3.- Dos en uno
Sinopsis: Dos historias relativamente relacionadas entre sí. La primera es un enfrentamiento en el bar de siempre. La segunda es una conversación comiendo completos.
Un hombre entró al bar de siempre una tarde. Su mirada verde fosforescente albergaba una tormenta a punto de ser desatada. Nadie se percató de su ceño fruncido, su vena palpitante a un costado de su frente, sus dientes rechinantes, sus puños apretados. Su camisa a cuadros se encontraba mal abrochada, y sus jeans se encontraban sujetos con un cinturón de cuero con un arma de fuego enfundada. Era una pistola nueve milímetros Prieto Beretta.
Con sus zapatos recién lustrados, ingresó al local directo a la tragedia. La gente iba y venía, completamente descuidada e ignorante de aquel hombre. El hombre esquivaba a duras penas a las personas con las que se iba cruzando. Observaba con desesperación cada rincón del local. Iba en busca de alguien en particular. Los nervios lo obligaban a rascarse la cabeza, cubierta de un corto y almidonado cabello castaño.
Su mirada se posó sobre una mesa. A grandes zancadas se aproximó hacia ella empujando a cualquiera que casualmente se cruzara en su camino. No importaba si provocaba empujones o se derramaran vasos con alcohol. Se acercaba al lugar como un toro embravecido hacia el torero.
—¡Cindy! ¡Vámonos de aquí! ¡Ahora!
El hombro tomó del brazo a una chica que había instalada en la mesa. La tomó con una fuerza que si no fuera porque la chica cedió con facilidad, le habría fracturado el brazo. La chica se encontraba de espaldas, así que no pudo verlo hasta que sintió sus gruesos dedos aferrándose a su brazo derecho. El miedo se le subió por el rostro al encontrarse con el rostro enfurecido de aquel hombre.
Era una chica hermosa. Era de estatura media, delgada, de brazos y piernas delgadas. Tenía cabellos anaranjados, caían desde sus dos coletas armadas a cada costado de su cabeza, por sus hombros hasta la cintura. De tez pálida y un par de pecas, tenía unos ojos color rosa intenso. Llegaba a temblar ante la presencia de aquella bestia con forma humana. Se sentía desmayar, pero intentaba aguantar con entereza para evitar hacerlo enojar aún más. La furia de aquel hombre era la condena de su vida.
—Un momento. Alto —mientras que el hombre furibundo tironeaba de Cindy, un segundo joven instalado en la mesa se puso de pie.
Era Dennis.
—¡Tú! —la furia desbocada de aquel hombre fue disparada con su mirada contra el chico—. ¿Quién te crees maldito imbécil? ¡Ella es mí mujer! —gritó embravecido.
Antes de que Dennis pudiera reaccionar, el hombre ya lo había agarrado del cuello de su camisa hasta prácticamente respirar encima de él. El chico se vio obligado a mirarlo a sus ojos brillantes e inyectados en sangre. Tenía miedo como nunca, pero como un gran acto de proeza intentaba no demostrarlo. Estaba dispuesto a enfrentar este desafío.
—¡Jeff! ¡Déjalo! —intentó intervenir la chica agarrándose de uno de los brazos de aquel hombre.
—¡Suéltame! ¡Maldita perra! —le gritó al momento que le dio un empujón con su brazo tirándola sobre unas sillas. Gracias a esto, las personas más cercanas a ellos se percataron de la situación.
Cuando el hombre se volteó a Dennis, el chico le tenía preparado un golpe. Lanzó un puñetazo directo a la nariz. Fue un golpe rápido, directo, fuerte y certero. Jeff lo soltó de inmediato mientras retrocedía encorvado y se tapaba la nariz. Al alejar sus manos, vio que tenía un rastro de sangre. Una hilera de sangre salía de su naríz con tabique torcido. El chico empuño sus manos y se colocó en posición de combate. Su contrincante le regaló una mirada cargada con un odio atronador.
—Con que eso quieres, ¿eh? —le dijo Jeff con una sonrisa hipócrita.
Cuando estaba por abalanzarse contra el chico, alguien lo empujó por el costado, tirándolo sobre unas sillas vacías ubicadas junto a la mesa de al lado.
—Él no está solo —advirtió el que lo acababa de tirar. Era Coop—. Si te metes con mi amigo, te metes conmigo —le advirtió en tono molesto.
Mientras poco a poco el hombre se reincorporaba, Cindy se fue corriendo junto a Dennis. El chico la recibió con un abrazo, y luego juntos enfrentaron al hombre con la mirada.
—Así que escondiéndote detrás de tus amigos, ¿no? —masculló adolorido poniéndose de pie—. ¡Maldito cobarde!
En ese instante fue Coop quien se le abalanzó encima con el puño cerrado directo a su cara. El hombre lo detuvo con su palma abierta con facilidad y luego sujetó el puño con fuerza. Aplicó tal fuerza contra su mano que el chico no pudo evitar gemir de dolor. Aprovechó su distracción para tomarlo del cuello con la otra mano y empezar a asfixiarlo.
Ambos retrocedieron hasta la barra, lugar donde acorraló a Coop. El chico luchaba por zafarse, con golpes y patadas, pero el hombre parecía estar hecho de hierro. Aprovechó la debilidad del chico e intentó golpear su cabeza contra la barra. En ese instante, Dennis tomó una botella de vidrio que había cerca y le dio un golpe al hombre en la nuca. Al parecer eso funcionó, puesto que de inmediato soltó a Coop. El chico cayó al suelo débil, mientras que el hombre cayó de rodillas aturdido. Dennis retrocedió un par de pasos ante el temor mientras aún conservaba su botella en la mano.
—Maldito infeliz —farfulló el hombre alzando su vista hacia el chico.
Se colocó de pie de un salto, y tomó un florero de una mesa contigua. Usándolo como arma, intentó darle en la cabeza de su contrincante desde el costado derecho. Con reflejos que ni él sabía que tenía Dennis lo esquivó agachándose. Al reincorporarse, el chico aprovechó de darle un golpe en la quijada con la botella, cosa que le resultó. Jeff retrocedió por el impulso, pero regresó con una mirada que parecía una bomba a punto de estallar.
—¡Vaya! No sabía que Dennis peleara tan bien —comentó Lorn mientras graba la escena con su teléfono celular.
—¡Sí! —comentó Harley observando la pelea—. Y que Coop fuera tan noob en eso de las peleas a puño limpio.
—El chico gato no sabe pelear —respondió Lorn.
—¡Tú lo quisiste! —amenazó Jeff con un fuerte grito desenfundando su pistola. El chico sudó frío al ver el cañón apuntando entre sus cejas.
—¡No! ¡Jeff! ¡No lo hagas! —Cindy se interpuso delante de Dennis con sus manos extendidas y una mirada decidida.
El hombre rió con cinismo mientras pasaba la bala.
—Con que quieres morir perra maldita —farfulló—. Quieres morir junto a tu amante, ¿no? Pues no te daré el maldito gusto. Tú eres mía ¡¿Me escuchaste?!
El hombre se acercó y sujetó de un brazo a la chica con su mano libre. Al momento de arrastrarla hacia su lado, Dennis intervino intentando separarlos. Comenzó un confuso forcejeo entre los tres que ni siquiera ellos podían entender. Una mezcla de empujones, tirones y arranques que probaba la fuerza y determinación de los involucrados. El momento quedó congelado al minuto de oírse tres balazos en el local.
Cindy Wilding era una profesora asistente e investigadora de la Universidad de Anasatero, al igual que Dennis. A diferencia de él, ella trabajaba en la facultad de letras y humanidades de la universidad, mientras él trabajaba en la facultad de ciencias e ingeniería. Fue allí en donde se conocieron y se hicieron amigos. Fue una amistad que se transformó en una relación secreta. No se requirió de mucho tiempo para percatarse que ella era maltratada por su esposo Jeff. Cada día llegaba con algún inexplicable moretón, estaba nerviosa, era tímida, no tenía amigos ni familia cercana. Sabía que tenía a sus padres viviendo en la ciudad, pero no quería hablar de ellos ante el temor de que Dennis les contara sobre su situación.
Es así como el chico decidió crear nuevos lazos de amistad con algo tan sencillo como presentarla a sus amigos. Además de ayudarla a salir del cascarón, serviría para zanjar su situación amorosa. Era un tema que atrajo de sobremanera a su familia y amigos luego de rechazar a Yin. ¿Quién rechazaría una relación con un bombón como ella? ¿Acaso era gay? ¿O solo no le gustan los conejos? La idea de un «amor secreto» llevó a todo el mundo a concluir que se trataba de Millie. Él no solía relacionarse con mujeres, siendo ella una de las poquísimas con quien hablaba. Fue una época incómoda para ambos, especialmente para ella, quien se molestó con él culpándolo de haber iniciado el rumor. Aquella tarde acabaría con cualquier clase de rumor y mentira. No se esperaba que precisamente Jeff fuera a interrumpirlos.
Afortunadamente las balas dieron contra el piso, pero sirvieron para terminar con el forcejeo y para alertar a todo el local. Hasta la música de fondo se detuvo, y todos los cerebros del lugar pensaban rápido en busca de salvar sus vidas. Jeff aprovechó el momento de pavor para apuntar su arma directo a la cabeza de Dennis y disparar.
Al minuto de apretar el gatillo no sintió nada. De pronto, su mano se encontraba húmeda. Un charco de agua cayó al suelo desde su mano sin explicación aparente. Además de la humedad y el resto del agua, no había rastros de su pistola. El asombro y el desconcierto se apoderaron del hombre, quien observó hacia todas direcciones en busca de su pistola.
—¡Hey! ¡Déjalos en paz!
La advertencia vino con voz femenina desde detrás suyo. En la mesa del rincón había un montón de animales antropomórficos disfrutando de la decena de botellas que habían pedido. Una coneja rosada se había volteado de su asiento, y lo observaba molesta con el ceño fruncido. Tenía uno de sus puños levantados con una esfera celeste claro rodeándolo.
Era Yin.
—¿Qué te metes tú maldita zorra? —le gritó aún nervioso por la extraña desaparición de su pistola.
—¡¿Cómo me llamaste?! —la coneja se colocó de pie con una mirada enfurecida.
El hombre dejó de hacerle caso y se concentró en la pareja que tenía frente a sí. Dennis se colocó delante de Cindy, cubriéndola parcialmente con su cuerpo. Sospechaba lo que se podía venir.
Yang salió del baño aún ajustándose sus pantalones cuando se encontró con el caos del local. Poco a poco se acercó a su mesa aún intacta mientras buscaba pistas con la mirada respecto de lo ocurrido.
—¿De qué me perdí? —le preguntó a Dave, el tronco con patas, por ser el primero con que se topó.
—Hubo una balacera —respondió atemorizado—. Todos corrieron.
—Yin le dio una paliza a ese sujeto —agregó Roger, el ogro, apuntando hacia un sector cercano a la barra—. ¡Debiste verla! Ese sujeto no tuvo oportunidad.
—¡Ja! —comentó Yang con sarcasmo—. Y dándoselas de pacifista.
El conejo se acercó lentamente a la escena, observando con cautela el paisaje. En el suelo se encontraba Jeff tirado y adolorido. No había ningún músculo sin contusión ni hueso sin fracturar. Yin hacía un trabajo efectivo y limpio cuando quería.
—Jeff, Jeff, Jeff —le dijo chasqueando los dientes—. ¿Ahora qué hiciste?
El hombre sólo pudo alzar la vista, topándose con el rostro extrañado del conejo.
—¿Acaso lo conoces? —Yin, quien se encontraba cerca del lugar, se acercó a su hermano.
—Es el hijo del señor Wilding —le contestó Yang sin dejar de mirarlo—, el que tiene una empresa de pesticidas. A veces iba con su padre a ayudar con las plagas en el campo de la familia de Lina.
—¡Sereno moreno! —interrumpí la charla—. ¿Entonces lo conocías?
Unos días después de los acontecimientos me reuní con Yang para conocer los detalles. Nos juntamos en un restaurante de comida rápida una tarde mientras caía el sol. Ambos estábamos instalados en una mesa con cubierta de vidrio, con un completo italiano y un vaso de bebida para cada uno.
Aunque al pato le mosquea que me reúna con los ciudadanos de la ciudad que dirige, esta vez me pidió derechamente que le pidiera una cita a Yang. ¿La razón? Le gusta el chismecito. Y la verdad yo acepté porque también me gusta el chismecito. Bueno, también me gusta él, pero existen más de sesenta razones por las cuales no puedo ni siquiera pensar en tener algo con Yang. Por ahora solo puedo decirles cuatro: estoy pololeando, las relaciones poliamorosas no son lo mío, en Anasatero los humanos hiperrealistas estamos prohibidos para ese tipo de relaciones (nos tienen asco o algo por el estilo), y el pato me mataría.
—Sip —confirmó Yang—. Conozco a casi todos los animales antropomórficos del sur. Su papá es un castor.
—¿En serio? —abrí la boca producto de la sorpresa.
—Jeff es un híbrido —aclaró el conejo—. Su familia vive en el barrio del este, en donde viven los híbridos. Es hijo de un castor y de una humana.
—Wow —balbuceé impresionada—. Es que hasta donde leí no han habido matrimonios entre humanos y animales antropomórficos desde lo del muro el 75.
—Matrimonios no ha habido —contestó Yang tras beber de su bebida—, pero la gente siempre se las ingenia para tener sexo interespecie.
—Una duda —continué—. ¿Es cierto que los híbridos siempre nacen humanos con los ojos brillantes?
—No —contestó con la boca llena—. Es cierto que nacen con los ojos brillantes, pero pueden salir literal de cualquier especie. Conozco a una familia en donde la madre es un dálmata, el padre es un rinoceronte y tuvieron una hija que es una garza.
—Podría haber sido una infidelidad —comenté antes de beber un sorbo de mi Coca Cola.
—Podría haber sido una infidelidad —aceptó el conejo.
—Además, según Mendel, el gen humano es dominante sobre el de otras especies…
—Mendel es un idiota —me interrumpió el conejo cruzándose de brazos—. Existen cientos de teorías modernas que explican mejor lo de la herencia interespecie —alegó.
—Adivinaré, ¿te lo dijo tu hermana? —le consulté antes de darle un mordisco a mi completo.
—Sí —admitió—. Tú sabes eso de que Yin quería estudiar medicina, pero no la dejaron entrar a la Universidad de Ansatero porque allí sólo admiten humanos. Oye, ¿cuándo va a arreglar eso el pato?
—La Universidad de Anasatero es privada. Solo sus dueños pueden decidir eso —respondí con pesar tras un suspiro.
La conversación murió durante unos segundos. La música ranchera amenizaba el ambiente que poco a poco se iba llenando de nuevos comensales.
—Entonces… ¿Los híbridos tienen los ojos brillantes? —comenté.
—Sí —respondió Yang—. Es por eso que también me fijé que la esposa de Jeff también es un híbrido.
—¿A sí? —pregunté interesada.
—Descubrí que su madre era humana y su padre era un hado —me informó.
—¿Y se quedó con Dennis? —volví a preguntar.
—Sí, pero ahora la tienen más difícil —comentó—. Dejaron libre a Jeff. El arma de fuego desapareció «misteriosamente» —agregó con comillas en el aire.
Ambos nos terminamos riendo de ese comentario hasta que la conversación nuevamente murió.
—Entonces… si tuvieras un hijo con alguna de tus novias, ¿tendría los ojos brillantes? —pregunté tratando de sonar casual.
En ese instante Yang estaba bebiendo de su Fanta y terminó por lanzarla por la nariz. ¡Fue tan gracioso! No pude evitar lanzar una risotada de aquellas que amenazaban con acabar el mundo.
—¡Oye! —alegó aún desconcertado—. No quiero tener hijos.
—¿A no? —cuestioné.
—No por ahora —respondió secándose la nariz y la boca con una servilleta.
—Y suponiendo que tuvieran hijos, ¿se irían a vivir al este? —volví a preguntar.
—Esto es algo que nunca entendí —respondió serio dejando la servilleta junto al vaso hecha una bola—. ¿Por qué los humanos tienen que vivir al norte, los animales antropomórficos al sur, los híbridos al este y los seres mágicos al oeste? ¿Por qué no se puede vivir en donde uno quiera?
—Eso es algo que el pato ha tratado de inculcar en la ciudad por años —comenté antes de darle un mordisco a mi completo.
—¿Y los humanos hiperrealistas dónde van? —continuó el conejo—. ¿En el centro?
—Soy la única humana hiperrealista de la ciudad.
—¿Por qué? —Yang arqueó una ceja.
—Por qué ¿Qué? —pregunté confundida.
—¿Te viniste de Chile por la guerra civil? —lanzó su pregunta.
Esta vez fue mi turno de atorarme con el completo. Terminé escupiendo un poco y tosiendo de forma tan escandalosa que creo que atraje la atención de todo el local.
—¿Cómo sabes que soy de Chile? —balbuceé apenas pude hablar.
—Tu acento —respondió con velocidad.
Ante mi desazón y silencio prosiguió.
—Hace un tiempo estudié chileno a distancia. Tienen un acento único que se te nota aunque intentes esconderlo.
—¿En serio? —pregunté incrédula.
—¡Sí po! —respondió intentando imitar el acento cantarín y rápido del chileno—. Si yo cacho como hablan po, lo máh' peluo' fue agarrarle el ritmo a la wea…
No pude aguantarlo más. No solo era chileno, ¡era chileno flaite! ¡Puta la wea bizarra! Me cagué de la risa. Simplemente tenía que soltarlo. Terminé llorando de la risa y golpeando la mesa. No sé cómo reaccionó él. No sé cómo reaccionó el resto. Solo sé que este tipo de weas son únicas en la vida.
Meditándolo más tarde, le salía bastante bien el acento, aunque se le notaba lo forzado. Pero, imaginas que venía precisamente de él, me hacía cuestionarme lo bizarro de este mundo.
