aaaaah este capítulo me fascinó escribir!

Lamento la demora, pero espero que el capítulo valga la pena ;;

y btw, ese especial, ¿no?

Feliz con mi Style canon padres casados, triste con mi boy Eric :'C

Gracias a mi editora, Ren, por darme sus opiniones y revisar mis escritos ❤


IX

—Kyle… —comenzó Jimmy.

Craig fue tomado desprevenido por la respuesta del judío, Broflovsky era rápido, sí; él ya había sido testigo de lo que el otro era capaz. Sin embargo, no tomó en cuenta sus refinados instintos; Tweek parecía que tendría un paro cardíaco en cualquier momento; palideció con los segundos y sus ojos verdes se enfocaron en los suyos.

—¿Qué es esto? —preguntó el pelirrojo.

¿Podía ser cierto? ¿Kyle sabía de la verdadera identidad de Tweek solo con estar cerca de él? Las auras de un humano y un demonio eran totalmente diferentes, eso era evidente; Jimmy estaba dentro del engaño y podían pasar debajo de los instintos adormecidos y estupefactos de Stan, pero no había tomado la naturaleza desconfiada de Kyle en cuenta.

Craig lentamente llevó su mano al revólver, no planeaba dispararle, mucho menos a un aliado que había venido a apoyarlos; pero debía asegurarle al diablillo que había alguien en su lado; de reojo pudo ver como Tweek hacía aparecer las garras escarlatas de su mano izquierda detrás de su espalda.

Si la temblorosa criatura iniciaba un ataque, Kyle no haría nada por contenerse.

—Dios, realmente eres un hijo de puta —Stan fue el siguiente que habló, tomando a todos desprevenidos.

Los ojos esmeraldas del judío no se despegaban del diablillo.

—Stan… —el castaño, como siempre, intentaba navegar sin pisar una mina.

—No, Jimmy —lo paró el pelinegro—. ¿Cómo te atreves a venir aquí y amenazar a nuestro invitado?

Stanley se acercó al inamovible pelirrojo y alejó la mano que sostenía la katana de Tweek; y por un momento Craig pensó que Kyle atacaría al claramente ebrio sacerdote. Pero en lugar de eso, dejó que el pelinegro alejara la filosa hoja.

—¿Su invitado? —demandó saber, sin regresar aun la katana a su funda.

—Sí —regresó Stan molesto—, no tienes derecho a amenazar a nuestros amigos con esa arma tuya; Tweek… es un buen tipo, Kyle, ¡ni siquiera lo conoces!

—Eh… Ky-Kyle, Tweek es un miembro de nuestra iglesia —explicó el fraile—, y nos ayudó a atender a los heridos.

—Así es —volvió a meterse Marsh—, si quieres hacerle daño a Tweek, tendrás que hacerme daño a mí primero.

El pelirrojo parecía que había tenido suficiente solo con esos primeros minutos, guardó la larga katana y se cruzó de brazos.

—Aunque —Stan no podía simplemente quedarse callado, ¿verdad? —, eso nunca te ha detenido.

—Maldita sea, Stan —regresó Kyle.

Los ojos de Tweek rebotaban entre el sacerdote y el judío, Craig sentía como si estuviera siendo parte de una conversación que debía quedarse entre dos personas; pero al menos de esa manera la atención se alejaba de manera segura del rubio.

Stanley por su parte, lucía desafiante, encontrándose con la mirada de Kyle sin retroceder; el del chullo azul prefirió ver a otro lugar que no fuera el accidente de trenes pasando frente a él y fue entonces que se percató de un Chrysler 300 negro venía en su dirección.

—Que me jodan —susurró bajo su aliento.

Su voz fue lo suficiente para interrumpir lo que fuera estaba por empezar entre Stan y Kyle; el ostentoso automóvil se acercó más, haciendo un giro demasiado cerrado, levantando una cortina de humo a los automóviles en los que la iglesia judía había llegado.

La aparatosa entrada culminó cuando, aun cubiertos de la llovizna de tierra, la puerta se abrió y una enorme figura movió el coche mientras se bajaba.

Del auto se bajó el «frugal y humilde» monje hindú, un gordinflón sin cabello, vistiendo una túnica naranja y sandalias cafés.

—Me estás halando las pelotas —comentó Kyle al verlo.

—Cómo si yo pudiera hacer algo así de marica, judío —saludó Eric, usando la religión como si fuera una palabra sucia.

—Estamos en el maldito apocalipsis y tú vas y consigues el auto más caro que encuentras, imbécil. ¿No se trata su religión de vivir sin comodidades? ¿Con lo más básico para poder sobrevivir?

—¿Cómo esperabas que llegara, Kyle? —rebatió—. Mis tobillos se inflaman si camino por largos trayectos.

—¡Es por tu tamaño, gordo bastardo! —regresó.

—Ca-Ca-Cartman, ¿trajiste a tus chi-chicos?

—¿Uh? Ah, sí, sí; me debes tus pelotas, Jimmy; ¿sabes lo difícil que es separar a estos tipos de la meditación?

—Veo que a ti no te hace mucha falta —recalcó Kyle, sin dejar un tinte de real enojo.

—¿Eh? Claro que lo hace, he pasado toda la mañana meditando; preguntándome qué haría Tara, Avalokiteśvara o Vajrapani.

—¿Qué te respondieron? —esta vez fue Craig quien se metió, todavía sentía su pulso correr por el altercado del que casi eran parte—. ¿Qué es lo que cualquier persona con un atisbo de humanidad haría y ayudaría a su prójimo, aunque este creyera en otros dogmas?

—En efecto, Craig —respondió, entrelazando sus dedos sobre su estómago fingiendo solemnidad.

Eric Cartman era un perfecto hijo de puta.

—Gra-Gracias, Cartman, por aceptar ayudarnos en este tiempo de necesidad —respondió Jimmy.

El monje tibetano infló su pecho, claramente disfrutando de la atención que recibía.

—Muy bien, muy bien, ya basta de mariconadas, ¿dónde están esos hijos de putas?


Ambos líderes religiosos de su respectiva orden pidieron —con toda razón— ver los lugares de los hechos, en este caso la iglesia. Craig sabía para sus adentros que era inútil, él lo hizo cuando recién ocurrieron los sucesos, no había nada que les pudiera ayudar; ni rastros, ni señales, ni nada.

Aun así, Kyle estaba en su derecho.

Cartman se iba quejando todo el camino.

Jimmy iba caminando a su lado, compartiendo todo lo que había sucedido hasta el momento —claro, dejando afuera los únicos dos hechos que solo él y Craig sabían—; detrás caminaba el del chullo, el diablillo a sus espaldas y a su lado, Stan arrastraba sus pies, claramente miserable con todo el asunto.

—Aun no entiendo por qué debimos llamarlos —se quejó.

Tomó de toda su fuerza de voluntad para no partirle la cabeza.

—¿No viste la cabeza de Maxi? Quiero decir, tú viste como quedó la espalda de Randy, parecía que cayó en un maldito rayador de queso.

—Ellos ni siquiera son tan buenos —opinó, detrás podía escuchar los quejidos suaves pertenecientes a Tweek—. Cartman apenas se puede mover y Kyle está muy ocupado dando volteretas.

—Stan —comenzó Craig, intentando no pensar que sus próximas palabras podrían abrir la caja de Pandora—, ¿qué mierda pasó entre tú y Kyle?

Para ese entonces Tweek había llegado a su lado, pero aun intentaba mantener toda la distancia que podía entre los dos nuevos llegados y él. Una fracción de él se alegraba —era una mezcla de diversión y alivio ver cómo Stan y él convivían con una especie de cotidianidad—; el diablillo rubio aparentemente había calificado a Stanley como una de las personas en quien confiar.

—¿Qué sé yo? —respondió el sacerdote—. El tipo es un idiota.

—Claro.

Craig no esperó mayor respuesta a la pregunta, claramente había un iceberg debajo de esa estalactita de hielo; y sabía que era una bomba de tiempo en la cual acababa de comenzar la cuenta regresiva ahora que Kyle estaba en la pintura; el joven sacerdote quizás no debía tocar todo ese problema ni con una vara.

—¿Verdad que tengo razón, Tweek? —Stan se dirigió al más bajo de los tres.

—¡Ah! —exclamó al ser aludido; Craig lo miró, asegurándole que lo que fuera que dijera estaba bien—. ¿Sí? Pero… ¿sobre qué?

—Sobre que Kyle es un idiota —contestó como cuestión de hecho.

—Oh, qué maduro Stan —el pelirrojo devolvió, seguramente habiendo escuchado toda la conversación, incapaz de seguirse conteniendo.

—Maduro tú —devolvió el intoxicado pelinegro—, ¿por qué diablos viniste? De todas maneras, dijiste que nunca regresarías.

—¡Fue por Jimmy! —Kyle perdió los estribos—. ¡Y por Clyde, y por Craig!

—Claro, por todos menos por mí.

—Oh, Dios mío, Stan, eso es evidente. ¡Claro que estoy aquí por ti también!

—Que asco chicos, consíganse un cuarto —escupió el gordinflón con sorna.

No tenía idea cuando todo había tomado un aire completamente diferente al de antes; pero ahí estaba, la caja de Pandora… y apenas eran los primeros minutos. A Craig realmente le apetecía un cigarrillo y un analgésico para el dolor de cabeza, seguramente Jimmy tendría algo para darle, él trataba enfermos y adoloridos, ¿no? Él tendría de la mejor mercancía.

Tal vez debería tomarse unas vacaciones de estar consciente por unos días; Stanley lo hacía, ¿por qué él no?

—Craig… —dijo Tweek suavemente.

Además, las pastillas no lo harían perder completamente el conocimiento, solo lo adormecerían por un momento.

—Craig… —volvió a llamar, su voz se amalgamaba con los lloriqueos de Cartman y los dimes y diretes de Stan y Kyle.

¿Qué podría conseguir? Tal vez opioides; seguramente Clyde estaba recibiendo los fármacos de mejor calidad. Y ahora que lo recordaba, debía ir a ver cómo seguía. ¿Habría despertado? ¿Podría tener alguna información que los pudiera ayudar?

—Craig.

—¡¿Por qué no nos haces un favor y te regresas por donde viniste?!

—¡Dios, Stan, actúas como un niño!

—Esto es como, demasiado deprimente —se quejó Cartman—. ¡Oh, ya sé! Quiero ver la pierna destruida de Clyde.

—Escucha, gordo, si sólo vas a burlarte de él me encargaré de tirarte todos los dientes.

—Craig —dijo Tweek.

—Va-va-vamos, chicos, intentemos no-no matarnos al menos el primer día.

—¡Craig! —el grito fue tan fuerte que lo escuchó dentro de las paredes de su cráneo; todos se callaron, mirando con sorpresa al diablillo.

—¿Qué mierda…? —comenzó Kyle.

—¡Ahí! —vociferó el rubio.

Craig contó tres figuras negras cayendo en picada sobre ellos, alcanzó a distinguir alas negras y cuernos de diferentes tamaños; el reflejo otoñal del sol no permitía distinguir sus rostros.

El primero en moverse fue el judío, arrojando una hoz de mango corto atado a una cadena; la hoja se incrustó en el cuello de uno y Kyle lo haló hacia él desde tres metros. El demonio se estrelló contra el suelo de golpe; pero para ese entonces el pelirrojo sacó un sai y lo incrustó en su cráneo. Tweek se contrajo de miedo detrás de Craig.

Antes de otro latido, sacó la hoz del cuerpo sin vida del demonio y la arrojó al siguiente; la filosa hoja cortó limpiamente un ala de otro, haciéndolo caer. Arrojó un shuriken al herido demonio, la hoja atravesó con un crujido el globo ocular hasta su cerebro.

El tercero iba directo hacia Tweek; Craig se posicionó entre ambos, empujando al rubio atrás, apuntó su revólver al engendro, hasta que al otro segundo una hoja salió de su garganta. Era la katana que antes estuvo amenazando el cuello del diablillo; la sangre cayó como rocío en su rostro, negra como el alquitrán.

El demonio cayó y detrás, Kyle terminó por desatascar su arma con un suave ruido húmedo.

El pelirrojo limpió el arma, manteniendo su mirada puesta en el diablillo; hasta que Jimmy dio unos aplausos desde donde estaba.

—Gu-guau, ya extrañaba verte en acción, amigo.

—¿Qué hay de ti, gordo? —se burló el pelirrojo, finalmente dejando de ver a Tweek, metiendo la larga katana en la funda de su costado.

—¡Estaba a punto de matarlos, cuando tú te metiste, judío! —chilló.

— Di lo que quieras —Kyle rebatió restándole importancia, ni siquiera parecía que hubiera perdido el aliento—, eres tan lento como perezoso.

—Vamos, te reto a una pelea cuerpo a cuerpo —exigió—, te partiré como un palillo de dientes.

—¿N-no deberías predicar armonía y so-sosiego?

—¡A veces la violencia es la única respuesta! —alegó Eric.

—¿Ahora ves por qué los llamamos? —preguntó Craig a Stan, quien se mantenía mirando boquiabierto al pelirrojo regresar a su posición de antes, frente a todo el grupo al lado de Jimmy.

Stanley sacó su dedo medio en su dirección, claramente tragándose sus palabras. Craig podía admitir, no importando lo que el otro pelinegro dijera, necesitarían las habilidades del pelirrojo en lo que fuera que viniera. Tweek había sentido a los demonios que habían atacado cuando estaban sobrevolando; sin embargo, no eran parte de los Generales.

Recordó cómo había actuado el diablillo en ese entonces, presintiendo lo que pasaría a varios metros de distancia. De esa manera el rubio podría ayudarles, o al menos darles un espacio de segundos para prepararse.

—Vete a la mierda —contestó Stan.


Después de repasar cada suceso de lo pasado este último mes, se habían reunido los seis; Kyle como representante de los judíos, Cartman como el de los monjes tibetanos, Token de los protestantes, Jimmy como los monjes del convento y Stan y Craig de la iglesia católica.

—Aún no puedo creer que esto haya pasado —se lamentaba Token—, hace menos de un mes que vimos a Clyde.

—Está mejor que antes —informó Craig, un poco esperanzado—. A veces lo saco fuera del convento con la silla de ruedas.

Tweek se había quedado con el otro sacerdote dentro del convento; Jimmy estuvo de acuerdo en retirar todos los objetos sagrados para dejar al diablillo entrar; al menos en esa habitación, tampoco era como si pudieran dejar toda la sagrada estructura sin protección. El rubio no se podría mover con libertad, pero al menos estaría seguro.

—Muy bien, lo que tenemos que hacer es establecer nuestra base aquí en el convento —razonó Kyle.

Estaban fuera del enorme complejo; era prácticamente una fortaleza religiosa. Claro la mayoría tendría que acampar fuera del convento, pero de esa manera era impenetrable. Harían ayuno por las mañanas y cada religión tendría un día para celebrar su palabra; hasta tener alguna respuesta del siguiente ataque.

—¿Quién dejó al judío a cargo de todo?

—Está bien, pedazo de mierda, adelante; mueve tu enorme trasero aquí y dinos tus grandiosas ideas —regresó.

Cartman se cruzó de brazos e infló su pecho, cerrando sus ojos, ceremonioso. Caminó hasta pararse al lado del pelirrojo, tomándose de su dulce tiempo como la mierda que era; Craig sólo lo observaba entrecerrando sus ojos, tratar con Eric no era como dar un paseo por el parque, a menos claro que ese parque estuviera cubierto de mierda y espinas.

El monje podía predicar amor y paz, pero era tan intolerante como un anciano nacido en los años veinte; si la hipocresía tuviera un rostro, este debía ser la rubicunda faz de Eric Cartman. Odiaba todo lo que no entendía y no se tomaba el tiempo de querer comprenderlo; estaba seguro de que, si llegase a saber la verdadera naturaleza de Tweek, dispararía primero y haría preguntas después.

—Lo que tenemos que hacer es establecer nuestra base aquí en el convento, chicos —repitió las exactas palabras de Kyle.

—Es lo que acabo de decir, imbécil —recalcó el pelirrojo, dejándose provocar por el monje.

—Sí, Cartman, si no tienes nada útil para agregar, mejor guarda silencio —razonó Token.

—Chi-chi-chicos, por favor, mantengámonos en el tema.

—Bien —Kyle se dio por vencido—, si Cartman no tiene nada más que agregar —retó, echando humo por su nariz.

Eric solo se encogió de hombros.

—Deberíamos establecer un perímetro rodeando el convento —continuó el judío—; las fronteras deben estar vigiladas veinticuatro siete; los grupos de vigilancia pueden contar con un individuo de cada iglesia, ¿les parece? Claramente todos no cabemos dentro del convento así que acamparemos afuera; así, si los chicos de la vigilancia ven algo, podemos acudir rápidamente.

Los reunidos concordaron con su idea, asintiendo.

—Los heridos estarán dentro del convento —informó Token—; es nuestro último bastión y debemos protegerlo bien. Dentro, se encuentran reliquias de la iglesia católica.

Con reliquias se refería a las páginas; Jimmy no había ahondado en lo que realmente eran, nadie dijo nada porque estaban habituados al secretismo de la iglesia católica. Aun así, Craig miró por toda la habitación, le pareció ver los ojos de Cartman abrirse solo una pequeña fracción, aquella información era nueva para todos.

—Reliquias que creemos los demonios quieren recuperar —complementó el pelirrojo—; así que es nuestro deber protegerlas.

«A ellas y a Tweek», pensó el pelinegro.

—Por esa razón, nosotros, los líderes estaremos dentro, ¿de acuerdo? —siguió Token—. Quiero que entiendan que somos la última resistencia; si los demonios logran pasar a todas nuestras iglesias, solo quedaremos nosotros para protegerlas.

Eric se aclaró la garganta, llamando la atención de todos; levantó una mano, fingiendo pedir la palabra; Craig levantó una ceja.

—¿Qué son estás reliquias?

—Objetos que pe-pe-pertenecen a la iglesia católica que ellos quieren robar; si cae en sus manos, podría inclinar la balanza a su lado en esta guerra —contestó, Jimmy.

—Sí, eso parece —respondió el monje—, pero ¿qué son?

Craig tragó con fuerza, sintiendo su pulso acelerarse, ¿por qué hacía tantas preguntas? Había venido desde su templo sin más información; ¿por qué ahora? Tomaba de menos para que Cartman quisiera matar demonios; cada iglesia tenía sus secretos, ¿realmente esperaba obtener toda la información? Miró a Jimmy con urgencia, el fraile, sin embargo, mantenía sus ojos puestos en el monje.

—E-e-es mejor que la información sea menos; estarán más seguros de esa manera.

La respuesta pareció ser suficiente para Kyle y Token, mientras que Cartman se tomó de un par de segundos más para lucir convencido.

—Una vez más, debo-debo agradecerles por haber venido en nuestra ayuda, siendo la iglesia que está más cerca de la ciudadela de los demonios, nos hace incapaces de crecer rápido.

—Ey —Token se acercó, apoyando una mano amiga en el hombro del fraile con muletas—, somos todos de un mismo equipo.

—Sí, Jimmy —Kyle se cruzó de brazos—, esta guerra está lejos de terminar, debemos hacer lo posible por sobrevivir todos.

—Hasta nuestro último aliento —agregó Craig.

Después de ser despedidos de la reunión el joven sacerdote se dirigió al ala de los heridos; se sorprendió al notar que Stan lo seguía de cerca. Supuso que el otro pelinegro podría tener urgencia de ir a ver a su padre, pero la otra opción —y la que más sentido tenía— era que huía del líder de los judíos cuanto podía.

Resopló al verlo alcanzar su bolsillo del pantalón derecho y sacar un pequeño frasco metálico con una cruz tallada en ella; la empinó en su boca y bebió su contenido seguramente etílico. Doblaron la misma esquina y entraron por la puerta doble abatible de madera.

La instancia comprendía de dos filas de camas puestas a cada lado de la pared, creando un amplio pasillo en medio; en la pared del fondo, una ventana enorme le daba una luminosidad sosiega. El ventilador de techo se movía con fuerza, crujiendo con cada oscilación que daba.

Randy estaba caminando con un andador; se miraba extraño sin su hábito, usaba la bata de hospital —gracias a Dios con ropa interior—, su espalda estaba cubierta por varias curaciones, cubriéndola casi enteramente.

En la cama de la segunda fila del final, estaba la cabeza castaña que buscaba; algo se asentó en su pecho —no sabía lo que era, pero se sentía cálido— cuando vio a Tweek sentado de piernas cruzadas en la cama de su amigo. Ambos tenían cartas en las manos mientras que un mazo descansaba entre ambos.

La pierna de Clyde seguía envuelta entre tornillos y yeso; el rubio estaba sentado a su lado.

El castaño notó a su amigo a medio camino y agitó una mano en su dirección.

—¡Craig, Stan! —saludó—. Aquí —anunció, como si fuera una sala de cine y ellos simples amigos compartiendo una tarde.

Stan le aseguró que iría en seguida, solo pasaría unos minutos con su padre.

Craig por su lado, caminó en línea recta; sentía su boca, extraña, como si un incesante hilo no parara de tirar de su comisura.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Los dejo solos por un rato y…?

—Tweek es divertidísimo, amigo —se rio Clyde—, ¿sabes que intentó comerse estas cartas?

—Eh… ¿lo hizo?

El de cabellos rubios y rebeldes se giró para mirarlo, su usual tiritar reducido a algunos tics espaciados entre ellos. Sonrió cuando reconoció al joven padre, aparentemente no se sentía tan amenazado con el sacerdote castaño; Craig lo podía entender, Clyde siempre había tenido una facilidad para transmitir amabilidad. Todo lo contrario a Stan o él.

—Mira, Craig —anunció Tweek, sus ojos brillaban con cruda curiosidad y alegría; era extraño —pero no de una mala manera— verlo sin su usual expresión de eterna desconfianza.

El rubio sostenía una mano de cartas, el pelinegro notó un As, un siete, ocho y cuatro y cinco; eran naipes normales.

—¿Sí? —asintió el del chullo.

—Estamos pescando sin necesidad de tener agua —Tweek sonaba maravillado—. Aun no entiendo cuando tendremos los peces para comerlos.

Clyde estalló en risas.

—¡Ves lo que digo! —se carcajeó—. Oye Tweek, ¿tienes algún tres?

—Uh uh —negó—, ve a pescar.

Clyde tomó una carta del mazo grande en medio de la cama.

—Ves —Tweek sonrió en su dirección—, no hay agua.

Clyde dejó salir otras risillas; para luego murmurar bajo su aliento, mientras ladeaba su cabeza de lado a lado divertidísimo. Craig caminó al otro lado de la cama; la camilla contigua estaba vacía, quizás habría estado ocupada por otro paciente estirando sus piernas, el del chullo se sentó en ella, no tenía otro lugar en el cual estar, al menos no por el momento.

Estaba seguro de que tendría algún turno de la noche para montar vigía, tal vez compartir una porción de la palabra de Dios, pero por el momento, no deseaba estar en otra parte.

—¿Qué hacen, chicos? —se acercó Stan, tomando el espacio libre al lado de Craig—. Oh, hola, Tweek.

El rubio se sobresaltó solo un poco, pero movió su mano rápidamente en su dirección.

—¡Estamos pescando! —repitió el rubio.

—Están jugando «vete a pescar» —aclaró Craig.

Stan hizo una «oh» muda.

—¿Qué tal la pierna? —preguntó el pelinegro.

—Mejor —respondió Clyde—, puedo mover el meñique, Jimmy dice que es una buena señal. Aunque las pastillas son mis mejores amigos —se terminó riendo, amargo—. Todavía duele como un demonio; no sé si volveré a caminar.

Su porte cambió en un segundo, sus ojos se tornaron sombríos y mordió su labio; el del chullo notó su agarre en las cartas tensarse más fuerte de lo necesario. Dejando ver sus verdaderas emociones por unos momentos; eso era malo, si Clyde metía su mente en ese lugar, sería muy difícil salir ileso de él.

—Lo harás, Clyde —aseguró Craig—; eres tan condenadamente testarudo que es molesto.

El castaño les dedicó una sonrisa a medias.

—¿Y Randy? —quiso saber el del chullo.

Stanley resopló, una mezcla de molestia y alivio.

—Mucho mejor, mañana le darán el alta y estará listo para seguir sirviendo como monja.

—Son buenas noticias.

—Sí…

Stan se encorvó, mientras que el otro pelinegro solo quería reírse un poco de la situación de su amigo, pero ¿qué más podía hacer él? No era su culpa que Marsh pareciese una antena para la mala suerte; para poder sobrellevarla, el pelinegro sacó nuevamente su cantimplora metálica y le dio otro sorbo.

Craig no se consideraba un optimista, todo lo contrario, realmente. Así que sabía lo tonto que estaba siendo al querer solamente alargar ese momento; o al menos congelarlo. Todos rodeando a Clyde, en la enfermería; Tweek mirando las cartas como si supieran deliciosas, Stan riéndose de sus penas mientras las ahogaba en alcohol; el castaño en camino a una segura recuperación.

Era estúpido, considerar esa situación como algo bordeando la cotidianidad.

Pero por unos minutos, Craig se dejó ser estúpido.

Las campanillas de Butters resonaron por toda la enorme instancia del ala de enfermería, cercenando la tranquilidad con una hoja recién afilada. El chico del coro corría directo a ellos, lucía tan pálido como las cenizas y sus facciones se encrespaban en una mueca de terror.

—¡Stan! ¡Padre Stan! —llegó exclamando, el resonar de las campanas en su costado, igualaban cada zancada.

—¿Butters? —el pelinegro se puso de pie.

—¡Es… es…! —el pobre rubio intentaba recuperar su aliento—. ¡Tienes que venir, Stan! ¡Es… Kyle!

—¿Kyle? —Marsh retrocedió.

—¡Está quebrando tus botellas!


Era una broma.

Tenía que estar bromeando.

Era lo que se repetía en su cerebro con urgencia, Butters debía haber visto mal; sí, seguramente Kyle estaba simplemente relajándose, sentado en un sofá mientras se ponía al día con Jimmy y definitivamente no estaba metido en su arsenal indispensable de whiskey, tequila y vodka.

Su cabeza comenzaba a doler, aun cuando acababa de dar un trago de su matraz en su bolsa derecha; se sentía ser sobrellevado por los síntomas imperdonables de la sobriedad cuando sabía que todavía tendría que estar sintiendo el delicioso cosquilleo entumecido.

Corrió en línea recta a la habitación que le otorgaron los frailes; maldiciendo mentalmente el haber traído toda su reserva al convento. Aunque, Stan tenía experiencia en el área; sí, podría haber traído todas sus botellas de diferentes tamaños de su antiguo hogar —porque sabía que su estadía ahí sería todo menos corta—; pero no era un zoquete, porque solo un zoquete escondería toda su mercancía en un mismo lugar.

Entró a la habitación y escuchó un golpe, fue agudo; vidrios quebrandose; Stan corrió al baño y se encontró a Kyle, teniendo otra botella de Jack Daniel's clásico de un litro; destapó la boca y vertió el líquido ámbar sobre el lavabo.

Estaba seguro de que el grito que salió de su boca no podía ser humano.

El judío se sorprendió al verlo y escucharlo; lo miró con ojos tan fríos, que Stan sintió escalofríos y nauseas subiendo por su esófago.

—¡Kyle, ¿qué mierda estás haciendo?!

—Oh, vamos, Stan, ¿me quieres engañar? ¿A mí? —regresó.

—¿A ti? ¡¿De qué diablos hablas?! —exclamó, su voz comenzaba a quebrarse.

—Estás ebrio —señaló, como cuestión de hecho, mientras tomaba una botella de litro y medio de vodka a medio tomar.

—¡¿Y?!

—¿Y? —Kyle sonaba incrédulo—. ¿Y tienes idea de la situación en la que estamos?

De una enorme bolsa de plástico negra, sacó una botella de tamaño de minibar, abrió y nuevamente vertió el contenido por el tragante; acto seguido estrelló la botella en otra bolsa.

—¡Mierda! —chilló Stan, tan fuerte que sonaba como si doliera—. ¡Para, Kyle!

—No —sonaba decidido—, ¿no lo entiendes? La próxima vez que ataquen debemos estar listos, Stan.

Esa vez, Kyle tomó otra botella, Stan se quería sacar los ojos cuando notó que era su Jack Daniel's No 27 gold. Esa había sido un regalo desde antes de la venida de Cristo, esa presentación era difícil de conseguir antes, ahora era virtualmente imposible. Golpeó la puerta, descargando su impotencia en la pobre superficie de madera.

El golpe fue lo suficientemente fuerte para alertar a los demás, y en menos de un minuto Craig y Butters —quienes lo habían seguido desde el ala de enfermería—, Tweek —quien había seguido a Craig—, Token y Jimmy —quienes habían escuchado el golpe— y Cartman —quien sólo era un mirón de mierda— estaban en la pequeña habitación y en el todavía más minúsculo baño.

—¡Kyle, para! —volvió a gritar—. ¡Haces esto sólo para dañarme, ¿verdad?! ¡Te llevas mi último fragmento de felicidad!

Eso hizo parar al judío en sus pistas, tenía la botella de whiskey vacía después de verter todo su contenido; miró a Stanley de lleno; posó el frasco de vidrio en la mesa del lavabo y se acercó al pelinegro con incredulidad escrita en sus ojos.

El pelinegro se congeló al ser el total centro de atención de esos ardorosos e intensos ojos esmeraldas que siempre le hacían estragos a su estómago. Kyle tenía ese don para hacerte sentir la persona más pequeña o la más grande en una habitación.

—¿Tu felicidad? —repitió el pelirrojo.

Stan no se atrevía a hablar.

—¿Tu felicidad? —volvió a preguntar—. Stan, ¿te has vuelto loco? Craig me dijo lo que pasó el día del ataque a la parroquia.

Miró en dirección del otro sacerdote, queriendo golpearlo desde donde estaba; se suponía que Tucker estaba de su lado, ¿por qué le había hecho saber a Kyle de un momento de debilidad?

—La próxima vez que esos engendros ataquen no lo harán como en la parroquia, nos golpearán el triple y te necesitamos en tu mejor forma.

—¡Estoy en mi mejor forma después de un par de tragos!

—Escúchame bien —Kyle se acercó más, tomando un puñado de su camisa negra, acercándolo a su rostro—, la próxima vez que tú y yo hagamos equipo, necesito saber que estás guardando mis espaldas y en tu mejor forma. No tan borracho que no puedas reconocer quien es amigo o enemigo.

—¡¿Equipo?! —fue lo único que resonó en su mente, la rabia todavía nublando su cerebro dolorosamente menos ebrio porque en su defensa, nunca esperó volver hacer equipo con Kyle—. ¿Desde cuando quieres hacer equipo? ¡¿No fue esa la razón por la que te marchaste?!

Kyle, por un momento, dejó ir toda esa ira, sonriéndole; la expresión fue tan minúscula que Stan no supo si la había imaginado debido al alcohol en su sistema.

—Nadie es mejor que nosotros cuando hacemos equipo, Stan —explicó—; ¿Crees que dejaré que guardes mis espaldas ebrio? —Arrojó la botella a la bolsa, escuchándola quebrarse, acto seguido tomó otra para verter su contenido—. Mi trasero es el que estará expuesto ahí y necesito que estés en todos tus sentidos.

Sintió una fría ola recorrerlo, esa mirada en Kyle…

Empujó a los fisgones, haciéndose espacio para salir; sí, definitivamente era cierto que tenía muchas botellas escondidas por todo el convento. Kyle no podría posiblemente saber dónde se encontraban todas, ¿verdad?

Revisó dentro de una maceta en el jardín… vacía. Corrió dentro del invernadero fuera del convento, vacío también. Debajo del sofá en el salón de estar comunal… vacío. Detrás del refrigerador en la cocina, vacío. Arriba de la alacena: vacío.

Dentro del tanque del baño… vacío.

Kyle los había encontrado todos.

Todos sus escondites secretos.

¿Cómo diablos?

Y ahora los estaba quebrando todos.

Regresó a toda velocidad, al menos debía salvar uno; le había tomado de años y muchísimo dinero para conseguir esa reserva. ¡La importación estaba muerta! Y cada día era más difícil conseguir productos fabricados por empresas y no locales. Maldita sea, maldita sea, Stan se castigaba mentalmente, ¿por qué diablos los había traído todos? Su maldito cerebro adormilado había jugado en su contra.

Para cuando llegó a la habitación —todavía tenía la sala llena de espectadores—, Kyle estaba arrojando una botella vacía de tequila a la bolsa, Stan la escuchó quebrarse como su corazón.

—¿Ya te has dado cuenta? —preguntó el pelirrojo—. Conozco todos los «lugares secretos» que tienes, Stan, yo te ayudé a pensar en ellos, ¿recuerdas?

El pelinegro llegó con urgencia a ver la bolsa, buscando una última botella en una sola pieza. Quiso morir cuando no vio ninguna.

Sabía que aún estaba ebrio, pero podía sentirse comenzar a desembriagarse con cada segundo que pasaba.

Cayó sobre sus rodillas, ninguno de los fisgones decía nada.

—Ahora, dame la última —Kyle se acercó a él; el joven sacerdote pudo ver los pies llegar a su lado.

—¿Última? ¡Kyle, ya las tomaste todas! No tengo más lugares, maldita sea.

—Stan, los conozco todos, dame la última —repitió.

Se puso de pie, la pérdida siendo reemplazada por ira; esperaba poder atravesar por todas las fases del luto antes que todo el alcohol saliera completamente de su sistema. La jaqueca de mañana sería terrible.

—¡¿De qué cojones hablas?! ¡Ya no tengo ninguna! —gritó.

Kyle no reaccionó con su arrebato.

—¿Me vas a obligar a tomarla? —se preguntó—. Bien.

Antes que pudiera rebatir alguna palabra del pelirrojo, Kyle metió su mano dentro de sus pantalones negros; Stan jadeó con sorpresa, su pecho dio un vuelco olímpico y una ola de calor lo envolvió en tan corto tiempo que estaba seguro de que podría combustionar espontáneamente en cualquier momento.

Porque el judío seguía con su mano dentro de sus pantalones y ropa interior, hurgando; mientras Stan sentía los ojos de todos los curiosos —amigos y casi enemigos— detrás de él haciéndole agujeros a su espalda.

Recordó que Kyle lo conocía mucho mejor que él mismo y sabía que el pelinegro había escondido ahí el frasco metálico con la cruz tallada antes de regresar al baño donde estaban todos reunidos; porque en su mente se había repetido que ¡nadie tendría las bolas de revisar las suyas!

El pelirrojo sacó el matraz, un jodido aire de autosuficiencia se enrollaba en las comisuras de su boca mientras sonreía, orgulloso de sí mismo; luego, vertió las últimas gotas de alcohol por el drenaje.

—Ouch —escuchó decir a Craig—, eso fue un golpe bajo.

Stan no podía hablar, no quería buscar su voz por miedo de saber cómo sonaría en ese momento, frente a él pudo ver el espejo; su rostro estaba tan enrojecido como los rizos de Kyle y definitivamente esa mano en sus pantalones había acelerado completamente el alcohol en su sistema.

Ahora se sentía terriblemente sobrio.

Sobrio y… y…

Y otro sentimiento que no se atrevía a darle nombre.

«Mierda».


¡¿Qué les pareció?!

Mi madre me dio la vida, pero Style las ganas de vivirla, amo escribir de ellos, aunque solo se dirijan una o dos palabras

¿Qué opinan de Cartman? Necesitaba hacerlo monje tibetano, bueno porque es canon en Phone Destroyer y además, es Cartman! ¡La idea es tan insólita, tonta y descabellada que funciona!

Lamento muchísimo no haber contestado reviews, prometo hacerlo en este día; no he tenido un tiempo de respiro en estas semanas, y no quería hacerlos esperar más por el siguiente.

Espero que les haya gustado

Nos leemos luego~