasando fugazmente por sus senos y su cuello, con la intención de llegar a su faz y volverla hacia mí para besarla, pero ella se me anticipó en acciones. Al sentir mis dedos sobre su mejilla, su boca se abalanzó a mi pulgar, lamiendo, besando y succionando con hambre.

—A besos, cariño… —suplicó.

Se separó un poco de mí y finalmente encarándome, se tendió sobre la cama, haciéndome una invitación discreta a sus mieles. Caí hincado ante el colchón, y aunque estaba desesperado, fingí con diligencia una gran calma mientras levantaba y separaba sus rodillas para hacer mi búsqueda. Con tanta delicadeza como pude, fui deslizando el encaje a través de sus cálidos muslos, vislumbrando el tesoro que buscaba, y mi apetito fue simplemente incontrolable. Ella no pudo ahogar una exclamación al sentir mi lengua pasar desde su perineo hasta su monte de venus en un solo movimiento, para luego cubrir de besos cada superficie de piel a mi alcance, y finalmente regresar al intenso y dulce sabor de su néctar de amor, castigando con mis labios y hasta con mis dientes el pequeño, pero sensible centro de placer de mi amada.

La escuché gemir unos minutos después, en un frenético ir y venir de mi lengua a su interior, ebrio con el sabor de su deseo, sintiéndola sacudirse por el estímulo, y unos momentos después, derretirse, buscando soporte en las sábanas.

—Eres increíble —resopló, acariciando mi cabello— pero ven aquí… no seas un grosero egoísta que come mientras yo muero de hambre.

Para qué mentir sobre el apremio que tenía. Iba a reventar si no equilibrábamos la balanza, así que sólo retiré mi cinturón, mientras subía a la cama, seguí sus indicaciones hasta quedar a horcajadas sobre su pecho, mientras ella buscaba al objeto de su deseo.

Escapaba de las palabras la imagen ante mí. Mi bella Sakura me sonreía con malicia, mientras acariciaba mi miembro con su mejilla, besándolo delicadamente al tiempo que sus dedos lo recorrían completo. Al igual que yo, ella conocía mis debilidades, así que después de esperar lo suficiente para que en mi rostro se dibujara una mueca de súplica, su lengua comenzó a hacer recorrido por toda mi longitud, dando aquí y allá besos sonoros y húmedos, luego lo puso dentro de su boca, abultando una y otra de sus mejillas por la posición en la que entraba y salía, alternando la succión entre mi pene y sus acompañantes… realmente estaba entregada a la faena, y yo estaba volviéndome loco.

—Más lento, mi amor… —susurré, presagiando el final.
—¡Oh, vaya! —dijo, luego de dejar una afectuosa mordida en mi glande—, ¿será que por fin podré vencer tu legendaria resistencia?

Luchar contra las sensaciones era una cosa, pero contra las miradas y el lenguaje sucio, era algo distinto. Vi que ella había leído esa reflexión directo de mis ojos, y la maldad en los suyos se exacerbó. Su lengua viperina hizo una desquiciante danza en la punta de mi hombría, su mano presionó el tronco con firmeza, y comenzó un sube y baja rápido e inclemente, mirándome todo el tiempo.

—Esta la gano yo, cariño —me amenazó.
—No creo… —mentí, fingiendo rudeza.
—Yo creo que sí… —siseó, aumentando la velocidad—, y lo creo… porque sé que te mueres por llenar mi boca… dame lo que merezco —terminó la frase abriendo grande e incitándome con el verde fulgurante de su mirada entrando hasta mi alma.

Me incorporé parcialmente al estirar mi espalda, y ella recibió tres emisiones abundantes mientras dio un gemido de satisfacción, tratando de emitir alguna palabra afirmativa.

Lo bebió con sed, saboreándolo, incluso recuperó con sus dedos lo que escapó por la comisura de sus labios, y cuando terminó, buscó nuevamente la fuente, obteniendo hasta lo último que tenía para ella.

Con voz suave, como un ronroneo, dejó escapar un "oishi", y yo retrocedí para darle espacio, ahora más motivado, porque sabía que la noche apenas comenzaba. Viéndola entrar más en la cama, la seguí de rodillas sobre el colchón, empezando a desabotonar mi camisa.

—Déjatelo puesto —me indicó—, al final… es por el vestido que estamos aquí, ¿no?

La obedecí en silencio, viendo como se daba la vuelta.

Después de colocarse en cuatro puntos, receptiva, levantó la falda del vestido mientras inclinaba su pecho contra el colchón. Era realmente interesante experimentar con la ropa encima. Daba un aire diferente, clandestino, y muy sensual. Orgulloso, sabía que era capaz de mantener una nueva erección a pesar del corto tiempo de recuperación, y lo sabía porque semejante visión no podía dejarme indiferente, quería seguir haciéndoselo, deseaba seguirle provocando gemidos y gritos por un largo rato más, y me valdría de todos los recursos a mi alcance para lograrlo. Comencé repartiendo besos a lo largo de su espalda y columna, la repasé de regreso con mi lengua, y por si eso no era suficiente para mantenerla motivada mientras el vigor volvía a mí para hacérselo como merecía, los dedos de mi mano izquierda comenzaron a explorar su cálido interior, recorriendo los lugares que la experiencia me había enseñado que eran los mejores para hacerla vibrar. Supe que hacía un buen trabajo porque la escuchaba suspirar cada vez más entregada, siendo ella la que movía sus caderas para que mis manos la reconocieran mejor, incluso ella misma comenzó a tocarse para ir más lejos y más rápido.

Verla tener un orgasmo sin penetrarla era increíble, tanto como tratar de entender sus suplicantes y entrecortados susurros, de los cuales lo único que pude sacar en claro era que me quería dentro, y no como lo estaba haciendo. Los minutos invertidos en esa faena fueron la antesala del éxito que buscaba: estaba duro de nuevo, tenía que reivindicar mi honor después de que me llevara de forma tan fácil al cielo, aunque de ninguna manera le recriminaría por regalarme la estampa de su boca repleta de mi semilla, pero debía pagarle con igual intensidad y dedicación.

Rocé suavemente con mi miembro su entrada, recogiendo en el toque el nuevo néctar que había producido. Era mi hora de jugar con ella, pues a cada movimiento, la veía tensar los músculos, esperando que entrara en ella. La tenté en varias ocasiones, obteniendo una exclamación que aumentaba su volumen y molestia de forma progresiva, hasta que a la voz de "deja de molestarme", tomó con firmeza mi miembro, dirigiéndolo al lugar donde realmente pertenecía.

Un poco molesto por su actitud, di la embestida con todo mi peso, comprimiéndola contra el colchón, sintiendo el impacto de sus nalgas contra mi abdomen mientras ella daba un grito de sorpresa. Con sus manos alcanzó mis muslos, haciéndome pensar que quería detenerme, pero para mi sorpresa, aferró sus uñas a mis caderas, tirando de mí para que fuera más profundo. El grito inicial se convirtió en un jadeo ininterrumpido y vacilante a razón de nuestra pecaminosa danza.

Me hice un poco para atrás, para seguir gozando del estímulo visual de mi miembro siendo tragado hasta la base a cada empujón, las finas gotas de sudor que comenzaban a mostrarse en el escote de su espalda, y el obsceno sonido de la fricción combinada con sus jadeos y mis suspiros.

La amaba y deseaba con cada célula de mi cuerpo, pero también amaba molestarla, e hice mi siguiente juego.

Paré de moverme, a lo que ella reaccionó con desconcierto. Giró un poco su cabeza, dejándome ver algunos hilos de caramelo adheridos a su frente por el sudor, preguntándome con la mirada por qué había parado. Le di una sonrisa maliciosa, y ella arrugó el entrecejo.

—Eres un hombre malo… si no te deseara tanto… —susurró menesterosa mientras se echaba atrás, siendo ahora ella quien hacía los movimientos.

Fue un acierto y un error. Al estar ella en control, más allá de un vaivén, comenzó a hacer movimientos serpenteantes, haciendo que llegara a lugares inexplorados en su estrecho interior, haciendo maniobras circulares, exquisitas, mientras gemía cada vez más abandonada a lo que sentía.

Y regresando de las sensaciones a las imágenes… una estaba atrayéndome sobremanera para ese momento… y es que no podía dejar de apreciar la hermosura de su figura, y en un arrebato, separe sus nalgas con delicadeza, dejando expuesto su pequeño y rosado…

—¿Qué estás haciendo? —preguntó contrariada, pero sin dejar de moverse.

Mi pulgar buscó lubricación en nuestra actividad, y con él comencé a masajear con suavidad la zona recién descubierta. Ella no parecía saber qué estaba pasando, pero no mostraba desagrado, así que continué… y de hecho, aparentemente estaba complementando bien nuestro encuentro, pues ella volvió a concentrarse en movimientos cada vez más raudos y entregados. Sin poder resistirme, la hice dar un respingo y una exclamación cuando la primera falange de mi pulgar se hizo camino como un juguetón intruso en su interior, sus gemidos me decían que sentía mucha confusión, y de hecho, comenzó a moverse más rápido aún.

Después de varios minutos, ambos sabíamos que estábamos en nuestro límite. Para mí siempre sería ella lo más importante, daría prioridad a su clímax antes que al mío, y de hecho, era parte indispensable de mi recompensa emocional escucharla y verla venirse, con placer para mí proporcional a la intensidad del orgasmo que ella tuviera. Y en ese espíritu, comencé a cooperar con ella, sincronizando nuestros movimientos, dejándonos llevar para entrar juntos a la recta final.

Gritó mi nombre entrecortado mientras hundía el rostro en la almohada, al tiempo que su cuerpo se sacudía. Podía sentir como se deslizaban pequeñas gotitas de miel por nuestros muslos, y yo salí de ella, rociando su trasero y espalda. Si bien, mi primera eyaculación había pasado factura al volumen de la segunda, me había permitido tener una vista simplemente sublime, cuando los únicos sonidos de la alcoba eran nuestras respiraciones agitadas.

Un minuto después, seguramente topado de serotonina y anexas, me lancé al buró por nuestras inseparables toallitas húmedas, para las faenas de higiene necesarias para dar por terminada la fiesta del amor.

Sólo entonces me permitió desnudarla. Fui redescubriendo su indescriptible belleza con mis dedos cuando rozaban inevitablemente su suave piel, mientras retiraba ese hermoso vestido, que se convertiría en una reliquia para mí, por la calidad de encuentro que nos había hecho disfrutar. Ella hizo lo propio, desnudándome a mí, y aprovechando para besar mi cuello y abdomen en el proceso.

Sentados sobre la cama, un poco sudorosos, aún agitados y con el cabello alborotado, nos quedamos absortos el uno en el otro. Verla y sentirla así de mía me provocaba vuelcos en el estómago, e imagino que algo parecido pasaba con ella, que me apreciaba con una sonrisa ruborizada en los labios.

Nos tendimos sobre la cama y nos quedamos ahí un largo rato, frente a frente, charlando sobre todo un poco, tomados de la mano, hasta que un tiempo después, el sueño nos reclamó a ambos, abrazados sin mantas, al favor de la calidez de esa noche veraniega.

¿Que si lo volvimos a hacer esa noche? Un par de veces más tal vez… y descubrí que había "desbloqueado" a modo de recompensa, una zona erógena adicional en mi diosa de las estrellas.

Vestido.

Fin.


Como siempre, mi agradecimiento para los sonrojos obtenidos de WonderGrinch, y las carcajadas involuntarias de mi correctora CherryLeeUp, ell sabe porqué.