¡Nueva semana, nuevo capítulo!

¡Espero que lo disfruten, finalmente vemos apareciendo nuevos personajes! Eso me emociona, y claro no podía faltar el cumpleañero de esta semana: ¡Stan! aaaah es que lo amo tanto~

Creo que a partir de aquí los capítulos se tornarán un poco más largos ;-;, aun así espero tener el siguiente dentro de poco!

En fin.

¡Gracias, Ren por ayudarme a editar el capítulo!


III

—No te muevas, demonio —amenazó Craig, amartillando su revólver.

Al escuchar el arma crujir, el diablillo se estremeció, dando un salto y dejando salir un pequeño grito.

Dos sombras cayendo desde el cielo llamaron su atención. Craig resopló con molestia, dos demonios habían venido al auxilio del más débil. Mientras, él solo quería regresar a su maldita casa, comer una fría y apresurada cena, dar las gracias a Dios y meterse en su cama. Pero ahora, parecía una fiesta del infierno, ¿a cuántos más debía matar en el día? ¿Por qué este tipo de cosas no le pasaban a Cartman? El retorcido tipo amaba matar a estas criaturas.

—Espera, padre —comenzó a caminar uno de los dos, Craig le apuntó, congelándole en el lugar—. Vienes de dar tu misa, tienes pinta de estar cansado.

Correcto en lo segundo, equivocado en lo primero.

—Te ofrezco un trato —siguió, manos frente a él—. Date la vuelta y vete siguiendo el camino que llevabas.

Craig resopló con mofa antes de poder parar, pero en su defensa, eso sonaba como lo más estúpido que había escuchado en toda su vida; y había escuchado muchos sermones de Eric Cartman.

—Escucha pedazo de mierda, si crees que te la dejaré tan fácil como para darte mi espalda y dejar que me mates; te tengo noticias: los humanos somos más inteligentes que eso, por eso se nos hace tan fácil matarlos —mintió, era bastante molesto matar demonios.

—Palabra de demonio —prometió, perfilando una sonrisa de dientes como alfileres.

Cómo respuesta disparó al piso, cerca de las patas de uno de ellos; ambos se sobresaltaron y el diablillo gritó de la sorpresa y terror.

—Te diré por dónde me paso tu palabra —comentó, no sin antes levantar el dedo medio que no sostenía el revólver.

Sabía que estaba rodeado, no había manera que él saliera vivo de ahí, eran tres; y el solo tenía dos ojos y un arma. Podía tener a ambos demonios a raya, pero el diablillo podría atacarlo en cualquier momento.

—Vámonos —dijo uno de los demonios—, que el padre se encargue de ese gusano.

—¡No, Jasper! —respondió el otro—. ¡Yo quiero masticar a ese mierdecilla! ¡Tengo que matarlo!

Así que no estaban tratando de proteger al diablillo, lo perseguían.

Eso movía la balanza a su favor, porque siempre el odio y la venganza pesaban más que el sentido de proteger, sobre los demonios. Era una extraña situación, ¿por qué perseguirían a su clase? Sus ojos danzaban de un demonio a otro, detectando esbozos de cualquier movimiento; deseaba tener una especie de apoyo, incluso un segundo revólver.

El primero en moverse sin previo aviso fue el diablillo rubio que le había caído encima antes, comenzó a arrastrarse patéticamente; quebrando la aterida escena.

Uno de los demonios se movió por instinto volando hacia él, los sentidos del joven padre se dispararon, su dedo se movió sobre el gatillo sin pensarlo. Le alcanzó a dar en una pierna, lo que hizo al segundo demonio abalanzarse sobre él, tirándolo a suelo. Craig se golpeó la cabeza contra el pavimento y el arma en su mano se deslizó, cayendo lejos.

Llevó ambos brazos a su rostro cubriéndolo de las fauces del demonio, la saliva comenzó a caer sobre su rostro; los dientes golpeaban, tintineando en su oído, podía ver como su mandíbula se cerraba con fuerza capaz de romper un tronco.

Garras se hundieron en su brazo y Craig comenzó a sentir como se entumecía, ni siquiera sabía dónde más tenía heridas, pero todo su cuerpo comenzaba a arder. Mientras, el demonio le rasgaba ambos brazos, llevó una mano adentro de su cuello clerical, sacando su última esperanza.

El engendro gritó cuando enterró el cuchillo en su cuello.

Los movimientos del hijo infernal se volvieron erráticos de inmediato y Craig lo utilizó para hundirlo otra vez. Lo volvió a hacer, hasta asegurarse de convertir su garganta en un colador. La sangre comenzó a llenarlo, quemaba como la cera líquida y traslucida de las velas del sagrario; entre ofensas y maldiciones se quitó al demonio de encima.

Se puso de pie y arrojó la daga al demonio que había disparado antes.

No tenía la puntería de Stan y en sus mejores días, ni siquiera le llegaba a las rodillas al azabache, aun cuando el otro estuviera fuera de sí; pero Craig no era un papanatas cuando se trataba de empuñar armas, el cuchillo se introdujo en el hombro del otro engendro. Asumiendo que fuera un humano, la hoja debió haber atravesado el plexo braquial, una red de nervios que movían desde el hombro hasta el brazo.

El demonio chillo, perfilando sus labios, dejando olvidada a su presa más débil. Craig corrió hacia el revólver, arrojándose al piso para apuntar la pistola al siguiente segundo.

Disparó, dando en el otro brazo.

Dimensionando la situación en la que se encontraba, el engendro comenzó a retroceder, guardando sus heridas; la daga seguía enterrada en su hombro.

—Te voy a matar, sacerdote —prometió, mirando el cuerpo destazado de su compañero comenzar a despedir vapor, comenzando a retroceder; al siguiente segundo tomó vuelo, desapareciendo del lugar.

Sentía su cuerpo pesar toneladas, todo dolía, nuevas heridas comenzando a llenar su ropa de sangre. Listo para arrojarse al suelo por unos minutos, Craig fue interrumpido por un susurro de escombros y basura. La imagen del diablillo rubio lo trajo de nuevo al presente, dándole un último impulso de fuerza y adrenalina.

La melena rubia desapareció, pero el joven padre alcanzó a notar la punta de una cola escarlata serpenteando bajo más escombros. Craig la atrapó y arrojó todo su peso hacia atrás, apoyándose sobre sus talones y usando toda su fuerza para no dejar al diablillo escapar. El pequeño engendro le pareció menos pesado que antes; logró halarlo hacia él.

Amartilló el revólver cuando este colisionó contra su sien.

El diablillo se sobresaltó, gateando hacia atrás, lo más lejos que podía de él; el padre Tucker volvió a disparar al lado, segunda advertencia. El otro se congeló, mirándole con crudo terror, parecía que vomitaría en cualquier momento; Craig cerró un ojo, apuntándole a la cabeza.

—¡Espera! —gritó—. ¡Espera, espera! ¡No me mates!

Realmente no tenía energías para dialogar con un hijo de Satán.

—¡Y-yo tengo información importante!

—¿Qué? ¿Qué los demonios matan humanos? —devolvió con sarcasmo—. Gracias por tu aportación valiosa, ahora; salúdame a tu jefe allá abajo.

—¡No! ¡No! ¡Por favor! Y-yo vi algo, en el palacio de Damien, ¡por favor no me mates!

Craig quitó su dedo del gatillo, ¿era esa la razón por la que le perseguían? Tal vez, el diablillo se había metido donde no debía.

—Tienes una oportunidad, sorpréndeme.

—¡Son unas páginas! —alegó—. Páginas del libro de Apocalipsis, fueron arrancadas de la santa biblia… ¡por Satán!

—De acuerdo —lo pensó por unos segundos—… Ahora que me diste la información, no tengo razón porque mantenerte con vida.

—¡Yo sé dónde se encuentran! —gritó, antes que el padre pudiera apuntarle otra vez—. Dentro del palacio de Damien, ¡rrrr! ¡Si tú o cualquier grupo de humanos de pacotilla entraran serían aniquilados en segundos! Puedo… puedo guiarte ahí dentro, ¡agh! Si me matas nunca lo sabrás.

¿Existían tales páginas? Craig nunca había escuchado de ellas, pero, de todas maneras, la iglesia católica nunca se caracterizó por ser transparente. No era como si todos los padres supieran los secretos del Vaticano, pero él sabía exactamente quién podría saber si lo que decía el diablillo era cierto o no.

De momento no podía darse el lujo de matar al rubio, no cuando había una pequeña posibilidad que estuviera diciendo la verdad.

Resopló, que cansado había resultado todo ese día.

Desabrochó su cinturón con una mano —mientras que la otra mantenía el cañón sobre el rubio—, acercó el pedazo de cuero y recitó una oración en latín, bendiciéndola en el nombre de Dios, reforzándola con cánticos. Tomó ambas manos del diablillo y las juntó, atándolas, aun decidiendo si lo que estaba por cometer era quizás el peor error de toda su vida.

Quizás fue el cansancio, quizás lo perdido que, en el fondo, se sentía. En su mente aun seguía fresco el hecho que los demonios podían entrar en las iglesias, irrumpir o escuchar sus sermones; podía sentirlo, en lo más profundo de sus huesos, esas criaturas se estaban preparando. Aun no sabía para qué, pero algo grande estaba por suceder y ellos necesitaban cualquier ventaja que pudieran conseguir.

Ató al diablillo, era cuero, pero la bendición impuesta se encargaría de hacer el artículo cualquiera en una cadena, al menos, capaz de contener a un ser tan débil como él.

Lo puso en pie en un segundo, halándolo hacia arriba; erguido, era meramente centímetros más bajo que Craig, enrollado en el piso, le había parecido más pequeño. Le obligó a caminar frente a él, apelmazando su revólver en su espalda, un dulce recordatorio que, si hacía el más mínimo movimiento equivocado, derramaría su cerebro por todo el piso.

Comenzaron a caminar en medio de la noche, tan negra como alquitrán; el diablillo no decía ni una palabra, solo se estremecía, pequeños tics y gemidos escapándose. Craig miró su espalda.

—Tienes un ala rota —señaló lo evidente.

—¡Agh! S-sí.

—Se ve muy fea.

El rubio se encogió de hombros.

Todavía se decidía qué haría con toda la información de ese día. Jimmy seguía siendo su apuesta más segura, siempre fue el más listo de todos ellos; definitivamente tendría que ir con él al siguiente día. Aún estaba ideando dónde diablos metería a un demonio de más de un metro y medio.

—¿A-adónde me llevas? —cuestionó con temor—. ¿Me vas a matar? ¿S-solo estás consiguiendo dónde cavar mi tumba?

—No, demonio, no te mataré aún.

—¡Agh! —gritó, tiritando.

Cuando finalmente llegaron a su hogar, detrás de la iglesia, se decidió; lo había estado pensando todo el camino, pero no había encontrado una manera diferente. Sacó su rosario, lo posó sobre sus labios y derramó más bendiciones en latín.

—Esto te quemará un poco —advirtió, antes de pasarla sobre la cabeza del diablillo.

Sujetó el artefacto y lo colocó en la boca del rubio; como si fuera una mordaza, impidiéndole que hablara. La piel comenzó a sisear con el contacto de los granos de madera. El diablillo comenzó a moverse, sollozando, Craig le advirtió que guardara silencio, moviendo el cañón sobre la parte trasera de su cabeza.

Tenía que atravesar el corredor principal de su hogar y bien sabía que su «roommate» estaría peligrosamente cerca.

Abrió la puerta y forzó al diablillo a entrar primero.

—¡Agh! —se quejó.

—¡Shh!

—¿Craig? —vino la voz de su compañero de vivienda, tal y como el joven padre lo había supuesto, se encontraba en el salón de estar—. ¿Eres tú?

—Sí, Stan —se aseguró de contestarle, porque sabía que si no lo hacía levantaría sospechas; empujó la pistola, hundiéndola en los cabellos de oro del diablillo, retándolo a decir una palabra—. Soy yo.

—¿Qué tal la misa? —preguntó, aunque sabía que era más para rellenar el silencio, que por genuino interés—. ¿Alguna novedad?

'Muchas.' Pensó mirando al demonio en su casa.

—Nah —decidió responder—. Butters se equivocó en la letra de la alabanza lo que causó que todo el coro se descoordinara, ya sabes, lo de siempre.

Escuchó la risa entre dientes del azabache, mientras, avanzaba por el pasillo hasta la puerta que dirigía al patio trasero.

Sostuvo su aliento cuando llegó frente al salón de estar, que solamente se trataba de unos sillones viejos mirando en dirección de una televisión aún más antigua. Reconoció el sofá en el que Stanley Marsh se sentaba todos los días, tenía un respaldo alto, lo que no dejaba ver al otro chico, pero Craig sabía que estaba ahí, porque al lado descansaba su confiable mesa de noche y sobre ella una botella de whisky con su contenido reducido a la mitad y los dedos de Stan acariciando la boca.

—A tu salud —dijo Craig, en parte con sorna, en parte como una despedida.

Solo vio como Stan levantó la botella en su dirección sin mirarlo y la llevó a sus labios después.

Abrió la puerta que daba al patio trasero de golpe, empujó al diablillo con fuerza; el chico lábil cayó hincado sobre el césped moribundo y Craig se apresuró a cerrar. Para su suerte —la única que tendría en mucho tiempo estaba seguro—, tenían una vieja bodega en la que guardaban cachivaches arruinados, armas oxidadas o artículos inservibles de la iglesia.

Era el lugar perfecto para su mascota clandestina, Stan pasaba todos sus días tan intoxicado que Jesús podría aparecerse frente a él, bailar el hula y ofrecerle llevárselo al paraíso y él preferiría quedarse con su verdadero amor: Jack Daniel's.

—Te quedarás aquí —informó, rezando para sus adentros que esa decisión no terminara con él o Stan muertos en sus camas, con un corte irregular a lo largo de su cuello, empujó la vieja puerta rechinante de una patada y llevó al diablillo ahí—. Espera, no te muevas.

Quitó la mordaza improvisada, aunque dejó las ataduras en sus muñecas. Craig esperaba que las heridas del diablillo —más la reciente quemadura en su boca—, fueran lo suficiente para debilitarlo y evitaran cualquier intento de escape; al menos por los minutos en la que el saldría.

Regresó a la casa por los artefactos que necesitaría; para entonces su compañero de vivienda estaba mirando la televisión sin mirarla; sin prestarle la más mínima atención, en el mismo sofá mientras sostenía la botella entre sus brazos. Eso facilitaría su trabajo. Llegó a la habitación y tomó las cadenas que buscaba.

Agradecía por primera vez los retorcidos —y bordeando a lo sexuales— castigos que el padre Maxi imponía a los arrepentidos. Iban desde autoflagelación, hasta ayunos de semanas completas. Encontró los collares atados a cadenas y se apresuró a la bodega, blandiendo su revólver solo para encontrar al diablillo en la misma posición en la que lo había dejado.

Clavó las cadenas en la pared, estaba consciente que el rubio podría arrancarlas con facilidad; ya que, si bien los diablillos eran el eslabón más bajo de la cadena de mando de los demonios, aun así, tenían más fuerza que un humano normal. Lo único que tenía como ventaja era la bendición de Dios, el agua bendita no era eterna y si no tenía cuidado, él engendro rompería las cadenas.

Craig bendijo las ataduras y también el marco de la puerta, de esa manera una pared invisible se alzaría, impidiéndole salir. El conjuro era débil, Craig no era un fraile, un obispo o mucho menos un cardenal; su bendición no ataría a un demonio, pero el rubio era menos que eso. Así que eso debería bastar.

Cerró el candado del collar en el cuello del diablillo, la correa de cadena le permitía moverse menos de un metro; el joven padre notó que en ningún momento dejó de tiritar. No dijo más, solo lloriqueaba de vez en cuando, Craig no le dio la espalda ni cuando atravesó la puerta.

Estaba seguro de que no pegaría un ojo en toda la noche.

Cuando entró nuevamente a la casa se sorprendió al ver la hora, tres horas después de la media noche, cuando los demonios salían a jugar. El joven padre solo tenía energías para subir las escaleras y arrojarse a su cama. Las heridas abiertas, ¿a quién le importaban? Las dejaría cerrar por sí solas, una o dos cicatrices más no harían diferencia alguna.

Escuchó una rítmica y plácida respiración; y al seguir el sonido descubrió a Stan inconsciente, en la misma posición que había adoptado por última vez. Abrazándose a la botella como si de ella dependiera su vida; y Craig, era más blando de lo que se daba crédito, así que, ignorando su cansancio, extendió un edredón sobre el otro padre.

Regresó a su habitación y tal como lo predijo, el sueño lo evadió.

Contó ovejas, rezó algunas veces, recitó los pasajes de la biblia que eran sus favoritos, pero no importó cuantas vueltas diera en la cama, el alba lo recibió despierto.

En el día, el amanecer no era tan malo.

El crepúsculo desaparecía por completo, el sol brillaba como cuando el mundo no se había acabado; incluso, algunas veces, podía escuchar el cantar de aves. Ni siquiera notó que no había cenado el día anterior hasta que su estómago rugió.

Aunque admitía que debía darse una ducha primero, en el baño se examinó las heridas en el espejo: sus brazos habían recibido la mayor parte de los daños, pero nada incapacitante. Al salir, Craig recogió el chullo que había descartado el día anterior —es decir, en la madrugada—, e hizo un pseudo intento de peinar sus cabellos negros, acto seguido, devolvió el gorro a su lugar.

Abrió el segundo huevo sobre el candente sartén y en lo único que podía pensar era en las palabras del diablillo. ¿Podía ser cierto? Páginas arrancadas del libro de apocalipsis, donde se daba lugar la batalla final por la tierra y el cielo. Ellas eran la clave para dar pelea, de lo contrario, los demonios y su rey tenían la ventaja, incluso peor, los humanos perderían la guerra entera.

Pero de nuevo, la otra parte de su mente le repetía que no podía confiar en una criatura del infierno; el diablillo diría lo que fuera para salvar su pellejo; no existían tales páginas y sólo se estaba burlando de él; así que cuando Craig descubriera que había sido engañado, él sería el primero en poner una bala en medio de esos enormes ojos.

Escuchó el crujido de la mesa de madera, giró para ver el agrio rostro de Stan; podía ser que Craig luchó con cuatro demonios el día anterior, pero de alguna manera, el otro pelinegro lucía igual de miserable que él.

—Gracias por esto —dijo con voz ronca y seca, señalando el cobertor—. Me quedé dormido sin darme cuenta.

'Como todas las noches.' Pensó.

—No lo menciones —devolvió—. ¿Quieres? —ofreció los huevos revueltos—. La señora Blanco nos regaló leche recién ordeñada ayer.

Vivían de lo que podían, y eso consistía en productos locales, cosechado o crecido en una granja. La importación estaba muerta y las grandes fábricas de comida hacía años que cerraron. Cuando los demonios no mataban ganado por diversión, ellos vivían de eso.

—Estoy bien —Stan hizo una mueca—, si algo toca mi boca vomitaré.

Craig levantó un vaso de leche, brindando por eso; estaba seguro de que lo único que el estómago de su amigo podía soportar debía tener al menos un porcentaje de alcohol de veinte.

—¿Irás a la iglesia hoy? —quiso saber Craig—. Es tu turno de dar la misa.

Y era verdad, pero por otra parte quería la casa vacía, de esa manera podría traer a Jimmy sin levantar sospechas del otro padre.

—No lo creo —devolvió Stan—. Me siento indispuesto.

—¿Cuánto tiempo más lo estarás?

Había pasado medio año desde que el pelinegro había comenzado a caer en picada, Craig no decía nada, no era su deber.

—No lo sé, ¿de acuerdo? Porque no le dices al padre Randy.

—Stan, sabes bien que Randy dejó de ser padre hace mucho.

—No me lo recuerdes —como un hombre hambriento buscando por maná, las manos de Stan se dirigieron al gabinete donde descansaba una botella sin abrir de whisky.

—Eres tú o el padre Maxi —sentenció, ayer había sido su turno y el padre Maxi era un raro, tenía manos tan curiosas que incomodaban, en especial a los chicos jóvenes del coro—. Clyde ha salido por toda la semana.

Stan miró con añoranza la botella; Craig supuso que su preocupación estaba bien fundamentada. Por una parte, le daría a su amigo otra misión que no fuera ahogarse entre cascadas de alcohol y por otra, eso le daría tiempo de investigar la pista que el diablillo le había dado.

—Cuando termines podrás acabarte la botella —prometió.

Eso le dio una razón para llegar al final del día; Craig tomó la botella de las manos de Stan —con más fuerza de la necesaria porque el otro la sostenía con un agarre de hierro— y la devolvió a la alacena. Sin embargo, sabía que el otro azabache tenía múltiples botellas pequeñas de tamaño de minibar escondidas por todo el lugar, incluyendo en el salón de descanso en la iglesia.

Así que las probabilidades de Stan impartiendo la liturgia, sobrio, eran inexistentes.

Sirvió el desayuno caliente en el plato y se aseguró de dejar la mitad para el otro pelinegro; sería una verdadera vergüenza si el padre se desmayara a media misa. A Craig la comida no le sabía a nada, pero sentía sus músculos tomar fuerza de los alimentos y ese era su principal objetivo y tampoco era como si fuera un chef michelin de cuatro estrellas, si los huevos revueltos no tenían tantos fragmentos vidriosos de cáscara para ser considerados incomibles, lo consideraba un éxito.

A traves de la ventana, sus ojos fueron magnetizados por el viejo cobertizo; Craig pensaba en el diablillo, sintiendo su estómago comenzar a retorcerse. ¿Se habría soltado de sus ataduras? ¿Seguiría ahí, acurrucado en el piso, llorando? ¿Los demonios siquiera lloraban? El secreto carcomía su cabeza, necesitaba entrar ahí y asegurarse que él siguiera atado; de lo contrario, si alguien se daba cuenta la situación se prestaría a malentendidos.

—Tengo que saber tu secreto —escuchó.

—¿Eh? —se sobresaltó de inmediato, Stan estaba a su lado, cabellos apelmazados y mojados y una toalla sobre sus hombros; vestía una camisa perfectamente planchada y en su collar el cuello clerical—. ¿Qué dijiste?

—Tú secreto —repitió—, necesito saber cómo no dejas quemar los huevos en el sartén, es imposible para mí.

Fue bañado por el cálido alivio, ni siquiera había notado que estaba aguantando la respiración.

—No hay secreto —devolvió—, tú solamente estás ebrio.

—Me atrapaste ahí —se rio Stan, su aliento le indicaba a Craig que el otro pelinegro ya había desayunado un whisky seco—. Date prisa y vístete, no hagamos a la iglesia esperar.

En lugar de quejarse de cómo él había sido quien los había atrasado por su irresponsabilidad; Craig decidió guardar sus molestias y caminar sin decir nada. Era más extenuante seguir un pleito aun si eso significara darle la razón —sin fundamento alguno— a la otra persona. Decidió levantar su dedo medio en un gesto obsceno y seguir; esto le ganó otra risilla de Stan.

Antes de salir por la puerta, le dio una última mirada al ominoso cobertizo y el contenido que guardaba.


—¡Stan! Dios me bendice con la oportunidad de ver tu rostro en la casa del santísimo otra vez —saludó efusivamente Randy cuando vio a su hijo entrar por la puerta principal; parecía haber estado preparando las copas benditas para la liturgia de la mañana.

Dejó los objetos sagrados olvidados y corrió —trastabillando solo un par de veces— hacia el otro joven sacerdote. Los tacos de sus zapatos hacían un eco rítmico por las elegantes galerías de la iglesia. Los hombros de su amigo cayeron de inmediato, repudiando con cada fragmento de su cuerpo lo que estaba a punto de pasar.

Randy abrazó a su hijo, levantándolo del piso unos cuantos centímetros.

Stan contó tres segundos, luego comenzó a alejarse de su progenitor.

—Mira que apuesto te ves —felicitó al ver el atuendo de su hijo, seguido de un suspiro lleno de nostalgia—. Recuerdo como me quedaba a mí el uniforme en ese tiempo —comenzó a rememorar—. Los pantalones hacían resaltar mi trasero.

—Ugh… —murmuró Stan alejándose más, haciendo una mueca agria, Craig la conocía muy bien deletreaba con mayúsculas: «Necesito un trago».

—Así como lo hacen con el tuyo —señaló, girando a su hijo ciento ochenta grados.

Craig solo levantó una ceja.

—Ya, Randy —paró Stan—. Si lo amabas tanto debiste pensarlo antes de meter tu pene en donde no pertenecía.

—Tú madre era una verdadera hermosura —razonó—. Además, gracias a eso existes tú —sonrió—, no hay mal que por bien no venga.

—Sí, bueno, yo no pedí nacer —el pelinegro se mordió la lengua—. Si tanto extrañas esto, porque no te unes a la orden otra vez; en lugar de… de… vestir eso…

—¿Qué tiene de malo mi hábito? —preguntó lleno de preocupación e inseguridad, comenzando a examinar la larga túnica negra de monja que vestía, y el corte que había muy cerca de su muslo, dejando ver el liguero y las «fishnets» que decoraban sus piernas; y para acabarlo todo, botas de cuero con un tacón de doce centímetros.

—Primero: es para monjas, segundo: ¡es ridículamente sugerente!

—Soy una monja —respondió inexpresivo.

—¿Eres un hombre? —preguntó Stan, volviendo a la misma perorata que los Marsh tenían cualquier otra semana.

—Sí.

—¿Por qué eres una monja?

—¡La orden episcopal no me deja unirme como padre otra vez después de haber estado con una mujer!

—¿Y por haber tenido dos hijos con ella?

—¡Y por haber tenido dos hijos con ella! —dijo con sus profundas cejas negras fruncidas con molestia—. Pero no dijeron nada acerca de unirme como monja.

—Lo que quieras… pero ¿por qué no puedes usar un hábito normal?

—Me gusta como se ven mis piernas con las medias de red.

—Es demasiado temprano y estoy demasiado sobrio para esta mierda —cortó Stan, dejando a su padre en el pasillo en medio de las butacas.

Randy miró a Craig, pidiéndole razonar con su hijo, pero el del chullo azul solo se encogió de brazos, meterse en una disputa familiar tan estrafalaria sería llamar más problemas de los que necesitaba. En lugar de hacerlo dejó al hombre mayor de bigote, prefiriendo revisar el sitio del crimen del día anterior.

Se encontró a Butters en el camino, detrás de él ya habían comenzado las construcciones en el confesionario; que más consistían en retazos de tablas clavados, tenía un aspecto burdo, pero el carpintero que trabajaba en él: Barbrady, era bastante talentoso.

—¿Le has dicho a alguien lo que pasó ayer? —Quiso saber Craig.

Leopold movió su cabeza de lado a lado, negando ávidamente, la campana que llevaba atada a su cintura tintineando al ritmo.

—No, padre Tucker —le aseguró.

—Craig.

—Sí —recordó, sonriendo—. No, Craig —se detuvo en seco a pensarlo un par de segundos—. Aunque realmente nadie me ha cuestionado.

Eso era South Park, todos estaban tan ocupados en su propia salvación que nadie daba una o dos mierdas por alguien más.

El joven padre comenzó a rodear los escombros y virutas de madera; examinó la sombra negra que había dejado la sangre de la criatura que había intentado matarlo. Nada fuera de lo ordinario, ningún indicio de alguna pista que le hiciera saber cómo había llegado ahí adentro. Si el demonio había muerto con su bala bañada en agua bendita, ¿por qué no se había quemado al poner un pie dentro de la iglesia?

¿El diablillo podría tener la respuesta para eso también?

—S-sabía que te encontraría por aquí —saludó y Craig de inmediato reconoció la voz de Jimmy.

—Y yo no tenía idea que vendrías —regresó—. ¿Qué? ¿No pudiste dormir después de mi visita ayer?

—Dormí como un bebé —respondió—. Pero quería verlo por mí mismo.

—¿Y? ¿Has llegado a una conclusión?

—Ninguna —aceptó, quizás demasiado alegre para alguien quien había colisionado con una enorme pared de ladrillo.

—Yo creo que puedo ayudar con eso —dejó caer.

—¿A qué te… te… te refieres?

—Ven aquí.

Dirigió al fraile de muletas hasta el despacho donde los padres descansaban o estudiaban más de las lecciones. La información que pediría sin dudarlo sonaba altamente confidencial. Reconoció, fuera del despacho, a Stan bamboleándose un poco de lado a lado, claramente más intoxicado que antes mientras hablaba con Butters acerca de la misa de la mañana. «En alguna parte del mundo son las cinco de la tarde», pensó.

—Craig, esto se ve muy sospechoso; pero estoy sumamente intrigado, ¿qué sabes?

—Jimmy, necesito saber si el libro de Revelaciones está completo.

—¿Qué? —El fraile parecía tomado por sorpresa.

—Porque creo que todo lo que sabemos o nos hicieron creer es una mentira.


¡Chan chan chaaaan!

Nos vamos entrando más a la historia cada vez, espero que les guste tanto como a mi me encanta escribirla~

Amé escribir a Randy como monja es que... es tan... tan... Randy...

Gracias, Phone Destroyer por bendecirnos con imágenes canon como esa~

¿Qué les pareció? Amo leer sus comentarios, me llenan de alegría y me inspiran a mejorar cada vez.

Nos leemos luego~