¿Tan pronto con el capítulo 2? ¡No pude evitarlo! He amado como no tienen idea continuarlo, los personajes de South Park son tan únicos, se me hace tan divertido imaginar las conversaciones que tendrían en un AU así.
Muchas gracias por los comentarios y el amor que le han dado, espero le guste la continuación y la manera como se devuelve la historia, porque me obsesiona escribirlo~
Gracias a Ren por siempre tener tiempo para mí, eres la mejor!
II
Los callejones se habían convertido en su único lugar seguro.
Ellos lo oían todo, pasos, vacilaciones e incluso pensamientos; Tweek estaba seguro, ellos sabían todo incluso donde se escondía. Se estremeció ante la idea, su cuerpo se estremecía sin parar. Thomas se lo había advertido, ellos no eran nada; débiles hijos de Satán que habían sido concebidos para servir, para morir. Por eso lucían tan patéticos, por eso sus dientes eran minúsculos en comparación con los de sus hermanos.
Sus cuerpos eran pequeños, músculos casi sin alguna fuerza; los huesos protruían como espinas. Las débiles alas apenas podían levantarlo del piso. Tweek conocía su lugar, lo conocía más que nadie; así que se volvía a preguntar ¿qué diablos estaba haciendo? Thomas era el único a quién podía llamar «amigo» y el único que daba una mierda por su bienestar.
Así que debió escucharlo cuando dijo que no debían entrar al palacio de Damien.
—Estúpido, estúpido, esta es una estúpida idea —se repetía entre susurros—, y soy un estúpido.
Todo había comenzado con una simple conversación.
—¡Claro que es cierto! —alegó el otro diablillo con cabello rojizo, las pecas en el puente de su nariz saltaban con las muecas que hacía—. Es el cetro de la discordia, está hecho del corazón de Gabriel, ¡es tan fuerte que puede matar desde arcángeles hasta principados! Satán se lo arrancó a Gabriel en la pelea de los condenados, ¡en la segunda venida!
—¡De ninguna manera! —Tweek no podía creerlo.
—¡Puedo jurarlo! —devolvió el otro diablillo—. Lo vi cuando entré al castillo de Damien, lo tiene en el sótano, al lado de todas las reliquias. ¡Es poderosísimo! Apuesto que Damien toma sus poderes de ahí.
—¡Agh! —Se retorció—. ¿Se-seguro?
—¡Sí! Ni siquiera tiene guardias, porque nadie sabe qué hay ahí. ¡Imagínalo! Ser tan fuerte como el hijo de Satán —soñó el otro.
—Dougie, ¿lo prometes?
—¡Tweek, joder! ¡No puedes creer esa mierda! —exclamó Thomas, quien había estado a algunos pies de distancia, pero lo suficientemente cerca para escuchar la idea bordeando a lo suicida.
—¿Pero p-por qué mentiría Dougie?
—¡No lo sé! —devolvió mayor inquietud—. ¡Porque es un hijo de puta!
—¡Hey! —el pequeño pelirrojo se atrevía a verse ofendido—. Es cierto, yo lo vi.
Y una cosa había llevado a la otra. Tweek admitía su complejo de inferioridad —bien justificado, claro—, había tomado una gran parte en su decisión. Odiaba sentirse tan débil, ser un insecto al lado de sus hermanos demonios. Los diablillos solo podían servir a los demás; era su única razón de vida.
Desde que Satán hizo el último levantamiento y Jesús se llevó a su pueblo, los demonios habían hecho su lugar en la tierra; y los humanos habían huido lo más lejos que podían a las afueras de las ciudades. Damien era el rey sobre la tierra; mientras que su padre gobernaba el inframundo.
Y los demonios cazaban humanos como deporte.
Claro que, no todos eran fáciles de atrapar, Tweek había escuchado algunas leyendas de humanos que se llamaban así mismos «pueblo de Dios» que todavía se atrevían a pelear, aun cuando los demonios les doblaban la fuerza y la maldad.
Tweek no se atrevía a alejarse del palacio o los alrededores de la ciudadela; él creía que estos humanos existían, y que seguramente si se topaba con uno, lograría matarlo; y era por esa razón que la idea de volverse más fuerte sonaba dulce en sus oídos. Él también quería salir con la bravuconería de sus hermanos.
En lugar de eso se encontraba como sirviente, al lado de su mejor amigo: Thomas, y de diablillos como Dougie.
—¡Eh! Fíjate por donde vas, pedazo de mierda —un demonio lo empujó al suelo sin dificultad; Tweek cayó sobre su cola y se alejó de inmediato, abrazando la pared como toda su vida.
Era una insignificante existencia.
¿Por qué era tan difícil bajar la cabeza y aceptar que no todos eran creados iguales? Que los del subsuelo están ahí porque alguien debe servir como escalón para otro; porque por esa razón hay un tope, porque alguien debe ser el pisoteado.
Una tan sola vez vio a Damien, el hijo del príncipe de la oscuridad tenía ojos tan carmesí como la sangre que goteaba de la luna. Tweek se estremecía aun al recordarlo, debía recordar que ni en sus sueños más salvajes podría compararse a él. La diferencia física era abismal, sí, pero también como se movía, como caminaba.
Damien era realeza y él un simple diablillo.
—¡Soy un estúpido! —gritaba entre susurros mientras tiritaba y avanzaba por el largo pasillo de adoquín.
Logró escabullirse entre los resquicios del palacio, y cuando guardias se asomaban por las esquinas, siempre podía caer sobre sus rodillas y fingir que limpiaba —aunque esos días, Damien solía preferir tener humanos como siervos—, nadie dudaba de cuál era el papel de Tweek ahí.
Siguió las direcciones de Dougie y encontró un par de puertas de maderas adornada con colmillos de animales incrustados en el marco. Una gigante barra de madera de roble la atravesaba, cerrándola.
Tweek apoyó su hombro derecho sobre la barra y voló del piso, con todas sus fuerzas la levantó; sus músculos se sentían calientes, a punto de contraerse.
Entonces ahí, con la puerta a medio abrir, tuvo una epifanía; ¿Qué diablos hacía? Debería dejarlo todo ahí, sin cruzar esa línea. ¿Qué haría con el cetro de la Discordia? ¿Destronar a Damien? ¿Convertirse en el hijo de Satán? La vida sería mucho más fácil viviendo la eternidad con su existencia. Maldito Dougie y sus ideas de grandeza, ¡él debería ser quien sacara esa arma! ¡Había sido su idea desde un principio!
Y luego escuchó unos pasos.
Oh, no.
Eso era malo, era realmente malo.
Si lo descubrían ahí comenzarían a cuestionarlo, ¿para qué demonios un pequeño diablillo querría entrar al cuarto de tesoros del príncipe Damien? ¿Quería robarse algo? ¿Qué le harían si creyeran que Tweek no conocía su lugar?
Los pasos se acercaban, y solo podía pensar en los humanos que capturaban y las torturas que los hacían pasar. Así que arrojó la enorme barra de madera al suelo, abrió una de las puertas y cerró con fuerza, atrapándose ahí dentro.
El golpe de la pesada barra de madera alertó a los demonios que se dirigían ahí; Tweek se congeló cuando escuchó pasos rápidos llegar frente a la puerta, la luz sobresalía en la silueta de la puerta. Dejó salir un grito ahogado al ver la sombra de dos figuras detrás; dentro de la habitación la negrura ahogaba las paredes.
—Alguien acaba de entrar aquí —le dijo al otro.
—¡Un intruso!
Tweek cubrió su boca para no gritar, Thomas había tenido razón.
Si salía por esa puerta, estaba muerto; de eso era lo único que estaba seguro, así que comenzó a buscar otra salida. Avanzó al fondo de la habitación, tal vez… si encontraba ese cetro podría salir victorioso. Era lo único que le quedaba, así que comenzó a avanzar dentro de la habitación.
Había muchas reliquias ahí dentro, hachas con sangre seca, páginas con esquinas arrancadas; Tweek apenas leyó la primera línea de un libro descuidadamente roto cuando la puerta se abrió de golpe: Por inercia tomó una hoja, si se reducía a eso, podía usarla como una ficha para intercambiar su vida.
Se escondió detrás de un cofre de gran tamaño, al menos ahí su estatura le venía de conveniencia.
—Ven, ven aquí —canturreó un demonio—, y prometo no dejarte tan desfigurado.
¡Él ni siquiera era un enemigo!
Golpeó su cabeza sobre el cofre, estaba perdido, perdido; ¿por qué había escuchado a Dougie?
'Piensa, piensa.' Se repetía, tal vez no era bueno para pruebas de muestras físicas, pero escabullirse siempre fue de su especialidad. El cetro fue olvidado, lo único que necesitaba era salir de ahí con vida, y sin ser capturado por los demonios.
Encontró unas cuantas piedrecillas al lado de sus pies, podría crear una distracción, pero solo contaría con una oportunidad. Trajo los escombros con su cola, apenas podía coordinar sus movimientos con el temblar de todo su cuerpo; los sollozos se escapaban de sus labios entreabiertos. ¿Cómo había llegado a esa situación tan rápido? Podía sentir la presencia del otro demonio a meros centímetros, se acercaba, podía olerlo.
Arrojó las piedrecillas, y al siguiente respiro voló con toda la velocidad que sus alas le permitían.
El sonido metálico llamó la atención del par de demonios lo suficiente para brindarle espacio en la puerta; pero no eran idiotas y cuando la sombra de Tweek salió de la habitación, ellos supieron que habían sido engañados.
Mientras, el pequeño diablillo rubio solo podía alejarse lo más que podía del palacio. No vio atrás; ni cuando escuchó un: «¡Eh! ¡Tú! Regresa aquí, intruso» Ni cuando escuchó alas tomar vuelo detrás de él. Sabían que eran más grandes, quizás el doble, eran más rápidos y fuertes; pero aun así no se daría por vencido.
En el aire fue empujado hacia un lado, su espalda colisionó contra una pared y su ala, se dobló en un ángulo contrario. Escuchó el crujir del hueso e hizo una mueca de dolor; se deslizó sobre la dura superficie hasta caer en el piso. Una pezuña apretó su garganta y Tweek levantó su mirada para ver al demonio que lo había estado persiguiendo.
—Pero ¿qué tenemos aquí? —se rio y llamó al otro—. Oye, Jasper, mira —se echó a reír—. ¡Todo este tiempo se trataba de este gusano!
—¡Ah! —gritó—, ¡por favor! Lo siento- lo siento, no era mi intención entrar ahí.
—Oye, basura, ¿qué hacías ahí adentro?
—¡Nada! Lo-lo juro —Tweek sintió su ojo derecho contraerse con un tic nervioso.
—Hmmm… —llegó el aludido «Jasper.»—. Sabes, no sé si creerle —se rio.
—¿Qué? —se exaltó el pequeño rubio—. ¡Pe-pero… no, no tomé nada! ¡Agh!
—Así es, este gusano diría lo que fuera para que lo dejáramos vivo.
Comenzó a acercase a él; Tweek, estremeciéndose del miedo, intentó adherirse más a la pared, deseando poder fundirse con ella. Alejarse lo más rápido posible de la mirada de esos horribles demonios.
—Sí, mira su ala rota —se rio—, yo creo que este gusano aprendería una o dos cosas con unas ¡lecciones! —terminó gritando, pateando el apéndice quebrado.
Tweek se retorció de dolor, llorando, intentado alejarse de él con futilidad.
—¿Sabes qué sería divertido? —preguntó uno de ambos—. Cortarle sus alas.
—¡No! ¡N-no por favor! —gritó, sintiendo sus ojos arder, las palabras sonaban demasiado pesadas, amenazaban con quedarse atoradas en su garganta—. Lo-lo siento, ¡de verdad! No quería robarle al rey Damien, ¡lo juro! —rogaba por su vida.
Si le cortaban las alas se convertiría en un tullido, ni siquiera podría ser utilizado para servir; sería un peso muerto, arrojado a las calles y no duraría vivo ni una semana.
—Oh, eso sería divertidísimo —señaló el otro, acercándose sus garras protruían amenazadoramente, brillando nauseabundamente con la luna.
—¡No! ¡No! —intentaba alejarse patéticamente, apelmazándose a la pared.
Detrás de los dos demonios, las criaturas infernales pasaban de largo sin ponerle atención; podía haber jurado ver la melena roja de Dougie viendo desde un callejón desde una manzana de distancia.
—Sostenlo —le ordenó Jasper al otro.
Sus pensamientos naturales, pertenecientes a una clase menor fueron rápidos en saltar: Sí se merecía esto, había olvidado su lugar por unos segundos, pero a un costo grave. Los diablillos existían para ser pisados, para ser ordenados y castigados. El castigo se adecuaba a la ofensa, y ahora se volvería menor que su clase.
Dolería, sí, pero era lo que se merecía.
Excepto que cuando tomaron su ala, su cuerpo se movió por sí solo, y cuando acordó, había hundido sus colmillos en el brazo de su hermano demonio.
El brazo se movió en su boca y estrelló su cabeza contra la pared, Tweek abrió sus fauces y lo dejó libre; quedándose por unos segundos ciego, debido al impacto.
—¡Ah! —el demonio dejó salir un alarido de dolor—. ¡Me mordió! ¡Ese mierdecilla me mordió!
Más grande que el daño, era el impacto de sus consecuencias, los demonios ni en un millón de vidas habrían creído que el pequeño diablillo se defendiera; y esos preciados segundos de desconcierto servirían para poder escapar. Tweek ya no lo pensó dos veces, y corrió sin dirección alguna, solo intentando poner espacio entre él y sus perseguidores.
Porque ahora sí estaba seguro de que lo matarían.
El rubio se arrastró, pasando debajo de ambas piernas del demonio quien se examinaba la herida sangrante. Tweek escupió la sangre del otro que tenía en la boca y comenzó a correr, tomando impulso para prender vuelo.
Un dolor electrificante sacudió todo su costado, su ala rota apenas podía moverse; sus pies levantándose algunas lastimeras pulgadas del piso. Mientras, tras él podía escuchar cómo el demonio profesaba maldiciones, amenazas que prometían a Tweek terminar rogando por su muerte como un dulce alivio.
Los callejones eran su hogar, siempre lo habían sido; los pequeños corredores eran su casa. Los demonios eran fuertes, pero vivían en comodidades; los diablillos como Tweek aprendieron los atajos y caminos sin salida.
Cuando había cruzado unas cuantas manzanas escuchó una voz familiar.
—¡Tweek! —volvieron a llamar, una ola de alivio cayó sobre sus hombros al reconocer la amigable faz de Thomas.
—¡Thomas! —suspiró, aunque los músculos en su boca estaban tan crispados de la tensión que no podían estirarse en una sonrisa—. ¡Agh! ¡Gracias a Satán! Thomas, me quieren matar.
—Lo escuché todo de Dougie y vine corriendo, ¡mierda! —agregó, comenzando a examinarlo hasta ver el ala rota.
—Los he mordido, me levanté contra ellos. —El otro diablillo abrió los ojos de la sorpresa—¡Me van a atrapar! —gritó, Thomas le urgió bajar el volumen de su voz—. ¡Vienen por mí, Thomas! ¡Nunca me dejarán hasta matarme!
—Lo sé, lo sé —su amigo rubio comenzó a morderse las garras—. Tweek tienes que huir, lo más lejos que puedas.
Escuchó algunos golpes a lo lejos, se acercaban más rápido de lo que había pensado.
—¡¿Dónde?! Ya no hay lugar para mí, no recordé mi lugar; ¡me despellejarán vivo, los oí!
—Tweek, ¡joder! —Thomas sacudió sus hombros—. Tweek tienes que huir de la ciudadela.
Sintió como la sangre dejó su rostro, sus pies parecían estar cementados en el piso. Suponía que debía correr, pero ¿tan lejos? ¿Fuera del hogar de sus hermanos?
—Al menos hasta que todo se calme —explicó su amigo—. Buscaré la manera de comunicarme contigo, te avisaré cuando puedas regresar.
—¡Date prisa! Está por aquí —escuchó los ecos de las voces de los demonios—. Puedo oler su sangre de gusano.
—¡Vete! —urgió Thomas—. Yo los distraeré.
—¿Por qué? —Tweek solo podía preguntárselo—. ¿Por qué haces esto?
—Eso es lo que harían los amigos, ¿no?
Sus ojos se tornaron vidriosos y de repente era muy difícil ver, nadie en todos sus años de existencia le había mostrado amabilidad; solo Thomas. Y ahora su amigo se quedaría atrás, con pesar en su pecho no pudo evitar abrazar al otro; por unos segundos el rubio le apretó de regreso, antes de empujarlo y salir del callejón.
—¡Eh! Mira ahí está —exclamó Jasper al verlo.
Tweek necesitaba apresurarse, intentando pensar que no podrían matar a Thomas, ¿verdad? No era ese diablillo al que buscaban matar.
—No, no es este —dijo el que Tweek había mordido—. Oye, pequeña basura, ¿dónde está tu amigo?
—Lo-lo-lo siento, señor —escuchó la voz temblorosa de Thomas—. No sé de quién me está hablando… na… nadie ha pasado por aquí.
—¡Ya veo! —exclamó el otro—. ¡Quiere que se lo saquemos a golpes!
Tweek arrugó su cara y comenzó a correr sin ver atrás, no podía gastar más los segundos que Thomas le había regalado. Pero su amigo estaría bien, el rubio lo sabía, se lo había prometido, ¿no? Él le avisaría cuando fuera seguro volver a su hogar.
Thomas estaría bien.
Corrió hasta salir de las calles más céntricas, el palacio era una estructura monstruosa, arquitectura gótica en todo su esplendor. Se asemejaba a las de las iglesias católicas, una oda y burla de ellas. A Damien le gustaba la grandeza como a su padre. La ciudadela eran corredores circulares, rodeando el castillo.
Aunque los demonios, salían cuando querían, a raptar, asesinar e incluso violar a los humanos por diversión y porque podían; Tweek nunca se había alejado tanto de la seguridad de la ciudadela.
Corrió por diez metros más, las casas en esa zona estaban abandonadas, antes habían habitado humanos, pero desde que Damien construyó su ciudad ahí, ellos fueron asesinados. La adrenalina había comenzado a bajar, y el dolor comenzó a hacerse notar más, el viento movía sus alas, el punzón llegaba hasta sus costillas. Tweek sentía que su corazón estaba por salirse, sus respiraciones forzadas era lo único que podía escuchar.
Se detuvo por unos segundos, apoyándose sobre una pared de ladrillos, intentando recuperar su aliento, las calles estaban oscuras, ni siquiera los animalejos se atrevían a pasar por ahí. Llegó hasta a un callejón, cajas y escombros desperdigados, Tweek se sentó sobre el suelo, ya no podía seguir.
Escuchó nuevamente pasos, y su sangre se congeló.
—Estoy seguro de que ese gusano está por aquí.
Un lloriqueó salió de sus labios y de inmediato se cubrió la boca con ambas manos, intentando que los sollozos no salieran. Pudo oler sangre sobre los demonios, y bien sabía que no le pertenecía a ninguno de ellos, era de Thomas.
Se estremeció del miedo.
Él moriría, ¿y por qué? Por un estúpido sueño de grandeza.
Los pasos llegaron hasta la boca del callejón.
—Puedo escucharte —canturreó con una enfermiza sonrisa.
Tweek se puso de pie y salió de su escondite, era difícil caminar, sus piernas temblaban; parecía que en cualquier momento cederían ante su peso. Encaró a sus perseguidores, ambos sonrieron, colmillos y picardía; prometiendo que le esperaba algo peor que la muerte.
Si su cuerpo se movió, por valentía o cobardía, Tweek no estaba seguro; ¿podría ser considerado valentía, darles la espalda a dos demonios y negarse a escuchar su instinto de obedecer? ¿O podría ser por cobardía, que el deseo de preservación de su vida era tan fuerte que podía no escuchar a su cuerpo rendirse?
Pero lo hizo, con un ala rota, se elevó del piso; el diablillo no sintió dolor, solo la desesperación moviendo hasta sus músculos.
Voló sobre la pared del callejón y siguió impulsándose por los aires, sobre casas abandonadas y destruidas, Tweek siguió escapando. Sabía que solo hacía más por enojar a los demonios, ahora la tortura sería peor; pero ignoró la alarma de emergencia en su cerebro.
Detrás de él sus perseguidores también habían emprendido vuelo; negándose a dejarlo escapar.
Avanzó con desesperación algunas manzanas, alejándose más de la ciudadela, pero después de unos metros, el impulso pasó y su ala rota se retorció, negando a moverse.
Antes de caer como peso muerto, intentó planear con la que le quedaba, perdiendo altitud y comenzando a caer en picada. Escuchó a uno de los demonios reírse, y Tweek miró hacia atrás con desesperación, pidiendo que el impacto en el suelo fuera lo necesario para abrir su cabeza y morir de inmediato.
En lugar de eso colisionó contra una superficie blanda y móvil, que cedió ante su cuerpo y amortiguó su caída.
Vio solamente una mancha borrosa negra antes de ser empujado y pateado hacia un lado.
Antes que pudiera decir algo, se congeló al ver el cañón de un arma humana apuntando sobre su cabeza, y quien la empuñaba: un humano vestido de negro… no, no solamente de negro, vestía la indumentaria de un padre, los religiosos que habían comenzado a cazarlos: los llamados «pueblo de Dios».
Tweek se petrificó, aunque su cuerpo se movía entre pequeños espasmos llenos de temor; estaba seguro de que su destino habría sido mejor en las manos de los demonios que lo perseguían.
¿En qué se había metido?
¿Qué le deparará a nuestro diablillo?Lo sé, lo sé, no ha avanzado la trama lol lo siento, pero necesitaba sacar las cosas del POV de Tweek, OTL Prometo el siguiente capítulo muuuuuy pronto *wink* *wink*Sus comentarios del fic me llenan de felicidad, gracias por tomarse el tiempo de dejarlos ❤
Nos leemos luego~
