¡Actualización a tiempo!

Espero que les guste!

Capítulo revisado y corregido por la mastermind de Ren, muy pronto candidata a presidente del mundo!

No me hagan caso, sigan a la lectura~

Espero que les guste


VI

—Stan tiene problemas —Clyde llegó a la conclusión por sí solo, dos días después; fue tan inesperadamente espontáneo que Craig terminó bufando de la risa.

—¿Alguna vez no los ha tenido? —devolvió.

Admitía, todos tenían su equipaje, nadie terminaba haciendo lo que ellos hacían, como ellos lo hacían estando totalmente cuerdos. Los buenos sacerdotes fueron los primeros en irse, después de todo; y ahora el pueblo olvidado se tenía conformar con ellos. Stan se unió muy joven a la orden episcopal, Craig supuso que fue más por las historias de ensueño que le contaba su padre, suponía que Randy debía tener una lengua condenadamente dulce para haberle lavado el cerebro a su hijo de esa manera.

El señor Marsh era bastante… no quería decir la palabra normal, pero definitivamente no era como ahora; tenía su secreto, así como todos ellos y le costó su ida en la segunda venida de Cristo. Su esposa y su hija, sin embargo, fueron llevadas. Randy, desesperado, decidió unirse a la iglesia que había dejado por una mujer, nuevamente; aunque claro, los altos mandos, no lo permitieron.

Ingenioso como era, descubrió una manera diferente para servir a la iglesia.

Y luego estaba Stan, un completo enigma.

En su adolescencia, cuando el mundo no se había ido a la ruina, pasó la mayoría de su tiempo con su tío Jimbo Kern, un entusiasta de armas; a los catorce años Stan cazó su primer cuervo —nunca se sintió capaz de matar cervatillos, él alegaba que no tenía corazón para hacerlo, con roedores o alimañas, era historia aparte— y desde entonces no paró. Superó a tío en cuestión de años, Craig todavía no sabía lo que era, vista impecable, buenos reflejos o una puntería perfecta; pero Stan era un maldito prodigio con las armas.

A los dieciocho, después de graduarse de la escuela, guardó las armas y se dedicó a sus estudios de teología; a los veinticinco fue ordenado como sacerdote por la orden episcopal y como broma divina, ejerció un año antes de quedarse después de la maldita venida de Cristo.

Desempolvó las pistolas y volvió a cazar nuevamente, solo que esta vez, cambiando las alimañas por criaturas de Satán.

Stan siempre tuvo esa dulce inclinación a las bebidas etílicas; tenía una personalidad adictiva, si algo o alguien lograba meterse debajo de su piel, él se sentía atraído como abeja a la miel. En los últimos meses, sin embargo, la adicción había tomado vida propia, destruyendo a su amigo más de lo que él dejaba ver.

Craig no podía decir que lo juzgaba, Stan había perdido a su madre y a su hermana, perdió todo sentido de normalidad en su vida —todos lo habían hecho, a veces se preguntaba cómo era que no todos sucumbían ante adicciones legales— y su padre se había convertido en una monja sirviendo en la misma iglesia, eso volvería loco a cualquiera.

Pero lo que había mandado a Stan a una juerga interminable tenía nombre y apellido; Kyle Broflovsky. No necesitaba saber detalles ni cronología para saber que algo había ocurrido entre ambos —o al menos a Stan—. La última vez que Craig tuvo algún tipo de contacto con el pelirrojo, todo parecía marchar bien con él; al menos no parecía tener animosidad con la iglesia católica.

Podía ser el fin del mundo, y todos tenían derecho de creer en lo que quisieran; las enemistades entre religiones parecían tan infantiles ahora. Si se miraba a una religión en concreto bajo un duro escrutinio y se comparaba con otra más, era de notar que eran similares. Todos adoraban a un Dios, y tenían el derecho de llamarlo como quisieran.

Dios, HaShem, Buda, Alá; todos representaban la máxima imagen de la bondad, salvación y más importante: el perdón.

Las peleas insignificantes de los humanos sobre quién estaba en lo correcto eran nimiedades en comparación con lo que vivían cada día. Luchando por comer y por sobrevivir, con depredadores naturales con inteligencia que no conocían el significado de la compasión, lástima y misericordia. Eso eran los demonios, criaturas de maldad.

—Aun así, me siento herido, hombre —dijo Clyde—, no es genial que te apunten con un arma.

Ambos estaban fuera del despacho en la parroquia, la eucaristía caía en manos del padre Maxi por el día. En esos últimos días del apocalipsis, intentaban impartir al menos una misa al día. La congregación se sentía sedienta por recibir palabra de Dios. Ambos sacerdotes miraban, sin realmente mirar, a la congregación que venía y se marchaba. La iglesia rara vez se quedaba vacía.

Se había vuelto un lugar al que regresar para muchas almas abandonadas que se habían quedado sin familia; por eso mantenían las puertas abiertas todo el tiempo. Solo las cerraban al caer la noche, pues era demasiado peligroso.

—No lo tomes tan apecho —aconsejó—, es más; míralo como una señal de respeto, Stan te considera como una amenaza lo suficiente para solo poder detenerte con balas bañadas en agua bendita.

—Tú mente retorcida me asusta, amigo.

El del chullo azul se encogió de hombros.

—Tómalo o déjalo.

En lugar de responderle, Clyde frunció sus labios y silbó, la misma melodía caricaturesca de un lobo coqueto y lujurioso; tan de la nada, que Craig solo miró la sonrisa tonta que se había formado en el rostro de su amigo. Claro, el sonido fue bajo, nadie más que el pelinegro había escuchado.

—Mira esa belleza.

Craig miró los ojos avellana de su mejor amigo y siguió su mirada, en el lugar que se había posado: y definitivamente no se sorprendió al ver la razón del porqué el arrebato descerebrado de Clyde. Una melena de rizos como oro que bailaban al compás del movimiento del rostro que parecía de una muñeca de porcelana.

Ah… eso…

—¿Estás hablando en serio? —tuvo que preguntar, no se estrellaba su mano con su cara porque los congregados sabrían que había algo extraño pasando entre los sacerdotes.

—Vamos, amigo, no puedes mirarla sin decirme que es la chica más linda que has visto.

Craig entrecerró sus ojos.

—Sí, puedo mirarla y puedo decirlo.

—¿Cómo crees que se llama? —Clyde preguntó sin molestarse en disimular cómo lo ignoraba.

—Nombre: No me. Apellido: Importa.

—Debe ser algo hermoso —continuó el castaño—, algo que combine con ese rostro. Rayos, puedes ver que Dios la hizo con mucho amor.

—Discúlpame, iré a vomitar.

—Espera, espera, amigo —Donovan lo tomó de su brazo, manteniéndolo en el lugar; Craig podía enumerar mil lugares en el que prefería estar, uno de ellos siendo: en el baño, estreñido—; ¿debería hablar con ella? Quizás ha venido buscando consuelo.

—Estás consciente que no puedes hacer nada, tomaste un juramento de celibato…

—Vamos, hombre, no estoy cometiendo ningún pecado; solo dejo mis ojos explorar.

—Ese literalmente es un pecado: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» Mateo: cinco, veintiocho. «Aparta tus ojos de una mujer hermosa, y no te fijes en belleza ajena. Por la belleza de una mujer muchos se perdieron, y a su lado el amor se inflama como el fuego», Eclesiastés: nueve, ocho. El décimo mandamiento: «No codiciarás la mujer del prójimo» ¿Quieres que siga?

—Ya te entendí —Clyde frunció el ceño—; pero, aun así, estoy seguro de que ella no es mujer de nadie. Es su propia mujer —suspiró—. Mírala, Craig, luce tan fuerte, tan sublime.

—Muy bien, muy bien, Romeo, no tienes que seguir.

—No haré nada, ¿de acuerdo? —el castaño finalmente lucía fuera de ese trance, el que lo obligaba a pensar con su otra cabeza—. Te lo prometo.

El pelinegro no tenía razón para creerle, pero tampoco para no hacerlo; Clyde tenía ojos curiosos, siempre los había tenido. Su debilidad simplemente eran las chicas lindas, pero nunca lo había llevado más allá de una fijación; ¿cómo decía el dicho? ¿«Perro que ladra no muerde»? Además, al final del día, su amigo era suficientemente grande para medir las consecuencias de sus hechos.

¿Verdad?

Butters comenzó a tocar el órgano en la tarima, las tonadas subían por los tubos de aire como vapor en una locomotora; trayendo a la vida la parroquia; y al siguiente compás los demás chicos del coro se unieron a él. El día se veía más vivo cuando la misa iniciaba, al menos eso pensaba el joven sacerdote. Los chicos del coro casi se miraban como ángeles; con sus vestimentas blancas y rostros solemnes.

Clyde seguía obedeciendo a sus pantalones, mirando a la chica de rizos rubios; Craig resopló y dejó en paz a su amigo. La eucaristía había comenzado y pensando en adicciones, a él se le antojaba mucho un cigarrillo.


El único lugar seguro donde podía fumar era fuera del cobertizo.

Porque si alguien lo veía —alguien además de Jimmy, Stan o Clyde, los tres sabían de su secreto—, fumar sería el menor de sus males en comparación de su diablillo escondido en el cobertizo. Aun así, había revisado toda la casa, todos se marcharon por el día.

Donovan para «refrescar» sus ojos, Marsh quien sabía adónde rayos se había metido; la tensión seguía bastante prominente entre los dos sacerdotes. Clyde todavía no dejaba pasar ser apuntado con un arma y Stan era más testarudo que una maldita roca. Quizás sí debía tomar en serio la oferta de Jimmy y marcharse a vivir en el convento, sería mucho más sencillo que estar en ese manicomio que hacían pasar como hogar.

Aunque, de nuevo, ahí dentro no podría tener la privacidad para fumarse un cigarrillo como la tenía ahí.

Le dio otra calada al taco de nicotina, y un movimiento en la esquina de su ojo lo hizo dirigir su mirada completa al cobertizo. De nuevo, una mancha amarilla y borrosa desapareció de la ventana en un parpadeo; Craig dejó salir el humo de su tráquea por la nariz, sintiendo el humo y veneno arder en las fosas nasales.

Se acercó a la puerta y la abrió de golpe; escuchó el quejido agudo seguido por el runrún de los pedazos de madera. Al menos el diablillo era rápido.

—No puedes hacer eso, ¿de acuerdo? —dijo a la aparente habitación vacía—. Si sacas tu cabeza para ver por la ventana, alguien fácilmente puede verte.

—¡Agh! ¡Lo siento! —escuchó primero la voz, luego se asomó la misma maraña de cabellos rebeldes—. Es que, escuché ruidos y pensé… ¡pensé que alguien venía por mí!

—Nadie viene por ti, cálmate.

—¡Tú no sabes eso!

—Tweek —Craig se acercó, manteniendo la mirada histérica del diablillo, el sacerdote se puso de cuclillas frente a él—. Nadie viene, estás seguro aquí, ¿bien? Nadie sabe que estás aquí escondido.

El rubio se estremeció, disparando sus ojos hacia abajo, sin poder ser capaz de mantener la mirada del padre. No dijo nada, solo los usuales suaves quejidos cayendo de sus labios.

—Te lo demostraré —dijo el sacerdote sin aviso, sorprendiéndose, incluso a él mismo.

El diablillo lo miró a los ojos, sin entender sus palabras como siempre. Craig le ordenó que se girara para darle la espalda y después de unos cuantos segundos de duda, obedeció. El pelinegro anotó eso en su mente, con el pasar de los días, el diablillo se familiarizaba poco a poco con él; el padre Tucker, siempre iba a visitarlo todas las mañanas —por orden de Jimmy—, para evaluar sus heridas y quemaduras casi inexistentes.

Tweek dejó salir un gritito ahogado cuando sintió las manos de Craig en su espalda, se colocó el cigarrillo en los labios y sacó la pequeña navaja que guardaba bajo el cuello clerical —una nueva, ya que el demonio se llevó la última incrustada en su hombro—, y abrió la gasa que sostenía la férula.

Pasó sus dedos, apretando levemente desde la base donde protruían las alas, hasta donde llegaba el codo, sintiendo los huesos debajo. Tweek se quejó cuando llegó donde se había roto, la piel era tan delgada y tersa, que, si apretaba, podía sentir levemente el callo donde se sanó.

Chequeó por más heridas, deslizando sus yemas hasta el radio del ala; el pequeño garfio que se formaba antes de extenderse en las casi traslucidas membranas que lo hacían volar. El rubio se quedó más silente que una tumba y por primera vez no tiritaba, ni se movía; Craig terminó de examinarlo, todo se veía bastante bien.

—El ala está prácticamente perfecta —comentó, sacando el cigarrillo de su boca para darle una nueva calada.

Tweek se giró nuevamente, su eterno ceño fruncido en preocupación presente otra vez, al igual que su tiritar.

—¿Lo… lo crees?

—Pruébalo tú —ofreció.

—¿Qué?

—Sí, ven aquí.

Serviría para finalmente placar los miedos sin fundamento del diablillo y como una prueba definitiva para saber qué tan rápido sanaba, ¿los huesos rotos se unían en una semana? ¿Los diablillos sanaban igual o más rápido que los otros demonios? Al menos de esta manera podrían tener un punto de partida.

Antes de guiarlo hacia afuera, se asomó a la puerta y tomó las dos pequeñas cruces a cada lado del marco, estás servían como bendiciones para evitar que demonios salieran o entraran; luego, entró más a la instancia para coger la cadena que antes había cerrado sobre su cuello del suelo; tomó la pata del diablillo y la adecuó para su delgado talón cubierto de pelaje rojizo. Tweek parecería un humano de cintura hacia arriba, pero las pezuñas como cabrío rompían la ilusión. El cabello ahí era más grueso, seguramente para hacerlo soportar las noches frías.

Craig tomó el final de la cadena atada a su talón y le indicó que saliera.

—¿Pe-pero… estás seguro?

El sacerdote no se repitió, solamente le hizo un gesto con la mano de nuevo, la vía estaba libre.

—No te hagas ideas —le amenazó—, te tendré cautivo todo el tiempo. Solo prueba tu ala.

Esperó hasta que el diablillo se deshizo de sus dudas y salió por sí solo.

—Espero que el sol no te queme —comentó, todavía era el principio de la tarde.

—Agh… —se quejó, parecía molesto—, claro que no, no soy un patético vampiro.

Craig se rio entre dientes, no había esperado la respuesta del rubio.

El comentario hacía que naciesen más incógnitas, ¿entonces, existían los vampiros? ¿Eran considerados demonios también? Y si ese era el caso, ¿en qué nivel de la jerarquía se encontrarían? Según las palabras y la actitud del diablillo, parecía que pertenecían incluso a una clase más baja que él.

Tweek se encogió un poco cuando los rayos, moribundos, del sol golpearon su piel; aunque, no parecía causarle más que una simple incomodidad que terminó ignorando.

—Muy bien —dijo, después de unos momentos, el rubio parecía inseguro, un poco cohibido en el lugar—: vuela.

Tweek se giró para verlo, orbes carmesí que hacían contraste con su pálida piel; ceño fruncido en una eterna preocupación. El diablillo llevó sus dedos e, inseguro, rascó uno de los cuernos que protruían de su cabeza.

Craig sujetó con más fuerza cuando lo notó tensarse un poco en el suelo, preparándose para tomar vuelo. Las alas se comenzaron a mover y lentamente las pezuñas de Tweek dejaron el piso, primero un poco inseguro, luego hasta donde la cadena lo permitía; el ondular de las alas era suave, como un susurro entre hojas.

El diablillo rubio parecía sorprendido por sí mismo, como si no se hubiera creído capaz de sanar a esa velocidad; Tweek lo miró desde lo alto, sonriéndole de oreja a oreja, orgulloso. El gesto fue tan genuino que Craig no pudo evitar corresponderlo.

—Ahora prueba volar hacia allá —probó, señalando hacia la izquierda con la mano que sostenía el cigarrillo.

El diablillo obedeció, moviéndose lo más que podía en la dirección que el sacerdote estableció. El pelinegro lo hizo otra, y otra vez, de un lado a otro; Tweek lo seguía, por alguna razón parecía entretenido. Craig veía su sombra danzar de lado a lado, su cola hacía una forma amorfa y graciosa cuando se juntaba con las alas como murciélago.

Notó que el diablillo también podía mantenerse en el mismo lugar, suspendido; agitando sus alas como una mariposa.

Borró el pensamiento, comparar a un engendro satánico con una mariposa no sonaba correcto.

El sonido de un tintinar lo hizo girarse sin aviso; no tenía vista perfecta, pero escuchó al picaporte de la puerta principal siendo abierta. No notó que había halado la corta cadena con todo su cuerpo, obligando al cuerpo del diablillo a seguir la correa.

La correa metálica era corta y fue con toda su fuerza, Tweek perdió la estabilidad y cayó de lleno encima de él.

El diablillo era pesado, desde antes lo había experimentado —era esta ya la segunda vez que le caía encima—; Craig sintió como todo su cuerpo fue empujado con fuerza hacia el suelo, sacando el aire de su pecho. El golpe lo dejó viendo sombras en sus ojos por un par de segundos, lo que sirvió para aumentar su desesperación porque alguien había entrado y tenía un diablillo encima.

—¡Muévete! —le exigió al tembloroso diablillo sobre él, Tweek parecía tampoco haber encontrado todos los fragmentos de su sanidad; eso o era condenadamente denso. ¡Si alguien lo veía todo el plan se habría arruinado!

—¡Jesucristo, Joder! ¡Craig, ¿qué mierdas?!

Stan.

Oh, no.

El pelinegro cerró sus ojos y exhaló, rindiéndose; debía pensar qué diablos diría. Podría decir que Tweek era un demonio que lo había atacado sin aviso, cayendo en picada sobre él… aunque eso haría que Stan inmediatamente lo matara, por consiguiente, faltaría a la promesa que le había hecho al diablillo.

La otra opción era ser sincero sobre todo el asunto, la página de Revelaciones y el traidor; de todas maneras, Stan no podía serlo, ¿verdad? ¿Qué clase de traidor se la pasaría ebrio todo el día sin poder diferenciar un perchero de una monja? Lo que lo llevaba a la tercera opción: esa era fingir demencia, esperar que Stan estuviera tan ebrio que no pudiera diferenciar dicho perchero de una monja.

—Quiero decir, tú sabes lo que pasó con el padre Maxi; no diré nada, hombre, pero ¡¿un acólito?!… —se quedó en silencio un momento—… jo-der.

Fue entonces que Craig abrió los ojos y supo a lo que Stan se estaba refiriendo.

Encima de él estaba la misma melena de cabellos como trigo, apuntando a todas partes; su rostro portaba su eterna preocupación; solo que… había algo diferente. Dos cosas diferentes.

Los cuernos habían desaparecido.

Craig tomó a Tweek de los hombros y lo alejó un poco más de su rostro para verlo mejor, tenía el mismo peso, sí; pero cuando bajó su mirada, no se topó con patas peludas como de cabrío, eran dos piernas lechosas, con finos vellos, tan blancas como recordaba sus manos.

No tenía un diablillo encima de él, ahora tenía un chico… un chico solamente vistiendo una roída camisa verde de botones.

Y eso lo hacía peor.

Sabía lo que Stan había visto y lo que estaba pensando en ese momento.

Empujó al rubio de encima mientras gritó:

—¡No es lo que parece!

Se giró para ver a Marsh detrás, parándose del césped, pateando el cigarrillo olvidado en el proceso. El otro pelinegro se comenzaba a alejar, cerrando sus ojos, seguramente queriendo olvidar la posición que había encontrado al otro sacerdote.

—No diré nada, Craig —dijo, entrando a la cocina—. Digo, hasta no me extraña, incluso me alivia —el del chullo azul comenzó a seguirlo—, siempre creí que estabas hecho de piedra; ahora me pareces más normal, pero lo debo repetir: ¿un acólito? ¿Qué mierdas? ¿Después de todo lo que le hicimos pasar a Maxi?

—No es lo que parece, ¿de acuerdo? Él es… él es…

Detrás de él Tweek entró a la cocina, con toda la gracias de un cervatillo en luces, tiritaba de cabeza a pies, su camisa de botones al menos terminaba de llegar a sus muslos; sin sus piernas de cabrío lucía más delgado que antes.

—Él es un adicto a la metanfetamina.

—¿Qué? —preguntó Stan.

—¡¿Qué?! —siguió Tweek.

—Sí —fue la única excusa que su cerebro pudo imaginar en ese momento, pero demonios, ¿qué más podían esperar de él?, el tiritar y el delgado cuerpo del diablillo podían apoyar la mentira—, Tweek es un adicto a la metanfetamina, hace algunos meses estamos trabajando en su rehabilitación.

Como lo había predicho, Stan bajó su mirada a las piernas desnudas de Tweek.

—Y, lastimosamente, ayer Tweek tuvo una recaída y volvió a consumir; lo encontré en la cuneta y lo he traído aquí para darle un baño.

Los ojos de Stan se movieron de Tweek hacia Craig, y luego de regreso.

—Claro —concordó, claramente sarcástico, no se tragaba la historia del otro pelinegro; ni por cerca—, y por eso estás en el patio… para…

—Darle un baño —terminó, ganándose un chillido del rubio.

—De acuerdo —Stan lo miró entrecerrando sus ojos—, dile que utilice la ducha de arriba, Craig; no seas tan animal.

—Eh… sí… de acuerdo…

Escuchó a Stan sentarse en el viejo sofá de siempre, con Jack Daniel's en su regazo, encendió la televisión y puso una cinta de vhs; de inmediato una película granulada comenzó a reproducirse. Craig comenzó a dirigir a Tweek a la escalera, ahora no tenía más opción que mostrarle al diablillo su habitación; de todas maneras, necesitaba un par de pantalones urgentemente.

—Oye, Craig —volvió a llamarlo.

El otro sacerdote apretó los dientes, hasta que sintió el músculo de su sien doler; sabía que Stan era tan inocente en este asunto como imbécil, pero demonios, si quería darle un puñetazo.

—¿Sí?

—Deberías llevar al chico a la iglesia… —fue interrumpido por un hipido—… no le haría mal hablar con Randy… él… es bueno hablando acerca de esas cosas… adicciones, ya sabes.

—Sí… le diré-

—Espera —escuchó al pelinegro levantarse para caminar hacia él—, tengo una idea; de todas maneras, le dije a Clyde que regresaría después de la eucaristía. ¿Quieres ir, chico?

Los ojos del diablillo le hicieron agujeros, pero Craig no podía regresarle la mirada sin verse sospechoso; porque, ¿por qué una persona le pediría permiso a un sacerdote si debía ir a la iglesia? En esa decisión, el rubio estaba solo.

'Di que no, Tweek, por favor.' Pensó.

—¿S-sí?

'Mierda.'

—Está decidido —Stan avisó—, estaré esperándolos aquí abajo.

Dichas las palabras regresó al sofá. Ambos subieron a la segunda planta, Tweek estaba tan claramente incómodo que tomó un puñado de la camisa de Craig para seguirlo el corto camino arriba. Una vez cerró la puerta tuvo que decirlo.

—¿Qué diablos fue eso? —el pelinegro no quería sonar tan molesto, pero ni siquiera podían gritar, los susurros de alguna manera lo hacían peor.

—Agh, ¿qué querías que dijera? ¿No es… no es eso lo que los humanos habrían contestado?

En eso tenía un punto.

—¿Y qué es esto? —Tuvo que señalar—. ¿Dónde están tus? —señaló su frente, haciendo ademanes exagerados, simulando conos—. ¿Y tú? —Luego siguieron las piernas.

—Es un truco para engañar humanos —y luego urgió—. ¡¿Qué haremos ahora?! ¡Agh!

—Bien, bien, de acuerdo… —solo estaba estancando el tiempo—… haremos los siguiente, Tweek irás a la iglesia.

—¡¿Qué?! ¡De ninguna manera, hombre! ¡Voy a morir!

—¡Shh! —urgió—. No, no lo harás, los demonios pueden entrar a la iglesia, aun no sé por qué, ¿de acuerdo? Pero no te pasará nada.

—¡Rrr! ¿Por-por qué debería confiar en ti?

—Porque si no hacemos esto te descubrirán y… entonces, no podré protegerte.

El diablillo se mordió los labios, incluso sus colmillos habían disminuido al tamaño de los de un humano normal. Craig esperaba que, todo lo que hasta el momento había hecho por proteger al rubio no pasara sobre su cabeza, Jimmy había jurado mantenerlo a salvo, y el pelinegro estaba dispuesto a cumplir con esa promesa.

'Vamos, vamos' pedía con sus ojos.

—De acuerdo —dijo, un pequeño lloriqueo salió de su garganta.

Stan no dijo nada cuando bajaron las escaleras; pero le arrojaba divertidas miradas de soslayo que lo irritaban. Vistió a Tweek con una camisa negra de botones y un pantalón del mismo color; era la única ropa que ellos tres tenían. La piel del diablillo disfrazado parecía brillar, el opaco le hacía ver mórbidamente pálido, aunque sus ojos antinaturalmente carmesíes se habían tornado verdes para mezclarse.

Stan iba adelante, guiando el camino de regreso a la parroquia, mientras un nudo caía pesado en su estómago; debía tener razón, ¿verdad? Tweek entraría a la iglesia y no se volvería cenizas, porque ese otro demonio no lo había hecho. Nunca vio a la casa del Señor lucir tan intimidante como esa vez, el diablillo iba detrás, sosteniendo un puñado de su camisa.

Hasta que paró.

El agarre de su camisa se volvió como hierro, comenzó a sentir el puño comenzar a temblar estrepitosamente; el diablillo lo había terminado parando a él también. Stan se había alejado unos cuantos pasos.

No le extrañó, conforme los días, había comenzado a conocer a al rubio; así que se giró para encararlo, se consideraba capaz de hacer al diablillo entrar en razón, de vez en cuando.

Cuando lo vio, su garganta se sintió seca como un desierto.

Los ojos de Tweek estaban abiertos el doble de lo normal, estaba temblando; tan intenso que podía escuchar el castañear de sus dientes. No lo miraban a él, en lugar de eso estaban directos, enfocados en la parroquia.

—Tweek —comenzó Craig—, ya casi llegamos; te lo dije, no te pasará nada.

El diablillo movió su rostro, negando lentamente.

—Tweek —repitió—, vamos, debemos hacer esto para evitar que sospechen. Ya te lo dije, no te quemarás, la última vez un demonio pudo entrar sin morir.

—Si entro ahí moriré —parecía que tendría un colapso nervioso en cualquier momento; sus pies permanecían congelados en el piso, no dio un paso más—. N-n-no puedo.

—Chicos —llamó Stan, notando el atraso—, ¿pasa algo?

Craig miró los ojos de Tweek, llenos de un indescriptible temor; luego giró en dirección del otro sacerdote, inseguro de lo siguiente que debería decir.


—Y ahora, mi pueblo, hemos de recordar dar gracias cada día, por cada lección que se nos es enseñada —finalizaba Maxi el sermón—; porque somos la congregación resiliente, pero Dios, es quien nos brinda las fuerzas. Encomendémonos cada mañana y a nuestra familia y amigos, porque para nosotros el futuro es incierto, pero debemos estar seguros, hijos míos, nuestro nombre estará en el libro de la vida y cuando el Señor, Dios todopoderoso llame nuestros nombres, nos recibirá en su gracia.

Amén —dijo la iglesia.

—Pueden ir en paz —despidió.

Clyde estaba viendo la finalización de la eucaristía desde un lado de la congregación; admitía que le gustaba hacerlo, al final de todo, la iglesia era su hogar y el pueblo su rebaño. Los sacerdotes sus hermanos y las monjas y acólitos su familia; todos habían formado esta extraña convivencia y cotidianidad. Debía confesar que la extrañaba cuando tenía que marcharse por semanas.

Se acercó a una anciana que tenía dificultad para levantarse de la butaca para ayudarle; la dulce mujer le besó las manos con gratitud, a lo que Clyde terminó por sonrojarse hasta las orejas. Al despedirse de ella, fue interceptado por un par de jóvenes, estaban dispuestos a mudarse al rancho de los Blanco para ayudarle a Jason a sostener la granja.

Les terminó diciendo que eran bienvenidos de regresar al siguiente día, Clyde también iría a acompañar a Jason y ayudarlo en todo lo que necesitara.

Los chicos se marcharon, detrás de ellos, el joven sacerdote notó esos rizos dorados, tan relucientes como el sol. La mujer de la que le había estado hablando a Craig… estaba frente a él. Clyde tragó grueso, sin dejar ver el nerviosismo o emoción en su voz.

—Hey —saludó como lo que él calificaba como un «genial saludo».

—Hola, padre —saludó con una pequeña sonrisa.

Clyde sintió su pulso comenzar a elevarse, su olor era tan dulce como rosas. 'Actúa normal, actúa normal, demonios; que la chica más linda que he visto me está hablando'. Pensaba para sí.

—Soy Clyde —Al menos debía presentarse—. ¿Cómo…? ¿Cómo te llamas?

La chica se rio, sonaba más dulce que un arpa.

—Bebe —dijo.

—¿Eres nueva por aquí? No te había visto antes.

—Recién me he mudado —contestó—, ¿eres tú el otro sacerdote de esta parroquia?

—Ah, sí. Maxi —el hombre era tres décadas mayor que él, pero no quería sonar como un zoquete, así que lo llamaría por su nombre de pila, maldito sea el mundo—, Maxi y yo nos encargamos de estos chicos.

Metió ambas manos en los bolsillos de sus pantalones, podía imaginar el agrio rostro de Craig diciéndole lo ridículo que se veía, pero ¡qué sabía él de conquistar a una dama! Y ya en el tema de Craig, dejarlo afuera como sacerdote de la parroquia, admitía, era una movida cobarde, pero demonios, Clyde era heterosexual, pero no era ciego; su mejor amigo tenía un rostro bastante apuesto, aun con su eterna expresión agria; y Stan también era atractivo, así que él también podía comer mierda.

—Y dime —dijo Bebe, moviéndose a un compás llamativo—, ¿todos son agradables en este pueblo?

—Claro que lo son- lo somos —se corrigió—, créeme te haremos sentir en casa. ¡Es más! Deberías acompañarnos mañana, yo estoy a cargo de la liturgia. Te presentaré con todos aquí.

—Es muy amable de tu parte —rio—, ¿crees que me acepten?

—¿Una muñeca como tú? ¡Quiero decir! ¿Una chica como tú? Te amarán.

—Voy a tomar tu palabra en eso, padre.

—Oh, por favor, puedes llamarme Clyde.

—De acuerdo —sonrió, sus ojos tenían un brillo juguetón—, voy a tomar tu palabra, Clyde.

Su melodiosa voz hacía estragos en su estómago, la manera como pronunciaba su nombre… el castaño estaba seguro de que no se escucharía tan hermoso ni siquiera cantado por ángeles.

—Es una promesa entonces —guiñó el ojo, sintiéndose audaz.

—Y dime padre, si todos son tan agradables aquí… ¿crees que serían tan agradables de esconder a un diablillo?

'¿Uh?'

—¿Qué? —cuestionó, inseguro de haber escuchado bien—. ¿Qué dijiste?

—Serían capaces de estar escondiendo a un diablillo —repitió sin dejar lugar las bromas de hacía segundos.

—No te… —Clyde no podía procesar sus palabras—, no te entiendo…

—Estoy buscando a uno, verás.

Una fría ráfaga de viento irrumpió antinaturalmente, apagando todas las velas, dejando la parroquia en penumbras. El sacerdote cubrió sus ojos del fino polvillo, pero escuchó el sonoro golpe barítono de las enormes puertas de la iglesia, cerrándose; atrapando a algunos de los congregados ahí todavía.

Clyde quitó el brazo de su rostro, Bebe lo miraba, pero sus ojos eran rojos como la sangre.

Su mano se movió instintivamente a su arma, pero antes que lograra llegar a ella, la rubia de rizos pateó su mandíbula, impulsándolo a la pared.

Cayó sobre la superficie de madera, la pared del despacho, causando una abolladura, sentía la mitad de su rostro entumecido debido al golpe.

A esto se habían referido.

Demonios dentro de la parroquia.

'Que Dios nos ayude a todos.'


Las cosas se van calentando y no de la forma que quisiera Clyde(?

¿Qué les pareció? Debo decirlo, amo amo amoooooo a Bebe, me parece tan hermosa djkfdskjfsd

¡Espero que hayan disfrutado de la lectura!

Prometo tener el siguiente capítulo dentro de poco~

Nos leemos luego.