¡Feliz Sábado! O domingo, si ya es día nuevo para ustedes, pensé que no alcanzaría a lograr traerles la actu hoy, pero luché contra viento y marea +0+)9

No puedo creerlo, tan rápido hemos llegado al capítulo 10? Muchas gracias por leer el fic y una calurosa bienvenida a los que recién nos sintonizan!

Espero que les guste~

Gracias Ren por ser betear el fic ❤️


X

Eran las nueve de la noche cuando Craig se despertó, era su turno de montar guardia dentro del convento. Había dormido la mayor parte de la tarde para prepararse, las horas más críticas comenzaban después de las once de la noche, se vistió con una camisa de botones negra limpia, se observó al espejo, halando una esquina de sus ojos, mirando como el azul tenía un aspecto opaco.

Bostezando, alcanzó su chullo azul; intentó peinar su cabello, aplacándolo para luego colocar el gorro. Las noches eran frías en Colorado, y la delgada chaqueta negra que usaba hacía poco para calentarlo, pero si usaba algo más grueso, sentía que le impedía moverse libremente.

Llegó a la cocina, su estómago gruñía con molestia y necesitaba algo más para terminar de despertarse.

Se sorprendió —de una buena manera— al ver a Stan hurgando por los estantes; detrás de él, Tweek se paraba en puntitas, intentando alcanzar a mirar qué hacía el otro pelinegro. Craig se acercó, sus pensamientos semi dormidos comenzando a planear maneras para molestar al otro sacerdote.

De los tres, Tweek era el más bajo; Craig se preguntaba si podía aumentar su altura, ya que, podía crear sus propias piernas ¿no? Aunque… ahora que lo recordaba, el rubio seguía siendo del mismo tamaño aun con sus patas de cabrío, lo que lo llevaba a la conclusión que, quizás, el diablillo hacía más una ilusión de espejos y humo, y no un cambio completo de morfología.

El rubio de ojos esmeralda notó a Craig y le abrió paso, a lo que el del chullo azul, detrás de Stan, tomó el bote que el sacerdote estaba intentando tomar; alargando su brazo, mucho más que el otro. Marsh no era ni por cerca bajito, solamente que Craig era demasiado alto.

—¿Era esto lo que querías? —preguntó con sonrisa socarrona.

—Muérete —agradeció el pelinegro arrebatándole el bote de café—. ¿Quieres café? Estoy por poner la tetera.

—Sí —aceptó, dejando a Stan dirigirse a la pequeña máquina.

Craig prefirió tomar asiento al lado de Tweek, quien se había sentado en una pequeña mesa metálica en la esquina de la cocina; el pelinegro no dijo nada al ver al diablillo con disfraz de humano sentarse encima, una parte de él se preguntaba si el rubio instintivamente buscaba los lugares más altos, estando acostumbrado a volar.

Ver a Tweek dejar su miedo a ser visto cada vez más era… gratificante.

Supuso que se trataba de cualquier síndrome que las mamás aves experimentaban al ver a su polluelo volar de su nido la primera vez.

—¿Tienes guardia hoy? —le preguntó a Stan.

—Sí, es una mierda —contestó, vertiendo el contenido arenoso sobre el filtro—; y me siento como la mierda.

—¿Kyle? —intentó adivinar.

—He vomitado cuatro veces —informó—, mierda, es horrible sentirse sobrio.

—Bienvenido al mundo de los vivos.

Stan levantó su dedo medio como respuesta, después activó el botón, poniendo a trabajar la cafetera. Con cansancio, terminó tomando la silla al otro lado de la pequeña mesa.

—El alcohol del ala de enfermería se ve apetitoso.

—Tienes problemas.

—Vamos, ¿mezclado con un poco de café? Apuesto que sabrá a gloria.

Miró a Tweek levantarse de la mesa, caminando casi hipnotizado hacia los gabinetes de la cocina; el sonido chisporroteante de la cafetera llenando la cocina del aroma emblemático del café. Craig se sentía volviendo a la vida con cada segundo que pasaba, nunca había sido fanático del sabor, pero era lo único que lo hacía concentrarse cuando debía mantenerse despierto.

—Hazlo —ofreció Craig—, y la próxima vez que te encuentre ebrio, Kyle tendrá un día de campo con tus pelotas.

Inconscientemente Stanley se cruzó de piernas, estremeciéndose ante la idea.

—Esto huele delicioso —declaró el rubio distraídamente.

—¿Nunca has probado el café? —preguntó Stan con incredulidad.

—Es la metanfetamina —intervino el del chullo rápidamente—, ya sabes… te jode el sentido del olfato y el gusto.

Stan hizo un pequeño ruido de «oh» en comprensión; él ni siquiera sabía si algo en esa oración era cierto; no tenía idea cuales eran los efectos de esa droga a un largo plazo, pero Stan tampoco sabía y eso era lo importante.

—¿Puedo probarlo, Stan? —preguntó el rubio.

—Eh… Sí —respondió, claramente el pobre pelinegro no sabía qué debía sentir; tristeza por la situación de Tweek, confundido por su falta de conocimiento con el mundo, o sospechoso por la situación.

Craig solo estaba agradecido que sus amigos no eran tan perspicaces como Kyle; el joven sacerdote le había aconsejado al diablillo que se mantuviera alejado del pelirrojo. Los agudos sentidos de Broflovski si bien eran de gran apoyo en su equipo, podrían jugar en contra de la situación del diablillo.

Stan terminó sirviéndole una taza de humeante café al diablillo; Tweek comenzó oliéndola, pasando su respingada nariz por el borde, cerró sus ojos, largas pestañas cepillando sus pómulos. Luego sacó la punta de su lengua rosa para probar el hirviente líquido. Exclamó un emocionado «¡Mmm!» y vertió todo el líquido dentro de su boca.

—Woah, woah, woah —se rio Stan—, tranquilo Tweek.

—¡Esto es delicioso! —exclamó—. ¡Más!

Craig se rio, asegurándole que le pondría otra taza de inmediato.

—Estas guardias están acabando conmigo —comentó el pelinegro después de un rato, tenía la tercera parte de la taza llena.

—¿Seguro que son las guardias?

—Las guardias y el hecho que pasé algunos días sin estar sobrio.

—¿Días? Prueba meses —regresó.

—¿Tan mal he estado?

—Amigo, ¿hablas en serio? No recuerdo cuando fue tu último sermón sin la influencia de José Cuervo.

—Joder —opinó—. Aun así, ¿sabes lo difícil que es parar de golpe? Tengo pocas horas para dormir y es un milagro que pueda cerrar los ojos por quince minutos.

—Es la única manera, mi amigo.

—Mierda —se quejó, acto seguido, tragó lo último de su taza para ponerse de pie—; le diré a Jimmy si tiene algo para mi cabeza, siento que en cualquier momento se partirá en dos.

—Lo que menos necesitas es más químicos en tu sistema —ofreció.

—Escucha, si estuvieras en mis zapatos, tú…

Dejó la frase en el aire, su rostro se contorsionó en pánico y cubrió su boca al siguiente segundo; Craig apreció como todo el —poco— color que Stan tenía en su rostro se drenaba cambiando por un blanco verdoso enfermizo.

El sacerdote salió corriendo por la puerta, seguramente buscando el baño más cercano que pudiera encontrar.

Craig optó por servirse una taza de café y la segunda a Tweek; quien terminó por engullir de golpe el líquido negro. Apenas le había dado dos sorbos a su taza cuando el rubio ya estaba sentado sobre la mesa, mirando hacia abajo a él.

—Veo que te has llevado bien con Clyde y Stan —señaló Craig, sentía que la última vez que habían estado a solas fue hace mucho.

—¡Ah! Sí… digo… son amables…

—Suena como si no estás acostumbrado a ello.

—¡Quiero decir! —se exaltó Tweek; y Craig casi se arrepintió de haber hecho el comentario, había disfrutado mucho de ver al diablillo saliendo de esa celda que él mismo había construido. Pero solo bastaba una palabra para cortar la confianza del rubio y hacerlo regresar a su caparazón—… No… no lo estoy.

Tweek nunca hablaba de su vida en la ciudadela; Craig tampoco se lo cuestionaba. Si el diablillo estaba listo para hablar acerca de algo, él le dejaría tomarse todo el tiempo que necesitara para hacerlo.

—No… no tenía muchos amigos ahí dentro —comenzó—, quiero decir… no creo que nadie los tenga… ¡Aunque, e-e-es demasiado atrevido de mi parte asumir que son mis amigos!

—¿Me consideras a mí tu amigo?

—¡Gh! —el rubio se veía pillado como siempre, pero por primera vez, Craig tenía curiosidad por saber la respuesta—. ¿Qu-qué es lo que significa ser amigo?

—No lo sé —devolvió honestamente el del chullo, pensando en todas las relaciones jodidas que tenía, ¿podría considerar lo que fuera que tenía con Cartman una amistad? ¿Podría considerarlo Kyle o Stan así?; decidió responder lo único que sentía era lo verdadero en ese momento—, alguien que te ayuda a hacer tu vida más soportable.

—Entonces… —Tweek se acercó la taza de porcelana a su boca, regocijándose en el aroma dejado del café— sí, eres mi amigo.

La respuesta lo hizo inexplicablemente feliz.

—Tú también eres mi amigo, Tweek —devolvió.

El diablillo comenzó a jugar con los botones de su camisa verde mal puesta, divertido; le pareció ver una medio sonrisa comenzar a enrollarse en los finos labios del rubio.

Con los segundos se volvió consciente de sí mismo y aclaró su garganta, el diablillo lo seguía mirando con ojos de Bambi antes que mataran a su mamá.

—Así que —intentó cambiar de tema con urgencia—, ¿te toca montar guardia también esta noche?

—Jimmy dijo que podía hacerlo cuando pudiera, aunque recalcó que, era más importante que me mantuviera despierto en la madrugada.

—Ah, la hora del diablo.

—Sí, aunque… no me molesta hacer guardia durante el día.

—¿No duermes?

—No necesito hacerlo —explicó—, no me hace falta dormir.

—Eso es ventajoso —opinó el sacerdote; levantó su taza en dirección a Tweek, brindando—, entonces, aquí va por hacernos compañía esta noche.

El diablillo miró el recipiente de porcelana con suma atención, claramente sin entender completamente las acciones del padre. Craig resopló con resignación y en lugar de explicárselo, le ofreció el remanente de su café al rubio.

Tweek lo tomó sin esperar otro latido y se bebió su café también.

—Gracias, Craig —sonrió, de oreja a oreja.

—No hay de que —regresó, siendo completamente honesto, era fácil sentirse lleno de cargas debido a su posición, pero el diablillo rara vez le había parecido una.


Stan se miraba en el espejo de baño entre huellas de minúsculas gotas blancas que se habían secado al aire libre. Sombras rojizas rodeaban sus parpados y sus ojos estaban rojos y llenos de sangre. Sentía su piel húmeda y fría, tan pálida como su cuello clerical.

Abrió la llave del lavabo y se lavó el rostro por tercera vez seguida, su piel ardía de fiebre y veía doble su reflejo. Respiró profundo, una, dos, tres veces intentando mantener los contenidos —o lo que quedaba de ellos— de su estómago en orden. No se había dado cuenta lo mal que se había puesto estos últimos meses.

¿Por qué no podía quedarse en cama ahora?

Ah, sí, la constante amenaza de demonios.

El sabor acre en su boca no ayudaba a menguar el malestar; así que terminó cepillándose los dientes; la menta calmaba la tormenta que se había formado en sus entrañas y que negaba a aclararse. Se terminaría de comer todo el tubo de pasta dentífrica, pero sabía que ni siquiera eso podría asentarse en su estómago.

Bueno, no era como si pudiera dormir, en los últimos días cada vez que cerraba los ojos y se disponía a descansar, se despertaba apenas minutos después, bañado en sudor frío y tiritando como si se encontrase en Alaska vistiendo solamente ropa interior. El síndrome de abstinencia era un hijo de puta.

Frotó sus ojos con agua, disfrutando como se sentía con su piel caliente —alternaba entre la fiebre y el frío—, su cabello negro se pegaba a su frente; su gorro de lana había sido olvidado a un lado. Solamente lo sentía molesto, sentía que incluso su ropa le estorbaba.

Pero no era su padre, así que se quedaría con sus pantalones, sin importar lo incómodo que se sintiese.

Abrió la puerta y salió de su habitación, el reloj en su muñeca marcaba las doce de la noche, hizo una mueca, ¿tanto tiempo había pasado pegado en la taza de su inodoro? Cuando estuvo en la cocina con Tweek y Craig eran apenas las nueve de la noche.

Mierda, si no llegaba rápido a su puesto quien sabía de lo que su compañero de guardia era capaz de hacerle.

El convento era una estructura románica de dos plantas, alargada a lo ancho con dos pisos; cada uno contaba con veinte cuartos; los más grandes, como los que se les habían otorgado a los líderes tenían un baño propio. Jimmy, el único que parecía tener la vocación para su puesto, se había quedado con otro miembro de su iglesia, compartiendo el baño comunal.

Dentro de la enorme estructura contaban con un jardín interno, Stan pasó mirándolo, en la noche, la luna de sangre se reflejaba brillante en las hojas de las plantas. El cielo estaba lleno de estrellas blancas, despejado, él lo tomó como una buena señal de Dios.

Subió hasta la azotea, era como una pseudo tercera planta sin techo; cada piso estaba estratégicamente llenado, un vigía a cada esquina y uno rondando por todo el nivel. Mientras que arriba, en la terraza, solo estaban dos francotiradores, uno en cada ángulo; acompañado por un luchador judío.

Alcanzó la vieja escalera y comenzó a subir hasta el campanario, una torre larga detrás del frontón de la fachada principal. Esa era su posición, una pequeña torre de vigilancia en la que podía tener una vista de trescientos sesenta grados; el punto más alto de toda la estructura, y como su compañero tenía al líder de los judíos.

—No me vengas con tu mierda de «llegaste tarde, Stan» —imitó con bufa antes de recibir la reprimenda que sabría vendría—. He tenido estos tres días de total mierda gracias a ti.

—No planeaba decirte nada —devolvió, manteniendo su voz neutra.

Kyle estaba sentado sobre el borde, sus piernas colgaban dentro del campanario; la gigante —y sorprendentemente limpia y pulida— campana apenas se zarandeaba por el viento ahí arriba, debía de pesar cerca de dos toneladas. Al menos tenían un poco de espacio para caminar por todas las esquinas; aun así, si comenzara a sonar; se escucharía realmente molesto.

Al menos, ahí arriba, no se escuchaba nada de ruido, solo las suaves ráfagas de vientos, murciélagos y una que otra ave con insomnio.

Stan pasó el rifle colgado de su espalda a su pecho, cargó la cámara y se aseguró de quitar el seguro; el aire ahí olía tan fresco y puro, que sentía que limpiaba sus pulmones cada vez que llenaba su nariz. Los grupos religiosos ahí abajo se veían como luciérnagas en un bosque en penumbras, faroles se habían utilizado para señalar los caminos; otros habían optado por encender fogatas y compartir canciones entre diferentes religiones.

Resultaba que, ningún monje era tan idiota como Eric.

Tomó su asiento en una vieja silla que había sido llevada a ese lugar con ese fin, ajustó el rifle encima de borde, al lado de Kyle. Como para asegurarse, recorrió todo el perímetro observando por la mirilla telescópica; en la parte trasera y en la fachada principal. Recorrió lo poco que podía notar de la ciudadela, nada fuera de lo común.

—Así que… —comenzó el otro.

—Así que —continuó Stan—… sigues dando volteretas.

Kyle se rio y lo movió con un pie, empujándolo levemente; el sacerdote se concentró mientras seguía mirando por el objetivo de ojo de pez, intentando ocultar la sonrisa que automáticamente había buscado su camino al escuchar la risa del otro.

—Y tú sigues siendo un imbécil.

—Quiero decir —apartó su vista de la mirilla y se recostó sobre el respaldo, Kyle lo veía hacia abajo desde donde se encontraba sentado—, las cosas no han cambiado nada.

—¿Ah sí? ¿Cómo están los chicos? No he tenido mucho tiempo para ponerme al día con Craig o Clyde.

Stan se encogió de hombros.

—Ya sabes, nada realmente cambia en South Park.

—Eso no lo puedo rebatir —opinó—, quedó claro cuando casi todos sus malditos habitantes nos quedamos en esta pocilga de tierra.

—Sí —se rio, aunque esta vez las notas no salieron tan alegres como antes—, solo los más suertudos se lograron marchar.

El chico de rizos puso una mano en su hombro, aun en la oscuridad, podía ver esos ojos como esmeraldas, llenos de simpatía.

—Lo siento, Stan.

Había sido como una pesadilla despertar ese día; aun cerraba sus ojos y podía revivir palabra por palabra cada odioso insulto que compartió con su madre la última vez que la había visto; y cómo odiaba ser parte de esa familia desequilibrada, con una hermana como ogro.

Fue infantil y fue una tontería.

Pero ahora pagaría por poder retroceder el tiempo.

—Está bien, Kyle, tú también, digo, perdiste a tu hermanito.

—Sí —aceptó—, todavía duele. La mayoría de los días, cuando me despierto en las mañanas; por esos cortos segundos, donde todavía no abro completamente mis ojos; todavía puedo sentirlo, ¿sabes? Por esos segundos todavía no recuerdo estos últimos tres años y mi familia está completa y todavía vivo en South Park y todavía…

Sus ojos se encontraron, Stan lo conocía tan bien como Kyle a él; el pelirrojo sabía muy bien todos sus escondites secretos, pero el pelinegro podía complementar sus pensamientos.

«Todavía no nos habíamos separado».

—Sí… —concordó el sacerdote.

—Aunque, sabes… extraño a Ike, con todo mi corazón lo extraño, pero… me reconforta saber que él no tuvo idea de esto —señaló a su alrededor—. No sintió el dolor que viene cuando pierdes a un ser querido, no todos pueden sobrevivir eso, Stan, mi madre no lo pudo sobrevivir.

—Lo siento —dijo.

Todos habían encontrado sus maneras para sobrevivir a ese evento que cambió la vida de todos los que se quedaron atrás. Randy prácticamente se había vuelto más loco que antes, y otros, como la mamá de Kyle, no había podido seguir resistiendo.

—Está bien —resopló el pelirrojo—, estará bien.

Kyle se llevó su cuello de tortuga negro a su boca, cubriendo la parte inferior de su rostro; con su muñeca envuelta en tela ajustada se limpió las lágrimas que no se terminaron de formar. El suave viento hacía saltar los rizos escarlatas debajo de su gorro verde.

Stan no quería más que abrazarlo, decirle que estaba bien si lloraba; que no tenía que ser fuerte si sólo de ellos dos se trataba. En lugar de eso miró por el telescopio de su rifle otra vez, peinando el perímetro nuevamente. Conocía muy bien al otro y no era eso lo que necesitaba.

—¿Y qué me dices de Clyde y Craig? —regresó a un tema mucho más liviano, intentando distraerlo mientras se sorbía su nariz.

—¿Qué hay para decir? Clyde todavía opina que la demonio que le destruyó la pierna sigue siendo, en sus palabras, «Súper sexy, con un rostro de modelo, te lo juro, amigo». Craig… tiene menos expresiones que las estatuas de la Isla de Pascua, ya sabes. Lo de siempre —se rio, Kyle se unió en risillas—; ah, y el nuevo chico: Tweek. Aunque… él no puede ser parte, digo no es un religioso, sólo está ahí, todo el tiempo.

—¿Tweek? ¿Ese es el chico rubio que parece que tendrá un paro cada vez que dice algo?

—¡Sí! —sonrió el pelinegro.

—¿No es de la iglesia?

—No, dije que era un invitado.

—Ah, ya veo… ¿Por qué sabe tanto de demonios?

—Era un satanista.

—¿En serio?

—Así es, ex satanista exadicto a la metanfetamina.

—Wow —Kyle sonaba un poco inseguro—, y se veía muy inofensivo…

—¡Eso fue lo que yo dije!


La mayoría de las luces se quedaban apagadas, aun debían recordar que las personas debían dormir; los largos pasillos del segundo piso que daban al jardín interno solamente eran iluminados por los cuartos que ocupaban como vigías. Craig contaba esta como la cuarta ronda desde que había comenzado su turno.

Aunque, no esperaba que alguien pudiera cerrar un ojo esa noche.

Cuando el sol se terminaba de ocultar, y la luna se veía más carmesí que la sangre, era cuando los demonios tenían más fuerza. La hora del demonio le llamaban, y cada noche debían reforzar sus defensas por cualquier movimiento.

Aun así, todas las puertas tenían un amuleto lleno de bendiciones que reforzaban cada tarde, en vísperas de la noche; por esa razón Tweek había sido confinado a un espacio pequeño de la cocina y su habitación que quedaba al lado. No era nada cómodo, quedarse encerrado como pajarillo en su jaula, pero el rubio no se quejaba.

Al recordarlo volar, Craig no pudo evitar recordar un canario.

Un canario satánico, pero al fin y al cabo, un canario.

Dio la ronda en el piso de abajo, entró a la cocina para descubrir que la alacena había sido saqueada; el abrumante olor a café impregnaba todas las paredes, mientras que en el suelo había marcas de la arenisca oscura. El sacerdote sabía exactamente qué había sido de dicho canario satánico en el que había estado pensando antes.

—¿Tweek? —llamó.

—¡Craig! —regresó al momento que una puerta de la alacena de arriba se abrió.

El pelinegro se terminaba preguntando siempre, cómo era que el diablillo terminaba metiéndose en esos lugares.

—¿Qué haces?

El rubio se acercó al borde, mirándolo desde arriba; enrollando sus dedos en el margen.

—Comiendo, ¿quieres?

El diablillo le acercó una bolsa casi vacía de café molido; notó que las manos de Tweek estaban teñidas de marrón y sus mejillas tenían partículas de la arenilla café.

—Tweek el café no se come, se toma —Luego observó—. Y wow, ¿cómo es que tienes tanto apetito para ser tan pequeño?

—¡Hombre, esto es delicioso! —ignoró su pregunta—. Es lo más exquisito que he probado —como para probar un punto, tomó un puñado de café molido y lo llevó a su boca.

Por su altura, sabía muy bien que él no podía caber ahí dentro, menos con Tweek a su lado, pero lo tenía casi frente a su rostro. En el suelo, varios sacos de azúcar, harinas y pastas habían sido arrojadas a un lado, seguramente para hacerle espacio al diablillo.

—Ven, sal de ahí antes que algún fraile te descubra.

Los monjes eran personas disciplinadas hasta la médula; seguramente si descubrieran el desastre del rubio sería mucho más fácil explicarle que se debía a la naturaleza caótica de diablillo y no al desorden de un ser humano; el enojo y castigo sería menos, estaba seguro.

—¡Pero, Craig! —se quejó entre mejillas regordetas de café.

—Te haré un café que puedas tomar, ¿Qué dices?

Cuando el rubio se dispuso a bajar, notó dos bolsas vacías de café; Tweek realmente había asaltado la alacena, pensó con preocupación el padre. Se anotó mentalmente que debían deshacerse de la evidencia; no era lo más cristiano de hacer, pero lo que fuera que mantuviera la atención lejos del rubio, era la decisión correcta de tomar.

—Ven —le señaló.

Tweek no podía darse el lujo de volar, así que Craig se tomó la molestia de ayudarlo a bajar; que terminó con él teniendo al rubio más bajo en brazos; hasta ponerlo en el suelo.

—Es realmente delicioso, hombre —señalaba Tweek por décima vez, mientras Craig ponía una nueva tetera—. ¿Cómo es que tu mente no ha explotado?

—Me ayuda a mantenerme despierto, además de eso, no hace nada por mí.

—Estás loco —condenó el rubio, acercándose más a la burbujeante cafetera, mirando con detenimiento cada gota que caía—, por Satán, esto es lo mejor que me ha pasado en la vida.

—¿Sí? Bueno, debo decir que tu vida ha sido una mierda, entonces —tuvo que señalar.

—Jódete —comentó distraídamente, Craig casi podía ver su larga cola roja moviéndose de lado a lado como la de un gato embobado.

—Oye, al menos demuestra un poco más de agradecimiento, soy el ser omnipotente que te está preparando el café —señaló.

—Sí, sí —comentó sin darle importancia, portando el semblante pícaro propio de su especie; Craig sacó la tetera de su lugar, la humeante bebida llenaba nuevamente la instancia, Tweek estaba mirando desde su espalda, intentando tomar la jarra de vidrio, pero al menos el sacerdote terminaría de servirle en una taza.

No contó con la insistencia del rubio, mientras el más alto sostenía la tetera sobre su cabeza, el objeto fue arrebatado de sus manos cuando Tweek voló sobre él para tomarla, tan rápido que solo lo vio como una mancha borrosa roja y amarilla. Para cuando Craig se giró para encararlo, el diablillo había ocultado nuevamente sus alas y cuernos, tenía el ardiente objeto robado en sus manos.

Inclinó la jarra y se bebió su contenido, hasta bajar el café hasta la mitad.

Miró con urgencia a todos lados, pero aparentemente no había nadie.

El diablillo le encantaba jugar con fuego.

—¡Delicioso! —se regocijaba mientras daba otro trago.

Cansado y quizás un poco derrotado, Craig se dirigió a la mesa de la esquina, al menos para sentarse por un momento.

Tweek llegó a su lado, usando una brillante sonrisa.

—Gracias, Craig.

El aludido levantó una ceja, al menos el diablillo tenía modales.

Lo que también notó fue lo calmado que estaba Tweek, las noches eran tranquilizadoras para él; según Craig se había percatado, las noches, el café y estar en la compañía de aquellos a los que se había acostumbrado.

Casi se sentía decepcionado por tener que regresar a sus rondas, llegaba a ser aburrido, solo caminar en círculos; al menos Tweek era todo menos predecible, siempre que creía tener al diablillo descifrado, él lo sorprendía. De las maneras más divertidas.

Se puso de pie, decidiendo dejar al diablillo solo con su tetera; se sorprendió cuando, como despedida, su cuerpo decidió extender su mano y revolver los cabellos rubios como el trigo de Tweek. Fue un movimiento tan… inconsciente… que no notó que lo había hecho en primer lugar; Craig quitó sus dedos entre esa enredadera dorada y se dirigió sin decir otra palabra a la puerta.

Su corazón parecía que había comenzado a correr un maratón, todavía no había caído completamente en el hecho de sus acciones; pero la cabeza de Tweek había estado ahí, su cuerpo se había movido solo. ¿Y por qué sus oídos solo escuchaban los latidos de su pecho?

El rubio no dijo nada, completamente enfrascado en el sabor de su café.

Lo único que sabía era que debía salir rápido de ahí y dejar esa… extraña situación de lado.

Al menos eso planeó hasta que escuchó:

—Craig —El diablillo lo llamaba.

Un poco inseguro, el sacerdote no sabía si girarse para verlo; pero se decidió a hacerlo.

El extraño sentimiento de latidos ruidosos se detuvo casi de inmediato, siendo reemplazado por una oleada de frío, congelando su cuerpo al siguiente segundo.

Porque Tweek parecía que había visto a la mismísima muerte.

Su mano apenas podía seguir sosteniendo la tetera, los tremores eran tan violentos que tuvo que regresar la jarra a la mesa. Craig, ya lo sabía, pero seguía temiendo las siguientes palabras que estaban por salir de su boca.

Ahí vienen.


Lamento dejarlos en la mejor parte, espero me perdonen! ;;

¿Qué tal les pareció?

Oooh vamos viendo más de Stan y Kyle, mientras, Craig y Tweek siguen conviviendo más

Intentaré tener el siguiente dentro de poco~

Nos leemos luego~