¡Feliz sábado!

Uff, que noticia del especial ¿no?

Llevo días flipando, mi cabeza explotó y STAN ❤ Digo, que siempre me pareció un niño adorable pero DILF?! ¡HUBBA HUBBA!

-Inserte aquí gif del lobo golpeando la mesa y silbando-

No soporto esperar a ver un pixel de Tweek y Craig ❤️❤️❤️

¡En fin!

Espero que la actu les guste

Gracias Ren T. Dankworth por betear el fic ❤


VII

Craig iba a tomar al diablillo del cuello de su camisa negra —sin el cuello clerical, claro— para forzarlo a moverse; porque Tweek estaba probando ser experto dando volteretas con su paciencia, pero este no era el momento para paralizarse con miedo.

Tomó la tela, pero se detuvo al escuchar el rotundo golpe, rebotando en las paredes de su tórax.

El joven sacerdote dirigió sus ojos hacia la iglesia, las enormes y ancestrales puertas se habían cerrado tan rápido que no podían haber sido movidas por la fuerza de un humano. En un segundo lo supo, algo muy malo estaba pasando dentro.

Stan miró a Craig detrás con alarma, y estaba seguro de que el pelinegro del chullo azul tenía la misma mirada de urgencia que él; Marsh emprendió carrera a la parroquia, y el otro sacerdote lo hizo atrás de él.

El alcoholizado sacerdote tomó el picaporte y lo haló para abrir; sin embargo, el objeto parecía fundido con la superficie de madera; como si nunca hubiera sido abierta. Stan rechinó sus dientes, venas saltando en su cuello producto de la fuerza; Craig unió sus manos en el pomo, sumando su esfuerzo con el otro.

La puerta no se movió ni un milímetro.

—Intentaré por la puerta trasera —jadeó Stanley, antes de emprender carrera y comenzar a rodear la iglesia.

Fue entonces que notó al diablillo, el rubio seguía congelado en el lugar; la misma expresión de crudo terror.

Él había sabido antes, supo Craig, él sabía qué era lo que pasaba ahí dentro.

Abrió la boca para llamar su atención, pero el diablillo comenzó a retroceder, un pequeño paso, seguido de otro; al siguiente segundo hizo aparecer sus cuernos, pezuñas y cola.

—¡Tweek! —vociferó Craig, todavía intentando abrir las compuertas.

El diablillo dirigió sus ojos carmesíes en su dirección, mientras comenzaba a elevarse del suelo en vuelo.

—¡Tweek! —volvió a gritar, intentando detenerlo, de alguna manera él podía ayudar, sabía qué diablos estaba sucediendo—. ¡Tweek, no!

Pero el diablillo no lo escuchó; y comenzó a emprender vuelo al siguiente segundo, agitando su, ahora sana, ala y alejándose con cada segundo. Hasta perderse entre los árboles aledaños.

—¡Mierda! —exclamó el joven sacerdote, todo se había salido de control demasiado rápido.

Stan llegó corriendo a su lado, ceño fruncido y expresión facial encrespada con tensión, jadeando; Craig sabía que no traía noticias buenas.

—Está cerrada también —informó—, debemos encontrar una manera de entrar.

Todos los vitrales explotaron al siguiente segundo, causando un estruendo agudo; el pelinegro sintió los pequeños fragmentos de cristal caer sobre su gorro y hombros. Seguido de la explosión interna, su sangre se congeló al escuchar el particular y escalofriante sonido de gritos.

Los gritos de su congregación.

—¿Quién está ahí dentro? —preguntó Tucker, luego agregó—. Qué los pueda proteger.

—Maxi y Clyde —informó Marsh—, Butters y Randy también.

Chasqueó la lengua, podía confiar en Donovan, era muy bueno cazando demonios, el padre Maxi era más lento, pero tenía experiencia. Aun así… algo se torcía en su estómago, esto no era igual a cuando él fue atacado en el confesionario. Una situación así… un demonio encerrándose en la iglesia… era sin precedente alguno.

Craig retrocedió un par de pies, sacó su revólver y le dio a la cerradura; el cerrojo explotó, pero las puertas seguían adheridas entre sí. Todo el lugar apestaba a maldiciones.

—¡Voy por más armas! —gritó Stan emprendiendo carrera a la casa detrás de la iglesia—. ¡Y por alguna bomba! —siguió a medida avanzaba—. ¡Aunque tengamos que explotar esa puerta, los sacaremos de ahí!

Craig se quedó de vigilante, esperando que algo pasara; limitándose a escuchar los desesperados clamores de todos ahí dentro.

—¡Los sacaremos de ahí! —les prometió, esperando que ellos pudieran escucharlo.

'Sin importar lo que cueste.'


—Te lo preguntaré una vez más, padre —Bebe se burló utilizando su título—, ¿dónde está el diablillo?

Estaba sobre la pared; la criatura lo tenía contra la superficie a dos metros sobre suelo; sosteniéndolo de su rostro. Un par de cuernos curveados como carnero protruían de su frente, los salvajes cabellos ámbar contrastando con el color como brea. Los carnosos labios ahora eran cortados por largos dientes de alfiler; cuando hablaba, una lengua bífida como serpiente se asomaba.

—El diablillo que buscas está… —hablar era difícil con las garras de Bebe hundiéndose en su rostro—… aquí en mis pantalones, hija de puta.

La hija de Satán siseó, Clyde no tuvo tiempo de pensar si había entendido su frase, porque al siguiente segundo introdujo las filosas garras de su mano izquierda en su hombro. Atravesando la piel como si fuera mantequilla, el sacerdote sintió como si un gancho carnicero lo sostuviese en el aire.

Escuchó un disparo y la criatura lo dejó caer al suelo.

Clyde cayó de rodillas, sintiendo el dolor irradiar sobre su hombro; aunque la adrenalina lo mantenía cuerdo. Alcanzó a ver al padre Maxi con una escopeta, el cañón despedía esbozos de vapor todavía. El disparo no había alcanzado a Bebe, la rubia se había movido al último segundo.

Notó a la anciana que había ayudado antes cercana a la puerta, al igual que otras inocentes personas de su iglesia; Maxi las protegía, parándose frente a ellas. Clyde sacó su magnum y le disparó a la rubia.

Bebe agitó sus largas alas negras, estás llegaban a sus pies, y se movió con la misma gracia que una bailarina de ballet. Como para probar un punto tomó velocidad al planear dentro de las cuatro paredes de la iglesia, tomó a una mujer sin aviso, cortó su garganta con sus uñas y la estrelló contra la pared.

Todos los atrapados gritaron al ver la carnicera imagen, estaban a la merced de ese monstruo.

La de melena leónica se rio ante el caos que había provocado; Clyde y Maxi dispararon al mismo tiempo, intentando darle, pero ella fue más rápida que ambos. El castaño le indicó al otro grupo de inocentes que se colocaran detrás de él; fue entonces cuando un gancho fue disparado como un cañón, el arpón tomó desprevenida a Bebe, atravesó su ala y se abrió, sujetándose dolorosamente.

La criatura chilló, fúrica. Clyde miró donde había provenido para encontrar a Butters, cerca del púlpito, sosteniendo el arma; el chico del coro accionó un botón y la cadena comenzó a esconderse, arrastrando al demonio a la fuerza.

Del otro lado se disparó un segundo garfio, dándole en la otra ala.

Era Randy, ambos la lograron sujetar, inmovilizándola, estirando sus alas como un murciélago a punto de ser diseccionado.

El sacerdote Donovan sonrió, realmente hacían un buen equipo como parroquia, por eso eran tan fuertes.

Entonces Bebe gritó.

Un sonido tan penetrante que Clyde sintió como si taladrara su cráneo; por puro instinto de supervivencia dejó caer la pistola para cubrirse los oídos, de lo contrario sentía que se volvería sordo. Sin embargo, sus manos no fueron lo suficiente, el sonido seguía dentro de su cabeza; se encogió sobre sí mismo, y sintió pequeñas piedrecillas caer sobre él. En el suelo, notó fragmentos de vidrios de colores.

El grito agudo cesó y luego, la ráfaga de un golpe, seguido de líquido siendo derramado.

A su lado, la cabeza del padre Maxi rodó.

El castaño estaba tan horrorizado que ningún grito salió de su garganta, solo podía respirar forzosamente se lanzó hacia atrás, desesperado por poner espacio entre la cabeza cercenada y él.

Escuchó un pitido en sus oídos y todo le daba vueltas, el sonido sordo del grito de algunos congregados lo escuchó en segundo plano. Clyde se obligó a subir su mirada, no podía perder de vista a la peligrosa enemiga, no después de haberles mostrado lo que era capaz de hacer.

La rubia estaba en medio de la iglesia, había arrancado las cadenas de sus alas; en el suelo, Randy y Butters la miraban cubriendo sus oídos como lo había hecho él. Bebe, sin embargo, tenía ahora una larga cola, esta terminaba en una filosa hoja, seguramente con la que le había volado la cabeza al padre Maxi.

La engendro bajó más al piso, sus alas comenzaron a aletear con fuerza, haciendo su vestido carmesí ondear; dio un giro de trescientos sesenta grados, su cola actuando como una guillotina. Clyde estaba más lejos, sin embargo, le cortó el brazo que llevó a su rostro para cubrirse; horrorizado, vio como le cortó la cabeza a uno de los jóvenes que se le acercó antes.

Se arrojó al piso, comenzando a arrastrarse por el suelo hasta alcanzar el cuerpo decapitado de Maxi, tomó la escopeta y apuntó de nuevo, antes que tuviera el tiempo de cortar en dos a todos en la habitación. Disparó sin respirar, Bebe se movió a un lado, pero Randy ya había leído la situación, sacó una pistola de su hábito y disparó hacia donde la rubia se había movido.

Alcanzó a rozarle el brazo, lo que se ganó otro siseo de la hija de Satán.

La herida comenzó a abrirse, el agua bendita entrando debajo de su piel; seguramente era la primera vez que las recibía. Randy disparó otra vez, Bebe logró esquivarse, cayendo en picada hasta donde la monja, tensó sus alas hacia atrás, impulsándose con fuerza; se estrelló contra el padre de Stan, chocando con el sagrario, cayendo sobre las velas, quebrando todos los depósitos de cristal.

El hombre de barba quedó en el lugar, Clyde no lograba ver si respiraba.

—¡Randy! —gritó, sin recibir respuesta.

Bebe lo miró, sonriendo entre colmillos y dientes.

Nunca se habían topado con algo así; Donovan lo sabía, Bebe no era solo un demonio.

—Sigamos en lo nuestro, padre Clyde —canturreó hasta volar hacia él.

El castaño disparó, parando a Bebe en sus pistas, fue tan repentino que le dio en el hombro. El castaño sonrió para sus adentros al recordar que, en ese mismo lugar, ella le había ensartado sus filosas garras. Butters le disparó, atrapándola. Un poco más confiado de lo que hacía, siguió apretando el gatillo, estaba seguro de que si le daba a la cabeza tendría que morir.

Con lo que no contó fue con la larga cola de la rubia amarrándose en su talón.

La fuerza fue lo suficiente para sentir sus nervios hirviendo como lava, al momento que sus huesos fueron dislocados. Bebe volvió a girar en el aire, barriéndolo de sus pies; Clyde estaba en el aire al siguiente segundo, fue lanzado por segunda vez, esta vez en dirección al sagrario.

Pero en lugar de caer sobre las velas, se estrelló con la estructura de oro; cayendo sobre la dura superficie de la imagen de la Santa Virgen María. Fue como una patada sobre sus pulmones, su aliento salió con violencia, los músculos de su espalda se contraían entre choques de corrientes de dolor.

El impacto fue tan fuerte que lo recibió su cabeza también, haciendo su visión oscurecerse; quedó paralizado en el suelo, su cuerpo no le obedecía. Lo único que escuchaba era el tintinar de sus oídos.

Parpadeó hasta que sus ojos se enfocaron nuevamente, sintió un riachuelo bajar por su sien derecha, apelmazando su cabello; las gotas de sangre comenzaban a manchar el suelo y Clyde ni siquiera había notado que recibió el impacto con su cabeza.

Comenzó a arrastrarse, miró hacia arriba para ver a la rubia sobrevolando.

—¡Clyde! —gritó Butters, el castaño no podía ver donde estaba.

—Buenas noches, padre —se despidió Bebe, antes de caer en picada sobre él.

Tomó la estatua de oro de María sobre el sagrario y la dejó caer sobre él.

No reconoció el alarido que dejó salir, tampoco el grito de Butters; lo único que se reprodujo en sus oídos una y otra vez fue el estallido que sus huesos hicieron al ser quebrados por la pesada estatua de oro.

La piel se abrió, dejando ver los huesos fracturados comenzando a inundar de sangre el piso, pequeñas gotas cayeron en su rostro; su pierna derecha había sido completamente aplastada.

No sentía su pie, ni su talón dislocado, solamente el dolor donde la escultura terminaba, donde la piel se había abierto por el impacto. Clyde no se atrevía a mirarlos, sentía nauseas al ver sus huesos protruir.

Bebe lo miraba desde el aire, dispuesta a encestar el último golpe que lo acabaría todo; hasta que una bala rozó la piel de su mejilla; un centímetro más y su cerebro habría sido derramado.

Nuevos disparos se escucharon, dándole en el ala, en el brazo; la rubia comenzó a moverse, intentando esquivarlos. El joven sacerdote no podía seguir prestando atención, el dolor era lo único que podía sentir; cada nervio ardía y lo único que rondaba en su mente era que no podía sentir su pie.

Su pierna estaba completamente destruida.


Cuando los vitrales explotaron, una idea comenzó a hacer nido en su mente; pero tomó forma hasta ver a Stan regresando con un rifle amarrado en el pecho y dos pistolas en sus manos.

Era una idea riesgosa, con probabilidades de éxitos demasiado baja, pero debía bastar.

—¡Stan! —exclamó antes que el pelinegro avanzara más, cuando el aludido le miró, Craig señaló el techo de la casa detrás de la iglesia.

Como había predicho, el otro sacerdote cayó en la idea de inmediato; asintiendo y corriendo de regreso a la otra estructura. Tucker corrió detrás de él, sujetó la escalera mientras el otro sacerdote comenzaba a escalar.

Para entonces escucharon más gritos, su pecho se constreñía, Craig solo esperaba no llegar demasiado tarde.

Stan se posicionó en el techo de cuclillas, estaba hecho de tejado de arcilla, así que si su amigo no tenía cuidado donde pisaba, podría caerse. El otro pelinegro adoptó la posición de un perfecto francotirador, situando el rifle sobre su rodilla en lugar de un trípode.

—¿Los ves? —preguntó Craig desde abajo.

—Rayos… —murmuró Stan—, s-sí, ahora sí.

—¿Tienes un tiro claro?

Ahí vio al pelinegro dudar, demasiado tiempo; eso no era común en él. Stan miraba y miraba la mirilla telescópica, claramente teniendo problemas con enfocar.

Mordió el interior de su mejilla al verlo frotar sus ojos sobre la manga de su camisa, estaba viendo el doble.

'Maldito alcohólico de mierda, nos vas a terminar matando.' Pensó con amargura.

—¡Stan! —vociferó—. Mierda, enfoca bien.

—¡Es lo que hago, demonios! —regresó, su voz agrietándose en la maldición.

—¿Qué ves?

—Es… es una… mujer… un demonio hembra —dijo—, está… mierda, no lo sé.

—Hijo de puta —susurró Craig, sintiendo su paciencia acabarse.

Comenzó a subir las escaleras rechinantes hasta alcanzar el techo, sabía que su vista no era perfecta, pero Stan haría que todos en la iglesia terminaran muertos; y Craig se negaba a mancharse sus manos con la sangre de toda su congregación y su mejor amigo.

El del chullo lo hizo a un lado con molestia; y Stan estaba tan inseguro que lo permitió. Imitó la posición del otro, no era ni por cerca tan bueno como Marsh, pero alguien debía hacer algo.

—Baja —le ordenó—, si las puertas se abren entra haciendo el peor alboroto del infierno.

Stan lo hizo, cabizbajo; sacó el par de armas y corrió a la puerta de una vez.

Craig miró por la mirilla telescópica, la horrenda criatura del infierno volaba manteniéndose a la misma altura de los altos ventanales. Incluso desde ahí notó los rizos topacio, 'hija de puta', pensó, era la misma que había visto con Clyde en la mañana. La maldita criatura estuvo toda la misa.

Rechinando los dientes la intentó seguir mientras se movía, alcanzó a notar que arrojó una figura al púlpito, para luego acercarse a él. Estaba hundida en la situación que ocurría ahí dentro, Craig debía tomar esa oportunidad.

Haló el gatillo.

La rubia retrocedió, debió haberla rozado; maldijo sobre su aliento, no le había dado en la cabeza, pero la hizo retroceder.

Perdió su concentración y las puertas se abrieron.

Vio la conmoción cuando Stan entró con armas ardiendo dentro de la iglesia, una pistola en cada mano; Craig disparó nuevamente desde su posición, alcanzando a darle a la rubia en el brazo. Ella, al notar que era rodeada, comenzó a retroceder.

Salió por una de las ventanas quebradas, Craig intentó seguirla, pero fue tan rápida como una ventisca, dejando en su paso, caos y devastación.

El joven sacerdote bajó, obviando los últimos escalones y saltando sobre el piso; se apresuró hasta las puertas de la parroquia, sentía su cabeza pesar menos que un alfiler, su pecho se constreñía; imágenes macabras destellando en sus ojos, Craig intentaba prepararse para lo peor, pero no podía mentirse: tenía miedo, miedo de lo que podía encontrar ahí dentro.

Porque los miembros de la parroquia se habían convertido en su familia, Clyde era como su hermano, y el padre Maxi como el tío que se pone demasiado ebrio en las fiestas. Randy… Butters… Rezaba bajo su aliento, rogándole al Padre «Por favor no, por favor no, por favor no.»

Su mundo se hundió cuando digirió toda la imagen.

Había cuerpos en todas partes, la sangre manchaba las paredes y el piso, al fondo de la habitación, el sagrario estaba completamente destruido.

Reconoció a Stan, quien estaba de rodillas al lado del cuerpo de su padre; miró a Craig en la entrada y le urgió que se apresurara, señalando el sagrario.

Fue ahí que notó el cuerpo de Clyde.

«Mierda, no.»

Corrió a su lado y cayó hincado, lucía alarmantemente pálido y se movía con lentitud, tenía una cortada en la sien; pero lo peor era su pierna. Estaba debajo de los escombros de oro, maldijo sobre su aliento, intentó levantar la pesada estatua, pero pesaba demasiado.

—Clyde, Clyde, ¿estás conmigo? —comenzó a darle pequeños golpes en la mejilla—. ¿Clyde?

Una caliente ola de alivio lo recorrió al ver a su amigo abrir los ojos, Craig notó ahí el charco de sangre que lo rodeaba. Miró su pierna y vio una enorme cortada arriba de la rodilla; no tenía idea cuanta había perdido, pero se miraba preocupante.

Sin pensarlo dos veces se quitó el cinturón de cuero y lo pasó por su muslo, lo importante era parar el sangramiento.

—¿Craig? —dijo con voz débil.

—Ah, gracias, Cristo —suspiró—. Clyde, ya estoy aquí, te voy a sacar.

Apretó el cinturón hasta que el castaño gritó de dolor; el joven sacerdote le repetía que era por su bien, se pondría bien, aunque no sabía si necesitaba convencer a su amigo o a él mismo.

—El… padre Maxi —continuó el castaño—, joder, el padre Maxi está muerto, Craig —su voz se comenzó a quebrar, lágrimas se formaron en las esquinas de sus ojos y su boca se estiraba en una mueca amarga de dolor—. Yo vi su cabeza, Dios… su cabeza… fue horrible.

—Ya… ya —intentó calmar—, lo importante es que estás bien, te pondrás bien.

—Craig, no lo sé —Clyde siguió sollozando—, no siento mi pierna, ¡no siento mi pierna! —se comenzó a desesperar—. Sácame de aquí, ¡córtala!

—Clyde, espera, espera —intentó detener la peligrosa dirección en la que se dirigían sus pensamientos—. ¡Stan! ¡Alguien! ¡Necesito ayuda!

En segundos el otro sacerdote llegó a su lado, asintió con seguridad; informándole con ese pequeño gesto que Randy estaba o estaría bien. Ambos intentaron levantar el monolito, pero el oro era demasiado pesado para moverlo.

—Lo intentaré levantar —ofreció el del chullo, se estaba desesperando con los minutos—, Stan debes sacarlo lo más pronto que puedas.

El otro asintió y tomó el lugar cerca de los hombros del castaño.

Craig no era un soñador.

No era un optimista.

El vaso siempre se miraría medio vacío para él, así que no había manera; ni en un millón de años ellos solos podrían levantar ese monumento de tres toneladas. No podían llamar a nadie más, porque ¿quién sabía si ese demonio volvería a terminar el trabajo? La ayuda estaba a kilómetros de distancia, no había manera, no la había.

Pero Craig no podía decir eso.

En lugar de hacerlo le urgió a Stan que tomara a Clyde de sus hombros; el del chullo apretó los dientes, cerró sus ojos y comenzó a levantar.

Esa vez, el monolito se movió; sorprendiéndose incluso a sí mismo, disparó sus ojos abriéndolos. Lo que no esperó ver fue la maraña de cabellos como trigo a su lado, con piernas de humano y pantalones negros rotos hasta las rodillas.

Con sobreesfuerzo, Tweek levantó la estatua con él.

—¡Sí! —gritó Stan, sacando rápidamente a Clyde.

Craig no pudo decir nada, solo ver al diablillo a los ojos.

«Gracias.»

El rubio asintió quedamente.

—Debemos llevar a los heridos al convento, Jimmy y los frailes sabrán qué hacer.


En cuanto se escuchó las ventanas explotar de la parroquia, se corrió la voz como pólvora, se suponía que ese era el único lugar seguro que podían tener ahora; Craig eso creyó hasta la vez de su ataque en el confesionario. Para cuando los otros ciudadanos de South Park llegaron, ya habían logrado alejar al demonio hembra; todos los que podían caminar ayudaron a meter a los heridos en el viejo pick up de los Stotch.

Y ahora estaban fuera del convento.

Stan estaba sentado fuera, espalda apoyada contra la pared; ambos habían preferido salir, estar encerrados ahí solo los dejaban más intranquilos. El otro pelinegro tenía las rodillas en su frente, pero Craig estaba impaciente, todavía tenían una conversación pendiente.

Frente a ellos, Tweek se veía dolorosamente fuera de lugar; caminaba de un lado hacia otro, como si su propio amante estuviera siendo tratado de emergencia ese momento. El pelinegro sabía que era por otra cosa, estaba demasiado cerca de otro edificio santo; era un poco gracioso: el rubio era el que estaba más alejado de los tres —a cinco míseros metros—, pero se notaba que también quería guardar apariencias y seguir fingiendo.

Craig aprendió que el tembloroso diablillo era bastante listo.

—Regresaste. —Era lo primero que decía al rubio, lo primordial había sido encargarse de los heridos.

—¡Agh! —Tweek se sorprendió al ser aludido—. S-sí…

No explicó más; Craig no lo pedía, el joven sacerdote quería darle las gracias, pero por alguna razón no podía decidirse a hacerlo. Aun cuando nada tenía sentido; porque si Tweek sintió la necesidad de regresar era porque se sentía agradecido de haber sido sanado de sus heridas y protegido todo ese tiempo. Pero el agradecimiento no era algo que los demonios podían sentir.

Así que se convenció que se trataba más de simbiosis, al final de todo, el diablillo necesitaba de la protección de la iglesia. Porque…

Porque quien sea que fue esa rubia, venía tras Tweek.

Y el rubio lo había sabido, o al menos sintió su presencia; el diablillo no quiso entrar porque conocía a ese demonio y lo que era capaz. Clyde era bueno cazando demonios, pensaba rápido y tenía buenos reflejos, además… ahí adentro estaba Maxi, Randy y Butters: cuatro contra uno… y aun así no habían podido acabar con ella.

Además, estaba seguro de que, si él no hubiera intervenido, todos dentro de la parroquia habrían terminado muertos.

La imagen de la cabeza de Maxi volvió a provocar otra ola de náuseas, relampagueando detrás de sus ojos por un segundo. El hombre había estado en esa parroquia desde antes que se acabara el mundo; les dio la bienvenida a esos tres jóvenes sacerdotes, les invitó a quedarse en esa casa vacía y los trató como sus hijos.

Sí, tenía una manera retorcida de interpretar el «amor» y los «castigos» de Dios; pero al final, el hombre siempre había sido inofensivo.

Los eventos de todo el ataque seguían frescos en su mente, el del chullo comenzó a reproducirlos una y otra vez. La chica, había estado ahí desde antes de la liturgia, si Craig no hubiera salido por ese cigarrillo habría quedado encerrado con ella, ¿habría tenido todo eso una diferente conclusión? ¿O él habría intercambiado lugares con Maxi y su cabeza sería la que hubiera rodado?

Instintivamente llevó una mano a su cuello, sintiendo el pulso, era una pregunta que no había dejado sus pensamientos; sí, Craig era bueno con su revólver, y hasta el momento, seguía invicto de cada enfrentamiento con un demonio, siempre había ganado él. Pero… si el pelinegro se hubiera terminado enfrentando a ese demonio de rizos rubios, ¿habría salido victorioso?

Clyde vino a su mente, todo lo que tuvo que vivir ahí dentro.

Sin embargo, bilis caliente comenzó a subir por su garganta, el siguiente recuerdo lo hizo enfurecer; sin pensarlo, camino en su dirección, Tweek lo notó y comenzó a tiritar más fuerte, solo observándolo. Craig se alejó del diablillo y llegó frente al otro pelinegro, Stan no se había movido ni un milímetro de dónde estaba.

El del chullo lo levantó del cuello de su camisa, forzándolo a ponerse de pie; Stan no lloraba, pero su mirada parecía adherida al piso, no tenía el valor de encararlo. Craig, por su lado, quería una explicación, porque tuvieron la oportunidad de terminar con eso antes que la rubia dejara caer el monumento encima de Clyde.

—¡Me puedes decir: ¿Qué mierdas fue eso?!

Stan seguía con la mirada en el piso.

Craig había visto a Stan darle al blanco desde distancias más largas, podía haberle dado en la cabeza; habría salvado a Clyde y matado en el camino, arrancando esa amenaza de raíz. Ahora ella estaba ahí afuera, viva y planeando cómo volverlos a atacar.

—¡La tuviste en frente! —vociferó, zarandeándolo—. ¡Pudiste matarla!

Los ojos del pelinegro se tornaron vidriosos; pero Craig no podía parar.

—Pudiste acabar con ella, pero no¸ ¿verdad? No pudiste dispararle porque ¡estabas jodidamente ebrio! ¡Siempre lo estás!

—No lo hice porque quise —devolvió a través de dientes apretados.

—Claro que no, ¡pero estamos en el apocalipsis! Mientras nosotros luchamos por, no lo sé, sobrevivir tú te la pasas sintiendo lástima por tu vida; Dios, Stan, eres tan egoísta.

—¡Esto no es mi culpa! —El otro sacerdote terminó empujándolo, alejándolo de él—. Yo no planeé este ataque, ¿sí? ¿Crees…? ¿Crees que yo fui por ese demonio? ¿Qué le abrí las puertas de la iglesia? ¡Jódete, Craig! ¡Mi padre está ahí también!

—Pero ¿cómo diablos podemos dormir pensando que tú resguardas nuestras espaldas? ¡Se supone que estas personas deben confiar en nosotros!

Esta vez Stan tomó de su camisa, empujándolo otra vez; Craig no retrocedió, en lugar de eso arqueó su brazo, tomando impulso para darle un puñetazo en su mejilla.

Antes de impactarlo contra el otro, sintió una mano en su pecho comenzando a intentar alejarlo; bajó su mirada para ver a Butters, intentando hacer lo mismo con Stan. El chico del coro se forzó en medio de los dos, poniendo un poco más de distancia entre ellos antes de que comenzaran algo mucho más grave de lo que podían no retornar.

—Por favor, amigos —intentó traer la paz, la campana en su costado moviéndose como el cascabel en un gato—. No podemos matarnos entre nosotros, el padre Clyde, Randy y la congregación necesitan de nosotros.

Craig respiró hondo, intentando alejar los pensamientos acusatorios; antes de ver la paja en el ojo de alguien más debía ver la viga en el suyo.

Y qué viga tenía él, miró a Tweek de reojo; el rubio seguía parado en el mismo lugar, viendo la conmoción con una mueca de terror.

Lo que le hizo recordar el otro hecho en la situación, él había huido antes de verla; Tweek había presentido la amenaza que la rubia era. Y ahí, fuera del convento, comenzó a pensar en todas las veces que el tembloroso diablillo había alegado que vendrían por él. Una y otra y otra vez hasta el cansancio… había tenido razón.

Y no habían mandado a un demonio cualquiera.

Craig le dedicó una última mirada a Stan, el pelinegro de ojos azules lo seguía mirando, facciones tensas, esperando otro golpe de él para poder reciprocar. Sabía que se debía sentir como la mierda, pero en ese momento a él no le podía importar una mierda sus sentimientos.

Butters se quedó con el otro sacerdote y Craig se acercó a Tweek.

Ojos verdes tan abiertos que parecía que se saldrían de sus orbitas lo recibieron; el pelinegro no quería espantarlo, y ya había visto lo volátil que el diablillo era. Estaba seguro de que desactivar una bomba sería más fácil que comprender los dobleces laberínticos de la mente del rubio; era más fácil entender cómo funcionaría un cohete espacial que las acciones que movían al rubio.

—¿Pudiste sentirla? —preguntó, sin juzgar, sin señalar, siempre manteniendo su tono monótono y bajo—. ¿Huiste por eso?

Tweek bajó la cabeza, cejas zurcidas con preocupación; Craig no sabía si era por el arrepentimiento o porque seguía tomando decisiones que lo ponían en más y más peligro con los otros demonios.

—N-no sé —comenzó el rubio, parecía que elegía cada palabra con sumo cuidado—… quien de ellos era.

¿Ellos?

Había supuesto que no se trataban de demonios normales, pero esta era la prueba.

—¿Ellos? —repitió.

—¡Jimmy! —exclamó Butters, el fraile abrió la puerta, detrás de él otros monjes tenían mascarillas y gorros quirúrgicos—. ¿Cómo están todos, amigo?

—¿Podemos entrar a verlos? —Stan se acercó—. ¿Cómo está Randy?

—E-esperaremos algunas horas que recuperen sus fuerzas —contestó—, Randy se pon-pondrá bien, sus heridas no eran tan profundas, gracias a Dios.

—¿Y Clyde? —Craig se puso de pie.

A eso el fraile hizo una mueca, frunciendo sus labios y Craig sintió todo su mundo venirse abajo; eso no parecía un augurio para buenas noticias.

—Pudimos salvar su pierna… —dejó caer Jimmy—… pero necesitará mucho tiempo para sanarse y la fisioterapia será larga. Ti-tiene un largo camino por recorrer.

El pelinegro se dejó caer sobre la pared, se deslizó hasta el piso dejando el cálido alivio recorrer todos sus músculos. Dándole gracias a Dios por no haber llegado más tarde, un poco más de tiempo y no habría habido sobrevivientes dentro de la iglesia.

Jimmy se dirigió al diablillo al siguiente momento, Tweek parecía que quería enterrarse en la tierra y quizás aparecer en el hades.

—E-escuché que nos ayudaste. —dijo el fraile, el rubio tragó con fuerza—. Debo darte las gracias por eso… no tenías por qué hacerlo.

—Y-yo… —Tweek musitó, pero parecía no tener idea qué quería decir.

—Pero ahora, debo pedirte que me digas todo lo que sabes.

—N-no… ellos, ellos me pueden matar —el rubio comenzó a negar.

—No es una solicitud… T-T-Tweek —regresó el fraile—; debes decirme o nuestro trato de protección se termina aquí y y-yo seré quien te extermine aquí y-y ahora.

Jimmy lo veía, ojos cansados y ceño fruncido, desató el rosario de su costado y lo levantó en su dirección.


¿Qué les pareció?

Me encanta leer de ustedes, son libres de dejarme un mensajito con sus opiniones en la cajita de abajo

Btw, pueden encontrarme en Twitter como NoleeVel, ahí doy noticias del fic, como un fanart que me regalaron ❤ hecho por FlancitoTucker o si solo quieren contenido de South Park, me encantaría seguir tambien personitas con esta misma obsesión

Nos leemos en la próxima~