¡Hola! No sé cuanto más podré mantener este ritmo, pero ¡ey! aprovecharé cada tiempo libre, para escribir; amo AMO escribir esta historia demasiado.
Espero que les guste el capítulo de ahora.
¡Feliz Halloween, pecadores!
Gracias a Ren por betear el fic ¡LOVE YOU! -le manda un beso hasta su casa-
IV
—Craig, tienes que saber que, lo que estás insinuando es muy gr-grave.
Las palabras de Jimmy no estaban teñidas de juicio; esa fue la razón por la que el fraile fue el primero en saltar a su mente cuando el diablillo le cayó desde el cielo —aunque en este caso tendría que ser el infierno—; y si al final Craig terminara haciendo el ridículo por haber confiado en la palabra de un engendro demoníaco, estaba seguro de que su amigo no le diría a nadie más.
Sólo se burlaría de él, pero sería en privado.
—Lo sé, pero escucha: ¿Y si hay más páginas? ¿Y si el final que sabemos no es todo lo que parece? ¿Qué pasaría si nuestra guía para sobrevivir esta locura queda corta y no tenemos manera de llegar al final?
—Espera, espera, Craig…
—¿Podría cambiar el resultado?
Todas las dudas empezaron a fluir de sus labios, cayendo como cascada; todos los pensamientos que nublaron su noche y cegaron su insomnio salían a la luz. Eran escuchados y eso hacía que existieran; porque: Si dices un pensamiento o una idea que atraerá problemas y nadie lo escucha, ¿realmente lo pensaste? Una paradoja risible a la que ni siquiera podía ponerle atención, porque su misma voz callaba cualquier idea sarcástica y mordaz que pudiera producir en ese momento.
—Craig —paró Jimmy.
Respiró hondo, aquí venía su retroalimentación.
—¿Sí?
—¿Qué te ha hecho pensar esto?
Su timbrar era neutro como siempre; Jimmy rara vez mostraba alguna expresión no calculada. Eso, o era el tipo más relajado en medio del maldito apocalipsis.
—Alguien me lo dijo.
Bueno, aquí iba todo, de todas formas, si alguien debía saber del diablillo en su cobertizo, ese era Jimmy Valmer.
—Te lo mostraré —informó, antes de escuchar cualquier respuesta del fraile.
El camino de regreso fue más tenso de lo que esperaba, al menos para Craig; Jimmy hablaba del convento y de sus compañeros como si iban en dirección a la iglesia. Le era casi imposible poner atención, porque el sonido incesante de sus latidos era ruidoso en sus oídos; Valmer terminó llamando su atención múltiples veces para obtener una respuesta de él.
—Craig —llamó.
—¿Eh?
—¿Qué hiciste para que Stan pisara la iglesia otra vez? —repitió riéndose entre dientes.
—Ah. Eso… eh… No lo sé, supongo que soy bueno persuadiendo —opinó—. Eso y le recordé que Clyde está fuera. Creo que me intentará matar cuando termine el día, el muy bastardo, seguro quiso hacerlo cuando vio a Randy —se terminó riendo.
—Un primer paso es me-me-mejor que ninguno —razonó.
—Sí, bueno, aunque no puedo mantenerlo lejos de… —dejó la frase en aire mientras hacía un movimiento con su mano, vaciando una botella invisible en su boca.
—Cristo, tienes razón. El tipo olía a una licorería en un viernes por la noche.
—Intenta vivir con eso.
Jimmy se rio y Craig tuvo que pensar cuando fue la última vez que Stan había actuado como un ser humano autosuficiente con una sonrisa genuina; en lugar del desastre que era ahora. Supuso que era de familia; Randy nunca fue el mismo desde que su esposa desapareció en la venida de Cristo. Completamente perdido, el hombre de bigote se unió con desesperación a la iglesia a la que hacía años le había dado la espalda.
El del chullo azul supuso que ese suceso marcó un antes y después en todos; y quizás fue lo que hizo a Stan inclinarse hacia brazos etílicos. Aunque su amigo había caído en picada sin detenerse en los últimos seis meses.
—Deberías venir a vivir al convento, entonces —ofreció Valmer; siempre tenemos los brazos abiertos para preparar a alguien más.
—Ser fraile no es para mí, Jimmy —regresó.
—C-como quieras —Paró frente a la puerta, ya habían llegado—. ¿Es aquí?
—Sí —dijo, metiendo la llave en la cerradura—, entremos.
Tweek no tenía idea aun como su vida había cambiado tantos grados en tan poco tiempo, hace sólo un día estaba hablando con sus amigos —bueno, era más Thomas su amigo, Dougie solo se entrometía donde no le llamaban—. ¡Era su culpa que ahora el estuviera ahí atrapado! ¡La idea del estúpido cetro había sido de él!
Haber visto esas páginas arrancadas fue solo suerte de los desdichados, leyó un pasaje, pero cayó en cuenta que se trataba del libro de Revelaciones, escrito por Juan. Él solo tomó la oportunidad cuando los guardias se retiraron de sus puestos, supuso que sólo los de más alto rango sabían de la existencia de ellas y, por consiguiente, Damien también. Aun no tenía idea las consecuencias de lo que significaba esa información, los efectos de sus actos; Tweek solo había pensado en su supervivencia.
Como lo estaba haciendo en ese momento.
Humanos, demonios; nada de eso le importaba.
El sacerdote se había marchado, Tweek esperaba que regresara dentro de un par de horas, al cabo de darse cuenta de que la información que le había proporcionado no era tan importante y lo terminaría por matar. Tenía solamente minutos, así que comenzó a morder el cinturón de cuero que ataba sus muñecas; solo para quemarse la lengua, y si seguía moviendo sus manos, la atadura comenzaría a cortar y quemar la piel en contacto.
Roía una, dos, tres, cuatro veces y luego paraba, el dolor le evitaba continuar.
Era un proceso tardado, no importaba cuanto Tweek se desesperaba; gruñía y se quejaba. Así pasó algunas horas, hasta que el dolor de su ala rota era el único zumbido en todos sus huesos y sentidos. Cayó al piso, sintiendo el collar alrededor de su cuello apretarse; pero al menos, de esa manera su ala permanecía inmóvil y el dolor se volvía soportable.
Cerraba sus ojos, aunque de vez en cuando sentía una descarga eléctrica de dolor caerle como un rayo; que iba disminuyendo con el pasar de varios minutos.
Y de esa manera el alba lo recibió.
Pudo ver como el sol comenzaba a salir bajo los resquicios de la puerta; no era como si el sol quemara su piel, simplemente prefería las sombras. El sol era demasiado brillante y se sentía expuesto; iba dentro de su naturaleza querer pasar desapercibido.
No vio señales del sacerdote; de esa manera le sería más fácil escapar.
Tras haber descansado por unas cuantas horas, se sintió más fuerte que antes; el dolor no había menguado —ni de cerca—, pero tenía más energías para ignorarlo. Comenzó a mordisquear nuevamente, hacía horas había dejado de sentir su lengua pues estaba quemada. El collar en su cuello había terminado por cortar la piel ahí también.
No escuchó más ruido provenir de la casa, ni pasos, ni voces sordas; el sacerdote y el otro individuo habían salido del recinto. Esa debía ser su oportunidad para huir de ahí, siguió royendo, hasta que sus labios terminaron quemados, hasta que la parte inferior de su cara comenzaron a salir ampollas.
Separó sus brazos y terminó por cortar el cuero; gritando un «¡Sí!» en señal de victoria; aunque se encogió de dolor al siguiente segundo, no controlando su emoción, sus alas buscaron estirarse solo para ser recordadas que el hueso seguía roto.
Comenzó a trastear el collar, metiendo sus garras entre el metal y su cuello; pero parecía completamente soldado. Tweek comenzó a seguir las cadenas hasta la pared en la que el sacerdote lo había clavado la noche anterior; intentó tocarlo, pero sintió una corriente de electricidad repelerlo.
—¡Agh! ¡Maldita sea! —perdió los estribos— ¡Maldito Sacerdote! —gritó, solo para quejarse por un par de minutos más.
Nunca se había topado con humanos, sus hermanos demonios, siempre decían que era terriblemente fácil matarlos, destazarlos, comerlos, cazarlos por diversión. ¿Se habían referido a este tipo de humanos? ¿O ese sacerdote pertenecía a otra raza? ¿A los llamados «pueblo de Dios»? Por lo que Tweek recordaba, ese humano de gorro azul había terminado matando a un demonio como si nada.
Y si el otro no hubiera huido, estaba seguro de que habría acabado con él también.
Sintió un escalofrío recorrerlo, si los otros demonios no habían sido ninguna amenaza para él, ¿qué diablos podría hacer Tweek?
—Oh, por Satán —suspiró asustado, pero estaba seguro de que, si Damien se enfrentara a él, le daría su merecido. Nadie era más fuerte que Damien.
Siguió tocando la cadena; y con un brillo de esperanza lo notó: la cadena no estaba bendecida, solo los clavos. Podía romperla, se giró, mirando a la pared; colocó la cadena bajo su brazo y ambas patas en la pared, apoyando de esa manera, todo su peso en la fuerza de la cadena. Escuchó un estrépito, y luego cayó al suelo de espaldas.
El aire fue sacado de sus pulmones con fuerza, y se retorció de dolor; el golpe lo había recibido su miembro roto. Tweek se secó las amargas lágrimas antes que salieran de sus ojos; tragándose el nudo de dolor, se volvió a colocar de rodillas, inspeccionando la cadena arrancada.
Ahora ya estaba más cerca de ser libre; se permitió sentir una luz de esperanza en su pecho, tal vez podría regresar a casa. Tal vez Thomas no estaba muerto y él podría pedir perdón de rodillas a sus hermanos demonios, tal vez su vida podía regresar a la normalidad.
Regresar a servirle a otros y no preocuparse por ver humanos caza demonios otra vez.
Estaba por tocar la puerta, sabía que estaba bendita, pero también lo habían estado el cinturón y la cadena; debía haber una manera. Ahora podía moverse con más libertad, pero la cadena pesaba colgada en su cuello. Tweek estiró una garra hacia la puerta, pero una serie de voces lo hizo congelarse en el lugar.
Se apresuró a la polvorienta y nubosa ventana para ver afuera; «¡No, no, no, no!» Comenzó a repetir para sí mismo cuando vio al sacerdote de gorro azul acompañado por otro religioso que vestía un distinto uniforme. ¡Estaba a punto de escapar! «¡Por favor, no ahora!».
Los miró con más atención, el nuevo humano caminaba con muletas, era mucho más delgado y bajo que el sacerdote que lo había atrapado ahí ayer; él debía ser más débil, concluyó. Eso le brindaba una astilla de esperanza, todavía podía moverse rápido; tomaría al nuevo religioso y lo usaría como ventaja… o como escudo.
Se escondió detrás de los escombros del cobertizo, tendría una sola oportunidad; sabía que ese sacerdote de gorro azul no dudaría en matarlo.
El caleidoscopio de voces iba en aumento y las pisadas sonaron más fuertes; Tweek se encogió, mirando con un ojo la puerta.
La tabla crujió, las bisagras lloriquearon: la puerta terminó abriéndose.
Saltó sin esperar otro latido, dejando el dolor en la parte trasera de su mente; tan rápido que sintió como si volara por un segundo. Sacó sus garras y abrió sus fauces, dispuesto a meter sus colmillos en el humano más débil.
—¡Prohibere! —pronunció en latín el de muletas, con un tono tan profundo que llegó hasta sus huesos, deteniéndolo suspendido en el aire.
Nunca había escuchado de humanos capaces de detenerlos con solo palabras; Tweek solo podía verlo horrorizado. Todo su cuerpo estaba paralizado, lo único que podía mover eran sus pupilas. Los humanos lo miraron como si se tratara de un sujeto de estudio; el diablillo solo quería esconderse, huir por su vida sin ver atrás.
—Así que —comenzó el otro religioso con una túnica café—, ¿é-e-ésta es la criatura de la que me hablabas, Craig?
—Sí… —dijo el otro con el revólver en la mano, sobresaltado por el casi ataque de Tweek.
—Interesante —observó, comenzando a rodearlo por completo, observándolo de pies a cabeza, desde sus cuernos hasta su cola—. Y él te dijo que…
—El príncipe de las tinieblas tiene páginas del libro de Revelaciones que nunca han sido vistas por nadie más —completó—. Sinceramente, es lo más estúpido que he escuchado —opinó despreocupado—. Dime que no es cierto para volarle los sesos a este diablillo.
—¡Mhh! —se quejó con un sonido que provino de sus cuerdas vocales.
—Míralo, tiene un ala rota.
—Sí.
—Vamos, cúralo, Craig.
—¿Qué? —preguntó el otro, inexpresivo.
—¿No merecen vivir todas las criaturas?
—Es un demonio.
—¿Y eso hace que no esté vivo?
—Jimmy, es un demonio —devolvió el otro; mientras, Tweek solo podía seguirlos con la mirada, disparar sus ojos de uno al otro a quien tuviera la palabra.
El de cabello castaño se acercó más a él, Tweek intentó alejarse fútilmente; pero fue imposible; el llamado «Jimmy» comenzó a rodearlo, mirándolo detenidamente. El rubio estaba seguro de que moriría; a manos de los sacerdotes o por un paro cardíaco fulminante; su corazón latía erráticamente. El miedo que había sentido con los demonios que querían matarlo no se comparaba con el que roía sus huesos en ese instante.
—Mira, tiene muchas quemaduras —señaló, mirando las esquinas de su boca, sus muñecas y cuello.
—Jimmy —regresó, queriendo hacer al otro entrar en razón.
El sacerdote de gorro azul tomó el brazo del monje, forzándolo a salir del cobertizo; la puerta se cerró de golpe y Tweek cayó al suelo sobre su trasero, cadenas invisibles rotas. Comenzó a gatear, tomando ventaja que ya no estaba siendo vigilado, se dirigió a la puerta; dispuesto a escapar.
Antes, sin embargo, la puerta se abrió, dejando entrar al monje castaño.
Esa vez no lanzó bendiciones, pero el rubio no se atrevía a moverse; quizás por la impresión que el humano había dejado —asustándolo hasta la médula—, se acercó a Tweek, sin percibir ninguna amenaza de él; como si el diablillo no fuera más que un inofensivo conejillo de indias. El rubio temió, el monje de muletas tenía más poder que el otro sacerdote.
Saltó del piso cuando la puerta se abrió nuevamente, el diablillo se alejó de la mirada inquisitiva del castaño, que no hacía más que observarlo; pero terminó por chocar con un par de largas piernas en la luz de la entrada. Dirigió sus ojos hasta arriba, para colisionar con la expresión amarga del sacerdote con gorro azul.
Esta vez tenía algunos objetos en sus manos; el padre se puso de rodillas, al mismo nivel de Tweek. El diablillo intentó tragar el nudo de espinas en su garganta, pero tampoco pudo controlar los tremores de su cuerpo.
—Date la vuelta —el padre se dirigió a él.
—¿E-eh? —gimió.
Resopló con la gracia de un toro y lo tomó de sus hombros forzándolo a girarse y darle la espalda.
—¡No! ¡No! —comenzó a gritar, sintiendo un frío vacío retorcer su estómago, el momento había llegado, finalmente lo terminarían matando—. ¡No! ¡No me mates!
—Ves, es realmente molesto —señaló el padre ignorando al diablillo completamente. El rubio chilló cuando sintió las manos del humano en su espalda, tocando su ala rota.
—Tranquilízate —El monje se dirigió a Tweek, pero la palabra no parecía ser una sugerencia—. Dolerá menos si no te mueves.
El diablillo pudo controlar su boca, pero su cuerpo se retorcía sin control, suponía que si se movía el sacerdote lo golpearía o haría su muerte más dolorosa. Así que cerró sus ojos, mordió sus labios y se preparó para recibir el último golpe.
En lugar de eso, sintió una dura superficie ser atada a su ala y luego vendada, dándole soporte al miembro roto. Abrió sus ojos y miró detrás de su hombro, el sacerdote de gorro azul había colocado una férula.
—Es para que sanes —informó—, ahora gírate.
Esa vez Tweek obedeció, solamente con un poco de temor; el padre llevó sus manos al cuello del diablillo, y por instinto, se alejó. El humano chasqueó la lengua y el diablillo volvió a acercársele con recelo, bajando sus orejas puntiagudas con temor; atento a cualquier movimiento. Para su sorpresa, el humano solo aplicó un ungüento que olía extraño en la piel quemada de su cuello, muñecas y esquinas de su boca.
—Ni siquiera sé si eso le hará algún efecto —resopló el sacerdote, poniéndose de pie y dirigiéndose al otro monje.
No sintió alivio, ni siquiera alguna diferencia, pero no dijo nada, porque seguramente lo matarían si se quejara.
—Muy bien, ahora que sa-sa-sa-sacamos eso del camino, comencemos: Dinos qué es lo que sabes.
Si a Craig le preguntaban, todo el asunto era innecesario; estaba convencido que con amenazas podían sacar la verdad del diablillo. Pero dáselo a Jimmy hacerle honor a su «llamado» de fraile y predicar amor y paz, al menos hasta que no intentaran cortarle la cabeza. Para Valmer, hasta un perro rabioso podría curarse con palabras gentiles y una mano amable.
Para Craig, una bala en la cabeza bastaría.
—Dinos qué es lo que sabes —ordenó, dejando al diablillo llevar la conversación—. ¿Qué le dijiste a Craig?
—¿Craig? —se preguntó el diablillo.
—Sí —respondió Jimmy—, él se llama Craig.
—… hola —musitó el pelinegro.
—¿Tienes un nombre tú?
El diablillo se mordió su labio inferior; claramente no tenían nombres, eran hijos de Satán, por los cielos. Puso sus ojos en blanco y rechinó los dientes, sin embargo, se limitó a mirar la escena, si Jimmy quería gastar su voz y tiempo en charlar con un demonio allá él. Craig solamente miraba de vez en cuando la puerta trasera que conducía a la casa, pensando en Stan arribando después de la misa.
—Tweek —dejó salir el rubio, más en un chillido que, en una palabra.
—¿Tweek? —repitió Valmer, Craig regresó sus ojos hacia él, la respuesta fue inesperada. Era el primer nombre de un demonio que escuchaba.
—Sí.
—Mucho gusto en co-conocerte, Tweek, yo soy Jimmy Valmer y éste de aquí, como ya lo sabes, es Craig.
Tweek solo los miró, grandes ojos bebiéndose todos los detalles de su rostro, escudriñando hasta sus pensamientos; seguramente memorizándose cada línea de expresión para regresar con refuerzos y matarlos, claro, eso si escapaba.
—Muy bien, ahora que ya nos conocemos, puedes decirme lo que le dijiste a Craig ayer.
El rubio se paralizó, cerró y apretó sus labios con fuerza; los pequeños temblores aumentaron, Craig se terminó preguntando si todos los diablillos eran tan… insólitos y francamente fastidiosos. El día anterior había soltado la lengua, derramando todos los secretos y ahora ¿quería guardar el secreto por sus hermanos?
—Ves —Craig fue el siguiente en hablar—, te dije que era mentira. Acabemos con esto y matemos a este engendro —declaró, alcanzando el revólver en la pistolera a sus espaldas.
—¡No! ¡No! —detuvo el diablillo, cantando bajo presión como lo había hecho en día anterior, el joven padre solo pudo sonreír mirando de soslayo a Jimmy, ese tipo de criaturas solo respondían bien a las amenazas—. Lo vi, lo vi en el palacio de Damien.
—¿Quién es Damien, Tweek? —preguntó el fraile.
Ellos tenían una idea de a quién le pertenecía ese nombre, Jimmy más que Craig, así que seguramente lo hacía para probar si el diablillo estaba dispuesto a contarles la verdad.
—Es el príncipe del mundo —respondió—, el hijo de Satán. Gobierna la Tierra.
—¿Qué viste ahí?
—Páginas arrancadas de la biblia: del libro de Apocalipsis. ¡Yo las vi!
El del chullo azul miró a Jimmy, el fraile, como siempre, tenía sus ojos enfocados a través del diablillo.
—¿Leíste algo de lo que decía?
—N-no quiero que me maten —respondió—. Ni ustedes, ni los demonios.
—No lo haremos, lo ju-ju-juro por Dios.
'Ah, demonios.' Se quejó Craig para sus adentros, Jimmy iba de verdad, no juramentaría bajo el nombre del Padre sin realmente decirlo en serio.
—Ni los demonios —repitió, refiriéndose a las criaturas que lo persiguieron.
¿Pero qué rayos esperaba? ¿Protección completa de parte de los religiosos?
Jimmy frunció su ceño y llevó una mano a su mentón, realmente considerando sus palabras. El joven padre luchó por no darse golpes en su cabeza contra la pared de madera vetusta.
—Depende de las muestras que me des —informó.
Tweek parpadeó tres veces, murmurando algo entre suspiros nerviosos; levantó sus garras, Craig, rápidamente llegó a su pistolera, listo en segundos. El diablillo introdujo sus dedos en un pequeño bolsillo de su roída camisa de botones verde y sacó un cuadrillo blanco, su mano era más blanca que los cadáveres y hacía contraste con las enormes uñas afiladas carmesíes.
Era papel, reconoció, una hoja de papel doblada.
Valmer abrió sus ojos el doble; el joven padre sabía que requirió de toda la fuerza de voluntad del fraile para no arrebatar el objeto. En lugar de eso, esperó pacientemente, hasta que, inseguro de sí mismo, Tweek entregó el ominoso objeto.
El castaño desdobló la hoja con sumo cuidado, el material era casi traslúcido, tan delicado como las alas de una polilla. Era sumamente antiguo, nunca había visto algo similar; el material parecía papiro, y la letra era de puño, con rizos y ribetes que hacían más compleja su lectura. Craig no podía distinguir las palabras desde las espaldas de Jimmy, además, alguien debía vigilar al diablillo por si intentaba algo peligroso.
Escuchó un golpe que lo sacó de sus pensamientos.
El fraile, quien se había apoyado sobre sus muletas para alcanzar el papel, se había tropezado y caído al suelo. Craig se apresuró a su lado y comenzó a ayudarlo a ponerse de pie; extrañado llamó su nombre muchas veces.
Jimmy intentó alejarlo, recobrando su peso y estabilidad sobre las muletas.
—¿Jimmy? —volvió a preguntar—. ¿Estás bien?
El fraile no respondió, pero de inmediato notó lo pálido que se había tornado; casi bordeando a lo verdoso, parecía que en cualquier momento vomitaría su desayuno. Era… insólito verlo tan inseguro e intranquilo; Craig se preocupó de inmediato, ¿podría haber leído alguna maldición en esa página?
Valmer salió del cobertizo con urgencia, dejando a Craig solo con el nervioso rubio.
Tweek lo miraba temeroso como siempre, no parecía haber planeado la reacción del fraile; el joven padre miró con molestia al diablillo, de alguna manera todo esto debía ser su culpa. Chasqueó su lengua y salió al patio trasero, para averiguar qué diablos le había sucedido a al otro monje.
Jimmy no se había alejado mucho del cobertizo y él dudó en alejarse mucho y dejar al diablillo sin ataduras y sin vigilancia alguna; pero lo hizo.
—¿Jimmy? —llamó, llegando al lado de su amigo, quien parecía hiperventilar; como si su corazón se detendría en cualquier minuto—. ¿Estás bien? ¿Jimmy, viste algo? ¿Son ciertas esas páginas?
El castaño no lo veía, tenía la página de papiro cortada en sus manos y estas tiritaban sin parar, pero no parecía de frío. Craig vio su rostro: miedo. Crudo miedo.
—¿Jimmy?
—Sé por qué los demonios pueden entrar en la iglesia, Craig —dejó caer, sus manos temblando como hojas.
El joven padre escuchó el latido de su insistente corazón en sus oídos, y la manera cómo parecía que corría como si lo siguieran. Antes que Valmer dijera las siguientes palabras, sabía que no habría vuelta atrás.
Porque su instinto estaba en lo correcto y en el fondo nunca dudó de las palabras del diablillo, esa página era verídica. Y si su contenido podía hacer a Jimmy, el tipo más despreocupado y listo que conocía, reaccionar de esa manera; verdaderamente estaban en problemas.
—¿Jimmy? —preguntó otra vez.
Su amigo finalmente lo vio a los ojos.
—Hay un traidor entre nosotros.
¡Woah! La historia avanza y con ella más relaciones entre personajes, espero que hayan disfrutado de la actu.
Muchas gracias a las personitas que comentan, hacen mi semana 1000000000000000 veces mejor~
Nos leemos luego.
