¡Les traigo un nuevo capi, espero les guste!
¡Mil gracias a mi besto Ren por revisar y corregir la historia!
Oh, btw, si les llama la atención, he escrito un oneshot pwp de Style, va por el nombre de: "Llegarás al cielo en una noche como esta"
La pueden encontrar en mi perfil, les agradecería mucho que le dieran un poco de amor ❤️
V
Habían pasado tres días desde que hicieron el descubrimiento; ninguno lo comentó con alguien más. No había nadie en quien confiar; según Jimmy, las palabras en el papiro eran ciertas.
El castaño había entrado nuevamente al cobertizo, después de su aparente ataque de pánico, fresco, tranquilo y sereno; como si nada había pasado, para encarar al diablillo. Dijo algunos chistes —a Jimmy le encantaban los chistes— y se disculpó fuera, despidiéndose de Tweek. Craig captó la idea y salió tras él.
El fraile le confesó que, desde que Craig había comentado, acerca del libro de Revelaciones no estando completo, no pudo evitar creerlo. Había algo que no concordaba, con los hechos que pasaban en la actualidad. Ahí fue comenzó a sentir la verdadera preocupación. ¿Era cierto, entonces? ¿El diablillo había tenido razón todo este tiempo?
La guerra apenas comenzaba a tomar fuerza y los humanos tenían las de perder.
—Hay un pasaje que lo profetiza —le dijo Jimmy antes de irse—; tenemos un traidor dentro de nuestra casa, él será quien nos llevará a la ruina.
—¿Qué deberíamos hacer?
—Le diremos a los demás —decidió—, pero todavía no y no toda la información, ¿de acuerdo? Debo pensar un poco en cual debería ser nuestro siguiente paso.
Terminadas sus palabras escuchó el tintinar de llaves y la puerta principal abrirse; seguido de pasos arrastrados pertenecientes a Stan.
Jimmy hizo una expresión, «Aun no hagas nada». El joven sacerdote asintió, prometiéndole guardar el enorme secreto de su futuro, y de la existencia del diablillo en su cobertizo.
Decirlo y realmente hacerlo eran dos cosas completamente diferentes; y no importaba qué tan alcohólico fuera su compañero de vivienda, un secreto de esa magnitud era virtualmente imposible de guardar.
Ya no usaba cadenas sobre Tweek, y el rubio no parecía desear escapar, al menos la mayoría de los días; el diablillo era tan condenadamente cambiante como impredecible. Craig estaba seguro de que era bipolar… o neurótico.
Un día, estaba seguro de que los demonios que lo habían perseguido estaban tras él, afuera del cobertizo, le preguntaba al joven padre si las bendiciones de la puerta eran lo suficientemente fuertes para mantenerlo protegido. Otro día, se sentía como un prisionero, le exigía que lo dejase salir, ya no tenían uso para él, a lo que Craig le recordaba que allá afuera, sería presa fácil para cualquiera: sacerdotes o demonios.
Ambos estados lo dejaban haciendo más preguntas que antes, ¿realmente estaban protegiendo al diablillo? ¿O lo mantenían prisionero? Jimmy le contestaba que definitivamente debían protegerlo, alegaba que, si alguien notara esa página faltante, muchas criaturas en altos —o en este caso bajos— lugares podrían tener problemas por eso. Aunque Craig opinaba que el fraile simplemente era incapaz de ver que lo que hacían era de moral cuestionable.
—¡Por Satán, hombre, mira la ventana de nuevo! —exclamó el diablillo, tenía otro episodio en el que le tenía miedo hasta a su sombra, Craig podía sentir su cabeza comenzar a doler por el cambio de ciento ochenta grados—. ¡Ellos vienen! ¡Estoy seguro!
En tan solo tres días, parecía que el rubio había recuperado todas sus fuerzas, sus quemaduras y heridas parecían haber desaparecido.
—¡No hay nadie ahí! —regresó, un poco exasperado.
Escuchó un crujido venir desde el fondo del cobertizo; Tweek tensó todos sus músculos; el ala parecía tardar un poco más en sanarse, aún tenía el yeso improvisado, pero el pelinegro notaba que el diablillo la comenzaba a mover más que antes.
—¡Agh! —gritó Tweek—. ¡Son ellos! ¡Ahí vienen!
El sonido cesó y los demonios resultaron ser una rata corriendo, saliendo de los cachivaches; Craig iba a levantar su dedo medio en dirección al rubio, pero este se lanzó al piso sin decir ninguna palabra más.
Escuchó un crujido más visceral y alcanzó a ver a Tweek irguiéndose del polvoso suelo y la cola del ratón siendo sorbida por sus labios; su nuez de Adán moviéndose al compás de su deglución.
Craig hizo un sonido gutural de asco y una mueca; bueno, al menos de esa manera no tenía por qué preocuparse de alimentar al diablillo.
—Eso fue asqueroso —Debía recalcarlo.
—De ninguna manera —regresó—, cuando están vivos y cálidos le caen muy bien a mi estómago.
—Y… esa es mi señal para irme.
—¡Espera! —detuvo y luego pareció morderse la lengua.
—Craig —repitió—, me llamo Craig.
—Espera Craig, ¿estás seguro de que nadie puede entrar aquí?
—Estoy seguro de que ningún demonio puede entrar aquí.
—¿Seguro, seguro?
—Indiscutible, terminante, sumamente, absolutamente seguro —devolvió.
El diablillo se relajó un poco más y eso era suficiente para el pelinegro; quien comenzó a avanzar de espaldas hacia la puerta, huyendo de lo que sea se le ocurriera a Tweek preguntar después. Giró la perilla y la puerta chilló, en medio segundo notó como el rostro del chico con cuernos desfalleció y con él toda su confianza.
—¡Espera! ¡Especificaste demonios! ¡¿Pero, qué hay de human…?!
Antes que terminara, Craig había salido y cerrado la puerta detrás de él con éxito.
Frente a él, estaba Stan.
—Craig… —saludó.
—Stan —devolvió, con la misma expresión de indiferencia que había perfeccionado por años.
—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó con ojos enrojecidos incapaces de enfocarse en un solo punto—. El viento se está tornando cada vez más jodidamente frío... ¿Hay algo ahí en el cobertizo?
—Nada. Solo basura —devolvió, soltando el picaporte de la puerta y comenzando a caminar, entre más rápido alejara a Stan de ahí, mejor—. No te aconsejaría abrir esa puerta.
—¿Por qué no? —cuestionó el otro pelinegro, inquisitivo.
—He tardado toda la mañana en acomodar las butacas con una pata más corta de la iglesia y con acomodar me refiero a apilarlas todas una sobre otra; si abres esa puerta puedes o no puedes morir aplastado por ellas.
Stan cerró sus ojos y lentamente adoptó la pose de El Pensador de Auguste Rodin, contemplando si talvez debiese morir aplastado.
—No lo vale —decidió, después de lo que pareció una larga sesión de debate mental.
—Lo supuse.
—Ah… ya recordé porqué venía a buscarte —dijo Stan mientras ambos se dirigían otra vez dentro de la casa. Craig miró hacia atrás y pudo jurar ver un puñado de cabellos despeinados y rubios asomarse por la ventana y desaparecer al siguiente segundo.
Daba gracias nuevamente por el casi permanente estado alcoholizado del otro pelinegro, hacía mucho más fácil el esconder a Tweek
—¿Sí?
—El hijo de puta pródigo, ha regresado.
—¡Regresé hace dos horas y es lo que has tardado en venir a recibirme! —exclamó Clyde cuando miró a Craig entrar por las puertas abiertas de la iglesia, al otro lado de la instancia sobre el púlpito.
Afortunadamente no había muchas personas rezando cerca del sagrario, aunque todos los presentes —monjas, acólitos y creyentes— levantaron el rostro buscando la fuente del molesto ruido; y por consiguiente, luego las miradas se posaron sobre él.
—Eso es porque pensé que llegarías a tu habitación no a la parroquia —se justificó el del chullo azul, guardando un poco de silencio por respeto a su congregación.
—Dos horas, amigo —recalcó Clyde, dolido—, dos horas, no es genial. ¡Eres mi hermano!
Clyde podía ser tan meloso y pegajoso como una novia, aun así, Craig aceptó su abrazo y la palmada que siguió en su espalda. Él, Craig y Stan vivían juntos, en la casa detrás de la iglesia, aunque el padre Maxi era el cuarto sacerdote de la parroquia, no quería vivir con los tres jóvenes sacerdotes, ya que —en sus palabras—, necesitaba espacio para meditar y aprender del amor de Dios, aun cuando compartía vivienda con los demás acólitos.
Craig simplemente creía que ellos tres eran demasiado viejos para el otro.
De vez en cuando realizaban cruzadas en las ciudades aledañas de Colorado; impartiendo la palabra de Dios, víveres y enseñanzas de cómo defenderse y matar permanentemente a un demonio. De todas las iglesias —al menos católicas—, ellos eran quienes se encontraban más cercanos a la ciudadela de demonios.
Dáselo a South Park convertirse en el patio de recreos del hijo del diablo.
Así que después de la venida de Cristo, se quedaron a su suerte para aprender a matar estas criaturas; todos los que quedaron tenían sus razones por pertenecer al pueblo olvidado. Craig no lo negaba, nunca fue un santo, pero quizás, por eso había sobrevivido hasta ahora; porque una prístina vasija de porcelana no soporta golpes ni caídas.
Podía imaginar las razones del padre Maxi —eran evidentes—, las razones de Stan, de Clyde; aunque nunca hablaban de eso entre ellos. Era su sucio secreto, uno que debían proteger. Pero al final, le era de consuelo pensar que había una razón por la que seguían ahí, habían sido elegidos porque nadie más podría hacer lo que ellos hacían.
—Te esperé en casa —mintió Craig, había olvidado que el castaño regresaba hoy; en su defensa, hace tres días no tenía idea que había un traidor entre ellos, el libro de Revelaciones estaba completo y los diablillos eran enemigos, así que Clyde podía darle un poco de holgura.
—De acuerdo, Craig, pero tenía que venir aquí primero, nunca se sabe cuándo una muñeca puede aparecer en la congregación —terminó con picardía, guiñando un ojo.
El pelinegro arqueó una ceja. Sí, solo podía imaginar las razones por la que ellos se habían quedado.
—Mira, Stan está aquí otra vez —celebró cambiando de tema—, debería irme más seguido, tal vez así el tipo deja de mirar el mundo a través del culo de una botella —se rio.
—Escuché eso —se acercó el pelinegro, alejándose rápidamente de la conversación que tenía con la monja Randy—. La parroquia se está viniendo a pedazos bajo su cuidado, alguien debe intervenir antes que todo el edificio se prenda en llamas —sonrió con sorna inocente.
—Jódete —se rio Donovan.
—Además —siguió Stan—, sí algo hay en fuentes interminables en la iglesia, es vino —razonó—. Ah, lo siento —acto seguido se persignó—, quise decir la sangre de Cristo.
—Si te acabas el vino sacramental te cuelgo de las pelotas, hijo de puta —amenazó Craig, conocía la gravedad de la sed del otro pelinegro y era más rápido que una condenada aspiradora.
—¿Qué tal todo ahí afuera? —prefirió preguntar Marsh.
—¡Oh, ya lo recuerdo! Token envía sus saludos, no puede esperar cuando los verá nuevamente y-
El grito agudo de una monja interrumpió cualquier respuesta de los otros, tan visceral que paró todos los finos vellos de sus brazos. Craig corrió a la entrada, donde todo el alboroto se estaba originando y todo su cuerpo se entumeció en una fracción de segundo, Jimmy estaba en la puerta y detrás de él Jason Blanco con ojos enrojecidos y dos tipos más caminaban llevando a rastras el cuerpo inerte del demonio más grande que él había visto.
Los tres padres se acercaron al titánico cadáver.
Los demonios, al igual que los ángeles, tenían una jerarquía que los diferenciaba, tanto en fuerza, rapidez y maldad. Descansando al tope estaba Satanás y su estirpe, conocido entre sus iguales como Damien; y ubicados en el rango más bajo estaban los diablillos. Lo que se encontraba en el medio era bastante desconocido; Craig había luchado con un buen número de ellos y hasta el momento se encontraba invicto —y por consiguiente, vivo—, pero lo que tenía en frente parecía recién sacado de sus pesadillas:
Tenía el doble de tamaño de los demonios —el triple del diablillo en su cobertizo—, su rostro era el cráneo de algún bovino y los cuernos medían más de cincuenta centímetros; y el hecho más importante aún… su cuerpo no se evaporaba.
El cadáver estaba caliente y despedía esbozos de vapor, pero se consumía a un ritmo mucho más lento de lo normal.
Le sirvió al joven padre como recordatorio, el infierno era un lugar desmesurado, quién sabía a ciencia cierta lo que habitaba en él. Ellos solo habían visto la superficie; se terminó preguntando si el diablillo tendría más información sobre eso, información valiosa.
—¿Tú hiciste eso? —tuvo que preguntar el de chullo azul, señalando el abominable cadáver.
Jimmy asintió como si nada, caminando con sus muletas, sin el más mínimo cambio en su sosegado paso de siempre. A veces olvidaba lo fuerte que eran las bendiciones de Valmer, su físico frágil podría no parecer mucho, pero el fraile tenía más poder que todos ellos. No era como si le molestara, Craig siempre se sentía más seguro con un revólver o con una AK-47, que con un rosario.
—Ma-mató a los señores Blanco —informó; al escuchar sus palabras, las facciones de Jason se contrajeron con dolor, nuevas lágrimas salieron de sus ojos. El joven había quedado huérfano y a cargo de todos los terrenos de sus padres.
—Mierda —comentó Clyde.
—Lo-lo extraño es que no mató a nadie más —agregó.
—¿Qué… quieres decir? —cuestionó Stan.
—Cuando los demonios se escabullen en un terreno tan grande como ese, es porque buscan alimentarse. E-e-en una granja lo primero con lo que te encuentras es con el ganado.
—¿No había ganado muerto? —indagó Craig.
—Bi-bi-bing… Exacto.
—¡Ese monstruo entró a mi hogar y los mató sin razón! —gritó Jason, su voz se ahogaba entre sollozos—. Yo hubiera muerto si mi madre no me mandara a comprar sorgo para las vacas… —cubrió su rostro, las lágrimas llenaban su camisa—. ¡¿Por qué no me tomó a mí en su lugar?!
Jimmy apretó su hombro.
—Esto no se quedará así —le aseguró el fraile— «He aquí, el día del Señor viene, cruel, con furia y ardiente ira, para convertir en desolación la tierra y exterminar de ella a sus pecadores.»
Jason se hincó, la tristeza derramándose sobre el piso de la iglesia.
—Pero… ¿por qué? —cuestionó Clyde—. ¿Por qué quisiera matar a ellos específicamente?
—Mi hipótesis es que ellos sabían que la familia Blanco dona toda la comida a la parroquia.
Los tres padres quedaron anonadados, ¿hablaba en serio? ¿Pudo un demonio elaborar un plan? ¿Atacar de una manera tan calculada a su parroquia? ¿Por qué? ¿Por qué ahora?
—Jason —Jimmy se dirigió al chico—, tendremos un servicio para tus padres. Enviaré a algunas monjas y acólitos a tu granja para limpiar y preparar todo. Todos asistiremos, nadie te dejará solo esta noche.
El aludido solo asintió y entró a la iglesia, Randy lo recibió con un abrazo y lo llevó adentro.
—Ahora, debo hablar con uste-ustedes tres —avisó, Craig sintió que la mirada de Jimmy se posó sobre él por más tiempo.
Terminaron quemando el corpulento cadáver, no parecía irse a evaporar en un período corto de tiempo; fue frente a la iglesia, Jimmy dijo unas cuantas palabras bendiciendo la tierra alrededor de la parroquia. Craig y los otros llevaron madera para la hoguera improvisada. El crepúsculo ya se había instalado en el mismo lugar de siempre; él solo se terminaba preguntando como un día que prometía no estar tan lleno de mierda había terminado así.
Prendieron el fuego, la carne del demonio comenzó a hacerse cenizas.
—De acuerdo, de acuerdo, Jimmy, escúpelo —Clyde nunca fue bueno siendo paciente—. ¿Sobre qué querías hablarnos?
—Hace tres días un de-de-demonio atacó a Craig en el confesionario.
Stan lució sobrio por un segundo y Clyde lo miró con urgencia; Craig prefirió no ver a ninguno, en lugar de eso en un punto perdido sobre las llamas danzantes, devoradoras de cuerpos.
—¡¿Qué?! —casi chilló Donovan.
—¿Cuándo planeaban decirnos? —Stan tenía el descaro de lucir herido, como si estuviera en sus cinco sentidos todo el tiempo. Cómo si no le importaran dos mierdas algo más que no fueran sus preciadas botellas de alcohol.
—¿Te atacaron? —Clyde lo sujetó de sus brazos, gritando a pocos centímetros de su rostro—. ¿Estás bien?
—No, Clyde, estoy muerto —dijo, el sarcasmo envenenando su voz—. Esto que ves aquí es un fantasma.
—¡No bromees así! —su voz comenzó a quebrarse, Craig solo puso sus ojos en blanco—. ¿Cuándo planeaban decírnoslo?
—Tú acabas de regresar.
—Pero esa es mi pregunta también, ¿por qué yo sabía nada de esto?
—Te lo dije, pero estabas tan ebrio que me confundiste con Randy —mintió.
—¿Lo hice? —el rostro de Stan se coloreó como una fresa, Craig casi se sintió mal por aprovecharse de la falta de discernimiento del pelinegro.
—No, no —interrumpió Jimmy—. Yo le dije a Craig que aún no lo dijera —era una semi verdad, había sido idea de Craig guardar el secreto del ataque en el confesionario, y fue idea de Valmer guardar el secreto de… todo lo demás.
—¿Por qué? —demandó saber Clyde.
Stan solo murmuró un furioso «Hijo de puta» en dirección a Craig por haberle mentido, él levantó su dedo medio como retribución.
—Quería cerciorarme primero —dijo el fraile—. Los demonios se están preparando —sonaba como una premonición—, están aprendiendo a entrar a las iglesias y tienen sus ojos pu-puestos en esta —asintió en dirección a la parroquia—. Una tormenta de llamas se avecina.
El del chullo azul miró detenidamente el rostro de los otros dos sacerdotes, buscando por algún cambio sutil; en sus expresiones, en su lenguaje corporal. Algo que le indicara si uno de ellos dos era el traidor que estaban buscando. Notó que la información de Jimmy había dejado afuera los sucesos más importantes que pasaron: la página de Revelaciones y Tweek.
Clyde se estremeció, tiritando de miedo ante el presagio; si ya vivían en el apocalipsis, ¿qué tan mal se podían poner las cosas?
—Lo-lo estuve pensando, chicos. Los demonios no juegan, así que tampoco nosotros podemos hacerlo.
—¿Qué quieres…? —comenzó a Stan.
—Por nosotros mismos, se nos se-se-será imposible dar pelea… debemos unirnos.
—¿Hablas de las demás parroquias? —preguntó Clyde.
—Hablo de todos —contestó Valmer—. Esto es por South Park, por todo Colorado: Convocaremos a Token, a Kyle, a Cartman.
—No —cortó Stan.
Todos fueron tomados por sorpresa, Craig dirigió su rostro hacia el otro pelinegro; Stanley parecía haberse puesto sobrio en un segundo, el color había desaparecido de su rostro y, francamente parecía que había visto un fantasma.
—¿Qué? —Craig no podía creer la palabra que había salido de su boca.
—No —repitió Stan.
—¿De qué hablas, Stan? —demandó Clyde, gritando con sus ojos—. ¿No escuchaste lo que dijo Jimmy? Estamos corriendo muchos problemas, ya viste esa… cosa que atacó a los Blanco, hombre, deja de bromear.
—Los llamaremos a todos, de acuerdo —concordó Marsh—, pero a Kyle no.
—¡¿Estás demente?! —exclamó Clyde—. Kyle es uno de los mejores luchadores contra demonios que conocemos, además tiene a todos los judíos detrás de él, ¡Él es una fuerza poderosa! Por lo que dice Jimmy lo necesitaremos.
—He dicho que no.
—¿Pero por qué? Sabes, esto no tiene sentido, él siempre le ha extendido una mano amiga a la parroquia —continuó el castaño sin escucharlo—. Sí, puede ser desesperante muchas veces, pero al menos no es Cartman. Es más, él solía trabajar mucho con nosotros, se llevaba bien y hacía muy buen equipo contigo, Stan.
Escuchó el característico chasquido, pero en ese momento sonaba ajeno en sus oídos; porque… estaban entre las personas en las que tenía mayor confianza, ¿cierto? Sí, ese sonido no debía ser cierto; porque sonaba nauseabundamente como el chasqueo de una pistola siendo amartillada.
Pero lo era, Stan le estaba apuntando a Clyde.
Hasta ese momento no había registrado lo ebrio que el pelinegro estaba.
Pero no había peor matrimonio que el de un maldito alcohólico con un arma de fuego; su amigo lucía como un ciervo en luces, inseguro de qué hacer. Craig sacó su revólver y lo cargó, apuntándole a la cabeza a Stan; si el pelinegro era capaz de dispararle a Clyde, él no dudaría más de una fracción de un segundo para darle y volarle el cerebro.
Todavía no procesaba cómo habían terminado en esa situación en menos de un segundo; aun así, Stan no se echaba hacia atrás. Ninguno de ellos decía nada del evidente problema que Stan tenía con la bebida y cómo este había empeorado en los últimos meses, pero era más fácil de esa manera, hacer bromas y pasarlo por alto.
—Kyle no —dijo otra vez, sin echarse para atrás.
—Pero ¿qué-qué-qué mierdas es esto? —explotó Jimmy, perdiendo su eterno semblante de calma—. ¿Se están apuntando como unos jo-jo-jodidos anima-males? —cuando se enfurecía, el tartamudeo era peor—. Son más imbéciles de lo que pensé.
—Pero si Stan comenzó cuan… —Craig debía defenderse, todo esto había empezado porque Stan era un maldito alcohólico con problemas enterrados.
—No me importa, Tucker, no quiero escu-escu… oírlo. Stan guarda esa maldita pistola antes que te dispares en el pito con ella, estás ebrio y tu pu-pu-puntería es un asco.
El pelinegro finalmente escuchó, colocando el seguro de regreso a su pistola de mano y guardándola en su espalda; aunque sin devolverle la mirada a Valmer, ni a ninguno de ellos.
—Un par de personas acaban de mo-morir —siguió el fraile—, personas muy cercanas a la iglesia y fue po-po-por nosotros, ¿de acuerdo? Ellos murieron porque nos ayudaron, ¿y quieren seguirse matando entre ustedes? En-en serio, pensé que tenían más cerebro que eso; y lo digo por ti también, Craig.
—¡Pero no hice nada! —se justificó más molesto.
Sabía entre luces que el tema de «Kyle» era una llaga con el otro pelinegro, pensaba que Clyde lo sabía también, así que buscar activamente esa discusión con alguien tan inestable como Stan era solo para llamar problemas.
—Ahora, vamos, debemos preparar el servicio para los padres de Jason.
Stan fue el primero en separarse, molesto con la situación, dirigiéndose en línea recta al despacho de la parroquia, seguramente a ahogarse más en vino o whisky lo que lo hiciera perder el conocimiento primero. Clyde se veía tan pálido como una hoja, Craig solo le aconsejó que no se lo tomara tan apecho, Stan podría apuntarle a Randy con su pistola y solo sería un aburrido jueves por la tarde; de todos en la iglesia, el otro pelinegro era quien tenía los demonios más ruidosos.
Aunque, quien era él para hablar de demonios, de demonios y diablillos, cuando —por el momento— él estaba obligado a resguardar a uno. Se apretó las sienes, haciendo movimientos circulares, sentía una jaqueca comenzar a despertarse.
Craig estaba seguro de que tantos secretos lo terminarían ahogando.
¿Qué les pareció?
Amo leer sus opiniones ❤️
Nos leemos luego~
